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    Alchemist
    Ivanka
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    Miér 5 Mayo - 10:53

    Cuarto creciente
    CON Alice EN Saint-Tropez A LAS 17:00h, 14 de julio de 1997
    Venga, O'Donnell, que no tengo todo el día, si no lo sabes, admítelo y ya está. – Había terminado esa frase con un tonillo un poco maligno. Esta tumbada boca abajo en la orilla, apoyada en sus brazos, agitando las piernas en el aire y disfrutando de como el mar llegaba de cuando en cuando para mojarles un poquito y paliar el calor del sol de La Provenza en pleno julio.

    Por lo visto, el año anterior no había logrado asustar tanto a Marcus como para no querer volver, y allí estaban de nuevo, en la playa, disfrutando del verano juntos. Y encima, aquel año, para fiesta nacional. A Alice le encantaban todas las fiestas, y aunque no fuera francesa de nacimiento ni viviera allí, en seguida se apuntaba a las celebraciones, sobretodo porque su familia solía hacer una barbacoa multitudinaria y ver los fuegos artificiales en la playa. Y desde que supo que Marcus iba a star para esa fecha estaba deseando que llegara para que hicieran juntos las decoraciones, y, con lo que le gustaba a Marcus comer, la barbacoa (que era claramente su parte menos favorita) la iba a disfrutar de lo lindo. La única pega es que André y Jackie no estaban porque sus tíos habían aprovechado la fiesta nacional para irse de vacaciones con ellos. Pero casi que mejor, porque sus primos eran un poquito kamikazes para Marcus.

    Así que, como le pasaba todos los días en los que luego iba a haber una fiesta, estaba que daba botes por todas partes, pero ya su padre y Arnold se habían ido por ahí con Dylan, para que dejara un poco tranquila a mamá, que estaba bastante agotada y quería tener un poco más de fuerzas para la fiesta, y Marcus era de planes más tranquilos, así que ya se había sacado de la manga uno de sus juegos improvisados y había ido por toda la playa recogiendo conchas y metiéndolas en un cubo. La idea era que uno sacaba una concha y el otro tenía que adivinar con los ojos cerrados de que tipo era, solo tocándola. Si acertaba, le podía hacer una pregunta al contrario, y si no, era el contrario el que le hacía una pregunta al que adivinaba. Y eso, en otros, sería aburrido, pero en Marcus y Alice era lo más entretenido del mundo, porque a ambos les encantaba tanto preguntar como responder, porque hacían preguntas interesantes y porque les encantaba saber responder bien y razonadamente a algo sin que hubiera riesgo de nota o de que algún adulto se riera de ellos. Pero es que Marcus tenía que se tan perfecto con todo que se llevaba una hora tocando la concha hasta que se decidía. – Igual para cuando empiecen los fuegos mee has dado una respuesta. Y si eso pasa, te habrás perdido toda la organización de la fiesta, con lo que sé que te gustan esas cosas. Y te habrás perdido también a mi abuela haciendo la tarta tropezienne, con lo glotoncillo que eres. – Dijo arrastrándose por la arena y dándole con el índice en la nariz. Luego se dio la vuelta y se quedó tumbada boca arriba sobre la arena, cerrando los ojos y dejándose bañar suavemente por el mar y sentirse simple y sencillamente feliz.
    Merci Prouvaire!


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    Alchemist
    Freyja
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    Miér 5 Mayo - 12:58

    Exceso de entusiasmo
    CON Alice EN Campo de quidditch A LAS 11:00h, 4 de octubre de 1998
    – Hhmm... - Pensó, mientras seguía tocando la concha. Se había pasado un rato boca abajo, pero ya le dolían los brazos y la espalda porque llevaba mucho rato en la misma postura y Alice no dejaba de darle conchas, y para pensar tenía que estar cómodo. Porque Marcus lo de pensar se lo tomaba muy en serio, aunque fuera pensar en conchas. A pesar de sus reticencias a llenarse el pelo de arena, que luego llegaba a Londres y seguía echando (en serio, ¿dónde guardaba tanta arena? Tampoco tenía el pelo tan largo, aunque se lo estaba dejando crecer) se tumbó de espaldas, con la cabeza apoyada y las piernas flexionadas, aunque aún le llegaba el agua fresquita a los pies. Allí se estaba tan bien que, si no fuera porque estaba pensando en las conchas, con los ojos cerrados, la brisa, el sol y el fresquito del agua, se habría quedado dormido haría ya un buen rato.

    Si no fuera porque estaba pensando en las conchas y si no fuera porque su amiga no paraba de picarle. Chasqueó la lengua y frunció el ceño. – ¿Sabes? No dejar pensar a tu rival intelectual en una competición es una estrategia de Slytherins. - Devolvió, porque sí que era verdad que le estaba costando un poco más de la cuenta dar con la concha, y Alice lo sabía y no perdía la oportunidad de hacerlo notar. – Sí que lo sé, estoy entre dos opciones. - No era verdad. – Solo quiero asegurarme bien. - Dijo, tocando con más cuidado las vetas de la piedra. Marcus no era ningún experto en conchas, que él era inglés y ese era su segundo verano en La Provenza, y no es que los destinos de playa hubieran sido especialmente habituales en su familia antes de conocer a Alice. Apenas había ido algunas veces contadas y no había tenido ningún libro de conchas a mano en el que cotejar los nombres, sabía las diferencias simplemente a ojo. Ladeó los labios en una mueca pensativa. Esa que tocaba era pequeñita, pero había muchas conchas pequeñitas. Podría ser de cualquier molusco.

    A pesar de tener los ojos cerrados, hizo un gesto de entrecerrarlos y mirar a la chica cuando le dijo todo lo que se iba a perder. – Eso, simplemente, no va a pasar. - Venga, Marcus, concéntrate. Que ya no iba a colar lo de estar entre dos, tenía que dar una respuesta. – Es una concha de almeja. - Dijo finalmente, sonando más seguro de lo que estaba. Abrió los ojos y lo comprobó. – ¡JA! Ahora ¿qué? ¿Vas a seguir metiéndote conmigo? - Rio y lanzó la concha un par de veces al aire, como si fuera una pelota, recogiéndola con la mano después. – Listilla, solo necesitaba un poquito de tiempo para pensar. En ninguna parte pone que los Ravenclaw tengan que ser rápido, somos inteligentes y sabios. Y la sabiduría me ha enseñado que... - Vino una ola más fuerte de la cuenta, tanto que casi le llega a la cintura. Se sobresaltó un poco, porque estaba demasiado metido en su discurso resabiado, y casi pierde la concha. Pero cerró el puño a tiempo para guardarla, esbozando una sonrisa triunfal y arqueando las cejas.

    – Como he adivinado te puedo hacer una pregunta, ¿no? Hmmm... Pues déjame pensar... - Se hizo el interesante, volviendo a apoyar la cabeza en la arena. – Ya sé. - La miró, moviéndose ligeramente sobre su costado y mordiéndose el labio. – ¿Qué es exactamente lo que tiene Alice Gallia en su cabeza? - E inmediatamente después, le pegó la concha en la frente, retirándose a lo justo y echándose a reír, rodando por la arena. – ¡Mira! Ahora entre las muchas locuras Gallia, podemos incluir tener la cabeza llena de almejas. - Se levantó a lo justo para huir de ella, y al hacerlo se notó toda la arena pegada. – Voy a bañarme, ¿vienes? - Volvió a arquear las cejas. – Pero aún tienes que contestarme a la pregunta, ¿eh? Aunque voy a hacer una apuesta. - Miró hacia arriba, fingiendo que adivinaba, con una sonrisilla. – Estás repasando la receta de la tarta de tu abuela enterita para luego no comerte ni el piquito del triángulo. ¡Ah! Y estás viendo de qué manera vas a hacer una locura para volver taquicárdico a tu amigo Marcus, del tipo "vamos a atrapar un fuego artificial y a intentar hacer la barbacoa con él, a ver qué pasa".
    -
    Volvió a reír y le ofreció la mano para que entrara con él en el agua.
    Merci Prouvaire!


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    Miér 5 Mayo - 14:54

    Cuarto creciente
    CON Alice EN Saint-Tropez A LAS 17:00h, 14 de julio de 1997
    Hizo una pedorreta cuando le dijo aquello de los Slytherin. – Seguro que es una estrategia. ¿Cuánto consideraría el señorito que es un tiempo aceptable para reconocer una concha? – Dijo entre risas. – ¿Dos opciones? Venga, por favor Marcus que te lo he puesto tirado. – Resopló otra vez y por fin se decidió. Aun así, Alice no perdió su oportunidad de meterse con él. – Buah, lo has resuelto solo porque las almejas se comen, y tú todo lo que se pueda comer lo tienes bien controlado. Pero claro, como comes sin conocimiento, no las reconocías al tacto. – Y siguió riéndose de su amigo, mirándole, tumbado junto a ella, ambos rebozados en arena.

    Hombre, claro, con dos horas para averiguar qué concha es, todos podemos. – Pero se tuvo que reír cuando llegó la ola y casi se le cae la concha. Es que a veces era tremendo, le hacía hasta saltar las lágrimas. – Pues si no llegas a estar rápido ahí, adiós concha. – Y otra vez a reírse. Le encantaba el verano y le encantaba que Marcus estuviera aquellos días allí con ella, aunque se hubiera tardado el día entero en adivinar una concha. – Te toca preguntar, sí. – Confirmó, tratando de recuperar su estado normal después de las risas. Giró la cabeza para mirarle, imitando cómo lo hacía él con una sonrisilla. Y, de repente, vio su mano acercarse y suspiró, cuando notó que le había puesto la concha en la frente, mientras era él el que ahora se moría de risa y giraba por la arena, rebozándose entero. – Qué gracioso eres. – Dijo sacándole la lengua, aunque su risa estaba pugnando por salir. Se quitó la concha entornando los ojos. – No acertarías ni en mil años. – Si que la tenía llena de locuras. Bueno locuras para los estándares Marcus. como bañarse. Sabía que no debía, los adultos no la dejaban bañarse sola ni con otros niños, pero... Si no se metían mucho... Además, estaba con Marcus. Se agarró las rodillas y sonrió con superioridad. – No son locuras, son ideas. – Se levantó y se apoyó una mano en la cadera, cambiando el peso a esa pierna. – Y no las tengo para volverte loco a ti, las tengo para enriquecer nuestros conocimientos de Ravenclaws. – Pero amplió la sonrisa y tomó su mano para entrar en el agua.

    Siempre que se bañaba, se sentía desestabilizarse, especialmente con las olas, así que se agarró más fuerte a su mano, hasta que el agua le llegó por los muslos, aunque a Marcus le cubría menos, porque era más alto. Le daba mucho gustito notar cómo se le despegaba la arena y cómo el agua le bajaba la temperatura corporal. Cogió la otra mano de Marcus y dijo. – Agárrame fuerte, eh, no me sueltes. – Porque quería sumergirse para terminar de quitarse la arena y refrescarse, pero le daba un poco de miedo meterse hasta la cabeza sin tener un buen anclaje. Con la siguiente ola aprovechó, y se sumergió, cogiendo mucho aire y terminando por salir como un pececillo más cerca de lo que estaba antes de Marcus. Tanto que se chocaron un poco. – Ups, perdón. – Dijo con una risita y se apartó a donde estaba antes, sin soltar sus manos. – ¿Sabes lo que tengo en la cabeza? Que quiero hacer un montón de cosas contigo aquí, que conozcamos todos los sitios que he visto sola y he pensado "esto tiene que verlo Marcus". – Dijo con una gran sonrisa enseñando los dientes. Iba a decirle el sitio en el que estaba pensando y notó como una quemazón en la tripa y se separó de un salto, mirando el agua, pensando que podía ser una medusa, pero no. No había nada. De hecho... Le dolía comuna agujetas. Lo cual no era extraño, no paraba quieta. Lo raro era lo repentino de ello. Pero en fin. – Perdona, creía que había notado algo en el agua, pero solo em estás pegando lo de ser un poco miedosilla. – Dijo con una risa dulce.
    Merci Prouvaire!


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    Miér 5 Mayo - 15:42

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    CON Alice EN Campo de quidditch A LAS 11:00h, 4 de octubre de 1998
    Soltó una carcajada. – ¿Y qué más da por qué lo sepa? Lo importante es que lo he sabido. - Dijo con pose chulesca. – El conocimiento es poder, mi querida Alice. Y un buen Ravenclaw valora el conocimiento, venga de donde venga. - La chica seguía quejándose y él más se reía, sin ningún disimulo. Le picó un poco en las costillas y dijo entre risas. – ¡Venga ya, Gallia! No tengas mal perder. He ganado porque soy un crack de las conchas, y punto. - Para lo fácil que era sí que le había costado un poquito averiguarla, pero insistía en su excusa de que él era un chico de Londres, no se había criado en la playa. O sea que ni tan mal.

    A la respuesta de qué tenía en la cabeza, volvió a reír. – "No son locuras, son ideas". ¿Tienes eso escrito por las paredes de tu cuarto? - Pero bien que le había venido la baza Ravenclaw para escudarse. – Ooooh perdona. - Dijo entre risas, mostrando las palmas de las manos. – Entonces eso sí está permitido, ¿no? Tener conocimientos por comer, no, pero tener conocimientos por hacer locuras por ahí, sí. - Dijo en tonito de burla graciosa. Así eran ellos, se picaban continuamente pero se entendían el uno al otro mejor que nadie. Se compenetraban y se querían, por algo eran los mejores amigos del mundo. Pero también podían pasarse el día entero en un duelo dialéctico a ver quién podía más. – Ilústreme, Alice Gallia. Según su Ravenclawnómetro, ¿en qué parte de la escala está saber por comer y en qué parte esta saber por meter la cabeza debajo de la arena como las avestruces? - Volvió a reír, pero tomó la mano de la chica y se encaminó a la orilla.

    A Alice no la dejaban adentrarse en el mar porque no sabía nadar, lo cual era un poco rollo porque, sin un adulto cerca, no podían pasar de la orilla. Pero lo prefería así. Alice seguía siendo Alice, y si Alice de normal era un peligro, Alice en un entorno inestable en el que no sabe sobrevivir sola podía ser lo que Marcus necesitaba para morirse de miedo. Prefería la tranquilidad de la orilla, y ya se bañarían cuando estuvieran los padres por allí. – No te suelto. - Confirmó con una sonrisa, agarrando con fuerza las manos de Alice. Era curioso verla con un puntito asustado, no era nada habitual, y sobre todo no era nada habitual que Alice tuviera miedo y él no. La apretó con un poco de más fuerza cuando aprovechó la ola para mojarse y casi trastabilla, porque la marea la había llevado a chocarse con él. Lo lógico hubiera sido quitarse, pero no lo hizo, solo la dejó acercarse. Total, él estaba ahí para sujetarla, ¿no? No sería lógico que se quitara cuando ella perdiera el equilibrio.

    Simplemente rio y negó con la cabeza a su disculpa, escuchando lo que supuestamente tenía en la cabeza. La respuesta le gustó y le hizo sonreír, pero tenía que mantener la bromita que se traían, así que arqueó una ceja. – ¿Sitios como un monasterio abandonado que resultó ser un laboratorio federal de alquimia y en el que te metiste de cabeza en un pozo oscuro justo cuando empezaba a caer una tormenta? - Rio y apretó un poco sus manos. – Es broma. ¿Qué sitios? - Todo lo que fuera descubrir lugares nuevos y aprender cosas llamaba su atención. Pero antes de que le contestara, vio como daba un salto hacia atrás, y él dio otro por instinto, haciendo que sus brazos se estiraran (porque no la pensaba soltar) como si hubiera pasado un tiburón por medio. Oh, Dios, ¿había tiburones en La Provenza? Solo tuvo que fijar un poco la vista para comprobar que no había absolutamente nada, debía haber sido una confusión de Alice. Antes de poder tranquilizarla, ella se adelantó. Entrecerró los ojos y acercó el rostro a ella con burla. – Ja-ja. No te metas conmigo, que está claro que en el agua tengo mucho más control que tú. - Se irguió, muy bien puesto y con una caída de ojos. – Y gracias a eso que tu llamas "miedosillo", estoy salvándote la vida en un entorno hostil, y no es la primera vez que lo hago. Recuerda mi rápida e impecable reacción el año pasado cuando te desmayaste. - Bueno, rápida quizás sí, pero impecable... Pero Marcus, a más tiempo trascurría del hecho, más lo adornaba. – Lo llamo prudencia y buen hacer. - Tss, miedosillo...

    Fue a soltar una de sus manos, pero lo hizo poquito a poco y con advertencia. – Tranquila, chica nada miedosilla. No te suelto. - Dijo, agarrando bien la otra mano. Con la que había liberado le tocó un mechón de pelo. – Sigues llena de arena, te has enjuagado regular. - Dijo entre risas. Se miró la espalda y añadió. – Y yo estoy rebozado. Si me ven por ahí, a lo mejor me echan en una sartén y todo. - Dijo entre risas. Volvió a agarrar su mano y se agachó poco a poco. – Voy a ponerme de rodillas. Pero no te suelto. - En teoría lo repetía continuamente para tranquilizar a Alice, pero un poco también lo hacía para tranquilizarse a sí mismo. – Baja conmigo, si quieres. No te preocupes, el agua no cubre tanto. - Ya de rodillas, se acercó a ella un poco más. – Y sigo aquí. - Sonrió y agachó la cabeza, mostrándole a la chica los rizos como si fuera un perrillo. – Mira. Por tu maravillosa idea de tirarnos en la arena. Voy a llegar a Hogwarts con los rizos llenos de granitos, ¿qué te apuestas? - Bromeó. Miró para el horizonte y, en lo que esperaban que llegara una ola lo suficientemente grande como para llevarse su arena, preguntó. – ¿Y cuáles son esos sitios? ¿Nos dará tiempo a ver hoy alguno? Anda, dame una pista. -
    Merci Prouvaire!


