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Freyja
Alchemist
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One of us CON Varios EN Sala común Del 8 al 15 de enero |
Perfectamente podrían haber sido las veinticuatro horas más largas de su vida. Hacía tres días estaba con Alice en su casa, hacía dos le estaba diciendo a Sean que quería decirle lo que sentía por ella... Y, de repente, ni siquiera supo cómo ocurrió, todo estalló en mil pedazos. Y algo le decía que era de manera definitiva. Al final le dijo lo que sentía, sí... Mal, a gritos, con reproches y con el resultado de que ella le dijera claramente que no le creía. Tanto tiempo perfilando en su cabeza como hacerlo bien, para acabar haciéndolo estrepitosamente mal, imposible hacerlo peor. Cuántas oportunidades había perdido. Quién pudiera volver atrás en el tiempo...
...O no. Ciertamente, estaba muy enfadado, dolido, frustrado, decepcionado y sintiéndose estúpido. No había pegado ojo en toda la noche, y por momentos se enfadaba más aún con ella, y por otros le daban ganas de salir corriendo a buscarla y rogarle que hicieran como si nada hubiera pasado. Y se odiaba a sí mismo por necesitarla tanto, al tiempo que se odiaba por ser tan sumamente orgulloso y negarse a ir a buscarla. Al fin y al cabo, ella había sido la que había estallado sin venir a cuento, la que le había increpado con un montón de cosas hirientes y, por supuesto, la que le había dicho que se fuera. "Sal de mí, Marcus", "vete", "márchate". Muy bien, él ante todo era obediente. Si quería que volviera, iba a tener que pedírselo ella... Y ya se lo pensaría. Se negaba a pasarse toda la vida siendo abandonado cada vez que a Alice le diera la gana. La decisión estaba tomada. Se acabó.
Era más fácil pensar eso cuando era de día y estabas ocupado, cuando no la tenías delante, cuando no estabas en un sitio que te recordaba a ella. Que, en el caso de Marcus, era básicamente... Todo el maldito castillo. Porque así eran ellos, se habían pasado siendo inseparables siete años, y eso tenía su contraparte cuando te intentabas, de hecho, separar. Otro punto negativo de todo aquello era esa necesidad de estar solo y que nadie te molestara, porque todos le veían la cara, porque todos parecían no tener mejor ocupación que cotillear sobre ellos y a esas alturas, a solo un día de la pelea, ya parecía haberse enterado Hogwarts entero de que no se hablaban. Pero, al mismo tiempo, cuando estaba solo pensaba en ella. Recordar los buenos momentos se sentía como una estaca ardiendo clavada en su corazón, pero su alternativa era darle aún más vueltas a la discusión, o a los malos momentos que habían pasado, a discusiones o separaciones anteriores. En definitiva, ninguna opción era buena. Y odiaba estar así. Ese estado había tomado control de él. Y Marcus necesitaba sentir que él, y solo él, tenía control de él.
De la clase había ido al Gran Comedor, cogido su almuerzo y llevado al aula de prefectos, donde se había encerrado a comer mientras repasaba labores propias de su cargo de cara al inicio del trimestre. Esa cosa que nadie hacía pero Marcus, sí. Y era un momento tan bueno como cualquier otro. De allí, se fue a clase. Al menos en clase podía ponerse en primerísima fila, atender (o intentarlo), trabajar y olvidarse del mundo. Iba a irse a la biblioteca después, pero de seguro encontraría a más gente de su casa allí que en su sala común, a esas horas casi deshabitada. Sean se fue tras él. Su amigo había intentado saber cómo estaba, y Hillary. Pero solo se habían llevado un gruñido, un comentario cortante y un silencio por respuesta. Hora y media después, Marcus seguía en su sala común, sentado de mala manera en uno de los sillones, leyendo con cara de enfado, con una pierna por encima de uno de los brazos del mueble y la espalda torcida. Poco a poco la sala se había ido llenando de estudiantes que querían echar un rato de descanso con sus amigos antes de la cena. Pero Marcus no despegó la cabeza del libro.
No engañaba a nadie, no estaba leyendo, solo pasaba los ojos enfadado por encima de las líneas del manual. Llevaba una hora y media, literalmente, mirando las dos mismas páginas y sin poder evitar darle vueltas a la cabeza, lo cual solo le hacía fruncir más el ceño y aumentar su cabreo. Sean de vez en cuando le decía cosas: "creo que hoy toca pollo para cenar", "al final encontré el libro de pociones que estaba buscando", "me han dicho que el profesor de encantamientos da pistas para los EXTASIS", "anda, al final se ha puesto a llover". Marcus no contestaba a nada, como mucho soltaba un monosílabo que más parecía un gruñido. Hasta que la apertura de la puerta de la sala común le hizo entornar la mirada hacia arriba de nuevo.
Alice. Solo verla le agarró un doloroso nudo en el pecho y le hizo bajar la mirada al libro automáticamente, escondiéndose tras él mientras echaba aire por la nariz con frustración. No quería verla, suficiente había tenido con verla en clase esa mañana. No podía soportar estar allí. No sabía disimular, hacer como si nada, y no quería iniciar una nueva discusión con todos delante. No, es que directamente no quería que se hablaran, ni que se miraran. Ni arriesgarse a que fuera ella la que iniciara la contienda. Tampoco iba a estar muy receptivo si por obra de un milagro la chica se le acercara de buenas. No, definitivamente, no. Se tenía que ir de allí.
Tras apenas un minuto desde que hubiera llegado en el que se mantuvo con la mandíbula apretada y los dedos aferrando las páginas, cerró el libro y se levantó. - ¿Dónde vas? - Saltó rápidamente Sean, que al parecer se había esperanzado estúpidamente con que ese casual encuentro lo resolviera todo. - Tengo que estudiar. - Respondió secamente, echándose la mochila al hombro y dirigiéndose a la estantería. Sean se había levantado también. - Pero... Estamos estudiando aquí, ¿no? Se está muy bien, muy tranquilito. - Tengo cosas que hacer. - Cortó de nuevo mientras sacaba uno de los libros de la estantería, lo unía al otro en sus brazos y salía de la sala común a grandes zancadas. No sabía si se iba a ir a la biblioteca o no, como si se iba a mitad del campo de quidditch. Pero allí no se quedaba.
Apenas había llegado a la mitad del pasillo cuando alguien tiró violentamente de su brazo y le hizo girarse. - ¿Se puede saber qué coño haces? - Ya te lo he dicho: estudiar. - Se giró, pero Sean volvió a colocarle donde estaba. Estaba bastante enfadado. Lo que le hacía falta a Marcus, otro enfadado. - ¿Así va a ser esto ya siempre? ¿Ella aparece y tú te vas? - Déjame, Sean. - Estás haciendo el gilipollas. - ¿NO ME DIGAS? - Dijo, ciertamente alterado, volcando todo el tono que se había estado guardando desde que bajara la noche anterior de la torre de astronomía. Algunos alumnos se giraron de un respingo ante el bramido, y Sean dio un paso atrás. Pero Marcus ya había iniciado, así que siguió. - ¡¡Bienvenido a mi vida, Sean!! ¡Es justo lo que llevo haciendo desde que pisé este puto castillo, el gilipollas! ¡Enhorabuena, ya lo he reconocido, si era lo que querías! ¿Contento? - Bajó los brazos. - Ahora, deja que me vaya a estudiar, por favor. -
...O no. Ciertamente, estaba muy enfadado, dolido, frustrado, decepcionado y sintiéndose estúpido. No había pegado ojo en toda la noche, y por momentos se enfadaba más aún con ella, y por otros le daban ganas de salir corriendo a buscarla y rogarle que hicieran como si nada hubiera pasado. Y se odiaba a sí mismo por necesitarla tanto, al tiempo que se odiaba por ser tan sumamente orgulloso y negarse a ir a buscarla. Al fin y al cabo, ella había sido la que había estallado sin venir a cuento, la que le había increpado con un montón de cosas hirientes y, por supuesto, la que le había dicho que se fuera. "Sal de mí, Marcus", "vete", "márchate". Muy bien, él ante todo era obediente. Si quería que volviera, iba a tener que pedírselo ella... Y ya se lo pensaría. Se negaba a pasarse toda la vida siendo abandonado cada vez que a Alice le diera la gana. La decisión estaba tomada. Se acabó.
Era más fácil pensar eso cuando era de día y estabas ocupado, cuando no la tenías delante, cuando no estabas en un sitio que te recordaba a ella. Que, en el caso de Marcus, era básicamente... Todo el maldito castillo. Porque así eran ellos, se habían pasado siendo inseparables siete años, y eso tenía su contraparte cuando te intentabas, de hecho, separar. Otro punto negativo de todo aquello era esa necesidad de estar solo y que nadie te molestara, porque todos le veían la cara, porque todos parecían no tener mejor ocupación que cotillear sobre ellos y a esas alturas, a solo un día de la pelea, ya parecía haberse enterado Hogwarts entero de que no se hablaban. Pero, al mismo tiempo, cuando estaba solo pensaba en ella. Recordar los buenos momentos se sentía como una estaca ardiendo clavada en su corazón, pero su alternativa era darle aún más vueltas a la discusión, o a los malos momentos que habían pasado, a discusiones o separaciones anteriores. En definitiva, ninguna opción era buena. Y odiaba estar así. Ese estado había tomado control de él. Y Marcus necesitaba sentir que él, y solo él, tenía control de él.
De la clase había ido al Gran Comedor, cogido su almuerzo y llevado al aula de prefectos, donde se había encerrado a comer mientras repasaba labores propias de su cargo de cara al inicio del trimestre. Esa cosa que nadie hacía pero Marcus, sí. Y era un momento tan bueno como cualquier otro. De allí, se fue a clase. Al menos en clase podía ponerse en primerísima fila, atender (o intentarlo), trabajar y olvidarse del mundo. Iba a irse a la biblioteca después, pero de seguro encontraría a más gente de su casa allí que en su sala común, a esas horas casi deshabitada. Sean se fue tras él. Su amigo había intentado saber cómo estaba, y Hillary. Pero solo se habían llevado un gruñido, un comentario cortante y un silencio por respuesta. Hora y media después, Marcus seguía en su sala común, sentado de mala manera en uno de los sillones, leyendo con cara de enfado, con una pierna por encima de uno de los brazos del mueble y la espalda torcida. Poco a poco la sala se había ido llenando de estudiantes que querían echar un rato de descanso con sus amigos antes de la cena. Pero Marcus no despegó la cabeza del libro.
No engañaba a nadie, no estaba leyendo, solo pasaba los ojos enfadado por encima de las líneas del manual. Llevaba una hora y media, literalmente, mirando las dos mismas páginas y sin poder evitar darle vueltas a la cabeza, lo cual solo le hacía fruncir más el ceño y aumentar su cabreo. Sean de vez en cuando le decía cosas: "creo que hoy toca pollo para cenar", "al final encontré el libro de pociones que estaba buscando", "me han dicho que el profesor de encantamientos da pistas para los EXTASIS", "anda, al final se ha puesto a llover". Marcus no contestaba a nada, como mucho soltaba un monosílabo que más parecía un gruñido. Hasta que la apertura de la puerta de la sala común le hizo entornar la mirada hacia arriba de nuevo.
Alice. Solo verla le agarró un doloroso nudo en el pecho y le hizo bajar la mirada al libro automáticamente, escondiéndose tras él mientras echaba aire por la nariz con frustración. No quería verla, suficiente había tenido con verla en clase esa mañana. No podía soportar estar allí. No sabía disimular, hacer como si nada, y no quería iniciar una nueva discusión con todos delante. No, es que directamente no quería que se hablaran, ni que se miraran. Ni arriesgarse a que fuera ella la que iniciara la contienda. Tampoco iba a estar muy receptivo si por obra de un milagro la chica se le acercara de buenas. No, definitivamente, no. Se tenía que ir de allí.
Tras apenas un minuto desde que hubiera llegado en el que se mantuvo con la mandíbula apretada y los dedos aferrando las páginas, cerró el libro y se levantó. - ¿Dónde vas? - Saltó rápidamente Sean, que al parecer se había esperanzado estúpidamente con que ese casual encuentro lo resolviera todo. - Tengo que estudiar. - Respondió secamente, echándose la mochila al hombro y dirigiéndose a la estantería. Sean se había levantado también. - Pero... Estamos estudiando aquí, ¿no? Se está muy bien, muy tranquilito. - Tengo cosas que hacer. - Cortó de nuevo mientras sacaba uno de los libros de la estantería, lo unía al otro en sus brazos y salía de la sala común a grandes zancadas. No sabía si se iba a ir a la biblioteca o no, como si se iba a mitad del campo de quidditch. Pero allí no se quedaba.
Apenas había llegado a la mitad del pasillo cuando alguien tiró violentamente de su brazo y le hizo girarse. - ¿Se puede saber qué coño haces? - Ya te lo he dicho: estudiar. - Se giró, pero Sean volvió a colocarle donde estaba. Estaba bastante enfadado. Lo que le hacía falta a Marcus, otro enfadado. - ¿Así va a ser esto ya siempre? ¿Ella aparece y tú te vas? - Déjame, Sean. - Estás haciendo el gilipollas. - ¿NO ME DIGAS? - Dijo, ciertamente alterado, volcando todo el tono que se había estado guardando desde que bajara la noche anterior de la torre de astronomía. Algunos alumnos se giraron de un respingo ante el bramido, y Sean dio un paso atrás. Pero Marcus ya había iniciado, así que siguió. - ¡¡Bienvenido a mi vida, Sean!! ¡Es justo lo que llevo haciendo desde que pisé este puto castillo, el gilipollas! ¡Enhorabuena, ya lo he reconocido, si era lo que querías! ¿Contento? - Bajó los brazos. - Ahora, deja que me vaya a estudiar, por favor. -
Merci Prouvaire!
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Ivanka
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One of us CON Varios EN Sala común Del 8 al 15 de enero |
No había dormido ni un minuto aquella noche. Con los ojos abiertos o cerrados, solo veía y oía escenas de su vida con Marcus. Desde correr por el jardín de los abuelos, hasta La Provenza "prometamos que nunca nos haremos daño". Si es que no había que pedirles deseos a las estrellas. No había que tener deseos y ya está. Se haba convertido enteramente en su padre, de hecho, estaba a un par de noches más como esa de que le empezaran a fallar las funciones cerebrales, había estudiado suficiente de medicina para saberlo. Y lo había estudiado porque Marcus se lo propuso, hace ahora tanto tiempo que parecía otra vida. Siempre Marcus. Siempre volvía a él.
Andaba por los pasillos muerta de frío, como si el viento que hacía en la torre de Astronomía la hubiera invadido y, simplemente, no se fuera. Iba a hacia los sitios mecánicamente, y sus pasos la llevaron la biblioteca. Se situó en un pasillo más oculto con intención de estudiar, pero era incapaz de concentrarse. Solo las plantitas serían capaces de darle paz, pero sería como decir a gritos a todo el mundo que quería preguntarle qué tal estaba "hola, encontradme", porque ¿dónde buscaría alguien a Alice Gallia si no en el invernadero? Bueno, en el laboratorio de Alquimia, pero ahora mismo no quería saber nada de Alquimia. Había tanta paz y silencio, y estaba tan cansada física y mentalmente, que se fue quedando dormida poco a poco encima del libro, hasta que la bibliotecaria apareció por allí y le dijo. – Gallia, si te vas a dormir, vete a la sala común y no me ocupes un puesto en la biblioteca. – Y, si estuviera en otras circunstancias, le habría contestado que no había casi nadie y que no estaba molestando, y que precisamente en la sala común no quería estar, pero bueno. Recogió sus cosas y se dijo a sí misma que se pondría en su butaca favorita y se dormiría, y así no podrían hablarla, porque estaría dormida.
Con ese plan en mente, avanzó hasta la sala común, y según entró, lo visualizó. Marcus en el sofá, colocado de aquella forma que hacia a veces, doblado sobre sí mismo... Y un nudo se le puso en el corazón. Si fuera cualquier otro día, se habría puesto a su lado, estarían comentando lo que fuera, con Sean y Hillary, que estaban también ahí. Pro como no, como todo había saltado por los aires, pues se fue a la butaca, sola, mirando por la ventana. Había sido mala idea. Allí se habían puesto al noche que le vio leyendo sobre destilación alquímica en plantas. Había sido un día tan feliz que le hizo llorar inmediatamente. Pasar que eso no iba a volver a ocurrir era demasiado doloroso para admitirlo, para seguir viviendo con ello. Qué ilusa estúpida haba sido haciéndose creer a sí misma que podría dejarlo ir. No podía. No podría ni den una situación como la que estaba ahora mismo, en la cual él no quería saber nada de ella.
Se limpió las lágrimas, sin dejar de mirar por la ventana, cuando oyó que alguien se acercaba. – Gal... – Hillary, por favor, ahórratelo. Idos con Marcus. Yo quiero estar sola. – Su amiga se quedó callada un rato (milagro) mientras ella no dejaba de mirar la lluvia caer sobre el lago y los terrenos. – Gal, no podemos estar así. Ninguno. Esto va a acabar con todos. – Ella encajó la mandíbula e inspiró profundamente. – ¿Y qué sugieres que haga? – Habla con Marcus, arreglad las cosas. Ni si quiera nos habéis contado qué demonios ha pasado. No puede ser tan grave como para... – Gal se giró, iracunda. – ¿Y tú qué sabrás? ¿Qué sabrá nadie de nada de lo que nos incumbe? – Pues sabemos que somos vuestros amigos, os conocemos desde hace siete años. Y ahora mismo estamos en medio del fuego cruzado, Gal. – Ella soltó una risa sarcástica. – Yo no he puesto a nadie en medio. He dicho muy clarito que me dejéis sola, que no quiero hablar con nadie. – Hillary se inclinó hacia ella y le puso suavemente la mano encimad de la suya. – Pero es que no queremos eso. Queremos entender qué ha pasado, ayudaros, que volvamos a ser los de siempre... – Quitó bruscamente la mano de la de su amiga y volvió a mirar por la ventana. – Crece, Hillary. Eso no va a ocurrir.
Andaba por los pasillos muerta de frío, como si el viento que hacía en la torre de Astronomía la hubiera invadido y, simplemente, no se fuera. Iba a hacia los sitios mecánicamente, y sus pasos la llevaron la biblioteca. Se situó en un pasillo más oculto con intención de estudiar, pero era incapaz de concentrarse. Solo las plantitas serían capaces de darle paz, pero sería como decir a gritos a todo el mundo que quería preguntarle qué tal estaba "hola, encontradme", porque ¿dónde buscaría alguien a Alice Gallia si no en el invernadero? Bueno, en el laboratorio de Alquimia, pero ahora mismo no quería saber nada de Alquimia. Había tanta paz y silencio, y estaba tan cansada física y mentalmente, que se fue quedando dormida poco a poco encima del libro, hasta que la bibliotecaria apareció por allí y le dijo. – Gallia, si te vas a dormir, vete a la sala común y no me ocupes un puesto en la biblioteca. – Y, si estuviera en otras circunstancias, le habría contestado que no había casi nadie y que no estaba molestando, y que precisamente en la sala común no quería estar, pero bueno. Recogió sus cosas y se dijo a sí misma que se pondría en su butaca favorita y se dormiría, y así no podrían hablarla, porque estaría dormida.
Con ese plan en mente, avanzó hasta la sala común, y según entró, lo visualizó. Marcus en el sofá, colocado de aquella forma que hacia a veces, doblado sobre sí mismo... Y un nudo se le puso en el corazón. Si fuera cualquier otro día, se habría puesto a su lado, estarían comentando lo que fuera, con Sean y Hillary, que estaban también ahí. Pro como no, como todo había saltado por los aires, pues se fue a la butaca, sola, mirando por la ventana. Había sido mala idea. Allí se habían puesto al noche que le vio leyendo sobre destilación alquímica en plantas. Había sido un día tan feliz que le hizo llorar inmediatamente. Pasar que eso no iba a volver a ocurrir era demasiado doloroso para admitirlo, para seguir viviendo con ello. Qué ilusa estúpida haba sido haciéndose creer a sí misma que podría dejarlo ir. No podía. No podría ni den una situación como la que estaba ahora mismo, en la cual él no quería saber nada de ella.
Se limpió las lágrimas, sin dejar de mirar por la ventana, cuando oyó que alguien se acercaba. – Gal... – Hillary, por favor, ahórratelo. Idos con Marcus. Yo quiero estar sola. – Su amiga se quedó callada un rato (milagro) mientras ella no dejaba de mirar la lluvia caer sobre el lago y los terrenos. – Gal, no podemos estar así. Ninguno. Esto va a acabar con todos. – Ella encajó la mandíbula e inspiró profundamente. – ¿Y qué sugieres que haga? – Habla con Marcus, arreglad las cosas. Ni si quiera nos habéis contado qué demonios ha pasado. No puede ser tan grave como para... – Gal se giró, iracunda. – ¿Y tú qué sabrás? ¿Qué sabrá nadie de nada de lo que nos incumbe? – Pues sabemos que somos vuestros amigos, os conocemos desde hace siete años. Y ahora mismo estamos en medio del fuego cruzado, Gal. – Ella soltó una risa sarcástica. – Yo no he puesto a nadie en medio. He dicho muy clarito que me dejéis sola, que no quiero hablar con nadie. – Hillary se inclinó hacia ella y le puso suavemente la mano encimad de la suya. – Pero es que no queremos eso. Queremos entender qué ha pasado, ayudaros, que volvamos a ser los de siempre... – Quitó bruscamente la mano de la de su amiga y volvió a mirar por la ventana. – Crece, Hillary. Eso no va a ocurrir.
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- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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- 16 de enero de 2002:
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Freyja
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One of us CON Varios EN Sala común Del 8 al 15 de enero |
Sean había salido muy embravecido de la sala común dispuesto a resaltar la mala actitud que había tenido, pero ante la reacción de Marcus había agachado un poco la cabeza. Probablemente no hubiera valorado el nivel de dolor que su amigo sentía, y ahora se había dado cuenta de que no se trataba de un berrinche del prefecto, sino de algo grave. Marcus le sostuvo la mirada apenas unos segundos, con la respiración acelerada del mismo enfado, y ante la ausencia de respuesta se giró para irse. Estaba claro que no le iba a decir nada más.
Quizás no estuviera tan claro. - Tenemos que hablar. - Suéltame, Sean. - Respondió haciendo acopio de tranquilidad, pero ni caso. Su amigo le había agarrado del brazo de nuevo y ahora le arrastraba en dirección contraria, mientras Marcus se dejaba llevar a regañadientes, con la mandíbula apretada y una oposición no lo suficientemente eficiente. Prácticamente lo lanzó dentro del aula de prefectos y cerró la puerta tras él. - ¡Fermaportus! - Marcus le miró con una ceja arqueada. - ¿Ahora me encierras? - Te encierro porque me conozco tus salidas melodramáticas y no me da la gana de que salgas huyendo de aquí y me dejes con la palabra en la boca. - Sabes que yo también tengo varita, ¿verdad? - ¡Expelliarmus! - Marcus soltó un quejido doloroso e irritado al notar el fuerte chispazo en las manos, porque para ilustrar su frase anterior había agarrado su varita. Esta salió despedida y Sean la cogió en el aire, con una tranquilidad severa que no le había visto nunca.
La cara de Marcus era un poema, no daba crédito. - ¡¿Ahora me atacas?! - ¿Se había vuelto loco todo el mundo o cómo iba esto? - ¿Sabes cuántos puntos podría quitarte por atacar a un compañero? No, por secuestrarlo, porque esto es un secuestro en toda regla. Y no a un compañero cualquiera, te digo más. Estás atentando contra la autoridad del castillo, soy tu prefecto. - Lo que eres es un perfecto imbécil. - Marcus desencajó los ojos, pero Sean estaba extrañamente tranquilo. - ¿¿Pero de qué vas ahora?? ¡Lo último que necesito hoy es pelearme contigo! - ¡Pues deja de comportarte como un crío! ¡¡Joder, Marcus, parece mentira!! - Ya no estaba tan calmado. Y Marcus estaba tan a cuadros que no atinaba ni a responder.
Sean puso las manos en jarra y miró a otra parte, echando aire por la boca. - ¿Qué pasó ayer? - Prefiero no hablar de eso. - ¿Sabes lo que yo prefiero? No ver a dos de mis mejores amigos peleados hasta el punto de no poder ni compartir la misma estancia. - Se mantuvieron la mirada el uno al otro, Marcus sin dejar de apretar los dientes y Sean aún con los brazos en jarra. - Ayer Kyla traía a Alice hecha un escombro, llorando a mares, y prácticamente la metió en la cama de cabeza sin dejarla hablar con nadie. Tú ni siquiera estabas. Me quedé horas despierto, llegaste a las tantas y ni me dirigiste la palabra. ¿Te crees que no te he oído llorar esta noche? No parabas de dar vueltas en la cama, llevas todo el día de morros, no hay quien te hable. Y, por si quieres más datos, Alice y tú ni os habéis mirado en todo el día. - No necesito que me resumas lo que ya sé, Sean. - Lo que te estoy diciendo es que es más que obvio que ha pasado algo, y que es algo grave. Tío, hace horas me estabas diciendo que era el amor de tu vida, ¿y ahora no la quieres ni ver? Vamos, no me jodas. - ¿¿Qué quieres que te diga, Sean?? - Se encogió de hombros, alzando las palmas. - Me ha mandado a la mierda, punto. No hay más que hablar. - Sean parpadeó varias veces. Luego negó con la cabeza. - No me le creo. - Marcus soltó una carcajada sarcástica y se giró sobre sí mismo para darle la espalda al otro. - Pues no me creas. No eres el primero que no me cree. -
Quizás no estuviera tan claro. - Tenemos que hablar. - Suéltame, Sean. - Respondió haciendo acopio de tranquilidad, pero ni caso. Su amigo le había agarrado del brazo de nuevo y ahora le arrastraba en dirección contraria, mientras Marcus se dejaba llevar a regañadientes, con la mandíbula apretada y una oposición no lo suficientemente eficiente. Prácticamente lo lanzó dentro del aula de prefectos y cerró la puerta tras él. - ¡Fermaportus! - Marcus le miró con una ceja arqueada. - ¿Ahora me encierras? - Te encierro porque me conozco tus salidas melodramáticas y no me da la gana de que salgas huyendo de aquí y me dejes con la palabra en la boca. - Sabes que yo también tengo varita, ¿verdad? - ¡Expelliarmus! - Marcus soltó un quejido doloroso e irritado al notar el fuerte chispazo en las manos, porque para ilustrar su frase anterior había agarrado su varita. Esta salió despedida y Sean la cogió en el aire, con una tranquilidad severa que no le había visto nunca.
La cara de Marcus era un poema, no daba crédito. - ¡¿Ahora me atacas?! - ¿Se había vuelto loco todo el mundo o cómo iba esto? - ¿Sabes cuántos puntos podría quitarte por atacar a un compañero? No, por secuestrarlo, porque esto es un secuestro en toda regla. Y no a un compañero cualquiera, te digo más. Estás atentando contra la autoridad del castillo, soy tu prefecto. - Lo que eres es un perfecto imbécil. - Marcus desencajó los ojos, pero Sean estaba extrañamente tranquilo. - ¿¿Pero de qué vas ahora?? ¡Lo último que necesito hoy es pelearme contigo! - ¡Pues deja de comportarte como un crío! ¡¡Joder, Marcus, parece mentira!! - Ya no estaba tan calmado. Y Marcus estaba tan a cuadros que no atinaba ni a responder.
Sean puso las manos en jarra y miró a otra parte, echando aire por la boca. - ¿Qué pasó ayer? - Prefiero no hablar de eso. - ¿Sabes lo que yo prefiero? No ver a dos de mis mejores amigos peleados hasta el punto de no poder ni compartir la misma estancia. - Se mantuvieron la mirada el uno al otro, Marcus sin dejar de apretar los dientes y Sean aún con los brazos en jarra. - Ayer Kyla traía a Alice hecha un escombro, llorando a mares, y prácticamente la metió en la cama de cabeza sin dejarla hablar con nadie. Tú ni siquiera estabas. Me quedé horas despierto, llegaste a las tantas y ni me dirigiste la palabra. ¿Te crees que no te he oído llorar esta noche? No parabas de dar vueltas en la cama, llevas todo el día de morros, no hay quien te hable. Y, por si quieres más datos, Alice y tú ni os habéis mirado en todo el día. - No necesito que me resumas lo que ya sé, Sean. - Lo que te estoy diciendo es que es más que obvio que ha pasado algo, y que es algo grave. Tío, hace horas me estabas diciendo que era el amor de tu vida, ¿y ahora no la quieres ni ver? Vamos, no me jodas. - ¿¿Qué quieres que te diga, Sean?? - Se encogió de hombros, alzando las palmas. - Me ha mandado a la mierda, punto. No hay más que hablar. - Sean parpadeó varias veces. Luego negó con la cabeza. - No me le creo. - Marcus soltó una carcajada sarcástica y se giró sobre sí mismo para darle la espalda al otro. - Pues no me creas. No eres el primero que no me cree. -
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Se esperaba una salida Hillary, pero, en vez de eso, su amiga se quedó callada, como si estuviera evaluando sus palabras. No quería enfadarse con ella, no quería discutir más, solo quería silencio, soledad, necesitaba estar consigo misma. – No se trata de crecer o no, Gal. Marcus y tú os queréis y os estáis... – Se giró de nuevo, bruscamente. – ¡A ver, Hilary! ¿De qué demonios estás hablando? ¡No tienes ni idea! ¿Crees que me quiere? Pues no, bienvenida a la vida real. – Su amiga suspiró desesperada. – ¿Y si no te quiere que hacía besándote en Navidad? ¿Qué hace regalándote cosas como esa pulsera? Por no hablar de todo lo demás que habéis hecho... – Gal levantó la mano porque no estaba para hablar de ese tema precisamente. – Tú no sabes cómo se siente Marcus. – ¿Y tú sí? Porque yo diría que no tienes ni la más remota idea. – Atacó su amiga, empezando a perder la paciencia. – Pues sí. Me lo dejó muy clarito ayer. Eres libre, me dijo. – ¿Después de qué, exactamente? –
Ahí la había pillado pero bien. Ella había echado a Marcus. Ella le dijo "sal de mí" alto y claro... Pero solo porque no soportaba que Marcus siguiera con aquello de Jean, que se lo echara en cara, que le viniera hablando de Poppy... Se había sentido tan... Tan como se dibujaba a sí misma cuando le daba demasiado a la cabeza. – Después de recordarme que yo me había acostado con otro y de venir a hablarme de Poppy ¿Contenta? – Hillary la miró resoplando. – ¿Y qué te dijo de Poppy? – Ella volvió a darle la espalda, revirada. – ¿Qué más da? ¡No quiero hablar de esa conversación ahora! – Hillary se trasladó al poyete de la ventana y se sentó ahí, cansada de que ese fuera su refugio. – Pues sí da. Bastante da ¿Te dijo "quiero a Poppy, no quiero estar contigo" o te dijo "he visto. Poppy en el Gran Comedor"? Porque no es lo mismo, Gal. – Ella abrió los ojos mucho, ofendida. – ¿De veras no es lo mismo? Porque para mí es todo parte del mismo problema: que siempre va a estar Poppy ahí por delante de mí, independientemente de lo que haga conmigo. – De nuevo, su amiga soltó un sonidito dude impaciencia y se llevó las manos a las sienes. – Gal ¿Qué tienes en la cabeza? Te lo pregunto porque, de verdad, no lo entiendo ¿Es que quieres, por algún motivo que no alcanzo a comprender, pelearte con Marcus? – Ella se cruzó de brazos y se dejó caer sobre el sofá. – Sí, claro, deseando estoy de sentirme así. Mira... – Las lágrimas anegaron sus ojos y al voz se le quebró. – Por un momento, un breve momento de mi vida, pensé que haba sitio en la luz para mí. Que algo podía salirme bien, que tenía derecho desear... Pero no. No es así. Algunos tienen suerte en la vida y otros no. – Esto no tiene nada que ver con la suerte, Gal. Tiene que ver con lo que tú haces con tu propia vida. Estás echando a Marcus, nos estás echando a nosotros. Tu hermano ha estado esperándote media tarde en la puerta, con una carita de perro apaleado que no es normal. Ayer, Kyla, Sean y yo estuvimos buscándoos horas. No sabes lo preocupados que estábamos. – El corazón le dolió y el nudo de su garganta se hizo más grande. Más culpa. Solo de pensar en hablar con su hermano, le pesaba el corazón ¿Cómo iba a explicarle lo que había pasado con Marcus? No se lo iba a perdonar. Y su padre. Y los O'Donnell... Después de abrirle su casa y acababan así... – ¡Pues ya está bien de preocuparse por mí! Yo no os lo he pedido.
