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Freyja
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Escenas de Navidad (Parte II) CON Alice y mucha familia EN Casa de los O'Donnell Días del 1 al 6 de enero |
- ¡¡EL QUE QUIERA GOFRES QUE SE LEVANTE!! - Dio un bote en su sitio, y entonces sintió como si alguien le hubiera clavado un clavo ardiendo entre los dos ojos. - Vivi... Si tan solo gritaras... Un poquito menos... - No te molestaban anoche mis gritos, pelirroja. - ¡¡VIVI!! Au... - La propia Erin debió hacerse daño en la cabeza ante su exclamación, porque nada más lanzarla cerró con fuerza los ojos y se llevó los dedos a las sienes. Pero Violet no se daba por vencida, y entró por el salón como quien entra en una verbena, haciendo sonar una especie de campana que no sabía ni de dónde salía. - ¡SE ENFRÍAN LOS GOFRES DE MOLLY O'DONNELL Y ESO NO PUEDE SER! - ¿Se puede saber qué...? - Empezó su madre, apareciendo por allí de brazos cruzados. Pero la mujer rodó los ojos nada más llegar a la puerta del salón. - Oh, por Dios, qué escena... - Suspiró con un toque de desprecio, negando con la cabeza hacia otra parte. Violet se giró hacia ella y se empezó a reír con descaro. - Buenos días, Prefecta Horner. Echaba de menos que acudiera usted en camisón a una de mis llamadas. - Emma automáticamente se cerró la bata en torno a sí con dignidad pero con apremio. La cara de su madre era hielo puro. Tras ella apareció un tambaleante y somnoliento Arnold frotándose un ojo. - Buenos días. - Saludó, totalmente ajeno a que había allí dos personas a punto de achicharrarse a hechizos y otras cinco en proceso de despertarse.
Parecía que tenía el gramófono de anoche dentro de la cabeza. Había dado un respingo, como todos los presentes, ante el primer bramido de Violet, pero se había quedado apoyado con una mano en el respaldo y las rodillas aún en el sofá, solo habiendo separado el tronco de... Oh, Dios, que estaba encima de Alice. Rápidamente se sentó a un lado. El movimiento brusco le arrancó un gruñido de dolor, obligándole a cerrar los ojos y a taparse la cara con las manos. ¡Cuánta luz! Parecía que le estaban apuntando directamente con una varita. - Amigo, recuérdame por qué decidí dormirme en el suelo. - Dijo William quejumbroso, reapareciendo tras la montaña de cojines. Lex no paraba de mover el cuello de un lado a otro con una mueca de dolor. El que parecía resplandeciente era Dylan, que aunque bostezaba con sueño estaba claro que era el menos afectado del grupo. - La próxima vez que... Oh, vaya, Emma. Qué hogareña. - Ohj. - La mujer volvió a cerrarse la bata, pero ya girándose de nuevo hacia las escaleras. - Arnold, ocúpate de esto, por favor. - "Esto" se llama desayuno calentito cortesía de tu suegra. De nada. - Abrió los ojos con dificultad y vio a Violet zarandeando una bolsa en el aire, mietras con la otra mano sostenía su varita y... Ah, ahí estaba el ruido, un puñetero encantamiento de campana. Le estaba taladrando el cerebro.
- Pajarito, ayuda al trasnochado de tu padre a levantarse, por lo que más quieras. - Dijo William, a quien claramente le dolían todos los músculos del cuerpo por haberse dormido en el suelo. - Que algunos no hemos tenido la suerte de dormir tan cómodos. - Y le miró a él. Marcus ahí sí que abrió los ojos, apurado, y clavó la mirada en el suelo rojo como un tomate. - Te tenías estudiada la postura, ¿eh? Eso no es de hoy. - Va, William, deja al principito tranquilo. - Dijo su padre, adentrándose en el salón con no mejor cara que ellos y una risilla. Marcus lo miró con el ceño fruncido en el más absoluto desconcierto. ¿Qué? ¿Por qué le llamaba así? Dios, no se acordaba de la mitad de las cosas...
Parecía que tenía el gramófono de anoche dentro de la cabeza. Había dado un respingo, como todos los presentes, ante el primer bramido de Violet, pero se había quedado apoyado con una mano en el respaldo y las rodillas aún en el sofá, solo habiendo separado el tronco de... Oh, Dios, que estaba encima de Alice. Rápidamente se sentó a un lado. El movimiento brusco le arrancó un gruñido de dolor, obligándole a cerrar los ojos y a taparse la cara con las manos. ¡Cuánta luz! Parecía que le estaban apuntando directamente con una varita. - Amigo, recuérdame por qué decidí dormirme en el suelo. - Dijo William quejumbroso, reapareciendo tras la montaña de cojines. Lex no paraba de mover el cuello de un lado a otro con una mueca de dolor. El que parecía resplandeciente era Dylan, que aunque bostezaba con sueño estaba claro que era el menos afectado del grupo. - La próxima vez que... Oh, vaya, Emma. Qué hogareña. - Ohj. - La mujer volvió a cerrarse la bata, pero ya girándose de nuevo hacia las escaleras. - Arnold, ocúpate de esto, por favor. - "Esto" se llama desayuno calentito cortesía de tu suegra. De nada. - Abrió los ojos con dificultad y vio a Violet zarandeando una bolsa en el aire, mietras con la otra mano sostenía su varita y... Ah, ahí estaba el ruido, un puñetero encantamiento de campana. Le estaba taladrando el cerebro.
- Pajarito, ayuda al trasnochado de tu padre a levantarse, por lo que más quieras. - Dijo William, a quien claramente le dolían todos los músculos del cuerpo por haberse dormido en el suelo. - Que algunos no hemos tenido la suerte de dormir tan cómodos. - Y le miró a él. Marcus ahí sí que abrió los ojos, apurado, y clavó la mirada en el suelo rojo como un tomate. - Te tenías estudiada la postura, ¿eh? Eso no es de hoy. - Va, William, deja al principito tranquilo. - Dijo su padre, adentrándose en el salón con no mejor cara que ellos y una risilla. Marcus lo miró con el ceño fruncido en el más absoluto desconcierto. ¿Qué? ¿Por qué le llamaba así? Dios, no se acordaba de la mitad de las cosas...
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Escenas de Navidad (Parte II) CON Alice y mucha familia EN Casa de los O'Donnell Días del 1 al 6 de enero |
Sonrió con satisfacción e innegable felicidad al ver la reacción de la chica. - Ciertamente. - Corroboró. Le encantaba ese juego, le encantaban sus juegos. Sería una tontería, sería algo que apenas se habían inventado hacía unas horas y basado en algo en lo que no creían como era el tarot... Pero era su tontería. De ellos. Y eso la hacía especial. Ver la sonrisa de Alice lo volvía todo especial, fuera lo que fuera.
Pero el momento apacible se vio turbado cuando la chica, en uno de sus arranques, le cogió de la mano y tiró de él, haciéndole seguirla casi a trompicones. Cuando se detuvo le atrajo hacia ella, y él se detuvo a lo justo de no tropezar, pero aprovechó la cercanía y la velocidad para reposar las manos en su cintura. Ladeó una sonrisa cuando empezó a contar la historia del muérdago. - Me encanta que sepas tanto de plantitas. - Cuando de plantas se trataba, Alice era un pozo sin fondo de conocimientos, no solo los propiamente relativos a su cuidado o su naturaleza, sino a toda la historia que tenían detrás. Y Marcus podría pasarse horas escuchándola... Podría pasarse la vida escuchándola, de hecho. Y entonces empezó a hablar de lo que hacían las chicas que se colocaban bajo el muérdago... Pasando los brazos por su cuello y diciendo aquello, esa frase que hizo que la sonrisa le temblara y volviera a clavar la mirada en sus ojos. Se mojó un poco los labios, notando como el corazón se le aceleraba, y dijo sin pensar muy bien en lo que decía. - ¿Insinúas que... soy el chico adecuado...? - ¿Lo creía? ¿Creía Alice que él era el chico adecuado para ella? Porque todas sus razones, todos esos precisos, perfectamente razonados y correctos motivos por los cuales no era buena idea declararse en ese momento, estaban a punto de irse al traste. Pero la chica cortó toda su posible divagación con un beso que él solo pudo corresponder totalmente entregado, sintiendo el corazón a punto de estallar. Lo que ocurriera cuando sus labios se separaran... No lo sabía ni él.
No, desde luego que no lo sabía. Entre las posibles opciones que pudiera haber en su cabeza, desde luego esa era la última. Se separaron abruptamente al escuchar la inconfundible voz de Hillary al lado de ellos. ¿Cuándo había llegado allí? Y les había pillado de lleno. Ahora no tenía un libro al revés detrás del cual esconderse. - ¡Ey, Hills! - Saludó, pero se le notaba a la legua que se había sentido pillado de todas todas, porque su sonrisa era nerviosa y había bajado la cabeza para rascarse la nuca, como hacía cuando estaba nervioso. Se le pasaron los nervios en cuanto empezó a oír sus tonterías, para no variar, lo cual le hizo rodar los ojos. - Tú también estás estupenda. Estupendamente... - Empezó a señalarla con un gesto de la mano, de arriba a abajo. - ...tapada, en general. - Si no fuera porque su voz chillona y repipi era inconfundible, no la había reconocido entre tantas capas de ropa y esa torre de paquetes.
- Te abrazaría, pero tengo miedo de desequilibrarte. - Bromeó, mirando todas sus compras. - ¿Es que llevas media feria o qué? - Llevo bastantes cosas, sí. Lo que no llevo es corona. - Comentó la chica con retintín, mirando a Alice, y en seguida empezó a soltar una risita. - Qué bonita. Pareces una princesita de cuento. - Se la he regalado yo. - Dijo muy orgulloso, irguiéndose en toda su altura para mirarla desde arriba. - Porque solo un emperador pu...ed... - Hillary arqueó una ceja mientras él solito se daba cuenta de que, sin el contexto adecuado, todo eso sonaba rarísimo. Se dio dos segundos para pensar y reanudó, intentando mantener su dignidad intacta. - Porque me ha gustado. - Y levantó los brazos en cruz, dejándolos caer de nuevo con una sonrisa de obviedad fruncida en los labios, dando por hecho que con eso era más que suficiente. Hillary seguía con una ceja arqueada y la boca entreabierta, prolongando el silencio entre ellos, hasta que soltó una única y seca carcajada. - Bua, chaval. - Y se echó a reír. Pero Marcus no inmutó su expresión digna lo más mínimo. - Desde luego... Sois lo que no hay. - La chica miró hacia arriba. - Con que muérdago, ¿eh? Vaya... Veo que ya ni os molestáis en disimular: os morreáis en público, debajo de un muérdago, os hacéis regalitos cuquis... - Me ha dicho Sean que apenas esperaste dos días para mandarle una carta. - La chica le miró con los ojos entrecerrados mientras él chistaba y se apoyaba con suficiencia en el hombro de Alice. - Debe ser duro echar de menos a alguien especial. - Ya, no todos hemos tenido vuestra suerte. - Comentó la chica de nuevo con tonito. Y luego volvió a echarse a reír otra vez, negando con la cabeza. - Desde luego tenéis cara de estar muy... Relajaditos, los dos. -
Pero el momento apacible se vio turbado cuando la chica, en uno de sus arranques, le cogió de la mano y tiró de él, haciéndole seguirla casi a trompicones. Cuando se detuvo le atrajo hacia ella, y él se detuvo a lo justo de no tropezar, pero aprovechó la cercanía y la velocidad para reposar las manos en su cintura. Ladeó una sonrisa cuando empezó a contar la historia del muérdago. - Me encanta que sepas tanto de plantitas. - Cuando de plantas se trataba, Alice era un pozo sin fondo de conocimientos, no solo los propiamente relativos a su cuidado o su naturaleza, sino a toda la historia que tenían detrás. Y Marcus podría pasarse horas escuchándola... Podría pasarse la vida escuchándola, de hecho. Y entonces empezó a hablar de lo que hacían las chicas que se colocaban bajo el muérdago... Pasando los brazos por su cuello y diciendo aquello, esa frase que hizo que la sonrisa le temblara y volviera a clavar la mirada en sus ojos. Se mojó un poco los labios, notando como el corazón se le aceleraba, y dijo sin pensar muy bien en lo que decía. - ¿Insinúas que... soy el chico adecuado...? - ¿Lo creía? ¿Creía Alice que él era el chico adecuado para ella? Porque todas sus razones, todos esos precisos, perfectamente razonados y correctos motivos por los cuales no era buena idea declararse en ese momento, estaban a punto de irse al traste. Pero la chica cortó toda su posible divagación con un beso que él solo pudo corresponder totalmente entregado, sintiendo el corazón a punto de estallar. Lo que ocurriera cuando sus labios se separaran... No lo sabía ni él.
No, desde luego que no lo sabía. Entre las posibles opciones que pudiera haber en su cabeza, desde luego esa era la última. Se separaron abruptamente al escuchar la inconfundible voz de Hillary al lado de ellos. ¿Cuándo había llegado allí? Y les había pillado de lleno. Ahora no tenía un libro al revés detrás del cual esconderse. - ¡Ey, Hills! - Saludó, pero se le notaba a la legua que se había sentido pillado de todas todas, porque su sonrisa era nerviosa y había bajado la cabeza para rascarse la nuca, como hacía cuando estaba nervioso. Se le pasaron los nervios en cuanto empezó a oír sus tonterías, para no variar, lo cual le hizo rodar los ojos. - Tú también estás estupenda. Estupendamente... - Empezó a señalarla con un gesto de la mano, de arriba a abajo. - ...tapada, en general. - Si no fuera porque su voz chillona y repipi era inconfundible, no la había reconocido entre tantas capas de ropa y esa torre de paquetes.
- Te abrazaría, pero tengo miedo de desequilibrarte. - Bromeó, mirando todas sus compras. - ¿Es que llevas media feria o qué? - Llevo bastantes cosas, sí. Lo que no llevo es corona. - Comentó la chica con retintín, mirando a Alice, y en seguida empezó a soltar una risita. - Qué bonita. Pareces una princesita de cuento. - Se la he regalado yo. - Dijo muy orgulloso, irguiéndose en toda su altura para mirarla desde arriba. - Porque solo un emperador pu...ed... - Hillary arqueó una ceja mientras él solito se daba cuenta de que, sin el contexto adecuado, todo eso sonaba rarísimo. Se dio dos segundos para pensar y reanudó, intentando mantener su dignidad intacta. - Porque me ha gustado. - Y levantó los brazos en cruz, dejándolos caer de nuevo con una sonrisa de obviedad fruncida en los labios, dando por hecho que con eso era más que suficiente. Hillary seguía con una ceja arqueada y la boca entreabierta, prolongando el silencio entre ellos, hasta que soltó una única y seca carcajada. - Bua, chaval. - Y se echó a reír. Pero Marcus no inmutó su expresión digna lo más mínimo. - Desde luego... Sois lo que no hay. - La chica miró hacia arriba. - Con que muérdago, ¿eh? Vaya... Veo que ya ni os molestáis en disimular: os morreáis en público, debajo de un muérdago, os hacéis regalitos cuquis... - Me ha dicho Sean que apenas esperaste dos días para mandarle una carta. - La chica le miró con los ojos entrecerrados mientras él chistaba y se apoyaba con suficiencia en el hombro de Alice. - Debe ser duro echar de menos a alguien especial. - Ya, no todos hemos tenido vuestra suerte. - Comentó la chica de nuevo con tonito. Y luego volvió a echarse a reír otra vez, negando con la cabeza. - Desde luego tenéis cara de estar muy... Relajaditos, los dos. -
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Escenas de Navidad (Parte II) CON Marcus y mucha familia EN Casa de los O'Donnell Días del 1 al 6 de enero |
Lo había rozado con los dedos. El momento de decirle “sí, claro que lo creo, O’Donnell, por favor, que te acabo de relatar la historia del muérdago por algo”. Pero nada. Hillary tenía el don de la oportunidad. Y ella el de la cobardía, como le habían dicho las cartas del tarot, por lo visto. Ahora le tocaba intentar disipar la conversación y los pensamientos de Hillary de lo que acababa de ver. Suspiró y miró a su amiga con superioridad cuando dijo lo de la corona. Se llevó las manos a la cabeza y se la acarició. – Déjalo, Marcus, los plebeyos no entienden. – Se giró de nuevo a su amiga y le puso morritos. – Lo que tiene es envidia. Comprensible. – Pero se cruzó de brazos y abrió muy exageradamente la boca cuando él dijo lo de Sean. – ¿Dos días? ¡Sí señor! ¿Dónde estaba la señorita “no voy a volver a dirigirle la palabra, me tiene cansada”? – Hillary resopló y entornó los ojos con impaciencia. – Sabía que pensar que haríais una buena pareja sería escupir hacia arriba. Cuando os ponéis en modo rey y reina de Ravenclaw no hay quien pueda con vosotros. – Gal ladeó la sonrisa y se señaló la cabeza con suficiencia. – Princesa. – Luego señaló a Marcus a su lado con el pulgar. – Príncipe azul, para eso es el prefecto de Ravenclaw. Pero claro, rey y reina es como nos llama tu querido Sean, es normal que te líes. – Dijo girándose hacia el chico y asintiendo con la cabeza.
Justo entonces dijo lo de la suerte. – ¿Ves? Envidia. – Y luego añadió lo de “relajaditos” con ese tono. Vaya con la listilla. – ¡Ja! Te insto a pasar una Nochevieja Gallia-O’Donnell. De relajadita no tuvo nada. – Hillary abrió mucho los ojos y se rio. – ¿Han estado los Gallia aquí? – Gal asintió. – Ya conoces a mi familia, se apuntan a un bombardeo. Pero ya se volvieron a Francia. – Justo al final de la calle de la feria vio levantar la mano a una señora y la enfocó. Devolvió el saludo alegremente y dijo. – Y tú me parece que te vuelves a Gales. Tu madre te está llamando. – Hillary trató de sacar un poco mejor la cara de la bufanda y les miró con su mejor expresión de abogada mágica. – No os creáis que os vais a librar de la conversación que conlleva veros morreándoos bajo un muérdago en plena feria. – Gal entrecerró los ojos y movió un poco la cabeza hacia su izquierda para visualizar mejor a la madre de Hillary. – ¿Crees que la señora Vaughan se acuerde de ese chico tan mono, Sean Hastings? – Dijo con un muy fingido tono de interrogación girándose hacia Marcus. – Es muy amigo de todos, seguro que podemos recordarle grandes momentos con él. – Hillary resopló. – Que vale, Al Capone, ya he entendido tu muy sutil pasivo-agresividad. – Ella negó con la cabeza. – Yo solo lo preguntaba. Pero si quieres pasivo-agresividad nada sutil, lo que Donna no sepa, no lo sabrá todo el colegio. Ya sabes que es muy callada, pero, bajo presión, cede en seguida. – Su amiga suspiró y se recolocó las bolsas para echar a andar. – Está bien. Y va en dos direcciones. – Gal puso una sonrisita y se inclinó a darle un beso en la mejilla. – La próxima vez que vayas a venir a Londres en plenas vacaciones avísame. – ¿Para que no te pille dándote el lote con O’Donnell? – Ella entornó los ojos. – Para que podamos hablar como Dios manda. – Hillary se rio. – Hecho. Llevad cuidadito. Los dos. Nos vemos en unos días. – Y guiñó un ojo, yéndose. Gal se giró hacia Marcus y se acercó a él con una risa. – Mira, te voy a jurar aquí y ahora que, con mi primer sueldo, nos vamos a ir tú y yo, una semana, a un lugar súper tranquilo y súper muggle donde nadie nos conozca. De verdad, necesito que dejen de interrumpirnos.
Y, como si hubiera invocado al mismísimo diablo, otra voz a su espala. Menos mal que no habían llegado cinco minutos antes. – ¡Hola! ¿Qué hacéis? ¿Por qué llevas una corona de princesa? – Se giró sonriendo a Olive dándole un toquecito en la mejilla. – Me la ha regalado Marcus ¿Dónde está Dylan? – Preguntó sorprendida, porque veía a Olive, su padre y su hermanita. – Se le ha roto la pluma y mamá se ha puesto a arreglársela, están ahí. – Dijo señalando un poco más atrás. – Voy a ver si está el drama bajo control, pues. – Contestó Gal mirando con una sonrisa al grupo. En verdad quería darle las gracias a la madre de Olive por ser tan amable. Se acercó y su hermano levantó la pluma con una sonrisa. – Veo que ya te han solucionado el problema. – Dylan ya consideró que su presencia no era necesaria y salió corriendo hacia su amiga. Se giró hacia la madre. – Hola, señora Clearwater. Soy Alice, la hermana de Dylan. – Dijo tendiéndole la mano. – Gracias por eso. – Miró la pluma. – Y por llevárselo toda la tarde cuando están celebrando el cumpleaños de su hija pequeña. – La señora se levantó de estar agachada frente a Dylan y le estrechó la mano. – Ya no es tan pequeña, me temo. Encantada, Alice, y sin problema, estoy encantada de que Olive haga amigos. Es muy solitaria. – Ya, qué me va a contar. Me alegro de que mi hermano haya encontrado alguien con quien se entienda. Literalmente. – La señora Clearwater le sonrió ampliamente. – Es muy dulce, tu hermano. Y muy sincero. – Sabía lo que estaba pensando. Lo que pensaban siempre los adultos de ella. Qué responsable eres. Pobre niña sin madre que lleva a su hermano todo el día a cuestas y tiene que ir rindiendo cuentas de la libreta más honesta de la historia. – Mi hija te tiene en un pedestal. – Eso sí que no se lo esperaba. – ¡Ah! Por lo del espino ¿No? – La otra rio. – Las plantas en general, es lo que más le gusta, no le vale con el negocio de su madre que es el material de papelería. – Gal abrió mucho los ojos. – Pues yo la pongo a usted en el pedestal en un momento, me encanta todo lo que tiene que ver con la papelería. Y si se lo dice a ese que está ahí no se lo va a quitar de encima. – La mujer volvió a reír y se acercó a ella un poco. – Es Marcus ¿No? – Gal frunció el ceño. – No han hablado de otra cosa. Bueno, escrito, en el caso de tu hermano. Que si la carta del dos de copas, la cuchara del postre… Os han imitado bastante bien. – A la chica se le mudó un poco el color. – ¿Le ha molestado que el enseñara las cartas? No quería… – No, no, para nada. Olive dice que, de todas maneras, no te las crees. – Gal rio. – No, la verdad es que no. – La señora Clearwater entrecerró los ojos, mirando a Marcus y luego desvió la mirada a su corona. – Ese chico está sacado de un cuento de hadas, eh… – Dylan le estaba tirando del abrigo para algo y él estaba hablando con la hermana de Olive adorablemente y tratando de atenderle. – Si yo tuviera otra vez esa edad, no lo dejaba escapar. Mi hija y tu hermano lo tienen bastante claro. – Eso le arrancó una risa y miró agradecida a la señora. – No lo voy a hacer. – La mujer asintió y le estrechó el brazo. – Vamos para allá. Nosotros tenemos que irnos. – ¿No se quedan al espectáculo? – No, ya lo han visto, y cenamos con mis suegros por el cumpleaños de Rose. Tengo que ponerlas monas para la ocasión. – Dijo con notable hastío. Gal volvió a reír. – ¿No se libra una de eso con los años? – La señora se rio y le palmeó el brazo, bajando la voz. – No. De la familia política una no se libra. Se lidia. Y a vivir con ello. – Eso le hizo volver a reírse. Y ya iban tres que se lo decían.
Justo entonces dijo lo de la suerte. – ¿Ves? Envidia. – Y luego añadió lo de “relajaditos” con ese tono. Vaya con la listilla. – ¡Ja! Te insto a pasar una Nochevieja Gallia-O’Donnell. De relajadita no tuvo nada. – Hillary abrió mucho los ojos y se rio. – ¿Han estado los Gallia aquí? – Gal asintió. – Ya conoces a mi familia, se apuntan a un bombardeo. Pero ya se volvieron a Francia. – Justo al final de la calle de la feria vio levantar la mano a una señora y la enfocó. Devolvió el saludo alegremente y dijo. – Y tú me parece que te vuelves a Gales. Tu madre te está llamando. – Hillary trató de sacar un poco mejor la cara de la bufanda y les miró con su mejor expresión de abogada mágica. – No os creáis que os vais a librar de la conversación que conlleva veros morreándoos bajo un muérdago en plena feria. – Gal entrecerró los ojos y movió un poco la cabeza hacia su izquierda para visualizar mejor a la madre de Hillary. – ¿Crees que la señora Vaughan se acuerde de ese chico tan mono, Sean Hastings? – Dijo con un muy fingido tono de interrogación girándose hacia Marcus. – Es muy amigo de todos, seguro que podemos recordarle grandes momentos con él. – Hillary resopló. – Que vale, Al Capone, ya he entendido tu muy sutil pasivo-agresividad. – Ella negó con la cabeza. – Yo solo lo preguntaba. Pero si quieres pasivo-agresividad nada sutil, lo que Donna no sepa, no lo sabrá todo el colegio. Ya sabes que es muy callada, pero, bajo presión, cede en seguida. – Su amiga suspiró y se recolocó las bolsas para echar a andar. – Está bien. Y va en dos direcciones. – Gal puso una sonrisita y se inclinó a darle un beso en la mejilla. – La próxima vez que vayas a venir a Londres en plenas vacaciones avísame. – ¿Para que no te pille dándote el lote con O’Donnell? – Ella entornó los ojos. – Para que podamos hablar como Dios manda. – Hillary se rio. – Hecho. Llevad cuidadito. Los dos. Nos vemos en unos días. – Y guiñó un ojo, yéndose. Gal se giró hacia Marcus y se acercó a él con una risa. – Mira, te voy a jurar aquí y ahora que, con mi primer sueldo, nos vamos a ir tú y yo, una semana, a un lugar súper tranquilo y súper muggle donde nadie nos conozca. De verdad, necesito que dejen de interrumpirnos.
Y, como si hubiera invocado al mismísimo diablo, otra voz a su espala. Menos mal que no habían llegado cinco minutos antes. – ¡Hola! ¿Qué hacéis? ¿Por qué llevas una corona de princesa? – Se giró sonriendo a Olive dándole un toquecito en la mejilla. – Me la ha regalado Marcus ¿Dónde está Dylan? – Preguntó sorprendida, porque veía a Olive, su padre y su hermanita. – Se le ha roto la pluma y mamá se ha puesto a arreglársela, están ahí. – Dijo señalando un poco más atrás. – Voy a ver si está el drama bajo control, pues. – Contestó Gal mirando con una sonrisa al grupo. En verdad quería darle las gracias a la madre de Olive por ser tan amable. Se acercó y su hermano levantó la pluma con una sonrisa. – Veo que ya te han solucionado el problema. – Dylan ya consideró que su presencia no era necesaria y salió corriendo hacia su amiga. Se giró hacia la madre. – Hola, señora Clearwater. Soy Alice, la hermana de Dylan. – Dijo tendiéndole la mano. – Gracias por eso. – Miró la pluma. – Y por llevárselo toda la tarde cuando están celebrando el cumpleaños de su hija pequeña. – La señora se levantó de estar agachada frente a Dylan y le estrechó la mano. – Ya no es tan pequeña, me temo. Encantada, Alice, y sin problema, estoy encantada de que Olive haga amigos. Es muy solitaria. – Ya, qué me va a contar. Me alegro de que mi hermano haya encontrado alguien con quien se entienda. Literalmente. – La señora Clearwater le sonrió ampliamente. – Es muy dulce, tu hermano. Y muy sincero. – Sabía lo que estaba pensando. Lo que pensaban siempre los adultos de ella. Qué responsable eres. Pobre niña sin madre que lleva a su hermano todo el día a cuestas y tiene que ir rindiendo cuentas de la libreta más honesta de la historia. – Mi hija te tiene en un pedestal. – Eso sí que no se lo esperaba. – ¡Ah! Por lo del espino ¿No? – La otra rio. – Las plantas en general, es lo que más le gusta, no le vale con el negocio de su madre que es el material de papelería. – Gal abrió mucho los ojos. – Pues yo la pongo a usted en el pedestal en un momento, me encanta todo lo que tiene que ver con la papelería. Y si se lo dice a ese que está ahí no se lo va a quitar de encima. – La mujer volvió a reír y se acercó a ella un poco. – Es Marcus ¿No? – Gal frunció el ceño. – No han hablado de otra cosa. Bueno, escrito, en el caso de tu hermano. Que si la carta del dos de copas, la cuchara del postre… Os han imitado bastante bien. – A la chica se le mudó un poco el color. – ¿Le ha molestado que el enseñara las cartas? No quería… – No, no, para nada. Olive dice que, de todas maneras, no te las crees. – Gal rio. – No, la verdad es que no. – La señora Clearwater entrecerró los ojos, mirando a Marcus y luego desvió la mirada a su corona. – Ese chico está sacado de un cuento de hadas, eh… – Dylan le estaba tirando del abrigo para algo y él estaba hablando con la hermana de Olive adorablemente y tratando de atenderle. – Si yo tuviera otra vez esa edad, no lo dejaba escapar. Mi hija y tu hermano lo tienen bastante claro. – Eso le arrancó una risa y miró agradecida a la señora. – No lo voy a hacer. – La mujer asintió y le estrechó el brazo. – Vamos para allá. Nosotros tenemos que irnos. – ¿No se quedan al espectáculo? – No, ya lo han visto, y cenamos con mis suegros por el cumpleaños de Rose. Tengo que ponerlas monas para la ocasión. – Dijo con notable hastío. Gal volvió a reír. – ¿No se libra una de eso con los años? – La señora se rio y le palmeó el brazo, bajando la voz. – No. De la familia política una no se libra. Se lidia. Y a vivir con ello. – Eso le hizo volver a reírse. Y ya iban tres que se lo decían.
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- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
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Al menos allí estaba Alice, demostrando una vez más su notablemente mejor que la suya habilidad para el disimule, lanzando comentarios en dirección a Hillary que le hicieron reír y recuperar su posición de dominio de la escena. Asintió con obviedad a eso de que tenía envidia y observó, altivo y divertido, como la otra se defendía por haberle escrito a Sean tan rápido. Había conseguido darle la vuelta a la conversación magistralmente, pasando el foco de ellos a Hillary, al menos por el momento.
Se agarró del brazo de Alice con orgullo cuando dijo que no eran rey y reina, sino príncipe y princesa, justo la misma contestación que le había dado él a Sean. Asintió a Alice con satisfecha complicidad, no necesitaba comentar nada, solo poner su cara de sobrado habitual con una amplia sonrisa de labios cerrados y mirar a las dos chicas, comprobando como claramente Alice se había hecho con el control de la conversación. De hecho, la chica le lanzó una pregunta cargada de intenciones ante la amenaza de Hillary, y él correspondió el teatrillo llevándose un dedo a la barbilla, pensativo. - Hmm, no sé, pero sí que es buen chico. Quizás debería ir a hablarle de él. A no ser que prefieras hacerlo tú, Hills. - Pero a la aludida le faltó tiempo para salir corriendo de allí, no sin antes lanzarle alguna que otra pullita que hicieron a Marcus rodar los ojos y suspirar con hastío. ¿Pero qué iba a decir? ¿Que no se estaban dando el lote? Bueno, ¡es que no se estaban dando el lote! Solo había sido un beso, y justificado, y con historia, y con una frase que se había quedado a medias porque ella había tenido la oportunidad de interrumpir. - Podría explicártelo, pero igual no me vas a entender, así que me lo ahorro. - Dijo con desdén, a lo que la chica contestó con su carita de resabiada. - Sí, ya me dirás de qué libro vas a sacar la explicación. - Soltó una risita y, tras despedirse de ellos, se marchó.
- Pff, esta Hills... - Comentó con una risa, haciendo una vez más como si no pasara nada, como si no hubiera interrumpido lo que podría haber sido un momento bastante significativo, como si solo estuvieran de paso por la feria y ya está. Pero entonces Alice dijo eso, y el vuelco en su corazón no dejaba lugar a dudas. Se quedó mirándola un par de segundos con una sonrisa de idiota total hasta que reaccionó. - No puedo esperar a que llegue ese momento. - De verdad que no podía. Le daban ganas de irse ya. - Además, va a ser un sitio súper chulo, con ese sueldazo de mujer rica que vas a tener. - Bromeó. Porque, sí, bromear siempre veía bien como manera de evitar decirle a Alice vamos a escaparnos juntos ahora mismo y a olvidarnos del mundo aunque sea por una semana, y que pase lo que tenga que pasar.
Para ilustrar aquello de no queremos que nos interrumpan, allí llegó Olive, junto a su padre y su hermana. Alice fue a ver a Dylan, que se había quedado rezagado junto a la Señora Clearwater, y Marcus aprovechó para presentarse. El hombre le estrechó la mano con cierta dificultad, porque estaba enterrado bajo una torre de paquetes más grande que la de Hillary. - Encantado, Señor Clearwater. Marcus O'Donnell. - Un placer, Marcus. Mi hija habla muy bien de ti. - ¿No me digas? - Contestó Marcus mirando a Olive con una sonrisita, quien se había encogido un poquito con un sonrojo. Y al mirar a la niña, vio a su hermana, que le devolvía la mirada con atención. Se agachó delante de ella, porque Marcus no dejaba a ningún niño pasar. - Hola, ¿cómo te llamas? - Rose. - Contestó la niña con una sonrisita adorable. Vaya con los nombres de plantas, pensó, pero solo le devolvió la sonrisa. - Que nombre más bonito. - Antes de poder añadir nada más, notó un tirón de su manga, seguido de un mensaje de Dylan en su libreta. Al parecer ya tenía la pluma operativa otra vez. - "Dice que quiere entrar en Hufflepuff". - Marcus arqueó las cejas divertido y la miró. - Eso es porque no conoces Ravenclaw. - La niña se irguió, muy puesta. - Sí la conozco. Os gusta mucho estudiar y vais siempre de azul. - Marcus ladeó la cabeza de un lado al otro, con fingida expresión pensativa, pero por dentro se estaba aguantando la risa. - No es mal resumen, ciertamente. - Rose asintió. - Lo sé por Kyla. - Marcus frunció el ceño y miró al padre de la niña, al que se le escapó una risita con un suspiro. - Es la hija de mi jefe. Y por el camino que lleva, no me extrañaría que algún día fuera mi jefa ella. - Comentó entre risas. Marcus se puso de pie de nuevo, sonriente. - ¿Trabaja usted para el Ministerio de Magia, Señor Clearwater? - El hombre asintió con una sonrisa orgullosa muy similar a la de su hija pequeña. - Trabajo para el Departamento de Uso Indebido de Objetos Muggles. De hecho, aquí traigo unas cosas que he comprado esta mañana en el Londres muggle... Mala idea, no se pliegan y llevo todo el día cargando con ellas. Al menos las plantas las llevo en el bolsillo. - Menos mal, sí. - Contestó Marcus entre risas.
El hombre debió detectar su mirada curiosa. Porque Marcus no podía evitarlo, cuando sabía que tenía cerca algo inusual, se le activaba la curiosidad. - Por casualidad no tendrás contacto con muggles, ¿verdad, Marcus? - El chico negó, con una muequecita en los labios. - La verdad es que no, lo siento. Aunque mi abuelo ha ido alguna vez a la universidad muggle a dar conferencias. - El hombre pareció sorprenderse. - Ah, O'Donnell... Ya decía yo que me sonaba, ¿tu abuelo es Lawrence O'Donnell? - El mismo. - Respondió Marcus con una radiante sonrisa y sacando el pecho. Poco orgulloso que estaba él de su abuelo. - Coincidí con él en una de esas conferencias. Se estaba peleando con un proyector de la universidad y me contactó para que le ayudara a usarlo. En la universidad no entendieron por qué tuvo que llamar a un "técnico externo" en lugar de dejarse ayudar por los de allí. - El hombre soltó una carcajada. - Impedí a lo justo que le lanzara un hechizo al proyector y otro al profesor por insinuar que estaba desfasado. - Me lo imagino. - Respondió Marcus entre risas, el cual conocía la anécdota desde la versión de su abuelo, que por supuesto no incluía el detalle de su pérdida de paciencia.
- Debe saber usted mucho de objetos muggles, Señor Clearwater. - Eso intento. Son muy interesantes, ciertamente, de forma distinta que los objetos mágicos pero tienen su gracia. Aunque he comprado esto... - El hombre empezó a rebuscar en una de las bolsas. - Que por más que lo miro... No sé para qué sirve. - De repente sacó lo que parecía una figurita de un pato, hecha de goma y de un intenso color amarillo. Marcus arqueó una ceja y se acercó un poco. - ¿Hace algo? - Absolutamente nada. Salvo esto. - El hombre lo apretó y sonó un pitidito que desconcertó a Marcus. - Parece un juguete. - Aunque comparado con mi pajarito-cubo parece bastante aburrido. - Eso mismo pensé yo, pero lo cierto es que estaba en la sección de baño de la tienda. - ¿De baño? - Preguntó Marcus con el ceño fruncido en claro desconcierto. El hombre se encogió de hombros, mirando el patito en sus manos. - Por lo visto se pone en la bañera. - Marcus pareció comprender. - Aaaah, y ahí es donde hará lo que sea, ¿no? - Pero el hombre lo seguía escudriñando. - Es que, por los conocimientos que tengo sobre objetos muggles, no parece que vaya a hacer más que decorar. - Marcus sacó un poco el labio inferior. Pues vaya. Pero no iba a desmerecerlo delante del Señor Clearwater, que parecía bastante intrigado.