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    Alchemist
    Ivanka
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    Miér 5 Mayo - 17:22

    Cuarto creciente
    CON Alice EN Saint-Tropez A LAS 17:00h, 14 de julio de 1997
    Entornó los ojos. Ya estaba el Marcus miedica saliendo otra vez. – No, solo tengo esas ideas y espero el mejor momento para llevarlas a cabo. – Dijo encogiéndose de un hombro con media sonrisita. Luego resopló otar vez cuando aludió a lo del laboratorio de alquimia. Ay, no se lo iba a perdonar tan fácilmente. – Reconozco que no fue mi mejor jugada. Pero yo pensaba que solo era un monasterio abandonado y guay, ¿vale? La mayor parte de las veces mis ideas no son peligrosas. – O no tanto. Aunque se le amplió cuando Marcus le dijo que era broma y le apretó las manos. Estaba muy guapo así de sonriente, incluso lleno de arena, y le gustaba verlo tan feliz. Y que no la soltara, porque la hacha sentir muy segura en el agua, donde habitualmente se sentía un poco más titubeante. Claro, que Marcus no iba a desperdiciar su momento de superioridad. – Bueno, ya estamos con el desmayo. Me hubiera salido más a cuenta que me castigaran que tener al aún-no-prefecto Marcus O'Donnell cómo me salvó de un bajón de tensión. – Y le picó en las costillas de vuelta, con cara de pillina y mordiéndose el labio inferior para que viera que estaba de broma también. – Pero no me vayas a soltar ahora porque me desmayara delante tuya dándote un susto. – Susto el que le había dado hace un momento con el salto que había pegado, pero decidió dejarlo en el aire, porque el pinchazo se había pasado y Marcus podía llegar a ser muy aprensivo.

    Cuando le tocó el pelo le bajó un hormigueo por la espalda, pero lo disimuló bastante bien. – ¿Ahora también sabes tú más de cómo se lava el pelo de las chicas? Eres tú al que se le queda arena hasta la vuelta de verano, según tus propias palabras. – Se echó a reír cuando dijo lo de la sartén. Qué tío, siempre con el como, pero le hacía reír mucho con aquellos piques interminables. Miró un momento a Marcus de rodillas frente a ella sin soltarle las manos, y se lo pensó un segundo antes de ponerse de rodillas ella también. – Estaba viendo que se sentiría siendo más alta que tú, siempre tienes que mirarme para abajo. – Ancló las rodillas en la arena pero no soltó las manos de Marcus ni por un segundo, porque el ir y venir de las olas la desestabilizaba. Le sonrió y clavó sus ojos en los de él, que ahora estaba más cerca. – Y sigues aquí. – Corroboró. De hecho estaba un poco atontada con su cercanía, tanto que soltó la mano izquierda cuando Marcus le enseñó sus bucles. – Me gustan tus rizos. Son bonitos. – Y sin pensarlo mucho, pasó los dedos entrelazándolos con los mechones del chico y los deslizó hacia fuera con suavidad, para quitarles la arena. – Ya está, haces eso mismo un par de veces más y arena fuera, ¿ves? – Y lo hizo con su propio pelo como si se peinara los mechones mojados. Pero no quitaba los ojos de los de él. Qué verdísimos se veían con el reflejo del agua, y cómo le notaban las pequitas por el sol. – Pareces diferente en verano. – Dijo sin pensar mucho, pero aún con la sonrisa sincera que traía desde hacía un rato.

    Parpadeó y se reestabilizó un poco, porque una ola la había movido, y eso la hizo despertarse de ese estado raro. Puso cara de enterada a la pregunta. – Sí, sí que puedo darte una pista. – Giró la cara pero siguió apuntándole con la mirada. – Tu tía Erin lo conoce. Es una gran pista. – Y tanto que lo era, era como regalarle en bandeja saber a qué sitio iban, pero no le importaba. Lo que quería es ir. Justo entonces, ese dio cuenta de que aún no le había devuelto una de las manos, y una ola de las grandes vino y les pasó por encima, desestabilizándole bastante, por lo que apretó mucho la que le quedaba agarrada y con la otra agarró el hombro de Marcus, pegándose a su pecho pero tratando de mantener el equilibrio de las rodillas. Cuando la ola pasó estaban ambos goteando y mirándose, y por un momento se quedó otra vez aturdida. – Ahora sí que se nos ha quitado bien la arena creo yo. – Hizo amago de quitarse, pero ni si quiera llegó aquella orden a sus músculos. Se quedó allí, sin querer hacer nada más que estar de rodillas en el agua, casi se le había olvidado el otro plan.
    Merci Prouvaire!


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    Miér 5 Mayo - 18:21

    Exceso de entusiasmo
    CON Alice EN Campo de quidditch A LAS 11:00h, 4 de octubre de 1998
    Cerró los ojos y arrugó la nariz en una mueca. – Yo sé de todo, asúmelo. - Pero eso era verdad, el que iba a irse con arena de vuelta era él. O eso, o a Alice le daba igual pasarse todo el verano con el pelo lleno de arena, pero él se sentía en la necesidad de quitarse hasta el último grano del cuero cabelludo aunque fuera a la playa al día siguiente. Se puso de rodillas con cuidado, pero vio como la chica se lo pensaba. Probablemente en el agua fuera la única vez que se la veía ser prudente. Arqueó una ceja. – Pues disfrútalo, porque pienso seguir creciendo y dejarte más bajita todavía. - Bromeó. Sonrió cuando al fin se agachó con él, poniéndose ahora más cerca, con expresión tranquila. Su padre tenía una expresión que le relajaba en prácticamente cualquier circunstancia, y todo el mundo decía que se parecía mucho a él. Esperaba estar saliéndole bien.

    Sabía que si le hacía eso a Alice, ella le tocaría el pelo. Le gustaba que le tocara el pelo, lo hacía mucho y provocaba una sonrisita en él cuando lo hacía. Alzó la mirada con una sonrisa cuando le dijo que eran bonitos. A él también le gustaba su pelo... No sabía a qué había venido eso. Mejor retomaba con la conversación. – Sí, si hago eso unas... Mil veces, supongo que me quitaré todos los granos de arena. - Bromeó, rodando los ojos con fingida ironía. Entonces vio como ella se pasaba los dedos por el pelo, manteniendo una sonrisilla residual... Y le decía que parecía diferente en verano. La sonrisa le tembló un poco. – Tú también. - Dijo, en una voz un poco más susurrada de lo que pretendía, y con una sonrisa un tanto idiota. Pero es que le gustaba mucho el color azul y... Los ojos de Alice estaban mucho más azules en el agua.

    Una ola había hecho a la chica desestabilizarse ligeramente y su primer impulso fue agarrarla mejor, pero solo atinó a apretar más su mano y acercar la otra a su cuerpo, sin tocarlo, porque se había quedado pensando en otra cosa, no sabía ni el qué. ¿Cómo era eso que había dicho Alice hacía apenas un mes de que le gustaban los caballeros? A su padre nunca se le habría desestabilizado una chica en el agua después de prometerle que no la iba a soltar, y a su abuelo menos. Tenía que centrarse un poco... Aunque ahora estaba pensando en si sería apropiado decirle que tenía los ojos bonitos. Con el vestido había acabado lanzándose, pero cobarde como era había salido corriendo justo después. En mitad de su divagación, Alice dijo lo de la pista, así que parpadeó y volvió a poner los pies en la tierra. Arqueó las cejas, abriendo los ojos y ampliando la sonrisa. – ¿Es la cueva de las medusas luminosas? - Preguntó ilusionado. – Mi tía habla mucho de ella, y mi tía no habla prácticamente nada, lo que quiere decir que tiene que ser muy bonita para que la mencione tanto. - Dijo entre risas. Aunque, ciertamente, su tía se entusiasmaba con todo lo que tenía que ver con bichos y cuevas. Pero igualmente sonaba súper guay.

    Fue a seguir preguntando, perdido en la emoción de la visita, tanto que lo que perdió de vista fue la fuerza del agua. Cuando se quiso dar cuenta, prácticamente le estaba estallando la ola en la cara. Contrajo la cara a lo justo para no tragar agua, pero el golpe de la ola no fue lo único que notó. Instintivamente, agarró a la chica cuando cayó sobre él, abriendo los ojos para mirarla. – ¿Estás bien? - Preguntó inmediatamente. Como Alice tragara agua, ya cargo de conciencia para toda la vida, ni hablar de si se la llevaba una ola por ahí. Se le había acelerado un poco la respiración, en tensión hasta que ella alzó la mirada, aún agarrada a él. Se quedaron unos segundos así, simplemente mirándose... Y juraría que se le había quedado la mente en blanco, como si esa ola se hubiera llevado su cerebro también. Menos mal que ella habló, devolviéndole a la tierra otra vez. Soltó una leve risa. – Sí, bueno. - Contestó, notándose absurdamente nervioso de repente. Giró la cabeza a otro lado para no darle a ella (aunque sería más fácil simplemente volver a la posición en la que estaban, pero... Bueno, no había caído) y dijo. – Quizás si hago así. - Sacudió la cabeza como un perrillo, moviendo los rizos y riendo después, devolviendo la mirada a la chica. – ¿Qué? ¿Sigo estando para pasarme por la sartén, o ya menos? - Bromeó, pero seguían... Cerca.

    Tragó saliva y sonrió. – Tú... Sí pareces mejor enjuagada ahora. - Dijo, intentando que sonara a broma pero volviendo a mirar su pelo, mucho más mojado y limpio. Miró entonces a sus ojos y... ¿Se lo decía? ¿Debería? ¿Y si sonaba... Raro? Bueno, a ver, ¿por qué iba a sonar raro? Habían quedado en que era un gesto de caballeros, ¿no? Y Alice era su amiga, ¿con quién iba a ser caballero si no con ella? Pues lo normal, ¿no? Pero justo cuando separaba los labios para hablar, después de otros extraños segundos mirándose en silencio, oyó una voz a lo lejos. - ¿POR DÓNDE ANDAN LOS BAÑISTAS? - Dio un sobresalto y se separó ligeramente, como si estuviera haciendo algo malo, cuando realmente estaba haciendo lo que tenía que hacer, que era proteger a Alice en el agua. Miró y vio a William acercarse, tan contento, seguido de su padre, que estiraba el cuello para detectarles. - Espero que no siendo demasiado bañistas, que tu hija no sabe nadar. - Meh, está ahí con Marcus. - ¿Con mi hijo de trece años? Genial, supongo que están los dos a salvo. - ¡Venga ya, O'Donnell, que tienen trece años, no cuatro! ¡¡EEEH!! LOS TRECEAÑEROS, QUE OS VEO. -
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    Miér 5 Mayo - 19:29

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    CON Alice EN Saint-Tropez A LAS 17:00h, 14 de julio de 1997
    Que Marcus iba a dejarla bajita no era ninguna novedad. Se encogió de hombros con una sonrisa. – Me parece perfecto, necesitaré alguien que vaya vigilando desde la altura si vienen los profesores. – Dijo con tono y mirada traviesos. Sabía que así el ponía nervioso, Marcus era demasiado amante de las normas. – El día que tengas novia te va a tener que compartir con el reglamento. – Dijo con risas. Porque de verdad que sí, que no conocía a nadie con más querencia por la legalidad. Ni Hillary cuando se ponía en modo abogada.

    Entornó los ojos cuando dijo lo de las mil veces. – No eres exagerado ni nada. Tampoco tienes el pelo tan largo. – Y volvió y enredar sus dedos en su pelo para demostrarlo... Y porque le gustaba. Le gustaban sus rizos y apartárselos de la cara. Sí. Estaban distintos los dos en verano, pero no sabría decir en qué... O por qué... Extraño. Pero bueno, haba muchas que había dejado de entender a medida que crecía, cosa que creyó que le pasaría al revés, que cuanto más mayor fuera, más datos tendría. El problema es que también aumentaba el volumen de preguntas, en una progresión geométrica estilo tortuga y liebre que nunca llegaba a resolverse. Marcus la devolvió al mundo, a la playa, a Saint Tropez, al agua. – Sí, esa es. – Contestó con una gran sonrisa. – Vamos en cuanto salgamos, está muy cerca.

    Pero entonces llegó la ola, y la cercanía, y Marcus hizo aquello que había hecho también en su cumpleaños, acercándola a sí, rodearla con el brazo. Por lo visto lo hacía siempre que pensaba que le podía pasar algo, y si le conocía como le conocía, ya estaba pensando que se iba a ahogar o algo. Y así se quedaron. Más rato que en su cumpleaños, porque entonces justo apareció su padre y... – Sí, sí, claro que estoy bien. – Y rio cuando sacudió los rizos sobre ella. Achicó los ojos y subió las manos para apartarle el pelo y dejó allí la mano, mientras subía la cara y le miraba. – Pareces un perrillo mojado. – Dijo con una sonrisa. – Pero no, ya no estás rebozado. – Obviamente que ella estaba más enjuagada, le había pasado una ola por encima... Estaban los dos un poco atontados, debían ser demasiadas horas al sol.

    Y como si lo hubiera mentado antes, oyó a sus padre llamándoles. Marcus y ella se separaron como lo habían hecho antes y, de hecho cuando se apoyó en su mano para levantarse, volvió a darle el pinchazo donde antes. Claramente tenía agujetas ahí, pero no podría especificar de qué y solo le daban con movimientos concretos. Salió del agua sin soltar una de las manos de Marcus, poniendo su mejor cara de niña buena. – Tranquilo, señor O'Donnell, estábamos donde no cubría, y Marcus no me ha soltado. – Dijo levantando la unión de sus manos y soltándola para ponerse rodeando la cintura de su padre. – Es que es un caballero de los de verdad. – Dijo guiñándole un ojo. Su padre le pasó el brazo por los hombros y dijo. – ¿Ves? Sabía yo que estaba todo controlado y que tu honor no corría peligro con un O'Donnell.¿Qué? – Alice no entendía lo que acababa de decir su padre, pero sí conocía sus tonos, y el señor O'Donnell le estaba mirando mal. – Nada, pajarito, tonterías de tu viejo. – Contestó él, palmeándole el hombro con una risotada. – ¿Y Dylan? – Preguntó ella. Su padre suspiró. – Ya sabes, lo hemos distraído media hora, pero en en cuanto se ha dado cuenta de que estábamos lejos de casa ha empezado a preguntar por tu madre y ha habido que volverse. – Alice asintió. Sí, su hermano estaba muy enmadrado, cuando tuviera que ir a Hogwarts iba a ser un drama. Pero eso le daba un rato sin tener que estar pendiente de Dylan. – Oye, papi, ¿puedo llevar a Marcus a la cueva de las medusas? – El señor O'Donnell la miró suspicaz. – Hay que ayudar a preparar la fiesta. ¡Lo sé! – Aseguró ella abriendo mucho los ojos y asintiendo muy seguido. – No tardamos nada, se llega en seguida, y yo he ido mil veces. Se a la enseño y nos volvemos. – Arnold asintió y le revolvió el pelo a Marcus. – Venga. Prometido que no tardáis. – Alice asintió de nuevo y tiró de la mano de Marcus. – ¡Pero tened cuidado por favor! – Pero Alice ya estaba corriendo y mirando a Marcus. – Alcánzame O'Donnell. No me dejes escapar. – Dijo antes de ponerse a correr en dirección a la cueva.
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    CON Alice EN Campo de quidditch A LAS 11:00h, 4 de octubre de 1998
    La miró con los ojillos entrecerrados y una sonrisilla. – Mi novia respetará el reglamento, y no tendrá que compartirme con él porque lo respetaremos juntos. - Tsé, como que se iba él a echar una novia que fuera saltándose normas por ahí... – Y no pienso colaborar en tus engañifas a los profesores, Gallia. - Añadió, picándole de nuevo las costillas entre risas.

    Rio cuando le llamó perrillo mojado, pero ahí se quedó, dejando que la chica le apartara los rizos mojados. Lo hacía con mucha dulzura y con una sonrisita, y eso le gustaba. No es que la gente fuera por ahí tocándole el pelo habitualmente... Pero era Alice. En fin, Alice y él eran los mejores amigos por algo, tenían una relación muy especial y que nadie más tenía, porque ellos eran especiales en sí. Era simple de entender, pero la gente era un poco torpe. Y él se estaba dando demasiadas explicaciones a sí mismo ese día y no sabía por qué, porque nadie se las estaba pidiendo.

    Se levantó con cuidado y ayudando a Alice para que no les arrastrara una ola otra vez e hicieran el ridículo delante de los padres (o peor, volvieran a acabar igual de cerca otra vez... No, en teoría era peor lo del ridículo. Creía). Salió muy formalito del agua y notó como le daba un cosquilleo el estómago cuando la chica decía que había sido un caballero, haciéndole sonreír (esperaba no haberse puesto colorado). Al final no había hecho falta decirle lo de los ojos bonitos. Tenía que tomar nota de eso, al final iba a ser complejo el tema de ser un caballero, pero creía estar dominándolo bastante bien, en vistas de que muchas cosas le salían naturales. Irguió el pecho y miró a su padre con orgullo, y su padre le revolvió los rizos. - Sí, menudo caballero está hecho este... - Se lo tomó como un piropo, a pesar de que su padre había acompañado el comentario de un suspiro. Luego William dijo algo sobre el honor que hizo que su padre cambiara la cara, pero Marcus asintió muy bien puesto. Sí, claro, por supuesto. No sabía muy bien cómo podía perturbar el honor de Alice en el agua, supuso que con eso de dejarla ser arrastrada por una ola y que hiciera el ridículo delante de los mayores, y lo había impedido bastante bien. Así que, sí, honor de Alice preservado por lo que a él respectaba.