Gal llevaba cuidando de sí misma, prácticamente sin timón, desde los catorce años. Desde aquel veintiocho de mayo infernal que cambió su vida. Y nadie la había ayudado ¿Por qué ahora? ¿Por qué todo el mundo tenía algo que decir en sus decisiones, ten sus errores? – No se trata de que lo pidas. Es que somos tus amigos, tía, nos preocupas y mucho. – Su amiga se agachó ante ella y se apoyó en su regazo. – Gal, cuéntame lo que ha pasado. Pero cuéntamelo bien, no omitas nada. Seguro que tiene solución ¿Vale? Ahora mismo estáis enfadados y dolidos. – Las lágrimas volvieron a aparecer en el rostro de Gal y no pudo controlar un puchero. – No la tiene, Hillary. Nos hemos equivocado en todo. Ha sido un error desde el primer día. O más bien desde el día en el que me enamoré de él. Yo no puedo tener nada, todo lo bueno lo rompo, lo destrozo... – La chica le agarró las manos fuertemente. – Mírame, Gal. – Ella obedeció. – Te estás cegando, y te estás equivocando. No destrozas nada. Aún puedes arreglarlo. Marcus... – Ella se soltó violentamente. – ¡Que no hay nada que arreglar! ¡Nada que se pueda arreglar! ¡No existe, Hillary! Estabais equivocados. No sabéis nada de lo que ha pasado, nada de todos estos, años. No sabéis nada de lo que es sentir que nunca eres suficiente. – Gal... – Empezó, su amiga, con pesadumbre en la voz. Pero ella ya estaba desatada. – ¡No! ¡Gal, nada! ¡Es así! No conocéis esa sensación. No podéis entender nada de esto. – Hillary se levantó enfadada. – Igual no lo entendemos porque no nos dejas entenderlo. Igual estás tan centrada en ello que no ves lo que tienes delante y por eso sientes que lo destrozas todo a manos llenas.
Ahí la había pillado pero bien. Ella había echado a Marcus. Ella le dijo "sal de mí" alto y claro... Pero solo porque no soportaba que Marcus siguiera con aquello de Jean, que se lo echara en cara, que le viniera hablando de Poppy... Se había sentido tan... Tan como se dibujaba a sí misma cuando le daba demasiado a la cabeza. – Después de recordarme que yo me había acostado con otro y de venir a hablarme de Poppy ¿Contenta? – Hillary la miró resoplando. – ¿Y qué te dijo de Poppy? – Ella volvió a darle la espalda, revirada. – ¿Qué más da? ¡No quiero hablar de esa conversación ahora! – Hillary se trasladó al poyete de la ventana y se sentó ahí, cansada de que ese fuera su refugio. – Pues sí da. Bastante da ¿Te dijo "quiero a Poppy, no quiero estar contigo" o te dijo "he visto. Poppy en el Gran Comedor"? Porque no es lo mismo, Gal. – Ella abrió los ojos mucho, ofendida. – ¿De veras no es lo mismo? Porque para mí es todo parte del mismo problema: que siempre va a estar Poppy ahí por delante de mí, independientemente de lo que haga conmigo. – De nuevo, su amiga soltó un sonidito dude impaciencia y se llevó las manos a las sienes. – Gal ¿Qué tienes en la cabeza? Te lo pregunto porque, de verdad, no lo entiendo ¿Es que quieres, por algún motivo que no alcanzo a comprender, pelearte con Marcus? – Ella se cruzó de brazos y se dejó caer sobre el sofá. – Sí, claro, deseando estoy de sentirme así. Mira... – Las lágrimas anegaron sus ojos y al voz se le quebró. – Por un momento, un breve momento de mi vida, pensé que haba sitio en la luz para mí. Que algo podía salirme bien, que tenía derecho desear... Pero no. No es así. Algunos tienen suerte en la vida y otros no. – Esto no tiene nada que ver con la suerte, Gal. Tiene que ver con lo que tú haces con tu propia vida. Estás echando a Marcus, nos estás echando a nosotros. Tu hermano ha estado esperándote media tarde en la puerta, con una carita de perro apaleado que no es normal. Ayer, Kyla, Sean y yo estuvimos buscándoos horas. No sabes lo preocupados que estábamos. – El corazón le dolió y el nudo de su garganta se hizo más grande. Más culpa. Solo de pensar en hablar con su hermano, le pesaba el corazón ¿Cómo iba a explicarle lo que había pasado con Marcus? No se lo iba a perdonar. Y su padre. Y los O'Donnell... Después de abrirle su casa y acababan así... – ¡Pues ya está bien de preocuparse por mí! Yo no os lo he pedido.
Gal llevaba cuidando de sí misma, prácticamente sin timón, desde los catorce años. Desde aquel veintiocho de mayo infernal que cambió su vida. Y nadie la había ayudado ¿Por qué ahora? ¿Por qué todo el mundo tenía algo que decir en sus decisiones, ten sus errores? – No se trata de que lo pidas. Es que somos tus amigos, tía, nos preocupas y mucho. – Su amiga se agachó ante ella y se apoyó en su regazo. – Gal, cuéntame lo que ha pasado. Pero cuéntamelo bien, no omitas nada. Seguro que tiene solución ¿Vale? Ahora mismo estáis enfadados y dolidos. – Las lágrimas volvieron a aparecer en el rostro de Gal y no pudo controlar un puchero. – No la tiene, Hillary. Nos hemos equivocado en todo. Ha sido un error desde el primer día. O más bien desde el día en el que me enamoré de él. Yo no puedo tener nada, todo lo bueno lo rompo, lo destrozo... – La chica le agarró las manos fuertemente. – Mírame, Gal. – Ella obedeció. – Te estás cegando, y te estás equivocando. No destrozas nada. Aún puedes arreglarlo. Marcus... – Ella se soltó violentamente. – ¡Que no hay nada que arreglar! ¡Nada que se pueda arreglar! ¡No existe, Hillary! Estabais equivocados. No sabéis nada de lo que ha pasado, nada de todos estos, años. No sabéis nada de lo que es sentir que nunca eres suficiente. – Gal... – Empezó, su amiga, con pesadumbre en la voz. Pero ella ya estaba desatada. – ¡No! ¡Gal, nada! ¡Es así! No conocéis esa sensación. No podéis entender nada de esto. – Hillary se levantó enfadada. – Igual no lo entendemos porque no nos dejas entenderlo. Igual estás tan centrada en ello que no ves lo que tienes delante y por eso sientes que lo destrozas todo a manos llenas.
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- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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One of us CON Varios EN Sala común Del 8 al 15 de enero |
Sean rodó los ojos, echando el cuello hacia atrás con impaciencia. - Eres literalmente una de las personas con mayor credibilidad de Hogwarts, hay alumnos que te hacen más caso a ti que a los profesores, así que no sé a qué viene ese comentario de mártir. - No contestó. Se quedó dándole la espalda, cruzado de brazos y mirando por la ventana. Seguía apretando los dientes, pero ya no era esa su única reacción. Se le estaban empezando a humedecer los ojos de pura rabia contenida. No quería mandar a Sean a la mierda, pero estaba demasiado enfadado. La tristeza absoluta de la noche anterior había dado paso a la rabia, a la rabia contra todo: contra sí mismo, contra Alice, contra todo lo que se había creído, contra los siete años dedicados a estar con ella que habían acabado de la peor manera, contra la Navidad que le hizo hacerse ilusiones y, en esos momentos, contra Sean y contra cualquiera que quisiera hacerle entrar en razón, o hablarle, o consolarle, o lo que fuera.
Tras unos instantes de silencio, oyó a su amigo echar aire por la boca y acercarse a él. - Marcus. - No quería girarse. Seguía cruzado de brazos, con la mandíbula en tensión y los ojos luchando por guardarse las lágrimas. - Tío... Venga, di algo. - Debía estar muy poco acostumbrado a verle tan callado, era cuanto menos sospechoso de que algo no iba bien. Ciertamente, nada iba bien. - ¿Es que... Te declaraste o... ? - Marcus parpadeó varias veces con impaciencia, mirando hacia arriba y respirando hondo. De verdad que no quería hablar. - ¿Tan mal fue...? - No, qué va, fue de maravilla. ¿No nos ves? - Tío intento ayudarte, ¿vale? En vez de ser tan sarcástico conmigo podrías decirme algo. - ¿Y qué quieres que te cuente exactamente? - Ya sí se giró bruscamente, con los ojos rabiosos y la expresión endurecida. - ¿Que después de siete años le he dicho a Alice que la quiero de la peor de las maneras y me ha dicho en mi cara que no me cree? ¿Que me ha acusado de quererla solo para acostarme con ella? - A Sean se le abrieron los ojos y se le escapó una muda carcajada de incredulidad. - Venga ya, tío, eso no es posible, has debido entenderla mal... - ¿¿Tengo pinta de haberla entendido mal?? - Bramó, apuntándose a su propio pecho y dejando una lágrima caer. Miraba a Sean como si realmente este pudiera darle una respuesta, con un temblor en los labios y la respiración agitada, mientras su amigo le devolvía una mirada entristecida. - Me quiere lo suficientemente poco como para pensar de mí cosas horribles, Sean. Y otra vez se estaba aislando como hizo en verano. No me quiere cerca salvo cuando las cosas van bien, cuando van mal me echa. Y lo peor es que no sé ni por qué mierdas iban las cosas mal ahora, ¡¡si llegamos antes de ayer!! - Ya había arrancado a desahogarse y ahora no podía parar.
Tomó aire entrecortado y se giró para dejar de mirar a su amigo, dirigiéndose a una de las sillas. Nada más sentarse, apoyó los codos en las rodillas y enterró la cara en sus manos. Llevaba todo el día aguantándose en el pecho las ganas de llorar y ya no podía más. Entre el llanto había quedado un silencio. Estaba seguro de que Sean nunca le había visto así, ni él mismo recordaba haberse visto nunca a sí mismo así. Tras unos segundos, su amigo se acercó a una de las sillas, la arrastró y la puso al lado de la de él. Sin saber muy bien por qué, lo soltó. - Se escondió. - Levantó la cara, llena de lágrimas. - Se escondió de mí, Sean, a posta. El último día de curso, en el tren. - Sollozó, viendo como su amigo le miraba con tristeza. - Se acostó conmigo, era mi cumpleaños, y se escondió. Me dejó buscándola como un idiota y no volvió a hablarme en todo el verano. Tú no sabes el verano que pasé, Sean, me iba a volver loco. Y al volver no me lo dijo. Solo me pidió perdón y yo me olvidé de todo. Y ahora volvemos de Navidad y me lo vuelve a hacer. Estaba escondida de mí, y en cuanto intenté quedarme mira lo que pasó. ¿Y sabes lo que hizo después de que nos dijéramos de todo? Echarme. Hacerme sentir un cretino, decirme que era un mentiroso y echarme. - Bajó la cabeza de nuevo, negando y rompiendo a llorar una vez más. Y Sean se quedó en silencio.
Su amigo pasó un brazo por encima de sus hombros y él se permitió quedarse allí llorando como un niño pequeño, aunque sin un rastro de ese aspecto tierno y vulnerable que mostraba Marcus cuando se entristecía. Estaba totalmente tenso, como si estuviera petrificado y sus músculos se hubieran agarrotado. No era capaz de refugiarse en el abrazo de su amigo, porque tenía los dedos apretados y la espalda tan en tensión que hasta le dolía. Poco a poco fue relajando el llanto, porque total, ya había llorado bastante la noche anterior. Y entonces, Sean habló. - Yo lo sabía. - Marcus alzó la mirada en silencio, con los ojos enrojecidos. - ¿Qué? - Preguntó con la voz quebrada, como si no le hubiera entendido. Sean estaba cabizbajo. - El primer día de curso, cuando volvimos. No me lo dijo con esas palabras exactas, ni me explicó por qué, pero me dio a entender que, efectivamente, se había escondido ese día. - Marcus parpadeó un par de veces, mirándole, procesando esa frase durante varios segundos. - ¿Por qué no me lo dijiste? - Sean se giró hacia él. - Porque estabais bien. Porque estabais como siempre, como si nada. Porque os queréis, Marcus, y yo no era nadie para entrar ahí a decir "oye, ¿sabes qué? Ese día se escondió de ti. ¿Que por qué? Pues ni idea, solo venía a decírtelo". - El chico negó con la cabeza. - No iba a ganar nada salvo crearte un mosqueo y una paranoia, y eso ya era pasado. - ¿Pasado? Lo que ocurrió ayer no pareció pasado en absoluto, Sean. Ha vuelto a hacer lo mismo. Al menos podrías haberme advertido. - ¿Advertido? ¿Es que te crees que lo hace a posta para joderte o qué? - Empiezo a pensar que sí. - Realmente casi que prefería ni pensar, porque solo iba a peor.
- ¿Sabes qué otra cosa no me dijo pero yo sobreentendí perfectamente y sin margen de error? - Comentó Sean, con un tono que pretendía ser de consuelo pero que tenía un fondo irónico innegable. - Que está enamorada de ti hasta las trancas. - Marcus retiró la mirada con un gesto sarcástico, negando con la cabeza. - No, Marcus, déjate de gestitos. Alice está tan enamorada de ti como tú de ella. - Pues ya da igual. Ha tomado su decisión, y su decisión es que me quede fuera de su vida. - Aunque nos muramos de pena los dos.
Tras unos instantes de silencio, oyó a su amigo echar aire por la boca y acercarse a él. - Marcus. - No quería girarse. Seguía cruzado de brazos, con la mandíbula en tensión y los ojos luchando por guardarse las lágrimas. - Tío... Venga, di algo. - Debía estar muy poco acostumbrado a verle tan callado, era cuanto menos sospechoso de que algo no iba bien. Ciertamente, nada iba bien. - ¿Es que... Te declaraste o... ? - Marcus parpadeó varias veces con impaciencia, mirando hacia arriba y respirando hondo. De verdad que no quería hablar. - ¿Tan mal fue...? - No, qué va, fue de maravilla. ¿No nos ves? - Tío intento ayudarte, ¿vale? En vez de ser tan sarcástico conmigo podrías decirme algo. - ¿Y qué quieres que te cuente exactamente? - Ya sí se giró bruscamente, con los ojos rabiosos y la expresión endurecida. - ¿Que después de siete años le he dicho a Alice que la quiero de la peor de las maneras y me ha dicho en mi cara que no me cree? ¿Que me ha acusado de quererla solo para acostarme con ella? - A Sean se le abrieron los ojos y se le escapó una muda carcajada de incredulidad. - Venga ya, tío, eso no es posible, has debido entenderla mal... - ¿¿Tengo pinta de haberla entendido mal?? - Bramó, apuntándose a su propio pecho y dejando una lágrima caer. Miraba a Sean como si realmente este pudiera darle una respuesta, con un temblor en los labios y la respiración agitada, mientras su amigo le devolvía una mirada entristecida. - Me quiere lo suficientemente poco como para pensar de mí cosas horribles, Sean. Y otra vez se estaba aislando como hizo en verano. No me quiere cerca salvo cuando las cosas van bien, cuando van mal me echa. Y lo peor es que no sé ni por qué mierdas iban las cosas mal ahora, ¡¡si llegamos antes de ayer!! - Ya había arrancado a desahogarse y ahora no podía parar.
Tomó aire entrecortado y se giró para dejar de mirar a su amigo, dirigiéndose a una de las sillas. Nada más sentarse, apoyó los codos en las rodillas y enterró la cara en sus manos. Llevaba todo el día aguantándose en el pecho las ganas de llorar y ya no podía más. Entre el llanto había quedado un silencio. Estaba seguro de que Sean nunca le había visto así, ni él mismo recordaba haberse visto nunca a sí mismo así. Tras unos segundos, su amigo se acercó a una de las sillas, la arrastró y la puso al lado de la de él. Sin saber muy bien por qué, lo soltó. - Se escondió. - Levantó la cara, llena de lágrimas. - Se escondió de mí, Sean, a posta. El último día de curso, en el tren. - Sollozó, viendo como su amigo le miraba con tristeza. - Se acostó conmigo, era mi cumpleaños, y se escondió. Me dejó buscándola como un idiota y no volvió a hablarme en todo el verano. Tú no sabes el verano que pasé, Sean, me iba a volver loco. Y al volver no me lo dijo. Solo me pidió perdón y yo me olvidé de todo. Y ahora volvemos de Navidad y me lo vuelve a hacer. Estaba escondida de mí, y en cuanto intenté quedarme mira lo que pasó. ¿Y sabes lo que hizo después de que nos dijéramos de todo? Echarme. Hacerme sentir un cretino, decirme que era un mentiroso y echarme. - Bajó la cabeza de nuevo, negando y rompiendo a llorar una vez más. Y Sean se quedó en silencio.
Su amigo pasó un brazo por encima de sus hombros y él se permitió quedarse allí llorando como un niño pequeño, aunque sin un rastro de ese aspecto tierno y vulnerable que mostraba Marcus cuando se entristecía. Estaba totalmente tenso, como si estuviera petrificado y sus músculos se hubieran agarrotado. No era capaz de refugiarse en el abrazo de su amigo, porque tenía los dedos apretados y la espalda tan en tensión que hasta le dolía. Poco a poco fue relajando el llanto, porque total, ya había llorado bastante la noche anterior. Y entonces, Sean habló. - Yo lo sabía. - Marcus alzó la mirada en silencio, con los ojos enrojecidos. - ¿Qué? - Preguntó con la voz quebrada, como si no le hubiera entendido. Sean estaba cabizbajo. - El primer día de curso, cuando volvimos. No me lo dijo con esas palabras exactas, ni me explicó por qué, pero me dio a entender que, efectivamente, se había escondido ese día. - Marcus parpadeó un par de veces, mirándole, procesando esa frase durante varios segundos. - ¿Por qué no me lo dijiste? - Sean se giró hacia él. - Porque estabais bien. Porque estabais como siempre, como si nada. Porque os queréis, Marcus, y yo no era nadie para entrar ahí a decir "oye, ¿sabes qué? Ese día se escondió de ti. ¿Que por qué? Pues ni idea, solo venía a decírtelo". - El chico negó con la cabeza. - No iba a ganar nada salvo crearte un mosqueo y una paranoia, y eso ya era pasado. - ¿Pasado? Lo que ocurrió ayer no pareció pasado en absoluto, Sean. Ha vuelto a hacer lo mismo. Al menos podrías haberme advertido. - ¿Advertido? ¿Es que te crees que lo hace a posta para joderte o qué? - Empiezo a pensar que sí. - Realmente casi que prefería ni pensar, porque solo iba a peor.
- ¿Sabes qué otra cosa no me dijo pero yo sobreentendí perfectamente y sin margen de error? - Comentó Sean, con un tono que pretendía ser de consuelo pero que tenía un fondo irónico innegable. - Que está enamorada de ti hasta las trancas. - Marcus retiró la mirada con un gesto sarcástico, negando con la cabeza. - No, Marcus, déjate de gestitos. Alice está tan enamorada de ti como tú de ella. - Pues ya da igual. Ha tomado su decisión, y su decisión es que me quede fuera de su vida. - Aunque nos muramos de pena los dos.
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One of us CON Varios EN Sala común Del 8 al 15 de enero |
Se levantó de la pura adrenalina y dijo. – ¡Es que no lo entenderíais! ¡Es que huiríais si estuvierais aquí! – Dijo señalándose la sien. – Si supierais como ha acabado mi padre. Las cosas que he tenido que ver y asumir. Lo que realmente pensaban los Horner de mí. – Dijo dejando caer los brazos con furia, y llorando a mares. Hillary levantó las manos y se acercó lentamente. – Gal, Gal, para... ¿De qué estás hablando? ¿De los Horner? ¿Qué ha pasado? – Ella ya no podía parar de llorar, y sabía que medio Ravenclaw estaba pendiente de ella, pero le daba igual. – Hillary tú no sabes lo que es ver desmoronarse una familia entera. Ver temblar tu mundo desde los cimientos. Y cuando crees que todo puede tener una oportunidad... – Se llevó la mano a frente y dio una vuelta sobre sí misma. – Voy y yo sola me arruino la felicidad... Y la verdad es que no si no cómo, pero lo hago... – Ahí sí, su amiga fue hacia ella y le agarró de los brazos.– Vale, vale, escúchame. No te entiendo ni una palabra, pero vamos arriba. Lo que sea, lo hablamos en la habitación. –
Subiendo hacia su cuarto, se dio cuenta de cuánta gente las estaba mirando, más unas cuantas chicas que estaban en las escaleras. Iba a ser literalmente imposible que Dylan no se enterara de todo aquello, y le rompía el corazón. Llegaron a su habitación y se sentó en la cama, llorando y Hillary volvió a sentarse frente a ella. – A ver, Gal, respira, por favor... No entiendo nada de lo que dices, es verdad. Pero es que no sé qué tienen que ver los Horner en todo esto. – Ella sorbió y se limpió las lágrimas. – Es que... Le mentí, en Navidad. Y le volví a mentir en nuestra pelea. Le dije que me escondí de él y no le especifiqué nada más, y ahora cree que estuve todo el verano sin hablarle porque... Yo qué sé qué pensará... – Su amiga abrió mucho los ojos y le hizo mirarla. – Pues díselo. Dile toda la verdad. – Gal se tapó la cara con las manos, sin parar de llorar y negó con la cabeza. – No puedo. No me atrevo. – Hillary negó con la cabeza. – Gal, no hay nada tan horrible que Marcus no pueda perdonártelo. De verdad. – Ella no se quitaba las manos de la cara. – No puedo contártelo, Hillary, no puedo. Es que no soy capaz... – Su amiga volvió a agarrarle los brazos y los separó de su cara. – Respira, Gal. Respira, tranquila. Yo no voy a juzgarte, de verdad. Yo solo voy a ayudarte. – Es que no puedes... – ¿Pero que pasa con los Horner? – Gal sorbió y trató de limpiarse las lágrimas de la cara, aunque era un poco inútil. – Que... La lie sin querer... Y no dijeron nada, pero... – Negó con la cabeza y tragó saliva. – Cuando Marcus se entere de lo que pasó y de que no se lo conté... – Hillary seguía sin enterarse de nada y su cara lo revelaba, pero trató de calmarla. – Bueno, igual se enfada pero... Mejor que lo sepa y podáis hablarlo que estar así... – Ella volvió a negar y se quedaron unos segundos en silencio en el que solo se oían sus sollozos.
– Si es que son muchas más cosas. Es que le dije que no me creía que me quisiera... – Su amiga se echó hacia atrás. – ¿En serio, tía? – Resopló. – Si es que no puedes ponerte así, Gal, de verdad, tienes que encontrarte, porque no estás siendo tú misma. No sé en base a qué estás actuando... Pero te estás equivocando. – Lo sé... Pero ya no tiene solución. – Hillary se levantó y se puso a andar por la habitación, liberando tensión. – ¿Cómo se te ocurre decirle que no crees que te quiera? – Ella alzó la mirada desesperada. – Mira, igual cree que me quiere. Pero no es así. Él quiere a la Gal que ha visto en Navidades, feliz y despreocupada. Él quiere "a su Alice" – dijo poniendo las comillas con los dedos–, no lo dudo. Pero esa Alice solo es así en su cabeza... Se lo dije hace mucho tiempo en el lago y lo mantengo... El quiere una yo que no puedo ser siempre, que arrastra una historia familiar complicadísima, y una imagen que, quizá él no comparte, pero todos los demás sí... El cabronazo de su primo incluido. – Hillary se giró sobre sus talones y se dirigió hacia ella muy seria. – ¿Qué estás diciendo? – Volvió a agacharse frente a ella. – Gal ¿Te hizo algo su primo? – Ella tragó saliva y suspiró. – Que no quiero hablar de eso, Hills. Por favor, ya se lo tuve que contar a la señora O'Donnell, no me hagas repetirlo... – Hillary negó, mirándola entristecida. – Vale, vale... Pero tienes que hablarlo con él. Marcus no puede quedarse sin saber que te pasó algo así de... Grave... Sea lo que sea, con su familia. Y que lo sabe su madre... – Y su hermano. – ¡Madre mía, Gal! Esto se te ha ido de las manos. – La chica volvió a levantarse y a andar por la habitación y Gal seguía con la cara entre las manos, lo cual, por otro lado, la estaba ayudando a no hiperventilar.
– ¿Por todo esto os peleasteis? – Rompió su amiga en silencio. Ella negó con la cabeza. – No, todo esto era el trasfondo que estaba quemando dentro. Es que yo estaba agobiada por todo eso de los Horner, y porque el día anterior había discutido con mi padre, y estaba más sensible y... Yo qué sé, Hills, estaba que no me reconocía yo. Por eso me fui a estar sola. Pero vino él, como si no pasara nada, a hablarme de Poppy y Peter... Y a mí me sentó como... Como si todos mis miedos se vinieran sobre mí de golpe... Y me enfadé con él, y él no tuvo otra cosa que decirme que él me había dado todas sus primeras veces y yo a él no... – Y vuelta a sollozar fuertemente. – Y entonces me sentí como siempre me hacen sentir los tíos babosos o los comentarios de mi abuela, o como me dijo Percival... "Eres la muñeca del primo Marcus" "Eres de esas chicas que sirven para divertirse..." – Se abrazó las rodillas y lloró con la cabeza escondida tras ellas y la barbilla en su pecho. Hillary se sentó en la cama y la rodeó con el brazo. – Nosotros no pensamos eso. Marcus no piensa eso. – Ella se encogió brevemente de hombros. – Ya, pero con Poppy no le habría pasado eso. – Su amiga resopló. – Otra vez con Poppy... Gal, si salieras de ese bucle en el que estás, lo verías... Si no nos alejaras a todos cada vez que tienes un problema o un mal pensamiento... Quizás no estaríamos así ahora.
Subiendo hacia su cuarto, se dio cuenta de cuánta gente las estaba mirando, más unas cuantas chicas que estaban en las escaleras. Iba a ser literalmente imposible que Dylan no se enterara de todo aquello, y le rompía el corazón. Llegaron a su habitación y se sentó en la cama, llorando y Hillary volvió a sentarse frente a ella. – A ver, Gal, respira, por favor... No entiendo nada de lo que dices, es verdad. Pero es que no sé qué tienen que ver los Horner en todo esto. – Ella sorbió y se limpió las lágrimas. – Es que... Le mentí, en Navidad. Y le volví a mentir en nuestra pelea. Le dije que me escondí de él y no le especifiqué nada más, y ahora cree que estuve todo el verano sin hablarle porque... Yo qué sé qué pensará... – Su amiga abrió mucho los ojos y le hizo mirarla. – Pues díselo. Dile toda la verdad. – Gal se tapó la cara con las manos, sin parar de llorar y negó con la cabeza. – No puedo. No me atrevo. – Hillary negó con la cabeza. – Gal, no hay nada tan horrible que Marcus no pueda perdonártelo. De verdad. – Ella no se quitaba las manos de la cara. – No puedo contártelo, Hillary, no puedo. Es que no soy capaz... – Su amiga volvió a agarrarle los brazos y los separó de su cara. – Respira, Gal. Respira, tranquila. Yo no voy a juzgarte, de verdad. Yo solo voy a ayudarte. – Es que no puedes... – ¿Pero que pasa con los Horner? – Gal sorbió y trató de limpiarse las lágrimas de la cara, aunque era un poco inútil. – Que... La lie sin querer... Y no dijeron nada, pero... – Negó con la cabeza y tragó saliva. – Cuando Marcus se entere de lo que pasó y de que no se lo conté... – Hillary seguía sin enterarse de nada y su cara lo revelaba, pero trató de calmarla. – Bueno, igual se enfada pero... Mejor que lo sepa y podáis hablarlo que estar así... – Ella volvió a negar y se quedaron unos segundos en silencio en el que solo se oían sus sollozos.
– Si es que son muchas más cosas. Es que le dije que no me creía que me quisiera... – Su amiga se echó hacia atrás. – ¿En serio, tía? – Resopló. – Si es que no puedes ponerte así, Gal, de verdad, tienes que encontrarte, porque no estás siendo tú misma. No sé en base a qué estás actuando... Pero te estás equivocando. – Lo sé... Pero ya no tiene solución. – Hillary se levantó y se puso a andar por la habitación, liberando tensión. – ¿Cómo se te ocurre decirle que no crees que te quiera? – Ella alzó la mirada desesperada. – Mira, igual cree que me quiere. Pero no es así. Él quiere a la Gal que ha visto en Navidades, feliz y despreocupada. Él quiere "a su Alice" – dijo poniendo las comillas con los dedos–, no lo dudo. Pero esa Alice solo es así en su cabeza... Se lo dije hace mucho tiempo en el lago y lo mantengo... El quiere una yo que no puedo ser siempre, que arrastra una historia familiar complicadísima, y una imagen que, quizá él no comparte, pero todos los demás sí... El cabronazo de su primo incluido. – Hillary se giró sobre sus talones y se dirigió hacia ella muy seria. – ¿Qué estás diciendo? – Volvió a agacharse frente a ella. – Gal ¿Te hizo algo su primo? – Ella tragó saliva y suspiró. – Que no quiero hablar de eso, Hills. Por favor, ya se lo tuve que contar a la señora O'Donnell, no me hagas repetirlo... – Hillary negó, mirándola entristecida. – Vale, vale... Pero tienes que hablarlo con él. Marcus no puede quedarse sin saber que te pasó algo así de... Grave... Sea lo que sea, con su familia. Y que lo sabe su madre... – Y su hermano. – ¡Madre mía, Gal! Esto se te ha ido de las manos. – La chica volvió a levantarse y a andar por la habitación y Gal seguía con la cara entre las manos, lo cual, por otro lado, la estaba ayudando a no hiperventilar.
– ¿Por todo esto os peleasteis? – Rompió su amiga en silencio. Ella negó con la cabeza. – No, todo esto era el trasfondo que estaba quemando dentro. Es que yo estaba agobiada por todo eso de los Horner, y porque el día anterior había discutido con mi padre, y estaba más sensible y... Yo qué sé, Hills, estaba que no me reconocía yo. Por eso me fui a estar sola. Pero vino él, como si no pasara nada, a hablarme de Poppy y Peter... Y a mí me sentó como... Como si todos mis miedos se vinieran sobre mí de golpe... Y me enfadé con él, y él no tuvo otra cosa que decirme que él me había dado todas sus primeras veces y yo a él no... – Y vuelta a sollozar fuertemente. – Y entonces me sentí como siempre me hacen sentir los tíos babosos o los comentarios de mi abuela, o como me dijo Percival... "Eres la muñeca del primo Marcus" "Eres de esas chicas que sirven para divertirse..." – Se abrazó las rodillas y lloró con la cabeza escondida tras ellas y la barbilla en su pecho. Hillary se sentó en la cama y la rodeó con el brazo. – Nosotros no pensamos eso. Marcus no piensa eso. – Ella se encogió brevemente de hombros. – Ya, pero con Poppy no le habría pasado eso. – Su amiga resopló. – Otra vez con Poppy... Gal, si salieras de ese bucle en el que estás, lo verías... Si no nos alejaras a todos cada vez que tienes un problema o un mal pensamiento... Quizás no estaríamos así ahora.