- ¿Nos vamos? - Preguntó una voz amable tras el hombre. Alice y la madre de Olive habían vuelto, y Marcus reanudó su protocolo. - Encantado, Señora Clearwater. Soy Marcus O'Donnell. - Encantada, Marcus. - Respondió la mujer con una sonrisa, pero el hombre intervino en la conversación. - Cariño, sigo sin tener ni idea de lo que es esto. - La mujer suspiró. - Ya lo descubrirás, cielo. Desconecta del trabajo, que estás de vacaciones. Y guarda esa cosa. - A pesar de la paciencia en su tono, parecía que estaba un poco cansada de ver el pato de goma por allí, lo que hizo que Marcus mirara a Alice aguantando una risita. Antes de que la familia se fuera, volvió a agacharse ante Rose. - Por cierto, me han dicho que es tu cumple, ¿no? - Sí. - Contestó la niña, contenta. - ¡Felicidades! Uy, ahora que recuerdo... Tenía... - Empezó a palparse el abrigo, como si buscara algo, concentrado. - Ah, ya, claro. - Sacó la varita y se apuntó a su propia mano. - ¡Orchideus! - En su palma apareció un pequeño ramito de tamaño infantil con tres rosas rojas. - Creo que esto es para ti. Pega con tu nombre. - La niña había abierto los ojos como platos y la boca en una mueca de ilusión. - ¡Gracias! - Dijo cogiéndolas y dando un saltito. El Señor Clearwater suspiró con un puntito irónico y entornó los ojos. - Vaya galán... -
Se agarró del brazo de Alice con orgullo cuando dijo que no eran rey y reina, sino príncipe y princesa, justo la misma contestación que le había dado él a Sean. Asintió a Alice con satisfecha complicidad, no necesitaba comentar nada, solo poner su cara de sobrado habitual con una amplia sonrisa de labios cerrados y mirar a las dos chicas, comprobando como claramente Alice se había hecho con el control de la conversación. De hecho, la chica le lanzó una pregunta cargada de intenciones ante la amenaza de Hillary, y él correspondió el teatrillo llevándose un dedo a la barbilla, pensativo. - Hmm, no sé, pero sí que es buen chico. Quizás debería ir a hablarle de él. A no ser que prefieras hacerlo tú, Hills. - Pero a la aludida le faltó tiempo para salir corriendo de allí, no sin antes lanzarle alguna que otra pullita que hicieron a Marcus rodar los ojos y suspirar con hastío. ¿Pero qué iba a decir? ¿Que no se estaban dando el lote? Bueno, ¡es que no se estaban dando el lote! Solo había sido un beso, y justificado, y con historia, y con una frase que se había quedado a medias porque ella había tenido la oportunidad de interrumpir. - Podría explicártelo, pero igual no me vas a entender, así que me lo ahorro. - Dijo con desdén, a lo que la chica contestó con su carita de resabiada. - Sí, ya me dirás de qué libro vas a sacar la explicación. - Soltó una risita y, tras despedirse de ellos, se marchó.
- Pff, esta Hills... - Comentó con una risa, haciendo una vez más como si no pasara nada, como si no hubiera interrumpido lo que podría haber sido un momento bastante significativo, como si solo estuvieran de paso por la feria y ya está. Pero entonces Alice dijo eso, y el vuelco en su corazón no dejaba lugar a dudas. Se quedó mirándola un par de segundos con una sonrisa de idiota total hasta que reaccionó. - No puedo esperar a que llegue ese momento. - De verdad que no podía. Le daban ganas de irse ya. - Además, va a ser un sitio súper chulo, con ese sueldazo de mujer rica que vas a tener. - Bromeó. Porque, sí, bromear siempre veía bien como manera de evitar decirle a Alice vamos a escaparnos juntos ahora mismo y a olvidarnos del mundo aunque sea por una semana, y que pase lo que tenga que pasar.
Para ilustrar aquello de no queremos que nos interrumpan, allí llegó Olive, junto a su padre y su hermana. Alice fue a ver a Dylan, que se había quedado rezagado junto a la Señora Clearwater, y Marcus aprovechó para presentarse. El hombre le estrechó la mano con cierta dificultad, porque estaba enterrado bajo una torre de paquetes más grande que la de Hillary. - Encantado, Señor Clearwater. Marcus O'Donnell. - Un placer, Marcus. Mi hija habla muy bien de ti. - ¿No me digas? - Contestó Marcus mirando a Olive con una sonrisita, quien se había encogido un poquito con un sonrojo. Y al mirar a la niña, vio a su hermana, que le devolvía la mirada con atención. Se agachó delante de ella, porque Marcus no dejaba a ningún niño pasar. - Hola, ¿cómo te llamas? - Rose. - Contestó la niña con una sonrisita adorable. Vaya con los nombres de plantas, pensó, pero solo le devolvió la sonrisa. - Que nombre más bonito. - Antes de poder añadir nada más, notó un tirón de su manga, seguido de un mensaje de Dylan en su libreta. Al parecer ya tenía la pluma operativa otra vez. - "Dice que quiere entrar en Hufflepuff". - Marcus arqueó las cejas divertido y la miró. - Eso es porque no conoces Ravenclaw. - La niña se irguió, muy puesta. - Sí la conozco. Os gusta mucho estudiar y vais siempre de azul. - Marcus ladeó la cabeza de un lado al otro, con fingida expresión pensativa, pero por dentro se estaba aguantando la risa. - No es mal resumen, ciertamente. - Rose asintió. - Lo sé por Kyla. - Marcus frunció el ceño y miró al padre de la niña, al que se le escapó una risita con un suspiro. - Es la hija de mi jefe. Y por el camino que lleva, no me extrañaría que algún día fuera mi jefa ella. - Comentó entre risas. Marcus se puso de pie de nuevo, sonriente. - ¿Trabaja usted para el Ministerio de Magia, Señor Clearwater? - El hombre asintió con una sonrisa orgullosa muy similar a la de su hija pequeña. - Trabajo para el Departamento de Uso Indebido de Objetos Muggles. De hecho, aquí traigo unas cosas que he comprado esta mañana en el Londres muggle... Mala idea, no se pliegan y llevo todo el día cargando con ellas. Al menos las plantas las llevo en el bolsillo. - Menos mal, sí. - Contestó Marcus entre risas.
El hombre debió detectar su mirada curiosa. Porque Marcus no podía evitarlo, cuando sabía que tenía cerca algo inusual, se le activaba la curiosidad. - Por casualidad no tendrás contacto con muggles, ¿verdad, Marcus? - El chico negó, con una muequecita en los labios. - La verdad es que no, lo siento. Aunque mi abuelo ha ido alguna vez a la universidad muggle a dar conferencias. - El hombre pareció sorprenderse. - Ah, O'Donnell... Ya decía yo que me sonaba, ¿tu abuelo es Lawrence O'Donnell? - El mismo. - Respondió Marcus con una radiante sonrisa y sacando el pecho. Poco orgulloso que estaba él de su abuelo. - Coincidí con él en una de esas conferencias. Se estaba peleando con un proyector de la universidad y me contactó para que le ayudara a usarlo. En la universidad no entendieron por qué tuvo que llamar a un "técnico externo" en lugar de dejarse ayudar por los de allí. - El hombre soltó una carcajada. - Impedí a lo justo que le lanzara un hechizo al proyector y otro al profesor por insinuar que estaba desfasado. - Me lo imagino. - Respondió Marcus entre risas, el cual conocía la anécdota desde la versión de su abuelo, que por supuesto no incluía el detalle de su pérdida de paciencia.
- Debe saber usted mucho de objetos muggles, Señor Clearwater. - Eso intento. Son muy interesantes, ciertamente, de forma distinta que los objetos mágicos pero tienen su gracia. Aunque he comprado esto... - El hombre empezó a rebuscar en una de las bolsas. - Que por más que lo miro... No sé para qué sirve. - De repente sacó lo que parecía una figurita de un pato, hecha de goma y de un intenso color amarillo. Marcus arqueó una ceja y se acercó un poco. - ¿Hace algo? - Absolutamente nada. Salvo esto. - El hombre lo apretó y sonó un pitidito que desconcertó a Marcus. - Parece un juguete. - Aunque comparado con mi pajarito-cubo parece bastante aburrido. - Eso mismo pensé yo, pero lo cierto es que estaba en la sección de baño de la tienda. - ¿De baño? - Preguntó Marcus con el ceño fruncido en claro desconcierto. El hombre se encogió de hombros, mirando el patito en sus manos. - Por lo visto se pone en la bañera. - Marcus pareció comprender. - Aaaah, y ahí es donde hará lo que sea, ¿no? - Pero el hombre lo seguía escudriñando. - Es que, por los conocimientos que tengo sobre objetos muggles, no parece que vaya a hacer más que decorar. - Marcus sacó un poco el labio inferior. Pues vaya. Pero no iba a desmerecerlo delante del Señor Clearwater, que parecía bastante intrigado.
- ¿Nos vamos? - Preguntó una voz amable tras el hombre. Alice y la madre de Olive habían vuelto, y Marcus reanudó su protocolo. - Encantado, Señora Clearwater. Soy Marcus O'Donnell. - Encantada, Marcus. - Respondió la mujer con una sonrisa, pero el hombre intervino en la conversación. - Cariño, sigo sin tener ni idea de lo que es esto. - La mujer suspiró. - Ya lo descubrirás, cielo. Desconecta del trabajo, que estás de vacaciones. Y guarda esa cosa. - A pesar de la paciencia en su tono, parecía que estaba un poco cansada de ver el pato de goma por allí, lo que hizo que Marcus mirara a Alice aguantando una risita. Antes de que la familia se fuera, volvió a agacharse ante Rose. - Por cierto, me han dicho que es tu cumple, ¿no? - Sí. - Contestó la niña, contenta. - ¡Felicidades! Uy, ahora que recuerdo... Tenía... - Empezó a palparse el abrigo, como si buscara algo, concentrado. - Ah, ya, claro. - Sacó la varita y se apuntó a su propia mano. - ¡Orchideus! - En su palma apareció un pequeño ramito de tamaño infantil con tres rosas rojas. - Creo que esto es para ti. Pega con tu nombre. - La niña había abierto los ojos como platos y la boca en una mueca de ilusión. - ¡Gracias! - Dijo cogiéndolas y dando un saltito. El Señor Clearwater suspiró con un puntito irónico y entornó los ojos. - Vaya galán... -
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Ivanka
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Escenas de Navidad (Parte II) CON Marcus y mucha familia EN Casa de los O'Donnell Días del 1 al 6 de enero |
Al acercarse, vio que Marcus y el padre de Olive estaba mirando algo muy pequeño en manos del hombre que parecía un juguete. Gal se giró hacia la señora Clearwater y preguntó. – ¿Qué hacen? – Ella resopló. – Cosas de mi marido. Seguro que es alguno de esos trastos muggles, a eso se dedica en el Ministerio. No puede dejarlo pasar. – Dirigió la barbilla hacia Marcus, que estaba entregadísimo mirando lo que fuera, y alzó una ceja. – Como el tuyo, según parece. – Rio un poco nerviosamente, carraspeó, y estuvo a punto de pararse a sacarla de su error, a decirle “no, no es mi…” pero, obviamente, la señora Clearwater ya lo sabía, y se lo había dicho con toda la intención, así que simplemente ladeó la cabeza, puso una sonrisa y se acercó a Marcus agarrándole del brazo. – ¿Qué tienes ahí que es tan interesante? – Se asomó a ver las manos del señor Clearwater y dijo. – ¡Oh, qué mono! ¿Es un patito? – Dijo deslizando los ojos hacia Dylan con una sonrisilla. – ¿Qué hace? – Pues eso intentamos averiguar pero no hay forma. – Y el hombre reculó, porque justo su esposa le regañó para que dejara el trabajo de lado.
Justo entonces, Marcus aprovechó para ponerse a hablar de nuevo con la hermanita de Olive. Se acordó entonces ella también de lo del cumpleaños. – ¡Oh! ¡Es verdad! Felicidades. – Le dijo a la pequeña. Pero no la escuchaba. Tenía a un Marcus completamente entregado regalándole un ramito de rosas completamente adorable. Se le escapó un suspiro casi sin darse cuenta, porque aquel chico iba a acabar con ella, con sus convicciones más firmes en la vida y con todos sus esfuerzos por ocultar lo que sentía. La señora Clearwater hizo un ruidito de adorabilidad, juntando las palmas de las manos. – ¡Oh, por favor! ¿Qué se dice, Rose? – Y la nena contestó con su vocecilla encantadora. Dylan se acercó a Olive con la libreta para despedirse y la niña asintió con la cabeza. – Sí, en cuanto lleguemos a Hogwarts te busco. – Y sin decir ni una palabra más, le abrazó a modo de despedida. Si le hubiera lanzado un Petrificus Totalus a su hermano no se habría quedado más inmovilizado. En el último segundo reaccionó y la rodeó brevemente, antes de que ella se separara y siguiera como si nada. – ¡Adiós, chicos! Nos vemos en Hogwarts. – Hasta pronto, Olive. Y gracias por todo, señores Clearwater. – Cogió por los hombros a Dylan y lo dirigió hacia donde estaban antes.
– ¿Te lo has pasado bien? ¿Contento de que nos hayamos encontrado con Olive? – Dylan asintió muy seguido. “Es genial. Sus padres son simpatiquísimos, su hermana no habla mucho tampoco, pero quiere ser Hufflepuff como yo y como sus padres”. Gal asintió con una sonrisa. Tras dos segundos, su hermano volvió a escribir a toda prisa. “Creo que me gusta. Me gusta. Me gusta mucho” y a ella le dio la risa, ajuntándole más hacia su costado. – Algo nos olíamos, patito. Pero eso está muy bien. Es muy buena niña. Tú… Dale tiempo para conocerte, haceros amigos y que vea que tú también eres muy buen niño. Y trata de no quedarte como un pasmarote cada vez que se acerca a ti, eso también. – Dylan se dirigió al lado de Marcus y le escribió “¿Tú abrazabas a mi hermana cuando estabais en primero?” Y no se le había escapado la analogía, pero desvió el tema con bromas. – ¡Hacía más que eso! ¿No te ha contado cómo me salvó del desmayo más mortífero de la historia, cual caballero de brillante armadura? – Terminó con una carcajada. Y señaló con la cabeza hacia la plaza del espectáculo y dijo. – ¿Vamos ya para allá? Quiero coger el mejor sitio del mundo, y seguro que el emperador O’Donnell sabe cual es. – Y con una risita se dirigieron hacia allá.
Mientras iban al sitio, Dylan escribió “Hillary me ha saludado. Iba con su madre ¿Habíais quedado?" – Gal suspiró y se rio. – Ojalá, pero Hills tiene un don único para aparecer cuando no se la espera. – Eso hizo reír a su hermano y escribió. “Porque queríais estar solos ¿No?” Ella puso voz ofendida. – Bueno, no estaría mal para variar, pero bueno, estar contigo me encanta también, cariño. – Dijo acariciándole los rizos. Siguió a Marcus en las gradas para sentarse, y guio a Dylan a la grada de abajo. – Ahí vas a ver mejor, patito, no querrás perdértelo. – Y ella se sentó pegada a Marcus, y ya, sin importarle nada, entrelazó su mano con la suya. Dylan se giró y les miró un momento suspirando. “Ojalá Olive se hubiera quedado. El año que viene, quiero ver el espectáculo con ella. Y la voy a abrazar de verdad” Gal sonrió enternecida. – Muy bien, Dylan, eso sí que es una promesa.
Justo entonces, Marcus aprovechó para ponerse a hablar de nuevo con la hermanita de Olive. Se acordó entonces ella también de lo del cumpleaños. – ¡Oh! ¡Es verdad! Felicidades. – Le dijo a la pequeña. Pero no la escuchaba. Tenía a un Marcus completamente entregado regalándole un ramito de rosas completamente adorable. Se le escapó un suspiro casi sin darse cuenta, porque aquel chico iba a acabar con ella, con sus convicciones más firmes en la vida y con todos sus esfuerzos por ocultar lo que sentía. La señora Clearwater hizo un ruidito de adorabilidad, juntando las palmas de las manos. – ¡Oh, por favor! ¿Qué se dice, Rose? – Y la nena contestó con su vocecilla encantadora. Dylan se acercó a Olive con la libreta para despedirse y la niña asintió con la cabeza. – Sí, en cuanto lleguemos a Hogwarts te busco. – Y sin decir ni una palabra más, le abrazó a modo de despedida. Si le hubiera lanzado un Petrificus Totalus a su hermano no se habría quedado más inmovilizado. En el último segundo reaccionó y la rodeó brevemente, antes de que ella se separara y siguiera como si nada. – ¡Adiós, chicos! Nos vemos en Hogwarts. – Hasta pronto, Olive. Y gracias por todo, señores Clearwater. – Cogió por los hombros a Dylan y lo dirigió hacia donde estaban antes.
– ¿Te lo has pasado bien? ¿Contento de que nos hayamos encontrado con Olive? – Dylan asintió muy seguido. “Es genial. Sus padres son simpatiquísimos, su hermana no habla mucho tampoco, pero quiere ser Hufflepuff como yo y como sus padres”. Gal asintió con una sonrisa. Tras dos segundos, su hermano volvió a escribir a toda prisa. “Creo que me gusta. Me gusta. Me gusta mucho” y a ella le dio la risa, ajuntándole más hacia su costado. – Algo nos olíamos, patito. Pero eso está muy bien. Es muy buena niña. Tú… Dale tiempo para conocerte, haceros amigos y que vea que tú también eres muy buen niño. Y trata de no quedarte como un pasmarote cada vez que se acerca a ti, eso también. – Dylan se dirigió al lado de Marcus y le escribió “¿Tú abrazabas a mi hermana cuando estabais en primero?” Y no se le había escapado la analogía, pero desvió el tema con bromas. – ¡Hacía más que eso! ¿No te ha contado cómo me salvó del desmayo más mortífero de la historia, cual caballero de brillante armadura? – Terminó con una carcajada. Y señaló con la cabeza hacia la plaza del espectáculo y dijo. – ¿Vamos ya para allá? Quiero coger el mejor sitio del mundo, y seguro que el emperador O’Donnell sabe cual es. – Y con una risita se dirigieron hacia allá.
Mientras iban al sitio, Dylan escribió “Hillary me ha saludado. Iba con su madre ¿Habíais quedado?" – Gal suspiró y se rio. – Ojalá, pero Hills tiene un don único para aparecer cuando no se la espera. – Eso hizo reír a su hermano y escribió. “Porque queríais estar solos ¿No?” Ella puso voz ofendida. – Bueno, no estaría mal para variar, pero bueno, estar contigo me encanta también, cariño. – Dijo acariciándole los rizos. Siguió a Marcus en las gradas para sentarse, y guio a Dylan a la grada de abajo. – Ahí vas a ver mejor, patito, no querrás perdértelo. – Y ella se sentó pegada a Marcus, y ya, sin importarle nada, entrelazó su mano con la suya. Dylan se giró y les miró un momento suspirando. “Ojalá Olive se hubiera quedado. El año que viene, quiero ver el espectáculo con ella. Y la voy a abrazar de verdad” Gal sonrió enternecida. – Muy bien, Dylan, eso sí que es una promesa.
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Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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Escenas de Navidad (Parte II) CON Alice y mucha familia EN Casa de los O'Donnell Días del 1 al 6 de enero |
Le guiñó un ojo a la niña, que estaba encantada con su ramo, y al mirar a Olive la vio abrazando a Dylan con mucha más naturalidad que con la que él recibió el abrazo. Tuvo que fruncir los labios para ocultar una risa mientras miraba a Alice. El niño se había quedado como un perchero, en cuanto pudo reaccionar ya la otra se había retirado. Era muy gracioso de ver. - Adiós, Olive. Nos vemos en el castillo. - Se despidió de la familia y echó a andar junto a los dos hermanos, camino de las gradas frente a las que tendría lugar el espectáculo de luces en cuestión de minutos.
Mientras caminaba, echó un vistazo a la libreta en la que Dylan escribía. Cuando leyó ese “creo que me gusta. Me gusta. Me gusta mucho” no pudo evitar soltar una carcajada, tapándose un poco los ojos con una mano para disimular mientras Alice se mostraba ligeramente más comprensiva y cariñosa que él. Cuando la chica terminó, le revolvió un poco los rizos. - Eso sí que es escalar rápido, colega. - En lo que escribía dos frases había pasado del "creo" al "mucho". Igualito que él, siete años para darse cuenta de que estaba enamorado hasta las trancas de Alice. Como si Dylan fuera consciente de la reflexión interna de Marcus, se acercó a él y le preguntó si también abrazaba a Alice cuando estaba en primero. Sutil, pensó, pero ya contestó la chica por él. Rodó los ojos con un bufido, pero no pudo evitar reírse también. - Aquí la lista se pone a recorrerse medio castillo corriendo sin comer, y claro, se cayó redonda al suelo. - Dijo mirando a Dylan, pero luego la miró a ella y la señaló. - Que sepas que no te apareciste en la enfermería, te llevó el prefecto de nuestra casa al cual yo pedí debidamente auxilio. ¿Y quién estaba a tu lado cuando despertaste? ¿Eh? - Le dio un leve codazo de complicidad a Dylan. - Se mete conmigo pero sabe que es verdad. -
Se irguió contento y, a colación de lo dicho, se puso delante de ambos para capitanear la marcha. - Como buen emperador que soy, por supuesto que sí. - Le estaba gustando eso del emperador, sonaba a más importante que príncipe. Al menos de cara al público. Dejó que los hermanos conversaran entre ellos mientras él estiraba el cuello para buscar, efectivamente, el mejor sitio de las gradas, el sitio perfecto desde el que lo verían todo bien y que no estuviera demasiado lleno. Encontró un claro entre los asientos y subió a alegres zancadas. - El mejor sitio de las gradas, aquí lo tenéis. - Anunció. Pensó que se sentarían los tres juntos, pero la idea de Alice era mejor, mucho mejor: poner a Dylan en la grada de delante y quedarse los dos atrás. La miró con una sonrisa y notó como entrelazaba sus manos, lo cual solo le hizo sonreír aún más y estrechársela con cariño. Fue a susurrar algo a la chica, pero Dylan se giró hacia ellos. - Dalo por hecho. El año que viene venimos de nuevo. - Se lo había pasado en grande. Si ya de por sí iba todos los años, con más razón ante la perspectiva de pasar otro día como ese, le daba igual hacer de niñera, le encantaba de hecho. Además, algo le decía que Dylan y Olive iban a tener más ganas de independencia el próximo año.
El niño se giró porque empezaron a anunciar que el espectáculo empezaría en breves. - Nunca dejas de sorprenderme. - Dijo señalando con un gestito de la cabeza a Dylan, sentado en la fila de delante, y rio un poco. Sí, había sido una buena técnica... Y se permitió el lujo de acercarse un poquito más a la chica, sin soltar su mano y sin dejar de mirarla. Pero entonces todo se quedó a oscuras y la música empezó a sonar, dando comienzo al espectáculo de luces. Siempre empezaba igual: con un cuentecito infantil acompañado de luces y música de unos diez minutos. Esta vez contaba la cómica historia de un mago pirata que se perdía en alta mar y, cuando llegaba a tierra y pedía ayuda, se daba cuenta de que todos eran muggles y le daba miedo mostrar su magia, pero a la vez los muggles también necesitaban ayuda con un problema en sus terrenos, o algo así. Se estaba enterando solo a medias, porque estaba demasiado pendiente de mirar a Alice, de observar su risa, como le brillaban los ojos cada vez que cambiaban las luces. Si hubiera tenido las cosas tan claras como Dylan desde primero, quizás ahora fueran algo más que amigos que se buscan estrategias tontas para quedarse solos y darse la mano a escondidas. Llenó el pecho de aire y lo soltó poco a poco, devolviendo la vista al espectáculo, que ya estaba terminando con la maravillosa lectura de que, al final, todos se habían hecho buenos amigos y ayudado los unos a los otros. Sí, los cuentos de la feria siempre tenían el mismo hilo conductor. Eran bonitos, ciertamente.
Y terminado el cuento, empezó el espectáculo de luces en el cielo, combinado con la música. Era bastante espectacular y bonito, y acababa con una traca final de fuegos artificiales que dibujaba una imagen en todo el cielo. A lo largo del espectáculo se iba acercando poco a poco a Alice, cada vez más, y la mano que tenía libre también había ido a buscar el brazo de la chica, a la que no paraba de mirar de reojo. Cuando los últimos fuegos artificiales empezaron a estallar, comenzó a sonar una canción navideña que Marcus había escuchado otros años y le gustaba mucho, le ponía de buen humor, solo oírla le hacía sonreír... Aunque nunca se había parado a escuchar la letra. "Por favor, enamórate de mí esta Navidad". Vaya, que apropiado. Pero estaba de tan buen humor, estaba tan a gusto... Dylan estaba tan distraído... Empezó a caer una nevada mágica, otra ilusión parte del espectáculo de luces, mientras la canción no dejaba de sonar. "Bésame en esta fría noche de diciembre". Bueno, no era diciembre ya pero... Podía valer. - ¿Lo estás pasando bien? - Susurró con una sonrisa ilusionada, mirando a la chica, agarrando sus manos entre las suyas. Se mojó un poco los labios. Cada palabra que decía esa canción, esa canción navideña que llevaba años escuchando y jamás le había provocado lo que le estaba provocando en ese momento, le producía un cosquilleo en el pecho y le hacía sonreír. Bajó un poco la mirada, con su rostro cerca del de ella. - Siempre había disfrutado mucho de esta feria, pero... Nunca como hoy. - Alzó un poco la mirada a sus ojos y, con un sutil gestito, señaló a Dylan con una sonrisa ladeada. - Ojalá lleváramos viniendo desde primero. - Ojalá siempre lo hubiera tenido tan claro como lo tengo ahora. Rio un poco, y volvió a mirar a sus ojos. Dime que lo sabes. Dime que estás pensando lo mismo que yo por culpa de esta maldita canción. Dime que sabes que te quiero, Alice. Las cartas se lo habían dicho a ella, no a él, pero no hacía falta: era un cobarde. Lo sabía, lo tenía asumidísimo. Pero lo pensaba remediar... No esa noche, pero lo haría, en algún momento. Solo esperaba no arrepentirse demasiado del tiempo perdido, que ya para su gusto era mucho. Por lo pronto viviría el presente: y en ese presente, en esa fría noche, bajo la nevada y las luces, quería un beso de Alice, y eso hizo. Recortar lentamente la distancia y besarla. Decirle con ese beso lo que aún no se atrevía a decirle con palabras.
Mientras caminaba, echó un vistazo a la libreta en la que Dylan escribía. Cuando leyó ese “creo que me gusta. Me gusta. Me gusta mucho” no pudo evitar soltar una carcajada, tapándose un poco los ojos con una mano para disimular mientras Alice se mostraba ligeramente más comprensiva y cariñosa que él. Cuando la chica terminó, le revolvió un poco los rizos. - Eso sí que es escalar rápido, colega. - En lo que escribía dos frases había pasado del "creo" al "mucho". Igualito que él, siete años para darse cuenta de que estaba enamorado hasta las trancas de Alice. Como si Dylan fuera consciente de la reflexión interna de Marcus, se acercó a él y le preguntó si también abrazaba a Alice cuando estaba en primero. Sutil, pensó, pero ya contestó la chica por él. Rodó los ojos con un bufido, pero no pudo evitar reírse también. - Aquí la lista se pone a recorrerse medio castillo corriendo sin comer, y claro, se cayó redonda al suelo. - Dijo mirando a Dylan, pero luego la miró a ella y la señaló. - Que sepas que no te apareciste en la enfermería, te llevó el prefecto de nuestra casa al cual yo pedí debidamente auxilio. ¿Y quién estaba a tu lado cuando despertaste? ¿Eh? - Le dio un leve codazo de complicidad a Dylan. - Se mete conmigo pero sabe que es verdad. -
Se irguió contento y, a colación de lo dicho, se puso delante de ambos para capitanear la marcha. - Como buen emperador que soy, por supuesto que sí. - Le estaba gustando eso del emperador, sonaba a más importante que príncipe. Al menos de cara al público. Dejó que los hermanos conversaran entre ellos mientras él estiraba el cuello para buscar, efectivamente, el mejor sitio de las gradas, el sitio perfecto desde el que lo verían todo bien y que no estuviera demasiado lleno. Encontró un claro entre los asientos y subió a alegres zancadas. - El mejor sitio de las gradas, aquí lo tenéis. - Anunció. Pensó que se sentarían los tres juntos, pero la idea de Alice era mejor, mucho mejor: poner a Dylan en la grada de delante y quedarse los dos atrás. La miró con una sonrisa y notó como entrelazaba sus manos, lo cual solo le hizo sonreír aún más y estrechársela con cariño. Fue a susurrar algo a la chica, pero Dylan se giró hacia ellos. - Dalo por hecho. El año que viene venimos de nuevo. - Se lo había pasado en grande. Si ya de por sí iba todos los años, con más razón ante la perspectiva de pasar otro día como ese, le daba igual hacer de niñera, le encantaba de hecho. Además, algo le decía que Dylan y Olive iban a tener más ganas de independencia el próximo año.
El niño se giró porque empezaron a anunciar que el espectáculo empezaría en breves. - Nunca dejas de sorprenderme. - Dijo señalando con un gestito de la cabeza a Dylan, sentado en la fila de delante, y rio un poco. Sí, había sido una buena técnica... Y se permitió el lujo de acercarse un poquito más a la chica, sin soltar su mano y sin dejar de mirarla. Pero entonces todo se quedó a oscuras y la música empezó a sonar, dando comienzo al espectáculo de luces. Siempre empezaba igual: con un cuentecito infantil acompañado de luces y música de unos diez minutos. Esta vez contaba la cómica historia de un mago pirata que se perdía en alta mar y, cuando llegaba a tierra y pedía ayuda, se daba cuenta de que todos eran muggles y le daba miedo mostrar su magia, pero a la vez los muggles también necesitaban ayuda con un problema en sus terrenos, o algo así. Se estaba enterando solo a medias, porque estaba demasiado pendiente de mirar a Alice, de observar su risa, como le brillaban los ojos cada vez que cambiaban las luces. Si hubiera tenido las cosas tan claras como Dylan desde primero, quizás ahora fueran algo más que amigos que se buscan estrategias tontas para quedarse solos y darse la mano a escondidas. Llenó el pecho de aire y lo soltó poco a poco, devolviendo la vista al espectáculo, que ya estaba terminando con la maravillosa lectura de que, al final, todos se habían hecho buenos amigos y ayudado los unos a los otros. Sí, los cuentos de la feria siempre tenían el mismo hilo conductor. Eran bonitos, ciertamente.
Y terminado el cuento, empezó el espectáculo de luces en el cielo, combinado con la música. Era bastante espectacular y bonito, y acababa con una traca final de fuegos artificiales que dibujaba una imagen en todo el cielo. A lo largo del espectáculo se iba acercando poco a poco a Alice, cada vez más, y la mano que tenía libre también había ido a buscar el brazo de la chica, a la que no paraba de mirar de reojo. Cuando los últimos fuegos artificiales empezaron a estallar, comenzó a sonar una canción navideña que Marcus había escuchado otros años y le gustaba mucho, le ponía de buen humor, solo oírla le hacía sonreír... Aunque nunca se había parado a escuchar la letra. "Por favor, enamórate de mí esta Navidad". Vaya, que apropiado. Pero estaba de tan buen humor, estaba tan a gusto... Dylan estaba tan distraído... Empezó a caer una nevada mágica, otra ilusión parte del espectáculo de luces, mientras la canción no dejaba de sonar. "Bésame en esta fría noche de diciembre". Bueno, no era diciembre ya pero... Podía valer. - ¿Lo estás pasando bien? - Susurró con una sonrisa ilusionada, mirando a la chica, agarrando sus manos entre las suyas. Se mojó un poco los labios. Cada palabra que decía esa canción, esa canción navideña que llevaba años escuchando y jamás le había provocado lo que le estaba provocando en ese momento, le producía un cosquilleo en el pecho y le hacía sonreír. Bajó un poco la mirada, con su rostro cerca del de ella. - Siempre había disfrutado mucho de esta feria, pero... Nunca como hoy. - Alzó un poco la mirada a sus ojos y, con un sutil gestito, señaló a Dylan con una sonrisa ladeada. - Ojalá lleváramos viniendo desde primero. - Ojalá siempre lo hubiera tenido tan claro como lo tengo ahora. Rio un poco, y volvió a mirar a sus ojos. Dime que lo sabes. Dime que estás pensando lo mismo que yo por culpa de esta maldita canción. Dime que sabes que te quiero, Alice. Las cartas se lo habían dicho a ella, no a él, pero no hacía falta: era un cobarde. Lo sabía, lo tenía asumidísimo. Pero lo pensaba remediar... No esa noche, pero lo haría, en algún momento. Solo esperaba no arrepentirse demasiado del tiempo perdido, que ya para su gusto era mucho. Por lo pronto viviría el presente: y en ese presente, en esa fría noche, bajo la nevada y las luces, quería un beso de Alice, y eso hizo. Recortar lentamente la distancia y besarla. Decirle con ese beso lo que aún no se atrevía a decirle con palabras.
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Escenas de Navidad (Parte II) CON Marcus y mucha familia EN Casa de los O'Donnell Días del 1 al 6 de enero |
Sonrió con suficiencia cuando Marcus dijo lo de que nunca dejaba de sorprenderle. – Más que me alegro yo. Así vas a tener que seguir pegándote a mi para que tu vida sea interesante. – Dijo poniendo cara de pillina y alzando una ceja. Pero se perdió en sus manos entrelazadas y el espectáculo que estaba empezando.
Gal, al fin y al cabo, era una Gallia, y todo lo que fuera estimulante y espectacular captaba su atención al momento. La historia la tenía cautivada desde el minuto uno, y se inclinó hacia Marcus. – Me encantan las historias de piratas. Cuando era pequeña, siempre me imaginaba que yo era la pirata y le llevaba un montón de riquezas a un príncipe. Y ahora el príncipe se hacía pirata y no al revés. – Se rio un poquito de sí misma y se señaló la corona. – Claro, que los príncipes que yo me imaginaba no me regalaban cosas tan bonitas. – Y movió la muñeca donde llevaba la pulsera, sonriéndole.
Había vuelto a enfocar su atención en el espectáculo, en las luces concretamente, preguntándose cómo de peligroso sería replicarlas en Hogwarts para su cumpleaños, porque, la verdad, eran súper bonitas, y hacer eso desde la Torre de Astronomía… Pero se salió de sus cavilaciones para atender a Marcus, que la agarró de las manos, y juraría que estaba más cerca de ella que antes. Le sonrió ampliamente. – Sí ¿Qué clase de lunático aburrido no se lo pasaría bien aquí? Esto es genial. – Terminó con una risita. Pero no se movió lo más mínimo de su posición y no volvió a mirar al espectáculo, porque el auténtico espectáculo, la auténtica magia de la Navidad, era él. Se estaba empezando a percatar de la canción tan romántica que estaba sonando, y alzó un poco la mirada para ver la nieve. – Te entiendo. – Dijo. – Yo llevaba toda la vida yendo a la Feria de San Lorenzo y, cuando fui contigo, todo cambió… – Aquella maldita canción era tan tentadora como Un jour viendra lo fue en su día. Tomó aire hinchando el pecho y enfocando sus ojos. – Que más dará el pasado, Marcus O’Donnell, cuando todo mi presente es tuyo y solo tuyo. – Le dijo completamente anonadada con sus palabras y su mirada. Se unió a sus labios con dulzura, tal como demandaba la canción, bajo la nieve, las luces y todo el espíritu de aquella Navidad que había sido la mejor de su vida. Rozó sus labios con los suyos y subió una mano para acariciar su mejilla con devoción, que no se separara de ella, como si así pudiera pedirle “Vamos, Marcus, enamórate de mí. No seré la ideal para ti, pero dudo que nadie, nadie en el mundo, pueda quererte como te quiero yo”. Y su beso se sintió lleno de pasión, pero no de esa pasión que era para ellos como la chispa que prendía la hoguera de su deseo, si no pasión por algo, por un sentimiento, un pensamiento, de esas cosas que con palabras es muy difícil expresarlas y con gestos se traslucen mejor. Y podría afirmar, sin temor a duda, que era el beso más bonito que se habían dado, al menos estéticamente hablando, realmente, era como un cuento de hadas.
La canción paró y la gente se puso a aplaudir, así que se separó, con todo el dolor del mundo. Rozó su nariz con la de él y, manteniendo la sonrisa, dijo. – ¿Y si mantenemos la promesa para el año que viene nosotros también? Volvemos a la feria, vemos el espectáculo y… – Alzó la ceja. – Si tú quieres… Me besas otra vez así. – Dylan se giró dando un gran bostezo, pero con una sonrisa y un brillo en los ojos indescriptible. “Decidido. Quiero ser pirata.” Gal se echó a reír y le tomó de los hombros. – Díselo a papá, le va a parecer una idea perfecta. De momento, Dylan Patapalo, nos vamos a casa que menudo diíta que arrastramos.