    Esperó impaciente a que los hombres les dieran permiso para ir a la cueva de las medusas, porque se moría de ganas por verla. Su padre tenía razón, había que preparar la fiesta, pero él lo tenía todo controlado. – Ya lo hemos hablado, ¡y lo tenemos todo pensado! Sabemos hasta la disposición de los farolillos. - Dijo él, porque sí, una de las cosas que habían hecho esa mañana en la playa era planificar hasta el más mínimo detalle de la decoración, o más bien soñar a lo grande con lo bonito que iba a quedar, como hacían siempre. William soltó una risita y, mirando a su padre, señaló a los dos chicos. - ¿Ves? No hay problemas, lo tienen todo bajo control. Os van a dejar a Emma y a ti como anfitriones a la altura del betún. - Su padre estaba mirando a William otra vez con los ojos entornados y una cara que Marcus no era capaz de descifrar, mientras el Señor Gallia se tapaba la cara y se reía como un niño malo.

    Alice terminó de convencerles y Marcus esbozó una sonrisa de oreja a oreja. – ¡Prometido! ¡Gracias, papá, te guardaré la mejor brocheta de la barbacoa. - Mejor no hagas promesas que no puedes cumplir. - Dijo su padre entre risas. William dejó de reírse y apuntilló. - Eso, Marcus, que eso no es de caballeros andantes. - ¿Quieres parar ya? - Susurró con urgencia su padre, dándole un tortazo a William en el brazo, mientras el otro se seguía riendo. Marcus frunció el ceño con extrañeza y se giró hacia Alice. – A veces los adultos son raros. - Porque él no se enteraba de nada, de verdad que no. Pero la chica ya tenía otra idea en la cabeza y, en vez de contestarle, salió corriendo. Frunció una sonrisilla y lanzó. – Te recuerdo que tengo las piernas más largas que tú. - Y acto seguido echó a correr tras ella. Como la muy tramposa había salido corriendo antes de avisarle siquiera, y era bastante rápida y escurridiza, tardó unos metros en alcanzarla. Pero cuando lo hizo la agarró de la cintura, trastabillando con la velocidad y teniendo que hacer un esfuerzo porque no se cayeran los dos al suelo con la inercia de la carrera. – ¡Pillada! - Dijo entre risas. – No vuelas tan alto todavía, pajarito. Fíjate que rápido te he cazado. - Dijo haciéndole cosquillas. – Vas a tener que seguir practicando si quieres escapar de mí. Y yo no pienso dejar de hacerme más y más alto, así que te va a costar. -Continuó, riendo y sin dejar de hacerle cosquillas, persiguiéndola mientras la chica se retorcía para huir de él. Pero habían llegado con la tontería a lo que parecía la entrada de una cueva, así que se detuvo y la miró con los ojos muy abiertos y una sonrisa. – ¿Es aquí? -
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    Jue 6 Mayo - 8:17

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    CON Alice EN Saint-Tropez A LAS 17:00h, 14 de julio de 1997
    Pero corres peor por la arena, te desestabilizas. – Dijo ella entre risas, girándose durante unos segundos, solo para comprobar que, efectivamente, tenía a Marcus casi encima, por lo que apretó el paso hacia la entrada de la cueva, pero antes de que pudiera llegar, notó como la cogía de la cintura. – ¿Te imaginas que pudiera ahora salir volando? – Dijo con cara de ilusión y una gran sonrisa. Pero su pregunta quedó sin respuesta, porque empezó a hacer cosquillas y ella a revolverse para intentar salir del abrazo, pero no podía, porque se moría de risa, y encima todavía estaba resbaladiza del agua. – ¡No! ¡Marcus! ¡Yo no te he hecho cosquillas! – Y no controlaba los espasmos de su cuerpo tratando de protegerse de las cosquillas, ni las risas, pero podía tirar de Marcus hacia la arena, cayendo los dos de costado, y manchándose de arena otra vez. Se giró aún riéndose.– Perdón, es que no me soltabas. Pero ahora cuando salgamos de la cueva nos lavamos otra vez antes de irnos a casa. – Y se quedó unos segundos así, mirando a Marcus recién salido del agua, recostados sobre la arena.

    Finalmente se rio y dijo. – Sí, aquí es. Vamos. – Y fue a levantarse, apoyando una rodilla en la arena, y en ese momento, el calambre de antes la recorrió con más fuerza y la atravesó de un lado a otro de la tripa. – ¡Ah! – No pudo evitar soltar, más como un jadeo que como una queja real. Miró a Marcus y puso una sonrisa tranquilizadora. – No pasa nada, es que he pisado mal y casi me tuerzo el pie. – Se levantó como si nada, porque, al igual que las otras veces, se pasó tan pronto como había aparecido. Las agujetas más raras que hubiera tenido en su vida. – Vamos, está un poco oscuro, pero en cuanto te acostumbras, lass medusas iluminan un montón. – Dijo dándole la mano para guiarle dentro.

    Era una cueva con el suelo de arena y una poza en medio, pero la poza era lo que más se veía, porque allí dentro flotaban las medusas. El techo era bastante alto y abovedado, aunque un año más y Marcus ya no entraría sin agacharse, de lo que recordaba, tanto Erin como su tía se habían tenido que agachar. Las paredes eran escarpadas y goteaban, y la verdad es que podía parecer que estaba muy oscuro, pero en cuanto los ojos se acostumbraban, la poza emitía una luz inconfundible. Las medusas eran muy brillantes, pero podía distinguir unas más rosáceas y otras como de un verde lima muy clarito.– Las que son como verdes con hembras y las otras machos.– Dijo ella, informando, sin soltar la mano de Marcus para que no tuviera miedo. – El año que Dylan nació, me quedé aquí solita con la tata y el abuelo, y fue el año que tu tía Erin estuvo aquí con nosotras y cuando me trajeron aquí, pero ellas ya habían estado de pequeñas. – Se acercó a las paredes escarpadas y rascó un poco de la planta viscosa que crecía agarrada a las paredes. Se la frotó por las manos, como le había enseñado Erin en su día y, a los pocos segundos, consiguió el efecto deseado y las palmas de sus manos brillaban al mismo estilo que las medusas, con un fulgorcito más verde aún. – Mira, ¿ves? No son las medusas las que emiten la luz, es por los líquenes. Ese agua le gusta porque está más calentita y equilibrada que la del mar, pero en el agua esta el compuesto de estos líquenes y la luminiscencia se activa con el roce. Todo eso me lo enseñó tu tía.– Amplió la sonrisa y le señaló en dirección al otro lado ese la poza. – Y mira lo que hay por aquí. Ten cuidado al pasar por el ladito de la poza, eh. – No hacía falta advertirle porque Marcus era muy cuidadoso, pero por si acaso.

    Se agachó frente aun a de las paredes. y le costó reconocer los trazos. – Mira. – Cogió otro poquito de líquen de la pared y lo echó con el dedo sobre las hendiduras en la pared de la roca, haciendo que brillara lo que habían grabado en aquella piedra. – Erin y Violet. 1975. – Miró a Marcus sonriendo. – En verdad hace tela de tiempo que estuvieron aquí. Pero lo grabaron para que siempre que quisieran, se pudieran rellenar con los líquenes y sus nombres brillaran. – Los miró con ilusión y sonrió. – Molan, ¿verdad?
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    Jue 6 Mayo - 11:41

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    CON Alice EN Saint-Tropez A LAS 17:00h, 14 de julio de 1997
    Si es que no iba a aprender nunca. La tenía agarrada por la cintura, y el segundo que se tomó en mirar la cueva, la muy traviesa le tiró a la arena otra vez. Cayó sorprendido, aunque empezó a reírse en seguida. Eso sí, tenía una fachada de fastidio que mantener, así que chistó y dejó caer los brazos. – Ea, más kilos de arena en el pelo. Ya estoy para la sartén otra vez. - Lo último no pudo evitar decirlo riéndose. Recuperó un poco el aliento y dijo. – Pues qué remedio. - Mientras giraba la cabeza para mirar a la chica, con una sonrisa. Los veranos en La Provenza y con Alice eran tan divertidos y felices.

    Se estaban levantando cuando escuchó a Alice soltar un jadeo dolorido. La miró con los ojos muy abiertos, pero ella se recompuso en seguida, culpando a haber pisado mal. Le miró el pie y los alrededores, a ver si es que había pisado una piedra o algo, pero no vio nada. Igualmente Alice ya iba de camino a la cueva así que no le dio más importancia. Tomó la mano de su amiga y se adentró tras ella en la cueva, mirando con una mezcla entre curiosidad y prudencia, pero sin perder la sonrisa. – ¿De verdad? Qué ganas de verlas, me resulta super raro que una medusa ilumine una cueva. Bueno, o un grupito de medusas. - Entró con cuidadito y, aunque aún no era tan alto, agachó la cabeza por inercia, porque lo cierto es que la cueva era muy pequeña. Mientras avanzaba iba pensando en voz alta. – ¿Y son medusas mágicas? Me leí Animales Fantásticos y Donde Encontrarlos de Newt Scamander y no decía nada de medusas luminosas, ni de ningún animal con pelaje luminoso. Solo los demiguises tienen un pelaje plateado, pero su magia reside en que son invisibles, no brillan... Los que sí brillan son los clabberts, pero no el pelo, sino la pústula de la frente, y solo cuando perciben peligro. - El solo estaba recitando emocionado todos los datos que se sabía antes siquiera de ver las medusas o de que Alice le explicara nada.

    – Y estando aquí podría verlas algún muggle, ¿no? ¿Y cómo se lo explicaríamos? Porque a ver, si tienen un elemento mágico podrían... - Pero entonces llegaron y se quedó mudo, con los ojos abiertos e ilusionados del niño que todavía tenía dentro. – Guau... - Musitó, acercándose un poco más, con cuidado, pero sin soltar a Alice. – Cómo mola. - Dijo de corazón, sin cambiar el tono. Sin quitar la mirada de las lucecitas de la poza, que se movían graciosamente por el agua, escuchó a Alice. Sonrió. –Ahora entiendo por qué a mi tía le encanta. - Dijo, con el rostro iluminado, sin poder dejar de mirar la poza. Se alegraba de que Violet se lo hubiera enseñado a Erin, tanto como de que Alice se lo hubiera enseñado a él.

    Siguió a la chica con la mirada, curioso, mientras ella tocaba las paredes. Enfocó para ver exactamente dónde estaba poniendo las manos y parecía una especie de planta viscosa, o de hongo. ¿Sería seguro tocar eso? Igualmente Alice ya tenía las manos manchadas, así que la miró con curiosidad y ligera prudencia. La explicación le hizo abrir mucho los ojos. – Oh, así que es eso. - Entonces técnicamente no era mágico, pero igualmente era impresionante. Explicar las cosas con magia era muy fácil, pero hacerlo desde el punto de vista muggle era sorprendente cuanto menos. La siguió con cuidado, como ella le decía, deseando ver qué más le podía mostrar. Se agachó junto a ella y miró, y al verlo volvió a abrir mucho los ojos. – ¡Hala! - ¡Habían grabado sus nombres! Qué guay, él también quería. – Muchísimo. - Respondió, mirándola. – ¿Lo hacemos nosotros también? - Preguntó, con una sonrisa. – Podemos grabar los nuestros. Podría ser... Como el muro de la amistad. De los amigos curiosos y exploradores. - Miró por allí y buscó una piedra. Cuando la encontró, la alzó con triunfo. – Además, no podemos permitir que un sitio súper guay como este, haya una Slytherin y una Gryffindor y no haya dos Ravenclaw. - Rio un poco y se sentó junto a Alice, buscando un sitio en la pared. Palpó la piedra hasta encontrar un sitio que le gustó y, cuando lo hizo, amplió la sonrisa y miró a la chica. – ¿Juntos? - Cogió su mano para dibujar juntos, pero al hacerlo se manchó con la cosa viscosa esa. Se miró la mano y, con una sonrisilla traviesa, le dio con el dedo en la nariz. – Ahora te brilla la nariz. Ya solo te falta saber nadar y serás igualita. - Dijo señalando a las medusas con un gesto de la cabeza, riendo.

    Volvió a tomar su mano y la llevó a la piedra, tallando con la roca. – Para la eternidad. - Dijo con voz suave y concentrada, sonriente mientras escribía. Cuando lo hizo, miró el resultado con satisfacción y le pasó la mano por encima. Sus nombres brillaron al instante. "Marcus y Alice, 1997". – No es azulito, ni se ve el mío en rosa y el tuyo en verde como las medusas. - Dijo entre risas, viendo los nombres brillar con diferentes colores. Se giró entonces a Alice y concluyó, con una sonrisa satisfecha. – Pero estará aquí para siempre. -
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    Jue 6 Mayo - 12:55

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    CON Alice EN Saint-Tropez A LAS 17:00h, 14 de julio de 1997
    Miró a Marcus con los ojos muy abiertos y escuchó todo lo que le contó sobre diversas criaturas mágicas. – Wow. Es increíble cuánto sabes de bichos teniendo en cuenta lo poco que te gustan. – Ella se encogió de hombros. – Yo no sé casi nada de criaturas mágicas, solo las cosas que me contaba tu tía. – Se agachó frente a la poza y miró las medusas, que la verdad, formaban un espectáculo precioso en el agua. – Pero... Da igual si son mágicas o normales. Viven donde tienen que vivir, son libres. Y ni magos ni muggles deberían intervenir en esa libertad. – Dijo con media sonrisa.

    Sonrió al ver a Marcus tan ilusionado con la explicación de los líquenes y lo de los nombres. Cuando preguntó si lo hacían dio un saltito en su sitio. – ¡Sí! ¡Claro que sí! Así se quedará como los suyos, somos una familia de gente curiosa y que sabe mucho de criaturas. – Dijo entusiasmada. Ya se había metido a los dos en la misma familia, pero bueno, eran un poco así, ¿no? Entornó los ojos y asintió con una sonrisilla malévola a lo que dijo que no podía ser que hubiera una Slytherin y una Gryffindor. – Y si los padres hubieran venido, ya seríamos cuatro, pero supongo que ya están un poco mayores para ir de exploración por las cuevas. – Y en verdad estaba usando el plural por cortesía, porque sabía que su padre, de muy buen grado se metería en cuantas cuevas hiciera falta, pero la verdad es que no veía a Arnold haciendo lo mismo. Rio y arrugó el gesto cuando le vio en la nariz y se puso bizca para ver la lucecita. – Qué guay. – Rio, y le tendió la mano para escribirlo en la pared con la piedra. Qué bien quedaba, le encantaba. – Para la eternidad. – Dijo sonriente. – ¿Te imaginas que dentro de doscientos años o así viene alguien y lo ve y se pregunta "¿Quiénes serían esos Marcus y Alice?" ? – Esas cosas le emocionaban.

    Frunció el ceño a lo que dijo Marcus sobre los colores. – Claro, porque está encima de la piedra, que no está viva, pero mira. – Le enseñó las palmas abiertas. – En mí sí se ve verde, y... – Giró las palmas y se inclinó para dejarlas estampadas en el pecho del chico y rio. – Mira, como los indios. ¿Ves? En ti también se ve rosita. – Asintió con la cabeza. – Erin dijo que es porque reaccionan a las hormonas, dependiendo si son femeninas o masculinas y eso les da el colorcito. – Volvió a mirarse las manos y el pecho de Marcus. – Aunque mis manos se ven más verdes. Será que soy algo así como MUY chica. – Dijo con una carcajada. Se incorporó y le tendió la mano a Marcus. – Vamos, que le he prometido al señor O'Donnell que íbamos a estar de vuelta pronto. Y al contrario que tú con la promesa de la brocheta, esa sí que la puedo cumplir. – Terminó con una risa. Y otra vez aquel dolor. Menos mal que esta vez la había pillado ya de pie y lo había podido disimular, pero empezaba a pensar que no obedecía a ningún patrón eso le preocupaba ligeramente porque nunca había tenido ningún dolor así.

    Tiró de Marcus hacia fuera de la cueva y corrió de la mano con él hacia donde estaba la familia asentada. – Pero vamos a bañarnos antes de que memé te eche a la sartén de acompañamiento. – Se giró y gritó. – ¡Papi!  ¿Puedo meterme un poquito más hondo que antes? – Su padre ladeó la cabeza. – Pero poquito, para quitarte la arena. Y no te sueltes, que eres un pajarito, no un pececillo. – Ella asintió y subió la mano con el pulgar alzado, arrastrando justo después a Marcus de nuevo al agua, esta vez con menos miedo porque sabía que no la iba a soltar bajo ningún concepto. – Ahora somos dos medusitas... – Dijo con una gran sonrisa. – Aunque como podrás comprobar, los líquenes solo se ven luminiscentes en la oscuridad de la cueva, no bajo el sol, así que solo tú y yo lo sabemos. – Dijo guiñando un ojo con una sonrisa. – Ahora cuando salgamos, nos vamos derechos a cambiarnos para la fiesta ya, y así luego no perdemos el tiempo arreglándonos y nos podemos dedicar a ayudar a mi abuela y montar las decoraciones. – Y otra vez el dolor. Si es que parecía que cada vez era más fuerte, por todos los dragones. Y ahora tenía una sensación rara... Vale definitivamente no se sentía bien. ¿Qué me está pasando?
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    Jue 6 Mayo - 15:43

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    CON Alice EN Saint-Tropez A LAS 17:00h, 14 de julio de 1997
    Hizo una caída de ojos chulesca y contestó. – Ya te lo he dicho, Alice Gallia, yo sé de todo. - Ciertamente las criaturas le interesaban más bien poco, tan poco que Cuidado de Criaturas Mágicas había sido de las pocas optativas que ni por un asomo se había planteado coger de cara a tercero. Esa y Adivinación. Para perder el tiempo estaba él.