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- A ver, Marcus. - Suspiró Sean, frotándose un poco la cara y haciendo acopio de paciencia, o buscando las palabras adecuadas. Marcus seguía cabizbajo. Había dejado de llorar agitadamente, ahora sus lágrimas caían silenciosas, pero seguía con los músculos tensos, la mandíbula apretada, los antebrazos apoyados en sus rodillas y los dedos agarrados. No sabía si tenía más rabia, tristeza, impotencia o dolor. - Eres lo suficientemente listo como para saber que una relación como la vuestra no se rompe en una mala tarde. - Marcus negó con la cabeza, apesadumbrado, pero Sean siguió. - Sí, habéis tenido una discusión muy fea, os habéis dicho cosas que no deberíais y que no sentís. - Lo último lo dijo haciendo mucho énfasis y mirándole con intensidad. - Y el enfado os va a durar un tiempo. Pero tío, piensa fríamente: ¿de verdad crees que esto es el fin de vuestra relación? - Pues no sé, déjame pensar fríamente como tú dices. - Dijo irguiéndose de su postura y mirando hacia el fondo del aula, con tono amargo. - Me ha dicho que "la trato como un tercer premio", básicamente que estoy con ella porque no puedo estar con Poppy. - Miró a Sean con una sardónica y herida sonrisa fruncida en los labios. - Que tiene el corazón roto por mi culpa porque, al parecer, solo sé tratarla como eso, como un tercer premio, acostándome con ella mientras bebo los vientos por otra y tratándola súper mal. - Enfatizó con tono de burla dolida eso último. De repente recordó una de las frases que más le había dolido y soltó una carcajada y una lágrima al mismo tiempo, que le dieron aspecto de haber perdido del todo la cabeza. - ¡Ah, fíjate por donde, tanto que has pedido detalles, ahora los vas a tener! ¿Sabes qué me dijo también? Que la miraba a los ojos mientras lo hacíamos, jurándole cosas, y que eran todas mentira. - Abrió los brazos en cruz. - Ya lo ves, soy el más capullo del universo. ¿Qué te parece? - Sean estaba dando la callada por respuesta. Estaba viendo el dolor de su amigo y no sabía ni por dónde intervenir.
Marcus había dejado ya los brazos caer, frotándose la cara y perdiendo de nuevo la mirada en ninguna parte. - No le dije nada que fuera mentira. - Musitó. - Solo me faltó decirle una cosa: que la amaba. - Miró a Sean. - Estuve a punto, ¿sabes? Mil veces, pero sobre todo en Nochebuena. Era todo perfecto, y ella estaba... Allí, conmigo. - Frunció los labios y derramó un par de silenciosas lágrimas más. - Y... Tenía que haberlo hecho. Tenía que haberle dicho que la quería, que daría la vida por ella si me lo pidiera. - Se mordió el labio, con la mirada perdida. - Y no lo hice. Porque soy un cobarde no lo hice. O porque temía que pasara esto. - Miró a Sean. - ¿Te imaginas que se lo digo en ese momento y me dice que no me cree? - Ahí el otro rodó los ojos. - Marcus. - Le interrumpió antes de que siguiera hablando, en un tono calmado. - No sé por qué Alice te ha dicho que no te cree pero te aseguro que no era por llamarte mentiroso. Estaría... Enfadada, o asustada. Pero tío, ¿cómo no se lo va a creer? Si solo hay que verte. - Al parecer lo que ve en mí es a un tío que se cree superior a ella porque tengo "una familia perfecta y un séquito de amigos", palabras textuales; a un tío que la usa cuando la que de verdad le interesa le rechaza, porque ahora resulta que yo estaba en una competición con Peter Bradley y, como la he perdido, me he ido a por Alice; y a un tío que le ha partido el corazón. - Yo veo a un tío que no deja de decir una tontería detrás de la otra. - Lo ha dicho ella, Sean, no yo. - Ojalá pudiera decir que se lo estaba inventando él, pero no. Lo escuchó bien claro de boca de Alice.
- ¿Y qué le dijiste tú a ella? - Marcus no se movió de su sitio, pero ante esa frase notó que se tensaba un poco más. - Porque no paras de decirme lo que ella te dijo a ti, pero no me dices lo que tú le dijiste a ella. - Prefiero no recordarlo. - Dijo con voz grave. Sean dejó de mirarle para emular su postura, apoyando los antebrazos en las rodillas y mirando al frente. - Vamos, que te pasaste tres pueblos también, como si lo viera. - Pues sí, dijo cosas que no tenía que haber dicho. Y estaba arrepentido, pero estaría más arrepentido si no estuviera tan dolido con la actitud de ella. - No me merecía que me tratara como me trató. - ¿Y? - Sean le miró con una ceja arqueada. - ¿El que ella fuera injusta contigo te hace sentirte menos mal por lo que le dijiste? - Marcus miró al lado contrario. Por la vista periférica vio a Sean girarse hacia él. - Ve y discúlpate. - Marcus soltó una risotada sarcástica. - Tío, vale, te ha dicho cosas que te han jodido, pero tú a ella también. Empieza tú. En cuanto te disculpes, ella también lo hará. - Sus disculpas no me valen. - Sean bufó. - Cuando te pones dramático... - No es dramático, Sean. - Él también se había girado de nuevo, airado, para mirarle. - Te repito que entró el primer día de curso disculpándose por no haberme hablado en todo el verano y todavía no habíamos vuelto de la Navidad y ya pretendía quitarse de en medio otra vez. Se disculpa pero luego me echa la culpa, como si el motivo por el que se escondió en el andén y no me habló en tres meses fuera que yo soy un cretino integral, y no que ella no sabe ni lo que quiere. - Sí que lo sabe, pero cuando te pones así no se lo pones nada fácil. - Marcus abrió los ojos ofendido. - ¿¿Que me pongo así?? - Dijo poniéndose ambas manos en el pecho con dramatismo. - Yo no me había puesto así con ella hasta ahora, hasta que me ha liado la que me ha liado sin venir a cuento. Nunca he querido mentirle y no lo he hecho. Nunca he querido hacerle daño, y al menos a conciencia no lo he hecho. ¿Puede ella decir lo mismo? - Negó con la cabeza. - No, por supuesto que no. Tú me dirás cómo se perdona a alguien que incumple sus promesas una vez detrás de la otra. -
Marcus había dejado ya los brazos caer, frotándose la cara y perdiendo de nuevo la mirada en ninguna parte. - No le dije nada que fuera mentira. - Musitó. - Solo me faltó decirle una cosa: que la amaba. - Miró a Sean. - Estuve a punto, ¿sabes? Mil veces, pero sobre todo en Nochebuena. Era todo perfecto, y ella estaba... Allí, conmigo. - Frunció los labios y derramó un par de silenciosas lágrimas más. - Y... Tenía que haberlo hecho. Tenía que haberle dicho que la quería, que daría la vida por ella si me lo pidiera. - Se mordió el labio, con la mirada perdida. - Y no lo hice. Porque soy un cobarde no lo hice. O porque temía que pasara esto. - Miró a Sean. - ¿Te imaginas que se lo digo en ese momento y me dice que no me cree? - Ahí el otro rodó los ojos. - Marcus. - Le interrumpió antes de que siguiera hablando, en un tono calmado. - No sé por qué Alice te ha dicho que no te cree pero te aseguro que no era por llamarte mentiroso. Estaría... Enfadada, o asustada. Pero tío, ¿cómo no se lo va a creer? Si solo hay que verte. - Al parecer lo que ve en mí es a un tío que se cree superior a ella porque tengo "una familia perfecta y un séquito de amigos", palabras textuales; a un tío que la usa cuando la que de verdad le interesa le rechaza, porque ahora resulta que yo estaba en una competición con Peter Bradley y, como la he perdido, me he ido a por Alice; y a un tío que le ha partido el corazón. - Yo veo a un tío que no deja de decir una tontería detrás de la otra. - Lo ha dicho ella, Sean, no yo. - Ojalá pudiera decir que se lo estaba inventando él, pero no. Lo escuchó bien claro de boca de Alice.
- ¿Y qué le dijiste tú a ella? - Marcus no se movió de su sitio, pero ante esa frase notó que se tensaba un poco más. - Porque no paras de decirme lo que ella te dijo a ti, pero no me dices lo que tú le dijiste a ella. - Prefiero no recordarlo. - Dijo con voz grave. Sean dejó de mirarle para emular su postura, apoyando los antebrazos en las rodillas y mirando al frente. - Vamos, que te pasaste tres pueblos también, como si lo viera. - Pues sí, dijo cosas que no tenía que haber dicho. Y estaba arrepentido, pero estaría más arrepentido si no estuviera tan dolido con la actitud de ella. - No me merecía que me tratara como me trató. - ¿Y? - Sean le miró con una ceja arqueada. - ¿El que ella fuera injusta contigo te hace sentirte menos mal por lo que le dijiste? - Marcus miró al lado contrario. Por la vista periférica vio a Sean girarse hacia él. - Ve y discúlpate. - Marcus soltó una risotada sarcástica. - Tío, vale, te ha dicho cosas que te han jodido, pero tú a ella también. Empieza tú. En cuanto te disculpes, ella también lo hará. - Sus disculpas no me valen. - Sean bufó. - Cuando te pones dramático... - No es dramático, Sean. - Él también se había girado de nuevo, airado, para mirarle. - Te repito que entró el primer día de curso disculpándose por no haberme hablado en todo el verano y todavía no habíamos vuelto de la Navidad y ya pretendía quitarse de en medio otra vez. Se disculpa pero luego me echa la culpa, como si el motivo por el que se escondió en el andén y no me habló en tres meses fuera que yo soy un cretino integral, y no que ella no sabe ni lo que quiere. - Sí que lo sabe, pero cuando te pones así no se lo pones nada fácil. - Marcus abrió los ojos ofendido. - ¿¿Que me pongo así?? - Dijo poniéndose ambas manos en el pecho con dramatismo. - Yo no me había puesto así con ella hasta ahora, hasta que me ha liado la que me ha liado sin venir a cuento. Nunca he querido mentirle y no lo he hecho. Nunca he querido hacerle daño, y al menos a conciencia no lo he hecho. ¿Puede ella decir lo mismo? - Negó con la cabeza. - No, por supuesto que no. Tú me dirás cómo se perdona a alguien que incumple sus promesas una vez detrás de la otra. -
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Gal se quedó mirando a la nada. Sí. Había muchas cosas que podría haber hecho de otra forma, sí, podía haberle dicho hace tres años "Marcus me he enamorado de ti, ¿tú qué sientes por mí?" Pero es que sabía la respuesta... O no. Ya no tenía nada claro. – Ahora ya no se puede solucionar, Hills. No tiene sentido desear que fuera de otra forma porque... Se acabó. Se acabaron Marcus y Alice. Más vale que nos acostumbremos todos. – Su amiga suspiró y la estrechó aún más contra ella, y esta vez, Gal sí correspondió al abrazo, hundiéndose por fin en el hombro de la chica, mientras esta le acariciaba la espalda. – Yo siempre voy a estar contigo, Gal. – Ella asintió con la cabeza. – Lo sé. Siento alejaros. Es que... No sé hacer otra cosa. – Pasaron así un rato, en silencio, abrazadas, hasta que Hillary se separó y dijo. – Lo sabemos. Por eso vamos siempre a buscarte. Para traerte de vuelta. – Se quedó en silencio unos segundos, como si estuviera meditando lo que decirle. – Gal... Espera unos días. Sé que ahora crees que todo es... Malo y sin solución. Pero de verdad, Gal, confía en mí. Deja descansar las cosas, respirad... Y cuando estés más tranquila, analiza. – Le levantó la barbilla para obligarle a mirarla. – ¿Tú sentías todo eso que le dijiste a Marcus? – Ella tragó saliva y clavó los ojos en Hillary. – No. – Su amiga asintió. – Pues, probablemente, él se sienta igual. Hazme caso, Gal, de verdad. – Ella negó con la cabeza. – Prefiero no seguir haciéndome ilusiones, Hills. Llevo ya mucho tiempo y mira cómo ha acabado todo. – Se quedaron mirándose, con pesar, con tristeza.
Justo entonces, entró Donna, con cara de tensión, como tentando el terreno. Hillary soltó un suspiro exasperado. – ¿Qué? ¿Ya están todos cotilleando? Hay que fastidiarse... – Donna puso cara de pesar, pero asintió, agachándose frente a Gal y poniendo las manos sobre su regazo. – No te voy a preguntar si estás bien, porque ya me imagino la respuesta. – Gal suspiró y asintió. Pues sí. Era bastante evidente. – Todo esto es una mierda, tía. Vamos a quedarnos aquí, las tres juntas y a pasar del mundo. Y si veo a un solo alumno de primero rondando, lo hechizo, por cotilla. – Eso la hizo sonreír un poco y apoyó de renuevo la cabeza en el hombro de Hillary y agarró las manos de Donna. – Gracias. Por no odiarme aunque me ponga así a veces. –
Ambas se rieron, y, en ese momento, la puerta sonó. Las tres se pusieron en tensión, pero entonces oyeron la familiar voz de la prefecta. – ¿Se puede? – Sí, tú sí. Pero cuidado que Donna te hechiza como se mosquee. – Contestó Hillary. Y hasta Kyla venía con cara de preocupación, si que debía haber sido un escándalo. – No quisiera quitar puntos de la casa porque agredas a una prefecta, Hawthorne. – Ese humor de prefectos... Era tan Marcus. Alzó la vista con dolor, pero trató de sonreírle. – ¿La he liado mucho? – Kyla se sentó así lado y dijo, simple y llanamente. – Sí. Todo Ravenclaw está elucubrando con lo que ha pasado. Ya he hecho un comunicado oficial. – Hillary se inclinó hacia delante con media sonrisilla. – ¿En serio? ¿Los prefectos podéis hacer esas cosas? ¿Y qué has dicho? – Que dejen de cotillear y se pongan a estudiar, que lo que pase entre Marcus y Alice les atañe solo a ellos, y que son la vergüenza de la casa Ravenclaw. – Hillary se echó a reír estrepitosamente y Donna también rio entre dientes. – Qué gusto da tenerte en el equipo, tía, así es como se regaña. – Gal la miró, con una leve sonrisa, pero aún entristecida. – ¿Tan horrible es? – Kyla la miró de vuelta y alzó las cejas, ladeando la cabeza. – Se les pasará. Pero más te vale ir pasando un escándalo más grande, para tapar el hecho de que estuvieras a gritos con el prefecto en la torre y hoy hayáis montado esto. – Resopló y se pasó las manos por la cara. Marcus solía hacer eso. Si es que ni para los gestos involuntarios tenía autonomía. – No voy a volver a salir en la vida. – No pues mañana tienes Pociones a primera, salir vas a tener que salir. – Dijo Donna, siempre certera en los dardos que eran las pocas palabras que decía. – Oh, vamos, Gal, se pasará, como se pasa todo en esta vida. Deja de pensar en ello y mañana será otro día. Kyla, cuéntanos algo gracioso que hayan hecho los ravenclaws esta semana, fabriquemos ese escándalo que tapará este. – La chica se giró sobre sí misma, mirándola, abriendo los ojos mucho y repentinamente animada. – Pues de hecho ¿sabéis Creevey, el de tercero? He oído que ha transformado a una chica de Hufflepuff en rana y... – Pero Gal en realidad no estaba escuchando. Solo podía pensar en lo distinta y gris que iba a ser su vida a partir de ahora. Aunque, siendo distinta y gris, le quedaban sus amigas, tan distintas las unas de las otras, pero tan buenas en suma, y sintió que estaba un poco menos sola.
Justo entonces, entró Donna, con cara de tensión, como tentando el terreno. Hillary soltó un suspiro exasperado. – ¿Qué? ¿Ya están todos cotilleando? Hay que fastidiarse... – Donna puso cara de pesar, pero asintió, agachándose frente a Gal y poniendo las manos sobre su regazo. – No te voy a preguntar si estás bien, porque ya me imagino la respuesta. – Gal suspiró y asintió. Pues sí. Era bastante evidente. – Todo esto es una mierda, tía. Vamos a quedarnos aquí, las tres juntas y a pasar del mundo. Y si veo a un solo alumno de primero rondando, lo hechizo, por cotilla. – Eso la hizo sonreír un poco y apoyó de renuevo la cabeza en el hombro de Hillary y agarró las manos de Donna. – Gracias. Por no odiarme aunque me ponga así a veces. –
Ambas se rieron, y, en ese momento, la puerta sonó. Las tres se pusieron en tensión, pero entonces oyeron la familiar voz de la prefecta. – ¿Se puede? – Sí, tú sí. Pero cuidado que Donna te hechiza como se mosquee. – Contestó Hillary. Y hasta Kyla venía con cara de preocupación, si que debía haber sido un escándalo. – No quisiera quitar puntos de la casa porque agredas a una prefecta, Hawthorne. – Ese humor de prefectos... Era tan Marcus. Alzó la vista con dolor, pero trató de sonreírle. – ¿La he liado mucho? – Kyla se sentó así lado y dijo, simple y llanamente. – Sí. Todo Ravenclaw está elucubrando con lo que ha pasado. Ya he hecho un comunicado oficial. – Hillary se inclinó hacia delante con media sonrisilla. – ¿En serio? ¿Los prefectos podéis hacer esas cosas? ¿Y qué has dicho? – Que dejen de cotillear y se pongan a estudiar, que lo que pase entre Marcus y Alice les atañe solo a ellos, y que son la vergüenza de la casa Ravenclaw. – Hillary se echó a reír estrepitosamente y Donna también rio entre dientes. – Qué gusto da tenerte en el equipo, tía, así es como se regaña. – Gal la miró, con una leve sonrisa, pero aún entristecida. – ¿Tan horrible es? – Kyla la miró de vuelta y alzó las cejas, ladeando la cabeza. – Se les pasará. Pero más te vale ir pasando un escándalo más grande, para tapar el hecho de que estuvieras a gritos con el prefecto en la torre y hoy hayáis montado esto. – Resopló y se pasó las manos por la cara. Marcus solía hacer eso. Si es que ni para los gestos involuntarios tenía autonomía. – No voy a volver a salir en la vida. – No pues mañana tienes Pociones a primera, salir vas a tener que salir. – Dijo Donna, siempre certera en los dardos que eran las pocas palabras que decía. – Oh, vamos, Gal, se pasará, como se pasa todo en esta vida. Deja de pensar en ello y mañana será otro día. Kyla, cuéntanos algo gracioso que hayan hecho los ravenclaws esta semana, fabriquemos ese escándalo que tapará este. – La chica se giró sobre sí misma, mirándola, abriendo los ojos mucho y repentinamente animada. – Pues de hecho ¿sabéis Creevey, el de tercero? He oído que ha transformado a una chica de Hufflepuff en rana y... – Pero Gal en realidad no estaba escuchando. Solo podía pensar en lo distinta y gris que iba a ser su vida a partir de ahora. Aunque, siendo distinta y gris, le quedaban sus amigas, tan distintas las unas de las otras, pero tan buenas en suma, y sintió que estaba un poco menos sola.
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- Tú eres incapaz de no perdonarla. - Marcus rodó los ojos, apretando la mandíbula una vez más y mirando a otra parte. Pues sí, por desgracia así de débil era. - En algún momento, uno de los dos reculará y buscará al otro, lo sabes de sobra. Y al otro se le va a venir abajo toda la fachada. Porque en eso sois los dos iguales, tenéis una fachada de mentira. - Gracias. - Contestó seco y sarcástico, sin mirarle. - No es algo malo. - Contrarió Sean con una leve risa. - Podría ser mejor, podríais dejaros de estupideces desde el primer momento, pero dentro de lo que cabe no es tan malo. Peor sería que lo tirarais todo por la borda a la primera de cambio. No habríais llegado donde habéis llegado si no fuerais así. - Marcus seguía mirando a otra parte, pero negó con la cabeza. - Si ella piensa de mí esas cosas, dudo que me las pueda perdonar. A ver cómo perdonas al tío que se ha aprovechado de ti para desahogarse mientras busca que otra le acepte. - Y dale con eso... - Es que ese era su mensaje, lo que repetía una y otra vez. - Dijo girándose a él, con expresión dolida. - Ella no va a perdonar algo así, y te digo más: yo no voy a perdonar que piense de mí algo así. - Y volvió a girarse.
Sean le estaba mirando con cara de circunstancias. - Esa sentencia te va a durar el tiempo que te dure el cabreo. Te conozco ya, Marcus. Vas de flipado por el castillo pero por dentro estás hecho de algodón, y tienes una especial debilidad por Alice. Esta fachada se te va a caer más pronto que tarde. - Marcus agachó la cabeza, y los músculos de la cara se le habían destensado ligeramente. Puede... Que Sean tuviera razón en eso. Marcus podía ponerse protestón, enfadón o tiquismiquis, podía andar riñendo a todo el mundo, pero no era alguien que odiara. Se le compraba bastante pronto. Y tratándose de Alice... Por supuesto que se lo perdonaría todo, ahora su orgullo se lo impedía, pero el enfado no le iba a durar toda la vida. Eso era lo que temía: que se le pasara el enfado. En el enfado se estaba refugiando, se estaba construyendo sus propios muros, y aun así en cuanto le pinchaban empezaba a llorar desconsolado. ¿Qué sería de él cuando no tuviera un cabreo que escupir? ¿Iba a pasarse deprimido indefinidamente? Porque dudaba que le fuera fácil olvidar a Alice. Dudaba que pudiera llegar a sentir por otra mujer lo que había sentido por ella. Lo que seguía sintiendo, por mucho que se empeñara en decirse a sí mismo lo defraudado que estaba.
- Da igual que a mí se me pase, Sean. - Dijo en tono lúgubre, mirando al suelo, pero ligeramente girado hacia su amigo. - No puedo arreglar el pasado, y hay un pasado del que Alice está convencida, y en ese pasado soy un cretino. - Frunció los labios, pero no pudo evitar echarse a llorar de nuevo, en silencio. Sean se levantó y se puso delante de él. - Ey, tío, mírame. - Por contra, Marcus lo que hizo fue taparse la cara para esconder las lágrimas. Sean insistió. - Mírame porque esto que voy a decirte es inaudito y te aseguro que no te lo quieres perder. - Eso le hizo soltar una carcajada acuosa y quitarse la mano de la cara. - A ver, sorpréndeme. - Contestó con una leve sonrisa triste. Sean apoyó una mano en su rodilla. - Eres el mejor tío que he conocido en mi vida. Eres un buenísimo amigo, eres el puto mejor alumno de Hogwarts y quieres a Alice a rabiar, nadie la va a querer como la quieres tú. No va a estar con nadie mejor que contigo, y te lo digo yo, porque Alice también es mi amiga y no podría ver como acaba en manos de un capullo. Y tú no eres un capullo. Tú la quieres de verdad. Y ella a ti. - Le señaló. - Y fíjate si estoy hablando jodidamente en serio que la estoy llamando Alice, como tú la llamas, ahí, a lo loco, saltándome todas las normas. - Eso hizo a Marcus reír. - Pues si te escucha, te mata. - Habrá merecido la pena. Quedará demostrado una vez más que hay cosas que solo te consiente a ti. - Marcus le miró enternecido, con los ojos llenos de lágrimas. De repente volvía a parecer un niño pequeño, ni rastro del tipo enfadado que había apenas minutos antes.
- Va, tío, deja de llorar, que me rompes el alma. - Dijo Sean, sentándose de nuevo a su lado y pasándole un brazo por encima de los hombros. Ya sí, se dejó abrazar. - La he liado, Sean. Lo he hecho todo mal. - Él que quería hacerlo siempre todo bien. - Se os pasará, hazme caso. - Dijo su amigo, después de unos minutos en los que ambos se quedaron en silencio, un silencio solo interrumpido por sus sollozos. - Aunque sea por una vez en tu vida, pero hazme caso. - Marcus se incorporó, separándose del abrazo de su amigo y mirándole. Se secó las lágrimas y le esbozó una sonrisa triste. - Gracias, Sean. Eres un buen amigo. - El otro le devolvió una sonrisa igual de entristecida y, sacando ambas varitas del bolsillo, le devolvió a Marcus la suya y apuntó a la puerta con la de él. - ¡Alohomora! - La puerta emitió un crujido delator que indicó que podía ser abierta de nuevo. - Buen chico, ya no estás secuestrado. - Idiota. - Contestó con una risa, pasándose de nuevo la manga por la cara.
Sean se puso de pie. - Te propongo un planazo irresistible de los que a ti te gustan: voy a bajar al Gran Comedor y traigo la cena para los dos. Ya tienes aquí un par de libros. Hazte una de esas hojas de ruta para el estudio que tanto te gustan hacer y mientras cenamos me la cuentas. Y de aquí nos vamos al dormitorio a dormir, que ya mañana será otro día. - Marcus frunció los labios y asintió conforme, y Sean se dio media vuelta y salió por la puerta. Ahí se quedó, solo y pensativo. Ya no le quedaban más lágrimas que echar por el momento, simplemente... Estar allí. Pensando. Pensando en todo lo que podía haber ganado y en todo lo que había perdido. Se puso delante del pergamino... Pero no era capaz de escribir nada. Al menos tendría a Sean con él lo que quedaba de noche, con suerte no tendría que verla... Y solo el hecho de pensarlo, solo el saber que había renunciado a ella, hacía que le pesara el corazón.
Sean le estaba mirando con cara de circunstancias. - Esa sentencia te va a durar el tiempo que te dure el cabreo. Te conozco ya, Marcus. Vas de flipado por el castillo pero por dentro estás hecho de algodón, y tienes una especial debilidad por Alice. Esta fachada se te va a caer más pronto que tarde. - Marcus agachó la cabeza, y los músculos de la cara se le habían destensado ligeramente. Puede... Que Sean tuviera razón en eso. Marcus podía ponerse protestón, enfadón o tiquismiquis, podía andar riñendo a todo el mundo, pero no era alguien que odiara. Se le compraba bastante pronto. Y tratándose de Alice... Por supuesto que se lo perdonaría todo, ahora su orgullo se lo impedía, pero el enfado no le iba a durar toda la vida. Eso era lo que temía: que se le pasara el enfado. En el enfado se estaba refugiando, se estaba construyendo sus propios muros, y aun así en cuanto le pinchaban empezaba a llorar desconsolado. ¿Qué sería de él cuando no tuviera un cabreo que escupir? ¿Iba a pasarse deprimido indefinidamente? Porque dudaba que le fuera fácil olvidar a Alice. Dudaba que pudiera llegar a sentir por otra mujer lo que había sentido por ella. Lo que seguía sintiendo, por mucho que se empeñara en decirse a sí mismo lo defraudado que estaba.
- Da igual que a mí se me pase, Sean. - Dijo en tono lúgubre, mirando al suelo, pero ligeramente girado hacia su amigo. - No puedo arreglar el pasado, y hay un pasado del que Alice está convencida, y en ese pasado soy un cretino. - Frunció los labios, pero no pudo evitar echarse a llorar de nuevo, en silencio. Sean se levantó y se puso delante de él. - Ey, tío, mírame. - Por contra, Marcus lo que hizo fue taparse la cara para esconder las lágrimas. Sean insistió. - Mírame porque esto que voy a decirte es inaudito y te aseguro que no te lo quieres perder. - Eso le hizo soltar una carcajada acuosa y quitarse la mano de la cara. - A ver, sorpréndeme. - Contestó con una leve sonrisa triste. Sean apoyó una mano en su rodilla. - Eres el mejor tío que he conocido en mi vida. Eres un buenísimo amigo, eres el puto mejor alumno de Hogwarts y quieres a Alice a rabiar, nadie la va a querer como la quieres tú. No va a estar con nadie mejor que contigo, y te lo digo yo, porque Alice también es mi amiga y no podría ver como acaba en manos de un capullo. Y tú no eres un capullo. Tú la quieres de verdad. Y ella a ti. - Le señaló. - Y fíjate si estoy hablando jodidamente en serio que la estoy llamando Alice, como tú la llamas, ahí, a lo loco, saltándome todas las normas. - Eso hizo a Marcus reír. - Pues si te escucha, te mata. - Habrá merecido la pena. Quedará demostrado una vez más que hay cosas que solo te consiente a ti. - Marcus le miró enternecido, con los ojos llenos de lágrimas. De repente volvía a parecer un niño pequeño, ni rastro del tipo enfadado que había apenas minutos antes.
- Va, tío, deja de llorar, que me rompes el alma. - Dijo Sean, sentándose de nuevo a su lado y pasándole un brazo por encima de los hombros. Ya sí, se dejó abrazar. - La he liado, Sean. Lo he hecho todo mal. - Él que quería hacerlo siempre todo bien. - Se os pasará, hazme caso. - Dijo su amigo, después de unos minutos en los que ambos se quedaron en silencio, un silencio solo interrumpido por sus sollozos. - Aunque sea por una vez en tu vida, pero hazme caso. - Marcus se incorporó, separándose del abrazo de su amigo y mirándole. Se secó las lágrimas y le esbozó una sonrisa triste. - Gracias, Sean. Eres un buen amigo. - El otro le devolvió una sonrisa igual de entristecida y, sacando ambas varitas del bolsillo, le devolvió a Marcus la suya y apuntó a la puerta con la de él. - ¡Alohomora! - La puerta emitió un crujido delator que indicó que podía ser abierta de nuevo. - Buen chico, ya no estás secuestrado. - Idiota. - Contestó con una risa, pasándose de nuevo la manga por la cara.
Sean se puso de pie. - Te propongo un planazo irresistible de los que a ti te gustan: voy a bajar al Gran Comedor y traigo la cena para los dos. Ya tienes aquí un par de libros. Hazte una de esas hojas de ruta para el estudio que tanto te gustan hacer y mientras cenamos me la cuentas. Y de aquí nos vamos al dormitorio a dormir, que ya mañana será otro día. - Marcus frunció los labios y asintió conforme, y Sean se dio media vuelta y salió por la puerta. Ahí se quedó, solo y pensativo. Ya no le quedaban más lágrimas que echar por el momento, simplemente... Estar allí. Pensando. Pensando en todo lo que podía haber ganado y en todo lo que había perdido. Se puso delante del pergamino... Pero no era capaz de escribir nada. Al menos tendría a Sean con él lo que quedaba de noche, con suerte no tendría que verla... Y solo el hecho de pensarlo, solo el saber que había renunciado a ella, hacía que le pesara el corazón.
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Tomó aire, concentrándose. Su hermano detectaba los estados de ánimo rapidísimo, sí, pero el problema es que muchas veces se contaminaba de ellos. Y no quería eso, bastante duro iba a ser contar lo de Marcus ya. Se iba a poner terriblemente triste. Al menos estaba Olive sentada con él, hablando sin parar sobre unas plantas que tenía tendidas sobre una tela, hechas ramilletes. Bueno, o a lo mejor la mataba Olive con elaboró negro, con lo entusiasmada que estaba ella con la pareja inexistente que formaba con Marcus. Los recuerdos de la feria la acosaron y se puso irremediablemente triste. No. Eso no podía ser. Tenía que ser fuerte por Dylan, por Olive, por sí misma. Si quería empezar a superar todo aquello, tendría que empezar por barrer lo de su propia casa.
Se acercó con una leve sonrisa, pero su hermano, en cuanto la visualizó, subió los ojos, preocupado. Ea, cazada a la primera. Olive se dio la vuelta extrañada y la saludó efusivamente. – ¡Alice! ¡Qué bien que por fin vines! Ayer Dylan estuvo esperándote un montón, porque alguien de Hufflepuff le dijo que te habías peleado con Marcus y se preocupó un montón, pero yo le dije que no podía ser, que fuéramos a preguntarte, porque yo también se lo oí a los prefectos, pero que tú nos lo aclararías. – Gal se sentó con ellos, tratando de mantener la expresión serena. Tragó saliva y tomó aire. – Es cierto. Bueno, es cierto que nos peleamos, no sé si el resto de cosas que os hayan dicho serán ciertas también. Probablemente no. – Dylan sacó la libreta a toda prisa y escribió "Pero ya estáis bien ¿verdad?". Gal se mordió los labios por dentro. – No, patito... No estamos bien. – El silencio se estableció entre los tres, ella mirando al suelo y los niños mirándola a ella. Vio que Dylan se movía, y que Olive le paraba. Probablemente fuera a escribir y la otra le había parado. Subió la mirada y la pasó de uno a otro. – Lo siento, patito. La he liado. No... No sé cómo hemos acabo así, no sé por qué me enfadé tanto con él o por qué hice las cosas como las hice... – Una lágrima surcó su cara. – Es que no podemos estar juntos. Espero ser capaz de explicártelo algún día, de verdad. Pero ahora hay muchas cosas que simplemente no entenderías.