Pero antes de irse quiso mirar la feria, detenidamente, mientras andaban hacia la caseta destartalada, como si sus ojos pudieran registrar cada puesto, cada experiencia, cada sabor, cada esquina en la que habían tenido un momento memorable más. Y antes de salir, le apretó la mano a Marcus y dijo. – Esto es el paraíso. Ya estoy contando los días hasta el año que viene. Gracias, príncipe azul, por darme otro recuerdo así. – Y cerrando los ojos, porque si no le iba a costar mucho, salió por la caseta.
Cuando entraron por la puerta de los O’Donnell, Arnold asomó por la puerta del pasillo. – Ya creía que había perdido a tres cuartos de la unidad familiar juvenil. A ver cómo le explicaba yo a mis padres que se me habían escapado los tres hijos pródigos. – Gal rio y justo, Arnold la enfocó abriendo mucho los ojos. – ¿Llevas una corona? – Emma se asomó con curiosidad por la puerta de la cocina, donde debía estar haciendo la cena, mientras ellos se quitaban los zapatos y los abrigos en la entrada. – Es mía por derecho. Me la ha puesto un emperador que la ha ganado magistralmente. – Dylan corrió hacia el señor O’Donnell, muy feliz, y este le miró. – ¿Tú también has vuelto hablando como en el Imperio Bizantino o eres un niño normal que se ha empachado a dulces en la feria? – “No, pero tomamos ponche cambia sabor. Y nos los dimos los unos a los otros para adivinarlos. Marcus se lo dio a Alice. Eran meigas fritas” Arnold asintió lentamente. – No me cabía duda. Ni que el de Alice era de arándanos. – Ella resopló. – ¿En serio soy tan predecible?
Gal, al fin y al cabo, era una Gallia, y todo lo que fuera estimulante y espectacular captaba su atención al momento. La historia la tenía cautivada desde el minuto uno, y se inclinó hacia Marcus. – Me encantan las historias de piratas. Cuando era pequeña, siempre me imaginaba que yo era la pirata y le llevaba un montón de riquezas a un príncipe. Y ahora el príncipe se hacía pirata y no al revés. – Se rio un poquito de sí misma y se señaló la corona. – Claro, que los príncipes que yo me imaginaba no me regalaban cosas tan bonitas. – Y movió la muñeca donde llevaba la pulsera, sonriéndole.
Había vuelto a enfocar su atención en el espectáculo, en las luces concretamente, preguntándose cómo de peligroso sería replicarlas en Hogwarts para su cumpleaños, porque, la verdad, eran súper bonitas, y hacer eso desde la Torre de Astronomía… Pero se salió de sus cavilaciones para atender a Marcus, que la agarró de las manos, y juraría que estaba más cerca de ella que antes. Le sonrió ampliamente. – Sí ¿Qué clase de lunático aburrido no se lo pasaría bien aquí? Esto es genial. – Terminó con una risita. Pero no se movió lo más mínimo de su posición y no volvió a mirar al espectáculo, porque el auténtico espectáculo, la auténtica magia de la Navidad, era él. Se estaba empezando a percatar de la canción tan romántica que estaba sonando, y alzó un poco la mirada para ver la nieve. – Te entiendo. – Dijo. – Yo llevaba toda la vida yendo a la Feria de San Lorenzo y, cuando fui contigo, todo cambió… – Aquella maldita canción era tan tentadora como Un jour viendra lo fue en su día. Tomó aire hinchando el pecho y enfocando sus ojos. – Que más dará el pasado, Marcus O’Donnell, cuando todo mi presente es tuyo y solo tuyo. – Le dijo completamente anonadada con sus palabras y su mirada. Se unió a sus labios con dulzura, tal como demandaba la canción, bajo la nieve, las luces y todo el espíritu de aquella Navidad que había sido la mejor de su vida. Rozó sus labios con los suyos y subió una mano para acariciar su mejilla con devoción, que no se separara de ella, como si así pudiera pedirle “Vamos, Marcus, enamórate de mí. No seré la ideal para ti, pero dudo que nadie, nadie en el mundo, pueda quererte como te quiero yo”. Y su beso se sintió lleno de pasión, pero no de esa pasión que era para ellos como la chispa que prendía la hoguera de su deseo, si no pasión por algo, por un sentimiento, un pensamiento, de esas cosas que con palabras es muy difícil expresarlas y con gestos se traslucen mejor. Y podría afirmar, sin temor a duda, que era el beso más bonito que se habían dado, al menos estéticamente hablando, realmente, era como un cuento de hadas.
La canción paró y la gente se puso a aplaudir, así que se separó, con todo el dolor del mundo. Rozó su nariz con la de él y, manteniendo la sonrisa, dijo. – ¿Y si mantenemos la promesa para el año que viene nosotros también? Volvemos a la feria, vemos el espectáculo y… – Alzó la ceja. – Si tú quieres… Me besas otra vez así. – Dylan se giró dando un gran bostezo, pero con una sonrisa y un brillo en los ojos indescriptible. “Decidido. Quiero ser pirata.” Gal se echó a reír y le tomó de los hombros. – Díselo a papá, le va a parecer una idea perfecta. De momento, Dylan Patapalo, nos vamos a casa que menudo diíta que arrastramos.
Pero antes de irse quiso mirar la feria, detenidamente, mientras andaban hacia la caseta destartalada, como si sus ojos pudieran registrar cada puesto, cada experiencia, cada sabor, cada esquina en la que habían tenido un momento memorable más. Y antes de salir, le apretó la mano a Marcus y dijo. – Esto es el paraíso. Ya estoy contando los días hasta el año que viene. Gracias, príncipe azul, por darme otro recuerdo así. – Y cerrando los ojos, porque si no le iba a costar mucho, salió por la caseta.
Cuando entraron por la puerta de los O’Donnell, Arnold asomó por la puerta del pasillo. – Ya creía que había perdido a tres cuartos de la unidad familiar juvenil. A ver cómo le explicaba yo a mis padres que se me habían escapado los tres hijos pródigos. – Gal rio y justo, Arnold la enfocó abriendo mucho los ojos. – ¿Llevas una corona? – Emma se asomó con curiosidad por la puerta de la cocina, donde debía estar haciendo la cena, mientras ellos se quitaban los zapatos y los abrigos en la entrada. – Es mía por derecho. Me la ha puesto un emperador que la ha ganado magistralmente. – Dylan corrió hacia el señor O’Donnell, muy feliz, y este le miró. – ¿Tú también has vuelto hablando como en el Imperio Bizantino o eres un niño normal que se ha empachado a dulces en la feria? – “No, pero tomamos ponche cambia sabor. Y nos los dimos los unos a los otros para adivinarlos. Marcus se lo dio a Alice. Eran meigas fritas” Arnold asintió lentamente. – No me cabía duda. Ni que el de Alice era de arándanos. – Ella resopló. – ¿En serio soy tan predecible?
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- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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Escenas de Navidad (Parte II) CON Alice y mucha familia EN Casa de los O'Donnell Días del 1 al 6 de enero |
- ¿Ah, sí? - Contestó divertido a su historia. - Pues yo nunca me imaginé que... - Acabaría enamorándome de una pirata. - ...acabaría convertido en príncipe. Aunque lo de emperador... Eso no te lo discuto. - Bromeó entre risas. Mejor usar bromas para disipar un poco esa tensión romántica entre ellos, para intentar controlarse de no decirle lo que sentía... Pero esas frases no ayudaban. "Que más dará el pasado, Marcus O’Donnell, cuando todo mi presente es tuyo y solo tuyo". Por unos instantes no supo ni qué decir, probablemente no tuviera una respuesta adecuada para esa frase en su vida, nada que no fuera abrir su corazón por completo. La posibilidad de que las cosas salieran bien entre ellos cuando se lo confesara era en esos momentos el único motivo que le hacía desear que la Navidad se acabase. Esas Navidades que habían sido indudablemente las mejores de su vida.
Se quedó unos instantes con los ojos cerrados y el corazón acelerado después de ese beso, ni siquiera era consciente de que la música había terminado y la gente estaba aplaudiendo. Bajó un poco a la realidad cuando notó el roce de la nariz de Alice con la suya, que le hizo sonreír. Abrió entonces los ojos. - Eso está hecho. - Hizo una muequecita pensativa. - Aunque no sé si voy a aguantar un año entero sin besarte otra vez. - Bromeó entre risas. Ni siquiera sabía si iba a aguantar un minuto entero sin besarla otra vez. Se dirigieron hacia la salida de nuevo, con la satisfacción de un maravilloso día más junto a Alice y en ese lugar que le encantaba, y cuando la chica lo definió como el paraíso, la miró con una sonrisilla y arqueó las cejas, encogiéndose de hombros. - Lo sé, te lo he dicho nada más llegar. - Dejó una caricia en su mejilla. - Te lo debía. - Por la feria de San Lorenzo. Por tantos otros momentos bonitos junto a ella en esos siete años.
- ¡Ya estamos de vuelta! - Anunció contento nada más cruzó la puerta de su casa, con el mismo soniquete alegre con el que había anunciado horas antes que se iban. Se quitó el abrigo y, mientras lo hacía, notó como su padre se daba cuenta de la corona de Alice, lo cual le hizo reír, pero justo después hinchó el pecho. - Por si tenéis dudas, El Emperador soy yo. - Tanto su padre como su madre, que había aparecido también por allí, le miraron con una ceja arqueada como si hubiera perdido el juicio. - Y os diré más. - Añadió, levantando un índice. - También me he empachado de dulces, porque no eran cosas excluyentes. - Su madre le miró con una sonrisita. - Supongo que no tendrás hambre para la cena, entonces. - En ningún momento de esta conversación he dicho eso. - Eso hizo reír a Emma, que sabía perfectamente cual iba a ser la respuesta de su hijo. - No sé si quiero saber la historia que hay detrás de eso del emperador. - Te aseguro que no quieres. - Murmuró su madre por lo bajo, pero Arnold insistió. - Es que me había quedado en la versión de la historia de los príncipes, algo ha debido pasar en medio. - Marcus, que ya se había cambiado de zapatos y colocado el abrigo, el gorro y la bufanda en el perchero, suspiró. - Resulta que aquí mi amiga sabe leer las cartas del tarot. - ¿Tarot? - Al parecer Lex había salido de su huronera. - ¿No tuvisteis suficiente con la profecía de Adivinación, o qué? - Solo nos estábamos burlando. - Aseveró Marcus con hastío. - Pero me salió la carta del Emperador, y de ahí la bromita. - Y por el rabillo del ojo vio a Dylan escribiendo en su libreta con una sonrisita diabólica. Mal asunto sacar el tema del tarot. - ¡Por cierto! - Dijo parapetando al niño, bajándole sutilmente la libreta con una mano, mientras dedicaba una amplia sonrisa a sus padres. - Alice tiene una cosita para vosotros. -
Se quedó unos instantes con los ojos cerrados y el corazón acelerado después de ese beso, ni siquiera era consciente de que la música había terminado y la gente estaba aplaudiendo. Bajó un poco a la realidad cuando notó el roce de la nariz de Alice con la suya, que le hizo sonreír. Abrió entonces los ojos. - Eso está hecho. - Hizo una muequecita pensativa. - Aunque no sé si voy a aguantar un año entero sin besarte otra vez. - Bromeó entre risas. Ni siquiera sabía si iba a aguantar un minuto entero sin besarla otra vez. Se dirigieron hacia la salida de nuevo, con la satisfacción de un maravilloso día más junto a Alice y en ese lugar que le encantaba, y cuando la chica lo definió como el paraíso, la miró con una sonrisilla y arqueó las cejas, encogiéndose de hombros. - Lo sé, te lo he dicho nada más llegar. - Dejó una caricia en su mejilla. - Te lo debía. - Por la feria de San Lorenzo. Por tantos otros momentos bonitos junto a ella en esos siete años.
- ¡Ya estamos de vuelta! - Anunció contento nada más cruzó la puerta de su casa, con el mismo soniquete alegre con el que había anunciado horas antes que se iban. Se quitó el abrigo y, mientras lo hacía, notó como su padre se daba cuenta de la corona de Alice, lo cual le hizo reír, pero justo después hinchó el pecho. - Por si tenéis dudas, El Emperador soy yo. - Tanto su padre como su madre, que había aparecido también por allí, le miraron con una ceja arqueada como si hubiera perdido el juicio. - Y os diré más. - Añadió, levantando un índice. - También me he empachado de dulces, porque no eran cosas excluyentes. - Su madre le miró con una sonrisita. - Supongo que no tendrás hambre para la cena, entonces. - En ningún momento de esta conversación he dicho eso. - Eso hizo reír a Emma, que sabía perfectamente cual iba a ser la respuesta de su hijo. - No sé si quiero saber la historia que hay detrás de eso del emperador. - Te aseguro que no quieres. - Murmuró su madre por lo bajo, pero Arnold insistió. - Es que me había quedado en la versión de la historia de los príncipes, algo ha debido pasar en medio. - Marcus, que ya se había cambiado de zapatos y colocado el abrigo, el gorro y la bufanda en el perchero, suspiró. - Resulta que aquí mi amiga sabe leer las cartas del tarot. - ¿Tarot? - Al parecer Lex había salido de su huronera. - ¿No tuvisteis suficiente con la profecía de Adivinación, o qué? - Solo nos estábamos burlando. - Aseveró Marcus con hastío. - Pero me salió la carta del Emperador, y de ahí la bromita. - Y por el rabillo del ojo vio a Dylan escribiendo en su libreta con una sonrisita diabólica. Mal asunto sacar el tema del tarot. - ¡Por cierto! - Dijo parapetando al niño, bajándole sutilmente la libreta con una mano, mientras dedicaba una amplia sonrisa a sus padres. - Alice tiene una cosita para vosotros. -
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Escenas de Navidad (Parte II) CON Marcus y mucha familia EN Casa de los O'Donnell Días del 1 al 6 de enero |
Suspiró con las bromitas de los O’Donnell en general, pero en el fondo estaba encantada de volver a casa y encontrarse un lugar tan calentito, la cena haciéndose y todos ahí hablando. Pero, debía reconocer, era un poco perjudicial para ella, porque ahora tenía que sacar el bote de navarryl del abrigo. Y no era precisamente discreto. Y Marcus y Dylan ya se habían quitado los suyos. – Bueno, no es que sepa leerlas, ni mucho menos creo en ellas… Pero los niños querían. – ¿Mi hijo cuenta como niño aún? Me alegro. – Dijo Arnold. Y ella con el abrigo aún. – No, me refería a Olive. Anda, Dylan, cuéntale al señor O’Donnell con quién nos hemos encontrado. –Y la vista de Arnold pasó a la libreta de su hermano. Emma había vuelto a la cocina, así que aprovechó y sacó el bote, escondiéndolo en la mano. Se pegó a Marcus disimuladamente y le dio con la mano. – Cógelo y guárdatelo en el pantalón, yo no tengo bolsillos. – Susurró.
La voz de Lex la devolvió a la realidad. – Oh, pero si ya vais en plan familia y todo. – Dijo con una sonrisa forzada. – Da hasta grima. – Ella entornó los ojos y negó con la cabeza. – Todos tienen envidia de mi corona. No me extraña, es perfecta. – Fue a su abrigo y sacó los paquetitos. – Pero Marcus tiene razón… – Vaya qué novedad. – Gal se giró hacia Lex y le dijo. – Si pudieras bajar ligeramente el nivel de sarcasmo y la pasivo-agresividad de tus comentarios, Alexander, te lo agradecería, porque intento darle un regalo a tus padres. – Se acercó a la puerta de la cocina y metió la cabeza. – ¿Tiene un par de macetas libres, señora O’Donnell? – Ella alzó una ceja. – Sí, fuera, en el cobertizo que está… – Pero Lex apareció detrás de ella y la empujó de los hombros hacia delante. – Yo te ayudo. – Gal se giró, frunciendo el ceño, pero se acabó dejando llevar. Cruzaron el patio que había a la salida de la cocina y Lex abrió la puerta de la caseta que había enfrente. – ¿Qué le has dado a mi hermano? – Ella siguió mirándole confusa, mientras le chico buscaba diligentemente las macetas. – ¿Perdona? – Te he visto. Te has sacado algo del bolsillo y se lo has dado por la espalda. Alcohol no es, porque conozco al prefecto O’Donnell, y después de la que lio en Nochevieja va a tardar un tiempo en volver a probarlo. Y parecía muy pequeño, pero puede estar hechizado… – Dijo pensativo, saliendo con las macetas en brazos. – ¿Estas o más grandes? – Ella estaba tan en shock por la pillada y a la vez la ayuda de Lex que solo le salió decir. – Sí, sí, esas valdrán. – Él asintió y cerró la puerta tras de sí. – Así que es algo prohibido ¿Se puede tomar? – Ya no tenía sentido negarlo, así que simplemente negó con la cabeza. – Oh. – Dijo poniendo cara de asco. – Es una de vuestras guarrerías ¿Verdad? No se puede con vosotros… – Dijo dirigiéndose a la casa. – Eh, eh, eh… – Gal le siguió y le agarró del brazo. – Si no dices nada… Te lo dejo. Para que lo uses tú algún día… – Dijo dejándolo en el aire. Lex puso cara de asco. – ¡No! No voy a usar algo que hayáis usado vosotros fo… – Gal el chistó. – Que no, idiota, que es un aceite. Te lo echas y ya está. – Él la miró sobrado. – ¿Y eso es todo? Vaya si le dais a la fantasía. – Hace cosas, el aceite. – Dijo mordiéndose el labio y alzando las cejas significativamente. Eso le hizo quedarse pensativo. – Hecho. Pero desinfecta la botella antes de dármela. – Eso le hizo reír mientras entraban en la casa. – ¿Qué hacíais? ¿Tanto te ha costado encontrar las macetas? – Preguntó Emma nada más entrar, que ya estaba con los brazos cruzados. – Oye, Marcus está todo el día con ella, yo salgo dos minutos y ya me toca interrogatorio. Vaya vara de medir usáis en esta casa. – Igual se había equivocado de táctica en la vida, y la de Lex de ladrar absolutamente a todo el mundo por todo era más adecuada para salir de los atolladeros.
Con una sonrisa, se inclinó sobre las macetas y dejó los paquetitos en el fondo. Se levantó y sacó la varita. – Se han portado muy bien con nosotros, señores O’Donnell. Y como de lo que más sé es de plantitas, pues he buscado las plantas que identificaba con ustedes. – Agitó la varita y ambas plantas salieron de golpe, ajustándose a las macetas. – Esa es la suya, señor O’Donnell. Un rododendro. Las hojas tienen… – ¡La proporción áurea! – Dijo agachándose con los ojos completamente abiertos y expresión de felicidad. – ¡Me encantan! ¡Es la planta de un aritmántico, sin duda! ¡Muchísimas gracias! ¿Has visto estas hojas, hijo? – Dijo mirando a Marcus desde el suelo. Emma ya se había acercado a la suya y acariciaba suavemente los pétalos de las calas. – Y obviamente, esa es la suya señora O’Donnell. Si hubiera tenido que decir una sola flor que fuera con usted, hubiera dicho esa. – Emma la miró alzando la ceja pero sin perder la sonrisa. – Son muy difíciles de cuidar. – Ella asintió con una sonrisa. – Lo sé, pero no me cabe duda de que usted sabrá cuidarlos. No se me ocurre nadie que sepa hacerlo mejor. – Arnold miraba de reojo a Emma con una sonrisa y ella suspiró. – Son las flores de mi ramo de novia. Tengo una arriba, conservada en alquimia ¿Quieres verla? – Iba a replicar que ya lo sabía, que Marcus se lo había dicho, pero para una vez que tenía un momento bonito con Emma, no lo quiso romper y se limitó a asentir con una gran sonrisa y seguirla escaleras arriba.
Nunca había entrado en la habitación de los O’Donnell, pero era como si entrara en la de un emperador de verdad. Eso le recordó que aún llevaba la corona y se la quitó, sosteniéndola en las manos con un poco de vergüenza. Emma se acercó al tocador y señaló la campana de cristal en la que estaba el lirio. – ¡Oh! El suyo era anaranjado ¡Qué bonito! Si lo llego a saber se los traigo de ese color. – Emma se encogió de hombros. – Bueno, para todo hay un momento en la vida. Con un vestido de novia, no me pegaban más lirios blancos, pero ahora cuidaré de estos como si me fuera la vida en ello. – Es la flor más elegante que hay. – Dijo ella con media sonrisa mirando aún el de la campana. La mujer se había quedado en silencio. – Gracias, Alice. Arnold y yo lo apreciamos mucho, de verdad. – Se miraron por un momento y simplemente se mostraron agradecimiento sincero, cada una por lo suyo con las miradas. – Voy a bajar a terminar la cena. Os aviso cuando esté lista. – Ella asintió y salió tras la mujer. Pero en vez de meterse a su cuarto, esperó unos segundos a que bajara y llamó a la puerta de Marcus.
Cuando la dejó pasar, fue hasta el borde de la cama y se sentó. – Venga, sácalo y probamos un poquito, como yo en la feria, solo para que veas que funciona, solo es un experimento chiquitito. – Cogió la botellita y la abrió. Inmediatamente, un olor especiado y ahumado se metió en su nariz. Con mucho cuidado, echó dos gotitas en su palma. Era espeso y muy muy oleoso, lo cual debía ser bastante beneficioso si el objetivo era que acabara en todas partes. Miró significativamente la mano de Marcus para que le pusiera la palma. – La izquierda, para que puedas juntarla ahora con mi derecha. – Y echó dos gotas también en su mano. Dejó la botellita en la mesa y la tapó, volviendo a ponerse frente a él. – Junta la palma con la mía. – Y fueron girando las manos hasta que pudieron entrelazarse los dedos. Esperó unos segundos y dio con el índice en la nariz de Marcus para ver si funcionaba. El tacto fantasma, pero más claro que en la feria, sobre su propia nariz, le hizo reír. – Oh sí. Mira. – Agarró la mano libre de Marcus con la suya y se la puso en la mejilla. – ¿Lo notas?
La voz de Lex la devolvió a la realidad. – Oh, pero si ya vais en plan familia y todo. – Dijo con una sonrisa forzada. – Da hasta grima. – Ella entornó los ojos y negó con la cabeza. – Todos tienen envidia de mi corona. No me extraña, es perfecta. – Fue a su abrigo y sacó los paquetitos. – Pero Marcus tiene razón… – Vaya qué novedad. – Gal se giró hacia Lex y le dijo. – Si pudieras bajar ligeramente el nivel de sarcasmo y la pasivo-agresividad de tus comentarios, Alexander, te lo agradecería, porque intento darle un regalo a tus padres. – Se acercó a la puerta de la cocina y metió la cabeza. – ¿Tiene un par de macetas libres, señora O’Donnell? – Ella alzó una ceja. – Sí, fuera, en el cobertizo que está… – Pero Lex apareció detrás de ella y la empujó de los hombros hacia delante. – Yo te ayudo. – Gal se giró, frunciendo el ceño, pero se acabó dejando llevar. Cruzaron el patio que había a la salida de la cocina y Lex abrió la puerta de la caseta que había enfrente. – ¿Qué le has dado a mi hermano? – Ella siguió mirándole confusa, mientras le chico buscaba diligentemente las macetas. – ¿Perdona? – Te he visto. Te has sacado algo del bolsillo y se lo has dado por la espalda. Alcohol no es, porque conozco al prefecto O’Donnell, y después de la que lio en Nochevieja va a tardar un tiempo en volver a probarlo. Y parecía muy pequeño, pero puede estar hechizado… – Dijo pensativo, saliendo con las macetas en brazos. – ¿Estas o más grandes? – Ella estaba tan en shock por la pillada y a la vez la ayuda de Lex que solo le salió decir. – Sí, sí, esas valdrán. – Él asintió y cerró la puerta tras de sí. – Así que es algo prohibido ¿Se puede tomar? – Ya no tenía sentido negarlo, así que simplemente negó con la cabeza. – Oh. – Dijo poniendo cara de asco. – Es una de vuestras guarrerías ¿Verdad? No se puede con vosotros… – Dijo dirigiéndose a la casa. – Eh, eh, eh… – Gal le siguió y le agarró del brazo. – Si no dices nada… Te lo dejo. Para que lo uses tú algún día… – Dijo dejándolo en el aire. Lex puso cara de asco. – ¡No! No voy a usar algo que hayáis usado vosotros fo… – Gal el chistó. – Que no, idiota, que es un aceite. Te lo echas y ya está. – Él la miró sobrado. – ¿Y eso es todo? Vaya si le dais a la fantasía. – Hace cosas, el aceite. – Dijo mordiéndose el labio y alzando las cejas significativamente. Eso le hizo quedarse pensativo. – Hecho. Pero desinfecta la botella antes de dármela. – Eso le hizo reír mientras entraban en la casa. – ¿Qué hacíais? ¿Tanto te ha costado encontrar las macetas? – Preguntó Emma nada más entrar, que ya estaba con los brazos cruzados. – Oye, Marcus está todo el día con ella, yo salgo dos minutos y ya me toca interrogatorio. Vaya vara de medir usáis en esta casa. – Igual se había equivocado de táctica en la vida, y la de Lex de ladrar absolutamente a todo el mundo por todo era más adecuada para salir de los atolladeros.
Con una sonrisa, se inclinó sobre las macetas y dejó los paquetitos en el fondo. Se levantó y sacó la varita. – Se han portado muy bien con nosotros, señores O’Donnell. Y como de lo que más sé es de plantitas, pues he buscado las plantas que identificaba con ustedes. – Agitó la varita y ambas plantas salieron de golpe, ajustándose a las macetas. – Esa es la suya, señor O’Donnell. Un rododendro. Las hojas tienen… – ¡La proporción áurea! – Dijo agachándose con los ojos completamente abiertos y expresión de felicidad. – ¡Me encantan! ¡Es la planta de un aritmántico, sin duda! ¡Muchísimas gracias! ¿Has visto estas hojas, hijo? – Dijo mirando a Marcus desde el suelo. Emma ya se había acercado a la suya y acariciaba suavemente los pétalos de las calas. – Y obviamente, esa es la suya señora O’Donnell. Si hubiera tenido que decir una sola flor que fuera con usted, hubiera dicho esa. – Emma la miró alzando la ceja pero sin perder la sonrisa. – Son muy difíciles de cuidar. – Ella asintió con una sonrisa. – Lo sé, pero no me cabe duda de que usted sabrá cuidarlos. No se me ocurre nadie que sepa hacerlo mejor. – Arnold miraba de reojo a Emma con una sonrisa y ella suspiró. – Son las flores de mi ramo de novia. Tengo una arriba, conservada en alquimia ¿Quieres verla? – Iba a replicar que ya lo sabía, que Marcus se lo había dicho, pero para una vez que tenía un momento bonito con Emma, no lo quiso romper y se limitó a asentir con una gran sonrisa y seguirla escaleras arriba.
Nunca había entrado en la habitación de los O’Donnell, pero era como si entrara en la de un emperador de verdad. Eso le recordó que aún llevaba la corona y se la quitó, sosteniéndola en las manos con un poco de vergüenza. Emma se acercó al tocador y señaló la campana de cristal en la que estaba el lirio. – ¡Oh! El suyo era anaranjado ¡Qué bonito! Si lo llego a saber se los traigo de ese color. – Emma se encogió de hombros. – Bueno, para todo hay un momento en la vida. Con un vestido de novia, no me pegaban más lirios blancos, pero ahora cuidaré de estos como si me fuera la vida en ello. – Es la flor más elegante que hay. – Dijo ella con media sonrisa mirando aún el de la campana. La mujer se había quedado en silencio. – Gracias, Alice. Arnold y yo lo apreciamos mucho, de verdad. – Se miraron por un momento y simplemente se mostraron agradecimiento sincero, cada una por lo suyo con las miradas. – Voy a bajar a terminar la cena. Os aviso cuando esté lista. – Ella asintió y salió tras la mujer. Pero en vez de meterse a su cuarto, esperó unos segundos a que bajara y llamó a la puerta de Marcus.
Cuando la dejó pasar, fue hasta el borde de la cama y se sentó. – Venga, sácalo y probamos un poquito, como yo en la feria, solo para que veas que funciona, solo es un experimento chiquitito. – Cogió la botellita y la abrió. Inmediatamente, un olor especiado y ahumado se metió en su nariz. Con mucho cuidado, echó dos gotitas en su palma. Era espeso y muy muy oleoso, lo cual debía ser bastante beneficioso si el objetivo era que acabara en todas partes. Miró significativamente la mano de Marcus para que le pusiera la palma. – La izquierda, para que puedas juntarla ahora con mi derecha. – Y echó dos gotas también en su mano. Dejó la botellita en la mesa y la tapó, volviendo a ponerse frente a él. – Junta la palma con la mía. – Y fueron girando las manos hasta que pudieron entrelazarse los dedos. Esperó unos segundos y dio con el índice en la nariz de Marcus para ver si funcionaba. El tacto fantasma, pero más claro que en la feria, sobre su propia nariz, le hizo reír. – Oh sí. Mira. – Agarró la mano libre de Marcus con la suya y se la puso en la mejilla. – ¿Lo notas?
Merci Prouvaire!
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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Freyja
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Escenas de Navidad (Parte II) CON Alice y mucha familia EN Casa de los O'Donnell Días del 1 al 6 de enero |
- Ja-ja, muy gracioso papá. Aunque me lo he pasado como cuando era pequeño, si eso cuenta como niño. - Dijo sonriente, y estaba a punto de añadir más información sobre su encuentro con Olive, el cual Dylan había empezado a narrar en su libreta, cuando Alice llamó su atención. Casi antes de que girara su mirada a ella, notó como dejaba algo en su mano. No algo, eso. El bote de aceite que compraron en ese puesto de pociones exóticas. Estaba tan infantilmente entusiasmado que casi se le olvida su existencia.
Con el disimulo que caracteriza a Marcus, fue notar el bote en sus manos y la maniobra de Alice y tensarse. Aún así, se guardó el bote en el bolsillo rápidamente tal y como ella le dijo, notando como sus mejillas se encendían, y mirando con culpabilidad a su alrededor. Menos mal que su madre ya no estaba, que su padre y Dylan estaban entretenidos y... Ah, mierda, Lex. No llegó a cruzar la mirada con él ni un milisegundo, porque en seguida se forzó en retirarla como si nada y disimular, carraspeando un poco. Y entonces su hermano echó a hablar... Pero solo era para soltar un comentario de los suyos. Al menos eso le relajó, estaba claro que no se había dado cuenta de lo que había pasado. - ¿Os dan puntos en Slytherin por ser tan envidiosos? - Preguntó rodando los ojos, pero señaló a Alice con obviedad cuando dijo que lo que le pasaba era que tenía envidia de su corona. Si es que era tan obvio.
Se tuvo que reír con el comentario de Alice, porque no lo podía evitar, estaba absolutamente feliz, y porque había dicho algo similar a lo que hubiera dicho él pero con más gracia. En lo que la chica preguntaba por las macetas, Marcus dio un salto y se dirigió al trote a las escaleras. - ¡Subo y bajo! - Anunció cantarín. Otra cosa no, pero Marcus O'Donnell se pasaba el día subiendo y bajando escaleras, y ahí tenía un motivo más que de peso: dejar el aceite de navarryl en su cuarto. Ni de coña se pasaba la cena con eso en el bolsillo, parecía que le palpitaba a gritos, se le iba a notar un montón la cara de culpable... Como si él hubiera hecho algo con eso o... Pensara hacerlo... En fin. Dejó el tarro a buen recaudo en uno de sus cajones y, cuando cerró, se giró hacia Elio con un índice en los labios. - Tú no has visto nada. - La lechuza ladeó la cabeza con confusión, pero Marcus quiso pensar que lo había captado. Esperaba que su curioso animalillo no empezara a picotear el cajón nada más salir él de allí.
Volvió a bajar al trote las escaleras y casi se come a su padre en la puerta de la cocina. - Wow, qué velocidad. - Ah, perdona. - Contestó casi dando un salto en su sitio, con una sonrisa amplia. Su padre se echó a reír. - Emma, vamos a tener que revisarle al niño las dosis de azúcar. - ¿Qué gracioso estás hoy, no? ¿No puede uno estar contento o qué? - Y a pesar de su tono de queja, no se le quitaba la sonrisa de la cara. Su padre suspiró y le condujo un poco más hacia dentro, junto a su madre, que se estaba riendo por lo bajo. - ¿Y Dylan? - En el baño. No hagas la de esquivar, anda. - Marcus frunció el ceño. - No, solo preguntaba... - Veo que te lo has pasado en grande. - Su padre le estaba mirando con una ceja arqueada y una sonrisita. Su madre removía la comida, sin mirarle, pero también estaba escondiendo una sonrisita en los labios. Marcus, que no podía perder la sonrisa, frunció un poco el ceño, extrañado una vez más. - Sí... Mucho... - Ahí se estaba cociendo algo. Su madre dio un suspiro mudo y su padre uno un tanto más sonoro y menos natural. - Ya veo... ¿Y esa corona? - Marcus se irguió con orgullo, aunque con un toque prudente en su mirada. Empezaba a vislumbrar por dónde iban los tiros, lo que no sabía era por qué. - Se la he regalado yo. Es decir, me ha tocado en el juego ese de pescar caballitos alados. - ¿Te ha tocado? Creí que se podía elegir el premio. - Sí, bueno, se puede, pero de lo que había... Pues me ha gustado eso. - Se le estaba bajando el nivel de convencimiento conforme hablaba, y a su padre se le notaba horrores que se estaba aguantando la risa. Su madre, por su parte, había dejado escapar una risita aguda, llevándose la mano a los labios para taparse ya tarde con objeto de disimular.
- Y... ¿Alguna novedad más? - Preguntó su padre con tono de alegre interrogación. Ya sabía lo que le estaba preguntando. Marcus ladeó una sonrisa con un toque un tanto frustrado y suspiró. - No, ninguna... - Sus padres se intercambiaron miradas. - Por ahora. - Añadió. Porque, sí, no le había dicho a Alice lo que sentía por ella... Por ahora. Su padre volvió a mirarle con una sonrisita y le dio un par de palmadas en el hombro. - Me gusta ese "por ahora". Pero no lo demores tanto, a ver si... Se te va a ir volando. - Su madre volvió a reír. - Ya, muy graciosos. Estáis súper graciosos. - Oish, tu hermano capaz de no encontrar las macetas. - Dijo la mujer, suspirando y acercándose a la puerta del patio. Pero justo Alice y Lex aparecieron por allí, al tiempo que Dylan volvía a la cocina. Marcus rodó los ojos, echando la cabeza hacia atrás con un fingido gruñido de desesperación. - Ooohhjjj por Dios, qué quejica eres. Mamá, si algún día me ves pasando más tiempo de la cuenta con Darren, te dejo que me regañes. - Comentó irónico. - Tú ya pasas más tiempo con Darren del que me gustaría. - Pues no haberte echado un novio de mi curso. - ¿Podemos hacer caso a la pobre Alice que ha venido con un regalo, por favor? - Comentó su padre, zanjando la infantil riña fraternal.
Con un toque de la varita, las plantas crecieron en la maceta tal y como estaban cuando las compraron en la tienda. Y, tal y como predijo, su padre alucinó con la suya. Se acercó hasta él sonriente. - ¡Sí! Es impresionante, son perfectas. - Comentó, compartiendo el entusiasmo de su padre mientras miraba las hojas del rododendro. Pero tuvo que alzar la mirada para ver la reacción de su madre. De nuevo, no se equivocó. Podía ver en su cara, a pesar de su muy sutil expresividad, que se había enamorado en el acto de la planta. Sonrió ampliamente, pasando la mirada de su madre a su padre, mirando a este último con complicidad. De hecho, la prueba de lo mucho que le había gustado es que invitó a Alice a ver la suya. Había gente en su familia que no había entrado nunca en la habitación de sus padres, así que ya podía estar contenta para darle pase.
Siguió con la mirada a su madre y a Alice, llenando el pecho de aire y soltándolo por la nariz, embelesado, durante unos segundos. Y cuando estos pasaron, volvió su necesaria hiperactividad y necesidad de subir y bajar escaleras. Además, algo le decía que Alice iría a buscarle antes de la cena, y él nunca decía que no a un momento a solas con la chica. - ¡Subo otra vez! - Su padre estaba demasiado ilusionado con su plantita nueva, y acostumbrado a sus subidas y bajadas, las cuales era absurdo frenar. Fue Lex, una vez más, el que soltó un comentario que le hizo detener en seco su carrera. - Cuidado con las escaleras, príncipe emperador. - Escuchó las risitas de los tres, su padre, Dylan y Lex, y se giró con los brazos caídos y una expresión fastidiada. - Ya vale con la bromita, ¿no? ¿Me lo vais a estar recordando toda la vida o qué? - Hijo, reconoce que es muy gracioso. - Dijo su padre entre risas, aún arrodillado en el suelo y acariciando las hojas. - Y para una vez que nos das motivos reales para meternos contigo. - Lex y Dylan habían aumentado la intensidad de la risa. Marcus bufó y les apuntó a los tres con un índice. - La envidia mata, ¿lo sabéis? - Caerse por las escaleras también. - Apuntilló Lex, lo cual provocó que los tres se rieran aún más. - Me dais más motivos para enorgullecerme con vuestras risitas envidiosas, que lo sepáis. - Dijo muy digno, saliendo de la cocina y dejando a los otros tres muertos de risa en la cocina.