    Se quedó admirando sus nombres en la pared, brillando por el liquen y con una sonrisita. Para la eternidad, sí. Pasar a la posteridad, ser recordado como alguien famoso e importante, era algo a lo que Marcus le daba mucha importancia. De hecho, hasta en su reflejo del Espejo de Oesed pudo verlo, él convertido en un mago de renombre y prestigio. Aunque la pregunta de Alice le hizo mirarla con los ojos muy abiertos. – ¡¡Sí!! ¿Te imaginas? Sería genial. - Flexionó una rodilla y apoyó el antebrazo en esta, mirando los nombres y soñando despierto. – Y alguien muy avispado podría decir, "¡eh! ¿No serán el gran alquimista Marcus O'Donnell y la prestigiosa enfermera Alice Gallia? ¡Claro, las fechas cuadran, es justo cuando estaban en hogwarts y eran amigos". - Rio un poco. Con Alice era súper fácil soñar despierto. Además, veía tan factible que se convirtieran en dos magos súper famosos a los que las demás generaciones conocerían. Eternamente amigos a la vista de todo el mundo, listísimos y profesionales. Si es que juntos podían serlo todo.

    Miró las palmas de las manos de Alice, y justo mientras lo hacía vio como las apoyaba en su pecho. Se miró a sí mismo. – ¡Eh! Deja de llenarme de bichos de esos. - Dijo entre risas, no siendo nada creíble su queja, mientras se miraba a sí mismo y a las manos de la chica. – Como mola esto. Ahora sí se ve que somos un chico y una chica. - Cuando dijo lo de MUY chica se volvió a mirar. – Eh, ¿insinúas que yo no soy MUY chico? - Aún no tenía mucha voz de hombre, la verdad, más bien una vocecilla infantil. Aunque ya se iba agravando un poco... En su imaginación. Cuando se quería poner bien puesto. Cuando se entusiasmaba, como era el caso, seguía teniendo vocecilla de niño.

    Volvió a agarrarse de la mano de la chica para incorporarse y abandonar la cueva, bufando por su comentario. – Otra igual. Pues ya veréis como le preparo una brocheta buenísima y os vais a tener que callar todos. - El truco estaba en hacerse otra igual para él. Echó un último vistazo a las medusas luminosas y a sus nombres en la pared, que se quedaban al fondo de la cueva, mientras salía de esta con cuidado. Apenas salieron Alice pidió permiso para bañarse de un bramido y tiró de él hacia el agua una vez más. Lo de las dos medusitas le hizo reír. – Una medusita sabría nadar. - Dijo, agarrando las manos de la chica y sumergiéndose solo un poco en el agua, sin llegar a donde la chica le había manchado el pecho. – Y una medusita no tiraría despiadadamente a su amigo medusito a la arena, con lo bien que hace sus funciones de flotador humano. - Se miró a sí mismo y comprobó lo que decía. – Oh, es verdad... Hubiera estado bien ir luminoso por todo Saint-Tropez. - Bromeó, alzando la mirada y dándole con el índice en la nariz de nuevo, pero esta vez en una caricia, no en un simple toque. – Y podrías ir alumbrando por ahí en la fiesta como una luciérnaga. - Dijo, sonriente, mirándose el dedo después. – Ya no. - Dijo encogiéndose de hombros.

    Asintió a su propuesta. – Hecho, pero primero tenemos que quitarnos la arena. - Se acercó a ella arqueando las cejas y con una sonrisilla maliciosa. – Y como igualmente los líquenes no se nos van a ver... - Rio un poco y le puso una mano en la cintura. – Venga, a la de tres nos sumergimos. Que si no mi padre nos va a mandar otra vez para dentro cuando nos vea los pelos así. - Que de verdad que vaya pasta de arena y agua llevaban por sombrero. – Agárrate bien a mí. No te suelto. Una... Dos... Y tres. - Tal y como prometió, no la soltó. Se aseguró de que la tenía bien agarrada, y ella a él, y se sumergieron bajo el agua. Y al salir estaban otra vez muy cerca. El cerrar los ojos y el subir y bajar le había hecho calcular mal la distancia. Abrió los ojos y esbozó una sonrisilla. – Bueno, más o menos. - Dijo. Vaya, qué azules tenía los ojos así tan cerca... - ¡VAMOS! ¡QUE SE HACE TARDE! - Oyó bramar a su padre a lo lejos. No tardó en escuchar al Señor Gallia también. - A ver ese oleaje y las posiciones en las que os coloca. Un poquito más hondo, dice... - ¡Venga yo creo que estáis ya enjuagados de sobra, para fuera! - Insistió su padre. Mira que Marcus era protocolario, obediente y respetuoso con los horarios, pero cuando se ponían así de insistentes los mayores... ¡Si es que estaban llenitos de arena! Pues se la tendrían que quitar, ¿no? Qué prisas...

    Se salieron y se fueron directamente hacia las toallas. – Aish. Mira, llevo arena hasta en el alma. - Dijo mirándose a sí mismo, porque nada más pasarse la toalla por el cuerpo notaba los arañazos de los granitos que no se había podido quitar. Se llevó la toalla a la cabeza, cubriéndose con ella y sacudiéndose los rizos con fuerza. Como Marcus en La Provenza entraba en un modo de felicidad y relajación que le tenía haciendo el tonto continuamente, se dio cuenta de las pintas que debía tener y se quedó así, con la toalla cubriéndole la cabeza, y empezó un bailecito mientras "miraba" (sin verla, porque la tela le tapaba) a Alice. – Mira, ahora sí que parezco una medusa. Uuuh. -
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    Jue 6 Mayo - 17:29

    Cuarto creciente
    CON Alice EN Saint-Tropez A LAS 17:00h, 14 de julio de 1997
    Pocas cosas le hacían reír más que las peroratas quejosas en broma de Marcus. Había cogido su metáfora de las medusas y ya estaba llevándola mas allá. Y por supuesto haciéndola reír, eso siempre. – Igual si el medusito no se lanzara a hacerle cosquillas a su amiga medusita no tendría que tirarlo. – Luego rio cuando dijo lo de ir brillando por Saint-Tropez. – Podemos pedirle a las tata que te deje los collares esos luminosos que se pone ella cuando va a bailar a la feria. Son de neón o algo así. – Y otra vez se empezó a reír, agarrándose más aún a sus manos y dijo. – Ejerces muy bien de flotador humano. Marcus O'Donnell tiene siempre que ser bueno en todo. – Pero entonces le tocó la nariz... Y esta vez como que se entretuvo, y eso le hizo sacar más aún la sonrisa, y encogió el hombro como... Como no queriendo dejarlo ir.

    Pero empezaba ya a conocer las expresiones de Marcus, y solo esa expresión ya auguraba cosas buenas. Otra vez notó como la agarraba, y esta vez, ella pasó el brazo por sus hombros y dijo. – Confío en ti, eh. – Y se agarró a él cogiendo aire y dejándose sumergir en el agua. Las olas eran cada vez más altas, a medida que pasaba las tarde, y el propio Marcus se desestabilizó un poco, de tal forma que cuando salieron, ya estaban muy cerca otra vez. No sabía si porque estaban cogiendo aire, o que el propio Marcus no se sentía muy seguro aguantándola en el agua, pero... Se quedaron mirándose, en el agua, goteando, y no pensó muy bien cuando dijo. – Desde luego, visto desde aquí... Sí que pareces MUY chico. – Y un chico guapísimo. ¿Y por qué pensaba eso ahora? Dio igual, porque ya estaban los padre llamándoles. Agarrada a la mano de Marcus, se dirigió a la orilla, mientras miraba a su padre y decía. – ¿Qué dices ahora? La mitad de las veces que hablas no te entiendo. – Eso hizo reír a Arnold, aunque parecía un poco tenso cuando habían salido. – Solo tu madre le entiende, Alice. – Su padre se encogió de hombros. – Y es más que suficiente. – La puso las manos en los hombros y la redirigió a la toalla. – Venga, a secarse que mamá quiere que os duchéis vosotros primero. Estaba en el plan. – Dijo Alice asintiendo, orgullosa de haber planificado antes incluso que su madre.

    ¿Qué hacía mi pajarito a remojo tanto rato? – Preguntó su madre, tendiéndole la toalla desde la tumbona donde estaba. Ella se enrolló y se sentó a su lado, en la arena. – Nada, quitarme la arena, porque hemos ido a la cueva de las medusas. – Su madre rio.– ¿Y allí te has llenado de arena? – Alice negó con una sonrisa. – No, haciendo el tonto. Pero hemos escrito nuestros nombres en la cueva nosotros también. Y Marcus me ha llamado medusita... – Pero con la carcajada que estaba soltando, le dolió tan fuerte la tripa que pegó las rodillas al pecho y apoyó la frente sobre ellas. – ¡Ah! – Esta vez si le salió más como una queja, y encima delante de todos los mayores. Ya se la iban a liar, que si por qué no lo has dicho antes, que si a ver si hay que aparecerse en el hospital, que si es que no comes... Pero aquello era serio, le estaba doliendo más que en toda su vida algo. La suerte fue que parecía que solo su madre se había enterado, porque los padres estaban hablando y Marcus haciendo el tonto. – Alice, ¿qué te pasa? – Le preguntó bajito, poniéndole la mano en el brazo. Y en ese momento notó otra vez esa sensación de antes, entre sus piernas. Y miró a tiempo para ver su toalla que era azul pálido, manchándose de rojo. Esa sangre... ¿Le estaba saliendo a ella? El corazón se le aceleró y se asustó, pero en cuanto recordó lo que el había explicado su madre hacía ya dos años que les pasaba a todas las mujeres y que, eventualmente, le pasaría a ella, lo que sintió fue vergüenza. ¿Y ahora qué hacía? ¿Iba a ir goteando sangre sin más? ¿Y cómo se iba a levantar? Si Marcus la veía se iba a poner histérico perdido, ella estaba un poco histérica perdida.

    Así que decidió hacer las cosas a la Gallia. Se quitó la toalla de golpe (porque la mancha se veía demasiado ahí) y sin pensarlo más ni ponerse nada, ni si quiera las chanclas, salió corriendo a casa. Entró por la valla del jardín y su abuela le gritó algo mientras entraba, pero su objetivo era el baño. Cuando por fin se encerró, se sintió un poco mejor. A ver, por partes. Se bajó el bañador entero para ver el alcance de la mancha, y el rojo contrastaba mucho con el blanco con flores azules de su bañador. Trató de limpiarse, a ver si es que solo salía un poco y luego ya paraba pero nada. Cada vez se estaba poniendo más nerviosa porque no dejaba de ver sangre y... A ver, eso tenía que haber una manera de pararlo, ¿no? Las mujeres no iban sangrando por ahí, tendría que haber... Una pastilla o algo. Volvió a ponerse el bañador, y le daba asquito, pero es que se había metido al baño sin nada más y... Estaba muy agobiada. Le sudaban las manos y la frente y se le cayeron dos lágrimas, no sabía muy bien por qué. ¿No podía... Evitar que aquello pasara y seguir con el día tan perfecto que estaba teniendo?
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    - Mira como llevas el bañador. - ¡Ay, papá! – Dijo apartándose de un saltito. Estaba con la toalla en la cabeza, haciendo el tonto con Alice, y no veía nada, y su padre no tenía otra cosa mejor que hacer que tirarle del bañador. De verdad, a veces tenía unas cosas... - Tú es que no veías el bañador de tu padre cuando venía aquí con tu edad. Podría haberlo traído blanco inmaculado que se habría vuelto igual de blanco inmaculado. - Dijo el Señor Gallia, soltando una carcajada justo después. - Igualito que tu hermana, que bicho que veía, bicho del que se iba detrás. Acababa de fango hasta las cejas. - Y sigue igual. - Confirmó su padre con una risa, tocándole de nuevo, pero esta vez para quitarle arena de la espalda, haciéndole dar otro respingo. ¡A ver, que dejara de tocarle sin avisar mientras tenía la toalla en la cabeza! Y no necesitaba que le limpiara, que no era un crío. - ¿Te acuerdas de cuando nos la encontramos con el brazo entero metido por la boca del hormiguero ese que había en mitad del campo? - Continuó William, el cual pareció recordar otra cosa y soltar una nueva carcajada. - Y mi hermana con cara de culpabilidad y una regadera escondida tras la espalda. Seguro que iba a echarles agua y vio a tu hermana tan entregada con la arquitectura de hormiguero que se lo pensó dos veces. - No vayas a entrar con tanta arena en casa de los Gallia, Marcus, sacúdete bien. - Insistió su padre, frotándole el pelo a través de la toalla. – ¡Ay ay! - Se quejó, ya quitándose la toalla al fin con un bufido. – Puedo solo. - Venga ya, Arnold, deja al chico tranquilo. Si puede mancharse, puede limpiarse. - Comentó William, pero por la cara de su padre no parecía convencerle mucho esa relación.

    Se giró hacia Alice... Y no estaba. Frunció el ceño y buscó por los alrededores, justo a tiempo de verla colándose en la casa. ¿Por qué se había ido tan corriendo y sin avisar? ¿Era otra de sus carreras? Vaya tramposa estaba hecha, ya ni avisaba. Se empezó a sacudir rápidamente con objeto de seguirla, poniéndose las chanclas a toda velocidad, cuando se dio cuenta de que las de Alice seguían allí. Alzó la mirada y vio a Janet con la toalla y la ropa de Alice hecha un ovillo entre los brazos, acercándose a William para susurrarle algo. Cosas de matrimonios, así que cogió la camiseta del suelo y, con una sonrisilla, se dispuso a salir corriendo. Pero su padre le paró en seco. - Sigues teniendo arena. - ¡Jo, papá! Ahora me ducho. – ¿¿NO ME DIGAS?? - Interrumpió un bramido del Señor Gallia, pero su mujer le dio un toque de advertencia en el brazo que hizo al hombre encogerse y pedir perdón. Marcus se extrañó, pero lo dicho, serían cosas de ellos y él no pintaba nada ahí.

    Iba a echar a correr otra vez, pero su padre no se quitaba del camino. Frunció los labios con fastidio. Vaya, ya sí que no tenía opciones de ganar la carrera inventada por su amiga sin aviso siquiera, ahora cuando llegara le iba a decir encima que estaba aburrida de esperarle. Ya, pues que le hubiera avisado. - Eh, O'Donnells, ¿por qué no vais mirando si están las mesas bien montadas, que ahora voy yo? - Dijo el Señor Gallia, que ahora llevaba la toalla y la ropa de Alice bajo el brazo mientras Janet se dirigía a la casa. - Muy bien. - Confirmó su padre, pasándole un brazo por el hombro y reconduciéndole. Marcus miró a uno y a otro un poco espantado. – ¿Pero y no me ducho, entonces? - Ahora, vamos a mirar primero lo de las mesas. – Pero... - Estiró el cuello. Le extrañaba que Alice no se estuviera asomando ya por allí. A lo mejor se había metido de cabeza en la ducha para acabar la primera, pero es que le resultaba muy raro que ni siquiera le hubiera dicho nada. – Yo es que había quedado con Alice para hacer las decoraciones... - William iba ya para la casa también y su padre le estaba reconduciendo al jardín. Frunció el ceño. Marcus era un chico obediente, pero cuando los mayores decidían sus planes, pasando por encima de los que él tenía, sin ni siquiera preguntarle, le molestaba un poco. No lo llevaba tan mal como Alice, pero no le hacía gracia. Y desde luego la chica se iba a molestar si no le veía arreglándose tal y como habían quedado en hacer hacía apenas cinco minutos.

    – Bueno, voy al menos a decirle a Alice que estoy aquí. - Marcus, deja a Alice tranquila, ya vendrá. - ¡Pero como va a venir! Hemos quedado y no estoy cumpliendo con lo que le he dicho. – Su padre suspiró. - Hijo, de verdad, no seas tan cuadriculado. Venga, vamos a mirar lo de las mesas. - Pero es que... – ¿Qué te pasa, cielo? - Janet acababa de aparecer por allí. Creía que había vuelto a la casa, pero debió escuchar sus quejas. Bien, un adulto que se molestaba en escucharle, qué detalle. – Señora Gallia, no es que quiera desobedecer al Señor Gallia o a mi padre, para nada. Si yo hago lo de las mesas encantado. - Dijo, un tanto encogido. – Pero es que he quedado con Alice en que íbamos a hacer la decoración juntos, y no quiero que se enfade. - No te preocupes, cielo. Yo creo que Alice ha ido rápido a ducharse, luego os veis. – Es que esa es la cosa. - Insistió él, con tono impotente. – Que hemos decidido arreglarnos primero para luego estar solo dedicados a la decoración, y va a salir arreglada y me va a ver lleno de arena y en bañador y va a decir, pues vaya el caso que me has hecho... - Janet le dedicó una sonrisa leve, pero miró a su padre de reojo. Marcus miró a uno y a otro. ¿Qué? ¿Por qué tenía la sensación de que le ocultaban algo?

    - Arnold, ¿qué te parece si Marcus sube a ducharse al baño de la planta de arriba? Y así se queda tranquilo. ¿Tú puedes encargarte de lo de las mesas? - Su padre, que normalmente decía que sí a todo sin pensar, le miró unos segundos y pareció pensárselo. Al final, asintió, pero miró a Janet. La mujer le pasó un brazo por los hombros y le dijo. - Te acompaño. Vaya que te pierdas. - Comentó con una risita. Marcus no necesitaba guía, pero sabía que era una bromita dulce de las de Janet. Entraron en la casa y se toparon con Violet. - Tu hija entrando como las locas en la casa en bañador y todo, como la vea mi madre... - Janet no respondió, lo cual era raro. Simplemente se giró a él y le dijo. - Ve duchándote, cielo. Si Alice sale antes, le digo que te espere, ¿vale? - Marcus asintió y subió rápidamente escaleras arriba, dispuesto a ducharse a la velocidad del rayo. Tss, se creía Alice que le iba a ganar una carrera haciendo trampas. Eso ya lo verían.
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    Alice. Soy la tata. Ábreme. – Allí seguía, de hecho, llevaba un rato, enfurruñada, sentada con la espalda contra la puerta. Ahora Marcus estaría triste porque no habían podido hacer sus planes, y no podía explicarle lo que le pasaba porque le daba mucha vergüenza, y no quería hacer sentir incómodo a Marcus hablando de cosas de… Chicas. Ay ¿Por qué no podría ser una chica? – Alice. – Insistió su tata. Se levantó y abrió con mala cara, tirando de su tía hacia dentro y se fijó de la mancha que había donde había estado sentada ella. – Genial, ahora he manchado también el suelo. – Su tía miró ahí y luego la miró a ella. – Bueno no pasa nada. – Se sentó en la tapa del retrete y le tendió las manos. – ¿Te has asustado? – Ella encogió un hombro y se miró los pies. – No. Bueno, un poco. Mamá me había contado que esto pasa. Pero no sé… No esperaba que pasara hoy… – Su tía se rio y tiró de ella y la rodeó con los brazos, poniéndola de espaldas contra ella. – Ya. Pues siempre es así de inoportuna, te lo aseguro. Al final te acostumbras. Es que duele. – Su tía asintió. – Pues sí, pero ahora te doy una poción muy buena para que se te pase.