De nuevo, se quedaron los tres en silencio, los niños claramente esperando que dijera algo esperanzador, pero es que en el corazón de Gal ya no había sitio para esa esperanza. Y cada vez que surgía esa llama, más le dolía apagarla de vuelta. Su hermano lee pasó la libreta "Pero lo vais a arreglar. Yo sé que lo vais a arreglar" Ella contuvo las lágrimas, pero la voz le salió quebrada. – No, Dylan. No quiero decirte que sí, y que luego no ocurra. Hay cosas que no se pueden arreglar. – ¡Todo se puede arreglar! Todo menos la muerte. Papá lo dice siempre. – Oír la voz dee su hermano le hizo todavía más daño. – Sí, esa es la teoría, Dylan, pero la realidad no es así. – Su hermano parecía enfadado. – ¡No! ¡Es así si queréis vosotros! ¡Y no queréis! ¿Por qué no queréis? – Tragó saliva, tratando de controlar las lágrimas. – Porque Marcus no puede perdonarme. Porque le dije cosas... Muy feas. – ¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste? ¡Si le quieres! – ¡Sí, le quiero, Dylan! ¡Le quiero como no he querido a nadie! Pero... – Se encogió de hombros. – Pero hay cosas que no he podido olvidar. Cosas que no pudo solucionar. Y a él le dolió que le dijera ciertas cosas y... – Gal alargó la mano y acarició la mejilla de su hermano. – Lo siento, patito. Pero Marcus te sigue queriendo ¿Vale? Y si le necesitas.... – ¡No! – Dijo, enfadado, mirándola dolido. – No quiero. No quiero que ninguno de los dos me ayudéis. Ni me habléis. No os quiero. Todo estaba bien ¿Por qué habéis hecho esto? – Gal se arrastró por eel césped y le abrazó. Con el otro brazo tiró de Olive, que había estado extrañamente callada hasta el momento y les estrechó contra ella.
Estuvieron un rato así, hasta que se separaron, poco a poco. – ¿Sentías eso que me acabas de decir de que no me quieres? ¿Ni a Marcus tampoco? – Su hermano negó con la cabeza mirando al suelo. – Pues yo tampoco sentía muchas de las cosas que le dije a Marcus. Pero ya no lo puedo arreglar. – Olive le dio en el brazo, con mirada esperanzada. – ¡Pues corre y díselo! Le pides perdón y el dices que no lo pensabas. –No es solo eso lo que pasó... Mirad, chicos. Sé que queréis mucho a Marcus. Y él no va a dejar de quereros porque nosotros estemos enfadados. Podéis ir con él siempre que queráis. Y conmigo. Ahora estaremos un tiempo... Así. Tristes, agobiados, enfadados... Pero, eventualmente, pasará. – Eso no se lo estaba creyendo ni ella misma, pero ¿Qué les iba a decir a los niños? ¿Que había perdido el amor de su vida con Marcus? No. No necesitaban oír eso tampoco. Olive le palmeó la mano. – ¿Quieres ver mis plantitas? Las plantas siempre ponen de buen humor. Las estoy secando porque quiero hacer saquitos olorosos y mandárselos a mamá, y a ti te iba a hacer uno también, y Dylan me ha pedido uno para vuestra abuela ¿A que sí, Dylan? – Dijo mirándole significativamente. Su hermano aún parecía enfadado, pero la miraba con más pena que otra cosa. Se levantó y se sentó en el hueco de sus piernas, como cuando era pequeño, y Gal apoyó la cabeza en su espalda. – Ya dentro de nada vas a ser tan grande que no vas a poder hacer esto. – Y su hermano sonrió un poquito. – Así que le has pedido un saquito para memé ¿Eh? Si es que por algo eres el favorito de la abuela. – Dylan se cuadró un poco más, orgulloso de su puesto. Olive siguió señalando con entusiasmo (quizá demasiado) los ramitos. – Mira, voy a usar eucalipto, y citronella, porque huele a limón pero no es limón, y quería secar lilas también, pero creo que con este clima va a estar complicado... – Olive seguía hablando, y Dylan ya había vuelto a centrar la atención en ella. A Gal le estaba costando, más sabiendo que le había dado un disgusto a su hermano, pero trató de atender a lo que estaba diciendo Olive, porque tenía razón, las plantas quitaban los males.
Se acercó con una leve sonrisa, pero su hermano, en cuanto la visualizó, subió los ojos, preocupado. Ea, cazada a la primera. Olive se dio la vuelta extrañada y la saludó efusivamente. – ¡Alice! ¡Qué bien que por fin vines! Ayer Dylan estuvo esperándote un montón, porque alguien de Hufflepuff le dijo que te habías peleado con Marcus y se preocupó un montón, pero yo le dije que no podía ser, que fuéramos a preguntarte, porque yo también se lo oí a los prefectos, pero que tú nos lo aclararías. – Gal se sentó con ellos, tratando de mantener la expresión serena. Tragó saliva y tomó aire. – Es cierto. Bueno, es cierto que nos peleamos, no sé si el resto de cosas que os hayan dicho serán ciertas también. Probablemente no. – Dylan sacó la libreta a toda prisa y escribió "Pero ya estáis bien ¿verdad?". Gal se mordió los labios por dentro. – No, patito... No estamos bien. – El silencio se estableció entre los tres, ella mirando al suelo y los niños mirándola a ella. Vio que Dylan se movía, y que Olive le paraba. Probablemente fuera a escribir y la otra le había parado. Subió la mirada y la pasó de uno a otro. – Lo siento, patito. La he liado. No... No sé cómo hemos acabo así, no sé por qué me enfadé tanto con él o por qué hice las cosas como las hice... – Una lágrima surcó su cara. – Es que no podemos estar juntos. Espero ser capaz de explicártelo algún día, de verdad. Pero ahora hay muchas cosas que simplemente no entenderías.
De nuevo, se quedaron los tres en silencio, los niños claramente esperando que dijera algo esperanzador, pero es que en el corazón de Gal ya no había sitio para esa esperanza. Y cada vez que surgía esa llama, más le dolía apagarla de vuelta. Su hermano lee pasó la libreta "Pero lo vais a arreglar. Yo sé que lo vais a arreglar" Ella contuvo las lágrimas, pero la voz le salió quebrada. – No, Dylan. No quiero decirte que sí, y que luego no ocurra. Hay cosas que no se pueden arreglar. – ¡Todo se puede arreglar! Todo menos la muerte. Papá lo dice siempre. – Oír la voz dee su hermano le hizo todavía más daño. – Sí, esa es la teoría, Dylan, pero la realidad no es así. – Su hermano parecía enfadado. – ¡No! ¡Es así si queréis vosotros! ¡Y no queréis! ¿Por qué no queréis? – Tragó saliva, tratando de controlar las lágrimas. – Porque Marcus no puede perdonarme. Porque le dije cosas... Muy feas. – ¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste? ¡Si le quieres! – ¡Sí, le quiero, Dylan! ¡Le quiero como no he querido a nadie! Pero... – Se encogió de hombros. – Pero hay cosas que no he podido olvidar. Cosas que no pudo solucionar. Y a él le dolió que le dijera ciertas cosas y... – Gal alargó la mano y acarició la mejilla de su hermano. – Lo siento, patito. Pero Marcus te sigue queriendo ¿Vale? Y si le necesitas.... – ¡No! – Dijo, enfadado, mirándola dolido. – No quiero. No quiero que ninguno de los dos me ayudéis. Ni me habléis. No os quiero. Todo estaba bien ¿Por qué habéis hecho esto? – Gal se arrastró por eel césped y le abrazó. Con el otro brazo tiró de Olive, que había estado extrañamente callada hasta el momento y les estrechó contra ella.
Estuvieron un rato así, hasta que se separaron, poco a poco. – ¿Sentías eso que me acabas de decir de que no me quieres? ¿Ni a Marcus tampoco? – Su hermano negó con la cabeza mirando al suelo. – Pues yo tampoco sentía muchas de las cosas que le dije a Marcus. Pero ya no lo puedo arreglar. – Olive le dio en el brazo, con mirada esperanzada. – ¡Pues corre y díselo! Le pides perdón y el dices que no lo pensabas. –No es solo eso lo que pasó... Mirad, chicos. Sé que queréis mucho a Marcus. Y él no va a dejar de quereros porque nosotros estemos enfadados. Podéis ir con él siempre que queráis. Y conmigo. Ahora estaremos un tiempo... Así. Tristes, agobiados, enfadados... Pero, eventualmente, pasará. – Eso no se lo estaba creyendo ni ella misma, pero ¿Qué les iba a decir a los niños? ¿Que había perdido el amor de su vida con Marcus? No. No necesitaban oír eso tampoco. Olive le palmeó la mano. – ¿Quieres ver mis plantitas? Las plantas siempre ponen de buen humor. Las estoy secando porque quiero hacer saquitos olorosos y mandárselos a mamá, y a ti te iba a hacer uno también, y Dylan me ha pedido uno para vuestra abuela ¿A que sí, Dylan? – Dijo mirándole significativamente. Su hermano aún parecía enfadado, pero la miraba con más pena que otra cosa. Se levantó y se sentó en el hueco de sus piernas, como cuando era pequeño, y Gal apoyó la cabeza en su espalda. – Ya dentro de nada vas a ser tan grande que no vas a poder hacer esto. – Y su hermano sonrió un poquito. – Así que le has pedido un saquito para memé ¿Eh? Si es que por algo eres el favorito de la abuela. – Dylan se cuadró un poco más, orgulloso de su puesto. Olive siguió señalando con entusiasmo (quizá demasiado) los ramitos. – Mira, voy a usar eucalipto, y citronella, porque huele a limón pero no es limón, y quería secar lilas también, pero creo que con este clima va a estar complicado... – Olive seguía hablando, y Dylan ya había vuelto a centrar la atención en ella. A Gal le estaba costando, más sabiendo que le había dado un disgusto a su hermano, pero trató de atender a lo que estaba diciendo Olive, porque tenía razón, las plantas quitaban los males.
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Ay, los retitos
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- Estate quieto. - Dijo en tono monocorde. Su lechuza tenía por costumbre revolotear por los árboles de Hogwarts creyéndose que eran el árbol de al lado de su ventana, y acababa llena de frutos pochos y hojitas secas. Al nuevo aleteo, chistó. - ¡Estate quieto, Elio! - Dijo en tono de protesta. La lechuza pio con pena. - Ya, pues más cuidado a la próxima. - Dijo con malos humos. Subió la mano una vez más para quitarle la última ramita enganchada y, al hacerlo, se le bajó un poco la manga. Lo justo como para que su listilla lechuza le diera un par de picotazos en la muñeca, justo donde tenía el lazo azul.
Tragó saliva, mirándolo de reojo. Tras un par de segundos, se puso la manga en su sitio y se lo tapó. - Sí, ya lo he visto. - Volvió a decir monocorde. No sabía qué hacía con el lazo ahí puesto todavía, si lo de Alice y él estaba roto ya. Otra de las muchas estupideces que seguía haciendo. Pero prefería ignorarlo, hacer como que no estaba ahí aprovechando que en invierno, con tantas capas de ropa, apenas se le veía. Se lo veía igualmente cada vez que se desnudaba y se volvía a vestir. Pero se estaba forzando a sí mismo por ignorarlo... Más o menos. La punzada en el corazón estaba ahí, todas y cada una de las veces.
- Listo. - Confirmó echando el aire en un suspiro, dejando a Elio de nuevo en su sitio. La lechuza volvió a piar. - No, hoy no traigo chuches. - Llevaba dos días que no le salía otro tono de voz que no pareciera de ultratumba. Su mascota le estaba mirando con ojitos tristes y la cabeza ladeada. Pero, al igual que hacía con el lazo, prefirió ignorarlo para que no le doliera. - Intenta no restregarte con todos los árboles de los terrenos, por favor. - Le dio una caricia en las plumas y se giró. Antes de irse, acarició también un poco la cabecita de Willow, la enorme lechuza de Sean, y salió cabizbajo de la lechucería.
Estaba recorriendo la pasarela que conectaba el hogar de las lechuzas con el resto del castillo cuando les vio. Si lo llega a saber, se hubiera quedado con la cabeza baja, sin girarla hacia el exterior. Pero lo había hecho, y ahora... Era como si le hubieran hipnotizado, se había detenido de golpe. ¿Por qué no hacía lo mismo que con el lazo y con las miradas instigadoras de Elio, pasar de largo y ya está? Porque... No podía. Porque le seguía pareciendo una visión hermosa, por dolorosa que ahora fuera. Frunció los labios y se acercó lentamente a uno de los arcos que hacía las veces de ventana, apoyando los brazos en el muro de piedra y dejando que el viento invernal le revolviera los rizos mientras les miraba.
Alice estaba de perfil con respecto a él, con Dylan sentado en sus piernas y Olive muy entusiasmada, enseñándole algo colocado entre ellos, probablemente plantas. Escuchaba la voz de la pequeña desde allí, aunque no le llegaran nítidamente sus palabras. No hacía falta. Era la visión todo lo que necesitaba... Para hundirse más. ¿Qué había hecho? ¿Por qué había permitido que eso pasara? Les veía a los tres e inevitablemente recordaba la feria de Navidad de Londres. Los momentos que pasaron juntos, el juego del ponche, la canción que le pedía que se enamorara de él... El beso bajo el muérdago. El aceite de navarryl. La coronita de plástico... Ni siquiera había llegado a devolvérsela, ahí la tenía, escondida en su baúl. Ah, las cartas del tarot... Qué gran mentira. No debería sorprenderle que algo que estuviera relacionado con la adivinación fuera mentira, pero...
Y otro pellizco en su corazón. La adivinación, la profecía. El pájaro y el espino. Bajó la cabeza, echando aire por la nariz. No sabía si había sido más idiota por creerse todo eso, o por haberlo tenido en la punta de los dedos y haberlo dejado escapar. ¿Eso había hecho? ¿Intentar enjaular a Alice con el resultado de que saliera volando? Ni siquiera le había dado tiempo a acercarse y ella ya echó a volar, o más bien le dijo a él que se apartara. Y él bien que le confirmó que ya era libre de volar donde quisiera. Menudo idiota... Y allí estaba ahora. Con Dylan y Olive. Dios, Dylan, ¿qué pensaría de él? ¿Le habría contado Alice algo? De ser así, otro que se sumaba a la lista de los que le odiaban. Y Olive iría detrás. Genial... Cuando salió de la torre de astronomía, pensó que las cosas no podían ir a peor. Pues sí, sí que podían.
Tragó saliva, mirándolo de reojo. Tras un par de segundos, se puso la manga en su sitio y se lo tapó. - Sí, ya lo he visto. - Volvió a decir monocorde. No sabía qué hacía con el lazo ahí puesto todavía, si lo de Alice y él estaba roto ya. Otra de las muchas estupideces que seguía haciendo. Pero prefería ignorarlo, hacer como que no estaba ahí aprovechando que en invierno, con tantas capas de ropa, apenas se le veía. Se lo veía igualmente cada vez que se desnudaba y se volvía a vestir. Pero se estaba forzando a sí mismo por ignorarlo... Más o menos. La punzada en el corazón estaba ahí, todas y cada una de las veces.
- Listo. - Confirmó echando el aire en un suspiro, dejando a Elio de nuevo en su sitio. La lechuza volvió a piar. - No, hoy no traigo chuches. - Llevaba dos días que no le salía otro tono de voz que no pareciera de ultratumba. Su mascota le estaba mirando con ojitos tristes y la cabeza ladeada. Pero, al igual que hacía con el lazo, prefirió ignorarlo para que no le doliera. - Intenta no restregarte con todos los árboles de los terrenos, por favor. - Le dio una caricia en las plumas y se giró. Antes de irse, acarició también un poco la cabecita de Willow, la enorme lechuza de Sean, y salió cabizbajo de la lechucería.
Estaba recorriendo la pasarela que conectaba el hogar de las lechuzas con el resto del castillo cuando les vio. Si lo llega a saber, se hubiera quedado con la cabeza baja, sin girarla hacia el exterior. Pero lo había hecho, y ahora... Era como si le hubieran hipnotizado, se había detenido de golpe. ¿Por qué no hacía lo mismo que con el lazo y con las miradas instigadoras de Elio, pasar de largo y ya está? Porque... No podía. Porque le seguía pareciendo una visión hermosa, por dolorosa que ahora fuera. Frunció los labios y se acercó lentamente a uno de los arcos que hacía las veces de ventana, apoyando los brazos en el muro de piedra y dejando que el viento invernal le revolviera los rizos mientras les miraba.
Alice estaba de perfil con respecto a él, con Dylan sentado en sus piernas y Olive muy entusiasmada, enseñándole algo colocado entre ellos, probablemente plantas. Escuchaba la voz de la pequeña desde allí, aunque no le llegaran nítidamente sus palabras. No hacía falta. Era la visión todo lo que necesitaba... Para hundirse más. ¿Qué había hecho? ¿Por qué había permitido que eso pasara? Les veía a los tres e inevitablemente recordaba la feria de Navidad de Londres. Los momentos que pasaron juntos, el juego del ponche, la canción que le pedía que se enamorara de él... El beso bajo el muérdago. El aceite de navarryl. La coronita de plástico... Ni siquiera había llegado a devolvérsela, ahí la tenía, escondida en su baúl. Ah, las cartas del tarot... Qué gran mentira. No debería sorprenderle que algo que estuviera relacionado con la adivinación fuera mentira, pero...
Y otro pellizco en su corazón. La adivinación, la profecía. El pájaro y el espino. Bajó la cabeza, echando aire por la nariz. No sabía si había sido más idiota por creerse todo eso, o por haberlo tenido en la punta de los dedos y haberlo dejado escapar. ¿Eso había hecho? ¿Intentar enjaular a Alice con el resultado de que saliera volando? Ni siquiera le había dado tiempo a acercarse y ella ya echó a volar, o más bien le dijo a él que se apartara. Y él bien que le confirmó que ya era libre de volar donde quisiera. Menudo idiota... Y allí estaba ahora. Con Dylan y Olive. Dios, Dylan, ¿qué pensaría de él? ¿Le habría contado Alice algo? De ser así, otro que se sumaba a la lista de los que le odiaban. Y Olive iría detrás. Genial... Cuando salió de la torre de astronomía, pensó que las cosas no podían ir a peor. Pues sí, sí que podían.
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Olive estaba siendo un amor con ella, así que intentó responder adecuadamente. – Las margaritas son muy buenas para hacer tintes de pelo ¿Sabes? Yo las guardaría para eso. – La niña abrió mucho los ojos. – ¿En serio? A mi no me dejarían teñirme el pelo. – Dylan escribió rápidamente. "Tu pelo es bonito así". Gal decidió picarle un poco y se asomó por un lado. – ¡Oye! ¿Y el mío no? – Su hermano se rio y escribió en la libreta. "¿No lo querías azul?" Ella asintió con tristeza. Y otra cosa que le llevaba a Marcus. Aquella noche, que casi casi se convierte en su primera vez. Quizá no le hubiera quitado de cometer una estupidez con Jean apenas seis meses después pero... Al menos ya no lo llevaría en su alma como una losa.
-¿A que sí, Alice? –Dijo la vocecita de Olive, muy segura de algo. – ¿Qué? Perdona. – Que también se pueden poner las flores en el pelo. Que eso sí puedo. – Gal asintió y le acarició la cabellera. –Claro, claro. En las trenzas quedan muy bien. – Y mas recuerdos. Marcus y ella en el jardín de los abuelos poniéndole las flores en el pelo, con la edad de Dylan y Olive. Y su madre. Su madre enseñándole a Marcus a trenzarle el pelo. La trenza del día del lavadero. Esa trenza que se deshizo mientras la desnudaba en el desván. La última que le hizo, cuando fue a pedirle perdón por lo de los Horner. Y otra vez acababan ahí, en los Horner, en los secretos, en los reproches. Pero Dylan y Olive no tenía la culpa, así que ella tiró un poco de Olive para que se acercara y se sentara frente a ella. – A ver, tú le vas a hacer ese lado, Dylan, y yo este. – Dijo, recitando las palabras que recordaba de su madre. Dividió el pelo de Olive en dos partes, y una fue a parar a las manos de su hermano y la otra a las suyas. – Divídelo en tres mechones, que sean lo más igualitos posible. – Su hermano obedeció, muy concentrado. – Y ahora pasa este por aquí, sin soltar los otros, eso es... Ahora este... Y el otro en el único lado que queda. – Le había quedado un poco chuchurrío, pero lo había conseguido, y con la práctica lo haría mejor. – ¡Muy bien, patito! Ahora hay que hacerle la trenza hasta abajo, y ya podemos poner bien guapa a Olive con las flores. – La niña les iba pasando las flores, y Gal el señalaba a Dylan los huecos entre los ramales y estaban consiguiendo sonreír de un modo genuino.
– ¡Ahora a ti! – Dijo Olive levantándose. – Yo ya sé hacer trenzas, a ver a quién le quedan mejor si a Dylan o a mí. Tú eres la juez ¿Vale? – Y ambos niños se pusieron uno a cada lado suyo y se pusieron a tejerle las trenzas como locos. Marcus también se había puesto muy contento aquel día. Era imposible no pensar en él. Reposó la barbilla sobre sus rodillas, ahora recogidas contra su pecho. – ¡Alice, te ponemos margaritas a ti también! ¿Vale? – Decía Olive emocionada. Pero a ella ya le resbalaba una lágrima por la cara. solo lee quedaba eso. Intentar hacer feliz a su hermano y a Olive, porque se lo merecía, porque era muy buena niña. Porque quizá, estando cerca, podría decirle a su hermano lo que alguien debió decirle a ella. Eres suficiente, vales mucho, lucha por ello porque, sea lo que sea lo que nos haya pasado con nuestra familia y nuestras circunstancias, te mereces ser feliz si amas a alguien. Precisamente, Dylan le dio suavecito en el brazo y tiró hacia su lado de la trenza, y olive del suyo, con cara de interrogación. – Ufff este concurso está reñido... – Sonrió de medio lado y trató de poner una voz animada que se equiparara un poco a las de los niños. – Vamos a tener que dejarlo en empate técnico y buscar otra forma de desempatar.
-¿A que sí, Alice? –Dijo la vocecita de Olive, muy segura de algo. – ¿Qué? Perdona. – Que también se pueden poner las flores en el pelo. Que eso sí puedo. – Gal asintió y le acarició la cabellera. –Claro, claro. En las trenzas quedan muy bien. – Y mas recuerdos. Marcus y ella en el jardín de los abuelos poniéndole las flores en el pelo, con la edad de Dylan y Olive. Y su madre. Su madre enseñándole a Marcus a trenzarle el pelo. La trenza del día del lavadero. Esa trenza que se deshizo mientras la desnudaba en el desván. La última que le hizo, cuando fue a pedirle perdón por lo de los Horner. Y otra vez acababan ahí, en los Horner, en los secretos, en los reproches. Pero Dylan y Olive no tenía la culpa, así que ella tiró un poco de Olive para que se acercara y se sentara frente a ella. – A ver, tú le vas a hacer ese lado, Dylan, y yo este. – Dijo, recitando las palabras que recordaba de su madre. Dividió el pelo de Olive en dos partes, y una fue a parar a las manos de su hermano y la otra a las suyas. – Divídelo en tres mechones, que sean lo más igualitos posible. – Su hermano obedeció, muy concentrado. – Y ahora pasa este por aquí, sin soltar los otros, eso es... Ahora este... Y el otro en el único lado que queda. – Le había quedado un poco chuchurrío, pero lo había conseguido, y con la práctica lo haría mejor. – ¡Muy bien, patito! Ahora hay que hacerle la trenza hasta abajo, y ya podemos poner bien guapa a Olive con las flores. – La niña les iba pasando las flores, y Gal el señalaba a Dylan los huecos entre los ramales y estaban consiguiendo sonreír de un modo genuino.
– ¡Ahora a ti! – Dijo Olive levantándose. – Yo ya sé hacer trenzas, a ver a quién le quedan mejor si a Dylan o a mí. Tú eres la juez ¿Vale? – Y ambos niños se pusieron uno a cada lado suyo y se pusieron a tejerle las trenzas como locos. Marcus también se había puesto muy contento aquel día. Era imposible no pensar en él. Reposó la barbilla sobre sus rodillas, ahora recogidas contra su pecho. – ¡Alice, te ponemos margaritas a ti también! ¿Vale? – Decía Olive emocionada. Pero a ella ya le resbalaba una lágrima por la cara. solo lee quedaba eso. Intentar hacer feliz a su hermano y a Olive, porque se lo merecía, porque era muy buena niña. Porque quizá, estando cerca, podría decirle a su hermano lo que alguien debió decirle a ella. Eres suficiente, vales mucho, lucha por ello porque, sea lo que sea lo que nos haya pasado con nuestra familia y nuestras circunstancias, te mereces ser feliz si amas a alguien. Precisamente, Dylan le dio suavecito en el brazo y tiró hacia su lado de la trenza, y olive del suyo, con cara de interrogación. – Ufff este concurso está reñido... – Sonrió de medio lado y trató de poner una voz animada que se equiparara un poco a las de los niños. – Vamos a tener que dejarlo en empate técnico y buscar otra forma de desempatar.
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Debería irse. Quedándose allí solo se hacía más daño a sí mismo, a base de ver aquello que no podría nunca alcanzar, aquello que solo le traía recuerdos tan bellos como dolorosos. Seguía con los brazos apoyados en el muro viendo como los tres sonreían, y entonces los dos hermanos se pusieron uno a cada lado de Olive para hacerle trenzas en el pelo. Otro mazazo en su pecho.
Recordaba perfectamente como Janet le enseñó a hacer trenzas, hacía tantos años que parecía otra vida. Una vida en la que Alice y él no hablaban de amor, en la que eran los mejores amigos y eso estaba más claro que el agua. Una vida en la que Janet estaba con ellos. Una vida en la que él tenía cabida entre los campos de lavanda y en las playas de la Provenza. Todo se había torcido tanto que no era capaz ni de explicarlo, todo su optimismo se había perdido por alguna parte, probablemente arrastrado por un viento nada amigable que se lo había llevado bien lejos de allí. Bien lejos de la escena que tenía ante sus ojos.
Cuando hubieron terminado con Olive, los dos niños se colocaron a cada lado de Alice y empezaron a hacerle trenzas a ella. No supo de dónde la sacó, pero se le escapó una sonrisa al ver esa estampa, como si todo siguiera su curso normal, como si se le hubiera olvidado que Alice y él ya no eran nada. Se sentó en el muro y apoyó la espalda en el pilar, con las rodillas flexionadas y los brazos apoyados en estas. Estaba tan... Guapa. Le sentaban bien las trenzas, le encantaba verla con trenzas. La conoció con dos coletas que al tiempo se convirtieron en trenzas. Él mismo le había hecho trenzas en el pelo, aquella tarde en el campo de lavandas o aquella noche de Navidad en su casa. La sonrisa se le desvaneció. Eres lo suficientemente listo como para saber que una relación como la vuestra no se rompe en una mala tarde. Las palabras de Sean resonaron en su cabeza. Pero no era cuestión de una mala tarde. La vida puede cambiar drásticamente en tan solo un segundo, y en esa conversación se habían dicho demasiadas cosas, y ninguna buena. Veía a esa chica que se dejaba peinar por dos niños, que podían haber sido ellos perfectamente hacía no tantos años, y le resultaba inconcebible que pudiera querer hacerle daño... Pero se lo había hecho. Y peor aún: ella estaba totalmente convencida de que él no la quería. ¿Qué iba a hacer? ¿Convencerla? Quizás lo mejor sería... Dejarla estar. Dejarla vivir su felicidad en otra parte, con otras personas... Dejarla ser libre.
- Eh, O'Donnell. ¿No me dijiste q...? - Marcus rápidamente se pasó la manga por la mejilla, sorbió y se bajó de un salto de donde estaba subido, con la cabeza gacha, serio y disimulando. Pero el otro se había quedado callado de golpe. Toda la chulería con la que venía, probablemente a tocarle las narices como siempre, se había estrellado contra el suelo al verle así. - ¿Qué te pasa? - Preguntó Marcus, sin mirarle directamente, con las manos en los bolsillos. Creevey parpadeó un par de veces, y luego miró de reojo hacia los terrenos. - Eeemm... No, nada, en verdad no era nada. - ¿Qué querías? - Preguntó inquisitivamente, ya sí mirándole. El otro estaba un poco bloqueado, pero Marcus no necesitaba la condescendencia ni la pena de nadie, menos de un alumno que llevaba teniéndosela jurada desde que pisó el castillo. De repente parecía que se sentía mal por él y todo. No se pensaba creer eso.
- Es... Me ha dicho la Profesora Handsgold que tú tenías un libro de runas bastante avanzado. - Ya no lo tengo. Está en la biblioteca. - Respondió. El ambiente se había quedado tenso. Benjamin asintió, con una leve sonrisa incómoda fruncida en los labios, y volvió a mirar de reojo hacia los terrenos. - Vaya... Sí que estás jodido... - Pues sí, estaba jodido. Pero no quería hablar de eso con Creevey. - Oye... Yo pod... - Tengo más libros. ¿Los quieres? Yo ya no los voy a usar. - Cortó. No quería su ayuda, no quería hablar del tema. No quería que la gente lo tratara como el amante abandonado de Hogwarts. Era prefecto, era alumno de séptimo, el mejor del castillo. Que siguiera siendo así. Creevey tragó saliva. - Me harías un favor, la verdad. - Pues vamos. - Concluyó, poniéndose en marcha a grandes zancadas en dirección a su sala común, con el otro detrás. Sin decir ni una palabra.
Recordaba perfectamente como Janet le enseñó a hacer trenzas, hacía tantos años que parecía otra vida. Una vida en la que Alice y él no hablaban de amor, en la que eran los mejores amigos y eso estaba más claro que el agua. Una vida en la que Janet estaba con ellos. Una vida en la que él tenía cabida entre los campos de lavanda y en las playas de la Provenza. Todo se había torcido tanto que no era capaz ni de explicarlo, todo su optimismo se había perdido por alguna parte, probablemente arrastrado por un viento nada amigable que se lo había llevado bien lejos de allí. Bien lejos de la escena que tenía ante sus ojos.
Cuando hubieron terminado con Olive, los dos niños se colocaron a cada lado de Alice y empezaron a hacerle trenzas a ella. No supo de dónde la sacó, pero se le escapó una sonrisa al ver esa estampa, como si todo siguiera su curso normal, como si se le hubiera olvidado que Alice y él ya no eran nada. Se sentó en el muro y apoyó la espalda en el pilar, con las rodillas flexionadas y los brazos apoyados en estas. Estaba tan... Guapa. Le sentaban bien las trenzas, le encantaba verla con trenzas. La conoció con dos coletas que al tiempo se convirtieron en trenzas. Él mismo le había hecho trenzas en el pelo, aquella tarde en el campo de lavandas o aquella noche de Navidad en su casa. La sonrisa se le desvaneció. Eres lo suficientemente listo como para saber que una relación como la vuestra no se rompe en una mala tarde. Las palabras de Sean resonaron en su cabeza. Pero no era cuestión de una mala tarde. La vida puede cambiar drásticamente en tan solo un segundo, y en esa conversación se habían dicho demasiadas cosas, y ninguna buena. Veía a esa chica que se dejaba peinar por dos niños, que podían haber sido ellos perfectamente hacía no tantos años, y le resultaba inconcebible que pudiera querer hacerle daño... Pero se lo había hecho. Y peor aún: ella estaba totalmente convencida de que él no la quería. ¿Qué iba a hacer? ¿Convencerla? Quizás lo mejor sería... Dejarla estar. Dejarla vivir su felicidad en otra parte, con otras personas... Dejarla ser libre.
- Eh, O'Donnell. ¿No me dijiste q...? - Marcus rápidamente se pasó la manga por la mejilla, sorbió y se bajó de un salto de donde estaba subido, con la cabeza gacha, serio y disimulando. Pero el otro se había quedado callado de golpe. Toda la chulería con la que venía, probablemente a tocarle las narices como siempre, se había estrellado contra el suelo al verle así. - ¿Qué te pasa? - Preguntó Marcus, sin mirarle directamente, con las manos en los bolsillos. Creevey parpadeó un par de veces, y luego miró de reojo hacia los terrenos. - Eeemm... No, nada, en verdad no era nada. - ¿Qué querías? - Preguntó inquisitivamente, ya sí mirándole. El otro estaba un poco bloqueado, pero Marcus no necesitaba la condescendencia ni la pena de nadie, menos de un alumno que llevaba teniéndosela jurada desde que pisó el castillo. De repente parecía que se sentía mal por él y todo. No se pensaba creer eso.