Cuando volvió a su cuarto, Elio no estaba. No le extrañó, de noche solía salir a volar un poco por el jardín, o se mudaba al árbol frente a su ventana, o simplemente se cambiaba de habitación. Mejor, quería estar solo... Es decir, si Alice venía... Bueno, qué más daba. Apenas entró en su cuarto, ya estaba Alice en la puerta y con una misión clara. Marcus abrió ligeramente los ojos y miró a los lados como si temiera que emergiera alguien de las paredes. - ¿En serio? ¿Ahora? - Los dos sabían que no iba a ser "un poquito como en la feria" ni "un experimento chiquitito", o quizás su mala conciencia, la que le había mandado demasiadas imágenes mientras Alice leía la receta en plena calle, le estaba traicionando. Hizo una mueca, pensándoselo, pero al final abrió el cajón, sacó la botella y se sentó junto a ella en la cama. Como hiciera con la cuchara, justo cuando iba a dársela, la retiró. - Con prudencia. Que nos esperan para cenar. Y esto dice que dura más de una hora. - Pero al final se la dio, con una mezcla entre curiosidad y desconfianza, y sintiendo un escalofrío que le hizo inconscientemente frotarse un brazo mientras veía a la chica trastear con el aceite.
Se mojó un poco los labios, escondiendo una sonrisilla nerviosa, y le tendió la palma de la mano izquierda tal y como le pidió. La entrelazó con la de la chica, notando como se le aceleraba un poco el pulso en anticipación, porque aquello le resultaba todo un misterio, de esos que hasta que no lo viera, no lo creería. En ese caso, hasta que no lo sintiera, lo cual lo volvía mucho más interesante. Arrugó la nariz con una sonrisita ante el toque de la chica, pero su afirmación de que lo había notado le hizo abrir mucho los ojos. - ¿De verdad? - Era increíble. Dejó que agarrara su mano y le acariciara la mejilla... Y ahí estaba. La sensación, no tan directa como si acariciara su propia piel, pero perfectamente notable. - ¡Sí! Lo noto. Es... Es increíble. - Dijo alucinado. - ¿Pero de qué está hecho esto? - Preguntó buscando el bote con la mirada, y él mismo se dio cuenta de lo que acababa de hacer. A ver, Marcus. Aprovecha el momento que tienes con Alice. Ya investigarás otro día. Le podía la curiosidad. Pero si alguien podía hacer que focalizara la atención en algo que le interesaba muchísimo más, era ella.
- Es... Da un poco de... - Se rio. - Es raro. - Pero si había sentido así una caricia, ¿qué sentiría si...? Sacudió un poco la cabeza, moviendo los rizos. - Vale... A ver. - Se acercó a ella despacio, poco a poco hasta llegar a su mejilla. Primero simplemente la rozó con su nariz, y ya notó el tacto ligero en su propio rostro. Sonrió y, sin acelerar la velocidad lo más mínimo, dejó un beso suave en su piel. Lo había notado, había notado el cosquilleo en la suya también. - Uh... Es raro, sí... - Era como darse un beso a sí mismo, pero... También era como si ella le hubiera besado al tiempo que lo hacía él. Buscarle el razonamiento solo le separaría de aquel momento, así que movió un poco el rostro para enfocar sus ojos. - Creo que... - Susurró. - Voy a seguir probando. - Con la misma lentitud y prudencia, besó sus labios. Pero ahora la sensación en su pecho, el cosquilleo, se había multiplicado por dos. O por cien, no lo sabía con exactitud. Solo sentía algo muy intenso paseando por todo su cuerpo, lo que hizo que la mano que tenía entrelazada con la de la chica se aferrara más a ella, y que el beso se intensificara un poco más, acariciando sus labios y rozando su lengua, notando una descarga eléctrica a cada roce. Ya no sabía si esas sensaciones eran suyas, de Alice o de los dos... ¿Pero y qué importaba?
Con el disimulo que caracteriza a Marcus, fue notar el bote en sus manos y la maniobra de Alice y tensarse. Aún así, se guardó el bote en el bolsillo rápidamente tal y como ella le dijo, notando como sus mejillas se encendían, y mirando con culpabilidad a su alrededor. Menos mal que su madre ya no estaba, que su padre y Dylan estaban entretenidos y... Ah, mierda, Lex. No llegó a cruzar la mirada con él ni un milisegundo, porque en seguida se forzó en retirarla como si nada y disimular, carraspeando un poco. Y entonces su hermano echó a hablar... Pero solo era para soltar un comentario de los suyos. Al menos eso le relajó, estaba claro que no se había dado cuenta de lo que había pasado. - ¿Os dan puntos en Slytherin por ser tan envidiosos? - Preguntó rodando los ojos, pero señaló a Alice con obviedad cuando dijo que lo que le pasaba era que tenía envidia de su corona. Si es que era tan obvio.
Se tuvo que reír con el comentario de Alice, porque no lo podía evitar, estaba absolutamente feliz, y porque había dicho algo similar a lo que hubiera dicho él pero con más gracia. En lo que la chica preguntaba por las macetas, Marcus dio un salto y se dirigió al trote a las escaleras. - ¡Subo y bajo! - Anunció cantarín. Otra cosa no, pero Marcus O'Donnell se pasaba el día subiendo y bajando escaleras, y ahí tenía un motivo más que de peso: dejar el aceite de navarryl en su cuarto. Ni de coña se pasaba la cena con eso en el bolsillo, parecía que le palpitaba a gritos, se le iba a notar un montón la cara de culpable... Como si él hubiera hecho algo con eso o... Pensara hacerlo... En fin. Dejó el tarro a buen recaudo en uno de sus cajones y, cuando cerró, se giró hacia Elio con un índice en los labios. - Tú no has visto nada. - La lechuza ladeó la cabeza con confusión, pero Marcus quiso pensar que lo había captado. Esperaba que su curioso animalillo no empezara a picotear el cajón nada más salir él de allí.
Volvió a bajar al trote las escaleras y casi se come a su padre en la puerta de la cocina. - Wow, qué velocidad. - Ah, perdona. - Contestó casi dando un salto en su sitio, con una sonrisa amplia. Su padre se echó a reír. - Emma, vamos a tener que revisarle al niño las dosis de azúcar. - ¿Qué gracioso estás hoy, no? ¿No puede uno estar contento o qué? - Y a pesar de su tono de queja, no se le quitaba la sonrisa de la cara. Su padre suspiró y le condujo un poco más hacia dentro, junto a su madre, que se estaba riendo por lo bajo. - ¿Y Dylan? - En el baño. No hagas la de esquivar, anda. - Marcus frunció el ceño. - No, solo preguntaba... - Veo que te lo has pasado en grande. - Su padre le estaba mirando con una ceja arqueada y una sonrisita. Su madre removía la comida, sin mirarle, pero también estaba escondiendo una sonrisita en los labios. Marcus, que no podía perder la sonrisa, frunció un poco el ceño, extrañado una vez más. - Sí... Mucho... - Ahí se estaba cociendo algo. Su madre dio un suspiro mudo y su padre uno un tanto más sonoro y menos natural. - Ya veo... ¿Y esa corona? - Marcus se irguió con orgullo, aunque con un toque prudente en su mirada. Empezaba a vislumbrar por dónde iban los tiros, lo que no sabía era por qué. - Se la he regalado yo. Es decir, me ha tocado en el juego ese de pescar caballitos alados. - ¿Te ha tocado? Creí que se podía elegir el premio. - Sí, bueno, se puede, pero de lo que había... Pues me ha gustado eso. - Se le estaba bajando el nivel de convencimiento conforme hablaba, y a su padre se le notaba horrores que se estaba aguantando la risa. Su madre, por su parte, había dejado escapar una risita aguda, llevándose la mano a los labios para taparse ya tarde con objeto de disimular.
- Y... ¿Alguna novedad más? - Preguntó su padre con tono de alegre interrogación. Ya sabía lo que le estaba preguntando. Marcus ladeó una sonrisa con un toque un tanto frustrado y suspiró. - No, ninguna... - Sus padres se intercambiaron miradas. - Por ahora. - Añadió. Porque, sí, no le había dicho a Alice lo que sentía por ella... Por ahora. Su padre volvió a mirarle con una sonrisita y le dio un par de palmadas en el hombro. - Me gusta ese "por ahora". Pero no lo demores tanto, a ver si... Se te va a ir volando. - Su madre volvió a reír. - Ya, muy graciosos. Estáis súper graciosos. - Oish, tu hermano capaz de no encontrar las macetas. - Dijo la mujer, suspirando y acercándose a la puerta del patio. Pero justo Alice y Lex aparecieron por allí, al tiempo que Dylan volvía a la cocina. Marcus rodó los ojos, echando la cabeza hacia atrás con un fingido gruñido de desesperación. - Ooohhjjj por Dios, qué quejica eres. Mamá, si algún día me ves pasando más tiempo de la cuenta con Darren, te dejo que me regañes. - Comentó irónico. - Tú ya pasas más tiempo con Darren del que me gustaría. - Pues no haberte echado un novio de mi curso. - ¿Podemos hacer caso a la pobre Alice que ha venido con un regalo, por favor? - Comentó su padre, zanjando la infantil riña fraternal.
Con un toque de la varita, las plantas crecieron en la maceta tal y como estaban cuando las compraron en la tienda. Y, tal y como predijo, su padre alucinó con la suya. Se acercó hasta él sonriente. - ¡Sí! Es impresionante, son perfectas. - Comentó, compartiendo el entusiasmo de su padre mientras miraba las hojas del rododendro. Pero tuvo que alzar la mirada para ver la reacción de su madre. De nuevo, no se equivocó. Podía ver en su cara, a pesar de su muy sutil expresividad, que se había enamorado en el acto de la planta. Sonrió ampliamente, pasando la mirada de su madre a su padre, mirando a este último con complicidad. De hecho, la prueba de lo mucho que le había gustado es que invitó a Alice a ver la suya. Había gente en su familia que no había entrado nunca en la habitación de sus padres, así que ya podía estar contenta para darle pase.
Siguió con la mirada a su madre y a Alice, llenando el pecho de aire y soltándolo por la nariz, embelesado, durante unos segundos. Y cuando estos pasaron, volvió su necesaria hiperactividad y necesidad de subir y bajar escaleras. Además, algo le decía que Alice iría a buscarle antes de la cena, y él nunca decía que no a un momento a solas con la chica. - ¡Subo otra vez! - Su padre estaba demasiado ilusionado con su plantita nueva, y acostumbrado a sus subidas y bajadas, las cuales era absurdo frenar. Fue Lex, una vez más, el que soltó un comentario que le hizo detener en seco su carrera. - Cuidado con las escaleras, príncipe emperador. - Escuchó las risitas de los tres, su padre, Dylan y Lex, y se giró con los brazos caídos y una expresión fastidiada. - Ya vale con la bromita, ¿no? ¿Me lo vais a estar recordando toda la vida o qué? - Hijo, reconoce que es muy gracioso. - Dijo su padre entre risas, aún arrodillado en el suelo y acariciando las hojas. - Y para una vez que nos das motivos reales para meternos contigo. - Lex y Dylan habían aumentado la intensidad de la risa. Marcus bufó y les apuntó a los tres con un índice. - La envidia mata, ¿lo sabéis? - Caerse por las escaleras también. - Apuntilló Lex, lo cual provocó que los tres se rieran aún más. - Me dais más motivos para enorgullecerme con vuestras risitas envidiosas, que lo sepáis. - Dijo muy digno, saliendo de la cocina y dejando a los otros tres muertos de risa en la cocina.
Cuando volvió a su cuarto, Elio no estaba. No le extrañó, de noche solía salir a volar un poco por el jardín, o se mudaba al árbol frente a su ventana, o simplemente se cambiaba de habitación. Mejor, quería estar solo... Es decir, si Alice venía... Bueno, qué más daba. Apenas entró en su cuarto, ya estaba Alice en la puerta y con una misión clara. Marcus abrió ligeramente los ojos y miró a los lados como si temiera que emergiera alguien de las paredes. - ¿En serio? ¿Ahora? - Los dos sabían que no iba a ser "un poquito como en la feria" ni "un experimento chiquitito", o quizás su mala conciencia, la que le había mandado demasiadas imágenes mientras Alice leía la receta en plena calle, le estaba traicionando. Hizo una mueca, pensándoselo, pero al final abrió el cajón, sacó la botella y se sentó junto a ella en la cama. Como hiciera con la cuchara, justo cuando iba a dársela, la retiró. - Con prudencia. Que nos esperan para cenar. Y esto dice que dura más de una hora. - Pero al final se la dio, con una mezcla entre curiosidad y desconfianza, y sintiendo un escalofrío que le hizo inconscientemente frotarse un brazo mientras veía a la chica trastear con el aceite.
Se mojó un poco los labios, escondiendo una sonrisilla nerviosa, y le tendió la palma de la mano izquierda tal y como le pidió. La entrelazó con la de la chica, notando como se le aceleraba un poco el pulso en anticipación, porque aquello le resultaba todo un misterio, de esos que hasta que no lo viera, no lo creería. En ese caso, hasta que no lo sintiera, lo cual lo volvía mucho más interesante. Arrugó la nariz con una sonrisita ante el toque de la chica, pero su afirmación de que lo había notado le hizo abrir mucho los ojos. - ¿De verdad? - Era increíble. Dejó que agarrara su mano y le acariciara la mejilla... Y ahí estaba. La sensación, no tan directa como si acariciara su propia piel, pero perfectamente notable. - ¡Sí! Lo noto. Es... Es increíble. - Dijo alucinado. - ¿Pero de qué está hecho esto? - Preguntó buscando el bote con la mirada, y él mismo se dio cuenta de lo que acababa de hacer. A ver, Marcus. Aprovecha el momento que tienes con Alice. Ya investigarás otro día. Le podía la curiosidad. Pero si alguien podía hacer que focalizara la atención en algo que le interesaba muchísimo más, era ella.
- Es... Da un poco de... - Se rio. - Es raro. - Pero si había sentido así una caricia, ¿qué sentiría si...? Sacudió un poco la cabeza, moviendo los rizos. - Vale... A ver. - Se acercó a ella despacio, poco a poco hasta llegar a su mejilla. Primero simplemente la rozó con su nariz, y ya notó el tacto ligero en su propio rostro. Sonrió y, sin acelerar la velocidad lo más mínimo, dejó un beso suave en su piel. Lo había notado, había notado el cosquilleo en la suya también. - Uh... Es raro, sí... - Era como darse un beso a sí mismo, pero... También era como si ella le hubiera besado al tiempo que lo hacía él. Buscarle el razonamiento solo le separaría de aquel momento, así que movió un poco el rostro para enfocar sus ojos. - Creo que... - Susurró. - Voy a seguir probando. - Con la misma lentitud y prudencia, besó sus labios. Pero ahora la sensación en su pecho, el cosquilleo, se había multiplicado por dos. O por cien, no lo sabía con exactitud. Solo sentía algo muy intenso paseando por todo su cuerpo, lo que hizo que la mano que tenía entrelazada con la de la chica se aferrara más a ella, y que el beso se intensificara un poco más, acariciando sus labios y rozando su lengua, notando una descarga eléctrica a cada roce. Ya no sabía si esas sensaciones eran suyas, de Alice o de los dos... ¿Pero y qué importaba?
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Escenas de Navidad (Parte II) CON Marcus y mucha familia EN Casa de los O'Donnell Días del 1 al 6 de enero |
Miró a Marcus asombrada. – Wow, ya le habías encontrado escondite y todo, O’Donnell, cada vez se te da mejor esto de las cosas prohibidas. – Le dijo aterciopelada. Y tanto que se le daban mejor, como que en cuanto vio que funcionaba, se fue a darle un beso en la mejilla, que no notó tanto en los labios. Ah, eso lo había leído antes. – Por lo visto, la sensación predominante es la que más intensa se siente. – Se rio al mirar a Marcus y asintió, notando aquella sensación que se le ponía en el estómago cada vez que le besaba, y notando como si se amplificara… Por dos. Claro, lógicamente. Se le aceleró el corazón. Malo. Pero aún no estaban tan conectados como para sentir las emociones, menos mal. – Yo siempre estoy a favor de la vena Ravenclaw de descubrir cosas nuevas…. Juntos…– Susurró y notó su aliento sobre los labios de Marcus y un cosquilleo. Y desde luego que ese beso sí podía sentirlo, y por todos los dragones que era intenso. Entrelazó su lengua con la suya, y tuvo que tomar aire profundamente para contener todo lo que estaba sintiendo, tanto que hasta se mareó un poco. Sí, también lo ponía en el bote. Pero eso no iba a detenerla para nada. Continuó el beso y aferró la mano que tenía entrelazada a Marcus, notando un hormigueo muy fuerte.
Cuando subió la otra mano hasta los rizos de su nuca, entrelazando los dedos en ellos como hacía siempre, se dio cuenta de que se habían conectado aún más, porque lo notó perfectamente en la suya, seguido de un escalofrío muy placentero por todo su espinazo, lo cual le hizo reír, aunque seguía completa y placenteramente mareada. – Sí que te gusta que lo haga… – Volvió a besarle y se abrazó a su cuerpo, pegándose a él, sintiendo mucho calor y muchas ansias en ese momento. Pasando los brazos por su cuello, se dejó caer sobre la cama y le dejó ponerse sobre ella, mientras acariciaba sus rizos otra vez y se separaba para ver su reacción cuando acariciaba su nuca. Torció la sonrisa y se inclinó un poco hacia arriba. – ¿Y si te beso aquí? – Dijo poniendo los labios sobre su cuello y paseando la lengua por su piel, y estremeciéndose por el eco de aquella emoción. Vale, por una vez, Marcus tenía razón, había sido mala idea aquello, porque ahora estaba muy pero que muy excitada. Y ahora necesitaba terriblemente pasar a mucho siguientes niveles con él. Estaba metida en aquel bucle de calor y sensaciones extremas que la tenían en un estado de bienestar que le hacía olvidar que aquello iba a ser un experimento momentáneo.
Se incorporó y se puso de rodillas en la cama, pasando sus manos por debajo del jersey de Marcus, paseándolas y atrayéndole hacia sí, lo cual era bastante raro porque era como si alguien la estuviera empujando hacia a sí misma. Le besó y le mordió el labio inferior suavemente, lo cual le hizo poner una sonrisa. – Házmelo tú a mí. Vas a ver. – Le dijo. Cuando hacía eso solía volverla loca, y quería que sintiera aquello. Y fue una buena idea porque en seguida sintió el eco de aquella sensación, que le hizo reírse solo por el placer de hacerlo, de ser capaz de transmitirle todo aquello a Marcus. – ¿Cómo puedo desearte tanto? – Le susurró en el oído, antes de ponerse a besarle otra vez, y sintió un escalofrío por todo su costado, que hizo aferrarse a él con ansia. – Marcus… – Susurró en un jadeo, que le mandó otro pulso por todo el cuerpo. La verdad es que quería ver aquella piel por la que estaba pasando las manos con ansia, quería besarle por todas partes y estar en contacto con él piel con piel. Si, de entrada, su calor siempre le había encantado, ahora estaba segura de que saldrían ardiendo si sus pieles se rozasen. Y el mero pensamiento le estaba volviendo loca antes de empezar.
Y justo cuando más rápido estaba escalando aquello y ya iba a mandarlo absolutamente todo a tomar viento fresco, la voz de Emma se metió en sus cabezas. –¡A cenar! – Hizo eco unas seis veces, en decrecientee sonido. Claro. Pista para cuando usaran eso otra vez: a ser posible, hacerlo en la cabaña esa que había dicho que se iba a conseguir para estar a solas con Marcus. Se separó, muy a su pesar y trató de pensar rápido, lo cual no le resultaba muy sencillo ahora mismo. – Hay que lavarse las manos pero bien. – Se incorporó rápidamente y se lanzó al baño, metiendo las manos bajo el grifó y lavándoselas con jabón. Y por un momento, las sensaciones físicas desaparecieron y se sintió bastante mejor. Más tranquila al menos. Qué alivio, al menos estarían listos para bajar a cenar. Se acercó a Marcus y le tocó el brazo, por comprobar. – Uf. Parece que se ha pasado ¿Vamos? – Y bajaron las escaleras. Y justo cuando olió la comida sintió un hambre que no había sentido jamás. Era urgente, como si le hubieran abierto un agujero en el estómago, es que en su vida se había sentido así. Ella había llegado a estar dos días sin comer prácticamente nada ¿Por qué… Ella sola se paró en la puerta de la cocina. “Mierda. Esto no va a ir bien”. Vale, habían conseguido rebajar el efecto de las sensaciones físicas pero el vínculo emocional… Estaba sintiendo el hambre animal de Marcus. Maldita fuera toda su estampa. Se sentó en la mesa y se lanzó a por el pan sin pensar. –¿Quieres mantequilla para el pan, Alice? – Le dijo Arnold. – ¡Sí! – Había dicho demasiado demandante. Emma y su hermano la miraron extrañados. – Es que la feria me ha dejado con hambre… – Ahora también la miraban Arnold y Lex con cara de sorpresa e, inexplicablemente le dio la risa. No podía contenerla, aunque por dentro empezaba a mosquearse bastante. Se tapó la boca y dijo abiertamente. – ¡Marcus deja de reírte! En serio – Pero claro, como para tomarla en serio con la carcajada que le estaba dando.
Cuando subió la otra mano hasta los rizos de su nuca, entrelazando los dedos en ellos como hacía siempre, se dio cuenta de que se habían conectado aún más, porque lo notó perfectamente en la suya, seguido de un escalofrío muy placentero por todo su espinazo, lo cual le hizo reír, aunque seguía completa y placenteramente mareada. – Sí que te gusta que lo haga… – Volvió a besarle y se abrazó a su cuerpo, pegándose a él, sintiendo mucho calor y muchas ansias en ese momento. Pasando los brazos por su cuello, se dejó caer sobre la cama y le dejó ponerse sobre ella, mientras acariciaba sus rizos otra vez y se separaba para ver su reacción cuando acariciaba su nuca. Torció la sonrisa y se inclinó un poco hacia arriba. – ¿Y si te beso aquí? – Dijo poniendo los labios sobre su cuello y paseando la lengua por su piel, y estremeciéndose por el eco de aquella emoción. Vale, por una vez, Marcus tenía razón, había sido mala idea aquello, porque ahora estaba muy pero que muy excitada. Y ahora necesitaba terriblemente pasar a mucho siguientes niveles con él. Estaba metida en aquel bucle de calor y sensaciones extremas que la tenían en un estado de bienestar que le hacía olvidar que aquello iba a ser un experimento momentáneo.
Se incorporó y se puso de rodillas en la cama, pasando sus manos por debajo del jersey de Marcus, paseándolas y atrayéndole hacia sí, lo cual era bastante raro porque era como si alguien la estuviera empujando hacia a sí misma. Le besó y le mordió el labio inferior suavemente, lo cual le hizo poner una sonrisa. – Házmelo tú a mí. Vas a ver. – Le dijo. Cuando hacía eso solía volverla loca, y quería que sintiera aquello. Y fue una buena idea porque en seguida sintió el eco de aquella sensación, que le hizo reírse solo por el placer de hacerlo, de ser capaz de transmitirle todo aquello a Marcus. – ¿Cómo puedo desearte tanto? – Le susurró en el oído, antes de ponerse a besarle otra vez, y sintió un escalofrío por todo su costado, que hizo aferrarse a él con ansia. – Marcus… – Susurró en un jadeo, que le mandó otro pulso por todo el cuerpo. La verdad es que quería ver aquella piel por la que estaba pasando las manos con ansia, quería besarle por todas partes y estar en contacto con él piel con piel. Si, de entrada, su calor siempre le había encantado, ahora estaba segura de que saldrían ardiendo si sus pieles se rozasen. Y el mero pensamiento le estaba volviendo loca antes de empezar.
Y justo cuando más rápido estaba escalando aquello y ya iba a mandarlo absolutamente todo a tomar viento fresco, la voz de Emma se metió en sus cabezas. –¡A cenar! – Hizo eco unas seis veces, en decrecientee sonido. Claro. Pista para cuando usaran eso otra vez: a ser posible, hacerlo en la cabaña esa que había dicho que se iba a conseguir para estar a solas con Marcus. Se separó, muy a su pesar y trató de pensar rápido, lo cual no le resultaba muy sencillo ahora mismo. – Hay que lavarse las manos pero bien. – Se incorporó rápidamente y se lanzó al baño, metiendo las manos bajo el grifó y lavándoselas con jabón. Y por un momento, las sensaciones físicas desaparecieron y se sintió bastante mejor. Más tranquila al menos. Qué alivio, al menos estarían listos para bajar a cenar. Se acercó a Marcus y le tocó el brazo, por comprobar. – Uf. Parece que se ha pasado ¿Vamos? – Y bajaron las escaleras. Y justo cuando olió la comida sintió un hambre que no había sentido jamás. Era urgente, como si le hubieran abierto un agujero en el estómago, es que en su vida se había sentido así. Ella había llegado a estar dos días sin comer prácticamente nada ¿Por qué… Ella sola se paró en la puerta de la cocina. “Mierda. Esto no va a ir bien”. Vale, habían conseguido rebajar el efecto de las sensaciones físicas pero el vínculo emocional… Estaba sintiendo el hambre animal de Marcus. Maldita fuera toda su estampa. Se sentó en la mesa y se lanzó a por el pan sin pensar. –¿Quieres mantequilla para el pan, Alice? – Le dijo Arnold. – ¡Sí! – Había dicho demasiado demandante. Emma y su hermano la miraron extrañados. – Es que la feria me ha dejado con hambre… – Ahora también la miraban Arnold y Lex con cara de sorpresa e, inexplicablemente le dio la risa. No podía contenerla, aunque por dentro empezaba a mosquearse bastante. Se tapó la boca y dijo abiertamente. – ¡Marcus deja de reírte! En serio – Pero claro, como para tomarla en serio con la carcajada que le estaba dando.
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Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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Freyja
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Escenas de Navidad (Parte II) CON Alice y mucha familia EN Casa de los O'Donnell Días del 1 al 6 de enero |
Cada beso con Alice le sabía nuevo y extrañamente mejor que el anterior, a pesar de que siempre pensaba que era imposible de mejorar. Pero aquel estaba siendo distinto por completo, estaba siendo mil veces más intenso, y las sensaciones placenteras que habitualmente le aportaba besarla se sentían ahora multiplicadas por dos. Eso le hacía querer más, sentir con más intensidad... Lo cual conllevaba, de hecho, que todo aumentara. Aquello iba a escalar en breves, tal y como lo predijo, y no era el mejor momento para que lo hiciera. Pero a ver quién era lo suficientemente sensato como para sentir eso y decidir voluntariamente parar.
La mano de Alice subiendo por su cuello y enredándose en su pelo le hizo ahogar un sonidito placentero en sus labios. Entonces la sintió reír, y él abrió los ojos con una sonrisa. - Te lo dije... - Susurró, rozando su nariz con la de ella. - Me encanta. - Al volver a besarse se abrazaron, su cuerpos se pegaron el uno al otro, y a pesar de que la ropa les separara, podía sentir como la conexión se intensificaba cada vez más. Para terminar de arreglarlo, Alice se dejó caer en la cama, notando él mismo como le invadía una sensación de comodidad... Y calor, mucho calor. - Uff... - Dijo mirándola, mientras se le escapaba una risa y negaba con la cabeza, colocándose sobre ella. - Sabía que esto iría a más... - Su voz se había ido apagando a medida que avanzaba la frase, cerrando los ojos, porque Alice volvía a tocar su pelo y lo que antes era una sensación agradable ahora era todo un torrente de excitación. Solían encenderse rápido, pero aquello había escalado demasiado rápido hasta para ser ellos. Y eso que solo se habían echado aceite en una mano. No iba mal encaminado: si tenía que sentir por los dos, se iba a morir. Eran demasiadas sensaciones a gestionar, ¿y aún podían hacerse más intensas? Bueno, se debía poder, si se echaban más aceite... y en más sitios... Y hacían más cosas... Solo de pensarlo se le escapó un suspiro y tuvo que parpadear. ¿Eso había sido un mareo? Pues lo que le faltaba.
Pero Alice siempre tenía que ir a más, siempre tenía que llegar un poquito más lejos. La chica se había incorporado y, no contenta con besar su cuello, lo cual de por sí mandaba escalofríos a todas las partes de su cuerpo, había acariciado su piel con la lengua, lo que hizo que se le escapara un suspiro desde lo profundo de su pecho, que sonó casi como un gemido. - Alice, por favor... - Se notaba la mente totalmente embotada, y definitivamente la sangre había abandonado su cerebro en favor de otro sitio. Maldita sea, quería más, necesitaba más, el cuerpo se lo pedía a gritos. Ahora solo deseaba cerrar esa puerta y echar todos los hechizos que hicieran falta para que no les molestara nadie, y mandar la ropa a paseo, la suya y la de ella. Malditos experimentos, maldita Alice y maldito él y su facilidad para dejarse arrastrar.
Alice se había incorporado y había empezado a pasar las manos por su piel, haciéndole cerrar los ojos de nuevo y que su respiración se volviera más pasada aún. Se mojó los labios y abrió los ojos, lanzándole una mirada cargada de intenciones. - Me estás provocando de más... - Y se estaba perdiendo, y ahí no había alcohol al que echarle la culpa. ¿Pero qué pensaba hacer? ¿Acostarse con ella con toda su familia despierta y poniendo la mesa para la cena? Pero bueno, ¿¿qué le pasaba?? Pero es que... No podía, era demasiado, era superior a él. Pero ella iba a más, y ese suave mordisco no hizo más que tambalear peligrosamente los cimientos de su autocontrol. - ¿Que te haga qué, exactamente? - Preguntó retador. - Porque se me ocurren muchas cosas. - Porque estaba excitado como en su vida, tanto que no lo podía ni explicar ni entender, si no hacía ni cinco minutos que estaba subiendo las escaleras hacia su habitación. Apresó con suavidad el labio de la chica entre los dientes, notando las sensaciones propias y de ella vibrar por todo su cuerpo. Pues sí que le gustaba, y ahora a él le gustaba el cuádruple. Y si no recordaba mal, había otras cosas que también le gustaban. Subió la mano hacia el rostro de la chica y acarició sus labios, allí donde había mordido, con el pulgar, notando al instante el cosquilleo en los suyos. Se le escapó una leve risa entre el torrente de sensaciones que trataba de gestionar. - Esto es peligrosísimo... - Y tanto. Porque se le estaba disparando la imaginación de una manera que no se la creía ni él.
Y esa pregunta en su oído. Para qué quería más. - Me vas a volver loco, Alice, te lo aseguro. - Se fundieron en otro beso, más apasionado aún que los anteriores, porque se iba acumulando el deseo y potenciándose más y más a medida que ambos lo sentían, a más se besaban y se tocaban. Sin pensarlo demasiado, empujó lo suficiente el cuerpo de la chica como para que esta cayera a la cama de nuevo, colocándose sobre ella. - Alice... - Sus manos empezaban a demandar rozar su piel, y a medida que la buscaban notaba el cosquilleo en su propio cuerpo, sumado al que la chica le provocaba con sus propias manos. Empezó a descender los besos por su cuello, con el norte totalmente perdido, totalmente fuera de una realidad que no fuese el cuerpo de Alice bajo el suyo...
Hasta que lo oyó. Dio tal salto que se puso de pie de golpe. Había escuchado con tanta fuerza la voz de su madre en su cabeza que por un momento temió que estuviera en la habitación. ¿Y por qué lo escuchaba con eco? ¿Era el mareo? Oh, claro... Sentía los mismos estímulos que Alice, al parecer no solo los táctiles, también los auditivos. Pues genial, ¿quería eso decir que iba a estar escuchando con eco toda la conversación de la cena? Y hablando de la cena. - ¿Qué? No, Alice. - Dijo en un susurro apremiante cuando la chica dijo que había que lavarse las manos. Porque él tenía un pequeño problema después de lo que acababa de pasar. - Yo no puedo salir así. - Dijo apurado, dándose tirones del jersey hacia abajo. ¡Claro! Ella solo tenía que levantarse e irse, pero a él le había puesto a tres mil revoluciones por minuto, ¡y en los chicos eso se notaba! - ¡Espera! ¡Alice! - Pero era inútil. Ya se había ido.
Fue a pasarse las manos por la cara y el pelo pero se detuvo a lo justo. Lo que le faltaba era untarse el aceite ese por todas partes, cuyo tarro, por cierto, estaba en la cama. Lo guardó con las manos temblorosas y respiró hondo, cerrando los ojos y echando aire por la boca. - Va, Marcus, relájate. - Pero ojalá fuera tan fácil. Normalmente los sustos le cortaban bastante el rollo, pero ahora no se le pasaba. Tenía un calor impresionante, el corazón aceleradísimo y la imagen mental de Alice sobre la cama, que no se le iba de la cabeza por mucho que cerrara los ojos. Así no se le iba a bajar el subidón, ni mucho menos lo que no era el subidón. Maldita sea. - Dame un segundo. - Dijo echando el aire cuando Alice volvió y le tocó el brazo, diciendo que se había pasado. Se le habría pasado a ella, él estaba como un caldero en ebullición. Se lavó las manos como si hubiera tocado algo impregnado de veneno mortal, y se echó un poco de agua en el cuello, resoplando. Pero nada, el calor no se iba, al revés, parecía sentir cada vez más escalofríos. Al menos su cuerpo parecía estar relajándose en lo que a biología se refería, más o menos.
Tragó saliva y bajó las escaleras junto a la chica, tratando de aparentar la mayor normalidad posible y sonreír cuando apareciera por el comedor. Al menos el olorcito a comida le había abierto el apetito, eso en él no fallaba nunca. Podía usar eso como baza para tener otra sensación en la que concentrarse... Aunque siguiera notando un calor bestial y escalofríos esporádicos que le erizaban la piel. Aun así se sentó en la mesa y suspiró. - Qué hambre... - Pero, para su sorpresa, la primera en lanzarse a por el pan fue Alice. La miró con extrañeza, tanto que se quedó congelado en el sitio, con la mano tendida sobre la cesta de pan, pan que Alice ya prácticamente se estaba comiendo. ¿De verdad le había dado tanta hambre eso? Porque a él lo que le había dado había sido otra cosa, o al menos el hambre él la traía ya de fábrica. Pero lo cierto es que le hizo mucha gracia. Retiró la mano y se tapó la boca para ocultar la risa. Era gracioso ver a Alice así, ¿desde cuándo tenía...? Oh, espera.
Era SU hambre. Alice estaba sintiendo el hambre que sentía él. En vez de apurarse o ponerse nervioso, o sentirse culpable, o cualquier otra reacción propia de Marcus en una situación tan comprometida como esa, le dio por reír. Le dio mucho por reír, tanto que ya taparse la boca no servía de nada, porque estaba con los ojos fuertemente cerrados y tratando de gestionar un inminente ataque de risa. Y la cosa no quedó ahí: se lo pegó a Alice. Y ahora eran dos idiotas riéndose. La cara de los presentes era un poema. - ¿Qué es tan divertido? - Dijo su padre con una sonrisa confusa. Dylan también se estaba riendo un poco solo de verles, pero Lex y su madre les miraban como si se hubieran dado un golpe en la cabeza. - Nada nada, no es nada. - Marcus, ¿estás bien? - Preguntó su madre, mirándole. - ¿Yo? - Sí, tú. Estás coloradísimo. - Al decírselo se dio cuenta: se iba a morir de calor. En serio, ¿por qué no se le pasaba? - Ah, bueno, tengo... Tengo un poco de calor. - ¿Calor? Hace menos seis grados fuera. - Pero Marcus ya había cogido la jarra del agua y se estaba echando un vaso. Eso sí, se le escapaba la risa sola.
Se bebió el vaso prácticamente de un trago, y el último buche casi lo echa por ahí con otro ataque de carcajada. Menos mal que lo contuvo, solo tuvo que carraspear un poco al terminar. Pero se echó a reír después, y Alice también se estaba riendo. Para arreglarlo, no tuvo otra cosa que mirar a la chica y decirle. - ¿Está buena? - Señalando la comida de su plato, y eso le hizo echarse a reír otra vez, tapándose la cara con las manos. Pero se destapó para remangarse. ¡¡Qué calor, por todos los dragones!! Y esos escalofríos, le venían una y otra vez. Volvió a coger la jarra de agua y echarse un vaso entero que se bebió casi del tirón de nuevo. - No deberías beber tanto de golpe. ¿De verdad que te encuentras bien? - Sí, sí, perfectamente. - Pero si parece que estáis drogados. - Saltó Lex. Marcus le ignoró, aunque se le escapó otra risa, y volvió a coger la jarra para echarse agua... Pero esta se había acabado. Y él que tenía ganas de echársela por encima del calor que tenía... Oh, espera. Miró a Alice y le vio ese sonrojo y esa sonrisita traviesa. Ya sabía lo que le pasaba.