    Pero Alice seguía calladísima, con las manos entorno a sí misma, enfurruñada. – ¿Qué pasa? ¿Te da vergüenza? – Asintió con la cabeza. – Pues no tienes de qué. Nos pasa a todas las mujeres. Yo no soy una mujer. Soy una niña. – Su tía soltó una risita corta. – Ya cada vez más de lo uno y menos de lo otro. – Se separó y se puso las manos en las caderas enfadada. – Pues no quiero. Yo estaba bañándome tan tranquila. Tenía planes ¿sabes? – Su tía asintió, sin reírse de ella, como si le estuviera hablando de lo más serio del mundo. Eso le gustaba mucho de su tía. – Ya. Pero crecer también es esto, Alice. Mira, eres muy lista y muy madura. Esto es… Un momento que todas hemos pasado, algunas más traumáticamente que otras. Tú te has dado cuenta aquí, sola, en el baño. No. – Corrigió, quejosa. – Ha sido en la playa, delante de todos. – Su tía rio un poco y entornó los ojos. – Bueno, te puedo asegurar de que Marcus está absolutamente en la inopia de qué te ha pasado. Puedes parar, prepararte, cambiarte y volver a salir, a jugar, como si nada. Sé la chica madura que sé que eres. Asumes que esto ahora es parte de ti, y ya está.

    Alice echó aire fuertemente por la nariz. – Lo he manchado todo un montón, es súper escandaloso. – Su tía asintió y se encogió de hombros. – Pues se limpia. Ya ves tú. – Suspiró de nuevo. – ¿Y que le digo a Marcus? – Su tía volvió a encogerse de hombros. – Pues… En mi experiencia, los chicos no se enteran de nada. Ni el más listo de ellos. Y no pueden entenderte. Porque la regla conlleva un dolor, una molestia y una suciedad que ellos no serían capaces de gestionar. – Alice asintió. Sí. Eso mismo había pensado ella. – ¿Entonces no le digo nada?Bueno. Puedes decirle que te ha pasado algo que te incomoda y que preferirías no hablar con él, pero que no es nada malo. A ellos también les cambian cosas. – Ella bufó. – No serán tan molestas como esto. – Su tía negó. – No, tanto no, pero también lo son. Y estoy segura de que Marcus tampoco quiere hablarlo contigo, créeme. – Eso la hizo cruzarse de brazos y mirar al suelo enfurruñada. – Pues siempre nos lo hemos contado todo. – Su tata se levantó y le acarició el pelo. – Para que dos personas tengan confianza plena, no hace falta hablarlo todo con todo lujo de detalles. Sele sincera, y cuéntaselo como tú quieras y te sientas cómoda. Ya está. – Ella levantó la mirada, suplicante. – Se va a dar cuenta de lo que me pasa todo el mundo. – Ahora sí, la tata se echó a reír. – Sé que es lo que parece, pero no. – Se inclinó y el dio un beso en la frente. – Venga, límpiate, cámbiate de ropa y baja al jardín. Seguid con el plan que teníais. Te costará acostumbrarte, pero lo harás. Y no te preocupes tanto. Aún puedes ser una niña un ratito más. – Ella la miró desesperada. – ¿Y cómo hago para no ir goteando? ¡Joe! Yo me iba a poner el vestido azul del cumple de Marcus, y ahora no porque ¿y si lo mancho? – Su tía le rodeó los hombros y dijo. – Venga, venga, tranquila. Vamos a arriba, te explico cómo se hace para no ir goteando por ahí, como tú dices, y buscamos algo que te puedas poner.

    Y sí, lo encontraron, porque su madre logró quitarse de encima a Dylan y subió a estar con ella también y darle un poquito de mimo. Fue a su madre la que se le ocurrió que se pusiera mono azul oscuro, que era muy bonito, porque tenía tirantes y encaje en el pecho. Pero en verdad ella quería el dichoso vestido, así que estaba de mal humor. Para cuando bajó, Marcus ya estaba en el jardín, con su padre y Arnold, perfectamente arreglado, como le había dicho. Qué culpable se sentía. No solo se había quedado sin planes, si no que se los había arruinado a Marcus. – ¡Pajarito! ¡Mi niña más bonita del mundo! – Dijo su padre, acercándose a zancadas hacia ella. – ¿Estás bien? – Ella se revolvió un poco. – Sí. – Contestó cortante. – Bueno, entonces bien, todos bien, ¿a que sí?Madre mía, papá, cuánto disimulo.. Se dirigió a Marcus y le dio un poquito en el brazo con una sonrisita. – Hola. – Apretó los labios, porque no sabía cómo empezar. – Perdona, es que... Me he sentido mal... Y quería venir a casa... – Miró al rededor y vio los utensilios y el papel maché, que estaban en una mesa ya montada, y los señaló con la barbilla. – ¿Nos ponemos con eso?
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    Vie 7 Mayo - 5:23

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    Marcus y la importancia a los colores. Como sabía que iban a pasar allí el día nacional de Francia, se había llevado una camisa roja clara de mangas cortas, la cual llevaba abierta con una camiseta blanca debajo. Junto con los vaqueros era, literalmente, una bandera francesa con patas. Era oficialmente "el inglés" de La Provenza (porque a su padre le conocían ya desde hacía tantos años que no les extrañaba su presencia) así que quería poner su granito de arena en la fiesta sin desentonar mucho. Esperaba.

    Quería ducharse a la velocidad del rayo nada más que para terminar antes que Alice, pero también quería ir bien arreglado a la fiesta, y no podía si tenía el pelo lleno de arena. Si es que lo sabía, que no iba a ser tan fácil como pasarse los dedos por los rizos y ya, y con lo pesadito que estaba su padre no quería tener que meterse de nuevo en la ducha después de haber salido. Cuando consideró que no le quedaba ni un grano en el cuerpo, se vistió, se echó colonia y bajó contento. Ya llevaba la argumentación diseñada para cuando Alice le dijera que era un lento y que había ganado ella y blablablá... Pero, cuando bajó, Alice no había llegado todavía.

    Miró a los lados en el jardín, a ver si estuviera escondida por ahí para darle un susto o alguna cosa de las suyas, pero no la vio. Eso le hizo fruncir el ceño un poco extrañado. Desde que se hubiera esfumado de un segundo al otro en la playa no la había vuelto a ver, y hacía ya más de una hora de eso. Llegó hasta donde estaban su padre y el Señor Gallia y escuchó a este último reírse con su confusión. - Vete acostumbrando, O'Donnell junior. Las mujeres tardan mucho en arreglarse. - Su padre soltó una carcajada. - Créeme que eso a este no se aplica. Temiendo estoy que se haga más mayor, si ya se pasa una hora acicalándose. - Estaban muy graciosos los dos con las bromitas, pero Marcus seguía oteando el entorno. Venga ya, no podía ser que Alice estuviera tardando tanto de verdad, ahí había gato encerrado.

    Se centró en ayudar con las mesas y en recolectar adornos, pero se sentía un poco mal de estar haciéndolo sin Alice, que técnicamente habían quedado... Aunque también se podía sentir mal ella de estar tardando tantísimo. La Alice que él conocía iba corriendo a todas partes, ¿con qué historia se había quedado entretenida ahora? Porque claro, la Alice que él conocía también se perdía persiguiendo una pelusa que pasara por allí. - Maaaarcus. - Escuchó a su padre, sin venir a cuento. Levantó la cabeza con el ceño ligeramente fruncido y se encogió bruscamente de hombros. – ¿Qué? - Que no seas tan impaciente, hijo. - ¡Pero si no he dicho nada! – Lo dices con tu cara. - Marcus rodó los ojos y siguió a lo suyo. Ya es que no se podía ni estar en un sitio callado.

    Y entonces escuchó al Señor Gallia bramando y supo que Alice había entrado en el jardín. Ya era hora. Igual, su padre tenía razón, la impaciencia no le iba a servir de nada, si tampoco es que tuvieran prisa, quedaban dos horas para la barbacoa. Se giró hacia ella con una sonrisa fruncida en los labios cuando le llamó, pero entonces dijo que se había encontrado mal. – ¿Y eso? ¿Qué te pasa? - Soltó un suspirito teatral y rodó los ojos. – ¿Ya estás sin comer otra vez? - Cogió un par de recortables con los colores de la bandera de por allí y se apoyó en una mesa, tendiéndole un par de ellos a su amiga. – Te recuerdo que la mejor brocheta del mundo se la he prometido a mi padre. E igualmente faltan más de dos horas para eso. Tu abuela me ha dicho al bajar que tiene frutos secos, a mí ya me ha dado unos poquitos. - Puso sonrisita pillina y la miró con los ojos entrecerrados, apoyando los antebrazos en su rodilla flexionada. – Por cierto, que sepas que te he ganado yo a pesar de que me hayas hecho la trampilla de salir corriendo sin avisar siquiera. - Puso una infantil expresión de superioridad y añadió. – Te recordaba más rápida. - Bajó la vista a los recortables para despegarlos y comentó. – Pero, en serio, ¿estás bien? Has salido disparada como un cometa, así que supongo que un desmayo no será. - La miró de reojo. – ¿Verdad? -
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    Vie 7 Mayo - 7:24

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    Mira que la mayor parte del rato que había echado arriba había sido pensando en qué iba a decirle a Marcus cuando le preguntara, pero nada. En cuanto el preguntó, empezó a trabarse. – Pues... Eh... Me... Es que... – Pero, para variar, su amigo ya había emitido un diagnóstico (él, estando en segundo de Hogwarts, ya era médico experto y de todo) – ¡No es eso! – Dijo un poco ofendida. Se sentó a su lado, enfurruñada. Siempre con la dichosa comida. Pero no quería que le siguiera preguntando, así que se puso a coger las muestras de papel maché rojo, blanco y azul, para ir creando los moñitos con los tres colores.

    Pero Marcus estaba parlanchín, vamos como siempre, pero no entendía muy bien por qué le irritaba eso ahora. Ay, por los dragones, que día más raro. – No he hecho trampa ninguna, no era una carrera. Necesitaba irme... Además he bajado más tarde que tú, así que ya ves para qué querría hacer trampa. – Casi se suaviza un poco cuando le preguntó si estaba bien. Si no fuera porque ya tuvo que sacar el temita del desmayo otra vez. ¿Es que nunca le podía pasar otra cosa que no fuera eso? Dejó las tijeras de golpe en la mesa. – ¡Bueno, qué manía con el desmayo! ¿Tú me has visto desmayarme? No. Pues deja de ser tan pesado con eso, que solo pasó una vez y no lo hice para molestarte a ti precisamente. – Resopló y otro calambre le atacó el vientre, de los atravesaban entera, haciéndola mucho daño, y le dieron ganas de llorar, inclinándose sobre sí misma del dolor. Sintió cómo Marcus se acercaba a ella pero se levantó de golpe. – ¡Déjame! ¡Me estás agobiando un montón! – Y ella sola se dio cuenta de que le había hablado fatal a sus mejor amigo, que estaba dolorida y que el día ya estaba arruinado de todas formas, así que se fue diciendo. – Esto ha sido una mala idea. – Y salió corriendo escaleras arriba.

    Llegó al desván y se tiró llorando a la cama. Ahora no solo había arruinado uno de los mejores días del verano, si no que Marcus se enfadaría y se querría ir, y con razón. Y ya no más veranos en La Provenza. Se encogió como un cacahuete, intentando concentrar aquel dolor dentro de ella. Oyó unos pasos en el desván, pero no quiso ni girarse. – Cariño... – La voz de su madre y la mano acariciándole el costado. – Vamos, pajarito, no llores, que no pasa nada.Mamá, acabo de hablar horrible a Marcus. He arruinado la planificación de la fiesta que es lo que más me gusta, y encima va a querer volverse a Londres. – Su madre soltó una risita entre los dientes. – ¿Volverse a Londres? Anda ya... – La zarandeó un poquito. – No seas dramática, cariño mío, que esto se le va a pasar en un momento. Es solo que está preocupado porque no entiende lo que te pasa. – Se tumbó a su espalda y la envolvió entera. – Venga, Alice, de verdad, deja de llorar, mi vida. La regla también te pone más sensible.¡Ah, encima! – Dijo ofendida mientras las lágrimas no dejaban de fluir. Su madre volvió a reír un poquito y y le pasó la mano por la mejilla. – Solo tienes que calmarte un poco, te lavas la cara y bajas con Marcus otra vez. De verdad, cariño, te lo prometo, no es tan grave. – Ella apretó a su madre en el abrazo y sacó un puchero, porque ahora mismo tenía bastante mamitis. – No me dejes sola ahora, mami. – Ella se quedó en silencio, respirando un poco fuerte a su espalda, pero al final se inclinó y le dio un beso en la sien. – No te dejo sola, Alice. Vas a aver como en seguida arreglas las cosas con Marcus. – Se levantó y se puso por delante de ella, al otro lado de la cama. – Venga, sonríe un poquito, mi pajarito. Yo tengo que volver a la cocina, pero anímate, ¿vale? Y pídele perdón a Marcus y habla con él, así es como se solucionan las cosas. – Y se levantó dejándola allí, aún un poco llorosa, pensando en a ver cómo se acercaba ahora a Marcus otra vez y qué le decía.
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    Vie 7 Mayo - 8:21

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    Rio un poco. – Es que las trampas nunca salen bien. - Respondió divertido y con su puntito chulesco habitual, pero Alice estaba... Rara. ¿Estaba enfadada? ¿Por qué? No recordaba haberle hecho nada. ¿Era por haber perdido? A ver, que lo de que tenía mal perder y eso se lo decía de broma, si Alice casi siempre estaba feliz y contenta. Lo que le pilló de sorpresa absoluta fue su reacción a su preocupación, tanto que dio un sobresalto y abrió mucho los ojos cuando la vio soltar de esa forma las tijeras. Frunció el ceño. – Eeh, ¿sí? ¿El año pasado? - Dijo en tono irónico cuando le preguntó que si la había visto desmayarse. ¿En serio? Volvió a poner cara de sorpresa, pero esta vez mezclada con indignación. – ¡Yo no he dicho que lo hicieras para molestarme! ¿Me puedo preocupar por ti, o está prohibido? - Oh oh. - Escuchó al Señor Gallia de fondo, pero Marcus no estaba para bromitas de los padres, tenía una discusión que atender.

    O, peor, un malestar que atender. Parpadeó de nuevo con los ojos muy abiertos y un leve respingo cuando vio a Alice inclinarse sobre sí misma de esa forma. Le pasaba algo, le pasaba algo grave, ahora lo veía clarísimo, no habría salido corriendo si no, y estaba muy rara. Y ahora que lo recordaba, también la había oído quejarse en la playa. – ¿Estás bi...? - Fue a preguntar, acercándose a ella, pero ni siquiera pudo terminar la frase. La chica saltó de golpe, le acusó de agobiarla y salió corriendo, bajo su desconcertadísima mirada. – ¡¿Pero qué he hecho ahora?! - Preguntó alzando los brazos con frustración mientras veía a Alice perderse de nuevo en el interior de la casa. Se había generado un silencio incómodo a su alrededor, pero él ya con su enfado tenía más que de sobra. - "Pero qué he hecho ahora". - Oyó que repetía William, en tono pensativo, mesándose la barbilla. - Cuántas veces habré dicho yo esa frase. ¡Eh, mamá! ¿Crees que me la podrías bordar en un cuadrito? Me sentiría muy identificado. - Marcus, que no estaba para bromas y seguía metido en su propio mosqueo y desconcierto, echó aire por la nariz y se fue de cabeza a la casa, dispuesto a buscar a Alice y a preguntarle qué le pasaba.

    Iba a zancadas decididas, pero nada más entrar se topó con la Señora Gallia, que miraba preocupada hacia las escaleras. Estaba claro que Alice había subido, así que él fue a hacer lo mismo, pero la mujer le puso las manos en los hombros y le detuvo. - Ey, cariño, ¿no estabas con las decoraciones? - Marcus echó aire por la nariz, de nuevo impaciente y frustrado. – Con todos mis respetos, Señora Gallia, pero había quedado en hacerlas con Alice y está muy rara, y parece que está enferma, y me da igual que la tome conmigo pero quiero saber qué le pasa. - Y ya el final de la frase lo estaba diciendo intentando pasar de largo y subir las escaleras otra vez, pero Janet hizo la fuerza justa para detenerle de nuevo en su sitio. - Marcus, eres un encanto, de verdad. Te aseguro que Alice no está enfadada contigo. - Pues no lo parece, pensó. - Pero está un poco malilla y creo que es mejor que vaya yo, y seguro que en un ratito baja y haceis lo que habíais planeado, ¿qué te parece? - ¡Pero es que no lo entiendo! Estaba tan bien, tan normal, haciendo planes en la playa, y de repente no hay quien le hable y se va corriendo y me huye. – Ya lo sé, cielo, pero es que está teniendo un día un poquito complicado. - Marcus la miró con desconcierto. ¿¿Pero qué día complicado, si no hacía ni una hora y media que estaban flipando con las medusas?? - Solo necesita un poquito de espacio, ¿vale? Déjame que vaya yo, tú quédate empezando con los adornos, que seguro que le va a encantar lo que hagas y cuando baje va a estar más contenta. - La mujer le acarició el pelo y subió las escaleras, dejándole allí con cara de enfurruñado y nada convencido con ese trato.