- Es... Me ha dicho la Profesora Handsgold que tú tenías un libro de runas bastante avanzado. - Ya no lo tengo. Está en la biblioteca. - Respondió. El ambiente se había quedado tenso. Benjamin asintió, con una leve sonrisa incómoda fruncida en los labios, y volvió a mirar de reojo hacia los terrenos. - Vaya... Sí que estás jodido... - Pues sí, estaba jodido. Pero no quería hablar de eso con Creevey. - Oye... Yo pod... - Tengo más libros. ¿Los quieres? Yo ya no los voy a usar. - Cortó. No quería su ayuda, no quería hablar del tema. No quería que la gente lo tratara como el amante abandonado de Hogwarts. Era prefecto, era alumno de séptimo, el mejor del castillo. Que siguiera siendo así. Creevey tragó saliva. - Me harías un favor, la verdad. - Pues vamos. - Concluyó, poniéndose en marcha a grandes zancadas en dirección a su sala común, con el otro detrás. Sin decir ni una palabra.
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Los niños la miraban con cara de expectación y ella hizo como que se lo estaba pensando mucho. – Tenéis que traerme... Una anémona francesa. – Olive la miró con los ojos muy abiertos. – ¿Por qué? ¿Quieres hacer un filtro de amor? – Gal se rio, esta vez con ganas, porque Olive le recordaba mucho a sí misma, más que su propio hermano. – No. Es la flor del viento. – Dylan escribió rápidamente "Le encanta al viento. Sí, lo que a todo el mundo le molesta, a ella le encanta". Olive asintió, encantada, y tiró del brazo de Dylan. – ¡Vale! ¡Pues a buscarla! ¡Vamos, Dylan! ¿Sabes cómo es? Es así, blanquita, igual las has visto en Francia tú mismo... – Gal estiró el cuello y alzó la voz. – ¡Oye! ¡Quedaos en el límite de lo legal, por favor! – Y se tuvo que reír de sí misma. Primero porque, si a ella alguien le llega a decir eso a esa edad, hubiera sido gastar saliva para nada, y segundo, porque había sonado más a Marcus que en toda su vida.
Volvió a apoyar la barbilla en las rodillas. Los niños tardarían rato en darse cuenta de que no había anémonas francesas en Inglaterra. Conocía esa sensación, la de que podías encontrar lo que fuera, donde fuera, si ponías todo el empeño de tu mente en ello. Pero no. Igual que no se podían encontrar anémonas francesas en Inglaterra, ella no podía arreglar las cosas con Marcus. Lo había estropeado, no había sido capaz de olvidar. Había permitido que otro decidieran por ella. El pasado, su abuela, los Horner, gente que a lo mejor ni si quiera tuvo un lugar en aquella historia nunca, pero que ella había dejado que les contaminaran. Ella había sido agente de su propia destrucción. Pero es que siempre había sido así. Miró a los campos de flores. Sí, porque cuando se acordaba de su madre no miraba al cielo, miraba a donde hubiera una flor. – Lo siento, mamá. No he sabido hacer lo que me dijiste. No he luchado como luchaste tú. Ojalá hubiera podido ser la mitad de valiente que Janet Gallia. Pero es que nunca seré como tú. No seré la luz en la vida de alguien, no seré la mejor madre posible para unos niños Gallia, a los que nadie entiende. – Dos lágrimas resbalaron su cara y esta vez las dejó correr, que para eso estaba sola. – Pero quizá es lo mejor. Así, cuando me apague no llenaré de oscuridad la vida de otros. – Tragó saliva y tomó aire. – Si hubieras sabido cuánto te iba a necesitar papá... Cuánto me iba a equivocar yo... – Rio un poco. – Me habrías llamado de todo si oyeras las cosas que le dije a Marcus... – Suspiró. – Y si supieras todo lo que he hecho mal desde que te fuiste.
Corriendo, llegó la Condesa a su altura, sentándose muy puesta a su lado y dejándole una carta junto a las piernas. – ¡Vaya! Lo que me hacía falta ahora. – Carta de su primo André. Con la prohibición dude escribirse aquellas Navidades no había podido hablar con sus primos, y los echaba de menos. Claro, que preguntarle en ese preciso momento qué tal estaba y hablarle de La Provenza, no era exactamente lo que necesitaba. Al girarse para cogerla, vio a alguien caminar en su vista periférica por el pasillo de la lechucería. Achicó los ojos, con el corazón acelerado, porque veía reflejos azules en esa túnica. Le reconoció cuando ya se perdía de su vista. Solo era Creevey. Iba con alguien, pero siendo Creevey, podía estar tranquila. Si estaba en su mano, estaría en una punta del castillo distinta a la de Marcus. Se dio la vuelta y se guardó la carta de André en la túnica, para leerla en otro momento. La Condesa la miraba con sus enormes ojos azules, moviendo la cola rítmica pero lentamente, comoquiera tamborilea con los dedos. – ¿Qué? ¿No quieres estar sola hoy? – Su gata la miraba impertérrita, como hacía siempre, vamos, como si estuviera pensando "¿Tú te crees que soy tonta o algo? Tienes cara de muerta". – Puedes quedarte aquí. – Dijo acariciando su suavísimo pelaje. – Nadie quiere estar solo realmente ¿Verdad? –
Volvió a apoyar la barbilla en las rodillas. Los niños tardarían rato en darse cuenta de que no había anémonas francesas en Inglaterra. Conocía esa sensación, la de que podías encontrar lo que fuera, donde fuera, si ponías todo el empeño de tu mente en ello. Pero no. Igual que no se podían encontrar anémonas francesas en Inglaterra, ella no podía arreglar las cosas con Marcus. Lo había estropeado, no había sido capaz de olvidar. Había permitido que otro decidieran por ella. El pasado, su abuela, los Horner, gente que a lo mejor ni si quiera tuvo un lugar en aquella historia nunca, pero que ella había dejado que les contaminaran. Ella había sido agente de su propia destrucción. Pero es que siempre había sido así. Miró a los campos de flores. Sí, porque cuando se acordaba de su madre no miraba al cielo, miraba a donde hubiera una flor. – Lo siento, mamá. No he sabido hacer lo que me dijiste. No he luchado como luchaste tú. Ojalá hubiera podido ser la mitad de valiente que Janet Gallia. Pero es que nunca seré como tú. No seré la luz en la vida de alguien, no seré la mejor madre posible para unos niños Gallia, a los que nadie entiende. – Dos lágrimas resbalaron su cara y esta vez las dejó correr, que para eso estaba sola. – Pero quizá es lo mejor. Así, cuando me apague no llenaré de oscuridad la vida de otros. – Tragó saliva y tomó aire. – Si hubieras sabido cuánto te iba a necesitar papá... Cuánto me iba a equivocar yo... – Rio un poco. – Me habrías llamado de todo si oyeras las cosas que le dije a Marcus... – Suspiró. – Y si supieras todo lo que he hecho mal desde que te fuiste.
Corriendo, llegó la Condesa a su altura, sentándose muy puesta a su lado y dejándole una carta junto a las piernas. – ¡Vaya! Lo que me hacía falta ahora. – Carta de su primo André. Con la prohibición dude escribirse aquellas Navidades no había podido hablar con sus primos, y los echaba de menos. Claro, que preguntarle en ese preciso momento qué tal estaba y hablarle de La Provenza, no era exactamente lo que necesitaba. Al girarse para cogerla, vio a alguien caminar en su vista periférica por el pasillo de la lechucería. Achicó los ojos, con el corazón acelerado, porque veía reflejos azules en esa túnica. Le reconoció cuando ya se perdía de su vista. Solo era Creevey. Iba con alguien, pero siendo Creevey, podía estar tranquila. Si estaba en su mano, estaría en una punta del castillo distinta a la de Marcus. Se dio la vuelta y se guardó la carta de André en la túnica, para leerla en otro momento. La Condesa la miraba con sus enormes ojos azules, moviendo la cola rítmica pero lentamente, comoquiera tamborilea con los dedos. – ¿Qué? ¿No quieres estar sola hoy? – Su gata la miraba impertérrita, como hacía siempre, vamos, como si estuviera pensando "¿Tú te crees que soy tonta o algo? Tienes cara de muerta". – Puedes quedarte aquí. – Dijo acariciando su suavísimo pelaje. – Nadie quiere estar solo realmente ¿Verdad? –
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Tenía que ponerse ya a estudiar en serio. Bueno, Marcus siempre estudiaba en serio, pero aún más en serio. Apenas había tocado un libro en la Navidad y desde que había vuelto no podía estar más desconcentrado. Pues se acabó. Estaban los EXTASIS a la vuelta de la esquina, no se podía permitir más distracciones. Así que ahí estaba, con la cabeza hundida en el libro de aritmancia desde hacía... A saber cuántas horas. Al menos estudiando no pensaba. Se había imbuido tanto en el estudio que se le estaba pasando el día entero allí, en silencio, en soledad, en su concentración, en la biblioteca. Al menos un día productivo. Algo era algo. Ojalá fueran todos así a partir de ahora.
Ya estaba en la última página, le había cundido bastante. Cuando acabara, pasaría a otra asignatura. Estaba bien de aritmancia por hoy. Pero entonces notó dos figuras ponerse en su diagonal y mirarle. - Hola, Marcus. -Dijo una voz infantil y pícara. Alzó la cabeza y se encontró con Beverly, enganchada del brazo de una amiguita a la que Marcus no tenía el gusto de conocer porque era de segundo de Slytherin. El chico sonrió. - Hola, Bev. - Solo su saludo ya provocó que las dos chicas se miraran y soltaran risitas. Marcus se guardó una sonrisilla, mojándose los labios. Beverly era su admiradora personal, y él llevaba varios días que necesitaba que le inflaran un poquito el ego. Estaría feo decirlo, que tenía enamoriscada a una niña de segundo, pero, ¿qué? ¿Qué malo tenía? Anne Harmond también le tenía conquistado a él cuando tenía esa edad, por no hablar de como se le caía la baba a Alice con el prefecto Graves... Vaya, ya había tenido que acordarse de Alice...
- ¿Nos puedes ayudar? - Preguntó la chica con vocecilla de niña buena, pero una mirada casi maliciosa. Eso sí, tanto él como Alice eran bastante más inocentones que Beverly con su edad, pero bueno. Cerró su libro ceremoniosamente y las miró con cara de interesante, de esas que estarían haciendo a su hermano Lex soltar arcadas y quejarse si las viera. - Faltaría más. - Las chicas volvieron a mirarse y a reírse. La de Slytherin no hablaba, solo miraba y reía. Ahí la que escribía el guion era la chica de Ravenclaw. - Es que he intentado ayudar a unos chicos de primero, pero tienen algunas dudas que no sé bien responder... Seguro que tú sí sabes. - Dijo con voz melosa y un leve balanceo. - ¿Podrías venir y nos echas una mano? Es de astronomía, que a ti se te dan súuuuper bien. - Era tan sumamente fácil comprarle. Aunque sabía que le estaban comprando, daba igual, él se dejaba regalar el oído. Sonrió con una caída de ojos y se levantó. - A ver, ¿dónde están esos chicos? - Las chicas volvieron a reír entre ellas y le guiaron hasta una de las salas de estudio adyacentes a la biblioteca.
Efectivamente, había un grupito de seis alumnos de primero, todos con la cabeza metida en el mismo libro como hormiguitas. Conocía a dos de los chicos porque eran de su casa, mientras que había un chico y una chica de Slytherin, una chica Gryffindor y otra Hufflepuff. Le hizo gracia el cuadro tan variado, realmente debían estar liados con algo difícil. - ¿Os puedo ayudar? - Todos levantaron la cabeza con los ojos como platos, coreografiadamente, como suricatos. Tardaron un par de parpadeos y de segundos en reaccionar. Los primeros fueron los chicos de Ravenclaw, claro, más acostumbrados a verle entre alumnos de cualquier curso que los demás. - No entendemos esto, Prefecto O'Donnell. - Primera lección: llámame Marcus. - El chico sonrió y Marcus se acercó a ellos. Estaban tan juntos que no veía ni lo que estaban mirando. - Segunda lección: hacedme un hueco para que os pueda ayudar. ¿Creéis que cabré? Está un poco difícil, tenéis esto bastante estrecho. - Bromeó, y los chicos rieron y le hicieron un huequecito. Se sentó y ya pudo ver lo que traían entre manos. - Vale... Un mapa de constelaciones, por lo que veo. - Sí, y mira. - De repente brotó el entusiasmo, y cuando se quiso dar cuenta, tenía a todos los chicos alrededor diciendo mil comentarios a la vez y señalando con treinta dedos en lugares distintos del mapa. Una de ellas hasta se había subido encima de la mesa.
Mientras atendía a sus agobios se tuvo que llevar una mano a la boca para disimular y seguir manteniendo una fachada de interesante, con el ceño fruncido en señal de pensar concienzudamente, mientras se tapaba la sonrisilla. Aquello era muy divertido, esos niños eran adorables, aunque se enteraría mejor de lo que les pasaba si no hablaran todos a la vez. - Vale, en primer lugar. - Extendió bien el pergamino. - Los mapas de constelaciones tienen que ser grandes, ¿vale? Lo más grandes posible. Si no, os pasa lo que os pasa, que no veis bien las estrellas pequeñas y que se os mezclan las distancias. - Sacó la varita del bolsillo. - ¡Engorgio! - El mapa empezó a aumentar de tamaño, ocupando ya toda la mesa, tanto que la alumna de Hufflepuff subida encima se tuvo que bajar. Los niños lo estaban mirando alucinados, con los ojos y la boca muy abiertos. Sobre todo uno de los chicos de su casa. Claro, era hijo de muggles, no estaría acostumbrado a ver cosas así. - Esto es un remedio un poco cutre, ¿vale? Porque como no es su tamaño real, lo vais a ver un poco borroso. Pero no nos viene mal para empezar. - Se inclinó sobre el mapa y, haciendo un gesto a los demás para que se acercaran de nuevo, preguntó. - A ver, ¿qué estáis buscando exactamente? -
Ya estaba en la última página, le había cundido bastante. Cuando acabara, pasaría a otra asignatura. Estaba bien de aritmancia por hoy. Pero entonces notó dos figuras ponerse en su diagonal y mirarle. - Hola, Marcus. -Dijo una voz infantil y pícara. Alzó la cabeza y se encontró con Beverly, enganchada del brazo de una amiguita a la que Marcus no tenía el gusto de conocer porque era de segundo de Slytherin. El chico sonrió. - Hola, Bev. - Solo su saludo ya provocó que las dos chicas se miraran y soltaran risitas. Marcus se guardó una sonrisilla, mojándose los labios. Beverly era su admiradora personal, y él llevaba varios días que necesitaba que le inflaran un poquito el ego. Estaría feo decirlo, que tenía enamoriscada a una niña de segundo, pero, ¿qué? ¿Qué malo tenía? Anne Harmond también le tenía conquistado a él cuando tenía esa edad, por no hablar de como se le caía la baba a Alice con el prefecto Graves... Vaya, ya había tenido que acordarse de Alice...
- ¿Nos puedes ayudar? - Preguntó la chica con vocecilla de niña buena, pero una mirada casi maliciosa. Eso sí, tanto él como Alice eran bastante más inocentones que Beverly con su edad, pero bueno. Cerró su libro ceremoniosamente y las miró con cara de interesante, de esas que estarían haciendo a su hermano Lex soltar arcadas y quejarse si las viera. - Faltaría más. - Las chicas volvieron a mirarse y a reírse. La de Slytherin no hablaba, solo miraba y reía. Ahí la que escribía el guion era la chica de Ravenclaw. - Es que he intentado ayudar a unos chicos de primero, pero tienen algunas dudas que no sé bien responder... Seguro que tú sí sabes. - Dijo con voz melosa y un leve balanceo. - ¿Podrías venir y nos echas una mano? Es de astronomía, que a ti se te dan súuuuper bien. - Era tan sumamente fácil comprarle. Aunque sabía que le estaban comprando, daba igual, él se dejaba regalar el oído. Sonrió con una caída de ojos y se levantó. - A ver, ¿dónde están esos chicos? - Las chicas volvieron a reír entre ellas y le guiaron hasta una de las salas de estudio adyacentes a la biblioteca.
Efectivamente, había un grupito de seis alumnos de primero, todos con la cabeza metida en el mismo libro como hormiguitas. Conocía a dos de los chicos porque eran de su casa, mientras que había un chico y una chica de Slytherin, una chica Gryffindor y otra Hufflepuff. Le hizo gracia el cuadro tan variado, realmente debían estar liados con algo difícil. - ¿Os puedo ayudar? - Todos levantaron la cabeza con los ojos como platos, coreografiadamente, como suricatos. Tardaron un par de parpadeos y de segundos en reaccionar. Los primeros fueron los chicos de Ravenclaw, claro, más acostumbrados a verle entre alumnos de cualquier curso que los demás. - No entendemos esto, Prefecto O'Donnell. - Primera lección: llámame Marcus. - El chico sonrió y Marcus se acercó a ellos. Estaban tan juntos que no veía ni lo que estaban mirando. - Segunda lección: hacedme un hueco para que os pueda ayudar. ¿Creéis que cabré? Está un poco difícil, tenéis esto bastante estrecho. - Bromeó, y los chicos rieron y le hicieron un huequecito. Se sentó y ya pudo ver lo que traían entre manos. - Vale... Un mapa de constelaciones, por lo que veo. - Sí, y mira. - De repente brotó el entusiasmo, y cuando se quiso dar cuenta, tenía a todos los chicos alrededor diciendo mil comentarios a la vez y señalando con treinta dedos en lugares distintos del mapa. Una de ellas hasta se había subido encima de la mesa.
Mientras atendía a sus agobios se tuvo que llevar una mano a la boca para disimular y seguir manteniendo una fachada de interesante, con el ceño fruncido en señal de pensar concienzudamente, mientras se tapaba la sonrisilla. Aquello era muy divertido, esos niños eran adorables, aunque se enteraría mejor de lo que les pasaba si no hablaran todos a la vez. - Vale, en primer lugar. - Extendió bien el pergamino. - Los mapas de constelaciones tienen que ser grandes, ¿vale? Lo más grandes posible. Si no, os pasa lo que os pasa, que no veis bien las estrellas pequeñas y que se os mezclan las distancias. - Sacó la varita del bolsillo. - ¡Engorgio! - El mapa empezó a aumentar de tamaño, ocupando ya toda la mesa, tanto que la alumna de Hufflepuff subida encima se tuvo que bajar. Los niños lo estaban mirando alucinados, con los ojos y la boca muy abiertos. Sobre todo uno de los chicos de su casa. Claro, era hijo de muggles, no estaría acostumbrado a ver cosas así. - Esto es un remedio un poco cutre, ¿vale? Porque como no es su tamaño real, lo vais a ver un poco borroso. Pero no nos viene mal para empezar. - Se inclinó sobre el mapa y, haciendo un gesto a los demás para que se acercaran de nuevo, preguntó. - A ver, ¿qué estáis buscando exactamente? -
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– No me lo puedo creer, vaya. Es que es el manual más típico de la historia de Aritmancia. Es que vamos, vaya vergüenza para la casa Ravenclaw no tenerlo aquí. – Donna levantó la vista de su propia lectura, desde le sofá, suspirando, mientras ella volvía a revisar concienzudamente por quinta vez la estantería. – Gal, déjalo ya. Lo habrá cogido alguien. Estudia otra cosa y ya está. – ¡Sí, claro! Se planifica una precisamente para eso. – Suspiró. Sus amigas nunca entenderían que sus planificaciones las hacía para seguirlas. Ya pasaba bastante de la vida y los planes el resto del tiempo, cuando planificaba algo era para seguirlo al pie de la letra, y con el estudio siempre había sido así. Se dejó caer con enfado en el sofá. Cuando estudiaba no estaba pensando en Marcus, y ahora ya había vuelto su cabeza sola al temita, más la frustración de no poder cumplir con su planificación. Impresionante. Aunque en verdad era todo un mismo problema: había planificado las cosas de una forma que parecía perfecta y, al final, resultaba que no. Donna suspiró otra vez. – Gal. Ve a la dichosa biblioteca. Allí hay más ejemplares. Pídeselo a alguien, lo que sea, pero, por Dios, encuentra ese manual porque si no nos vas a dejar vivir ni estudiar a ninguno, de verdad que no. – ¿Y a quién se lo pido? – ¡A alguien que no sea yo, que tengo deberes de Defensa! – Le dijo su amiga, ya molesta. Sabía que estaba siendo un dolor de muelas para sus amigos esos días, así que se levantó y decidió ir a ser un dolor de muelas para alguien con quien no le daba pena serlo.
– Gallia, te he dicho que dos ejemplares están prestados hasta dentro de diez días y el ejemplar de sala lo ha sacado alguien. – ¿Quién? ¿Quién necesita el dichoso manual de Aritmancia al mismo tiempo que yo? Si tuvieran más ejemplares esto no pasaría. – La bibliotecaria la miró suspirando. – Te estás quedando conmigo ¿Verdad? – Gal abrió mucho los ojos y levantó las manos. – ¿Tengo cara de estar quedándome con usted? Tengo los EXTASIS en cuatro meses y un calendario muy ajustado ¿Sabe? – La bibliotecaria soltó un suspiro más profundo aún y señaló con la barbilla hacia dentro de la biblioteca. – Pues solo puedo sugerirte que entres ahí y se lo cuentes al que lo tiene. Algo me dice que te lo va a ceder encantado. – ¿Y aquel comentario? ¡Oh, aquella señora! De las pocas cosas que no iba a echar de menos de Hogwarts. Se reajustó la mochila y fue hacia dentro de la biblioteca, mirando por las mesas.
Y entonces escuchó su voz, lanzando un Engorgio. Se metió por una de las estanterías y miró por encima de los libros. Claro. ¿Quién iba a organizarse de manera tan parecida a ella que necesitara el libro de Aritmancia al mismo tiempo? Pero no lo estaba usando precisamente. Marcus rodeado de niñitos de primero era una imagen preciosa. Tenía a una Hufflepuff subida a la mesa de la emoción y todo. Y encima con mapas de constelaciones. Con lo que le gustaban a ella. En cualquier otro momento, habría corrido sin pensarlo hacia ellos y habría sacado sus tintas de colores, para enseñarles a distinguir entre constelaciones, y la vía Láctea y... Y para poder alzar los ojos de tanto en tanto y mirar a Marcus de refilón. Y se le veía feliz. Por fin. Trataba de no mirarle mucho los últimos días, porque nada más que le hacía ponerse peor. Pero era imposible no perderse en esa sonrisa, en ese tono tan especial que ponía al hablar con los niños... No hacía mucho, allí estaban ellos dos, así de felices, mirando mapas estelares un viernes por la tarde, antes de salir de investigación. Y ahora él se lo enseñaba a otros niños. Se le daban de miedo, de hecho allí estaban todos felices, escuchándole. Se recordaba a sí misma horas y horas así con su padre, incansable... Sí, en eso Marcus y William eran muy parecidos. Por eso Dylan y ella habían salido tan espabilados. Y por eso los hijos de Marcus serían pequeños ravenclaws, que no pararían de preguntar, y él sería como su padre, contestándoles a todo, enseñándoles con cariño... ¿Qué hacía pensando eso? Se preguntó muy en serio a sí misma, mientras notaba las lágrimas picar en sus ojos y el nudo en su garganta.
-Te he visto. – Dio un bote cuando oyó una voz a su lado. Impresionante. – ¡Por Merlín, Duvall! Casi me matas del susto. – Gal no era nada partidaria de llamar a la gente por los apellidos, pero a esa cría la tenía torcida. Al principio le daba ternura, tan embobada por Marcus (en fin, lo podía entender, ella había estado pillada por su prefecto mayor y enamorada de Marcus, compartían bastantes gustos), pero con el tiempo se dio cuenta de que aquella niña actuaba a mala idea. Es que se creía que tenía alguna clase de oportunidad de Marcus o algo, y siempre había sido repelente con ella, y se la había intentado liar, con no mucho éxito, en más de una ocasión. – ¿Qué haces ahí? – Resopló. – Buscar un manual. Y baja la voz, que estamos en la biblioteca.– ¿Por qué? ¿Hay algún motivo por el que no quieras ver a Marcus?–
– Gallia, te he dicho que dos ejemplares están prestados hasta dentro de diez días y el ejemplar de sala lo ha sacado alguien. – ¿Quién? ¿Quién necesita el dichoso manual de Aritmancia al mismo tiempo que yo? Si tuvieran más ejemplares esto no pasaría. – La bibliotecaria la miró suspirando. – Te estás quedando conmigo ¿Verdad? – Gal abrió mucho los ojos y levantó las manos. – ¿Tengo cara de estar quedándome con usted? Tengo los EXTASIS en cuatro meses y un calendario muy ajustado ¿Sabe? – La bibliotecaria soltó un suspiro más profundo aún y señaló con la barbilla hacia dentro de la biblioteca. – Pues solo puedo sugerirte que entres ahí y se lo cuentes al que lo tiene. Algo me dice que te lo va a ceder encantado. – ¿Y aquel comentario? ¡Oh, aquella señora! De las pocas cosas que no iba a echar de menos de Hogwarts. Se reajustó la mochila y fue hacia dentro de la biblioteca, mirando por las mesas.
Y entonces escuchó su voz, lanzando un Engorgio. Se metió por una de las estanterías y miró por encima de los libros. Claro. ¿Quién iba a organizarse de manera tan parecida a ella que necesitara el libro de Aritmancia al mismo tiempo? Pero no lo estaba usando precisamente. Marcus rodeado de niñitos de primero era una imagen preciosa. Tenía a una Hufflepuff subida a la mesa de la emoción y todo. Y encima con mapas de constelaciones. Con lo que le gustaban a ella. En cualquier otro momento, habría corrido sin pensarlo hacia ellos y habría sacado sus tintas de colores, para enseñarles a distinguir entre constelaciones, y la vía Láctea y... Y para poder alzar los ojos de tanto en tanto y mirar a Marcus de refilón. Y se le veía feliz. Por fin. Trataba de no mirarle mucho los últimos días, porque nada más que le hacía ponerse peor. Pero era imposible no perderse en esa sonrisa, en ese tono tan especial que ponía al hablar con los niños... No hacía mucho, allí estaban ellos dos, así de felices, mirando mapas estelares un viernes por la tarde, antes de salir de investigación. Y ahora él se lo enseñaba a otros niños. Se le daban de miedo, de hecho allí estaban todos felices, escuchándole. Se recordaba a sí misma horas y horas así con su padre, incansable... Sí, en eso Marcus y William eran muy parecidos. Por eso Dylan y ella habían salido tan espabilados. Y por eso los hijos de Marcus serían pequeños ravenclaws, que no pararían de preguntar, y él sería como su padre, contestándoles a todo, enseñándoles con cariño... ¿Qué hacía pensando eso? Se preguntó muy en serio a sí misma, mientras notaba las lágrimas picar en sus ojos y el nudo en su garganta.
-Te he visto. – Dio un bote cuando oyó una voz a su lado. Impresionante. – ¡Por Merlín, Duvall! Casi me matas del susto. – Gal no era nada partidaria de llamar a la gente por los apellidos, pero a esa cría la tenía torcida. Al principio le daba ternura, tan embobada por Marcus (en fin, lo podía entender, ella había estado pillada por su prefecto mayor y enamorada de Marcus, compartían bastantes gustos), pero con el tiempo se dio cuenta de que aquella niña actuaba a mala idea. Es que se creía que tenía alguna clase de oportunidad de Marcus o algo, y siempre había sido repelente con ella, y se la había intentado liar, con no mucho éxito, en más de una ocasión. – ¿Qué haces ahí? – Resopló. – Buscar un manual. Y baja la voz, que estamos en la biblioteca.– ¿Por qué? ¿Hay algún motivo por el que no quieras ver a Marcus?–
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- Ahá. Y si está en diagonal con esta constelación, ¿entonces cuál es? - La chica de Gryffindor se quedó unos segundos pensativa. - ¡Es Casiopea! - ¡Jooo! Lo iba a decir yo. - A veeer, venga, bajad la voz. - Dijo en un tono pausado, acompañado de gestos de las manos. - ¡Siempre hace lo mismo! ¡Responde cuando no le toca! - ¡Porque tardáis mucho! - Marcus se mordió un poco los labios para aguantarse la risa. Vaya, ese chico de Ravenclaw le recordaba demasiado a él. Le puso una mano en la suya con tranquilidad. - A ver, Ronald. Está genial que te lo sepas. Te las sabes casi todas, de hecho. - El chico se irguió con dignidad y orgullo, mirando a la chica enfurruñada de soslayo. - Pero Padma estaba pensando. Tienes que dejar a la gente pensar, y es de hombres educados saber respetar los turnos de palabra. Y tú eres un hombre educado, ¿a que sí? - El chico hizo una muequecita, asintiendo, y miró a la chica. - Perdona, Padma. - Marcus asintió con una sonrisa. - Genial. Es mucho mejor cuando nos llevamos bien todos y trabajamos en equipo. - ¿Verdad que sí? Yo lo digo siempre. - Dijo contenta la chica de Hufflepuff, que aprovechando una esquina desocupada había vuelto a ocupar su puesto encima de la mesa.
- Muy bien, entonces, si esta es Casiopea... - Continuó, usando los materiales que tenían por allí y ayudándoles a trazar líneas rectas. Poco a poco iban descubriendo las estrellas que tenían perdidas. Merecía la pena, merecía tanto la pena dejar de lado el estudio por una hora para hacer eso. A pesar de que pudiera parecer que lo que más le gustaba de ser prefecto era el estatus, o tener mil responsabilidades, o tener ciertos privilegios, lo que más le gustaba era eso. Esa sensación de que era una figura a la que podían pedir ayuda en cualquier momento, y no ser solo uno de esos alumnos mayores del castillo, tan inaccesible. A él solo había que pedírselo y acudiría.
Que, a todo esto, la que se lo había pedido se había esfumado. No le interesaría una divagación sobre un mapa de constelaciones por parte de alumnos de primero. - Y ya estarían todas. ¿A que ahora se ve más claro? - Todos asintieron contentos y él sonrió con satisfacción. Aparentemente ya habían terminado con aquello, pero antes de que se planteara siquiera levantarse, los chicos empezaron con otro batallón de preguntas, ya de índole aleatoria, porque algunas no tenían ya mucho que ver con la astronomía. Pero estaba bien allí, le gustaba charlar con los chicos, así que no le importaba quedarse un ratito. - ¿Y en séptimo se siguen haciendo mapas de constelaciones? - Sí, algunos, más complicados que este, claro. Pero en general, se entiende que ya dominas eso, y estudiamos otras cosas. - Jo, pues para mí es súper difícil, nunca veo nada. - Comentó Padma frustrada, encogiéndose de hombros. - Si me lo tengo que aprender de memoria... - Bueno, es cierto que es muy visual, pero hay truquitos. Además, como dice Amanda, esta es la asignatura ideal para trabajar en equipo. Yo siempre digo que cuatro ojos ven más que dos. - La chica de Hufflepuff sonrió por alusiones, y se inclinó un poco en la mesa. - ¿Tú haces mapas de constelaciones con tus amigos? - Debía haberse visto venir que aquella pregunta iba a caer. Tardó un par de segundos en reaccionar, pero al final sonrió. - Claro. - ¿Y os lleváis todos bien y os ayudáis unos a otros? - A Marcus se le escapó una carcajada. - Bueno, no siempre, aunque lo intentamos. Pero una vez nos pusimos tan nerviosos, que acabé con la túnica manchada de tinta. - ¿Se te cayó el tintero? - Marcus se mojó los labios. - No, me manchó una amiga. - Esperaba que no se hubiera notado el tono melancólico al decir eso. No se notó en absoluto, los chicos estaban demasiado entusiasmados con la narrativa. La chica de Hufflepuff se llevó una mano a la boca ahogando el asombro, como si acabara de confesarle algo horrible, pero los demás se rieron. - ¿Y qué os dijo la bibliotecaria? ¿Se enfadó mucho? - Preguntó la chica de Slytherin, con un brillo en los ojos que delataba que claramente deseaba que la respuesta fuera "sí". - Un montón, así que mejor que no se lo recordéis, que es capaz de echarme de la biblioteca con carácter retroactivo. - Dijo entre risas, y luego negó con la cabeza. - Pero es normal, a veces surgen desacuerdos. Pero lo importante es que no se os olvide que todos tenéis un objetivo común, que todos estáis aquí para aprender, y que son tus amigos. Y los amigos se quieren. - Vaya. Muy ligero había dicho eso. Estaba tan enfrascado en su dinámica de cuentacuentos para los de primero de Hogwarts que había rodado con la anécdota, y ahora... Era otro recuerdo doloroso pinchando en su pecho. No iba a ser tan fácil hacer como si nada, ni aunque fuera por unos minutos.