Él le había pegado a ella su hambre, y ella le había pegado a él... Eso, las sensaciones, esa escalada tan propia de la chica, ese ardor con el que le tiraba sobre ella sin pensárselo. Estaba sintiendo su excitación y la de ella, estaba excitado por partida doble. Y eso era un problema. Un problema que empezaba a manifestarse otra vez. Y eso ya no le hacía tanta gracia. ¿¿De verdad Alice era capaz de estar así y... tan tranquila?? Definitivamente, tenía mucha más capacidad de disimule que él. - Si quieres más agua, vas a tener que ir a la cocina. - ¿Eh? - Contestó como ido, volviendo a tierra, e indudablemente tenía que estar más colorado aún. Su padre frunció el ceño, sin comprender qué narices le pasaba a su hijo que estaba tan raro. Y mientras él disimulaba y trataba de esconderse todo lo posible de cintura para abajo tras la mesa y el mantel, Lex apuntó. - Dios, sí que estáis drogados... -
La mano de Alice subiendo por su cuello y enredándose en su pelo le hizo ahogar un sonidito placentero en sus labios. Entonces la sintió reír, y él abrió los ojos con una sonrisa. - Te lo dije... - Susurró, rozando su nariz con la de ella. - Me encanta. - Al volver a besarse se abrazaron, su cuerpos se pegaron el uno al otro, y a pesar de que la ropa les separara, podía sentir como la conexión se intensificaba cada vez más. Para terminar de arreglarlo, Alice se dejó caer en la cama, notando él mismo como le invadía una sensación de comodidad... Y calor, mucho calor. - Uff... - Dijo mirándola, mientras se le escapaba una risa y negaba con la cabeza, colocándose sobre ella. - Sabía que esto iría a más... - Su voz se había ido apagando a medida que avanzaba la frase, cerrando los ojos, porque Alice volvía a tocar su pelo y lo que antes era una sensación agradable ahora era todo un torrente de excitación. Solían encenderse rápido, pero aquello había escalado demasiado rápido hasta para ser ellos. Y eso que solo se habían echado aceite en una mano. No iba mal encaminado: si tenía que sentir por los dos, se iba a morir. Eran demasiadas sensaciones a gestionar, ¿y aún podían hacerse más intensas? Bueno, se debía poder, si se echaban más aceite... y en más sitios... Y hacían más cosas... Solo de pensarlo se le escapó un suspiro y tuvo que parpadear. ¿Eso había sido un mareo? Pues lo que le faltaba.
Pero Alice siempre tenía que ir a más, siempre tenía que llegar un poquito más lejos. La chica se había incorporado y, no contenta con besar su cuello, lo cual de por sí mandaba escalofríos a todas las partes de su cuerpo, había acariciado su piel con la lengua, lo que hizo que se le escapara un suspiro desde lo profundo de su pecho, que sonó casi como un gemido. - Alice, por favor... - Se notaba la mente totalmente embotada, y definitivamente la sangre había abandonado su cerebro en favor de otro sitio. Maldita sea, quería más, necesitaba más, el cuerpo se lo pedía a gritos. Ahora solo deseaba cerrar esa puerta y echar todos los hechizos que hicieran falta para que no les molestara nadie, y mandar la ropa a paseo, la suya y la de ella. Malditos experimentos, maldita Alice y maldito él y su facilidad para dejarse arrastrar.
Alice se había incorporado y había empezado a pasar las manos por su piel, haciéndole cerrar los ojos de nuevo y que su respiración se volviera más pasada aún. Se mojó los labios y abrió los ojos, lanzándole una mirada cargada de intenciones. - Me estás provocando de más... - Y se estaba perdiendo, y ahí no había alcohol al que echarle la culpa. ¿Pero qué pensaba hacer? ¿Acostarse con ella con toda su familia despierta y poniendo la mesa para la cena? Pero bueno, ¿¿qué le pasaba?? Pero es que... No podía, era demasiado, era superior a él. Pero ella iba a más, y ese suave mordisco no hizo más que tambalear peligrosamente los cimientos de su autocontrol. - ¿Que te haga qué, exactamente? - Preguntó retador. - Porque se me ocurren muchas cosas. - Porque estaba excitado como en su vida, tanto que no lo podía ni explicar ni entender, si no hacía ni cinco minutos que estaba subiendo las escaleras hacia su habitación. Apresó con suavidad el labio de la chica entre los dientes, notando las sensaciones propias y de ella vibrar por todo su cuerpo. Pues sí que le gustaba, y ahora a él le gustaba el cuádruple. Y si no recordaba mal, había otras cosas que también le gustaban. Subió la mano hacia el rostro de la chica y acarició sus labios, allí donde había mordido, con el pulgar, notando al instante el cosquilleo en los suyos. Se le escapó una leve risa entre el torrente de sensaciones que trataba de gestionar. - Esto es peligrosísimo... - Y tanto. Porque se le estaba disparando la imaginación de una manera que no se la creía ni él.
Y esa pregunta en su oído. Para qué quería más. - Me vas a volver loco, Alice, te lo aseguro. - Se fundieron en otro beso, más apasionado aún que los anteriores, porque se iba acumulando el deseo y potenciándose más y más a medida que ambos lo sentían, a más se besaban y se tocaban. Sin pensarlo demasiado, empujó lo suficiente el cuerpo de la chica como para que esta cayera a la cama de nuevo, colocándose sobre ella. - Alice... - Sus manos empezaban a demandar rozar su piel, y a medida que la buscaban notaba el cosquilleo en su propio cuerpo, sumado al que la chica le provocaba con sus propias manos. Empezó a descender los besos por su cuello, con el norte totalmente perdido, totalmente fuera de una realidad que no fuese el cuerpo de Alice bajo el suyo...
Hasta que lo oyó. Dio tal salto que se puso de pie de golpe. Había escuchado con tanta fuerza la voz de su madre en su cabeza que por un momento temió que estuviera en la habitación. ¿Y por qué lo escuchaba con eco? ¿Era el mareo? Oh, claro... Sentía los mismos estímulos que Alice, al parecer no solo los táctiles, también los auditivos. Pues genial, ¿quería eso decir que iba a estar escuchando con eco toda la conversación de la cena? Y hablando de la cena. - ¿Qué? No, Alice. - Dijo en un susurro apremiante cuando la chica dijo que había que lavarse las manos. Porque él tenía un pequeño problema después de lo que acababa de pasar. - Yo no puedo salir así. - Dijo apurado, dándose tirones del jersey hacia abajo. ¡Claro! Ella solo tenía que levantarse e irse, pero a él le había puesto a tres mil revoluciones por minuto, ¡y en los chicos eso se notaba! - ¡Espera! ¡Alice! - Pero era inútil. Ya se había ido.
Fue a pasarse las manos por la cara y el pelo pero se detuvo a lo justo. Lo que le faltaba era untarse el aceite ese por todas partes, cuyo tarro, por cierto, estaba en la cama. Lo guardó con las manos temblorosas y respiró hondo, cerrando los ojos y echando aire por la boca. - Va, Marcus, relájate. - Pero ojalá fuera tan fácil. Normalmente los sustos le cortaban bastante el rollo, pero ahora no se le pasaba. Tenía un calor impresionante, el corazón aceleradísimo y la imagen mental de Alice sobre la cama, que no se le iba de la cabeza por mucho que cerrara los ojos. Así no se le iba a bajar el subidón, ni mucho menos lo que no era el subidón. Maldita sea. - Dame un segundo. - Dijo echando el aire cuando Alice volvió y le tocó el brazo, diciendo que se había pasado. Se le habría pasado a ella, él estaba como un caldero en ebullición. Se lavó las manos como si hubiera tocado algo impregnado de veneno mortal, y se echó un poco de agua en el cuello, resoplando. Pero nada, el calor no se iba, al revés, parecía sentir cada vez más escalofríos. Al menos su cuerpo parecía estar relajándose en lo que a biología se refería, más o menos.
Tragó saliva y bajó las escaleras junto a la chica, tratando de aparentar la mayor normalidad posible y sonreír cuando apareciera por el comedor. Al menos el olorcito a comida le había abierto el apetito, eso en él no fallaba nunca. Podía usar eso como baza para tener otra sensación en la que concentrarse... Aunque siguiera notando un calor bestial y escalofríos esporádicos que le erizaban la piel. Aun así se sentó en la mesa y suspiró. - Qué hambre... - Pero, para su sorpresa, la primera en lanzarse a por el pan fue Alice. La miró con extrañeza, tanto que se quedó congelado en el sitio, con la mano tendida sobre la cesta de pan, pan que Alice ya prácticamente se estaba comiendo. ¿De verdad le había dado tanta hambre eso? Porque a él lo que le había dado había sido otra cosa, o al menos el hambre él la traía ya de fábrica. Pero lo cierto es que le hizo mucha gracia. Retiró la mano y se tapó la boca para ocultar la risa. Era gracioso ver a Alice así, ¿desde cuándo tenía...? Oh, espera.
Era SU hambre. Alice estaba sintiendo el hambre que sentía él. En vez de apurarse o ponerse nervioso, o sentirse culpable, o cualquier otra reacción propia de Marcus en una situación tan comprometida como esa, le dio por reír. Le dio mucho por reír, tanto que ya taparse la boca no servía de nada, porque estaba con los ojos fuertemente cerrados y tratando de gestionar un inminente ataque de risa. Y la cosa no quedó ahí: se lo pegó a Alice. Y ahora eran dos idiotas riéndose. La cara de los presentes era un poema. - ¿Qué es tan divertido? - Dijo su padre con una sonrisa confusa. Dylan también se estaba riendo un poco solo de verles, pero Lex y su madre les miraban como si se hubieran dado un golpe en la cabeza. - Nada nada, no es nada. - Marcus, ¿estás bien? - Preguntó su madre, mirándole. - ¿Yo? - Sí, tú. Estás coloradísimo. - Al decírselo se dio cuenta: se iba a morir de calor. En serio, ¿por qué no se le pasaba? - Ah, bueno, tengo... Tengo un poco de calor. - ¿Calor? Hace menos seis grados fuera. - Pero Marcus ya había cogido la jarra del agua y se estaba echando un vaso. Eso sí, se le escapaba la risa sola.
Se bebió el vaso prácticamente de un trago, y el último buche casi lo echa por ahí con otro ataque de carcajada. Menos mal que lo contuvo, solo tuvo que carraspear un poco al terminar. Pero se echó a reír después, y Alice también se estaba riendo. Para arreglarlo, no tuvo otra cosa que mirar a la chica y decirle. - ¿Está buena? - Señalando la comida de su plato, y eso le hizo echarse a reír otra vez, tapándose la cara con las manos. Pero se destapó para remangarse. ¡¡Qué calor, por todos los dragones!! Y esos escalofríos, le venían una y otra vez. Volvió a coger la jarra de agua y echarse un vaso entero que se bebió casi del tirón de nuevo. - No deberías beber tanto de golpe. ¿De verdad que te encuentras bien? - Sí, sí, perfectamente. - Pero si parece que estáis drogados. - Saltó Lex. Marcus le ignoró, aunque se le escapó otra risa, y volvió a coger la jarra para echarse agua... Pero esta se había acabado. Y él que tenía ganas de echársela por encima del calor que tenía... Oh, espera. Miró a Alice y le vio ese sonrojo y esa sonrisita traviesa. Ya sabía lo que le pasaba.
Él le había pegado a ella su hambre, y ella le había pegado a él... Eso, las sensaciones, esa escalada tan propia de la chica, ese ardor con el que le tiraba sobre ella sin pensárselo. Estaba sintiendo su excitación y la de ella, estaba excitado por partida doble. Y eso era un problema. Un problema que empezaba a manifestarse otra vez. Y eso ya no le hacía tanta gracia. ¿¿De verdad Alice era capaz de estar así y... tan tranquila?? Definitivamente, tenía mucha más capacidad de disimule que él. - Si quieres más agua, vas a tener que ir a la cocina. - ¿Eh? - Contestó como ido, volviendo a tierra, e indudablemente tenía que estar más colorado aún. Su padre frunció el ceño, sin comprender qué narices le pasaba a su hijo que estaba tan raro. Y mientras él disimulaba y trataba de esconderse todo lo posible de cintura para abajo tras la mesa y el mantel, Lex apuntó. - Dios, sí que estáis drogados... -
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Escenas de Navidad (Parte II) CON Marcus y mucha familia EN Casa de los O'Donnell Días del 1 al 6 de enero |
Aquello se le estaba yendo de las manos, porque la mezcla de calentón, hambre absurda, ataque de risa y mal humor porque no podía controlar toda la situación, era muy confusa. De entrada, solo podía pensar en comerse aquel pescado al horno, con todo el arroz, todas las verduras y lo que se le pusiera por delante. Solo paraba para beber agua de tanto en tanto y para tratar de controlar las risitas, que ya le habían puesto la cara colorada no, lo siguiente. – No sabes la pena que me da que no este tu abuela Helena aquí para ver esto. – Dijo Arnold, que había decidido tomarse todo aquello a risas. Gal se encogió de brazos y trató de controlar la risa. – Es que nunca en mi vida había tenido tantas ganas de comer, es desesperante. – Le miró por encima de la mesa y dijo, ya abiertamente. – No sé cómo puedes vivir así. – Y otra vez vuelta a reír tontamente, y a más se reía el uno más se reía el otro. Dylan y Arnold habían optado por contagiarse de la risa. – Lo más bueno que he probado en años la verdad. – Pero Lex les acusó de estar drogados y pensó “Oh, vaya, qué agudo, Lex”. Y el chico se giró de golpe ¿Acababa de pensar aquello demasiado alto? Por lo visto sí. Se mordió los labios por dentro y trató de contener la risa.
Pero ¿Qué le pasaba a Marcus exactamente para tener tanto calor? Le había visto encendido otras veces, la que más en Nochevieja, pero él tan pronto se venía arribísima como que adoptaba al prefecto O’Donnell y desconectaba del otro ánimo. Pero estaba tan sexy todo rojito y acelerado, remangándose, y esas manos… Mierda. Se lo estaba pegando. La inmensa atracción que sentía, en este caso, sin ser muy consciente el pobre de que era hacia sí mismo y que solo lo estaba empeorando. Se frotó los ojos y suspiró. Encima se habían quedado sin agua y, si sus sospechas eran ciertas, Marcus mejor no se levantaba. – Voy yo a por más, no me importa, ahora sigo comiendo. – Y se levantó cogiendo la jarra.
Una vez en la cocina se le hizo más fácil calmarse. Llenó la jarra y el agua del grifo salía helada, así que decidió hacerle un favor a Marcus y metió las muñecas bajo el torrente de agua, lo cual, dicho sea de paso, la relajó a ella también. Sacó las manos, justo cuando Emma iba para allá a por el postre. – ¿Vas a querer? Nunca te pregunto porque doy por hecho que no, pero como hoy estás tan hambrienta… – Sonrió y se encogió de hombros. – Supongo que todo se pega. Y estoy muy contenta, lo he pasado genial en la feria, les ha gustado el regalo… Mejor centrarse en lo bueno ¿No? – Emma amplió un poco la sonrisa y asintió. – Sin duda.
Volvió a la mesa y dejó la jarra delante de Marcus, mientras ella esperaba con impaciencia el postre. Nada más le pusieron la compota de manzana por delante, se lanzó a comer y disfrutarla, pero a las pocas cucharadas, empezó a sentir el estómago más y más pesado. El efecto del navarryl se estaba pasando y había comido más y con más ansia de lo que recordaba en ningún día de su vida. Lex se inclinó hacia ella y le pasó un cacho de papel del de Dylan, que por cierto, estaba quedándose dormido. “¿Qué hace el aceite ese? Piénsalo como has pensado antes” Eso le hizo reír un poco, aunque sintiese que estaba a punto de estallar. “Hace un efecto eco en las sensaciones. Lo que siente uno se lo pega al otro” razonó, concentrándose solo en esa frase. Lex puso una sonrisilla casi imperceptible y volvió a su postre. – Qué callados todos de repente. –Comentó Arnold. Ella ladeó la cabeza y cogió la copita donde tenía la compota. – Toma. Creo que yo no puedo más. He llegado a mi límite. – Dijo pasándosela a Marcus. Se levantó y fue tras la silla de Dylan. – Vamos, patito, a la cama. – Y le acompañó arriba y le ayudó a ponerse el pijama y meterse en la cama.
Justo cuando iba a irse a su cuarto Dylan le dio en la mano y escribió medio dormido. “Hermana ¿Tú has sido también feliz hoy?” Ella asintió. – Pues claro. – “Me alegro. Yo quiero que seas feliz. Promete que volveremos el año que viene. Con Marcus y Olive” Ella sonrió. – Te prometo que lo intentaré. – Su hermano asintió y se fue dejando caer en la almohada. Al salir y cerrar tras ella, visualizó a Marcus apareciendo por las escaleras y se acercó a él, alzando las manos y rodeándole con los brazos el cuello. – Tu vida es un infierno, querido. – Dijo riéndose con sinceridad, con la alegría que sentía. – No sé como lidias con esa hambre que parece que no has comido en toda tu vida. Y ya me contarás como lidias con esta pesadez después. – Dijo dejándose caer sobre su pecho. Dudaba mucho que pudiera pegar ojo, por cansada que estuviera, sintiéndose como un tonel de barco.
Pero ¿Qué le pasaba a Marcus exactamente para tener tanto calor? Le había visto encendido otras veces, la que más en Nochevieja, pero él tan pronto se venía arribísima como que adoptaba al prefecto O’Donnell y desconectaba del otro ánimo. Pero estaba tan sexy todo rojito y acelerado, remangándose, y esas manos… Mierda. Se lo estaba pegando. La inmensa atracción que sentía, en este caso, sin ser muy consciente el pobre de que era hacia sí mismo y que solo lo estaba empeorando. Se frotó los ojos y suspiró. Encima se habían quedado sin agua y, si sus sospechas eran ciertas, Marcus mejor no se levantaba. – Voy yo a por más, no me importa, ahora sigo comiendo. – Y se levantó cogiendo la jarra.
Una vez en la cocina se le hizo más fácil calmarse. Llenó la jarra y el agua del grifo salía helada, así que decidió hacerle un favor a Marcus y metió las muñecas bajo el torrente de agua, lo cual, dicho sea de paso, la relajó a ella también. Sacó las manos, justo cuando Emma iba para allá a por el postre. – ¿Vas a querer? Nunca te pregunto porque doy por hecho que no, pero como hoy estás tan hambrienta… – Sonrió y se encogió de hombros. – Supongo que todo se pega. Y estoy muy contenta, lo he pasado genial en la feria, les ha gustado el regalo… Mejor centrarse en lo bueno ¿No? – Emma amplió un poco la sonrisa y asintió. – Sin duda.
Volvió a la mesa y dejó la jarra delante de Marcus, mientras ella esperaba con impaciencia el postre. Nada más le pusieron la compota de manzana por delante, se lanzó a comer y disfrutarla, pero a las pocas cucharadas, empezó a sentir el estómago más y más pesado. El efecto del navarryl se estaba pasando y había comido más y con más ansia de lo que recordaba en ningún día de su vida. Lex se inclinó hacia ella y le pasó un cacho de papel del de Dylan, que por cierto, estaba quedándose dormido. “¿Qué hace el aceite ese? Piénsalo como has pensado antes” Eso le hizo reír un poco, aunque sintiese que estaba a punto de estallar. “Hace un efecto eco en las sensaciones. Lo que siente uno se lo pega al otro” razonó, concentrándose solo en esa frase. Lex puso una sonrisilla casi imperceptible y volvió a su postre. – Qué callados todos de repente. –Comentó Arnold. Ella ladeó la cabeza y cogió la copita donde tenía la compota. – Toma. Creo que yo no puedo más. He llegado a mi límite. – Dijo pasándosela a Marcus. Se levantó y fue tras la silla de Dylan. – Vamos, patito, a la cama. – Y le acompañó arriba y le ayudó a ponerse el pijama y meterse en la cama.
Justo cuando iba a irse a su cuarto Dylan le dio en la mano y escribió medio dormido. “Hermana ¿Tú has sido también feliz hoy?” Ella asintió. – Pues claro. – “Me alegro. Yo quiero que seas feliz. Promete que volveremos el año que viene. Con Marcus y Olive” Ella sonrió. – Te prometo que lo intentaré. – Su hermano asintió y se fue dejando caer en la almohada. Al salir y cerrar tras ella, visualizó a Marcus apareciendo por las escaleras y se acercó a él, alzando las manos y rodeándole con los brazos el cuello. – Tu vida es un infierno, querido. – Dijo riéndose con sinceridad, con la alegría que sentía. – No sé como lidias con esa hambre que parece que no has comido en toda tu vida. Y ya me contarás como lidias con esta pesadez después. – Dijo dejándose caer sobre su pecho. Dudaba mucho que pudiera pegar ojo, por cansada que estuviera, sintiéndose como un tonel de barco.
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Freyja
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Escenas de Navidad (Parte II) CON Alice y mucha familia EN Casa de los O'Donnell Días del 1 al 6 de enero |
Cerró los ojos e hinchó el pecho de aire. Vale, Marcus, concéntrate. Eso se te da bien, ¿no? Sí, se le daba bien concentrarse en una clase, pero allí la conversación parecía girar en torno a ellos, y eso no ayudaba. Se le daba bien concentrarse en un libro, ¿pero qué iba a hacer? ¿Mirar el plato a ver si le contaba algo? Y con los ojos cerrados solo veía a Alice. A Alice en su cama, a Alice con ese conjunto sobre la mesa de su cuarto... ¡¡Por favor!! ¿Desde cuándo no era capaz de controlar ni lo que pensaba? Mejor abría los ojos... Ah, sí, para ver a Alice sonriendo, riéndose y con ese sonrojo. Genial. Maravilloso todo.
Ignorarla no era tan fácil como le gustaría, ni podía ni quería. No quería ignorar a la chica, solo quería poder verla como una persona normal y no como el pervertido en el que parecía haberse convertido en la última hora por culpa de ese maldito aceite. Marcus, por favor, que están tus padres delante. Y tu hermano. ¡Y su hermano! Pensó mientras se abanicaba con una servilleta. Pero en lo que se autoadoctrinaba, la chica se dirigió a él para decirle que no sabía cómo podía vivir así, y su reacción automática fue alzar una ceja y contestar. - ¿Perdona? ¿Yo? - Eso es, Marcus. Da más pistas. Pero a la chica le dio por reír, para su desconcierto, y claro... Se lo pegó a él. De verdad, aquello era una tortura. Definitivamente, si volvían a usar esa cosa, sería en el lugar más aislado del mundo y con el único objetivo de... Para, Marcus.
Al menos la chica tuvo a bien ir a por agua, y él solo pudo mirarla tratando de darle las gracias aunque fuera mentalmente. Se puso a comer, tratando de verdad de concentrarse en la comida ahora que Alice se había ido. Y en un momento dado, mientras masticaba, cerró los ojos, respiró hondo... Y notó que se le pasaba un poco el calor. Sí, se le estaba pasando el calor, y no solo el calor. Menos mal, suspiró para sus adentros. Lo oyó entonces: una risita que no era la de Alice, ni la de Dylan, ni la de su padre. Abrió los ojos y vio a Lex riéndose entre dientes, lo que le hizo mirarle con el ceño fruncido. Ya iba a saltar a la yugular, pensando que le estaba leyendo la mente o algo así, cuando su madre intervino. - Parece que estás un poco mejor. - Miró a su madre, un poco aturdido, y ella le señaló. - Menos colorado. - Ah, sí... Se me está pasando el calor. - Pues la temperatura sigue siendo la misma. - Apuntó su padre. Pero su madre frunció muy levemente el ceño, en esa expresión que ponía cuando algo no le cuadraba, y se levantó. - Voy a por el postre. - Y se dirigió a la cocina. Ese momento lo aprovechó Lex para reírse con más descaro, aunque aún fingiendo que lo hacía entre dientes. - ¿De qué te ríes? - Mejor no te contesto. - Marcus abrió los ojos con el ceño muy fruncido, pero antes de que pudiera saltar, intervino su padre. - Marcus, ¿cuántos años te hacen falta para saber que tu hermano solo te está provocando? - Frunció los labios y bajó la cabeza al plato, mirándole de reojo. El otro había dibujado una sonrisita de suficiencia. - Leeex. - Advirtió su padre. Y cada hermano se centró en sus cosas.
Miró a Alice con una expresión agradecida y una sonrisa cuando puso la jarra delante de él. Mientras bebía de nuevo, pensó que al menos ya podía mirarla sin pensar cosas raras, y que tenía menos calor. Se puso a comerse su postre y, al mirarla de reojo, vio que la chica había parado de comer. Y que él ya no estaba tan "acalorado". Eso solo podía significar una cosa: se les estaba pasando el efecto. Menos mal, ya era hora. Suspiró más aliviado y con más seguridad, ya se sentía con mayor control de la situación y eso le ponía automáticamente de mejor humor. Se puso a comerse su postre feliz, pero al mirar a Alice de nuevo vio un intercambio extraño entre Lex y la chica. Él le había pasado a ella un papel, y luego se habían quedado mirándose. Marcus pasó la mirada de uno al otro con el ceño fruncido. ¿Pero qué? Como estuvieran haciendo lo que creía que estaban haciendo, de verdad que mataba a Lex.
En ese intercambio su padre puntualizó que se habían quedado todos muy callados, pero Marcus, que de normal era el que más hablaba, se escudó en que tenía la boca llena. Se limitó a comer, de hecho, su postre y el que le había pasado Alice, y cuando la chica se fue a llevarse a Dylan, los demás empezaron a recoger la mesa. Pero él agarró a Lex de una muñeca para que no se saliera reptando por ahí. - ¿Qué ha pasado ahí? - Preguntó en un apremiante susurro para que sus padres no les escucharan. Lex arqueó una ceja con una sonrisita. - ¿Te refieres a por qué tu novia tenía un hambre descomunal y tú estabas cachondo perdido? - ¡¡Que no es mi...!! - Se tapó la cara con desesperación. Porque claro, eso era lo más importante a matizar ahí: que Alice no era su novia. Al fin y al cabo era lo único que podía negar de esa frase... Porque lo demás era verdad. - ¿Le estabas leyendo la mente a Alice? - El otro se encogió de hombros y contestó como si fuera lo más normal del mundo. - Ella se deja. - Ohj, por Dios. ¿Por qué haces eso? ¿Por qué tienes que ser tan siniestro? - ¿¿Y por qué tú accedes, Alice?? Pensó. - ¿Hubieras preferido que tuviéramos la conversación delante de todo el mundo? - Lex se echó a reír otra vez. - Mira, dais mucha grima, pero tengo que reconocer que ha sido muy gracioso verlo. - ¿Qué te ha dicho? ¿Qué has visto? - Que no haya visto imágenes, que no haya visto imágenes... - Eso pregúntaselo tú a ella. No quiero contagiarte de mi "siniestrismo". - Y se dio media vuelta, largándose de allí entre risitas.
Subió las escaleras y se encontró con Alice arriba. Cuando la chica rodeó su cuello y le dijo eso, Marcus alzó las cejas. - ¿Que mi vida es un infierno? - Preguntó con una risa. Miró a los lados, comprobando que no había nadie por allí, y se acercó un poco más a ella. - ¿Tú estabas... Así? - Solo de acordarse le daba calor otra vez. - Creía que me moría, Alice... Qué vergüenza. - Soltó un poco de aire entre los dientes que pareció una risa. - ¿Cómo haces para que no se te note? - Susurró cerca de ella, quizás con un tono un poco menos apurado y más aterciopelado. - ¿O es que era solo cosa de hoy? Yo que ya venía... - Bastante excitado de por sí. Entonces se acordó de algo y frunció un poco el ceño. - Por cierto, ¿qué te traías con Lex? - Temiendo estaba la respuesta. - No le habrás... -
Ignorarla no era tan fácil como le gustaría, ni podía ni quería. No quería ignorar a la chica, solo quería poder verla como una persona normal y no como el pervertido en el que parecía haberse convertido en la última hora por culpa de ese maldito aceite. Marcus, por favor, que están tus padres delante. Y tu hermano. ¡Y su hermano! Pensó mientras se abanicaba con una servilleta. Pero en lo que se autoadoctrinaba, la chica se dirigió a él para decirle que no sabía cómo podía vivir así, y su reacción automática fue alzar una ceja y contestar. - ¿Perdona? ¿Yo? - Eso es, Marcus. Da más pistas. Pero a la chica le dio por reír, para su desconcierto, y claro... Se lo pegó a él. De verdad, aquello era una tortura. Definitivamente, si volvían a usar esa cosa, sería en el lugar más aislado del mundo y con el único objetivo de... Para, Marcus.
Al menos la chica tuvo a bien ir a por agua, y él solo pudo mirarla tratando de darle las gracias aunque fuera mentalmente. Se puso a comer, tratando de verdad de concentrarse en la comida ahora que Alice se había ido. Y en un momento dado, mientras masticaba, cerró los ojos, respiró hondo... Y notó que se le pasaba un poco el calor. Sí, se le estaba pasando el calor, y no solo el calor. Menos mal, suspiró para sus adentros. Lo oyó entonces: una risita que no era la de Alice, ni la de Dylan, ni la de su padre. Abrió los ojos y vio a Lex riéndose entre dientes, lo que le hizo mirarle con el ceño fruncido. Ya iba a saltar a la yugular, pensando que le estaba leyendo la mente o algo así, cuando su madre intervino. - Parece que estás un poco mejor. - Miró a su madre, un poco aturdido, y ella le señaló. - Menos colorado. - Ah, sí... Se me está pasando el calor. - Pues la temperatura sigue siendo la misma. - Apuntó su padre. Pero su madre frunció muy levemente el ceño, en esa expresión que ponía cuando algo no le cuadraba, y se levantó. - Voy a por el postre. - Y se dirigió a la cocina. Ese momento lo aprovechó Lex para reírse con más descaro, aunque aún fingiendo que lo hacía entre dientes. - ¿De qué te ríes? - Mejor no te contesto. - Marcus abrió los ojos con el ceño muy fruncido, pero antes de que pudiera saltar, intervino su padre. - Marcus, ¿cuántos años te hacen falta para saber que tu hermano solo te está provocando? - Frunció los labios y bajó la cabeza al plato, mirándole de reojo. El otro había dibujado una sonrisita de suficiencia. - Leeex. - Advirtió su padre. Y cada hermano se centró en sus cosas.
Miró a Alice con una expresión agradecida y una sonrisa cuando puso la jarra delante de él. Mientras bebía de nuevo, pensó que al menos ya podía mirarla sin pensar cosas raras, y que tenía menos calor. Se puso a comerse su postre y, al mirarla de reojo, vio que la chica había parado de comer. Y que él ya no estaba tan "acalorado". Eso solo podía significar una cosa: se les estaba pasando el efecto. Menos mal, ya era hora. Suspiró más aliviado y con más seguridad, ya se sentía con mayor control de la situación y eso le ponía automáticamente de mejor humor. Se puso a comerse su postre feliz, pero al mirar a Alice de nuevo vio un intercambio extraño entre Lex y la chica. Él le había pasado a ella un papel, y luego se habían quedado mirándose. Marcus pasó la mirada de uno al otro con el ceño fruncido. ¿Pero qué? Como estuvieran haciendo lo que creía que estaban haciendo, de verdad que mataba a Lex.
En ese intercambio su padre puntualizó que se habían quedado todos muy callados, pero Marcus, que de normal era el que más hablaba, se escudó en que tenía la boca llena. Se limitó a comer, de hecho, su postre y el que le había pasado Alice, y cuando la chica se fue a llevarse a Dylan, los demás empezaron a recoger la mesa. Pero él agarró a Lex de una muñeca para que no se saliera reptando por ahí. - ¿Qué ha pasado ahí? - Preguntó en un apremiante susurro para que sus padres no les escucharan. Lex arqueó una ceja con una sonrisita. - ¿Te refieres a por qué tu novia tenía un hambre descomunal y tú estabas cachondo perdido? - ¡¡Que no es mi...!! - Se tapó la cara con desesperación. Porque claro, eso era lo más importante a matizar ahí: que Alice no era su novia. Al fin y al cabo era lo único que podía negar de esa frase... Porque lo demás era verdad. - ¿Le estabas leyendo la mente a Alice? - El otro se encogió de hombros y contestó como si fuera lo más normal del mundo. - Ella se deja. - Ohj, por Dios. ¿Por qué haces eso? ¿Por qué tienes que ser tan siniestro? - ¿¿Y por qué tú accedes, Alice?? Pensó. - ¿Hubieras preferido que tuviéramos la conversación delante de todo el mundo? - Lex se echó a reír otra vez. - Mira, dais mucha grima, pero tengo que reconocer que ha sido muy gracioso verlo. - ¿Qué te ha dicho? ¿Qué has visto? - Que no haya visto imágenes, que no haya visto imágenes... - Eso pregúntaselo tú a ella. No quiero contagiarte de mi "siniestrismo". - Y se dio media vuelta, largándose de allí entre risitas.
Subió las escaleras y se encontró con Alice arriba. Cuando la chica rodeó su cuello y le dijo eso, Marcus alzó las cejas. - ¿Que mi vida es un infierno? - Preguntó con una risa. Miró a los lados, comprobando que no había nadie por allí, y se acercó un poco más a ella. - ¿Tú estabas... Así? - Solo de acordarse le daba calor otra vez. - Creía que me moría, Alice... Qué vergüenza. - Soltó un poco de aire entre los dientes que pareció una risa. - ¿Cómo haces para que no se te note? - Susurró cerca de ella, quizás con un tono un poco menos apurado y más aterciopelado. - ¿O es que era solo cosa de hoy? Yo que ya venía... - Bastante excitado de por sí. Entonces se acordó de algo y frunció un poco el ceño. - Por cierto, ¿qué te traías con Lex? - Temiendo estaba la respuesta. - No le habrás... -
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Escenas de Navidad (Parte II) CON Marcus y mucha familia EN Casa de los O'Donnell Días del 1 al 6 de enero |
Se tuvo que echar a reír con la aseveración de Marcus y volvió a apoyarse en su pecho. – Pues para mí es menos molesto que pasar esa hambre ¡Por Dios! Parecía que no habías comido en días y te has zampado media empanada tú solo. – Rio entre dientes y levantó la vista. – A ver, como yo soy tan hiperactiva, si estoy inquieta o colorada, nadie se fija, y en las chicas no es tan… – Entornó los ojos con una sonrisita. – Evidente, como en los chicos. Te lo dije aquel día en el pasillo, en quinto, que estaba igual que tú. Peor, según parece, por tu reacción… Pero es que tengo una imaginación muy poderosa. – Y se rio un poquito más como cuando le pillaban en una trastada. Pobre Marcus, se creía que solo él sufría estragos con las hormonas y en verdad ni see acercaba a cómo se ponía ella.
Por supuesto, tuvo que mencionar lo de Lex, lo cual lee hizo soltar un suspirito. – Sí, sí, se los he enseñado con toda calidad, lo hemos hecho, lo que te quiero hacer… – Dijo sensualmente, solo para romper a reír segundos más tarde. – Antes me ha preguntado qué te he dado, yo le he dicho que un aceite que hace cosas. Ya cuando nos ha visto en la cena se ha olido que por ahí iba el asunto y me ha preguntado y me ha dicho que lo pensara, así no era tan evidente. Solo le he explicado cómo funciona el aceite. Nada de imágenes, nada de información de sobra, ya conoces a tu hermano, estaría dando arcadas en el momento en el que viera algo mínimamente delicado.
Volvió a reír y se abrazó más a él. – Solo quería que probaras el aceite, para que vieras que vale los doce galeones. – Se puso de puntillas y susurró en su oído. – Y me muero por probarlo de verdad, cuando se pueda… – Se separó y le dio un piquito, sonriendo. – Me voy a la cama, derrumbarme aunque sea, porque con todo lo que he comido dudo que pueda pegar ojo. – Deslizó el dedo índice por su mejilla, sin dejar de sonreír. – Buenas noches, emperador. Me he dejado la corona en tu cuarto, guárdamela… – Cogió su muñeca y acarició el lazo. – Siempre confío en que me guardes las cosas que importan. – Y deslizando su mano pobre la de él, se dirigió a su cuarto. Más feliz de lo que había estado en mucho tiempo.
Por supuesto, tuvo que mencionar lo de Lex, lo cual lee hizo soltar un suspirito. – Sí, sí, se los he enseñado con toda calidad, lo hemos hecho, lo que te quiero hacer… – Dijo sensualmente, solo para romper a reír segundos más tarde. – Antes me ha preguntado qué te he dado, yo le he dicho que un aceite que hace cosas. Ya cuando nos ha visto en la cena se ha olido que por ahí iba el asunto y me ha preguntado y me ha dicho que lo pensara, así no era tan evidente. Solo le he explicado cómo funciona el aceite. Nada de imágenes, nada de información de sobra, ya conoces a tu hermano, estaría dando arcadas en el momento en el que viera algo mínimamente delicado.