    Pues ya no quería hacer adornos, no si iba a ser con ese mal rollo y él solo en vez de con Alice. – Tengo un montón de ideas pensadas, nos arreglamos y vamos del tirón, ñiñiñi. - Se fue burlando por el camino, imitando la voz de su amiga de mala manera. Ya ni quería salir al jardín, pensaba quedarse de morros dentro de la casa hasta que Alice bajara y le diera una explicación a su comportamiento absurdo. Se fue con un mohín hacia el salón y allí se sentó, dejándose caer de golpe en el sofá con cara de enfado y los brazos cruzados. Su padre, que parecía haber visto toda la escena y haber esperado a que Marcus decidiera donde iba a asentarse, se sentó en el sillón junto a él. – Ey, ¿qué te pasa? – Marcus mantuvo la mueca unos segundos, mirando a un punto no definido de la pared con el ceño fruncido, hasta que contestó. – Alice está loca. – Simple y conciso. Y no quería entrar en más detalles… Pero por supuesto que lo iba a hacer, en cuanto su padre le preguntara. – A ver, ¿qué ha pasado? ¿Os habéis peleado? - ¡No! No que yo sepa. – Dijo él descruzando los brazos y encogiéndose de hombros con impotencia. Se giró un poco a su padre para empezar a narrar, indignado. – Estábamos tan normal esta tarde en la playa, jugando súper bien, de repente ha salido corriendo, se ha puesto como mala o algo, y vale, bueno, pues lo entiendo, aunque no me haya dicho lo que es, pero bueno, y la quería ayudar. Y la Señora Gallia dice que le dé su espacio, pues vale, se lo doy, pero es que ha salido al jardín con muy mala cara y he dicho “pobrecita, voy a preguntarle qué le pasa”. – Hizo un gesto con las manos, palmeándose las rodillas y abriendo mucho los ojos. – ¡Y se ha puesto hecha una furia conmigo! ¡Encima! – Su padre se estaba aguantando la risa, pero él estaba tan metido en su indignación que ni se daba cuenta. - ¿Y sabes lo que le pasa? Que no come. Y no come porque no le da la gana, ya no sé cómo decírselo, y por eso le duele la barriga, porque sí, me he dado cuenta de que lo que le pasa es de la barriga, porque se la agarra y le duele. Pero es que encima, se lo digo, ¡y se enfada! – Giró la mirada hacia otra parte, como si hablara con una Alice invisible ante él. - ¿Pues sabes qué, Alice Gallia? No comas, desmáyate otra vez en plena playa y a ver a qué enfermería te llevamos, pues a mí no me mires, que no soy ningún prefecto héroe y además soy súuuuper pesado. Pues nada. Te caes y te quedas sola. Y te aguantas. – Se cruzó de brazos otra vez y se dejó caer en el sofá con la misma cara de gato enfadado que cuando se sentó.

    Arnold suspiró y se levantó del sillón, sentándose a su lado. – Yo creo que lo que le pasa no es de no comer. – Marcus rodó los ojos y soltó un bufido. – Otro igual. Ahora sois todos médicos. – Bueno, para ser justos, tú tampoco lo eres. – Marcus le miró con una mueca sarcástica. – Yo soy el único que la ha visto desmayarse, y he escuchado como la enfermera le decía que era de no comer, así que… - Hizo un mohín de superioridad y volvió a quitar la mirada. – Bueno, pero hoy no se ha desmayado. – Dale tiempo. – Él estaba totalmente convencido. Su padre volvió a suspirar. – Tienes que darle su espacio, Marcus, no puedes ser tan pesado. - ¿¿Pesado?? – ¿Él también? Indignado era poco para como estaba. Alzó las manos. - ¿Pero por qué le dais todos la razón? ¡Es ella la que se ha puesto así de un segundo para otro! ¡Yo solo quería que se recuperara! – A ver, Marcus… ¿Quieres saber lo que le pasa a Alice? – Pues estaría genial, gracias. – Respondió con tonito, aunque él ya sabía lo que le pasaba: que no comía. Su padre, que estaba irritantemente tranquilo, se giró hacia él y le dijo. – Vale, pues rebaja un poco el nivel de enfado y escúchame, porque es una explicación larga. Pero ya vas teniendo edad de conocerla. – Marcus le miró con el ceño fruncido entre la curiosidad y la extrañeza. ¿Qué era tan misterioso? Oh… No sería algo grave, ¿no?

    Entonces su padre empezó a narrar una cosa que ni en sus peores pesadillas se había imaginado de lo desagradable que era. Era broma, ¿no? Era… ¿Eso? ¿Así? ¿De verdad? ¿Todos los meses? ¿Y tan de repente? Cuando terminó, Marcus estaba con la boca ligeramente entreabierta. – ¿Lo has entendido entonces? – Marcus asintió. – Ya ves que no es nada grave, pero tampoco es agradable, así que… Déjala tranquila. – Pero ahora la preocupación de Marcus iba por otros derroteros. – Pero, si lo que le pasa es eso… ¡Dios, soy un amigo horrible! – Marcus… - ¡Me he enfadado con ella, papá! ¡Y he dicho que estaba loca! ¡Y he pensado que me estaba engañando y que era una inconsciente! Oh, cómo he podido… - Marcus, ¿qué te acabo de decir de dejarla tranquila? - ¡Pero es que le debo una disculpa! ¡Se va a pensar que no la entiendo! – Es que no la entiendes. – Dijo su padre con tranquilidad. Eso le dolió. - ¡Sí que la entiendo! Bueno, la entiendo ahora que me lo has explicado, ¿por qué nadie me lo había explicado? – Definitivamente, le debía una disculpa. Y otro tipo de atenciones. Y dulces… No, nada de comida, que se la iba a tirar a la cabeza. Vale, tenía que pensar algo.
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    Vie 7 Mayo - 18:56

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    CON Alice EN Saint-Tropez A LAS 17:00h, 14 de julio de 1997
    ¿De verdad Marcus la perdonaría? ¿Sería posible que bajara y fuera... Como si nada? No, como si nada seguro que no, pero bueno, podía intentar pedir perdón y... Se incorporó y miró el desván a su al rededor. Al no estar André, ahora Marcus dormía en su cama, frente a la de ella, y Dylan conservaba su sitio original. Aunque, menos al pequeño, empezaban a quedárseles pequeñas las camas. Probablemente, el año que viene ya no dormirían todos juntos. Crecían. Sin parar. Y eso traía cosas buenas, pero también les robaba otras, como las noches de tormenta durmiendo allí los cinco, sin que nadie cuestionara, sin que pensaran nada raro o se les salieran los pies por el extremo de la cama. Se levantó, y no sabía muy bien por qué, pero se tumbó en la cama de Marcus. La almohada olía a él. Se giró y se puso boca arriba. Se odiaría si perdiera ese verano con Marcus. Quizá el último verano que les dejaban dormir allí, antes de darles las habitaciones de chicos mayores. Quizá era la última vez que podían hacer muchas cosas. Aquella tarde, había sido la última en la que no tuviera que preocuparse cada mes de aquella incomodidad, y no lo sabía. Por eso tenían que vivir a tope, buscar, descubrir y disfrutar. Nunca volverían a tener trece años. Nunca volvería a ser catorce de julio de 1997. Suspiró y se levantó. No podía dejar que aquel día se echara a perder.

    Salió por la cocina al jardín, donde ya solo quedaba su padre. – ¡Oh, pajarito has vuelto! – Ahora estaba montando los bancos, pero ella no dijo nada. Se fue directa al papel maché que había dejado antes, que seguía en el mismo sitio. Montó la bandera de Francia con los moñitos arrugados de tres colores y se levantó, yéndose a las esquinas del jardín donde sus tía Simone tenía las flores. – Pajarito... – Oyó a su espalda. Se giró con expresión neutral. – Sé que... Estas teniendo un día... – De mierda. – Complicado. Los padres somos malísimos para esto... – Se acercó a ella y se agachó a su lado, lo cual le hizo soltar un suspiro. – Papá, siempre existe la opción de no decir nada. – Sus padre soltó una risa seca y ladeó la cabeza. – Ya... No se me da bien tampoco esa opción. Qué desastre de padre tienes. – Eso la hizo reír un poco. – Pero como chico que he sido... Y soy un poco todavía... Sé que Marcus solo quería ser bueno contigo. Es que está en una edad en la que no sabe ni por dónde le vienen los golpes, y tu mente vas tres veces más raído que la suya, por muy listo que sea, no es una cuestión de conocimiento. Y conocemos a los O'Donnell. No les gusta no estar enterados. – Eso si la hizo soltar una risita. Por Dios, ¿era posible que le doliera reírse? – Así que... ¿Por qué no dejas las plantas y te vas a buscar a tu amigo? – Ella apoyó la cabeza en el hombro de su padre. – Papá. Dime. Mi mente sigue yendo más rápido que la tuya. – Se separó y le miró. – Estaba mirando qué flor es mejor para pedir perdón. – Su padre soltó una carcajada y asintió. – De lo primero no me cabía duda, pajarito. Pero en lo segundo te puedo ayudar, porque no ha habido un niño que haya tenido que pedir perdón más veces que tu padre. – Se inclinó y cogió unas flores de capullitos pequeños y delicados pétalos blancos. – Gerberas blancas. Efectivamente, la flor del perdón. Yo creo que la tía Simone las plantó ahí para mí. – Eso la hizo reír mientras cogía las flores. – No se te da tan mal, papi. – Dijo dándole un beso en la mejilla antes de levantarse.

    Entró al salón, sabiendo que Marcus estaba allí porque le había oido hablar antes. Arnold la vio y se levantó, dejándole el sitio a su lado, y dejándoles solos. Llevaba la cabeza gacha, así que no sabía bien la expresión que estaba poniendo su amigo, pero le dio las flores. – Son gerberas blancas, las flores del perdón. – Luego le puso la banderita en el regazo. – Aún podemos decorar el jardín y aprovechar el día. Es una noche muy guay aquí, merece la pena. – Se mordió el labio sin levantar los ojos. – Siento estar... Así. Ojalá pudiera explicártelo, pero... Me da vergüenza. Y nunca he hablado de cosas así con nadie... Ni con Hills que es una chica... Y... Pues eso... – Guau, se haba explicado como un libro cerrado.
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    Sáb 8 Mayo - 8:34

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    CON Alice EN Saint-Tropez A LAS 17:00h, 14 de julio de 1997
    – ¿Y si le doy ya el cristal? - Ah, el cristal, lo tenía bien guardadito en el baúl de su padre para que Alice no lo viera, porque si lo dejaba entre sus cosas lo iba a terminar encontrando porque compartían habitación. La chica le había pedido en marzo una estrella de cristal hecha por él, con alquimia, y por supuesto que a Marcus esa nota mental no se le había olvidado, aunque había omitido convenientemente el tema todos estos meses para darle el factor sorpresa. Iba a dárselo cuando se fuera, pero quizás hoy era buen día. Su padre no parecía verlo tan claro, porque soltó un suspiro cansado. - ¿Sabes qué es lo mejor que le puedes dar? - Marcus abrió mucho los ojos, interesadísimo. Una solución, sí, por favor, era lo que necesitaba. – ¿Qué? - Espacio. Y tiempo. - Dejó caer los hombros con decepción. Pues vaya, no era esa la respuesta que esperaba.

    Volvió a sentarse con frustración en el sofá. - Marcus, si de algo conozco a Alice, y a los Gallia en general, sé que los enfados no les duran mucho tiempo. - Eso él no lo sabía, porque no es que hubiera discutido muchas veces con Alice... Es que realmente tampoco tenía la sensación de haber discutido ahí, se había enfadado ella sola. Pero claro, teniendo en cuenta... Que estaba... Ah, a más lo pensaba más se le ponían los vellos de punta. Tenía que haber algún error ahí, eso no podía ser. - De hecho... - Empezó su padre otra vez, pero lo dejó en el aire. Marcus le miró extrañado por la frase inconclusa, hasta que vio que la mirada de su padre estaba en la puerta. Se giró y vio a Alice. Tragó saliva. ¿Ahora qué? No se había preparado un discurso, ¿cómo se abordaban esas cosas? ¿Y si decía algo inoportuno y le gritaba otra vez o la hacía irse corriendo?

    Su padre se levantó y se fue, dejándoles solos. Marcus esbozó una sonrisilla incómoda, tanteando el terreno a ver cómo venía la chica, pero tenía la cabeza tan agachada cuando se acercó a él que probablemente ni le hubiera visto. ¿Estaría llorando? Ay, no, que no le gustaba ver a Alice llorar. Lo que dijo, sin embargo, le dejó a cuadros. ¿Perdón? ¿Ella a él? Bueno, vale, se había puesto un poco loca y le había gritado. ¡Pero es que estaba...! Por Dios, que no, que no lo podía ni pensar. Vio como le colocaba la banderita en el regazo y atendió a lo que decía, un poco atónito. Entre que Alice se estaba explicando regular, y que él estaba más torpe de lo habitual ese día... No se había enterado de mucho, pero había captado el punto. – Si son flores del perdón... - Separó la mitad del ramito y se lo devolvió. – Toma. Creo que yo también te debo una disculpa. - Se encogió de hombros y ahora estaba él también con la cabeza agachada. Vaya dos, hablando sin mirarse. – Lo siento, es que... Me he asustado y... Creía que estabas jugando... No sabía que estabas mala... Si lo hubiera sabido... - ¿Qué? Si lo hubieras sabido, ¿qué, Marcus? Ni que tú pudieras hacer nada. Se rascó la nuca. – Si hay algo que pueda hacer... O si necesitas... No sé, algo... Comida o... - Ya estaba con la comida. Parecía que no sabía hacer otra cosa.

    Frunció los labios. Había una cosa que sí que sabía hacer y que a Alice le iba a poner muy contenta, o eso creía. Así que nada, de perdidos al río. – Quédate aquí un segundo. No te muevas, ¿vale? Que ahora vuelvo. - Se levantó del sofá y por un momento estuvo a punto de sentar a la chica en el mismo con mucho cuidadito como un bebé durmiendo, pero quizás eso no le sentaba bien. Se lo pensó unos segundos, planteándose si decirle que se sentara, si tocarla, o si hacer algo, hasta que dijo. – No tardo nada, de verdad, no te muevas. - Y salió corriendo, escaleras arriba. Se metió de golpe en la habitación de su padre y buscó el cristal, sacándolo con cuidado y volviendo a volar escaleras abajo. Llegó a la puerta del salón casi corriendo, deteniéndose en seco con las manos tras la espalda. Se acercó luego a la chica y... Vaya, otra vez con la mirada agachada. Tenía que haber aprovechado la salida para reflexionar sobre lo de mirarla y esas cosas.

    – Eemm... - Mira que se traía aprendido el discurso de Londres y tenía el momento ensayado en su cabeza, pero claro... Se había complicado un poco la cosa. – Hay una cosa que quería darte antes de irme... Pero quiero dártela ahora mejor. - Se encogió de un hombro, con una sonrisilla. – No es que vaya a solucionar nada ni nada, pero... Tú me has enseñado hoy la cueva de las medusas y no quiero que acabes el día triste, así que... - Quitó las manos de detrás de su espalda y dejó la estrella de cristal en las suyas. Brillaba con un leve fulgor azul en el centro, como si fuera el corazón del cristal. - Te prometí que te haría una en el taller de mi abuelo... El toque azul se lo ha dado él, yo aún no tengo tanto dominio, pero la estrella es toda mía. - Dijo con un punto orgulloso, pero sobre todo con cariño. Se rascó la nuca otra vez y se mordió el labio. – Y bueno... Tienes razón, aún podemos hacer unas decoraciones bestiales, las mejores del mundo. Con todas tus ideas. Y si te duele mucho la barriga, o estás cansada, o algo, las podemos hacer aquí. Tú te tumbas en el sofá y yo te voy pasando cosas, que no me importa. Y esta noche la barbacoa va a ser genial, ya lo verás. Va a merecer la pena, seguro. Ya la está mereciendo. -
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    Sáb 8 Mayo - 11:28

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    CON Alice EN Saint-Tropez A LAS 17:00h, 14 de julio de 1997
    Extendió la mano con suavidad para coger las gerberas que le daba y le sonrió suavemente. Sí, bueno, ella le había hecho enfadar, pero aceptaba las disculpas. – Ya... No estoy muy acertada expresándome hoy. – Negó con la cabeza y ya sí alzó la mirada. – Nada... Solo... Bueno... Ten paciencia conmigo. Estoy... Agobiada. En general. No es por ti. Antes lo he cargado contra ti de manera injusta, pero no eres tú. – Se acercó y le rozó un poco la mejilla. – Lo dicho, lo siento.