- Muy bien, entonces, si esta es Casiopea... - Continuó, usando los materiales que tenían por allí y ayudándoles a trazar líneas rectas. Poco a poco iban descubriendo las estrellas que tenían perdidas. Merecía la pena, merecía tanto la pena dejar de lado el estudio por una hora para hacer eso. A pesar de que pudiera parecer que lo que más le gustaba de ser prefecto era el estatus, o tener mil responsabilidades, o tener ciertos privilegios, lo que más le gustaba era eso. Esa sensación de que era una figura a la que podían pedir ayuda en cualquier momento, y no ser solo uno de esos alumnos mayores del castillo, tan inaccesible. A él solo había que pedírselo y acudiría.
Que, a todo esto, la que se lo había pedido se había esfumado. No le interesaría una divagación sobre un mapa de constelaciones por parte de alumnos de primero. - Y ya estarían todas. ¿A que ahora se ve más claro? - Todos asintieron contentos y él sonrió con satisfacción. Aparentemente ya habían terminado con aquello, pero antes de que se planteara siquiera levantarse, los chicos empezaron con otro batallón de preguntas, ya de índole aleatoria, porque algunas no tenían ya mucho que ver con la astronomía. Pero estaba bien allí, le gustaba charlar con los chicos, así que no le importaba quedarse un ratito. - ¿Y en séptimo se siguen haciendo mapas de constelaciones? - Sí, algunos, más complicados que este, claro. Pero en general, se entiende que ya dominas eso, y estudiamos otras cosas. - Jo, pues para mí es súper difícil, nunca veo nada. - Comentó Padma frustrada, encogiéndose de hombros. - Si me lo tengo que aprender de memoria... - Bueno, es cierto que es muy visual, pero hay truquitos. Además, como dice Amanda, esta es la asignatura ideal para trabajar en equipo. Yo siempre digo que cuatro ojos ven más que dos. - La chica de Hufflepuff sonrió por alusiones, y se inclinó un poco en la mesa. - ¿Tú haces mapas de constelaciones con tus amigos? - Debía haberse visto venir que aquella pregunta iba a caer. Tardó un par de segundos en reaccionar, pero al final sonrió. - Claro. - ¿Y os lleváis todos bien y os ayudáis unos a otros? - A Marcus se le escapó una carcajada. - Bueno, no siempre, aunque lo intentamos. Pero una vez nos pusimos tan nerviosos, que acabé con la túnica manchada de tinta. - ¿Se te cayó el tintero? - Marcus se mojó los labios. - No, me manchó una amiga. - Esperaba que no se hubiera notado el tono melancólico al decir eso. No se notó en absoluto, los chicos estaban demasiado entusiasmados con la narrativa. La chica de Hufflepuff se llevó una mano a la boca ahogando el asombro, como si acabara de confesarle algo horrible, pero los demás se rieron. - ¿Y qué os dijo la bibliotecaria? ¿Se enfadó mucho? - Preguntó la chica de Slytherin, con un brillo en los ojos que delataba que claramente deseaba que la respuesta fuera "sí". - Un montón, así que mejor que no se lo recordéis, que es capaz de echarme de la biblioteca con carácter retroactivo. - Dijo entre risas, y luego negó con la cabeza. - Pero es normal, a veces surgen desacuerdos. Pero lo importante es que no se os olvide que todos tenéis un objetivo común, que todos estáis aquí para aprender, y que son tus amigos. Y los amigos se quieren. - Vaya. Muy ligero había dicho eso. Estaba tan enfrascado en su dinámica de cuentacuentos para los de primero de Hogwarts que había rodado con la anécdota, y ahora... Era otro recuerdo doloroso pinchando en su pecho. No iba a ser tan fácil hacer como si nada, ni aunque fuera por unos minutos.
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Gal soltó una risita sarcástica entre dientes y volvió a mirar a Marcus, con todos los niños super entusiasmados diciendo "Cassiopea". – No me hagas reír, Duvall, que todo el mundo sabe por qué no me hablo con Marcus. Tú más que nadie. – La niña se cruzó de brazos con cara de ofendida y desvió la mirada, mientras se apoyaba, dude brazos cruzados, en la estantería a su lado. – Menudo comentario más desagradable. – Pues anda que el tuyo. – Respondió, ofendida ¿Pero que hacía discutiendo con esa ratilla? Ni si quiera la estaba mirando. Solo podía observar las manos de Marcus mientras les trazaba mapas a los chicos... Oh, esas manos tan perfectas... Mala idea, malísima idea fijarse en eso ahora. – No has contestado a mi pregunta. – Echó aire fuertemente por la nariz. – ¿Sigues aquí? – Dijo con tono agotado. La niña ladeó la cabeza con una sonrisa entendida y sin moverse de su posición. – Es que sigues sin contestar. – Marcus parecía entretenido con los niños, que ahora le escuchaban anonadados. – Estaba buscando el Manual de Wenlock de Numerología. – Contestó ausente, sin dejar de mirar por encima de los libros. Se alegraba de veras de verlo sonreír. Aunque ella siguiera en la mierda. Lo prefería mil veces que pensar que le estaba robando la alegría. – Lo tiene Marcus. Lo estaba leyendo cuando lo ha dejado para venir conmigo. – Gal la miró con una ceja alzada. No veas si venía espabilada la niña. – ¿De veras? ¿Y no sabrás por dónde lo ha dejado, no? – La niña negó con la cabeza con suficiencia. Y allí se quedaron las dos, Gal oteando por la librería, y Beverly mirándola a ella.
-¿Solo buscabas eso? – Sí. – La niña la siguió mirando con suspicacia. – Pues vete. Marcus está con los de primero. Ya devolverá el manual. Y entonces podrás cogerlo tú. – Resopló de nuevo. No iba a hacerle una conferencia a aquella niñata sobre el por qué de una buena organización para los EXTASIS, pero le estaba tocando las narices a base de bien. Miró a Marcus, tan feliz rodeado de niños, con todos sonriéndole y claramente viviendo su momento. Y a ella, en un pasillo polvoriento y medio oscuro, discutiendo con una niña que apenas era más mayor que su hermano. Suspiró y se dejó resbalar por la pared sentándose en el suelo. – Yo también estaba enamorada de mi prefecto ¿Sabes? – Ya, lo sabe todo el mundo. – Le dijo con ese tonito tan suyo, y sin abandonar su posición. Pero ella contestó con una sonrisita ausente (porque negar lo de Marcus, ya, a estas alturas, no tenía mucho sentido). – No, no me refería Marcus. Del prefecto que había cuando yo tenía tu edad. Se llamaba Howard Graves. – De repente, Beverly la miraba con curiosidad, aunque sin abandonar su posición. – ¿Y fuiste su novia? – Eso le hizo reír otro poco. – No, qué va. Porque era cinco años mayor que yo. Y tenía novia. – Marcus es cinco años mayor que yo. – Gal torció la cabeza, con la mirada perdida aún, pero sin perder la sonrisita. – ¿Sí, eh? – Beverly se sentó, pero se quedó a esa distancia. – ¿Era guapo tu prefecto? – Ella asintió lentamente con la cabeza. Oh sí, y ahora veía a Marcus y se daba cuenta de que se había colgado por Howard porque claramente era una versión más mayor y madura de Marcus, y su yo de once años, para sentir algo fuera de la amistad, necesitaba un chico que pareciera más mayor, más adelantado. Pero Marcus creció rápido. – ¿Más que Marcus? – Eso le hizo ampliar la sonrisa ya posar la cabeza en los libros, mientras, de fondo, oía al chico contar la historia del trabajo que casi acaba en asesinato. – Se parecían bastante. Altos, morenos, muy guapos... Pero Marcus tiene los ojos más bonitos. Y estudia Alquimia. – Dijo, riéndose de su propia broma. Pero la niña parecía muy seria. – ¿Te caía bien su novia? – Gal arrugó el gesto y sacó los morros, negando con la cabeza. – No. No especialmente. Pero era muy curiosa como yo, y de Ravenclaw. E inteligente. Yo le tenía mucha manía porque era la novia de Howard, y eso me impedía ver que éramos muy parecidas. – La niña estaba callada y mirando a la estantería de enfrente. – ¿Te lo acabas de inventar? – Aquella salida tan Ravenclaw le hizo reír un poco más alto y negó con la cabeza. – Palabra de Ravenclaw, Duvall. – Dijo levantando la mano derecha y poniéndosela en el corazón. – Búscalo en los anuarios, ya verás, era muy muy parecido a Marcus, te va a gustar. – La niña sacó morritos y movió la cabeza de lado a lado. – ¿Es por eso que te peleaste con él? ¿Porque aún estás enamorada de Howard Graves? – Volvió a negar con la cabeza. – No. Realmente nunca estuve enamorada de verdad de él. Solo me gustaba porque era una versión más adulta de Marcus, y a esa edad, las chicas somos más mayores de aquí que los chicos. – Dijo dándose con el índice en la sien. Eso hizo sonreír a la niña. – Sí, es verdad. – Luego se les pasa, a algunos. – Puso una sonrisa y oyó a la Hufflepuff, que el parecía lo más mono del mundo, diciendo que todos deberían ayudarse entre todos. si pudiera verle la cara desde ahí, se la presentaría a Dylan y Olive, solo por asegurarse de que estuviera rodeada de gente tan adorable como ella. – ¿Le dijiste alguna vez a Howard Graves que te gustaba? – Asintió, mordiéndose los labios por dentro. – El último día de curso de segundo, cuando él se iba. Le di una carta y unas flores secas. – ¿Y su novia se enfadó? – Gal ladeó la cabeza. – Pues no. Yo la miré muy malamente porque creía que se estaba riendo de mí, pero, ¿sabes qué me dijo? – Beverly la miraba con ojos de lechuza. – Que el mundo es suficientemente difícil para nosotras, las chicas, como para ponernos la zancadilla o reírnos las unas de las otras. Que siempre que pudiera, ayudara a otra chica. – Ambas se quedaron en silencio unos segundos, mirándose. Se levantó y tomó aire. – Ayúdame tú a mí y no le digas a Marcus que me has visto ¿Vale? – La niña asintió. Pero seguía ahí. – ¿Te regaló algo Howard Graves a ti? – Ella subió el hombro derecho y puso una sonrisa tierna. – Mi nombre. Gal. Fue él quien me empezó a llamar así. – Y entonces a la niña se le iluminó la cara y sonrió. – ¡A mí Marcus me llama Bev! – Gal se mordió el labio, sin perder la sonrisa y alzó las cejas significativamente.
Cuando la niña se dio la vuelta y desapareció por el pasillo, miró una última vez a Marcus. Allí, sola, sin nadie preguntándole y sin su mente gritándole que dejara toda esperanza, que luego era peor, admirar a Marcus era hasta curativo. Era como un poquito de aire fresco sobre las quemaduras. Como el agua en desierto. Se llevó una mano a los labios y luego la dirigió a él. – Qué afortunada va a ser la que sepa conservarte. – Murmuró, de nuevo al borde las lágrimas. Y se fue del tirón a una de las mesas más apartadas, pegada a la pared, tratando de no ser vista, a reconfigurarlo todo su plan de estudios, a ver si podía pasar del dichoso manual. Cuando ya llevaba un rato, en el otro extremo de la larga mesa, que estaba más cercano al pasillo, oyó un golpe. No levantó la cabeza a tiempo para ver quién lo había ocasionado, pero sí vio un libro. Se levantó y lo cogió. Manual de Numerología de Wenlock. Y a pesar de que no estaban siendo sus mejores días, tuvo que sonreír. Igual no había conseguido cumplir su horario de estudio, o tenía que quedarse hasta las tantas para hacerlo, pero ahora Beverly Duvall estaría un poquito más inclinada a ayudar a sus compañías. Y sí, así debía sentirse Marcus todos los días. Y sí, entendía por qué le gustaba tanto.
-¿Solo buscabas eso? – Sí. – La niña la siguió mirando con suspicacia. – Pues vete. Marcus está con los de primero. Ya devolverá el manual. Y entonces podrás cogerlo tú. – Resopló de nuevo. No iba a hacerle una conferencia a aquella niñata sobre el por qué de una buena organización para los EXTASIS, pero le estaba tocando las narices a base de bien. Miró a Marcus, tan feliz rodeado de niños, con todos sonriéndole y claramente viviendo su momento. Y a ella, en un pasillo polvoriento y medio oscuro, discutiendo con una niña que apenas era más mayor que su hermano. Suspiró y se dejó resbalar por la pared sentándose en el suelo. – Yo también estaba enamorada de mi prefecto ¿Sabes? – Ya, lo sabe todo el mundo. – Le dijo con ese tonito tan suyo, y sin abandonar su posición. Pero ella contestó con una sonrisita ausente (porque negar lo de Marcus, ya, a estas alturas, no tenía mucho sentido). – No, no me refería Marcus. Del prefecto que había cuando yo tenía tu edad. Se llamaba Howard Graves. – De repente, Beverly la miraba con curiosidad, aunque sin abandonar su posición. – ¿Y fuiste su novia? – Eso le hizo reír otro poco. – No, qué va. Porque era cinco años mayor que yo. Y tenía novia. – Marcus es cinco años mayor que yo. – Gal torció la cabeza, con la mirada perdida aún, pero sin perder la sonrisita. – ¿Sí, eh? – Beverly se sentó, pero se quedó a esa distancia. – ¿Era guapo tu prefecto? – Ella asintió lentamente con la cabeza. Oh sí, y ahora veía a Marcus y se daba cuenta de que se había colgado por Howard porque claramente era una versión más mayor y madura de Marcus, y su yo de once años, para sentir algo fuera de la amistad, necesitaba un chico que pareciera más mayor, más adelantado. Pero Marcus creció rápido. – ¿Más que Marcus? – Eso le hizo ampliar la sonrisa ya posar la cabeza en los libros, mientras, de fondo, oía al chico contar la historia del trabajo que casi acaba en asesinato. – Se parecían bastante. Altos, morenos, muy guapos... Pero Marcus tiene los ojos más bonitos. Y estudia Alquimia. – Dijo, riéndose de su propia broma. Pero la niña parecía muy seria. – ¿Te caía bien su novia? – Gal arrugó el gesto y sacó los morros, negando con la cabeza. – No. No especialmente. Pero era muy curiosa como yo, y de Ravenclaw. E inteligente. Yo le tenía mucha manía porque era la novia de Howard, y eso me impedía ver que éramos muy parecidas. – La niña estaba callada y mirando a la estantería de enfrente. – ¿Te lo acabas de inventar? – Aquella salida tan Ravenclaw le hizo reír un poco más alto y negó con la cabeza. – Palabra de Ravenclaw, Duvall. – Dijo levantando la mano derecha y poniéndosela en el corazón. – Búscalo en los anuarios, ya verás, era muy muy parecido a Marcus, te va a gustar. – La niña sacó morritos y movió la cabeza de lado a lado. – ¿Es por eso que te peleaste con él? ¿Porque aún estás enamorada de Howard Graves? – Volvió a negar con la cabeza. – No. Realmente nunca estuve enamorada de verdad de él. Solo me gustaba porque era una versión más adulta de Marcus, y a esa edad, las chicas somos más mayores de aquí que los chicos. – Dijo dándose con el índice en la sien. Eso hizo sonreír a la niña. – Sí, es verdad. – Luego se les pasa, a algunos. – Puso una sonrisa y oyó a la Hufflepuff, que el parecía lo más mono del mundo, diciendo que todos deberían ayudarse entre todos. si pudiera verle la cara desde ahí, se la presentaría a Dylan y Olive, solo por asegurarse de que estuviera rodeada de gente tan adorable como ella. – ¿Le dijiste alguna vez a Howard Graves que te gustaba? – Asintió, mordiéndose los labios por dentro. – El último día de curso de segundo, cuando él se iba. Le di una carta y unas flores secas. – ¿Y su novia se enfadó? – Gal ladeó la cabeza. – Pues no. Yo la miré muy malamente porque creía que se estaba riendo de mí, pero, ¿sabes qué me dijo? – Beverly la miraba con ojos de lechuza. – Que el mundo es suficientemente difícil para nosotras, las chicas, como para ponernos la zancadilla o reírnos las unas de las otras. Que siempre que pudiera, ayudara a otra chica. – Ambas se quedaron en silencio unos segundos, mirándose. Se levantó y tomó aire. – Ayúdame tú a mí y no le digas a Marcus que me has visto ¿Vale? – La niña asintió. Pero seguía ahí. – ¿Te regaló algo Howard Graves a ti? – Ella subió el hombro derecho y puso una sonrisa tierna. – Mi nombre. Gal. Fue él quien me empezó a llamar así. – Y entonces a la niña se le iluminó la cara y sonrió. – ¡A mí Marcus me llama Bev! – Gal se mordió el labio, sin perder la sonrisa y alzó las cejas significativamente.
Cuando la niña se dio la vuelta y desapareció por el pasillo, miró una última vez a Marcus. Allí, sola, sin nadie preguntándole y sin su mente gritándole que dejara toda esperanza, que luego era peor, admirar a Marcus era hasta curativo. Era como un poquito de aire fresco sobre las quemaduras. Como el agua en desierto. Se llevó una mano a los labios y luego la dirigió a él. – Qué afortunada va a ser la que sepa conservarte. – Murmuró, de nuevo al borde las lágrimas. Y se fue del tirón a una de las mesas más apartadas, pegada a la pared, tratando de no ser vista, a reconfigurarlo todo su plan de estudios, a ver si podía pasar del dichoso manual. Cuando ya llevaba un rato, en el otro extremo de la larga mesa, que estaba más cercano al pasillo, oyó un golpe. No levantó la cabeza a tiempo para ver quién lo había ocasionado, pero sí vio un libro. Se levantó y lo cogió. Manual de Numerología de Wenlock. Y a pesar de que no estaban siendo sus mejores días, tuvo que sonreír. Igual no había conseguido cumplir su horario de estudio, o tenía que quedarse hasta las tantas para hacerlo, pero ahora Beverly Duvall estaría un poquito más inclinada a ayudar a sus compañías. Y sí, así debía sentirse Marcus todos los días. Y sí, entendía por qué le gustaba tanto.
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- Entonces, aparte de las constelaciones, ¿qué habéis sacado hoy en claro? - Amanda levantó alegremente la mano. - Que hay que trabajar en equipo. - Muy bien. - Por el rabillo del ojo había visto que Ronald había abierto la boca para hablar el primero, pero que la cerró con los mofletes inflados nada más vio a la chica con la mano levantada. Marcus se giró a él y le alzó las cejas. - ¿Ronald? - El niño sonrió con un toque tímido. - Que hay que respetar los turnos de palabra. - Genial. - Asintió sonriente. - ¿Y... Algo más? - Básicamente lo primero que les había dicho. Tras unos instantes de silencio, fue Padma la que habló. - ¿Que hagamos mapas más grandes? - Marcus soltó una carcajada y le revolvió el pelo a la niña. - ¡Exacto! ¿Ves? No se te da tan mal la astronomía como tú te crees, seguro que te va genial. - Eso la alegró bastante. Marcus sacó la varita de nuevo y apuntó al mapa. - ¡Reducio! - El mapa volvió a su tamaño original y él se puso de pie, animosamente. - Venga, recoged bien todo lo que hay por aquí y dejadlo como estaba. - Cogió su libro y se despidió de los chicos.
Colocó el manual en el mostrador de la bibliotecaria, a la que saludó con un movimiento de cabeza y la mínima sonrisa de cortesía. Por supuesto, la mujer no iba a quedarse sin su comentario malintencionado habitual. - ¿Ya ha dejado de acaparar el libro a pesar de no estar usándolo, O'Donnell? - Marcus la miró con cara de circunstancias. - ¿Es que ha venido mucha gente preguntando por él? - Ninguna, estaba clarísimo. ¿Quién iba a querer ese libro? No había tantos alumnos cursando aritmancia avanzada y era súper técnico, por no hablar de que tenía que coincidir que expresamente esos pocos alumnos decidieran estudiar esa asignatura, ese día y con ese manual. - Pues sí. - Dijo la mujer con un soniquete de suficiencia, mirándole. - Una de tus compañeras. - A Marcus debió cambiársele la cara, pero ella siguió. - Y parecía bastante molesta porque "se le había descuadrado su maravilloso plan de estudio". - La bibliotecaria chistó a un lado con desprecio. - Ravenclaws... - Pero Marcus ya ni le estaba haciendo caso. Era Alice, no cabía duda, estaba segurísimo. Genial. Ahora "le había roto su planificación de estudio" reteniendo un manual que ni siquiera estaba usando. Otra monedita más al tarro del odio de Alice hacia él. Debió imaginar que eso de querer estudiar aritmancia hoy no le había venido por ciencia infusa... En algún momento hablarían de hacer eso juntos...
- Bueno, pues ya está devuelto. - Dijo con un suspiro, dando una palmada en el lomo. Pero él tampoco iba a irse sin su pullita. - Igualmente, si tuvieran más ejemplares esto no pasaría. - La mujer soltó un gruñido de desdén, rodando los ojos. - ¿Os ponéis de acuerdo para decir las mismas frases? - Ah, ¿ella le había dicho lo mismo? Pues... Qué bien... Mejor dejaba de hablar con esa mujer. Negó con la cabeza y, ligeramente más atribulado de como estaba cuando terminara su conversación con los chicos, salió de la biblioteca.
Colocó el manual en el mostrador de la bibliotecaria, a la que saludó con un movimiento de cabeza y la mínima sonrisa de cortesía. Por supuesto, la mujer no iba a quedarse sin su comentario malintencionado habitual. - ¿Ya ha dejado de acaparar el libro a pesar de no estar usándolo, O'Donnell? - Marcus la miró con cara de circunstancias. - ¿Es que ha venido mucha gente preguntando por él? - Ninguna, estaba clarísimo. ¿Quién iba a querer ese libro? No había tantos alumnos cursando aritmancia avanzada y era súper técnico, por no hablar de que tenía que coincidir que expresamente esos pocos alumnos decidieran estudiar esa asignatura, ese día y con ese manual. - Pues sí. - Dijo la mujer con un soniquete de suficiencia, mirándole. - Una de tus compañeras. - A Marcus debió cambiársele la cara, pero ella siguió. - Y parecía bastante molesta porque "se le había descuadrado su maravilloso plan de estudio". - La bibliotecaria chistó a un lado con desprecio. - Ravenclaws... - Pero Marcus ya ni le estaba haciendo caso. Era Alice, no cabía duda, estaba segurísimo. Genial. Ahora "le había roto su planificación de estudio" reteniendo un manual que ni siquiera estaba usando. Otra monedita más al tarro del odio de Alice hacia él. Debió imaginar que eso de querer estudiar aritmancia hoy no le había venido por ciencia infusa... En algún momento hablarían de hacer eso juntos...
- Bueno, pues ya está devuelto. - Dijo con un suspiro, dando una palmada en el lomo. Pero él tampoco iba a irse sin su pullita. - Igualmente, si tuvieran más ejemplares esto no pasaría. - La mujer soltó un gruñido de desdén, rodando los ojos. - ¿Os ponéis de acuerdo para decir las mismas frases? - Ah, ¿ella le había dicho lo mismo? Pues... Qué bien... Mejor dejaba de hablar con esa mujer. Negó con la cabeza y, ligeramente más atribulado de como estaba cuando terminara su conversación con los chicos, salió de la biblioteca.
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Quitó la hojita amarilla del tallo de los girasoles y comprobó la tierra. No, no hacía falta regarles. Estaban así de alicaídos porque no tenían el sol. Suspiró y acarició los pétalos con delicadeza. – Sí, lo sé. Se echa de menos al sol. Con la luna no basta. – Murmuró, tan cabizbaja como aquellos girasoles. Se fue hacia las mesas a por un remedio contra el pulgón blanco y fue a echárselo a las trepadoras, que acumulaban mucha humedad y tendían al pulgón. Como había que esperar más o menos media hora tras la primera aplicación para saber en qué zonas había que aplicar la segunda, se sentó justo al lado con el libro de Defensa, que era lo que más atrasado llevaba.
No habían pasado ni diez minutos cuando oyó un crujido cerca suyo y levantó, sorprendida la mirada. – Profesora Mustang. Qué susto me ha dado. – La mujer rio, cruzándose e brazos. Era una señora de mirada astuta y jovial, aunque ya debía andar por los cincuenta. Era hiperactiva y jaleaba mucho a los alumnos, y eso a Gal le encantaba. – No, asustada estoy yo, Gallia. – Ella frunció el ceño. – ¿Por qué? – Mustang se acercó y le puso la mano en la frente. – No, pues fiebre no tienes ¿Qué han hecho con mi Alice Gallia que está quieta y sentada leyendo? – Se le escapó una risita, porque realmente le había comprado todo el número a la profesora. – Todos crecemos. – Dijo con un tono ligeramente triste. La profesora la miró de lado, sin perder la sonrisa. – Pues no te veo yo muy crecida a ti precisamente ¿No? – Dejó escapar otra risita y dijo. – Es que estoy un poco agobiada con los exámenes. – Mustang abrió mucho los ojos y movió las manos en el aire. – Los exámenes y la historia de amor-odio de los ravenclaws con ellos. – Eso le hizo reír de nuevo, esta vez más ampliamente. – Venga, ayúdame con los rosales ¿Qué digo yo siempre? – Que el trabajo dignifica y eleva el espíritu. – La profesora le pasó la mano por los hombros y la condujo hacia los rosales. – ¡Eso ya suena más a mi Gallia!
Los rosales eran las plantas más sensibles y dificultosas de todas, seguidas tan solo de cerca por los lirios de cala y las orquídeas africanas. Lo de los lirios de cala le puso ya otra vez el mal humor. Realmente, cuidar los rosales requería tantísimo esfuerzo y concentración que, como bien había dicho la profesora, elevaba el espíritu solo del hecho de ir logrando cosas aquí y allá. – Gallia, mis rosas no tienen la culpa de que estés de mal humor. Ya sé que no son tu flor favorita, pero hazlo con más delicadeza, por favor. – Inspiró y asintió, empezando a quitar las espinas con la varita con más cuidado. – Perdón. Tiene razón. Aunque es verdad que no me gustan las rosas. – Dijo, volviendo a concentrarse en el trabajo. – Pues es lo que todo el mundo viene siempre buscando. La flor por excelencia. – Soltó una risa sarcástica, sin dejar de hacer lo que hacía ni levantar la vista. – Sí, pues... Eso explica por qué no me gustan a mí. – Mustang rio. – Sí, a mí tampoco me hacen mucho chiste. Las asocio a las bodas, a los ramos de las novias. Todo muy hortera, muy poco yo.– Ella ladeó la sonrisa y dijo con retintín. – Pues a mí me dijeron que habría espino blanco en la mía. – Vaya tono para decirlo ¿Es que tampoco te gusta el espino blanco? Con lo bonitos que te crecen, tan cargados de flores. El de Olive Clearwater está que parece que le ha nevado encima. – Giró la cabeza para buscarlo. Sí, el espino de Olive era precioso, pero eso a ella, ahora mismo, nada más que le hacía daño. Mucho daño. – Fue una predicción que nos hizo la profesora Hawkins hace años. Una estupidez. Eso o que tenía que haberlo interpretado como que, siendo el espino blanco un árbol de pira funeraria, a eso estaba condenada tal boda. – La profesora siguió con su trabajo como si nada, pero a los pocos segundos dijo. – ¿Nos? – A Marcus O'Donnell y a mí. Bueno, lo del espino me lo dijo a mí, a él le dijo otra cosa. – La profesora rio un poco. – Bueno, ya sabes que la adivinación hay que tomársela... Como interpretable. – Sí, y tan interpretable. – Dijo con más ahínco del que pretendía.
Estuvieron así un rato más, pero Gal no paraba de dar a la cabeza. – ¿Por qué les gustan tanto las rosas? ¿Qué tienen de especiales, a ver? Mire el romero. El romero lo resiste todo. El almendro es más fino, más exclusivo, las lavandas huelen más y... Son moradas. – Mustang rio. – Sí, muy importante que sean moradas. – Eso le hizo reír a ella también, y volvió a trabajar. – No me haga caso. No sé lo que digo. – La profesora se encogió de hombros con una sonrisa, pero al poco empezó a hablar de nuevo. – Pero yo diría... Que la rosa es la flor bonita más... Evidente. Surge pronto, mucho pétalos, un olor suave, reconocible... En definitiva, evidente. Y por lo tanto gusta a la gente que no quiere romperse la cabeza. Es un acierto seguro. El romero, mal usado... Te puede matar. El almendro, si no estás atento, te lo puedes perder y las lavandas son salvajes y fuertes... Te pueden embriagar con su olor. – Ella se mordió los carrillos por dentro. – Mira a Matthews. Un chaval como él... Acaba sepultado por plantas así. Necesita rosas, normalitas. – Eso hizo reír a Gal y sacudió un poco otro matojo de rosas. – Si usted supiera... – Mustang rio. – Sé más de lo que crees. Observo a las persona como observo a las plantas. Sé que hay chicos como él que no saben controlar ese tipo de plantas. Y que hay otros que consiguen plantarlas y hacerlas crecer... Tal como tienen que hacerlo. – Gal se había levantado y estaba inspeccionando el matojo así que le contestó sin mirarla. – Presénteme alguno. Igual así me va mejor. – Hm... Yo creo que ya lo conoces bastante bien.
No habían pasado ni diez minutos cuando oyó un crujido cerca suyo y levantó, sorprendida la mirada. – Profesora Mustang. Qué susto me ha dado. – La mujer rio, cruzándose e brazos. Era una señora de mirada astuta y jovial, aunque ya debía andar por los cincuenta. Era hiperactiva y jaleaba mucho a los alumnos, y eso a Gal le encantaba. – No, asustada estoy yo, Gallia. – Ella frunció el ceño. – ¿Por qué? – Mustang se acercó y le puso la mano en la frente. – No, pues fiebre no tienes ¿Qué han hecho con mi Alice Gallia que está quieta y sentada leyendo? – Se le escapó una risita, porque realmente le había comprado todo el número a la profesora. – Todos crecemos. – Dijo con un tono ligeramente triste. La profesora la miró de lado, sin perder la sonrisa. – Pues no te veo yo muy crecida a ti precisamente ¿No? – Dejó escapar otra risita y dijo. – Es que estoy un poco agobiada con los exámenes. – Mustang abrió mucho los ojos y movió las manos en el aire. – Los exámenes y la historia de amor-odio de los ravenclaws con ellos. – Eso le hizo reír de nuevo, esta vez más ampliamente. – Venga, ayúdame con los rosales ¿Qué digo yo siempre? – Que el trabajo dignifica y eleva el espíritu. – La profesora le pasó la mano por los hombros y la condujo hacia los rosales. – ¡Eso ya suena más a mi Gallia!