Volvió a reír y se abrazó más a él. – Solo quería que probaras el aceite, para que vieras que vale los doce galeones. – Se puso de puntillas y susurró en su oído. – Y me muero por probarlo de verdad, cuando se pueda… – Se separó y le dio un piquito, sonriendo. – Me voy a la cama, derrumbarme aunque sea, porque con todo lo que he comido dudo que pueda pegar ojo. – Deslizó el dedo índice por su mejilla, sin dejar de sonreír. – Buenas noches, emperador. Me he dejado la corona en tu cuarto, guárdamela… – Cogió su muñeca y acarició el lazo. – Siempre confío en que me guardes las cosas que importan. – Y deslizando su mano pobre la de él, se dirigió a su cuarto. Más feliz de lo que había estado en mucho tiempo.
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Escenas de Navidad (Parte II) CON Alice y mucha familia EN Casa de los O'Donnell Días del 1 al 6 de enero |
Pasó una mano con suavidad por su espalda cuando se apoyó en su pecho, sin poder evitar una sonrisa. Porque se sentía tan bien así, tan a gusto... Aunque aún tenían que aclarar algunos términos en esa conversación, pero igualmente estaba mucho más tranquilo. Y le gustaba tener ratos así a solas con ella. - A partir de ahora te meterás menos conmigo cuando diga que tengo hambre. - Ladeó la cabeza, mirando hacia la pared, con la barbilla ligeramente reposando sobre el pelo de la chica. - E igualmente, tú casi no tienes hambre, así que es como si hubieras sentido solo mi hambre, y estabas cenando, por lo que el sentimiento era adecuado. Yo tenía mi... Estado y el tuyo, y desde luego que la situación no era la más acorde. - Vaya, que en esa competición por ver quien lo había pasado peor, se llevaba él el premio de calle, lo tenía clarísimo.
Rodó los ojos con un suspiro mudo, pero una sonrisita ladeada. Se retiró ligeramente para poder mirarla a los ojos y arqueó una ceja. - ¿Ah, sí? ¿Alice Gallia tiene una imaginación muy poderosa? No era yo consciente de eso. - Ironizó, pero el cosquilleo que había sentido era muy real. - Así que... Imaginación... - Se mordió el labio y retiró la mirada, controlando una sonrisita nerviosa y notando como se ruborizaba ligeramente. Osea que Alice... Pensaba en él... Vaya. A ver, no es que no creyera que... En fin, él pensaba en ella. Bastante. Cada vez más, de hecho. Desde que iniciaran el mencionado acercamiento en quinto había empezado a pensar en ella así, pero esporádicamente, porque se avergonzaba, porque se decía a sí mismo que solo era su amiga. Pero claro... Dados los últimos acontecimientos... Curiosamente, lo que no se había parado a pensar es que pudiera ser recíproco. Y mejor no lo pensaba porque ya había tenido demasiado "entusiasmo" por esa noche como para añadirle más.
Pero abrió los ojos con pánico cuando Alice dijo lo que le había enseñado "con toda claridad" a su hermano. Menos mal que la chica solo tardó unos segundos en echarse a reír, porque ya le iba a dar algo. Que aunque obviamente se tratara de una broma, el susto se lo había dado igual. - Ah, Alice, no tiene gracia. - Murmuró rodando los ojos. Atendió a la explicación y, cuando la acabó, chistó. - Está todo el tiempo diciendo que pasa de todo el mundo, pero luego es un cotilla. - ¿Para qué querría saber su hermano eso? ¿Para martirizarle, o qué? Igualmente tenía una parte buena: parecía que había conectado bien con Alice. Parecía que se llevaba mejor con ella que con él, de hecho. Honestamente... Eso le gustaba. Sabía que Lex no era muy amante de socializar en general, para Marcus era muy importante que se llevara bien con Alice... Por algún motivo.
Se abrazó a la chica y rio con su comentario. - Desde luego que los vale... Pero sigo pensando que tiene mucho peligro. - Muchísimo peligro, a la vista estaba. Y no se refería solo al peligro propio de que les pillaran con un intercambio de sensaciones en público, como había ocurrido en la cena. Era consciente de lo mucho que había escalado la cosa en apenas minutos, y a Marcus le perturbaba la sensación de pérdida de control... Aunque si era con Alice, a solas, y para... Sacudió la cabeza y bajó a tierra otra vez. - Yo también. - Aseguró, sonriendo después de recibir el beso de la chica. Asintió y dijo con voz suave. - Te la guardaré. - Dejó una caricia en su mejilla y luego bajó la mano hasta la de la chica, para acercársela a los labios y dejarle un beso. - Buenas noches, princesa. - Y se fue a su habitación como quien flota sobre una nube.
- Vaya, has vuelto. - Allí estaba Elio otra vez, pero esta vez no reposaba sobre su palo. - No disimules ahora, que te he pillado. - Le dijo al pájaro, que había revoloteado por ahí nada más verle pero que estaba escudriñando la corona cuando él entró. - Vivo en una casa de cotillas. - Comentó, pero la sonrisa radiante de felicidad no se le iba. Tomó la corona y la dejó sobre su mesa, pero antes se quedó mirándola unos instantes, pensando. Y justo después, alzó la vista a su cielo estrellado. Una feria de verano y otra de invierno, a cual más inmejorable. Cuántas cosas habían pasado entre la una y la otra... Y cuántas, si todo iba bien, les quedaban por pasar.
Rodó los ojos con un suspiro mudo, pero una sonrisita ladeada. Se retiró ligeramente para poder mirarla a los ojos y arqueó una ceja. - ¿Ah, sí? ¿Alice Gallia tiene una imaginación muy poderosa? No era yo consciente de eso. - Ironizó, pero el cosquilleo que había sentido era muy real. - Así que... Imaginación... - Se mordió el labio y retiró la mirada, controlando una sonrisita nerviosa y notando como se ruborizaba ligeramente. Osea que Alice... Pensaba en él... Vaya. A ver, no es que no creyera que... En fin, él pensaba en ella. Bastante. Cada vez más, de hecho. Desde que iniciaran el mencionado acercamiento en quinto había empezado a pensar en ella así, pero esporádicamente, porque se avergonzaba, porque se decía a sí mismo que solo era su amiga. Pero claro... Dados los últimos acontecimientos... Curiosamente, lo que no se había parado a pensar es que pudiera ser recíproco. Y mejor no lo pensaba porque ya había tenido demasiado "entusiasmo" por esa noche como para añadirle más.
Pero abrió los ojos con pánico cuando Alice dijo lo que le había enseñado "con toda claridad" a su hermano. Menos mal que la chica solo tardó unos segundos en echarse a reír, porque ya le iba a dar algo. Que aunque obviamente se tratara de una broma, el susto se lo había dado igual. - Ah, Alice, no tiene gracia. - Murmuró rodando los ojos. Atendió a la explicación y, cuando la acabó, chistó. - Está todo el tiempo diciendo que pasa de todo el mundo, pero luego es un cotilla. - ¿Para qué querría saber su hermano eso? ¿Para martirizarle, o qué? Igualmente tenía una parte buena: parecía que había conectado bien con Alice. Parecía que se llevaba mejor con ella que con él, de hecho. Honestamente... Eso le gustaba. Sabía que Lex no era muy amante de socializar en general, para Marcus era muy importante que se llevara bien con Alice... Por algún motivo.
Se abrazó a la chica y rio con su comentario. - Desde luego que los vale... Pero sigo pensando que tiene mucho peligro. - Muchísimo peligro, a la vista estaba. Y no se refería solo al peligro propio de que les pillaran con un intercambio de sensaciones en público, como había ocurrido en la cena. Era consciente de lo mucho que había escalado la cosa en apenas minutos, y a Marcus le perturbaba la sensación de pérdida de control... Aunque si era con Alice, a solas, y para... Sacudió la cabeza y bajó a tierra otra vez. - Yo también. - Aseguró, sonriendo después de recibir el beso de la chica. Asintió y dijo con voz suave. - Te la guardaré. - Dejó una caricia en su mejilla y luego bajó la mano hasta la de la chica, para acercársela a los labios y dejarle un beso. - Buenas noches, princesa. - Y se fue a su habitación como quien flota sobre una nube.
- Vaya, has vuelto. - Allí estaba Elio otra vez, pero esta vez no reposaba sobre su palo. - No disimules ahora, que te he pillado. - Le dijo al pájaro, que había revoloteado por ahí nada más verle pero que estaba escudriñando la corona cuando él entró. - Vivo en una casa de cotillas. - Comentó, pero la sonrisa radiante de felicidad no se le iba. Tomó la corona y la dejó sobre su mesa, pero antes se quedó mirándola unos instantes, pensando. Y justo después, alzó la vista a su cielo estrellado. Una feria de verano y otra de invierno, a cual más inmejorable. Cuántas cosas habían pasado entre la una y la otra... Y cuántas, si todo iba bien, les quedaban por pasar.
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Escenas de Navidad (Parte II) CON Marcus y mucha familia EN Casa de los O'Donnell Días del 1 al 6 de enero |
La tata había llegado a buscarles para llevarles a su casa a pasar la última noche. Quería protestar, porque para un día, qué más daba, pero bueno, mucho había estirado la hospitalidad de los O’Donnell. Pero quería hacer una última cosa que prefería no hacer en su casa, y había convencido a la tata de esperar.
Oyó la puerta y se sobresaltó agarrando el vestido con fuerza contra ella, para que, aunque estuviera abierto por detrás, al menos la delantera se la pudiera tapar- ¿Tata?- No, soy Emma- contestó una voz abriendo un poco la puerta. Ella trastabilló un poco en las palabras- Pase, señora O’Donnell pero… Cierre, por favor. - Entró, tan regia como siempre y con los tacones (¿En serio, se los quitaría para algo?) y ella allí, intentando sostenerse un vestido que no era ni suyo. Se sonrojó un poco y Emma la miró con el ceño fruncido. - ¿Qué haces?- La tía Vivi estaba intentando ayudarme a arreglarme este vestido…-La mujer sonrió y se cruzó de brazos, apoyándose sobre el quicio de la puerta- No sé cómo, pero siempre acabas enfundada en la ropa de otra gente. - Gal ladeó la sonrisa y alzó las cejas. - Sí, es que en Hogwarts no tengo opción de comprarme nada y antes cuando salía, mi madre siempre me había comprado lo que necesitaba pero…- se encogió de hombros- No me gusta demasiado la ropa que me compra mi abuela, y la de la tía Vivi tampoco mucho…- Emma soltó una suave carcajada desde la garganta y Gal levantó la vista apurada- ¡Pero no se lo diga, por favor!- Ella levantó la mano y negó con la cabeza- No le diga tampoco a mi padre que me ha visto con este vestido… - Ahí sí, la mujer frunció el ceño. - ¿No le has pedido permiso para cogerlo?
Gal suspiró y se sentó en la cama, con la cabeza gacha, y sujetándose aún el vestido contra el pecho, aunque los tirantes se caían por sus hombros- No. O sea, no es eso…- No deberías usar cosas de tu madre sin… - A veces me confunde con ella - Cortó, sin ser capaz de mirarla, enfocando solo a sus pies, tapados por la tela azul crujiente del vestido. Emma se había callado de golpe- Cuando hablo, o digo algo que hubiera dicho ella… A veces simplemente me está hablando y creo que no sabe que está hablando conmigo… - Tragó saliva. - No quería que encima me viera con un vestido suyo. - Emma se sentó al lado y vio por la vista periférica que estaba asintiendo con la cabeza- ¿Y por qué lo has cogido? ¿Te lo querías poner en Navidad?- Negó con la cabeza. - No tengo vestido para la graduación. Quería llevármelo a Hogwarts del tirón, para guardarlo hasta junio. Pero cuando se lo dije a la tata me dijo que me lo probara primero, porque probablemente me quedaría grande. - Se recolocó un poco el vestido sobre el pecho y puso media sonrisa- Me arrastra un montón, mi madre era mucho más alta. - ¿Te lo has abrochado?- Negó de nuevo con la cabeza. Emma le dio un toque en el hombro y le hizo levantarse. - Ven, vamos a abrochártelo y ya de ahí mides bien- Gal lo hizo, obediente y aún con la cabeza gacha. Las hábiles y firmes manos de Emma le colocaron los tirantes y engancharon las correas y cierres detrás del vestido. Pero cuando terminó y la soltó, los tirantes volvieron a resbalar por sus hombros y tuvo que sujetárselo rápidamente. - Aquí caben dos Alices… - Emma soltó lo que parecía una risa mientras enrollaba tela a la altura de su cintura por los dos lados. - Vuelve y cuéntamelo cuando hayas tenido dos niños. Creo que Dylan no tenía ni un año cuando tu madre fue a la boda en la que se puso este vestido. - Gal bajó la cabeza y retiró el vestido de su pecho, mirando el hueco que quedaba y alzó las cejas- Vale, eso explica más cosas. - Porque ya empezaba a acomplejarse. Giró la cabeza- ¿Fue usted a esa boda también?- La mujer asintió con la cabeza.
Justo en ese momento, apareció por la puerta la tata, con una caja de costura y puso una ligera cara de circunstancias al entrar allí. - No voy a preguntar cómo has conseguido mi caja de costura, Violet. - La tata puso cara de satisfacción y dijo. - Me la ha dado tu hijo Lex. He intentado usar mis encantos, pero parece que en él tiene más efecto la desidia que siente por los asuntos de los demás que parpadear adorablemente. - Gal le hizo un gesto con la mano para que cortara ese camino, pero Emma ya estaba suspirando. Su tía decidió enterrar un poco el hacha de guerra y la señaló de arriba abajo. - ¿Ves? Enorme. No sé yo si lo vamos a poder arreglar, Gal. Sobra mucha tela aquí- Emma hizo un gesto que ella solo pudo ver reflejado en el espejo. - Algo podremos hacer. ¿Estás segura de que te lo quieres poner? Aún hay tiempo de ir a comprar uno si quieres. O si no en Pascua aunque vayas más justa de tiempo… Yo te acompaño. - Ofreció Emma. La chica subió la mirada al espejo y tragó saliva- Yo te lo pago, Gal, que no sea por eso. - Dijo su tía. Pero ella se había quedado mirándose a sí misma. - Es que… Siento que me pega ¿No créeis?- Volvió a tragar saliva y montó los dedos de las manos como siempre que estaba insegura. - Es que nunca uso nada suyo porque siento que… Nunca podré llegar a ser ella, diga lo que diga todo el mundo. Pero cuando vi este vestido en el armario… Pensé que sí, que me pegaba. - Su tía agarró su mano y dijo. - Claro que te pega. Emma tiene razón, ya encontraremos una forma de arreglarlo. - Tanto la señora O’Donnell como Gal se giraron hacia Vivi extrañadas- ¿Qué? Cuando tiene razón se la doy.
La otra mujer negó con la cabeza y empezó a coger alfileres y a coger tela a los dos lados de la cintura. Su tía se asomó al escote y sonrió. - Eso te lo arreglamos con relleno. - Emma bufó por detrás. - Qué burra eres. - Violet entornó los ojos y Gal trató de cambiar de tema. - ¿Tú también fuiste a esa boda? - Su tía negó con la cabeza- Qué va. Estaba en Kenia creo, además, Johnny McBride no me hubiese invitado. - Se cruzó de brazos y soltó una carcajada. - Bueno Johnny quizá sí, pero su futura mujer seguro que no. - Gal suspiró y sonrió. - No quiero saber. - No, no quieres. - Dijo Emma a su espalda con un tono que no dejaba lugar a dudas. Su tía puso cara de quitarse importancia y dijo. - Mira, pueden decir lo que quieran. La novia de McBride era feísima. Y una antipática además. - Por un momento todo se quedó en silencio y entonces oyó lo que nunca creía que oiría que fue una carcajada de Emma, y por el reflejo del espejo vio como ponía una sonrisa de verdad mientras seguía trabajando en el vestido. - Sí que lo era. ¡Por, Merlín! Qué persona tan desagradable…- dijo en el tono más relajado que le había oído en la vida. Vivi se rio también y asintió con la cabeza, señalándola como si le diera la razón.
Y en ese momento alguien llamó a la puerta llamándola y abrió justo después. Ella instintivamente se pegó el vestido al pecho y miró a Marcus coloradísima. Pero ni Emma ni Vivi parecieron inmutarse- Hijo, cuando uno llama a la puerta, es una sana costumbre esperar a ser respondido. - Gal le miró con una sonrisa un poco apenada, porque le hacía ilusión que Marcus no viera el vestido hasta el día de la graduación- ¿Pasa algo? – Gal entornó los ojos y luego bajó la mirada al vestido con una sonrisita vergonzosa. – Tenía que ser una sorpresa, pero bueno…
Oyó la puerta y se sobresaltó agarrando el vestido con fuerza contra ella, para que, aunque estuviera abierto por detrás, al menos la delantera se la pudiera tapar- ¿Tata?- No, soy Emma- contestó una voz abriendo un poco la puerta. Ella trastabilló un poco en las palabras- Pase, señora O’Donnell pero… Cierre, por favor. - Entró, tan regia como siempre y con los tacones (¿En serio, se los quitaría para algo?) y ella allí, intentando sostenerse un vestido que no era ni suyo. Se sonrojó un poco y Emma la miró con el ceño fruncido. - ¿Qué haces?- La tía Vivi estaba intentando ayudarme a arreglarme este vestido…-La mujer sonrió y se cruzó de brazos, apoyándose sobre el quicio de la puerta- No sé cómo, pero siempre acabas enfundada en la ropa de otra gente. - Gal ladeó la sonrisa y alzó las cejas. - Sí, es que en Hogwarts no tengo opción de comprarme nada y antes cuando salía, mi madre siempre me había comprado lo que necesitaba pero…- se encogió de hombros- No me gusta demasiado la ropa que me compra mi abuela, y la de la tía Vivi tampoco mucho…- Emma soltó una suave carcajada desde la garganta y Gal levantó la vista apurada- ¡Pero no se lo diga, por favor!- Ella levantó la mano y negó con la cabeza- No le diga tampoco a mi padre que me ha visto con este vestido… - Ahí sí, la mujer frunció el ceño. - ¿No le has pedido permiso para cogerlo?
Gal suspiró y se sentó en la cama, con la cabeza gacha, y sujetándose aún el vestido contra el pecho, aunque los tirantes se caían por sus hombros- No. O sea, no es eso…- No deberías usar cosas de tu madre sin… - A veces me confunde con ella - Cortó, sin ser capaz de mirarla, enfocando solo a sus pies, tapados por la tela azul crujiente del vestido. Emma se había callado de golpe- Cuando hablo, o digo algo que hubiera dicho ella… A veces simplemente me está hablando y creo que no sabe que está hablando conmigo… - Tragó saliva. - No quería que encima me viera con un vestido suyo. - Emma se sentó al lado y vio por la vista periférica que estaba asintiendo con la cabeza- ¿Y por qué lo has cogido? ¿Te lo querías poner en Navidad?- Negó con la cabeza. - No tengo vestido para la graduación. Quería llevármelo a Hogwarts del tirón, para guardarlo hasta junio. Pero cuando se lo dije a la tata me dijo que me lo probara primero, porque probablemente me quedaría grande. - Se recolocó un poco el vestido sobre el pecho y puso media sonrisa- Me arrastra un montón, mi madre era mucho más alta. - ¿Te lo has abrochado?- Negó de nuevo con la cabeza. Emma le dio un toque en el hombro y le hizo levantarse. - Ven, vamos a abrochártelo y ya de ahí mides bien- Gal lo hizo, obediente y aún con la cabeza gacha. Las hábiles y firmes manos de Emma le colocaron los tirantes y engancharon las correas y cierres detrás del vestido. Pero cuando terminó y la soltó, los tirantes volvieron a resbalar por sus hombros y tuvo que sujetárselo rápidamente. - Aquí caben dos Alices… - Emma soltó lo que parecía una risa mientras enrollaba tela a la altura de su cintura por los dos lados. - Vuelve y cuéntamelo cuando hayas tenido dos niños. Creo que Dylan no tenía ni un año cuando tu madre fue a la boda en la que se puso este vestido. - Gal bajó la cabeza y retiró el vestido de su pecho, mirando el hueco que quedaba y alzó las cejas- Vale, eso explica más cosas. - Porque ya empezaba a acomplejarse. Giró la cabeza- ¿Fue usted a esa boda también?- La mujer asintió con la cabeza.
Justo en ese momento, apareció por la puerta la tata, con una caja de costura y puso una ligera cara de circunstancias al entrar allí. - No voy a preguntar cómo has conseguido mi caja de costura, Violet. - La tata puso cara de satisfacción y dijo. - Me la ha dado tu hijo Lex. He intentado usar mis encantos, pero parece que en él tiene más efecto la desidia que siente por los asuntos de los demás que parpadear adorablemente. - Gal le hizo un gesto con la mano para que cortara ese camino, pero Emma ya estaba suspirando. Su tía decidió enterrar un poco el hacha de guerra y la señaló de arriba abajo. - ¿Ves? Enorme. No sé yo si lo vamos a poder arreglar, Gal. Sobra mucha tela aquí- Emma hizo un gesto que ella solo pudo ver reflejado en el espejo. - Algo podremos hacer. ¿Estás segura de que te lo quieres poner? Aún hay tiempo de ir a comprar uno si quieres. O si no en Pascua aunque vayas más justa de tiempo… Yo te acompaño. - Ofreció Emma. La chica subió la mirada al espejo y tragó saliva- Yo te lo pago, Gal, que no sea por eso. - Dijo su tía. Pero ella se había quedado mirándose a sí misma. - Es que… Siento que me pega ¿No créeis?- Volvió a tragar saliva y montó los dedos de las manos como siempre que estaba insegura. - Es que nunca uso nada suyo porque siento que… Nunca podré llegar a ser ella, diga lo que diga todo el mundo. Pero cuando vi este vestido en el armario… Pensé que sí, que me pegaba. - Su tía agarró su mano y dijo. - Claro que te pega. Emma tiene razón, ya encontraremos una forma de arreglarlo. - Tanto la señora O’Donnell como Gal se giraron hacia Vivi extrañadas- ¿Qué? Cuando tiene razón se la doy.
La otra mujer negó con la cabeza y empezó a coger alfileres y a coger tela a los dos lados de la cintura. Su tía se asomó al escote y sonrió. - Eso te lo arreglamos con relleno. - Emma bufó por detrás. - Qué burra eres. - Violet entornó los ojos y Gal trató de cambiar de tema. - ¿Tú también fuiste a esa boda? - Su tía negó con la cabeza- Qué va. Estaba en Kenia creo, además, Johnny McBride no me hubiese invitado. - Se cruzó de brazos y soltó una carcajada. - Bueno Johnny quizá sí, pero su futura mujer seguro que no. - Gal suspiró y sonrió. - No quiero saber. - No, no quieres. - Dijo Emma a su espalda con un tono que no dejaba lugar a dudas. Su tía puso cara de quitarse importancia y dijo. - Mira, pueden decir lo que quieran. La novia de McBride era feísima. Y una antipática además. - Por un momento todo se quedó en silencio y entonces oyó lo que nunca creía que oiría que fue una carcajada de Emma, y por el reflejo del espejo vio como ponía una sonrisa de verdad mientras seguía trabajando en el vestido. - Sí que lo era. ¡Por, Merlín! Qué persona tan desagradable…- dijo en el tono más relajado que le había oído en la vida. Vivi se rio también y asintió con la cabeza, señalándola como si le diera la razón.
Y en ese momento alguien llamó a la puerta llamándola y abrió justo después. Ella instintivamente se pegó el vestido al pecho y miró a Marcus coloradísima. Pero ni Emma ni Vivi parecieron inmutarse- Hijo, cuando uno llama a la puerta, es una sana costumbre esperar a ser respondido. - Gal le miró con una sonrisa un poco apenada, porque le hacía ilusión que Marcus no viera el vestido hasta el día de la graduación- ¿Pasa algo? – Gal entornó los ojos y luego bajó la mirada al vestido con una sonrisita vergonzosa. – Tenía que ser una sorpresa, pero bueno…
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Escenas de Navidad (Parte II) CON Alice y mucha familia EN Casa de los O'Donnell Días del 1 al 6 de enero |
- Caballo a C3. - De un salto, su caballo negro se movió a la casilla indicada. Se llevó una mano a la barbilla, pensativo, mientras miraba de reojo a Dylan. El chico se había quedado un tanto sorprendido con el movimiento. Sí, ahora su caballo amenazaba claramente a su reina, pero... ¿No acababa de dárselo gratuitamente de comer a su alfil? Lo cierto es que era una de las jugadas más básicas del ajedrez que existían, pero Dylan no solo había insistido en que le enseñara a jugar, sino que había insistido en jugar antes de irse y, además, había insistido en jugar con blancas. Aun así, Marcus siguió haciéndose el concentradísimo... Aunque esa partida la tenía más que ganada ya.
El niño de repente esbozó una sonrisita triunfal y una expresión de superioridad. - Alfil a C3. - Ah, claro, otra particularidad del ajedrez mágico: había que ordenarle a las piezas hacia dónde moverse, y para eso había que hablar. Ya era un pequeño triunfo para Marcus solo el hecho de que Dylan tuviera que hablarle sí o sí a las piezas, pero aun así, esbozó una expresión de dolor cuando vio como el alfil de Dylan le clavaba la espada sin piedad a su caballo, partiéndolo en trizas. Los peones rápidamente recogieron los escombros y volvieron a colocarse en su sitio. - Bueno... - Suspiró Marcus. - En ese caso, supongo que solo me queda una opción. - Se cruzó de brazos con suficiencia y ordenó. - Reina a C3. - Imponente, su reina se desplazó lentamente hacia el alfil de Dylan, que estaba poniendo cara de que claramente no la había visto. Lo hizo pedazos en un segundo, pero eso no era todo. - Y jaque mate. - El niño abrió la boca, mirando el tablero mientras movía los ojos por las casillas a toda velocidad, sopesando sus posibilidades. Pero no había nada que sopesar: el Rey blanco había dejado caer su espada en señal de rendición. Marcus se apoyó sobre el respaldo de su silla, brazos cruzados y expresión orgullosa. - ¡Pero aún se podía mover aquí! - Está mi alfil. - Respondió con tranquilidad. Dylan intentó buscarle explicación durante un par de segundos más, pero acabó bajando los hombros con resignación.
- ¿Otra vez esa entrada? Estás muy visto. - No recuerdo haber requerido tu opinión. - Contestó mordaz a Lex, que no paraba de entrar y salir de la zona, aunque del último paseo había tardado un poco más en volver. - Y se llama saber jugar. - Y se lo vas a enseñar otro día, porque ahora Dylan tiene que hacer su maleta. - Intervino su padre, que también había pasado de largo por allí. Pero antes se asomó al tablero y, al comprobar lo ocurrido, soltó una carcajada. - Me acuerdo cuando te hice esa jugada a ti. Te enfadaste un montón... - Yo no me enfadé un montón. - Trató de arreglar, con una risa apurada y negando con la cabeza mientras buscaba la mirada cómplice de Dylan. - Pero descubriste la jugada a la segunda que intenté hacértela. - Ah, esa parte de la historia le había gustado más. Volvió a hinchar el pecho con una sonrisa orgullosa. - Se me da bien jugar con la reina. - Ugh. - Marcus ignoró la gráfica opinión de Lex, porque Dylan parecía haberse quedado medio conforme y, con solemnidad, estiró la mano hacia Marcus. El chico se la estrechó. - Estoy orgulloso de ti, Dylan. Esto demuestra mucha clase, y saber perder, no como otros. - También es importante saber ganar.- Lex se había acercado al chico, dándole un toque en el hombro. - Cuando hagas tu maleta, si te sobra tiempo, que te va a sobrar. - Miró significativamente a Marcus. A saber lo que estaba queriendo decir con eso. - Echamos una tú y yo. Y te enseño a jugar sin trampas. - Marcus soltó una carcajada sarcástica. - Al saber jugar lo llaman hacer trampas. Que, por cierto, ¿podéis los Slytherin decir "sin trampas" sin que os salga urticaria ni nada? - ¿Dejamos la riñita infantil para que Dylan pueda irse a hacer su maleta? - Su padre había vuelto a aparecer. El niño captó la orden y se fue corriendo escaleras arriba.
- Yo también me voy. - ¿A jugar con la reina? - Marcus se giró hacia Lex, resoplando. - ¿Por qué? ¿Por qué no puedes dejar de meterte conmigo? - Porque me lo pones a huevo. - ¡Si solo he dicho que me voy! - Chicos, en serio. - Suspiró su padre con cansancio, frotándose los ojos en un claro gesto de acopio de paciencia. - ¿No os cansáis de estar siempre peleando? ¿En Hogwarts también estáis así? - Lex soltó una risotada irónica. - En Hogwarts no hay quien pille a Míster Ocupado. - Marcus rodó los ojos hacia su hermano, pero se le escapó una sonrisita en forma de burla infantil, girando la mirada de nuevo a su padre con los brazos cruzados. - En el fondo me quiere. - Vete a la mierda. - Pero Marcus ya se estaba girando hacia la escalera. Y él, que no podía irse sin dejar su último comentario y aprovechando que su padre había vuelto a desaparecer, se giró hacia Lex, que le miraba con cara de malas pulgas, y susurró chulesco, haciendo pantalla con una mano junto a los labios. - Me voy con mi reina. - Qué asquito dais. - Pero él ya estaba subiendo las escaleras con una risita entre dientes.
Se dirigió contento a la puerta de la chica, que estaba cerrada salvo por una pequeña apertura, y dio un par de cómicos golpes en esta. - Alice, ¿a que no sab...? - Uy. No estaba sola. De hecho, nada más entrar (porque mientras pegaba y llamaba a la chica ya se estaba prácticamente colando en la habitación) se encontró con seis ojos mirándole: los de su madre, los de Violet y los de... Alice con un vestido muy bonito que parecía que le estaban arreglando. - Oh, perdón. - Dijo apurado desde la puerta, pero ahora se le había quedado una sonrisa un poco boba. Sonrisa que se le borró con apuro con el comentario de su madre. No tenía respuesta para eso que no fuera agachar la cabeza con humildad. Ciertamente, había oído las risitas cuando se aproximaba, pero iba tan metido en su propio discurso alegre que ni se había parado a pensar que la reunión fuera en el dormitorio de Alice. Antes de contestar que no pasaba nada, que solo estaba allí para... Charlar, bueno, despedirse, decirle que le había ganado a Dylan, o lo que fuera, Alice dijo con una voz en la que detectó la tristeza en el acto que quería que fuera una sorpresa. Automáticamente se tapó los ojos. - No he visto nada. - Sí lo había visto. - No me ha dado tiempo, osea... No sé de qué me hablas. - Marcus, por favor, que tú ves a mi sobrina a kilómetros de distancia. Y cualquier cosa azul. Y aquí se dan ambas cosas. - Apuntó Violet. - Bueno, pero puedo quedarme así, y se me olvidará, lo poco que he visto quiero decir, y como si no hubiera visto nada. - Se habían quedado en un denso silencio. Tenía los ojos tapados con una mano, pero casi podía sentir como las mujeres se miraban entre sí. Vale, captado. - O también me puedo ir. - Comentó, dejando escapar una risa apurada y señalando la puerta con el pulgar, dando un pasito hacia atrás.
El niño de repente esbozó una sonrisita triunfal y una expresión de superioridad. - Alfil a C3. - Ah, claro, otra particularidad del ajedrez mágico: había que ordenarle a las piezas hacia dónde moverse, y para eso había que hablar. Ya era un pequeño triunfo para Marcus solo el hecho de que Dylan tuviera que hablarle sí o sí a las piezas, pero aun así, esbozó una expresión de dolor cuando vio como el alfil de Dylan le clavaba la espada sin piedad a su caballo, partiéndolo en trizas. Los peones rápidamente recogieron los escombros y volvieron a colocarse en su sitio. - Bueno... - Suspiró Marcus. - En ese caso, supongo que solo me queda una opción. - Se cruzó de brazos con suficiencia y ordenó. - Reina a C3. - Imponente, su reina se desplazó lentamente hacia el alfil de Dylan, que estaba poniendo cara de que claramente no la había visto. Lo hizo pedazos en un segundo, pero eso no era todo. - Y jaque mate. - El niño abrió la boca, mirando el tablero mientras movía los ojos por las casillas a toda velocidad, sopesando sus posibilidades. Pero no había nada que sopesar: el Rey blanco había dejado caer su espada en señal de rendición. Marcus se apoyó sobre el respaldo de su silla, brazos cruzados y expresión orgullosa. - ¡Pero aún se podía mover aquí! - Está mi alfil. - Respondió con tranquilidad. Dylan intentó buscarle explicación durante un par de segundos más, pero acabó bajando los hombros con resignación.
- ¿Otra vez esa entrada? Estás muy visto. - No recuerdo haber requerido tu opinión. - Contestó mordaz a Lex, que no paraba de entrar y salir de la zona, aunque del último paseo había tardado un poco más en volver. - Y se llama saber jugar. - Y se lo vas a enseñar otro día, porque ahora Dylan tiene que hacer su maleta. - Intervino su padre, que también había pasado de largo por allí. Pero antes se asomó al tablero y, al comprobar lo ocurrido, soltó una carcajada. - Me acuerdo cuando te hice esa jugada a ti. Te enfadaste un montón... - Yo no me enfadé un montón. - Trató de arreglar, con una risa apurada y negando con la cabeza mientras buscaba la mirada cómplice de Dylan. - Pero descubriste la jugada a la segunda que intenté hacértela. - Ah, esa parte de la historia le había gustado más. Volvió a hinchar el pecho con una sonrisa orgullosa. - Se me da bien jugar con la reina. - Ugh. - Marcus ignoró la gráfica opinión de Lex, porque Dylan parecía haberse quedado medio conforme y, con solemnidad, estiró la mano hacia Marcus. El chico se la estrechó. - Estoy orgulloso de ti, Dylan. Esto demuestra mucha clase, y saber perder, no como otros. - También es importante saber ganar.- Lex se había acercado al chico, dándole un toque en el hombro. - Cuando hagas tu maleta, si te sobra tiempo, que te va a sobrar. - Miró significativamente a Marcus. A saber lo que estaba queriendo decir con eso. - Echamos una tú y yo. Y te enseño a jugar sin trampas. - Marcus soltó una carcajada sarcástica. - Al saber jugar lo llaman hacer trampas. Que, por cierto, ¿podéis los Slytherin decir "sin trampas" sin que os salga urticaria ni nada? - ¿Dejamos la riñita infantil para que Dylan pueda irse a hacer su maleta? - Su padre había vuelto a aparecer. El niño captó la orden y se fue corriendo escaleras arriba.
- Yo también me voy. - ¿A jugar con la reina? - Marcus se giró hacia Lex, resoplando. - ¿Por qué? ¿Por qué no puedes dejar de meterte conmigo? - Porque me lo pones a huevo. - ¡Si solo he dicho que me voy! - Chicos, en serio. - Suspiró su padre con cansancio, frotándose los ojos en un claro gesto de acopio de paciencia. - ¿No os cansáis de estar siempre peleando? ¿En Hogwarts también estáis así? - Lex soltó una risotada irónica. - En Hogwarts no hay quien pille a Míster Ocupado. - Marcus rodó los ojos hacia su hermano, pero se le escapó una sonrisita en forma de burla infantil, girando la mirada de nuevo a su padre con los brazos cruzados. - En el fondo me quiere. - Vete a la mierda. - Pero Marcus ya se estaba girando hacia la escalera. Y él, que no podía irse sin dejar su último comentario y aprovechando que su padre había vuelto a desaparecer, se giró hacia Lex, que le miraba con cara de malas pulgas, y susurró chulesco, haciendo pantalla con una mano junto a los labios. - Me voy con mi reina. - Qué asquito dais. - Pero él ya estaba subiendo las escaleras con una risita entre dientes.
Se dirigió contento a la puerta de la chica, que estaba cerrada salvo por una pequeña apertura, y dio un par de cómicos golpes en esta. - Alice, ¿a que no sab...? - Uy. No estaba sola. De hecho, nada más entrar (porque mientras pegaba y llamaba a la chica ya se estaba prácticamente colando en la habitación) se encontró con seis ojos mirándole: los de su madre, los de Violet y los de... Alice con un vestido muy bonito que parecía que le estaban arreglando. - Oh, perdón. - Dijo apurado desde la puerta, pero ahora se le había quedado una sonrisa un poco boba. Sonrisa que se le borró con apuro con el comentario de su madre. No tenía respuesta para eso que no fuera agachar la cabeza con humildad. Ciertamente, había oído las risitas cuando se aproximaba, pero iba tan metido en su propio discurso alegre que ni se había parado a pensar que la reunión fuera en el dormitorio de Alice. Antes de contestar que no pasaba nada, que solo estaba allí para... Charlar, bueno, despedirse, decirle que le había ganado a Dylan, o lo que fuera, Alice dijo con una voz en la que detectó la tristeza en el acto que quería que fuera una sorpresa. Automáticamente se tapó los ojos. - No he visto nada. - Sí lo había visto. - No me ha dado tiempo, osea... No sé de qué me hablas. - Marcus, por favor, que tú ves a mi sobrina a kilómetros de distancia. Y cualquier cosa azul. Y aquí se dan ambas cosas. - Apuntó Violet. - Bueno, pero puedo quedarme así, y se me olvidará, lo poco que he visto quiero decir, y como si no hubiera visto nada. - Se habían quedado en un denso silencio. Tenía los ojos tapados con una mano, pero casi podía sentir como las mujeres se miraban entre sí. Vale, captado. - O también me puedo ir. - Comentó, dejando escapar una risa apurada y señalando la puerta con el pulgar, dando un pasito hacia atrás.