    Pero Marcus se levantó y se fue a por algo, dejándola un poco despistada, así que, simplemente, se sentó y esperó, recogiendo los pies en el sofá y agarrándose las rodillas, como llevaba toda la tarde, porque le daba la sensación de que así evadía el dolor, dispuesta a quedarse donde le había dicho su amigo y no moverse, qué menos que ser obediente, que era lo que más le gustaba a él. Cuando Marcus llegó parecía vergonzoso, con las manos a la espalda, y eso le hizo abrir los ojos y mirarle con una mezcla entre lástima y confusión. Pero entonces empezó a decir cosas muy... Adorables. Sonrió más mirándole. – Sería imposible acabar el día triste si me... – Iba a decir "si me perdonas", pero entonces, vio lo que le había traído, y no pudo terminar. – Pero, pero... – Alzó las manos para coger el cristal, como si fuera lo más preciado que había visto en la vida. Y es que lo era. No quería que le pasara absolutamente nada. – Pero... ¿Es mío? ¿Lo has hecho para que... Me lo quede? ¿Para mí? – Igual estaba preguntando mucho lo mismo y parecía un poco tonta. Acarició la estrella y la miró en detalle. – El corazón azul es bonito. – Dijo con una sonrisa, acariciando las aristas. – Pero el resto... Es lo más bonito que he visto en mi vida. El cristal es perfecto, en transparencia, en consistencia... – La levantó a la altura de sus ojos para examinar cómo la atravesaba la luz. – Es increíble que la hayas hecho tú... – Volvió a mirarle, con al voz temblorosa. – Para mí... – Lentamente, como si fuera a romperse solo por mirarla, la dejó en la mesita del salón y saltó a abrazarle, perdiéndose en ese sentimiento. Luego se separó y le miró. – No me importa el corazón de la estrella. – Bajó una mano al pecho de Marcus. – Este. – Cogió la de él y la puso sobre el suyo. – Y este, son los que me importa. Y este – dijo apretando su mano sobre la de Marcus en su propio pecho –, ahora mismo brilla de contento que está. – Dijo riéndose un poquito mientras le miraba. Se puso de puntillas y juntó su frente con la de él. – ¿Ves? No estamos enfadados.

    Asintió a lo de las decoraciones. – No, vamos al jardín, me quedo sentada en el banco y ya está. He pensado en hacer banderas de Francia como esa que te he dado... – Pero cogió la estrella y la puso contra su pecho. – Pero primero voy a subir esta preciosidad y la voy a guardar con todo el mimo del mundo, para que no le pase nada. Ahora vuelvo. – Y se fue despacito, con miedo de que en una de sus burradas habituales, trastabillara y adios estrella. Justo cuando subía, se asomó su madre y le dijo. – ¿Qué llevas ahí, pajarito? – Ella desanduvo camino lentamente y se separó la estrella del pecho para mostrársela. – ¡Mira, mami! Marcus me la ha hecho... ¡Para mí! Y la ha hecho él. Y me la ha dado aunque le he gritado y le he hablado mal. Pero ya nos hemos perdonado. ¿A que es lo más precioso que has visto nunca? – Sus madre rio un poco y le acarició la cara. – Sí que lo es, mi niña. Se nota que Marcus te quiere mucho. – Ella se encogió de hombros con una sonrisa. – Voy a guardarlo, que no le pase nada. – Su madre asintió y notó como se quedaba mirándola mientras subía las escaleras, y le pareció que le oía decir bajito. – Sí, pajarito, cuídalo.

    Una vez dejó la estrella en lugar seguro, bajo a zancadas hasta el salón de nuevo, donde Marcus la esperaba. Al llegar se percató de algo, mirándole de arriba a abajo. – Anda, si vas tú del color de la bandera de Francia, qué bien me viene para lo que te quería explicar. – Sonrió un poco más y tiró de él hacia el jardín, donde habían dejado el papel maché de colores y los utensilios. – Mira, hay que coger uno de cada color. Los recortas y los vas pegando unos sobre otros. Primero el rojo, que es por la sangre de los revolucionarios. Luego el blanco, que es el color de la flor de lis, que es la flor de los Borbones, y luego el azul, que es el color de Francia. Todo unidos. Revolucionarios y monárquicos, todos franceses. – Dijo con una sonrisa. – Por eso el azul está encima. Porque por encima de las diferencias, somos todos franceses. Aunque yo no lo sea exactamente. – Terminó con una risita. Luego fue pasando una cuerda y dijo. – Esas las ponemos aquí, pero no sé qué podemos hacer para decorar el centro de las mesas y las puertas. Y luego tenemos que poner las mantas en la playa para ver los fuegos. Y poner la mesa, con una servilleta de cada color de la bandera, ¿te parece? – Dijo, metida del todo en aquella planificación, tratando de recuperar el tiempo que habían perdido. – Y mientras hacemos eso... Puedes contarme qué has mirado para investigar en Roma... No sé cómo no estás que te subes por las paredes solo de pensar en que puede que veas transmutaciones de Fulcanelli... – Giró la cabeza hacia la casa. – Aunque bueno, con una de O'Donnell junior me basta y me sobra. – Terminó con una sonrisa dulce y un poco avergonzada, no sabía bien por qué.
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    Sáb 8 Mayo - 15:24

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    CON Alice EN Saint-Tropez A LAS 17:00h, 14 de julio de 1997
    Pues al igual que no sabía cómo había conseguido enfadarla antes (pero resultó que solo fue un malentendido, al final no había hecho nada, menos mal) tampoco supo muy bien qué había hecho ahora, pero ahí estaba la sonrisa de Alice y su expresión de ilusión de nuevo. Era todo lo que quería, que volviera la Alice de hacía apenas un par de horas, la que alucinaba con todo y estaba deseando hacer cosas. Fue tan sencillo como adelantar un poquito aquello que le prometió en el colegio que le daría en La Provenza.

    Se encogió de un hombro con una sonrisilla humilde, pero la reacción de Alice le hizo reír un poquito. – Claro, lo he hecho para ti. Te dije que te haría uno y te lo daría en La Provenza. - Dijo con obviedad pero radiante alegría. Alice no paraba de verlo, y lo cierto era que sí que le había quedado muy bien. Había tenido que hacer varias pruebas hasta que le quedara tan bonito, y por supuesto con la ayuda de su abuelo, pero oye, para ser la primera vez que utilizaba el taller para hacer algo tan elaborado... – Es de sal. - Dijo, colocándose entusiasmado al lado de la chica y pasando un dedo por la arista del cristal. – Usé una piedra como precio para que mantuviera la dureza y la consistencia, pero es un cristal de sal. El proceso para obtenerlo se llama disolución: pasas las cualidades de la piedra a la sal y obtienes un cristal. Para darle la forma de estrella solo tienes que concentrarte mucho y visualizarla muy bien... Tenía muy clara la forma que quería. - La miró y esbozó una sonrisa. – Y en eso consiste una disolución, en que una materia entregue su esencia a otra y... Se cree algo así de bonito. - Concluyó, mirándola. Definitivamente... Le encantaba la alquimia.

    Fue decirlo y, antes de poder reaccionar, Alice dejó con cuidadito el cristal en la mesa y se abalanzó sobre él. Primero se impactó un poco, pero en apenas segundos la rodeó con sus brazos y sonrió, respirando con alivio. Solo había sido un pequeño tropiezo en el día, nada más, por su parte estaba olvidadísimo. Más aún cayó en el olvido cuando la chica puso su mano sobre su pecho e hizo lo mismo con la de él, diciendo esas palabras. Lo que seguro que brillaban era sus ojos de la pura alegría. – Para nada. - Susurró sonriente, pegando su frente a la de ella. ¿Cómo iba a enfadarse con Alice? Para empezar, suficiente tenía la pobre con lo que tenía, que mejor ya no lo pensaba más porque se ponía malo y se preocupaba. Y por otro lado, viéndola así de contenta, oyendo esas cosas, es que era imposible que se enfadara. – Me alegro de que te haya gustado. - Se alegraba de verdad. Lo había hecho con todo su cariño.

    Mientras Alice recogía el cristal, él agarró la banderita de Francia que le había dado antes y la miró. – ¡Genial! Va a quedar muy bonito. - Asintió cuando le dijo que iba a guardar la estrella y se sentó en el sofá a esperar, con una sonrisa imborrable y mirando la banderita entre los dedos. - Hola, caballero. - Dijo una voz inconfundible. Ese tono sibilino, sensual, travieso y cargado de intenciones solo podía pertenecer a una persona. - ¿Ya estás comprando a mi sobrina con joyitas? No eres tú nadie... - Dijo Violet Gallia desde la puerta, donde le miraba con una sonrisilla de lado, los brazos cruzados y la cadera apoyada en el quicio. Marcus se irguió contento. – Es una estrella de cristal, la he hecho en el taller de mi abuelo con alquimia. - La mujer soltó una única y musical carcajada. - Digno nieto de tu abuelo e hijo de tu padre, desde luego. Al menos has conseguido que se ponga contenta a pesar del día en el que está. Más de uno te va a pedir el truco para eso. - Le prometí que se lo haría. Y como he visto que no estaba muy contenta pues... – Comentó él con normalidad. La mujer volvió a soltar una risa, girándose para marcharse, aunque se fue murmurando algo que él no alcanzó a escuchar. En fin, las cosas de los Gallia.

    Alice volvió al salón y se percató de algo que hasta el propio Marcus había olvidado ya. Se miró a sí mismo. – ¿Te gusta? Quería ir acorde con el día. - Respondió muy seguro. Fue tras ella al jardín, contento de haber recuperado el tono que habían tenido aquella tarde, y atendió a la explicación sobre las decoraciones. – Entendido. - Dijo, armándose de un papel de cada color. Sonrió a la historia de la bandera y sacó un poco el labio inferior. – Me gusta. Le pediré a mi abuela Molly que me cuente la historia de la bandera de Irlanda, que seguro que se la sabe, y cuando vengas a mi casa te la contaré. - Aunque no estén celebrando el día ni nada por el estilo, pero bueno.

    – ¡Me parece genial! - Confirmó. Esbozó luego una expresión pensativa, mirando las mesas y las puertas. – Hmm... En la mesa podemos hacer un centro de chuches. - Alzó la mano. – Antes de que me digas que siempre estoy pensando en comida. - Dijo con una risa. – Tu abuela me ha dicho que tenía un montón, igualmente nos las vamos a comer. Podemos seleccionar las que sean azules, rojas y blancas ponerlas en un platito en el centro. Y para las puertas... - Siguió pensando, mirando a su alrededor. – ¿Flores? Aquí hay de todos los colores, podemos poner una blanca, una roja y una azul. - Por lo pronto empezarían por lo que Alice había dicho.

    Se sentó en la parte de arriba del banco, mirando a Alice desde allí, mientras recortaba el papel. – ¡Uy, me muero de ganas por ir! - Dijo entusiasmado. Su comentario le hizo chistar y reír con un toque avergonzado. – Vaya, ojalá llegara yo al nivel de Fulcanelli. Aunque he leído muchísimo sobre él. - Y le encantaría llegar a ser tan famoso como ese alquimista. Pasar a la historia, que la gente fuera a los lugares en los que él trabajó... Sería genial. – Aunque acabó un poco mal... - Miró a su alrededor, como si fuera a contar un secreto, y se acercó a Alice para susurrar. – Dicen que se volvió loco, que llegó hasta tal punto de conocimiento que quiso empezar a hacer cosas raras... Y que intentó hacer una transmutación humana. - Abrió mucho los ojos y negó vehementemente con la cabeza. – Te aseguro que no quieres saber lo que es. - Su abuelo se negó a hablarle del tema, pero Marcus, cabezota como era, investigó por su cuenta. Tuvo pesadillas esa noche. – Le metieron en la cárcel, porque eso es SÚPER ilegal y NADA ético... Y a partir de ahí, cayó en desgracia. De hecho ya nunca salió... O eso dicen. - Volvió a centrar la vista en los papeles, abriendo mucho los ojos y ladeando la cabeza. Eso sí que esperaba que no le pasara nunca a él, que la sed de conocimientos le devorara y acabara por dominarle. No, no, en absoluto. Si algo tenía claro es que él jamás haría algo ilegal.

    – Igualmente, antes de que se le fuera de las manos, redactó un montón de escritos súper interesantes, con un montón de cosas que no se habían hecho hasta el momento... Pero como luego pasó lo que pasó, algunos alquimistas confiscaron toda su obra y muchos de sus escritos fueron destruidos... Dios, a quién se le ocurre quemar un libro, menudo sacrilegio. - Le daban ganas de llorar solo de imaginárselo. – Hubo algunos alquimistas a los que obviamente le pareció fatal destruir la obra de un hombre tan inteligente, así que conservaron muchos de sus escritos, sobre todos los del principio, los más elementales. - Esbozó una sonrisilla de lado y volvió a inclinarse hacia la chica para susurrar. – Aunque cuenta la leyenda que hay algunos que se creen que fueron destruidos, pero que están escondidos. - Dijo con voz misteriosa. – Le pregunté a mi abuelo, pero dice que eso solo son habladurías... Creo que los alquimistas profesionales prefieren no hablar mucho de Fulcanelli. - Se giró hacia ella de un saltito. – ¿Te imaginas que me encuentro algo oculto en una de esas catacumbas secretas? - Rio y negó con la cabeza, centrándose de nuevo en las manualidades. Ojalá...

    Mientras recortaba y pegaba las banderitas, recitó. – "Yo soy La Verdad, yo soy el Mundo, yo soy el Todo, yo soy tú". - Miró a la chica. – Eso fue lo que la piedra filosofal le dijo a Flamel la primera vez que la usó. Alucinante, ¿verdad? - A él le daban hasta escalofríos de la emoción. – Los Illuminati eran unos alquimistas buenísimos, los mejores que ha habido en la historia. Pero se hicieron tan famosos que su existencia llegó a oídos de los muggles, y la iglesia católica empezó a perseguirlos y a acusarles de brujería. - Esa parte de la historia en la que los magos tenían que estar prácticamente en la clandestinidad. Luego se inventó la figura de los obliviadores y todo fue mucho mejor, indudablemente. – Para poder seguir trabajando pero estar ocultos, crearon unos pasadizos secretos y lo llamaron El Sendero de la Luz, que conecta cuatro iglesias de Roma: la del agua, la del aire, la del fuego y la de la tierra. No me sé los nombres, están en italiano, pero cuando vaya te aseguro que se me quedan. - Dijo con una risita. – Dicen que esos pasadizos, unidos entre sí, forman un círculo de transmutación gigante oculto bajo la ciudad de Roma. ¿A que es increíble? Además, hay un monumento que se llama La Boca de la Veritá. Los muggles creen que es algo de mitología, un oráculo que te leía el futuro en la mano o algo así, solo por meterla en la boca. La realidad es que es el portal que conduce al Sendero de la Luz, y cuando quien mete la mano es detectado como mago, se abre para que pueda pasar. - Soltó aire por la boca. Se le aceleraba el corazón solo de pensarlo, ¡apenas un mes y estaría entrando por ese portal! – Y quien llega a la Luz por medio del sendero... llega a la Verdad. -
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    CON Alice EN Saint-Tropez A LAS 17:00h, 14 de julio de 1997
    Alice atendió a toda la explicación con los ojos muy muy abiertos. Ya había identificado que era de sal, por la textura del cristal, pero no quería perderse detalle. – ¡Disolución! Es el segundo estado de la alquimia, ¿verdad? – Puso una carita de niña buena pero que estaba enterada. – Yo también leo. Aunque no llego a tu nivel para nada, pero de algo me voy enterando. Cuando André aún estaba aquí me dejó leer su libro de la asignatura y me explicó cosas. – Se agarró las manos a la espalda. Desde que hablaron de que cogerían Alquimia en sexto y se pondrían juntos en la clase, se había determinado de estar a su altura cuando llegara aquel día. Y no podía esperar. – Eso que has dicho de la disolución… Es precioso. – Dijo mirándole a los ojos con una sonrisa. Y se quedó así un momento, simplemente mirándole y pensando en la alquimia.

    Cuando salieron al jardín y se pusieron con la bandera, asintió enérgicamente a lo de Irlanda. – ¡Sí! A mí me encanta saber esas cosas. Y el día de Irlanda es el uno de marzo, San Patricio, ¿no? Nos pilla en Hogwarts sí o sí, pero seguro que algo podemos celebrar. Y cuando seamos más mayores ya sí que podemos celebrarlo con ellos y haremos un montón de decoraciones verdes. Y todo verde. – Dijo con los ojos brillantes, mirando al ciel, ya entusiasmada. Pocas cosas le gustaban a más a Alice que celebrar cosas y adscribirse a fiestas.

    Pero claro, Marcus ya tenía que meterse con la comida, y ella entornó los ojos. Pero la conocía demasiado bien. Se puso la mano en la barbilla, con el índice sobre los labios. – Bueno, me has convencido. Tu teoría del color es que es impecable. – Se levantó de un salto y dijo. – Voy a pedirle las chuches y los platos a mi abuela. – Y se dirigió a la cocina, alegre, aunque sin dar saltitos, porque no se acababa de sentir del todo segura con eso. – ¡Memé! Dame las chuches, por fa. Y unos… Seis platos, de los del centro de mesa. – Su abuela suspiró. – No os pongáis a comer chuches ahora, Alice. – Ella entornó los ojos y suspiró. – Queeee noooo, memé, que es para hacer centros de mesa con la bandera de Francia. – Su tía Simone se giró sonriendo. – Eso es una idea maravillosa. Al final el inglesito se va a abonar a La Provenza también. Todos lo hacemos. – Contestó su madre desde donde estaba cocinando. Todas se rieron, y Alice juraría que se había perdido algo, pero cogió las cosas y se encogió de hombros.

    Cuando volvió le dijo. – Voy a ir separando las chuches por colores y las voy dejando en estas servilletas de aquí, luego ya montamos los platos con los colores bien puestos. – Y mientras ambos trabajaban, se quedó anonadada mientras escuchaba a Marcus hablar de historia de la alquimia. Podría haber estado así toda la vida. Pero cuando llegó a lo de la transmutación humana abrió mucho los ojos. – ¿Que hizo qué? – Ahogó un grito y se tapó la boca. – En el libro de André venían las leyes base de la alquimia, las que están en el Código de Flamel. “Para obtener algo se debe dar otra cosa del mismo valor, pues el intercambio equivalente es la primera ley de la alquimia. La segunda es que la transmutación humana es un acto que no debe cometerse jamás”. – Recitó de memoria. Luego miró a Marcus. – La verdad es que no lo entendí muy bien, pero ya que solo tenía dos leyes base, decidí aprendérmelas de memoria. Por si acaso. Así que vaya tela con Fulcanelli, no podía ser tan difícil. ¿qué puede llevar a alguien a cometer un delito que sabe que es tan grave y que no va a salir bien? – Ella siguió a las gominolas, escuchando lo que seguía contándole Marcus, aunque no parecía saber mucho más que ella de todo el lío de la transmutación humana, que sonaba imposible y peligroso hasta para ella. Pero cuando dijo que habían destruido los libros de Fulcanelli, volvió a ahogar un grito. – ¡No! Pero destruir nunca. Que eso se pierde para siempre. – Jo, le había hasta molestado. Todo ese conocimiento perdido para siempre. Qué mal. Pero aquello de la leyenda… – Eso suena muy bien… Quizá, algún día, seas un alquimista de los rangos altos y puedas acceder a ellos… Aunque no vayas a incumplir la ley… – Se apoyó con la barbilla en su mano y dijo. – Yo solo he visto fotos en los libros de sus transmutaciones en Roma… Y ya solo con eso… Me encantaría saber más de él. Apréndete el nombre de las iglesias y el camino, para cuando me lleves.