Los rosales eran las plantas más sensibles y dificultosas de todas, seguidas tan solo de cerca por los lirios de cala y las orquídeas africanas. Lo de los lirios de cala le puso ya otra vez el mal humor. Realmente, cuidar los rosales requería tantísimo esfuerzo y concentración que, como bien había dicho la profesora, elevaba el espíritu solo del hecho de ir logrando cosas aquí y allá. – Gallia, mis rosas no tienen la culpa de que estés de mal humor. Ya sé que no son tu flor favorita, pero hazlo con más delicadeza, por favor. – Inspiró y asintió, empezando a quitar las espinas con la varita con más cuidado. – Perdón. Tiene razón. Aunque es verdad que no me gustan las rosas. – Dijo, volviendo a concentrarse en el trabajo. – Pues es lo que todo el mundo viene siempre buscando. La flor por excelencia. – Soltó una risa sarcástica, sin dejar de hacer lo que hacía ni levantar la vista. – Sí, pues... Eso explica por qué no me gustan a mí. – Mustang rio. – Sí, a mí tampoco me hacen mucho chiste. Las asocio a las bodas, a los ramos de las novias. Todo muy hortera, muy poco yo.– Ella ladeó la sonrisa y dijo con retintín. – Pues a mí me dijeron que habría espino blanco en la mía. – Vaya tono para decirlo ¿Es que tampoco te gusta el espino blanco? Con lo bonitos que te crecen, tan cargados de flores. El de Olive Clearwater está que parece que le ha nevado encima. – Giró la cabeza para buscarlo. Sí, el espino de Olive era precioso, pero eso a ella, ahora mismo, nada más que le hacía daño. Mucho daño. – Fue una predicción que nos hizo la profesora Hawkins hace años. Una estupidez. Eso o que tenía que haberlo interpretado como que, siendo el espino blanco un árbol de pira funeraria, a eso estaba condenada tal boda. – La profesora siguió con su trabajo como si nada, pero a los pocos segundos dijo. – ¿Nos? – A Marcus O'Donnell y a mí. Bueno, lo del espino me lo dijo a mí, a él le dijo otra cosa. – La profesora rio un poco. – Bueno, ya sabes que la adivinación hay que tomársela... Como interpretable. – Sí, y tan interpretable. – Dijo con más ahínco del que pretendía.
Estuvieron así un rato más, pero Gal no paraba de dar a la cabeza. – ¿Por qué les gustan tanto las rosas? ¿Qué tienen de especiales, a ver? Mire el romero. El romero lo resiste todo. El almendro es más fino, más exclusivo, las lavandas huelen más y... Son moradas. – Mustang rio. – Sí, muy importante que sean moradas. – Eso le hizo reír a ella también, y volvió a trabajar. – No me haga caso. No sé lo que digo. – La profesora se encogió de hombros con una sonrisa, pero al poco empezó a hablar de nuevo. – Pero yo diría... Que la rosa es la flor bonita más... Evidente. Surge pronto, mucho pétalos, un olor suave, reconocible... En definitiva, evidente. Y por lo tanto gusta a la gente que no quiere romperse la cabeza. Es un acierto seguro. El romero, mal usado... Te puede matar. El almendro, si no estás atento, te lo puedes perder y las lavandas son salvajes y fuertes... Te pueden embriagar con su olor. – Ella se mordió los carrillos por dentro. – Mira a Matthews. Un chaval como él... Acaba sepultado por plantas así. Necesita rosas, normalitas. – Eso hizo reír a Gal y sacudió un poco otro matojo de rosas. – Si usted supiera... – Mustang rio. – Sé más de lo que crees. Observo a las persona como observo a las plantas. Sé que hay chicos como él que no saben controlar ese tipo de plantas. Y que hay otros que consiguen plantarlas y hacerlas crecer... Tal como tienen que hacerlo. – Gal se había levantado y estaba inspeccionando el matojo así que le contestó sin mirarla. – Presénteme alguno. Igual así me va mejor. – Hm... Yo creo que ya lo conoces bastante bien.
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Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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Desde que volvieran de Navidad no habían podido organizar ninguna reunión entre los prefectos, porque no había manera de que coincidieran todos con la misma hora libre. Pero ese día, por la mañana, tenían un hueco. Marcus había vuelto a dormir fatal y, por muy centrado que intentara estar, debía notársele la mala cara a la legua. Por no hablar de que no estaba ni mucho menos tan participativo como solía estar, y que no paraba de frotarse los ojos y quedarse con la mirada perdida de cuando en cuando. Menos mal que tenía a Kyla al lado dándole codazos para hacerle tomar tierra de nuevo.
- Anda, vamos a la biblioteca, a ver si así te centras. - Le dijo la chica en lo que recogían, saliendo por la puerta y esperando que Marcus la siguiera, tal y como hizo. Pero apenas había dado un paso fuera de la sala cuando una voz le detuvo. - Eh, O'Donnell. - Se detuvo en seco, echando la mirada hacia arriba y tomando aire en un gesto de acopio de paciencia. Layne. A ver qué tontería la decía ahora, no se fiaba ni un pelo de él y no estaba para aguantar demasiado, no estaba en su mejor época precisamente. Se giró y vio como el chico se le acercaba con una expresión compasiva nada creíble. - Te veo mala cara, ¿estás bien? - A ver, porque eso tenía trampa seguro. El prefecto de Slytherin no se había preocupado por su estado en la vida, más bien parecía bastante inclinado a molestarle continuamente. - Estoy bien. Gracias. - Contestó lo más educadamente que pudo. Se sostuvieron la mirada un par de segundos y, en vistas de que el otro no pensaba decirle nada más, hizo un gesto cortés con la cabeza con una sonrisa artificial que últimamente le salía demasiado y se dispuso a marcharse.
- Que pena que no haya funcionado lo tuyo con Gallia. - Ahí estaba. El dardito envenenado de Layne. Le había pillado justo dándose media vuelta y, una vez más, tuvo que hacer mucho acopio de paciencia. Kyla se había ido, dando por hecho que él la estaba siguiendo y no que se había quedado hablando con el estúpido del prefecto Hughes. Se mojó los labios, parpadeando lentamente y viendo como ese ejercicio de aunar paciencia empezaba a no ser tan efectivo, y se giró, esbozando de nuevo la sonrisa falsa. - No había nada que funcionar, así que... - Venga, hombre, no disimules, si lo sabe todo el castillo. - El Slytherin se acercó un par de pasos hacia él, colocándose una mano en el pecho con una expresión de galán barato. - Que conste que yo siempre aposté por vosotros. - Marcus soltó una carcajada sarcástica. Ya, seguro.
- Pues te agradezco las molestias. - Ironizó. - Ahora, si me disculpas... - ¿Es que no me crees? - Dijo el otro con una risa de superioridad, ya ni siquiera dándole la opción de girarse antes de interrumpirle. Había dado otro paso hacia él y la distancia era ya demasiado escasa para la poca paciencia de la que Marcus gozaba esos días, por no hablar de que le estaba empezando a tocar la moral ya más de lo que debería. - Pues claro, hombre. Si hasta os di un empujoncito, ¿no te acuerdas? - Marcus frunció el ceño confuso. ¿De qué narices estaba hablando? El otro había esbozado una malévola sonrisa de lado y le había echado una mirada de arriba a abajo que no le gustó nada. - Dime, ¿a qué le olía la amortentia a Alice Gallia? Quizás me sirva saberlo, ahora que no vas tú detrás de ella. - Marcus abrió los ojos entre la sorpresa y la rabia. ¿Podía ser? ¿Había sido ese tipo el que había dejado la amortentia ahí abierta? Lex le dijo cuando les interrumpió que le había enviado allí su prefecto. Hijo de puta...
- ¿Marcus? - La voz de Kyla sonó confusa de fondo, como una madre que está buscando a su hijo extraviado por una tienda. Pero el mencionado Marcus ni la escuchó. Ahora había sido él el que había dado un paso hacia el otro. - ¿Fuiste tú? - Por supuesto que fui yo. - Contestó el otro, alzando la barbilla y con tono de serpiente. - ¿Marcus? - La voz de Kyla se escuchaba ya más cerca, pero él acababa de meterse en un duelo con ese tipo y no se pensaba retirar. - Puedo hacer que te expulsen por esto. - ¿Ah, sí? ¿Y cómo lo vas a demostrar? ¿Qué vas a decir? - Se escuchó un murmullo y unos pasos apresurados hacia él, pero Marcus tenía toda su rabia y su atención puesta en Hughes, que seguía retándole. - ¿Que lo sabes porque te lo estabas montando con una alumna encima de una de las mesas del aula de pociones? - ¡Marcus! - Notó un tirón en el brazo que hizo que, el paso que pensaba dar hacia delante, lo diera hacia atrás. - Venga, Marcus, vámonos. - Insistió Kyla, pero Layne y él no dejaban de mirarse, ni siquiera la escuchaba. Si quería guerra... La iba a tener. No estaba en el punto de considerar que tuviera nada que perder.
- Anda, vamos a la biblioteca, a ver si así te centras. - Le dijo la chica en lo que recogían, saliendo por la puerta y esperando que Marcus la siguiera, tal y como hizo. Pero apenas había dado un paso fuera de la sala cuando una voz le detuvo. - Eh, O'Donnell. - Se detuvo en seco, echando la mirada hacia arriba y tomando aire en un gesto de acopio de paciencia. Layne. A ver qué tontería la decía ahora, no se fiaba ni un pelo de él y no estaba para aguantar demasiado, no estaba en su mejor época precisamente. Se giró y vio como el chico se le acercaba con una expresión compasiva nada creíble. - Te veo mala cara, ¿estás bien? - A ver, porque eso tenía trampa seguro. El prefecto de Slytherin no se había preocupado por su estado en la vida, más bien parecía bastante inclinado a molestarle continuamente. - Estoy bien. Gracias. - Contestó lo más educadamente que pudo. Se sostuvieron la mirada un par de segundos y, en vistas de que el otro no pensaba decirle nada más, hizo un gesto cortés con la cabeza con una sonrisa artificial que últimamente le salía demasiado y se dispuso a marcharse.
- Que pena que no haya funcionado lo tuyo con Gallia. - Ahí estaba. El dardito envenenado de Layne. Le había pillado justo dándose media vuelta y, una vez más, tuvo que hacer mucho acopio de paciencia. Kyla se había ido, dando por hecho que él la estaba siguiendo y no que se había quedado hablando con el estúpido del prefecto Hughes. Se mojó los labios, parpadeando lentamente y viendo como ese ejercicio de aunar paciencia empezaba a no ser tan efectivo, y se giró, esbozando de nuevo la sonrisa falsa. - No había nada que funcionar, así que... - Venga, hombre, no disimules, si lo sabe todo el castillo. - El Slytherin se acercó un par de pasos hacia él, colocándose una mano en el pecho con una expresión de galán barato. - Que conste que yo siempre aposté por vosotros. - Marcus soltó una carcajada sarcástica. Ya, seguro.
- Pues te agradezco las molestias. - Ironizó. - Ahora, si me disculpas... - ¿Es que no me crees? - Dijo el otro con una risa de superioridad, ya ni siquiera dándole la opción de girarse antes de interrumpirle. Había dado otro paso hacia él y la distancia era ya demasiado escasa para la poca paciencia de la que Marcus gozaba esos días, por no hablar de que le estaba empezando a tocar la moral ya más de lo que debería. - Pues claro, hombre. Si hasta os di un empujoncito, ¿no te acuerdas? - Marcus frunció el ceño confuso. ¿De qué narices estaba hablando? El otro había esbozado una malévola sonrisa de lado y le había echado una mirada de arriba a abajo que no le gustó nada. - Dime, ¿a qué le olía la amortentia a Alice Gallia? Quizás me sirva saberlo, ahora que no vas tú detrás de ella. - Marcus abrió los ojos entre la sorpresa y la rabia. ¿Podía ser? ¿Había sido ese tipo el que había dejado la amortentia ahí abierta? Lex le dijo cuando les interrumpió que le había enviado allí su prefecto. Hijo de puta...
- ¿Marcus? - La voz de Kyla sonó confusa de fondo, como una madre que está buscando a su hijo extraviado por una tienda. Pero el mencionado Marcus ni la escuchó. Ahora había sido él el que había dado un paso hacia el otro. - ¿Fuiste tú? - Por supuesto que fui yo. - Contestó el otro, alzando la barbilla y con tono de serpiente. - ¿Marcus? - La voz de Kyla se escuchaba ya más cerca, pero él acababa de meterse en un duelo con ese tipo y no se pensaba retirar. - Puedo hacer que te expulsen por esto. - ¿Ah, sí? ¿Y cómo lo vas a demostrar? ¿Qué vas a decir? - Se escuchó un murmullo y unos pasos apresurados hacia él, pero Marcus tenía toda su rabia y su atención puesta en Hughes, que seguía retándole. - ¿Que lo sabes porque te lo estabas montando con una alumna encima de una de las mesas del aula de pociones? - ¡Marcus! - Notó un tirón en el brazo que hizo que, el paso que pensaba dar hacia delante, lo diera hacia atrás. - Venga, Marcus, vámonos. - Insistió Kyla, pero Layne y él no dejaban de mirarse, ni siquiera la escuchaba. Si quería guerra... La iba a tener. No estaba en el punto de considerar que tuviera nada que perder.
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Gal prefirió hacer como que estaba muy liada con las rosas, porque no quería explicar otra vez que no es oro todo lo que reluce. Que ya sabía que siempre habían parecido una buena pareja, que medio colegio pensaba que estaban liados, pero... Que la realidad era bien distinta. Siguió a lo suyo, desenredando malas hierbas dee los rosales, echando hechizos aquí y ella, cuando la profesora Mustang volvió a hablar. – Hace siete años, cuando te vi entrar por esa puerta, supe que tenía a una de las mejores alumnas de Herbología que iba a tener nunca. Y todo los días decía "Por Merlín, que pare quieta un poquito. Que se relaje. Que deje de dar botes por todas partes y use ese talento que tiene de una forma más comedida". – Eso le arrancó una risa sincera, mientras se encaramaba a una escalera. – Mi madre, que en paz descanse, estaría muy de acuerdo con usted. – La profesora alzó las cejas y siguió a lo suyo, con una expresión ligeramente más triste, pero sin perder la sonrisa. – Pues seguro que estaría también de acuerdo en que, ahora que estás así, me arrepiento de haberlo pensado tantas veces. –
Gal había llegado a lo alto de la escalera, y miró hacia abajo, frunciendo el ceño sin comprender. – Solo estoy agobiada, prof... – Mustang chistó y chasqueó la lengua. – Oh, vamos, Gallia. Te he visto crecer. Te he tenido al rededor más tiempo que el jefe de tu casa. Te vi aquel día, cuando te llevaba tu tía fuera del castillo por lo de tu madre. Y nunca te había visto con esa tristeza en los ojos. Esa caída de hombros, que no se te quita ni arreglando las plantas. – Suspiró y siguió fumigando su parte del matorral. – Y verás, en mi experiencia, los alumnos nunca queréis contarnos lo que os pasa. Pero tú eres especial para mí, estoy acostumbrada a leerte, a ver qué te gusta, qué te altera... – Ladeó la cabeza. – Y recuerdo aquel día de niebla en noviembre, cuando te quedaste aquí ayudándome con las plantas y dando conmigo la clase a los de segundo. Recuerdo mirarte al trabajar y decir "Qué bien. Ya le ha llegado el turno a Gallia de ser feliz de verdad". Y luego me extrañé porque esa tarde vino aquí O'Donnell preguntando por ti... Y solo estaba Olive, pero parecía importante. – Gal sintió cómo casi se caía de la escalera ¿El día que ella había estado buscando a Marcus por todo el castillo para declararse, Marcus estaba allí? ¿En serio? ¿Sería el día en el que había pedido las flores a Olive? Sí, debía ser eso. – ¿He dicho algo sensible, Gallia? – Abrió la boca para contestar pero al final no dijo nada y simplemente negó con la cabeza. Bajó las escaleras y se encogió de hombros. – Simplemente hay días mejores que otros. Y más felices también. – Mustang asintió y, como siempre, a Gal le dio la sensación de que no le estaba diciendo todo, que la sonrisa de esa mujer escondía toda clase de pensamientos.
– Creo que aquí ya está todo. Si no me necesita para nada más, voy a revisar las trepadoras. – Dijo quitándose los guantes y recogiendo todos los instrumentos que haba utilizado. La mujer asintió y dijo. – Yo te lo agradezco. Pero Gallia... – Ella se giró y la miró. – Las paredes de este invernadero son de cristal. No son muros que protejan de los problemas precisamente. En algún momento, o el problema te va a encontrar o te vas a tener que enfrentar a él. – Ella sonrió tristemente. Mustang la tenía más calada que ella sí misma. – Esto no es un refugio. – Se encogió de hombros y dejó caer la mirada. – ¿Y un santuario? – Mustang amplió la sonrisa y la señaló moviendo el índice. – Siempre sabes por dónde pillarme diablilla. Sí. este puede ser tu santuario. – Sonrió y dijo. – Pues entonces volveré al santuario después de comer, si no le importa. – La profesora asintió, pero mientras se iba le dijo. – ¡Pero come! ¡Que nos conocemos, Gallia!
Gal había llegado a lo alto de la escalera, y miró hacia abajo, frunciendo el ceño sin comprender. – Solo estoy agobiada, prof... – Mustang chistó y chasqueó la lengua. – Oh, vamos, Gallia. Te he visto crecer. Te he tenido al rededor más tiempo que el jefe de tu casa. Te vi aquel día, cuando te llevaba tu tía fuera del castillo por lo de tu madre. Y nunca te había visto con esa tristeza en los ojos. Esa caída de hombros, que no se te quita ni arreglando las plantas. – Suspiró y siguió fumigando su parte del matorral. – Y verás, en mi experiencia, los alumnos nunca queréis contarnos lo que os pasa. Pero tú eres especial para mí, estoy acostumbrada a leerte, a ver qué te gusta, qué te altera... – Ladeó la cabeza. – Y recuerdo aquel día de niebla en noviembre, cuando te quedaste aquí ayudándome con las plantas y dando conmigo la clase a los de segundo. Recuerdo mirarte al trabajar y decir "Qué bien. Ya le ha llegado el turno a Gallia de ser feliz de verdad". Y luego me extrañé porque esa tarde vino aquí O'Donnell preguntando por ti... Y solo estaba Olive, pero parecía importante. – Gal sintió cómo casi se caía de la escalera ¿El día que ella había estado buscando a Marcus por todo el castillo para declararse, Marcus estaba allí? ¿En serio? ¿Sería el día en el que había pedido las flores a Olive? Sí, debía ser eso. – ¿He dicho algo sensible, Gallia? – Abrió la boca para contestar pero al final no dijo nada y simplemente negó con la cabeza. Bajó las escaleras y se encogió de hombros. – Simplemente hay días mejores que otros. Y más felices también. – Mustang asintió y, como siempre, a Gal le dio la sensación de que no le estaba diciendo todo, que la sonrisa de esa mujer escondía toda clase de pensamientos.
– Creo que aquí ya está todo. Si no me necesita para nada más, voy a revisar las trepadoras. – Dijo quitándose los guantes y recogiendo todos los instrumentos que haba utilizado. La mujer asintió y dijo. – Yo te lo agradezco. Pero Gallia... – Ella se giró y la miró. – Las paredes de este invernadero son de cristal. No son muros que protejan de los problemas precisamente. En algún momento, o el problema te va a encontrar o te vas a tener que enfrentar a él. – Ella sonrió tristemente. Mustang la tenía más calada que ella sí misma. – Esto no es un refugio. – Se encogió de hombros y dejó caer la mirada. – ¿Y un santuario? – Mustang amplió la sonrisa y la señaló moviendo el índice. – Siempre sabes por dónde pillarme diablilla. Sí. este puede ser tu santuario. – Sonrió y dijo. – Pues entonces volveré al santuario después de comer, si no le importa. – La profesora asintió, pero mientras se iba le dijo. – ¡Pero come! ¡Que nos conocemos, Gallia!
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One of us CON Varios EN Sala común Del 8 al 15 de enero |
- O'Donnell, venga, que no me tenga que enfadar. - Kyla estaba usando a la desesperada todas las estrategias que tenía en el registro, pero ahí había poco que hacer. Marcus ni siquiera la estaba escuchando, los tirones del brazo no surtían demasiado efecto porque tenía los pies clavados en el sitio, y no dejaba de atravesar a Hughes con la mirada. A más rabioso lo miraba Marcus, más se crecía el otro.
- No puedes delatarme a mí sin delatarte tú. Para que veas, no somos tan distintos, solo que tú vas de perfecto por la vida. - Esto no va a quedar así. - Le dijo con los dientes apretados en un tono amenazante. Kyla se estaba empezando a agobiar. - Venga, Marcus, por favor. No merece la pena. - ¿O qué? - Dijo el otro, dando un paso hacia él, erguido. Marcus se irguió aún más. - ¿Vas a inmolarte conmigo, O'Donnell? - El otro arqueó una ceja y bajó el tono. - ¿Me vas a pegar? - ¡Joder, Hughes, cierra la maldita boca ya! Marcus, por favor, te está provocando. - Kyla no dejaba de tirar de él hacia atrás y de hablar prácticamente en su oído. El chico ni la escuchaba. Solo podía mirar con odio a quien tenía enfrente.
- Venga, O'Donnell, si lo estás deseando. En verdad te estoy haciendo otro favor. - El chico abrió los brazos en cruz, con esa sonrisa provocadora. - Desfógate conmigo. Te hace falta, ¿no ves lo tenso que estás? - Eso es lo que tú quisieras. No pienso caer tan bajo. No te pienso tocar ni un pelo. - Ahora fue él quien ladeó una sonrisita. - Y no soy el único que no te tocaría ni con un palo. - Porque se jugaba un brazo a que Alice no iba a querer nada con ese impresentable. - Venga, Marcus, ya se lo has dejado claro. Vámonos. - Insistió Kyla, tirando de él. Pero Layne se estaba pasando la lengua por los dientes con soberbia, dispuesto a lanzar otro ataque. - Se ve que a la hora de caer bajo, prefieres que sea para liberar otro tipo de tensiones. - Y entonces se acercó peligrosamente a él, prácticamente encarándole, y susurró. - A ver cuánto aguantas ahora que no puedes ir follándote a la Gallia por las esquinas. - Hasta ahí llegó su paciencia.
Estaba tan nublado por las ganas de partirle la cara a ese tipo que solo notaba como si una fuerza externa le impidiera avanzar, mientras él se debatía por acercarse a él con todas sus fuerzas. Solo podía oír ruido de fondo, algunos más altos y otros más bajos, y esa fuerza que le echaba hacia atrás, mientras el tío le miraba con esa sonrisa que pedía a gritos que se la borrara de una maldición. Hasta se estaba riendo de él con esa carcajada de villano barato que tenía. Pero algo le hizo tomar conciencia con la realidad de golpe. - ¡¡MARCUS!! - Alguien había conseguido girarle hacia un costado y le estaba agarrando la cara con las manos. Tuvo que parpadear varias veces, mientras su instinto le hacía seguir con la respiración agitada, los músculos tensos y mirando de reojo al prefecto. - Marcus, por favor no me hagas quitarte puntos. A ti, no. - Dijo Kyla en tono de súplica. Estaba tan nublado por la ira que le estaba costando hasta procesar qué hacía delante de él y hablándole. Pero ahora la veía. A ella y al corrillo de alumnos que se había generado a su alrededor y murmuraban mientras les miraban. - Eso, O'Donnell, no vayas a manchar tu impoluto expediente en el último año. Sería una pena. - No te va a querer ni oler, hijo de puta. - Le espetó. Porque si todo eso era porque se creía con una oportunidad con Alice, iba listo.
Tan pronto se había girado para increparle, Kyla se puso en medio de nuevo. - Vámonos. Vámonos ya. - Le dijo, colocando las manos en su pecho y empujándole hacia atrás mientras Marcus se resistía, clavando la mirada en el otro. El cual se seguía riendo. - Marcus, mírame. Escúchame. No le entres a la provocación, no merece la pena. ¡Marcus! - Ante el bramido volvió en sí, mirando a la chica. La había perdido de su norte otra vez. - Vá-mo-nos. - Le dijo lentamente. Marcus echó un poco de aire por la boca y se giró como un toro embravecido, alejándose de allí. Pero volvió a escuchar al otro gritar. - ¡Eso ya lo veremos! - Automáticamente se giró, pero Kyla le estaba pisando los talones y volvió a empujarle hacia delante. - ¡Vamos! - Le instó, prácticamente agarrándole de la túnica.
A pesar de que él iba con sus enfurecidos pasos por delante de su compañera, ella tiró de él y le metió en el primer aula que encontraron, cerrando la puerta tras ellos. Marcus empezó a dar vueltas como un animal enjaulado, completamente fuera de sí como no lo había estado nunca. - Ya está, O'Donnell. Relájate. - Dijo la chica tanteando el terreno, dándole su espacio. Pero Marcus había vuelto a no escucharla. Solo podía reproducir las frases de ese tipo en su cabeza y ver su cara de imbécil. - ¡JODER! - Bramó, al tiempo que le daba una patada a una silla, tirándola al suelo. Kyla se sobresaltó en su sitio. No era nada habitual ver a Marcus así, ni él mismo se había visto nunca así.
- Marcus, o te relajas o te ato a una silla. - Dijo la chica, segundos después, mientras Marcus seguía resoplando y dando vueltas. Se acercó prudentemente hacia él. - Ya está. Solo es un gilipollas provocándote, no le hagas caso. - ¡¡Es un cabrón de mierda!! - Saltó, girándose a su compañera, dando un par de pasos hacia ella. - ¡¡Dejó una amortentia abierta en mitad del aula solo para jodernos!! ¡¡No debería estar ejerciendo como prefecto, joder!! - Vale, no sé de qué me hablas de una amortentia pero, por favor, Marcus, cálmate. - ¿¿Cómo quieres que me calme, Kyla?? ¿¿Eh?? - Señaló la puerta. - ¿Y si ese imbécil va a por Alice ahora? - Créeme que Gal se sabe defender muy bien solita... - Que no debería ser prefecto, joder, ¡que es un impresentable! - Estalló, girando sobre sí mismo una vez más y pasándose las manos por el pelo mientras resoplaba. Dio un par de vueltas más por el aula, con su compañera mirándole en silencio, hasta que cayó derrotado en una silla, con los codos apoyados en las rodillas y la cara entre las manos.
Kyla cogió otra silla y se sentó frente a él. - Mírame. - Ordenó. Pero él estaba demasiado alterado, solo atinó a negar con la cabeza sin destaparse la cara. Tenía ganas de gritar, de tirarse de los pelos, de poner el castillo del revés si hacía falta para que le quitaran el cargo a ese tipo. Y como se acercara a Alice... Como se acercara a Alice... - O'Donnell. Mírame. - Levantó la mirada, con la mandíbula apretada. - Soluciona lo tuyo con Gal. - No es el momento para hablar de eso. - Para ti nunca es el momento. - Esto no es por Alice. Es ese capullo que está ejerciendo de prefecto, ¿qué clase de ejemplo le está dando a los de su casa? - Ese será problema de la casa Slytherin y de quienes le han nombrado. - No, no, te equivocas. - Dijo sin perder un ápice de la alteración que traía, negando con un índice. - Aquí nos jugamos el tipo todos, y es el futuro de un montón de alumnos. Tú no creciste con ese ejemplo, Kyla, pero los de Slytherin sí. Y si ha venido a provocarme a mí, quién sabe lo que hará con los demás. Podría generar una expulsión... - Si ha venido a provocarte a ti es porque te tiene una envidia que no puede ni soportar. - Marcus soltó una carcajada. - Pues ya poco tiene que envidiarme, porque Alice me ha mandado a la mierda, así que... - ¿Te crees que es solo por eso? Ese asqueroso sí que quiere a Gal para lo que la quiere, no como tú. Y lo sabe. Y no es lo único que tienes que él mataría por tener. - Marcus la miró, aún tenso, pero ya asomando un deje de confusión. Estaba tan enfadado que no podía ni entender el mensaje que se le decía.
- Para empezar, bájate ya de la nube de salvador de Hogwarts, que no está en tu mano todo lo que pase aquí. Y no se va a acabar el mundo porque haya un prefecto capullo en el castillo. De eso tiene Slytherin para dar y regalar. Así que para ya con las cruzadas por el honor, Marcus. Te recuerdo que también estuviste a punto de echar a Geller el año pasado. - Es distinto. - Me da igual que sea distinto. Cálmate, ¿quieres? Te quedan meses aquí, disfrútalos y haz las cosas bien, como las has hecho siempre. Y ya está. - Marcus echó aire por la nariz, mirando a otro lado. - Y para continuar... Marcus, no puedes seguir así. Ni tú ni ella, pero hablo contigo porque eres al que tengo delante. - Eso no está en mi mano. - Sí que lo está. - Kyla bufó y continuó. - Mira, a mí no me paga nadie para hacer de celestina vuestra, así que si no queréis volver a hablaros más, vosotros veréis. Creo que estáis cometiendo un error mayúsculo pero allá vosotros. - La chica le dio un par de palmadas furiosas en la rodilla, porque Marcus seguía sin mirarla. Kyla y su paciencia. - Lo que no puedes hacer es tirar por tierra tus últimos meses en el castillo, tus EXTASIS, tu cargo de prefecto y tu inmaculado expediente en el que no te han quitado ni medio punto para tu casa solo por dejarte provocar de esta forma tan burda. Tú eres mucho más inteligente que esto, Marcus. Así que, por favor te lo pido. -
Se quedaron unos instantes en silencio. Al rato, cuando se notó más calmado para hablar sin gritar, preguntó sarcástico. - ¿Es que estoy castigado aquí por la prefecta? - Sí. Justo eso. - Soltó Kyla cortante, y él rodó los ojos. Otro rato en silencio. Al menos poco a poco se iba relajando su respiración y sus músculos tensos, y ya no se sentía el cerebro y los ojos arder. El cabreo no se le había ido, pero para eso iba a necesitar mucho más tiempo. Y un cambio de estructura de los prefectos. - Gracias. - Dijo con voz de ultratumba. - De nada. Pero igualmente nos queda otro ratito aquí. - Marcus la miró con cara de circunstancias. - ¿Te crees que voy a salir detrás suya, o qué? - No, pero prefiero prevenir. - Kyla miró su reloj. - Y en quince minutos estarán sirviendo el almuerzo, así que te quiero de cabeza en el Gran Comedor como hace el Marcus que yo conozco. Luego te vas a la biblioteca a estudiar y luego a clase. ¿Estamos? - Marcus rodó los ojos de nuevo, como un niño hastiado de que le regañen. - Sí, Prefecta Farmiga. - Ya, muy gracioso. Al parecer así es como hay que hablarte últimamente, así que menos quejas. Que me tenéis contenta los dos. -
- No puedes delatarme a mí sin delatarte tú. Para que veas, no somos tan distintos, solo que tú vas de perfecto por la vida. - Esto no va a quedar así. - Le dijo con los dientes apretados en un tono amenazante. Kyla se estaba empezando a agobiar. - Venga, Marcus, por favor. No merece la pena. - ¿O qué? - Dijo el otro, dando un paso hacia él, erguido. Marcus se irguió aún más. - ¿Vas a inmolarte conmigo, O'Donnell? - El otro arqueó una ceja y bajó el tono. - ¿Me vas a pegar? - ¡Joder, Hughes, cierra la maldita boca ya! Marcus, por favor, te está provocando. - Kyla no dejaba de tirar de él hacia atrás y de hablar prácticamente en su oído. El chico ni la escuchaba. Solo podía mirar con odio a quien tenía enfrente.
- Venga, O'Donnell, si lo estás deseando. En verdad te estoy haciendo otro favor. - El chico abrió los brazos en cruz, con esa sonrisa provocadora. - Desfógate conmigo. Te hace falta, ¿no ves lo tenso que estás? - Eso es lo que tú quisieras. No pienso caer tan bajo. No te pienso tocar ni un pelo. - Ahora fue él quien ladeó una sonrisita. - Y no soy el único que no te tocaría ni con un palo. - Porque se jugaba un brazo a que Alice no iba a querer nada con ese impresentable. - Venga, Marcus, ya se lo has dejado claro. Vámonos. - Insistió Kyla, tirando de él. Pero Layne se estaba pasando la lengua por los dientes con soberbia, dispuesto a lanzar otro ataque. - Se ve que a la hora de caer bajo, prefieres que sea para liberar otro tipo de tensiones. - Y entonces se acercó peligrosamente a él, prácticamente encarándole, y susurró. - A ver cuánto aguantas ahora que no puedes ir follándote a la Gallia por las esquinas. - Hasta ahí llegó su paciencia.