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Sonrió levemente con la reacción de Marcus, pero seguía sonrosada, por la gran pillada delante de su tía y Emma. Rio por lo bajo y dijo. – Ya da igual, no pasa nada. – Carraspeó. – ¿Hemos terminado? – Emma asintió y cerró la caja de costura. – Sí, ya está ajustado para ti, aunque con lo del pecho no sé qué se podrá hacer. Pero lo voy a llevar a una tienda donde me han hecho vestidos a mí que hacen maravillas, y cuando esté listo te lo mando a Hogwarts. – Amplió la sonrisa. – Muchas gracias, señora O’Donnell. – No hay de qué, Alice. Es un vestido precioso, vas a estar guapísima. – Vio como miraba a Marcus, que seguía con los ojos tapados, y luego a su tía. Suspiró un poco y dijo. – Violet, ayúdame a montar el vestido en mi maniquí para poder cogerle bien las medidas. – Su tía se quedó confusa por un momento y luego asintió. – Ah sí, sí. – Gal, por su parte, miró a Marcus. – Si te sales un momento, me quito esto y ahora me cuentas lo que vinieras a contarme. – Él obedeció, pero Emma y la tata se quedaron mirándola con cara de “¿En serio?”. Ella resbaló rápidamente el vestido hasta sus pies, con cuidado de no clavarse los alfileres. – ¿Qué? – Preguntó ante la mirada de ambas. Las dos negaron con la cabeza y se hicieron un poco las locas, mientras Gal se vestía. – Te aviso cuando vayamos a irnos. – Asintió mientras se ponía los vaqueros y buscaba su jersey.
En cuanto estuvo vestida avisó a Marcus para que entrara. – Ya puedes mirar. – Dijo con una risita, sentándose en la cama. – Era una tontería, en verdad. Es que vi ese vestido de mi madre tan azul… Y se me antojó perfecto para el baile de fin de curso. Como es nuestra graduación, y estando en Hogwarts no es como que pueda salir a buscar nada, o que yo sea de esas chicas que saben elegir vestidos… – Se pasó un mechón de pelo tras la oreja y se encogió de hombros. – Yo qué sé… Me acordé de cuando me viste con aquel vestido en Saint-Tropez que era blanco y la tata me tiñó de azul y… Quería algo así pero bajando por las escaleras del Gran Comedor… – Suspiró y se tiró de espaldas en la cama, poniéndose las manos detrás de la cabeza. – Ha costado, pero al final me he convertido en una de esas chicas que saben elegir vestidos y se preocupan por cuándo y cómo se los van a poner. Y quién los va a ver. – Comentó con una risita y un guiño. Alargó la mano y acarició la de Marcus. – ¿Venías a decirme algo importante? ¿O solo has vuelto a pelearte con tu hermano ignorando por completo mi ritual de Nochevieja por el cual os puse dos lacitos iguales a los dos para que hicierais propósito de enmienda y no pelearos tanto en 2002? – Estaba intentando esconderlo con bromitas, pero le daba pena irse. A pesar de que se moría de ganas de volver a Hogwarts y hacer lo de siempre, allí habían conseguido algo, algo que podía significar todavía más entre ellos, que podía llevar a la buena resolución de lo que llevaba años fraguándose… Y mentiría si dijera que no tenía miedo de que se rompiera nada más volver a Hogwarts, como un cristal que es precioso pero extremadamente delicado.
En cuanto estuvo vestida avisó a Marcus para que entrara. – Ya puedes mirar. – Dijo con una risita, sentándose en la cama. – Era una tontería, en verdad. Es que vi ese vestido de mi madre tan azul… Y se me antojó perfecto para el baile de fin de curso. Como es nuestra graduación, y estando en Hogwarts no es como que pueda salir a buscar nada, o que yo sea de esas chicas que saben elegir vestidos… – Se pasó un mechón de pelo tras la oreja y se encogió de hombros. – Yo qué sé… Me acordé de cuando me viste con aquel vestido en Saint-Tropez que era blanco y la tata me tiñó de azul y… Quería algo así pero bajando por las escaleras del Gran Comedor… – Suspiró y se tiró de espaldas en la cama, poniéndose las manos detrás de la cabeza. – Ha costado, pero al final me he convertido en una de esas chicas que saben elegir vestidos y se preocupan por cuándo y cómo se los van a poner. Y quién los va a ver. – Comentó con una risita y un guiño. Alargó la mano y acarició la de Marcus. – ¿Venías a decirme algo importante? ¿O solo has vuelto a pelearte con tu hermano ignorando por completo mi ritual de Nochevieja por el cual os puse dos lacitos iguales a los dos para que hicierais propósito de enmienda y no pelearos tanto en 2002? – Estaba intentando esconderlo con bromitas, pero le daba pena irse. A pesar de que se moría de ganas de volver a Hogwarts y hacer lo de siempre, allí habían conseguido algo, algo que podía significar todavía más entre ellos, que podía llevar a la buena resolución de lo que llevaba años fraguándose… Y mentiría si dijera que no tenía miedo de que se rompiera nada más volver a Hogwarts, como un cristal que es precioso pero extremadamente delicado.
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- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Freyja
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Había dicho que se iba a ir pero más por vergüenza o cortesía que porque quisiera irse de verdad. Se quería quedar, claro que se quería quedar. ¿Le interesaba la costura? No mucho. ¿Eso parecía una reunión de chicas y el era un chico? Pfff, ¿y qué? ¿Quería quedarse allí olisqueando qué pasaba y por qué y qué estaban haciendo y estar con Alice y con su madre? Indudablemente, sí. Marcus seguía siendo el niño pequeño que quería ser la salsa de todos los platos, o como mínimo estar presente y enterarse de todo. Ser prefecto en Hogwarts le daba la excusa perfecta. Allí... Bueno, era simplemente Marcus, ¿pero acaso no era lo que se esperaba de él de siempre? ¿Que metiera las narices por todas partes y acribillara a preguntas? Pues eso.
Y ahí seguía, con los ojos cerrados, muriéndose porque le dijeran "puedes destaparte la cara y participar de esto, Marcus", para apuntarse al carro el primero aunque no tuviera ni idea. Porque él se hacía un experto en costura si hacía falta, de hecho recordaba que su abuela le enseñó un hechizo para coser botones... Si es que ahí había algún botón que coser. Esperó impaciente mientras escuchaba la conversación entre su madre y Alice, con una sonrisita en los labios. ¿Se llevaban bien? Sí, se llevaban bien, eso parecía. No podía ser más feliz por ello, de verdad que no, y sus comisuras elevadas y fruncidas, así como su leve tic en el pie, daban cuenta de ello. Y mientras Alice y su madre hablaban, sintió el picotazo de una uña en la comisura derecha que le pilló tan de improvisto que casi baja las manos. Pero solo dio un pequeño respingo, mientras escuchaba la voz de Violet decir con una risilla. - Qué mono. - La habilidad que tenía esa mujer para pillarle no era normal. Claro que Marcus no es que fuera un hacha disimulando.
Giró su atención hacia la voz de Alice cuando le habló para pedirle que se saliera. - Ah, sí sí, por supuesto. - Y muy obedientemente salió de la habitación, quedándose a un lado de la puerta, esperando, con las manos entrelazadas ante sí, y una muequecita de "no me dejan jugar" que trataba de gestionar con la mayor madurez posible. A ver, Marcus, ¿qué te esperabas? Era lo correcto, sí, era lo más apropiado. De hecho, como bien había dicho su madre, no tenía que haber entrado sin que le dieran permiso primero. Su padre no lo habría hecho. Aún le quedaba mucho por aprender.
Esperó unos minutos hasta que su madre y Violet salieron. Esta última se dirigió a él con una miradita pícara. - Cuidado, no vayas a ver algo que no hayas visto ya. - Soltó una risita y se fue detrás de su madre, la cual llevaba el vestido en la mano y no había hecho ni por volverse para dignificar ese comentario. A la señal de Alice volvió a entrar, reanudando la sonrisa que trajera cuando lo hizo minutos antes. Se sentó junto a ella en la cama y la escuchó. - ¿Es de tu madre? - Preguntó con ilusión. Vaya, eso era muy bonito. Pero siguió escuchando, porque Alice parecía un poco avergonzada al contarlo y... Eso era adorable. Y entonces dijo que se había acordado de cuando la vio en Saint-Tropez y el corazón le dio un vuelco, haciéndole esbozar una sonrisa boba. Bajó la mirada un tanto ruborizado y se mordió un poco el labio, viendo como la chica se tiraba en la cama y seguía hablando.
Tomó aire. - Bueno, una mezcla. Pero no tiene tanta importancia. - Se recostó un poco de costado, apoyando un codo sobre el colchón y la cabeza en su mano, mirándola. - Me lo he imaginado y... Sería impresionante. - Hizo un gesto con la mano libre para tranquilizar. - Pero si quieres que se me olvide para que sea una sorpresa, yo me olvido. Prometido. Si casi no lo he visto. - Bajó la mano y también la mirada, con un toque tímido de nuevo. - Me acuerdo del vestido de Saint-Tropez. - Y tanto que se acordaba, y también recordaba haberla visto con él por primera vez, y cómo no pudo evitar decirle lo guapa que estaba. - Si te soy sincero... Yo creo que vas a estar guapísima te pongas lo que te pongas. - La señaló de arriba a abajo. - Aunque vayas con unos vaqueros y un jersey. - Era otra forma de decirle que él la veía guapa siempre.
Se dejó caer él también en la cama con un suspiro mudo, junto a ella, con la mirada clavada en el techo. - Estaba jugando con tu hermano al ajedrez. Le he hecho el jaque del pastor. Pero ya han tenido que venir mi padre y Lex a insinuar que era una jugada prediseñada. - Miró a la chica. - A ver cuánto tarda en aprender a defenderse. - Dijo con una risita, y volvió a mirar al techo. - Ese propósito de enmienda le va a costar más a Lex que a mí. Te avisé. Yo no juro en vano, pero él es Slytherin, ¿qué esperabas? - Bajó la mirada y se observó el lacito en su muñeca, sonriendo. Tras unos segundos, miró a la chica. - Bueno, pues... Parece que se acabaron las Navidades. - Sonrió con un toque triste. Si por él fuera hubieran durado muchísimo más, pero igualmente habían sido inmejorables, y aún les quedaban meses de curso juntos por delante... Y podían pasar muchas cosas. - ¿Te lo has pasado bien? -
Y ahí seguía, con los ojos cerrados, muriéndose porque le dijeran "puedes destaparte la cara y participar de esto, Marcus", para apuntarse al carro el primero aunque no tuviera ni idea. Porque él se hacía un experto en costura si hacía falta, de hecho recordaba que su abuela le enseñó un hechizo para coser botones... Si es que ahí había algún botón que coser. Esperó impaciente mientras escuchaba la conversación entre su madre y Alice, con una sonrisita en los labios. ¿Se llevaban bien? Sí, se llevaban bien, eso parecía. No podía ser más feliz por ello, de verdad que no, y sus comisuras elevadas y fruncidas, así como su leve tic en el pie, daban cuenta de ello. Y mientras Alice y su madre hablaban, sintió el picotazo de una uña en la comisura derecha que le pilló tan de improvisto que casi baja las manos. Pero solo dio un pequeño respingo, mientras escuchaba la voz de Violet decir con una risilla. - Qué mono. - La habilidad que tenía esa mujer para pillarle no era normal. Claro que Marcus no es que fuera un hacha disimulando.
Giró su atención hacia la voz de Alice cuando le habló para pedirle que se saliera. - Ah, sí sí, por supuesto. - Y muy obedientemente salió de la habitación, quedándose a un lado de la puerta, esperando, con las manos entrelazadas ante sí, y una muequecita de "no me dejan jugar" que trataba de gestionar con la mayor madurez posible. A ver, Marcus, ¿qué te esperabas? Era lo correcto, sí, era lo más apropiado. De hecho, como bien había dicho su madre, no tenía que haber entrado sin que le dieran permiso primero. Su padre no lo habría hecho. Aún le quedaba mucho por aprender.
Esperó unos minutos hasta que su madre y Violet salieron. Esta última se dirigió a él con una miradita pícara. - Cuidado, no vayas a ver algo que no hayas visto ya. - Soltó una risita y se fue detrás de su madre, la cual llevaba el vestido en la mano y no había hecho ni por volverse para dignificar ese comentario. A la señal de Alice volvió a entrar, reanudando la sonrisa que trajera cuando lo hizo minutos antes. Se sentó junto a ella en la cama y la escuchó. - ¿Es de tu madre? - Preguntó con ilusión. Vaya, eso era muy bonito. Pero siguió escuchando, porque Alice parecía un poco avergonzada al contarlo y... Eso era adorable. Y entonces dijo que se había acordado de cuando la vio en Saint-Tropez y el corazón le dio un vuelco, haciéndole esbozar una sonrisa boba. Bajó la mirada un tanto ruborizado y se mordió un poco el labio, viendo como la chica se tiraba en la cama y seguía hablando.
Tomó aire. - Bueno, una mezcla. Pero no tiene tanta importancia. - Se recostó un poco de costado, apoyando un codo sobre el colchón y la cabeza en su mano, mirándola. - Me lo he imaginado y... Sería impresionante. - Hizo un gesto con la mano libre para tranquilizar. - Pero si quieres que se me olvide para que sea una sorpresa, yo me olvido. Prometido. Si casi no lo he visto. - Bajó la mano y también la mirada, con un toque tímido de nuevo. - Me acuerdo del vestido de Saint-Tropez. - Y tanto que se acordaba, y también recordaba haberla visto con él por primera vez, y cómo no pudo evitar decirle lo guapa que estaba. - Si te soy sincero... Yo creo que vas a estar guapísima te pongas lo que te pongas. - La señaló de arriba a abajo. - Aunque vayas con unos vaqueros y un jersey. - Era otra forma de decirle que él la veía guapa siempre.
Se dejó caer él también en la cama con un suspiro mudo, junto a ella, con la mirada clavada en el techo. - Estaba jugando con tu hermano al ajedrez. Le he hecho el jaque del pastor. Pero ya han tenido que venir mi padre y Lex a insinuar que era una jugada prediseñada. - Miró a la chica. - A ver cuánto tarda en aprender a defenderse. - Dijo con una risita, y volvió a mirar al techo. - Ese propósito de enmienda le va a costar más a Lex que a mí. Te avisé. Yo no juro en vano, pero él es Slytherin, ¿qué esperabas? - Bajó la mirada y se observó el lacito en su muñeca, sonriendo. Tras unos segundos, miró a la chica. - Bueno, pues... Parece que se acabaron las Navidades. - Sonrió con un toque triste. Si por él fuera hubieran durado muchísimo más, pero igualmente habían sido inmejorables, y aún les quedaban meses de curso juntos por delante... Y podían pasar muchas cosas. - ¿Te lo has pasado bien? -
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Sonrió a la carita que puso Marcus cuando le preguntó si era de su madre. Ella asintió. – Sí, lo era. Pero me lo tienen que arreglar, porque por lo visto mi madre se lo hizo para ir a una boda cuando Dylan hacía poco que había nacido. Así que, si de normal, la ropa de mi madre me quedaba larga, este vestido en concreto. – Se puso la mano delante del pecho y la proyectó hacia delante, evidenciando la parte que le quedaba más holgada. – Pero mejor no lo digo muy alto que tu madre ya ha salido en defensa de los cuerpos de las mujeres que han dado a luz dos veces. – Terminó con una risita e imitó la postura de Marcus. – Y dice que me lo va a mandar a arreglar. Querían que me comprara uno nuevo, pero prefiero llevar ese suyo… Me encantan sus cosas, solo que no suelo atreverme a ponérmelas. – Se encogió de hombros con una sonrisa un poco más triste. Con los años se había dado cuenta de que cada vez idealizaba más a su madre y cada vez se le antojaba más inalcanzable su recuerdo. La única forma que tenía de mantenerlo era con cosas como esas, aprendiendo a vivir con aquel recuerdo.
Volvió a reír cuando dijo que lo olvidaría. – Mira, pues sí, sería un detalle. Quiero darte esa sorpresa, aunque ya sepas que te la vas a llevar. Mientras te vuelva a poner que se te puso en Saint-Tropez la noche de San Lorenzo… – Dejó caer los párpados y buscó la mano de Marcus para entrelazarla con la suya. – Eso sí que sería dar una campanada ¿Eh? – Dijo divertida. – Ir en vaqueros y jersey mi última noche en Hogwarts. O sea, más o menos como he hecho estos años…– Volvió a reírse. – Pero quedaría súper feo que tú fueras divino con tu traje digno de un príncipe emperador, y yo… Con lo mismo que voy a Hogsmeade a beber una cerveza de mantequilla. – Marcus se había tumbado y ella aprovechó para apoyar el antebrazo en su pecho, y la cabeza sobre este, y mirarle desde esa posición. – ¿Crees que me pegará una corona de latón regalada por un emperador con todo eso? – Todos la iban a mirar como si estuviera loca, pero… ¿Acaso importaba?
Se giró sobre sí misma para tumbarse, juntando la cabeza con la de Marcus y el cuerpo en ángulo como hacían de pequeños, en el jardín, o en la playa, o en los terrenos de Hogwarts después de correr y jugar. Cerró los ojos y se concentró en la paz que sentía en aquel momento, la tranquilidad, la cotidianidad de que Marcus le contara que había ganado al ajedrez mágico a su hermano, que se había picado con Lex. En definitiva, que todo era normal. Y en aquella normalidad pausada de los O’Donnell había encontrado la felicidad. Escuchó lo del jaque del pastor. Una jugada que le pegaba mucho a Marcus. – Puede. – Dijo contestando a las aparentes críticas de Lex y Arnold. – Pero pega mucho contigo y eres tú el que estaba jugando. Cuando sean ellos los que jueguen, pueden decir lo que quieran de su propio juego. – Movió la mano para acariciar los rizos de la nuca de Marcus y abrió lentamente los ojos. – Gracias por enseñarle. Eso lo va a tener muy entretenido. Además, quiere ser como tú en todo, más feliz no le has podido hacer. – Rio un poquito a lo de Lex. – Para ser justos con él, no prometió nada. Literalmente le obligué y le puse el lazo sin preguntar si quiera, pero es buen niño, en el fondo. Como muy en el fondo.
Y entonces Marcus habló de lo que estaba ella pensando hacía tan solo unos segundos. Se volvió a girar sobre su costado para mirarle. – Nunca pensé que me daría tanta pereza volver a Hogwarts. Sé que vamos a estar juntos, como siempre allí. Pero en el colegio hay que hacer mil cosas… Estamos siempre con gente… – Entornó los ojos y se rio. – Bueno, a ver, aquí no es que hayamos estado precisamente solos, pero al menos hemos podido dormir dos noches juntos, y tener momentos en los que solo pensar en nosotros… Y ahora todo va a ser una locura nada más volver. – Volvió a reír un poco y subió el índice para acariciar las facciones del chico suavemente, cosa que le encantaba hacer, como si le dibujara. – Pero han sido las mejores Navidades de mi vida. Tu familia es maravillosa. – Los O’Donnell, más bien, pero para qué romper el momento. – Tu regalo, perfecto, Dylan ha estado absolutamente feliz, en vez de estar pensando en cosas que no debe en La Provenza… Tú y yo… – ¿Tú y yo qué, Alice Gallia? Pues nada, no se atrevía a decirlo. Se decía que ya habría otro momento, pero no estaba muy segura de eso. Solo de que estaba encantada tal y como estaba, en aquel momento, y quería que Marcus lo supiera. – Y todo gracias a ti, mi príncipe azul.
Volvió a reír cuando dijo que lo olvidaría. – Mira, pues sí, sería un detalle. Quiero darte esa sorpresa, aunque ya sepas que te la vas a llevar. Mientras te vuelva a poner que se te puso en Saint-Tropez la noche de San Lorenzo… – Dejó caer los párpados y buscó la mano de Marcus para entrelazarla con la suya. – Eso sí que sería dar una campanada ¿Eh? – Dijo divertida. – Ir en vaqueros y jersey mi última noche en Hogwarts. O sea, más o menos como he hecho estos años…– Volvió a reírse. – Pero quedaría súper feo que tú fueras divino con tu traje digno de un príncipe emperador, y yo… Con lo mismo que voy a Hogsmeade a beber una cerveza de mantequilla. – Marcus se había tumbado y ella aprovechó para apoyar el antebrazo en su pecho, y la cabeza sobre este, y mirarle desde esa posición. – ¿Crees que me pegará una corona de latón regalada por un emperador con todo eso? – Todos la iban a mirar como si estuviera loca, pero… ¿Acaso importaba?
Se giró sobre sí misma para tumbarse, juntando la cabeza con la de Marcus y el cuerpo en ángulo como hacían de pequeños, en el jardín, o en la playa, o en los terrenos de Hogwarts después de correr y jugar. Cerró los ojos y se concentró en la paz que sentía en aquel momento, la tranquilidad, la cotidianidad de que Marcus le contara que había ganado al ajedrez mágico a su hermano, que se había picado con Lex. En definitiva, que todo era normal. Y en aquella normalidad pausada de los O’Donnell había encontrado la felicidad. Escuchó lo del jaque del pastor. Una jugada que le pegaba mucho a Marcus. – Puede. – Dijo contestando a las aparentes críticas de Lex y Arnold. – Pero pega mucho contigo y eres tú el que estaba jugando. Cuando sean ellos los que jueguen, pueden decir lo que quieran de su propio juego. – Movió la mano para acariciar los rizos de la nuca de Marcus y abrió lentamente los ojos. – Gracias por enseñarle. Eso lo va a tener muy entretenido. Además, quiere ser como tú en todo, más feliz no le has podido hacer. – Rio un poquito a lo de Lex. – Para ser justos con él, no prometió nada. Literalmente le obligué y le puse el lazo sin preguntar si quiera, pero es buen niño, en el fondo. Como muy en el fondo.
Y entonces Marcus habló de lo que estaba ella pensando hacía tan solo unos segundos. Se volvió a girar sobre su costado para mirarle. – Nunca pensé que me daría tanta pereza volver a Hogwarts. Sé que vamos a estar juntos, como siempre allí. Pero en el colegio hay que hacer mil cosas… Estamos siempre con gente… – Entornó los ojos y se rio. – Bueno, a ver, aquí no es que hayamos estado precisamente solos, pero al menos hemos podido dormir dos noches juntos, y tener momentos en los que solo pensar en nosotros… Y ahora todo va a ser una locura nada más volver. – Volvió a reír un poco y subió el índice para acariciar las facciones del chico suavemente, cosa que le encantaba hacer, como si le dibujara. – Pero han sido las mejores Navidades de mi vida. Tu familia es maravillosa. – Los O’Donnell, más bien, pero para qué romper el momento. – Tu regalo, perfecto, Dylan ha estado absolutamente feliz, en vez de estar pensando en cosas que no debe en La Provenza… Tú y yo… – ¿Tú y yo qué, Alice Gallia? Pues nada, no se atrevía a decirlo. Se decía que ya habría otro momento, pero no estaba muy segura de eso. Solo de que estaba encantada tal y como estaba, en aquel momento, y quería que Marcus lo supiera. – Y todo gracias a ti, mi príncipe azul.
Merci Prouvaire!
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Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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Escenas de Navidad (Parte II) CON Alice y mucha familia EN Casa de los O'Donnell Días del 1 al 6 de enero |
Se tuvo que reír con la descripción de Alice sobre el vestido y la diferencia entre su cuerpo y el de su madre, así como de la defensa de Emma. - Me temo que ahí no puedo opinar. - Aunque para él Alice era más que perfecta tal y como era. Había detectado de nuevo el toque triste en sus palabras, por lo que frunción una sonrisa y dejó una leve caricia en su mejilla. - Pues te va a quedar precioso, estoy seguro. Y a tu madre le encantaría vértelo puesto, sobre todo para tu graduación. Recuerda que ella fue la primera que creyó que entrarías en Ravenclaw. - Seguro que Janet estaría muy orgullosa de verla con él puesto.
Volvió a reír pero acto seguido adoptó un tono más serio, alzando las palmas de las manos. - Decidido. Olvidado por completo. No me acuerdo de nada ya, no sé ni de qué estábamos hablando. - Dejó que entrelazara su mano y se encogió de hombros. - Pues a mí me gusta mucho tu look de ir a tomar una cerveza de mantequilla. - Bromeó, aunque lo decía totalmente en serio. - Y si tú decides ir en jersey y vaqueros, yo te apoyo. Y no hay ninguna norma que diga lo contrario así que nadie puede decirte nada. Palabra de prefecto. - Le encantaba eso, le encantaba estar así con ella, como estaban siempre, en ese lenguaje que solo ellos entendían. Si además estaban en su casa y tumbados en una cama... ¿Podía pedir más? Ante la pregunta, se hizo el pensativo, mirando de nuevo al techo y mordiéndose el labio. - Hmm, a ver, déjame pensar... - Se llevó una mano a la barbilla y al par de segundos la miró. - ¿Lo que me estás preguntando es si a una princesa azul le pega una corona? Porque yo diría que no hay nadie mejor que pueda llevarla. - Acercó un poco la cabeza a la de ella, con una sonrisa. - De nuevo, no hay ninguna norma que lo impida, que como sabes eso es fundamental... Y aunque la hubiera, esa corona es tuya. E igualmente sería la primera vez que a un Gallia le detiene una norma. - Se estaba imaginando a Alice con ese vestido y la corona y ya quería que llegara la graduación. Pero había prometido olvidarse, así que echó a un lado la imagen mental.
Alice se tumbó juntando la cabeza con la de él, como habían hecho tantas veces, y eso le hizo cerrar los ojos, respirar hondo y sonreír. Lo dicho, podría pasarse allí toda la vida. Y en lo que tenía los ojos cerrados, la chica le dio la razón. Marcus los abrió y alzó las manos con obviedad. - Pues eso digo yo, ¿quién estaba jugando? - La miró cuando notó la caricia en su pelo con expresión tierna, y rio un poco cuando dijo que Dylan quería ser como él en todo. - Tu hermano es genial. - Suspiró, perdiendo la mirada en el techo de nuevo. - Me lo paso muy bien con él, y me entra a todo. - Eso último lo comentó con una risa. Sí, con Dylan daba gusto hacer cualquier cosa porque entraba a todas, aunque fuera la mayor tontería. Y eso era lo mejor que se le podía hacer a Marcus. Aunque rodó los ojos ante la mención de Lex. - Muy en el fondo. - Echó aire entre los dientes y musitó con un toque frustrado. - De verdad que a veces parece que me odia. - Ya podría ser un poquito como Dylan, por ejemplo...
Al girarse la chica él hizo lo mismo, para mirarse el uno al otro, volviendo a reposar la cabeza sobre su mano. Sonrió. - Negaré haber dicho esto... Pero a mí también me da un poco de pereza. - Porque ella tenía razón, habían tenido muchos momentos para ellos, fuera del ajetreo de la escuela en el que estaría de nuevo envuelto en poco más de veinticuatro horas. Le encantaba ir y venir, subir y bajar mil veces las mismas escaleras, pasarse horas en la biblioteca, hablar con todo el mundo, estar rodeado de gente todo el día... Pero más aún adoraba estar con Alice, solo con Alice. Momentos como ese, momentos como el de la feria, o la Nochebuena, o plantar semillas en su jardín. Y lo de dormir juntos dos veces... Para qué iba a especificar cómo le gustaba eso. En la segunda no estaba muy lúcido que digamos, pero la primera... Aún la recordaba y le recorrían escalofríos por todo el cuerpo. Vaya, se dijo a sí mismo que iba a tener otro momento íntimo con Alice ante de que acabara la Navidad, y sí, habían tenido... Acercamientos. Pero no algo como lo de Nochebuena. Realmente eso iba a ser difícil, pero... En fin. Había estado un poco torpe buscando momentos.
Sonrió ampliamente por ese resumen y se acercó un poco más a ella, pero cuando le dio las gracias arqueó una ceja. - También han sido las mejores Navidades de la mía... Y ha sido por ti, sin duda. - Se había quedado un poco colgado de ese "tú y yo" que la chica había dejado en el aire. Se mojó los labios y sonrió. - No sabes cómo me alegro de que hayáis venido, de verdad. - La mejor decisión de su vida. Y pensar que la tomó de un segundo para otro, en mitad del comedor, sin pensar... Él, que tenía que tenerlo todo pensado, milimetrado, perfectamente calculado. Y ahora resultaba que una de las mejores cosas que había hecho en su vida, la había decidido en un pronto y sin pensárselo siquiera, por una eventualidad de la que tenía conocimiento desde hacía escasa media hora. Buena moraleja para él, a ver si dejaba de pensar tanto... - Bueno, yo creo que... Hemos aprendido bastante de como buscarnos pequeños momentos. - Paseó la mirada por su alrededor. - Ahora, sin ir más lejos. - Rio un poco. - Intentaré... Tener un momento al día todos los días, solo contigo. Y si no lo hago, te dejo que me mandes un howler al dormitorio de los chicos para echarme la bronca. Bueno, o que me pegues a la puerta y pidas que salga, y así no asustamos a los de primero. Tampoco sería la primera vez. - Se mojó los labios con una sonrisa. Ya podía haber caído en la moraleja antes, porque ahora se arrepentía de no haber roto el hielo en su momento, de no haberle dicho ya lo que sentía. Porque, de nuevo, ese no era el momento para una declaración... Pero sí era el momento para decirle que la quería.
Volvió a reír pero acto seguido adoptó un tono más serio, alzando las palmas de las manos. - Decidido. Olvidado por completo. No me acuerdo de nada ya, no sé ni de qué estábamos hablando. - Dejó que entrelazara su mano y se encogió de hombros. - Pues a mí me gusta mucho tu look de ir a tomar una cerveza de mantequilla. - Bromeó, aunque lo decía totalmente en serio. - Y si tú decides ir en jersey y vaqueros, yo te apoyo. Y no hay ninguna norma que diga lo contrario así que nadie puede decirte nada. Palabra de prefecto. - Le encantaba eso, le encantaba estar así con ella, como estaban siempre, en ese lenguaje que solo ellos entendían. Si además estaban en su casa y tumbados en una cama... ¿Podía pedir más? Ante la pregunta, se hizo el pensativo, mirando de nuevo al techo y mordiéndose el labio. - Hmm, a ver, déjame pensar... - Se llevó una mano a la barbilla y al par de segundos la miró. - ¿Lo que me estás preguntando es si a una princesa azul le pega una corona? Porque yo diría que no hay nadie mejor que pueda llevarla. - Acercó un poco la cabeza a la de ella, con una sonrisa. - De nuevo, no hay ninguna norma que lo impida, que como sabes eso es fundamental... Y aunque la hubiera, esa corona es tuya. E igualmente sería la primera vez que a un Gallia le detiene una norma. - Se estaba imaginando a Alice con ese vestido y la corona y ya quería que llegara la graduación. Pero había prometido olvidarse, así que echó a un lado la imagen mental.
Alice se tumbó juntando la cabeza con la de él, como habían hecho tantas veces, y eso le hizo cerrar los ojos, respirar hondo y sonreír. Lo dicho, podría pasarse allí toda la vida. Y en lo que tenía los ojos cerrados, la chica le dio la razón. Marcus los abrió y alzó las manos con obviedad. - Pues eso digo yo, ¿quién estaba jugando? - La miró cuando notó la caricia en su pelo con expresión tierna, y rio un poco cuando dijo que Dylan quería ser como él en todo. - Tu hermano es genial. - Suspiró, perdiendo la mirada en el techo de nuevo. - Me lo paso muy bien con él, y me entra a todo. - Eso último lo comentó con una risa. Sí, con Dylan daba gusto hacer cualquier cosa porque entraba a todas, aunque fuera la mayor tontería. Y eso era lo mejor que se le podía hacer a Marcus. Aunque rodó los ojos ante la mención de Lex. - Muy en el fondo. - Echó aire entre los dientes y musitó con un toque frustrado. - De verdad que a veces parece que me odia. - Ya podría ser un poquito como Dylan, por ejemplo...
Al girarse la chica él hizo lo mismo, para mirarse el uno al otro, volviendo a reposar la cabeza sobre su mano. Sonrió. - Negaré haber dicho esto... Pero a mí también me da un poco de pereza. - Porque ella tenía razón, habían tenido muchos momentos para ellos, fuera del ajetreo de la escuela en el que estaría de nuevo envuelto en poco más de veinticuatro horas. Le encantaba ir y venir, subir y bajar mil veces las mismas escaleras, pasarse horas en la biblioteca, hablar con todo el mundo, estar rodeado de gente todo el día... Pero más aún adoraba estar con Alice, solo con Alice. Momentos como ese, momentos como el de la feria, o la Nochebuena, o plantar semillas en su jardín. Y lo de dormir juntos dos veces... Para qué iba a especificar cómo le gustaba eso. En la segunda no estaba muy lúcido que digamos, pero la primera... Aún la recordaba y le recorrían escalofríos por todo el cuerpo. Vaya, se dijo a sí mismo que iba a tener otro momento íntimo con Alice ante de que acabara la Navidad, y sí, habían tenido... Acercamientos. Pero no algo como lo de Nochebuena. Realmente eso iba a ser difícil, pero... En fin. Había estado un poco torpe buscando momentos.
Sonrió ampliamente por ese resumen y se acercó un poco más a ella, pero cuando le dio las gracias arqueó una ceja. - También han sido las mejores Navidades de la mía... Y ha sido por ti, sin duda. - Se había quedado un poco colgado de ese "tú y yo" que la chica había dejado en el aire. Se mojó los labios y sonrió. - No sabes cómo me alegro de que hayáis venido, de verdad. - La mejor decisión de su vida. Y pensar que la tomó de un segundo para otro, en mitad del comedor, sin pensar... Él, que tenía que tenerlo todo pensado, milimetrado, perfectamente calculado. Y ahora resultaba que una de las mejores cosas que había hecho en su vida, la había decidido en un pronto y sin pensárselo siquiera, por una eventualidad de la que tenía conocimiento desde hacía escasa media hora. Buena moraleja para él, a ver si dejaba de pensar tanto... - Bueno, yo creo que... Hemos aprendido bastante de como buscarnos pequeños momentos. - Paseó la mirada por su alrededor. - Ahora, sin ir más lejos. - Rio un poco. - Intentaré... Tener un momento al día todos los días, solo contigo. Y si no lo hago, te dejo que me mandes un howler al dormitorio de los chicos para echarme la bronca. Bueno, o que me pegues a la puerta y pidas que salga, y así no asustamos a los de primero. Tampoco sería la primera vez. - Se mojó los labios con una sonrisa. Ya podía haber caído en la moraleja antes, porque ahora se arrepentía de no haber roto el hielo en su momento, de no haberle dicho ya lo que sentía. Porque, de nuevo, ese no era el momento para una declaración... Pero sí era el momento para decirle que la quería.
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Chasqueó la lengua. – Pues si no hay ninguna norma para que pueda incumplirla menuda gracia. La última noche tengo que romper una buena norma para irme del colegio por todo lo alto. – Le dio la risa al ver la cara de Marcus. – Pero tranquilo, ya no soy la Alice Gallia de once años, no me esfuerzo en arrastrarte, es más, últimamente, cada vez que me meto en alguna, te metes tú solito detrás de mí. – Dijo con aire de suficiencia y empezando a reírse otra vez sin poder evitarlo.
Rio suavemente cuando le dijo lo de que lo negaría. Ya, ya lo sabía, pero también le conocía lo suficiente como para saber cuándo era feliz, y esas Navidades lo había sido. Se quedó así, acariciando su cara, respirando su aroma, oyéndole decir cosas como que habían sido las mejores Navidades de su vida. Si él supiera todo lo que había significado para ella… ¿Y si probaba a decírselo? Pues estaría bien, pero era una cobarde, ya se lo habían dicho las cartas, y ahí habían dado de pleno. – Yo sí que me alegro. – Le dijo con una sonrisa tierna. – Si me hubieran dicho que las Navidades podían gustarme más aún de lo que me gustaban, le hubiera llamado locos, y en verdad hubieran tenido razon, porque no habría conocido las Navidades marca O'Donnell. – Se inclinó hacia él y susurró en su oído. – Aunque no te creas que no he notado que has movido mi bola a la altura de la tuya, aunque yo soy la mayor. – Y se rio como una niña traviesa, quedándose a esa distancia más cercana.