    "Yo soy La Verdad, yo soy el Mundo, yo soy el Todo, yo soy tú". Qué frase más críptica, y a la vez tan reveladora. – Desde que supe lo que era la alquimia… He pensado que se podía explicar prácticamente todo con ella. Esa frase es un regalo y una responsabilidad. Sobretodo la parte de “yo soy tú”… – Pasó el índice por la mesa haciendo al símbolo del infinito, que estaba en la portada del Código de Flamel. – ¿Crees que signfica que todos tenemos… El material de la piedra filosofal y por eso es que estamos vivos? – Se puso a montar los platitos con las chuches, mientras escuchaba a Marcus como si le fuera la vida en ello, anonadada ante la historia del Sendero de la Luz. – Qué historia más bonita… Pero qué triste. – Miró el plato y recolocó un poco las chuches blancas. – Siempre me he preguntado por qué los muggles no pueden saber… Pero… Qué vida tan triste ser perseguidos. – Pero en cuanto le contó lo de la boca de la veritá, se volvió a entusiasmar y le tiró de la camisa. – ¡Tienes que contarme exactamente cómo es la boca esa! – Se acercó por el banco hacia él. – Oye… ¿Crees que… Podrás llegar a la Verdad? Haciendo el Sendero de la Luz en Roma. Sea la que sea esa verdad. – Amplió un poco la sonrisa. – Si alguien es lo suficientemente listo para hacerlo, ese eres tú. – Se encogió de hombros y dijo. – No obstante, no creo que te dé por hacer la transmutación humana igualmente. Además, ¿para qué? Si lo que quieres es hacer humanos… se pueden hacer… Sin alquimia. – Eso le hizo soltar una risita. Sí, no iba a decir que era fácil precisamente, y menos ese día concreto, pero alquimia no hacía falta. – Para una cosa que nos sale a los humanos biológicamente.

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    Sáb 8 Mayo - 18:25

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    CON Alice EN Saint-Tropez A LAS 17:00h, 14 de julio de 1997
    Ladeó la cabeza con una sonrisilla. – ¡Casi! Es el 17 de marzo, pero efectivamente es por San Patricio, así que... Medio punto para ti. - Bromeó. Se giró emocionado a la chica. – ¿Sabes qué podríamos hacer? ¡Ir a Irlanda por San Patricio! - Por ahora confórmate con Roma, déjate de tantos viajes. - Dijo su padre, que justo en ese momento pasaba por allí con una bolsa bastante grande en brazos. – Es para cuando acabemos el colegio, papá. - Se justificó él, pero Arnold ya se había ido, así que Marcus se encogió de hombros. – Mi abuela siempre está diciendo que quiere ir a Irlanda PERO QUE SUS HIJOS NO QUIEREN. - Dijo en voz alta para llamar la atención de su padre, el cual le sacó la lengua a lo lejos. Eso le hizo reír. – Y hay gente en Hogwarts que lo celebra, los irlandeses supongo. ¿No te acuerdas que la Prefecta Harmond llegó súper enfadada porque había pillado a dos chicas fuera del horario en la sala común de Hufflepuff? - Abrió los ojos y soltó un leve bufido. – Nos costó veinte puntos de casa... - Como para que se le olvidara. Aunque fue gracioso ver llegar a las dos chicas con la cabeza gacha y un trébol gigante sobrevolándoles a cada una. Se los tuvo que quitar Anne porque ellas no sabían. Menos mal que estaba ella allí... Suspiró para sí mismo. Iba a echar de menos a la Prefecta Harmond el año año siguiente.

    Mientras Alice se iba corriendo a por chuches se dedicó a pegar banderitas, muy contento sobre el respaldo del banco. Para cuando volvió ya había hecho dos más. Alzó una de ellas con una sonrisilla y preguntó. – ¿Qué? ¿Cómo me están quedando? - Ya sabía la respuesta a esa pregunta, porque se estaba esmerando mucho porque estuvieran perfectas. Sus ojos se fueron directamente para las chuches. – Oh, qué rico. - Y qué tentación de picar una, pero Marcus sin permiso no hacía nada, así que solo se quedó mirándolas. Mejor que se encargara Alice de eso y él siguiera con las banderitas, porque si no le iba a empezar a rugir el estómago.

    Temía que la curiosidad de Alice le hiciera preguntarle más sobre trasmutación humana, porque después de lo que leyó (que no fue mucho, porque se asustó en seguida), había optado por intentar borrar la información de su cerebro y desde luego no se veía capaz de explicarlo, era demasiado... Siniestro y horripilante. Por fortuna, Alice era lo suficientemente lista como para haber captado la naturaleza del asunto y espantarse. Al menos le gustó mucho saber que su amiga se había aprendido muy bien las dos normas básicas de la alquimia, era un buen comienzo. Ante su pregunta se encogió exageradamente de hombros, alzando las palmas y esbozando una mueca en los labios. – No tengo ni idea. Mi abuelo dice que a algunas personas les ciegan las ansias de conocimientos... - Sacó un poco el labio inferior y se quedó pensativo, mirando a la nada, mientras movía distraídamente la banderita entre los dedos. – Si hubiera estudiado en Hogwarts, ¿sería Ravenclaw? - Le preguntó a Alice, con un toque preocupado. – Quiero decir... Era súper listo, sabía un montón y lo que le llevó a la perdición fue querer saber más y más... - Hizo otra pausa, perdiendo la mirada de nuevo, hasta que retomó. – ¿Crees que podría pasarnos algo así a nosotros? A veces me da un poco de miedo pensarlo... Yo siempre quiero saber más, y tú también. Aunque tengo muy claro donde parar: donde haya una norma. Pero ¿y si la norma nos impide saber más y nos hace pensárnoslo? Es raro... - Le dio un escalofrío muy exagerado y miró a Alice, instaurando un tono muy firme en su voz. – Aunque JAMÁS haría yo una cosa así, vamos. - Eso sí que lo tenía clarísimo.

    La hipótesis de Alice de que algún día pudiera ser un alquimista de rango alto le hizo sonreír y olvidar, paradójicamente, su miedo a dejarse llevar por las ansias de conocimiento y prestigio. – ¿Te imaginas? La verdad es que me encantaría llegar a alquimista carmesí, como mi abuelo. Tendría acceso a un montón de sitios. - Rodó los ojos. – Aunque no le daría largas a mi nieto cuando me pregunta cosas, tsé. - A ver, que su abuelo le contaba muchísimas cosas. Pero le había dado un poquito de coraje que no quisiera entrar en más detalles sobre Fulcanelli, ¡pero si ese señor llevaba ya siglos muerto! Tener conocimientos para guardártelos para ti solito... Eso sí que no lo entendía. A la petición de Alice, asintió enérgicamente. – Lo haré. Y me lo traeré todo apuntado para que no se me olvide, y te haré una copia para cuando vayas tú. - Hizo una chulesca caída de ojos. – Y a ver si eres capaz de completarla con más datos. - Dijo en el tono de retitos que solían usar.

    Lo siguiente que dijo la chica le hizo pensar. Se quedó unos segundos reflexivo, mirando hacia arriba, hasta que se bajó del respaldo del banco y se sentó junto a ella. – Puede ser... O que todos tenemos el potencial para crear cosas maravillosas. Para llegar al núcleo de todas las cosas, a la Verdad. O que todos tenemos... Una Luz dentro de nosotros. - Dijo, con la mirada perdida y tono místico. Ya se estaban perdiendo los dos en sus divagaciones y filosofías. Así no iban a acabar nunca con las decoraciones, seguro que ya mismo venía un adulto a cortarles el rollo. Se había quedado un tanto perdido en sus pensamientos cuando Alice le sacó de nuevo, precisamente preguntando por algo que él acababa de hipotetizar. – Oh, pues... No sé. - Se había puesto hasta nervioso, y un poquito colorado. ¿Llegar él hasta la Verdad? Había personas que se morían con casi cien años sin descubrirla, sería todo un hallazgo que lo consiguiera él solo con trece. Pero el comentario de la chica le hizo sonreír un tanto avergonzado, agachando la cabeza. – Vaya, gracias. - Ni que fuera la primera vez que le decían que era listo, pero decirle que él sí que sería capaz de conseguir eso... Eran palabras mayores. – Sí que es una responsabilidad. Da un poco de vértigo pensarlo, ¿no crees? Si se consigue algo así, llegar a la Verdad, que no sabemos ni a qué se refiere... ¿Qué se hace con eso? Es decir, ¿cómo sería la vida después? - Es que era todo demasiado raro de pensar siquiera.

    Se habían metido en un discurso muy trascendental y serio, pero entonces Alice dijo algo que le hizo volver al mundo real. Frunció los labios con fuerza, pero tan pronto la chica soltó su risita, a él se le escapó una ruidosa carcajada desde el fondo de la garganta, tapándose la boca con un puntito avergonzado, mirando a los lados vaya que hubiera algún mayor cerca escuchando. – Sí, los humanos pueden hacer humanos sin necesidad de alquimia. -  Dijo bajito y entre risillas tontas, sin dejar de comprobar que no hubiera ningún padre cerca. Negó con la cabeza, entre risas. Esta Alice... Decía unas cosas... – Creo que la transmutación humana no se usa para crear humanos exactamente... Pero sí... Ya haré humanos algún día sin alquimia si quiero. -Y otra vez la risita tonta. Cuando se tocaban ciertos temas, la trascendentalidad se iba volando y dejaba en el suelo a los niños de trece años que, de hecho, eran.

    - Niños, ¿dónde habéis puesto las chucherías? - ¡Están aquí, Señora Gallia! – Respondió Marcus, aunque el respingo ante escuchar la voz de la abuela de Alice lo dio igualmente, por mucho que intentara disimular. La risita se la había cortado de raíz. - ¡Anda! ¿Has hecho tú esto tan bonito, Marcus? - Negó con una sonrisilla. – Todo obra de Alice, que es una crack de la decoración. - Dijo, mirándola con orgullo. - Pues venga, vamos a ir poniéndolo todo en las mesas que ya mismo empieza la gente a llegar. - Marcus se levantó de un salto, poniendo muy ordenaditas las banderas a un lado, y entonces cayó en algo. – ¡Ey, las flores! Eso falta. ¿Vamos? -
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    Sáb 8 Mayo - 19:55

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    CON Alice EN Saint-Tropez A LAS 17:00h, 14 de julio de 1997
    Chasqueó la lengua. – ¡Ay casi! ¿Ves? Necesito urgentemente clases de irlandesidad. – Justo pasaba Arnold por allí, y ejerció del típico adulto que les cortaba las alas. ¿Qué más daba que soñaran con hacer todas esas cosas? Era gratis, y le hacía felices. lla negó con la cabeza y se inclinó a su amigos, agarrándole del brazo y diciendo. – Ni caso. Nosotros podemos imaginar lo que queramos, y nosotros escribiremos nuestra historia. En Roma, en Irlanda o donde sea. – Terminó encogiéndose de un hombro. Le daba igual por dónde empezar o terminar o cuánto esperar, mientras Marcus estuviera con ella. Ya se lo había enseñado el espejo, y ella había tomado buena nota. Se rio de lo que dijo sobre la abuela y ya ese propuso otra cosa para el futuro. – Pues que no se preocupe. Nosotros iremos. – Luego le dio una risa acordarse de aquella bronca de la perfecta Harmond. Le miró de lado y con una sonrisita. – Qué bien regaña Anne, eh... Le hubieses dicho que te enseñara antes de irse... – Dijo con tonillo sugerente y dándole un codazo. ella le había escrito una carta a Howard, al fin y al cabo.

    Dio su aprobación a la bandera con una gran sonrisa. – Está perfecta. Solo hay que clavarlas en la valla, para que las vean todos los que se van sentando y den ambiente. De hecho, te agradecería que las colgaras tú, porque yo no llego, tendría que subirme a una escalera, y no me siento muy segura hoy. – Dijo con media mueca. Y se puso a pasarle lass chinchetas a Marcus, mientras sujetaba la cuerda con los banderines, mientras seguían hablando de alquimia y Fulcanelli. Y sí, podía entender aquello que decía Lawrence, lo veía muy posible, aunque si aquel conocimiento dañaba a otros o a uno mismo... ¿No sería capaz alguien tan inteligente de darse cuenta de que la estaba liando muy grande? Hasta ella veía cuando se pasaba, y era una niña. A la pregunta, alzó la vista al cielo y reflexionó. – Un Gryffindor lo haría por el reto, seguro, pero tendrían que contárselo, no llegaría solo. Un Hufflepuff no lo haría... Y obviamente los Ravenclaws siempre queremos saber más. Pero, la verdad, lo de Fulcanelli me parece ambición pura y dura. – Negó y alzó las cejas. – El conocimiento no vale de nada solo con saberlo, hay que saber utilizarlo, y eel punto al que llegó él... Solo llegaría alguien con ambiciones muy altas, creo yo, vamos. – Dijo encogiéndose de hombros al final. – Aunque no tengo ni idea, además, ¿en Italia hay colegio de magos? – Preguntó, porque ella solo sabía de tres colegios, aunque deducía que había más. Igual cuando tuviera edad de que empezara a haber intercambios, los descubría.

    Alice sonrió y volvió a sentarse, atendiendo a las chuches. – No me imagino, SÉ que va a ser así, Marcus. – Rio un poco. – Vamos es que no me cabe duda. – Le señaló con le índice cuando dijo lo de las preguntas. – Ese es el espíritu. Y tú se lo contarás todo a tu mejor amiga, como es de recibo. – Dijo con una gran sonrisa, mineras dejaba un plato ya terminado de lado. Pero Marcus le estaba siguiendo el hilo de lo que le había planteado con la piedra filosofal. Se quedó oyéndole, apoyada en su mano, como hipnotizada. – Sí que tienes una luz... – Dijo con una sonrisa, recordando lo que pensó el año pasado cuando se quedaron dormidos con Dylan entre ellos. Pero parpadeó y volvió un poco en sí cuando le preguntó lo de la Verdad. – Pues... No me lo había planteado... A ver... Kavafis, un poeta que le gusta mucho a mi madre, dice que lo que importa es el viaje... Que el destino te lo pones para que sea la excusa para llegar, que disfrutes del viaje. Quizá la gracia de la Verdad es... El proceso de llegar a ella. – Sacó el labio inferior con expresión pensativa. – Ahora... Que si yo llegara, lo que haría sería usar este conocimiento para ayudar con todo lo que pudiera. Trataría de enseñarlo y utilizarlo para los demás. – Sí, era una buena opción, ¿para qué lo quería para ella sola?

    Pues toda la intensidad del momento se perdió porque ya le dio la risa a Marcus y por ende, a ella. Abrió mucho los ojos y levantó las manos. – ¿Y entonces para qué? – Luego soltó otra carcajada. – Oye pues me lo voy a mirar, porque a ti que eres un chico se te hace muy fácil "ah así, ya haré mis humanos sin alquimia", pero es que a vosotros os toca la parte fácil. Tú no viste como se puso mamá cuando estaba embarazada de Dylan. – Dijo, bajando la voz como había hecho él y poniendo las manos frente a ella, imitando la curva del vientre de su madre. – Y Dylan le pegaba patadas desde dentro, yo se las notaba cuando le tocaba la tripa y puf... Deja deja... – Mira, ya estaba muerta de dolor y era el primer día que tenía aquello. Ni años que le quedaban de drama. Igual Fulcanelli era una mujer en realidad y se quería ahorrar todo aquello.

    Justo llegó su abuela, y Marcus hizo un penoso intento de darle una victoria. Era no conocer a memé. Jamás alababa nada que viniera de la tata o ella, pero le agradecía el gesto y el intento, pero ella había tirado la toalla, con no enfadarla tenía suficiente. Aunque tenaz razón, les había quedado todo a pedir de boca. Tiró de su amigo hacia el rincón del jardín donde estaban las flores, tijeras en mano, dispuesta a hacer los ramos. – Mira... De blancas vamos a coger las anémonas francesas, muy patriótico. Y son muy delicaditas. – Y eran las flores de los filtros de amor, pero eso, por algún motivo, no lo comentó. – Y rojas... Pues habrá que coger rosas. – Dijo con un tono un poco circunspecto. – No me gustan las rosas. – Dijo mientras las cortaba, de rodillas y se las iba pasando a Marcus. – Son muy obvias. Le gustan a todo el mundo. Cuando hay flores mucho más especiales y bonitas... Nunca lo he entendido. – Se levantó y se acercó, sacudiéndose las rodillas y las manos. – No tenemos flores azules, pero he pensado que podemos envolver los jarrones con el papel mache azul, ¿qué me dices? – Volvieron hacia las mesas y dijo. – Memé va a tener razón por una vez y habría que darse brío, que deben estar ya todos al caer y aún hay que poner la mesa... – Y justo cuando llegaban al sitio de antes, le volvió a dar el pinchazo y se tuvo que sentar, con lass manos entorno al vientre y apretando los ojos y los labios por un momento. – No te preocupes, ahora se pasa. – Le dijo a su amigo, esperando no preocuparle y que no le hiciera más preguntas.
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