Estaba tan nublado por las ganas de partirle la cara a ese tipo que solo notaba como si una fuerza externa le impidiera avanzar, mientras él se debatía por acercarse a él con todas sus fuerzas. Solo podía oír ruido de fondo, algunos más altos y otros más bajos, y esa fuerza que le echaba hacia atrás, mientras el tío le miraba con esa sonrisa que pedía a gritos que se la borrara de una maldición. Hasta se estaba riendo de él con esa carcajada de villano barato que tenía. Pero algo le hizo tomar conciencia con la realidad de golpe. - ¡¡MARCUS!! - Alguien había conseguido girarle hacia un costado y le estaba agarrando la cara con las manos. Tuvo que parpadear varias veces, mientras su instinto le hacía seguir con la respiración agitada, los músculos tensos y mirando de reojo al prefecto. - Marcus, por favor no me hagas quitarte puntos. A ti, no. - Dijo Kyla en tono de súplica. Estaba tan nublado por la ira que le estaba costando hasta procesar qué hacía delante de él y hablándole. Pero ahora la veía. A ella y al corrillo de alumnos que se había generado a su alrededor y murmuraban mientras les miraban. - Eso, O'Donnell, no vayas a manchar tu impoluto expediente en el último año. Sería una pena. - No te va a querer ni oler, hijo de puta. - Le espetó. Porque si todo eso era porque se creía con una oportunidad con Alice, iba listo.
Tan pronto se había girado para increparle, Kyla se puso en medio de nuevo. - Vámonos. Vámonos ya. - Le dijo, colocando las manos en su pecho y empujándole hacia atrás mientras Marcus se resistía, clavando la mirada en el otro. El cual se seguía riendo. - Marcus, mírame. Escúchame. No le entres a la provocación, no merece la pena. ¡Marcus! - Ante el bramido volvió en sí, mirando a la chica. La había perdido de su norte otra vez. - Vá-mo-nos. - Le dijo lentamente. Marcus echó un poco de aire por la boca y se giró como un toro embravecido, alejándose de allí. Pero volvió a escuchar al otro gritar. - ¡Eso ya lo veremos! - Automáticamente se giró, pero Kyla le estaba pisando los talones y volvió a empujarle hacia delante. - ¡Vamos! - Le instó, prácticamente agarrándole de la túnica.
A pesar de que él iba con sus enfurecidos pasos por delante de su compañera, ella tiró de él y le metió en el primer aula que encontraron, cerrando la puerta tras ellos. Marcus empezó a dar vueltas como un animal enjaulado, completamente fuera de sí como no lo había estado nunca. - Ya está, O'Donnell. Relájate. - Dijo la chica tanteando el terreno, dándole su espacio. Pero Marcus había vuelto a no escucharla. Solo podía reproducir las frases de ese tipo en su cabeza y ver su cara de imbécil. - ¡JODER! - Bramó, al tiempo que le daba una patada a una silla, tirándola al suelo. Kyla se sobresaltó en su sitio. No era nada habitual ver a Marcus así, ni él mismo se había visto nunca así.
- Marcus, o te relajas o te ato a una silla. - Dijo la chica, segundos después, mientras Marcus seguía resoplando y dando vueltas. Se acercó prudentemente hacia él. - Ya está. Solo es un gilipollas provocándote, no le hagas caso. - ¡¡Es un cabrón de mierda!! - Saltó, girándose a su compañera, dando un par de pasos hacia ella. - ¡¡Dejó una amortentia abierta en mitad del aula solo para jodernos!! ¡¡No debería estar ejerciendo como prefecto, joder!! - Vale, no sé de qué me hablas de una amortentia pero, por favor, Marcus, cálmate. - ¿¿Cómo quieres que me calme, Kyla?? ¿¿Eh?? - Señaló la puerta. - ¿Y si ese imbécil va a por Alice ahora? - Créeme que Gal se sabe defender muy bien solita... - Que no debería ser prefecto, joder, ¡que es un impresentable! - Estalló, girando sobre sí mismo una vez más y pasándose las manos por el pelo mientras resoplaba. Dio un par de vueltas más por el aula, con su compañera mirándole en silencio, hasta que cayó derrotado en una silla, con los codos apoyados en las rodillas y la cara entre las manos.
Kyla cogió otra silla y se sentó frente a él. - Mírame. - Ordenó. Pero él estaba demasiado alterado, solo atinó a negar con la cabeza sin destaparse la cara. Tenía ganas de gritar, de tirarse de los pelos, de poner el castillo del revés si hacía falta para que le quitaran el cargo a ese tipo. Y como se acercara a Alice... Como se acercara a Alice... - O'Donnell. Mírame. - Levantó la mirada, con la mandíbula apretada. - Soluciona lo tuyo con Gal. - No es el momento para hablar de eso. - Para ti nunca es el momento. - Esto no es por Alice. Es ese capullo que está ejerciendo de prefecto, ¿qué clase de ejemplo le está dando a los de su casa? - Ese será problema de la casa Slytherin y de quienes le han nombrado. - No, no, te equivocas. - Dijo sin perder un ápice de la alteración que traía, negando con un índice. - Aquí nos jugamos el tipo todos, y es el futuro de un montón de alumnos. Tú no creciste con ese ejemplo, Kyla, pero los de Slytherin sí. Y si ha venido a provocarme a mí, quién sabe lo que hará con los demás. Podría generar una expulsión... - Si ha venido a provocarte a ti es porque te tiene una envidia que no puede ni soportar. - Marcus soltó una carcajada. - Pues ya poco tiene que envidiarme, porque Alice me ha mandado a la mierda, así que... - ¿Te crees que es solo por eso? Ese asqueroso sí que quiere a Gal para lo que la quiere, no como tú. Y lo sabe. Y no es lo único que tienes que él mataría por tener. - Marcus la miró, aún tenso, pero ya asomando un deje de confusión. Estaba tan enfadado que no podía ni entender el mensaje que se le decía.
- Para empezar, bájate ya de la nube de salvador de Hogwarts, que no está en tu mano todo lo que pase aquí. Y no se va a acabar el mundo porque haya un prefecto capullo en el castillo. De eso tiene Slytherin para dar y regalar. Así que para ya con las cruzadas por el honor, Marcus. Te recuerdo que también estuviste a punto de echar a Geller el año pasado. - Es distinto. - Me da igual que sea distinto. Cálmate, ¿quieres? Te quedan meses aquí, disfrútalos y haz las cosas bien, como las has hecho siempre. Y ya está. - Marcus echó aire por la nariz, mirando a otro lado. - Y para continuar... Marcus, no puedes seguir así. Ni tú ni ella, pero hablo contigo porque eres al que tengo delante. - Eso no está en mi mano. - Sí que lo está. - Kyla bufó y continuó. - Mira, a mí no me paga nadie para hacer de celestina vuestra, así que si no queréis volver a hablaros más, vosotros veréis. Creo que estáis cometiendo un error mayúsculo pero allá vosotros. - La chica le dio un par de palmadas furiosas en la rodilla, porque Marcus seguía sin mirarla. Kyla y su paciencia. - Lo que no puedes hacer es tirar por tierra tus últimos meses en el castillo, tus EXTASIS, tu cargo de prefecto y tu inmaculado expediente en el que no te han quitado ni medio punto para tu casa solo por dejarte provocar de esta forma tan burda. Tú eres mucho más inteligente que esto, Marcus. Así que, por favor te lo pido. -
Se quedaron unos instantes en silencio. Al rato, cuando se notó más calmado para hablar sin gritar, preguntó sarcástico. - ¿Es que estoy castigado aquí por la prefecta? - Sí. Justo eso. - Soltó Kyla cortante, y él rodó los ojos. Otro rato en silencio. Al menos poco a poco se iba relajando su respiración y sus músculos tensos, y ya no se sentía el cerebro y los ojos arder. El cabreo no se le había ido, pero para eso iba a necesitar mucho más tiempo. Y un cambio de estructura de los prefectos. - Gracias. - Dijo con voz de ultratumba. - De nada. Pero igualmente nos queda otro ratito aquí. - Marcus la miró con cara de circunstancias. - ¿Te crees que voy a salir detrás suya, o qué? - No, pero prefiero prevenir. - Kyla miró su reloj. - Y en quince minutos estarán sirviendo el almuerzo, así que te quiero de cabeza en el Gran Comedor como hace el Marcus que yo conozco. Luego te vas a la biblioteca a estudiar y luego a clase. ¿Estamos? - Marcus rodó los ojos de nuevo, como un niño hastiado de que le regañen. - Sí, Prefecta Farmiga. - Ya, muy gracioso. Al parecer así es como hay que hablarte últimamente, así que menos quejas. Que me tenéis contenta los dos. -
Merci Prouvaire!
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Ivanka
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One of us CON Varios EN Sala común Del 8 al 15 de enero |
Tal como le había dicho a la profesora, comió fugazmente, sentándose con Dylan, de espaldas a la mesa de Ravenclaw, y volvió volando al invernadero. Pero de camino allí, Creevey llamó su atención en el pasillo. – ¡Gallia! ¡Espera! – Ralentizó pero no llegó a pararse. – ¿Qué? – ¿Te has enterado de que O'Donnell... – No le dejó terminar, volvió a salir corriendo en dirección a los terrenos. – ¡Lo siento, Creevey, llego tarde! – ¿Por qué el mundo se empeñaba en hablarle de Marcus? De verdad, la profesora Mustang diría lo que quisiera, pero es que el invernadero era el único sitio donde podría estar tranquila. Terminó de adecentar las trepadoras, y cuando no le quedó nada que hacer, se sentó en el rincón donde tenía sus plantas y sacó apuntes que tenía pendientes de completar. Lo normal era hacerlo en la biblioteca o en la sala común, pero eso era como ponerse en el área de referencia de Marcus. Ahora ella estaba en el suyo, si Marcus se limitaba a su hábitat natural y ella al suyo, podían llevar una convivencia bastante tolerable. Y además en el invernadero había silencio.
Pero ese silencio no tardó en ser interrumpido. Y por la última persona que se esperaba ver allí. Suspiró, pero siguió a lo suyo. Con un poco de suerte, el maldito prefecto Hughes se daba la vuelta y se iba. – Hola, Gal. A ti te estaba buscando. – No levantó la mirada de lo que estaba haciendo, pero dijo. – ¿De veras? Pues no tienes puntos que quitarme hoy. – Se rio de una manera bastante asquerosa. – ¿Segura? Yo sé que no eres precisamente una buena chica. – Gal hizo un sonido despreciativo. –Tú qué vas a saber. – Dijo chistando y negando con la cabeza ¿Por qué seguía hablando con ese cretino? Pero no se daba por vencido, no. Se acercó a ella, todo chulesco, con las manos en los bolsillos del pantalón. – Más que tú. Que ya no te hablas con O’Donnell… Y también quién hizo la amortentia de aquel día en el aula de Pociones. – El corazón le martilleó en el pecho ¿Cómo sabía ese imbécil de ese tema? Bueno él iba también a Pociones. Quizá por lo que había dicho el profe… Y entonces se acordó de golpe. Marcus le había contado, por Lex, que había sido aquel malnacido el que le había mandado al aula. Capaz era de haber montado todo aquello solo por pillar a Marcus en un renuncio. Pero no dejó traslucir nada de ello, volvió a su cuaderno, copiando del libro que tenía al lado y negó con la cabeza. – Ni que me importara lo más mínimo ¿Puedo saber qué quieres? Vengo al invernadero a trabajar y a estar tranquila. – Se acercó aún más y se agachó junto a ella.
- Vamos, Gal, no te pongas así conmigo. He venido a hacerte compañía. – Se sentó a su lado y ella se movió un poco hacia el otro lado. Ya empezaba a sentirse incómoda y enjaulada. – Desde que no estás con O’Donnell se te ve muy sola y triste. – Bufó y rio un poco, volviendo a escribir en su cuaderno. – Mira, yo no estaba con O’Donnell, me gusta estar sola y no te he dicho que me puedas llamar Gal ¿Quieres algo más? – El chico se apoyó sobre la pared de cristal del invernadero, apoyando un brazo sobre su rodilla, mientras dejaba caer la otra muy cerca de la pierna de Gal, lo cual le puso un nudo en la garganta. – Oye, no te enfades conmigo, solo he venido a ofrecerte mi compañía, y mi apoyo, por si ese idiota te ha hecho daño. – Ella soltó aire pesadamente pero no dejó de escribir ni levantó la mirada. – No lo ha hecho. No ha pasado nada. Simplemente nos hemos dado distancia ¿Pero desde cuando a ti te importa lo que hagamos o cómo me sienta yo? – Él se llevó una mano al pecho muy dramáticamente. – Gal, no piensas realmente eso de mí. – ella soltó una risa sarcástica. – Perdona si el hecho de que me la liaras enormemente cuando lo de Alek me despistó. – El rio también y suspiró. – Bueno, admitirás que estabas haciendo algo prohibido… - No le gustaba nada el tono de voz que estaba usando. – Además, fue cosa de mi compañera más que mía. – Ella abrió mucho los ojos y rio desde la garganta. – Sí… Tu compañera.- Dijo haciendo hincapié en la palabra. – Fuiste tú quien me llevó donde Marcus, porque tienes una rencilla personal con él. Cuando en verdad estáis bastante de acuerdo en varias cosas, entre ellas que supuestamente hago cosas prohibidas. –
De repente, el dichoso prefecto se puso frente a ella con una sonrisa que pretendía ser seductora. – También estamos de acuerdo en un par de cosas más… En que eres tremendamente guapa y atractiva… Y que nos gusta mucho esa forma de saltarse las normas a la torera… - Ella se removió, cerrando el cuaderno, ya con la concentración perdida y suspirando con impaciencia – Y que te hagas la difícil. Lo hace todo más entretenido. – Ella alzó una ceja con media sonrisa. Que ese repartiera un poco de seguridad en sí mismo por ahí, que corto no se iba a quedar. – Mira, te lo voy a poner muy fácil, por si no te quedó claro a final de curso del año pasado. No quiero nada contigo y no sigas haciendo eso, porque supuestamente tienes novia. – El prefecto se inclinó sobre ella y la mano que tenía más cerca de su pierna, la acarició ligeramente, lo que le hizo levantarse de sopetón, con la mochila y el cuaderno sobre el brazo izquierdo.
Pero ese silencio no tardó en ser interrumpido. Y por la última persona que se esperaba ver allí. Suspiró, pero siguió a lo suyo. Con un poco de suerte, el maldito prefecto Hughes se daba la vuelta y se iba. – Hola, Gal. A ti te estaba buscando. – No levantó la mirada de lo que estaba haciendo, pero dijo. – ¿De veras? Pues no tienes puntos que quitarme hoy. – Se rio de una manera bastante asquerosa. – ¿Segura? Yo sé que no eres precisamente una buena chica. – Gal hizo un sonido despreciativo. –Tú qué vas a saber. – Dijo chistando y negando con la cabeza ¿Por qué seguía hablando con ese cretino? Pero no se daba por vencido, no. Se acercó a ella, todo chulesco, con las manos en los bolsillos del pantalón. – Más que tú. Que ya no te hablas con O’Donnell… Y también quién hizo la amortentia de aquel día en el aula de Pociones. – El corazón le martilleó en el pecho ¿Cómo sabía ese imbécil de ese tema? Bueno él iba también a Pociones. Quizá por lo que había dicho el profe… Y entonces se acordó de golpe. Marcus le había contado, por Lex, que había sido aquel malnacido el que le había mandado al aula. Capaz era de haber montado todo aquello solo por pillar a Marcus en un renuncio. Pero no dejó traslucir nada de ello, volvió a su cuaderno, copiando del libro que tenía al lado y negó con la cabeza. – Ni que me importara lo más mínimo ¿Puedo saber qué quieres? Vengo al invernadero a trabajar y a estar tranquila. – Se acercó aún más y se agachó junto a ella.
- Vamos, Gal, no te pongas así conmigo. He venido a hacerte compañía. – Se sentó a su lado y ella se movió un poco hacia el otro lado. Ya empezaba a sentirse incómoda y enjaulada. – Desde que no estás con O’Donnell se te ve muy sola y triste. – Bufó y rio un poco, volviendo a escribir en su cuaderno. – Mira, yo no estaba con O’Donnell, me gusta estar sola y no te he dicho que me puedas llamar Gal ¿Quieres algo más? – El chico se apoyó sobre la pared de cristal del invernadero, apoyando un brazo sobre su rodilla, mientras dejaba caer la otra muy cerca de la pierna de Gal, lo cual le puso un nudo en la garganta. – Oye, no te enfades conmigo, solo he venido a ofrecerte mi compañía, y mi apoyo, por si ese idiota te ha hecho daño. – Ella soltó aire pesadamente pero no dejó de escribir ni levantó la mirada. – No lo ha hecho. No ha pasado nada. Simplemente nos hemos dado distancia ¿Pero desde cuando a ti te importa lo que hagamos o cómo me sienta yo? – Él se llevó una mano al pecho muy dramáticamente. – Gal, no piensas realmente eso de mí. – ella soltó una risa sarcástica. – Perdona si el hecho de que me la liaras enormemente cuando lo de Alek me despistó. – El rio también y suspiró. – Bueno, admitirás que estabas haciendo algo prohibido… - No le gustaba nada el tono de voz que estaba usando. – Además, fue cosa de mi compañera más que mía. – Ella abrió mucho los ojos y rio desde la garganta. – Sí… Tu compañera.- Dijo haciendo hincapié en la palabra. – Fuiste tú quien me llevó donde Marcus, porque tienes una rencilla personal con él. Cuando en verdad estáis bastante de acuerdo en varias cosas, entre ellas que supuestamente hago cosas prohibidas. –
De repente, el dichoso prefecto se puso frente a ella con una sonrisa que pretendía ser seductora. – También estamos de acuerdo en un par de cosas más… En que eres tremendamente guapa y atractiva… Y que nos gusta mucho esa forma de saltarse las normas a la torera… - Ella se removió, cerrando el cuaderno, ya con la concentración perdida y suspirando con impaciencia – Y que te hagas la difícil. Lo hace todo más entretenido. – Ella alzó una ceja con media sonrisa. Que ese repartiera un poco de seguridad en sí mismo por ahí, que corto no se iba a quedar. – Mira, te lo voy a poner muy fácil, por si no te quedó claro a final de curso del año pasado. No quiero nada contigo y no sigas haciendo eso, porque supuestamente tienes novia. – El prefecto se inclinó sobre ella y la mano que tenía más cerca de su pierna, la acarició ligeramente, lo que le hizo levantarse de sopetón, con la mochila y el cuaderno sobre el brazo izquierdo.
Merci Prouvaire!
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
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Freyja
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One of us CON Varios EN Sala común Del 8 al 15 de enero |
- Arriba. No, no, ¡he dicho arriba! - Como chico obediente que era y por la cuenta que le traía, decidió hacerle caso a Kyla tan pronto se le rebajó el enfado y forzarse a sí mismo en no pensar ni en la sola existencia de Hughes. Pero de tanto concentrarse en el estudio para no pensar se le había ido el santo al cielo en la biblioteca. Caminaba de espaldas porque no tenía tiempo que perder, iba a llegar tarde a su clase. Pero había alumnos de primero pidiéndole indicaciones desde una de las escaleras del piso superior. - ¡Allí no! ¡Arriba, antes de llegar a la Torre Gryffindor! - Nada. Ni caso. Chistó, aún caminando de espaldas. - ¡A ver, por favor! ¡¡Eh, eh!! ¡Michaels! Por favor, ¿puedes guiar a aquellos alumnos? Que voy a llegar tarde. - Parece que el chico señalado tuvo a bien hacerle caso, así que con un respiro se dio media vuelta veloz. - Grac… - Y, al hacerlo, de tanto acelere que llevaba, chocó de bruces con alguien.
No con alguien. Con una profesora. - Oh. Lo siento, lo siento. - No con una profesora cualquiera. Con la Profesora Hawkins. Genial… De verdad que no necesitaba ver a la profesora de adivinación. A la cual, por cierto, parecía haberle hecho mucha gracia aquella colisión. - ¡Marcus, querido! Vas más rápido que una escoba. - Dijo con musicalidad, entre risas, en lo que el chico se agachaba para recoger el libro de la mujer, que con el golpe se lo había tirado al suelo. Ella no parecía ni levemente preocupada. De hecho, estaba con las manos ligeramente alzadas como si esperara una lluvia de pétalos de flores o algo así. - Disculpe, profesora. Iba despistado. - No te preocupes. - Dijo la mujer con una sonrisa, tomando lentamente el libro que él le devolvía. - Gracias. Muy amable. - Marcus soltó un poco de aire, apurado, pero dado que la mujer estaba tan normal, hizo un gesto cortés con la cabeza y se dispuso a marcharse.
- Oh, espera. - Dijo la mujer con ese tono suave, pausado y melodioso, deteniéndole justo cuando ya se iba. Se giró hacia ella con educación. Pero la mujer parecía pensarse cada palabra que iba a decir. Y él iba a llegar tarde. - A ti te gustan mucho los libros, ¿verdad, Marcus? - Automáticamente su mirada se dirigió al libro que la mujer tenía en los brazos, cuyo título no se había molestado en leer. “Destinados”. Vaya. Era tan cliché de la adivinación que hasta él podía haber adivinado que se llamaría así. - ¿Quieres que te lea un poco de este? - Marcus alzó la mirada hacia la mujer, incrédulo. Pero era una profesora, tenía que contestar con educación. - Eeemmm. - Solo un poquito. Es de poesía. - ¿De poesía? ¿Qué hacía la Profesora Hawkins con un libro de poesía? Aunque con ese título… Pues ver cosas donde no las había, seguro, viniendo de ella.
- Lo cierto es… - Dijo un poco apurado, rascándose la nuca, mientras miraba hacia el lugar al que se dirigían sus pasos antes de que la mujer le interrumpiera. - …que llego tarde a… - Oh, venga. ¿Cuántas veces nos hemos tropezado tú y yo en todo el tiempo que llevamos compartiendo el mismo castillo? - Y, para terminar de desconcertarle, la mujer se había enganchado de su brazo y caminaba sonriente en la dirección contraria a la que él quería ir. Miró hacia atrás con una mezcla entre apuro y ganas de pedirle a alguien que le rescatara. Pero la mujer tenía ganas de pasear, al parecer. - La última vez que hablamos no eras tan alto, aunque ya apuntabas maneras. - Dijo con un suspiro. Él frunció una sonrisa un tanto incómoda, y de reojo vio como ella abría el libro. - Este libro es precioso, me gusta especialmente. Me lo leo… Esporádicamente. Cuando siento que tengo que leerlo, como hoy. - “Cuando siento que tengo que leerlo”. Ojo al razonamiento. Un libro se lee cuando se tiene que leer. Menos mal que era lo suficientemente respetuoso con la autoridad como para callarse y simplemente escuchar con educación.
La mujer volvió a suspirar, mirando las páginas. Y, entonces, en voz alta mientras pasaban por el pasillo alumnos que se les quedaban mirando como si estuvieran viendo lo más bizarro que hubieran presenciado en vida (porque lo era) empezó a recitar. - “Las estrellas, para siempre inmutables / Nos guían por caminos invisibles. / Y tú fuiste escrito en mi historia / Destinado a chocar conmigo.” - Tragó saliva. Ya empezaban, por eso no le gustaba hablar con adivinos. Cualquier cosa que le decían era potencialmente sugestionable, era susceptible de que te sintieras identificado con ella. Y no estaba él en el mejor momento para eso, ni mucho menos. Por supuesto, la mujer no había terminado. - “Las estrellas, para siempre inmutables / Me enviaron tu amor. / Pero cruel, qué tarde en mi historia / Viniste a chocar conmigo.” - Pues sí, qué tarde. Suspiró para sí. Espera espera, ¿¿qué hacía dándole pábulo a eso?? ¿En qué estaba pensando? ¿Acaso… Se estaba sintiendo identificado con ese maldito poema? Solo era una tontería de poema diseñado para enganchar a aquellos que creían en el destino. Él no… Él no creía en esas cosas… - “Como la lluvia se encuentra con el río / Como los árboles se encuentran con el cielo / Nacimos para estar juntos / Tú y yo” - El corazón se le había acelerado, y caminaba ya con la mirada perdida. Nacimos para estar juntos… Estaba escrito… - “Como los peces necesitan agua / Como los pájaros necesitan el cielo / Nos hicieron necesitar el uno al otro / Tú y yo.” - Por supuesto tenían que salir pájaros en el maldito poema. Y por supuesto que ya estaban sus desobedientes lágrimas luchando por salir, anegando sus ojos.
Respiró hondo porque se negaba a echarse a llorar delante de una profesora, menos aún de esa profesora, menos aún por culpa de un estúpido poema. Y ni siquiera había terminado. - “Las estrellas, para siempre inmutables / Nos guían por caminos invisibles / Y tú fuiste escrito en mi historia / Destinado a chocar conmigo.” - Las estrellas… El destino… La historia ya escrita… Él seguía con la mirada perdida, dándole vueltas a aquello. Y mientras, la profesora se había detenido. Al parecer había terminado con el poema. La miró segundos después, como si acabara de despertar. La mujer le estaba mirando con ternura. - Eem… - Se aclaró la garganta, porque la voz le había salido más quebrada de lo que pretendía, y se forzó a sonreír, aunque con los labios fruncidos, claramente artificial. - Muy bonito, el poema. - Asintió. - Pero de verdad que me tengo que ir. - Claro claro… Oh, por cierto. ¿Cómo está tu amiga Alice Gallia? Llevo tiempo sin verla. - Marcus se quedó congelado en el sitio, mirándola. Estaba seguro de que los ojos le brillaban, pero no podía reaccionar. La mujer, por supuesto, se dio cuenta. - Oh, perdón, ¿he tocado un tema doloroso? - Pues sí. Y algo le decía que no era más que parte del jueguecito de la adivinación. Sin embargo… Ni siquiera le salía enfadarse. Solo estaba… Allí, parado.
No con alguien. Con una profesora. - Oh. Lo siento, lo siento. - No con una profesora cualquiera. Con la Profesora Hawkins. Genial… De verdad que no necesitaba ver a la profesora de adivinación. A la cual, por cierto, parecía haberle hecho mucha gracia aquella colisión. - ¡Marcus, querido! Vas más rápido que una escoba. - Dijo con musicalidad, entre risas, en lo que el chico se agachaba para recoger el libro de la mujer, que con el golpe se lo había tirado al suelo. Ella no parecía ni levemente preocupada. De hecho, estaba con las manos ligeramente alzadas como si esperara una lluvia de pétalos de flores o algo así. - Disculpe, profesora. Iba despistado. - No te preocupes. - Dijo la mujer con una sonrisa, tomando lentamente el libro que él le devolvía. - Gracias. Muy amable. - Marcus soltó un poco de aire, apurado, pero dado que la mujer estaba tan normal, hizo un gesto cortés con la cabeza y se dispuso a marcharse.
- Oh, espera. - Dijo la mujer con ese tono suave, pausado y melodioso, deteniéndole justo cuando ya se iba. Se giró hacia ella con educación. Pero la mujer parecía pensarse cada palabra que iba a decir. Y él iba a llegar tarde. - A ti te gustan mucho los libros, ¿verdad, Marcus? - Automáticamente su mirada se dirigió al libro que la mujer tenía en los brazos, cuyo título no se había molestado en leer. “Destinados”. Vaya. Era tan cliché de la adivinación que hasta él podía haber adivinado que se llamaría así. - ¿Quieres que te lea un poco de este? - Marcus alzó la mirada hacia la mujer, incrédulo. Pero era una profesora, tenía que contestar con educación. - Eeemmm. - Solo un poquito. Es de poesía. - ¿De poesía? ¿Qué hacía la Profesora Hawkins con un libro de poesía? Aunque con ese título… Pues ver cosas donde no las había, seguro, viniendo de ella.
- Lo cierto es… - Dijo un poco apurado, rascándose la nuca, mientras miraba hacia el lugar al que se dirigían sus pasos antes de que la mujer le interrumpiera. - …que llego tarde a… - Oh, venga. ¿Cuántas veces nos hemos tropezado tú y yo en todo el tiempo que llevamos compartiendo el mismo castillo? - Y, para terminar de desconcertarle, la mujer se había enganchado de su brazo y caminaba sonriente en la dirección contraria a la que él quería ir. Miró hacia atrás con una mezcla entre apuro y ganas de pedirle a alguien que le rescatara. Pero la mujer tenía ganas de pasear, al parecer. - La última vez que hablamos no eras tan alto, aunque ya apuntabas maneras. - Dijo con un suspiro. Él frunció una sonrisa un tanto incómoda, y de reojo vio como ella abría el libro. - Este libro es precioso, me gusta especialmente. Me lo leo… Esporádicamente. Cuando siento que tengo que leerlo, como hoy. - “Cuando siento que tengo que leerlo”. Ojo al razonamiento. Un libro se lee cuando se tiene que leer. Menos mal que era lo suficientemente respetuoso con la autoridad como para callarse y simplemente escuchar con educación.
La mujer volvió a suspirar, mirando las páginas. Y, entonces, en voz alta mientras pasaban por el pasillo alumnos que se les quedaban mirando como si estuvieran viendo lo más bizarro que hubieran presenciado en vida (porque lo era) empezó a recitar. - “Las estrellas, para siempre inmutables / Nos guían por caminos invisibles. / Y tú fuiste escrito en mi historia / Destinado a chocar conmigo.” - Tragó saliva. Ya empezaban, por eso no le gustaba hablar con adivinos. Cualquier cosa que le decían era potencialmente sugestionable, era susceptible de que te sintieras identificado con ella. Y no estaba él en el mejor momento para eso, ni mucho menos. Por supuesto, la mujer no había terminado. - “Las estrellas, para siempre inmutables / Me enviaron tu amor. / Pero cruel, qué tarde en mi historia / Viniste a chocar conmigo.” - Pues sí, qué tarde. Suspiró para sí. Espera espera, ¿¿qué hacía dándole pábulo a eso?? ¿En qué estaba pensando? ¿Acaso… Se estaba sintiendo identificado con ese maldito poema? Solo era una tontería de poema diseñado para enganchar a aquellos que creían en el destino. Él no… Él no creía en esas cosas… - “Como la lluvia se encuentra con el río / Como los árboles se encuentran con el cielo / Nacimos para estar juntos / Tú y yo” - El corazón se le había acelerado, y caminaba ya con la mirada perdida. Nacimos para estar juntos… Estaba escrito… - “Como los peces necesitan agua / Como los pájaros necesitan el cielo / Nos hicieron necesitar el uno al otro / Tú y yo.” - Por supuesto tenían que salir pájaros en el maldito poema. Y por supuesto que ya estaban sus desobedientes lágrimas luchando por salir, anegando sus ojos.
Respiró hondo porque se negaba a echarse a llorar delante de una profesora, menos aún de esa profesora, menos aún por culpa de un estúpido poema. Y ni siquiera había terminado. - “Las estrellas, para siempre inmutables / Nos guían por caminos invisibles / Y tú fuiste escrito en mi historia / Destinado a chocar conmigo.” - Las estrellas… El destino… La historia ya escrita… Él seguía con la mirada perdida, dándole vueltas a aquello. Y mientras, la profesora se había detenido. Al parecer había terminado con el poema. La miró segundos después, como si acabara de despertar. La mujer le estaba mirando con ternura. - Eem… - Se aclaró la garganta, porque la voz le había salido más quebrada de lo que pretendía, y se forzó a sonreír, aunque con los labios fruncidos, claramente artificial. - Muy bonito, el poema. - Asintió. - Pero de verdad que me tengo que ir. - Claro claro… Oh, por cierto. ¿Cómo está tu amiga Alice Gallia? Llevo tiempo sin verla. - Marcus se quedó congelado en el sitio, mirándola. Estaba seguro de que los ojos le brillaban, pero no podía reaccionar. La mujer, por supuesto, se dio cuenta. - Oh, perdón, ¿he tocado un tema doloroso? - Pues sí. Y algo le decía que no era más que parte del jueguecito de la adivinación. Sin embargo… Ni siquiera le salía enfadarse. Solo estaba… Allí, parado.
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