– Como ahora. – Confirmó con una gran sonrisa. Sí, empezaban a ser expertos en esquivar adultos. Ahora había que aprender a esquivar adultos, a Kyla, a los pesados de sus amigos, que, a ver, eran encantadores, pero… Y hasta ahí su razonamiento, porque cuando le dijo lo de que iba a sacar un momento para ella, se deslizó suavemente sobre él, con ambos brazos entorno a su cuello, dejando a su tronco apoyarse en su pecho. – Lo haré, no lo dudes. Demando mi ración diaria de prefecto. No puedes deshacerte de mí, por mucho que vuele… – Apoyó su frente con la de él y disfrutó del gesto. Siempre acababa volviendo a él, hiciera lo que hiciese. Inhaló el olor de Marcus y susurró. – Siempre soplando hacia el este… – Abrió los ojos y reptó un poco por su cama para coger el librito que estaba sobre su mesilla. – Lo leí ayer y me has hecho recordarlo. Es una leyenda japonesa sobre la diosa del viento y el demonio guardián del Este. Y de cómo ella siempre acaba volviendo… A pesar de ser el viento. – Buscó la parte concreta que había recordado y se la leyó en voz alta. – “El deber era su gran amor. Derramaría sangre por el deber, y aunque ella se atreviera a aparecer ahora, si su presencia y el deber se enfrentaban, él elegiría el deber, porque sabe que el viento no se puede doblegar, y el yokai no podía vivir sabiendo que un día ella tomaría su auténtica forma y simplemente... Se desvanecería. ¿Y ella? Ella juraba que su dios era la libertad, pero ¿Por qué siempre soplaba hacia el este? ¿Por qué siempre volvía a la tierras orientales de aquel señor? Y así, exhaustos, se buscaban jurando que no lo hacían y no se llegaban a encontrar por intentar que el otro no supiera que le uno lo estaba buscando con ansia, con desesperación".
Se había puesto boca abajo junto a Marcus para leerlo, y dejó el libro sobre la cama y se quedó mirándole. Quizá no se lo había dicho con todas las letras, pero es que a ella sele daba mejor eso. Como aquel día en La Provenza leyendo el Cantar de los Cantares, que expresaba perfectamente el deseo que sentía en aquel momento. Aquella leyenda japonesa expresaba perfectamente lo que sentía. La diosa del viento, incapaz de admitir que quería dejar de viajar libre, y soplar siempre hacia el Este. Se apoyó sobre su mano y dijo. – Otro de mis cuentos literarios y leyendas romanticonas. Anoche cuando lo leí pensé en leértelo, pero no te iba a ir a despertar solo para esto. Ahora que me has dado permiso verás. Pienso ir a buscarte cada vez que me acuerde de una leyenda o un poema que me recuerda a ti. – Se acercó más de nuevo. – O cuando quiera hacer esto. – Recortó la distancia y acarició sus labios con los de él. – O puedo aparecerme en tu ventana con la lencería que me han regalado… – Dijo casi rozando sus labios con los de él al hablar.
Rio suavemente cuando le dijo lo de que lo negaría. Ya, ya lo sabía, pero también le conocía lo suficiente como para saber cuándo era feliz, y esas Navidades lo había sido. Se quedó así, acariciando su cara, respirando su aroma, oyéndole decir cosas como que habían sido las mejores Navidades de su vida. Si él supiera todo lo que había significado para ella… ¿Y si probaba a decírselo? Pues estaría bien, pero era una cobarde, ya se lo habían dicho las cartas, y ahí habían dado de pleno. – Yo sí que me alegro. – Le dijo con una sonrisa tierna. – Si me hubieran dicho que las Navidades podían gustarme más aún de lo que me gustaban, le hubiera llamado locos, y en verdad hubieran tenido razon, porque no habría conocido las Navidades marca O'Donnell. – Se inclinó hacia él y susurró en su oído. – Aunque no te creas que no he notado que has movido mi bola a la altura de la tuya, aunque yo soy la mayor. – Y se rio como una niña traviesa, quedándose a esa distancia más cercana.
– Como ahora. – Confirmó con una gran sonrisa. Sí, empezaban a ser expertos en esquivar adultos. Ahora había que aprender a esquivar adultos, a Kyla, a los pesados de sus amigos, que, a ver, eran encantadores, pero… Y hasta ahí su razonamiento, porque cuando le dijo lo de que iba a sacar un momento para ella, se deslizó suavemente sobre él, con ambos brazos entorno a su cuello, dejando a su tronco apoyarse en su pecho. – Lo haré, no lo dudes. Demando mi ración diaria de prefecto. No puedes deshacerte de mí, por mucho que vuele… – Apoyó su frente con la de él y disfrutó del gesto. Siempre acababa volviendo a él, hiciera lo que hiciese. Inhaló el olor de Marcus y susurró. – Siempre soplando hacia el este… – Abrió los ojos y reptó un poco por su cama para coger el librito que estaba sobre su mesilla. – Lo leí ayer y me has hecho recordarlo. Es una leyenda japonesa sobre la diosa del viento y el demonio guardián del Este. Y de cómo ella siempre acaba volviendo… A pesar de ser el viento. – Buscó la parte concreta que había recordado y se la leyó en voz alta. – “El deber era su gran amor. Derramaría sangre por el deber, y aunque ella se atreviera a aparecer ahora, si su presencia y el deber se enfrentaban, él elegiría el deber, porque sabe que el viento no se puede doblegar, y el yokai no podía vivir sabiendo que un día ella tomaría su auténtica forma y simplemente... Se desvanecería. ¿Y ella? Ella juraba que su dios era la libertad, pero ¿Por qué siempre soplaba hacia el este? ¿Por qué siempre volvía a la tierras orientales de aquel señor? Y así, exhaustos, se buscaban jurando que no lo hacían y no se llegaban a encontrar por intentar que el otro no supiera que le uno lo estaba buscando con ansia, con desesperación".
Se había puesto boca abajo junto a Marcus para leerlo, y dejó el libro sobre la cama y se quedó mirándole. Quizá no se lo había dicho con todas las letras, pero es que a ella sele daba mejor eso. Como aquel día en La Provenza leyendo el Cantar de los Cantares, que expresaba perfectamente el deseo que sentía en aquel momento. Aquella leyenda japonesa expresaba perfectamente lo que sentía. La diosa del viento, incapaz de admitir que quería dejar de viajar libre, y soplar siempre hacia el Este. Se apoyó sobre su mano y dijo. – Otro de mis cuentos literarios y leyendas romanticonas. Anoche cuando lo leí pensé en leértelo, pero no te iba a ir a despertar solo para esto. Ahora que me has dado permiso verás. Pienso ir a buscarte cada vez que me acuerde de una leyenda o un poema que me recuerda a ti. – Se acercó más de nuevo. – O cuando quiera hacer esto. – Recortó la distancia y acarició sus labios con los de él. – O puedo aparecerme en tu ventana con la lencería que me han regalado… – Dijo casi rozando sus labios con los de él al hablar.
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La cara que se le quedó fue un poema, y para no variar Alice se echó a reír nada más vérsela. Y de la cara de miedo pasó a una expresión de sorpresa casi ofendida, con una risotada sarcástica. - ¿Perdona? ¿Que yo hago qué? - Rio negando con la cabeza, mirando a otro lado, pero se acercó un poco a ella. - Eso es porque me tienes la medida cogida, Alice Gallia. Sabes que cedo rápido a una provocación... Y tú me provocas continuamente. - Continuamente, insistió mentalmente, volviéndose a su sitio con un suspiro para sus adentros.
Le gustaba oírla decir que era feliz. Le gustaba saber y sentir que Alice era feliz, y que él había colaborado en ello, aunque fuera un poco. Lo pidió a las estrellas en su día, se lo prometió a sí mismo realmente. Quería pensar que lo estaba consiguiendo. Quería pensar... Que podía prolongar ese estado en ella para siempre. El susurro en su oído le erizó la piel, y de nuevo esbozó una sonrisita y arqueó una ceja, mirándola. - La diferencia de edad es prácticamente inapreciable, por eso las he puesto juntas, tramposilla. - Se acercó un poco más para picar la mejilla de la chica con su nariz. - Mi árbol, mis normas. Aunque no sé de qué me extraña que no las cumplas. -
Dejó la espalda en la cama y vio como la chica se acercaba a él, sonriendo, apoyando una de sus manos en su cintura mientras la otra dejaba una caricia de nuevo en su mejilla, y rozando la misma cuando la chica se apoyó en su frente. Se mojó los labios, y estuvo a punto de besarla... Pero se le escurrió. Se tragó una carcajada, frotándose los ojos. Qué idiota, pensó de sí mismo. Era ver a Alice cerca y se perdía, y la chica de mientras en su mundo particular. Llenó el pecho de aire y apoyó las manos sobre su estómago, mirándola mientras leía. Le encantaba que a la chica le gustaran tanto las leyendas, que se supiera tantas, que se las leyera... Y que las conectara con ellos. Llevaba años haciéndolo, y ojalá no hubiera suficientes leyendas en el mundo para que esa costumbre le durara toda la vida. Frunció el ceño con una sonrisa curiosa y escuchó con atención. "El deber era su gran amor". Solo eso le hizo reír en silencio, con los labios cerrados. Vaya, captaba la analogía. "Si su presencia y el deber se enfrentaban, él elegiría el deber". La miró, y su sonrisa se tambaleó ligeramente. No lo haría, pensó. Y no sería porque no lo había intentado, porque no llevaba siete años fingiendo que seguía el camino de la rectitud y que nada ni nadie le separaría de él y, sin embargo y como ella bien había dicho antes, lanzándose de cabeza a la primera que le proponía una locura. Y cada vez la necesitaba más, necesitaba esa vida que Alice le daba como necesitaba respirar. "No podía vivir sabiendo que un día ella tomaría su auténtica forma y simplemente... Se desvanecería". Apartó la mirada y la fijó en ninguna parte, ligeramente taciturno. Sí... Un día, simplemente, se cansaría de sus juegos. Y se iría en busca de la libertad a otra parte, dejándole con su recta, pulcra y aburrida vida de ex-prefecto.
Pero la leyenda no había terminado aún. Porque ella clamaba libertad, pero siempre acababa volviendo a él. No era la primera vez que le parecía escuchar eso de los labios de Alice... Que siempre volvería. Pero para volver, primero había que irse. ¿Cuántas veces podría su corazón soportar verla partir? Casi se muere ese verano, no sabría si podría soportar otra huida así... O quizás sí. ¿Era ese su futuro? ¿Vivir anclado a idas y venidas? "Se buscaban jurando que no lo hacían y no se llegaban a encontrar por intentar que el otro no supiera que el uno lo estaba buscando con ansia, con desesperación". La volvió a mirar. No quería eso. No quería... Que no se encontraran nunca. Tenía que hacer algo. - "¿Es mejor hablar o morir?" - Susurró pensativo, sin pensarlo. La miró de soslayo y esbozó una sonrisita. - Yo también leo novelas de vez en cuando, ¿sabes? Y esa era francesa, de hecho. - Miró hacia el techo, llenando el pecho de aire. - Supongo que... si ese chico y esa chica hablaran... - Se quedó pensativo unos instantes. ¿Es mejor hablar o morir, Marcus? ¿Hablar con ella y dejar las cosas claras, te diga lo que te diga, o arriesgarte a morir de pena cuando se vaya, sin que sepa nunca lo que sentías? Se mojó los labios, aún con la mirada clavada en el techo... Hasta que tomó conciencia de que Alice seguía allí. Tratando de retomar su estilo habitual, ladeó una sonrisa con una caída de ojos y se encogió de un hombro en su postura. - Algún día te contaré la historia entera... Por variar, que no solo cuestes historias tú. - Y la miró de soslayo, haciéndose el interesante. Sí... Mejor hacerse el interesante...
Rio un poco, mirándola más directamente, volviendo a colocarse de costado. - Pues tenías que haberlo hecho, ¿es que no me conoces? El único mejor motivo para despertarme que para leerme algo, es para darme algo de comer. - Bromeó, asintiendo a esa especie de amenaza con una sonrisa. - Hecho. - Pero Alice se estaba acercando, y él ya sabía lo que iba a pasar. Cerró los ojos y acarició sus labios con los de él, notando como el corazón se le ensanchaba... Deseando haberse quedado un rato más en ese beso. Sin abrir los ojos, se le escapó una sonrisa boba con ese comentario. - Vale, retiro lo dicho. - Susurró. - Despertarme para leerme algo, el tercer mejor motivo; el segundo, darme algo de comer; el primero... - Volvió a recortar la distancia y a besarla, en una caricia suave, pero un poco más prolongada que la anterior. - Tú. - Susurró aún sobre sus labios. Se retiró ligeramente y la miró a los ojos, sonriendo. - Alice Gallia. En general. - Arqueó una ceja. - Lo pone en mi lista. -
Le gustaba oírla decir que era feliz. Le gustaba saber y sentir que Alice era feliz, y que él había colaborado en ello, aunque fuera un poco. Lo pidió a las estrellas en su día, se lo prometió a sí mismo realmente. Quería pensar que lo estaba consiguiendo. Quería pensar... Que podía prolongar ese estado en ella para siempre. El susurro en su oído le erizó la piel, y de nuevo esbozó una sonrisita y arqueó una ceja, mirándola. - La diferencia de edad es prácticamente inapreciable, por eso las he puesto juntas, tramposilla. - Se acercó un poco más para picar la mejilla de la chica con su nariz. - Mi árbol, mis normas. Aunque no sé de qué me extraña que no las cumplas. -
Dejó la espalda en la cama y vio como la chica se acercaba a él, sonriendo, apoyando una de sus manos en su cintura mientras la otra dejaba una caricia de nuevo en su mejilla, y rozando la misma cuando la chica se apoyó en su frente. Se mojó los labios, y estuvo a punto de besarla... Pero se le escurrió. Se tragó una carcajada, frotándose los ojos. Qué idiota, pensó de sí mismo. Era ver a Alice cerca y se perdía, y la chica de mientras en su mundo particular. Llenó el pecho de aire y apoyó las manos sobre su estómago, mirándola mientras leía. Le encantaba que a la chica le gustaran tanto las leyendas, que se supiera tantas, que se las leyera... Y que las conectara con ellos. Llevaba años haciéndolo, y ojalá no hubiera suficientes leyendas en el mundo para que esa costumbre le durara toda la vida. Frunció el ceño con una sonrisa curiosa y escuchó con atención. "El deber era su gran amor". Solo eso le hizo reír en silencio, con los labios cerrados. Vaya, captaba la analogía. "Si su presencia y el deber se enfrentaban, él elegiría el deber". La miró, y su sonrisa se tambaleó ligeramente. No lo haría, pensó. Y no sería porque no lo había intentado, porque no llevaba siete años fingiendo que seguía el camino de la rectitud y que nada ni nadie le separaría de él y, sin embargo y como ella bien había dicho antes, lanzándose de cabeza a la primera que le proponía una locura. Y cada vez la necesitaba más, necesitaba esa vida que Alice le daba como necesitaba respirar. "No podía vivir sabiendo que un día ella tomaría su auténtica forma y simplemente... Se desvanecería". Apartó la mirada y la fijó en ninguna parte, ligeramente taciturno. Sí... Un día, simplemente, se cansaría de sus juegos. Y se iría en busca de la libertad a otra parte, dejándole con su recta, pulcra y aburrida vida de ex-prefecto.
Pero la leyenda no había terminado aún. Porque ella clamaba libertad, pero siempre acababa volviendo a él. No era la primera vez que le parecía escuchar eso de los labios de Alice... Que siempre volvería. Pero para volver, primero había que irse. ¿Cuántas veces podría su corazón soportar verla partir? Casi se muere ese verano, no sabría si podría soportar otra huida así... O quizás sí. ¿Era ese su futuro? ¿Vivir anclado a idas y venidas? "Se buscaban jurando que no lo hacían y no se llegaban a encontrar por intentar que el otro no supiera que el uno lo estaba buscando con ansia, con desesperación". La volvió a mirar. No quería eso. No quería... Que no se encontraran nunca. Tenía que hacer algo. - "¿Es mejor hablar o morir?" - Susurró pensativo, sin pensarlo. La miró de soslayo y esbozó una sonrisita. - Yo también leo novelas de vez en cuando, ¿sabes? Y esa era francesa, de hecho. - Miró hacia el techo, llenando el pecho de aire. - Supongo que... si ese chico y esa chica hablaran... - Se quedó pensativo unos instantes. ¿Es mejor hablar o morir, Marcus? ¿Hablar con ella y dejar las cosas claras, te diga lo que te diga, o arriesgarte a morir de pena cuando se vaya, sin que sepa nunca lo que sentías? Se mojó los labios, aún con la mirada clavada en el techo... Hasta que tomó conciencia de que Alice seguía allí. Tratando de retomar su estilo habitual, ladeó una sonrisa con una caída de ojos y se encogió de un hombro en su postura. - Algún día te contaré la historia entera... Por variar, que no solo cuestes historias tú. - Y la miró de soslayo, haciéndose el interesante. Sí... Mejor hacerse el interesante...
Rio un poco, mirándola más directamente, volviendo a colocarse de costado. - Pues tenías que haberlo hecho, ¿es que no me conoces? El único mejor motivo para despertarme que para leerme algo, es para darme algo de comer. - Bromeó, asintiendo a esa especie de amenaza con una sonrisa. - Hecho. - Pero Alice se estaba acercando, y él ya sabía lo que iba a pasar. Cerró los ojos y acarició sus labios con los de él, notando como el corazón se le ensanchaba... Deseando haberse quedado un rato más en ese beso. Sin abrir los ojos, se le escapó una sonrisa boba con ese comentario. - Vale, retiro lo dicho. - Susurró. - Despertarme para leerme algo, el tercer mejor motivo; el segundo, darme algo de comer; el primero... - Volvió a recortar la distancia y a besarla, en una caricia suave, pero un poco más prolongada que la anterior. - Tú. - Susurró aún sobre sus labios. Se retiró ligeramente y la miró a los ojos, sonriendo. - Alice Gallia. En general. - Arqueó una ceja. - Lo pone en mi lista. -
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Escenas de Navidad (Parte II) CON Marcus y mucha familia EN Casa de los O'Donnell Días del 1 al 6 de enero |
Otra vez le dio la risa. Pues claro que le tenía cogida la medida, pero él se dejaba totalmente, que Gal no era tonta y sabía que él podía negarse si quisiera. Pero selo pasaban mejor así. De la misma forma, sabía detectar las nubes entorno a la cabeza de Marcus, y es que aquel texto era demasiado paralelo a ellos. Y quizá hubiera estado más bonita callada, pero también hubiera ido en contra total de sí misma guardarse aquello y no contárselo.
Pero con lo que sí la sorprendió fue diciendo aquella frase. Gal frunció el ceño y le miró. pensativa. Tenía más miga de la que parecía a simple vista. Pero prefirió llevárselo a su terreno, para ver si lograba hacer un poco más liviano el momento. – Le estás preguntando a una Gallia, obviamente hablar, siempre, aunque implique la muerte ¿Por qué te crees que digo que es peor negarlo siempre? Porque no sé callarme, si supiera, con no abrir la boca ya estaría, no tendría ni que mentir ni que elaborar verdades. – Se encogió de hombros como si fuera una cuestión muy simple, aunque la estaba carcomiendo por dentro. – Algo tiene que darme mucho, mucho, muchísimo miedo para que no quiera hablar de ello. – Y con todoo y con eso, había una voz que en su interior gritaba “Dile lo que sientes. Pregúntale por Poppy. Dile la verdad sobre Percival.” Y le costaba la vida misma acallarla. Así que prefirió llevarlo, de nuevo, por el lado más sencillo de la conversación. – ¿De veras lees novelas? Eso necesito que me lo narres, sin duda. No puede ser una siempre la cuentacuentos. El otro se acaba cansando. – Dijo dándole con el índice en la nariz.
Se rio con lo de que debería haberle despertado y le volvió a rodear con los brazos, atrayéndole sobre sí y poniéndole encima. – No me des esos permisos, prefecto. Que ya sabes que no hay nada peor que decirme que puedo hacer una cosa, y ahora tengo una palomita que mandarte cada vez que algo me guste o me recuerde a ti… – Puso un tono aterciopelado. – O cada vez que quiera besarte ¿Te imaginas? Que estás en tu amada biblioteca y te llega la palomita y solo te pongo – acercó su rostro al suyo y susurró –, bésame. – Y lo hizo, predicando con el ejemplo. Y ahí ya sí aprovecho para chocar su lengua con la de él, disfrutar de aquel beso, que solo Merlín sabía cuándo iban a poder darse otro así, tumbados en una cama, con esa paz y esa tranquilidad.
Y precisamente, como para recordarle su circunstancia, oyó a su tía por el pasillo. – ¡Gal! ¡Dylan! ¡Nos vamos! – Se separaron, pero no a tiempo de incorporarse, y su tía abrió la puerta sin llamar, por supuesto. Puso cara de pilla y les señaló con el índice. – Estoy a esto de asomarme al pasillo y gritar “¡Prefecta Horner! Aquí no se está cumpliendo la norma de los seis centímetros”. – Gal se tuvo que reír, mejor tomárselo así. – Venga, andando. Os vais a ver mañana, menos dramas. – Con un poco de pesadumbre, se levantó y encantó su baúl. Luego se giró sobre sus talones. – Voy a despedirme de todos. – Se incorporó, acariciando sus rizos y juntando sus labios tiernamente con los de Marcus. – Nos vemos mañana, príncipe.
Bajando las escaleras, se encontró al señor O’Donnell, como el día de Nochebuena. Daría lo que fuera por volver a aquella noche perfecta. Dylan ya parecía haberse despedido a su forma de todo el mundo y llevaba la vuelapluma tras él. – Hasta pronto, señor O’Donnell. Gracias por todo, de verdad. – Él la sonrió, la abrazó y le dio un beso en la frente. – Siempre es bienvenida aquí, señorita Gallia. Ya lo sabes. – Luego miró a Emma y dijo. – Y muchísimas gracias a usted también, señor O’Donnell. Por todo, de verdad, me ha ayudado mucho. – Emma ladeó la cabeza con una sonrisa. –No hay de qué. Suerte con todo en Hogwarts, nos vemos pronto, Alice. – Se giró a las escaleras porque había oído unos pasos. – No pienso despedirme, te tengo hasta en la sopa en Hogwarts. – Gal chasqueó la lengua y negó con la cabeza. – Qué exagerado, hace mucho que aprendimos a no cruzarnos en tu camino. Cuando lo del partido de quidditch. – Lex bufó. –Ni me lo menciones, de vergüenza ajena. – Sonrió un poquito. – Nos vemos, francesita. – Ella le guiñó un ojo. – Nos vemos, erizo. – Y se fue con su tía y con Dylan por donde había entrado con Marcus y el señor O’Donnell el primer día de las fiestas. Le pesaba un poco el corazón. Solo quería pensar que volvería. Sí, en cuanto pudiera. Y que le recuerdo, para ella se quedaba. Para siempre. Como el espino en su muñeca. Como el cielo de La Provenza.
Pero con lo que sí la sorprendió fue diciendo aquella frase. Gal frunció el ceño y le miró. pensativa. Tenía más miga de la que parecía a simple vista. Pero prefirió llevárselo a su terreno, para ver si lograba hacer un poco más liviano el momento. – Le estás preguntando a una Gallia, obviamente hablar, siempre, aunque implique la muerte ¿Por qué te crees que digo que es peor negarlo siempre? Porque no sé callarme, si supiera, con no abrir la boca ya estaría, no tendría ni que mentir ni que elaborar verdades. – Se encogió de hombros como si fuera una cuestión muy simple, aunque la estaba carcomiendo por dentro. – Algo tiene que darme mucho, mucho, muchísimo miedo para que no quiera hablar de ello. – Y con todoo y con eso, había una voz que en su interior gritaba “Dile lo que sientes. Pregúntale por Poppy. Dile la verdad sobre Percival.” Y le costaba la vida misma acallarla. Así que prefirió llevarlo, de nuevo, por el lado más sencillo de la conversación. – ¿De veras lees novelas? Eso necesito que me lo narres, sin duda. No puede ser una siempre la cuentacuentos. El otro se acaba cansando. – Dijo dándole con el índice en la nariz.
Se rio con lo de que debería haberle despertado y le volvió a rodear con los brazos, atrayéndole sobre sí y poniéndole encima. – No me des esos permisos, prefecto. Que ya sabes que no hay nada peor que decirme que puedo hacer una cosa, y ahora tengo una palomita que mandarte cada vez que algo me guste o me recuerde a ti… – Puso un tono aterciopelado. – O cada vez que quiera besarte ¿Te imaginas? Que estás en tu amada biblioteca y te llega la palomita y solo te pongo – acercó su rostro al suyo y susurró –, bésame. – Y lo hizo, predicando con el ejemplo. Y ahí ya sí aprovecho para chocar su lengua con la de él, disfrutar de aquel beso, que solo Merlín sabía cuándo iban a poder darse otro así, tumbados en una cama, con esa paz y esa tranquilidad.
Y precisamente, como para recordarle su circunstancia, oyó a su tía por el pasillo. – ¡Gal! ¡Dylan! ¡Nos vamos! – Se separaron, pero no a tiempo de incorporarse, y su tía abrió la puerta sin llamar, por supuesto. Puso cara de pilla y les señaló con el índice. – Estoy a esto de asomarme al pasillo y gritar “¡Prefecta Horner! Aquí no se está cumpliendo la norma de los seis centímetros”. – Gal se tuvo que reír, mejor tomárselo así. – Venga, andando. Os vais a ver mañana, menos dramas. – Con un poco de pesadumbre, se levantó y encantó su baúl. Luego se giró sobre sus talones. – Voy a despedirme de todos. – Se incorporó, acariciando sus rizos y juntando sus labios tiernamente con los de Marcus. – Nos vemos mañana, príncipe.
Bajando las escaleras, se encontró al señor O’Donnell, como el día de Nochebuena. Daría lo que fuera por volver a aquella noche perfecta. Dylan ya parecía haberse despedido a su forma de todo el mundo y llevaba la vuelapluma tras él. – Hasta pronto, señor O’Donnell. Gracias por todo, de verdad. – Él la sonrió, la abrazó y le dio un beso en la frente. – Siempre es bienvenida aquí, señorita Gallia. Ya lo sabes. – Luego miró a Emma y dijo. – Y muchísimas gracias a usted también, señor O’Donnell. Por todo, de verdad, me ha ayudado mucho. – Emma ladeó la cabeza con una sonrisa. –No hay de qué. Suerte con todo en Hogwarts, nos vemos pronto, Alice. – Se giró a las escaleras porque había oído unos pasos. – No pienso despedirme, te tengo hasta en la sopa en Hogwarts. – Gal chasqueó la lengua y negó con la cabeza. – Qué exagerado, hace mucho que aprendimos a no cruzarnos en tu camino. Cuando lo del partido de quidditch. – Lex bufó. –Ni me lo menciones, de vergüenza ajena. – Sonrió un poquito. – Nos vemos, francesita. – Ella le guiñó un ojo. – Nos vemos, erizo. – Y se fue con su tía y con Dylan por donde había entrado con Marcus y el señor O’Donnell el primer día de las fiestas. Le pesaba un poco el corazón. Solo quería pensar que volvería. Sí, en cuanto pudiera. Y que le recuerdo, para ella se quedaba. Para siempre. Como el espino en su muñeca. Como el cielo de La Provenza.
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- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
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- 16 de enero de 2002:
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Freyja
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Escenas de Navidad (Parte II) CON Alice y mucha familia EN Casa de los O'Donnell Días del 1 al 6 de enero |
Hablar aunque implique la muerte. Claro, ¿qué esperaba oír de ella? Frunció los labios en una sonrisa cordial, una sonrisa que escondía un tumulto de pensamientos que prefería dejar pasar, porque si se centraba en ellos... No salía nada bueno. Si Alice era defensora de hablar siempre y no le había dicho nada... ¿Era porque no había nada que decir? Podía ser. Lo dicho, mejor no centrarse en eso, no se quería amargar los minutos que le quedaban de estar con ella en su casa, antes de volver a verse en el castillo.
La chica rápidamente aligeró el tema, de todas formas, preguntándole si realmente leía novelas, a lo que contestó con una expresión cómicamente ofendida en el rostro, picándole la nariz y atrayéndole de nuevo hacia ella. Ladeó una sonrisa. - Creía que el que necesitaba permiso para todo era yo, ¿de verdad estabas esperando a que te lo diera? - Bromeó con una voz cargada de intenciones. Pero más intenciones llevaba la chica, cuyas palabras empezaban a recorrer su cuerpo y erizarle la piel, provocando un vuelco en su estómago solo de imaginar la situación que narraba. Y volvió a besarle, y él se entregó totalmente a ese beso, disfrutando de este como si fuera a ser el último. Sería el último que se darían así, en una cama, en su casa, al menos hasta dentro de meses... Esperaba que se repitiera la circunstancia, porque pensar que fuera el último de verdad le destrozaba por dentro.
El sonido de la voz de Violet les hizo interrumpirlo, pero nada más separarse de sus labios, antes de incorporarse, susurró. - Iría sin dudarlo. - Como había ido siempre, como seguía yendo. Como fue aquel día a llevarle el acónito. No hacía falta ni que le llamara, él iría. Aún no se había levantado y Violet ya estaba prácticamente dentro del cuarto, porque claro, él tenía que llamar antes de entrar, pero ella entraba a lo loco. La miró casi con súplica con la bromita de advertir a su madre de aquello pero... En fin. No se molestaba ya ni en tensarse, ¿por qué? Porque ya no había allí un alma que no supiera lo que sentía, quizás la única que no lo sabía, casualmente, era la propia Alice; porque era un secreto a voces que se habían acostado, y prefería no pensarlo porque se le ponían los pelos de punta; porque suficiente habían liado en Nochevieja delante de todo el mundo como para andarse con pesquisas ahora; porque era Violet, y Violet no se espantaba con nada; y porque... Era su despedida. Que sí, que se verían al día siguiente... Pero Alice había estado dos semanas en su casa y se iba, y esa noche no dormirían bajo el mismo techo. Y estaba haciendo un esfuerzo estoico por no patalear como un niño pequeño.
- Nos vemos mañana, princesa. - ¿Por qué tenía ese pellizco en el pecho? Se mojó los labios, notando el sabor de la chica en ellos, viéndola salir de la habitación... - Yo también bajo. - Comentó, saliendo tras ella. No iba a quedarse allí arriba como un alma en pena mirando desde la ventana. Además, ¿estaba tonto, o qué? ¡Que se iban a ver al día siguiente! Era solo que... En fin. Se acababa la Navidad, eso era todo. Bajó las escaleras y, tras despedirse de Violet y revolverle un poco el pelo a Dylan a modo de adiós, se quedó en silencio, viendo con una sonrisa triste como la chica se despedía, y le guiñó un ojo cuando salió por la puerta. Y esta se cerró. Y el silencio se hizo más pesado todavía.
- Bueno... - Su padre fue quien rompió el hielo, con su cordial sonrisa. - Se acabaron las fiestas. - Marcus sonrió con tristeza una vez más. El hombre dio una palmada en el aire. - Cada uno a su puesto, que mañana toca reincorporarse al trabajo. - Y eso hicieron, irse cada uno por su lado. Pero cuando se dirigió a las escaleras, su padre se acercó a él y le pasó un brazo por los hombros. Marcus le miró sonriente. - Gracias, papá. Ha sido genial. - Fue idea tuya, realmente. - Dijo el hombre encogiéndose de hombros. Marcus le miró con los ojos entornado. - Venga. Los dos sabemos que metiste presión. - Arnold soltó una carcajada. - Bueno, estuve durmiendo en el sofá hasta que llegasteis pero... - Marcus le miró con los ojos muy abiertos, pero el hombre le revolvió el pelo y se volvió a reír. - Es broma. Nos lo hemos pasado todos muy bien, ha merecido la pena. - Marcus asintió, pero antes de irse, su padre añadió algo. - De pequeño siempre llorabas el día de hoy. - ¿De pequeño? - Contestó él a modo de triste broma, lo cual hizo que su padre soltara otra carcajada, enganchara de nuevo su brazo en sus hombros y subiera junto al chico las escaleras. - Si quieres lloramos juntos, yo también tengo ganas. - Eso le hizo reír.
Se dirigió a su cuarto y empezó a ordenar su baúl para el día siguiente. Prefería dejárselo todo listo para disfrutar de su familia el resto del día hasta que tuvieran que irse al día siguiente, y al fin y al cabo todos estaban ocupados con sus cosas. Solo dejó fuera la corona de Alice, la cual volvió a tomar en sus manos, mirándola, recordando. Llenó el pecho de aire y la dejó sobre el baúl cerrado, y al mirarla no solo recordó los buenos momentos de la Navidad... Recordó otra cosa. Algo que tenía que hacer antes de irse sin duda. Y no veía un mejor momento que ese en el horizonte, la verdad. Tampoco es que le quedaran muchos más.
La chica rápidamente aligeró el tema, de todas formas, preguntándole si realmente leía novelas, a lo que contestó con una expresión cómicamente ofendida en el rostro, picándole la nariz y atrayéndole de nuevo hacia ella. Ladeó una sonrisa. - Creía que el que necesitaba permiso para todo era yo, ¿de verdad estabas esperando a que te lo diera? - Bromeó con una voz cargada de intenciones. Pero más intenciones llevaba la chica, cuyas palabras empezaban a recorrer su cuerpo y erizarle la piel, provocando un vuelco en su estómago solo de imaginar la situación que narraba. Y volvió a besarle, y él se entregó totalmente a ese beso, disfrutando de este como si fuera a ser el último. Sería el último que se darían así, en una cama, en su casa, al menos hasta dentro de meses... Esperaba que se repitiera la circunstancia, porque pensar que fuera el último de verdad le destrozaba por dentro.
El sonido de la voz de Violet les hizo interrumpirlo, pero nada más separarse de sus labios, antes de incorporarse, susurró. - Iría sin dudarlo. - Como había ido siempre, como seguía yendo. Como fue aquel día a llevarle el acónito. No hacía falta ni que le llamara, él iría. Aún no se había levantado y Violet ya estaba prácticamente dentro del cuarto, porque claro, él tenía que llamar antes de entrar, pero ella entraba a lo loco. La miró casi con súplica con la bromita de advertir a su madre de aquello pero... En fin. No se molestaba ya ni en tensarse, ¿por qué? Porque ya no había allí un alma que no supiera lo que sentía, quizás la única que no lo sabía, casualmente, era la propia Alice; porque era un secreto a voces que se habían acostado, y prefería no pensarlo porque se le ponían los pelos de punta; porque suficiente habían liado en Nochevieja delante de todo el mundo como para andarse con pesquisas ahora; porque era Violet, y Violet no se espantaba con nada; y porque... Era su despedida. Que sí, que se verían al día siguiente... Pero Alice había estado dos semanas en su casa y se iba, y esa noche no dormirían bajo el mismo techo. Y estaba haciendo un esfuerzo estoico por no patalear como un niño pequeño.
- Nos vemos mañana, princesa. - ¿Por qué tenía ese pellizco en el pecho? Se mojó los labios, notando el sabor de la chica en ellos, viéndola salir de la habitación... - Yo también bajo. - Comentó, saliendo tras ella. No iba a quedarse allí arriba como un alma en pena mirando desde la ventana. Además, ¿estaba tonto, o qué? ¡Que se iban a ver al día siguiente! Era solo que... En fin. Se acababa la Navidad, eso era todo. Bajó las escaleras y, tras despedirse de Violet y revolverle un poco el pelo a Dylan a modo de adiós, se quedó en silencio, viendo con una sonrisa triste como la chica se despedía, y le guiñó un ojo cuando salió por la puerta. Y esta se cerró. Y el silencio se hizo más pesado todavía.
- Bueno... - Su padre fue quien rompió el hielo, con su cordial sonrisa. - Se acabaron las fiestas. - Marcus sonrió con tristeza una vez más. El hombre dio una palmada en el aire. - Cada uno a su puesto, que mañana toca reincorporarse al trabajo. - Y eso hicieron, irse cada uno por su lado. Pero cuando se dirigió a las escaleras, su padre se acercó a él y le pasó un brazo por los hombros. Marcus le miró sonriente. - Gracias, papá. Ha sido genial. - Fue idea tuya, realmente. - Dijo el hombre encogiéndose de hombros. Marcus le miró con los ojos entornado. - Venga. Los dos sabemos que metiste presión. - Arnold soltó una carcajada. - Bueno, estuve durmiendo en el sofá hasta que llegasteis pero... - Marcus le miró con los ojos muy abiertos, pero el hombre le revolvió el pelo y se volvió a reír. - Es broma. Nos lo hemos pasado todos muy bien, ha merecido la pena. - Marcus asintió, pero antes de irse, su padre añadió algo. - De pequeño siempre llorabas el día de hoy. - ¿De pequeño? - Contestó él a modo de triste broma, lo cual hizo que su padre soltara otra carcajada, enganchara de nuevo su brazo en sus hombros y subiera junto al chico las escaleras. - Si quieres lloramos juntos, yo también tengo ganas. - Eso le hizo reír.
Se dirigió a su cuarto y empezó a ordenar su baúl para el día siguiente. Prefería dejárselo todo listo para disfrutar de su familia el resto del día hasta que tuvieran que irse al día siguiente, y al fin y al cabo todos estaban ocupados con sus cosas. Solo dejó fuera la corona de Alice, la cual volvió a tomar en sus manos, mirándola, recordando. Llenó el pecho de aire y la dejó sobre el baúl cerrado, y al mirarla no solo recordó los buenos momentos de la Navidad... Recordó otra cosa. Algo que tenía que hacer antes de irse sin duda. Y no veía un mejor momento que ese en el horizonte, la verdad. Tampoco es que le quedaran muchos más.
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