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Ivanka
Alchemist
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Un pequeño detalle CON Marcus EN Aula de trabajo A LAS 16:00, 4 de diciembre de 1996 |
Apuntó un par de cosas más, detalles sobre la transformación. Detalles, bueno, que se le había hecho gigante. Ella pretendía hechizar uno de los tarros que usaba en Herbología para que cupiera un bonsai, que, por pequeño que fuera, en un tarro normal no cabía. Había conseguido hacer un bonsai de almendro y quería meterlo en el tarro, decorarlo, y regalárselo a mamá por Navidad. Y así además, practicaba Transformaciones, Encantamientos y Herbología, era el pack completo. Eso sería si las Transformaciones no se le dieran regular, como acababa de demostrar. El tarro se le había quedado de un tamaño un poquito más grande que ella misma, y ahí lo tenía, como si fuera una persona, de pie, a su lado, mientras ella estaba sentada apuntando las distintas reacciones de todo. El problema, como siempre, es que había intentado hacer un poco todo a la vez, y tenía por ahí también la judías saltadoras para el trabajo semestral de Herbología, porque también quería meterlas en un tarro y echarles un hechizo luminiscente y que quedara como un farolillo con luces que rebotaban por dentro. En teoría, era una gran idea, en la práctica, igual se había venido un poco arriba, especialmente si quería entregarlo antes de vacaciones, como había reflejado en su perfecta planificación del curso.
Tenía tantos papeles y cuadernos abiertos, de las distintas cosas que, apuntando a toda prisa las reacciones del tarro para ir afinando, dio con el codo a la caja de judías saltadoras y empezaron a salirse por todas partes. Para mejorar el asunto, a la Condesa Olenska, que estaba allí con ella haciéndole compañía en la mesa, le pareció superdivertido salir corriendo detrás de las judías e intentar cazarlas, a cuenta de tirarle todo en la mesa. Unas cuantas se habían metido en el tarro, así que lo inclinó para alcanzarlas. Pero no llegaba, y tuvo que meter medio cuerpo y, al final, no sabia ni cómo, pero acabó cayéndose dentro. Afortunadamente, como ya se había dado cuenta ella, el tarro era un pelín más alto que ella misma, así que recogió las judías, excepto una que salió disparada hacia arriba, y su gata se lanzó a cogerla. — ¡Condesa, no! — Pero tarde. En su ímpetu, la gata tiró la varita, que al golpear en el suelo, lanzó un hechizo, que, por supuesto, con toda la mala suerte del mundo, dio en el tarro.
De golpe, sintió la opresión del cristal sobre sus coletas, y estas pegadas a la cabeza a la fuerza. Realmente, no era lo más incómodo, solo lo que primero sintió. Estaba envuelta en sí misma con las piernas flexionadas pegadas al pecho, y sin libertad de movimientos ninguna, porque estaba toda rodeada de cristal, como cuando su abuelo metía las aceitunas en los botes en verano. Ya nunca volvería a ver a esas aceitunas de la misma manera. Encima, la habitación se había vuelto gigantesca, y la Condesa, que la miraba con un poco de angustia agitando la cola, era un bicho gigante. Oh no, por favor, que no hubiera modificado sin querer el tamaño de todo el colegio. Ah, no, tenía más lógica que se hubiera empequeñecido ella, porque el último hechizo que había estado intentando probar era el Reducio, y al fin y al cabo, aunque no la tuviera ella en la mano, era su varita, así que guardaría memoria de sus intentos a la hora de hacer magia involuntaria. Intentó impulsarse para salir del tarro, pero no pudo moverse ni un milímetro. — ¡Condesa! ¡Avisa a Marcus! — Gritó, para que su gata la oyera através del cristal, aunque la voz que le salió era una agudísima, parecida a esa que te ponían las chuches que llevaban helio dentro. Sería cosa del tamaño, claro. Pareció que la aludida estaba un poco confusa, pero al poco, salió corriendo, y a Alice solo le quedó desear que fuera a hacerle caso.
Tenía tantos papeles y cuadernos abiertos, de las distintas cosas que, apuntando a toda prisa las reacciones del tarro para ir afinando, dio con el codo a la caja de judías saltadoras y empezaron a salirse por todas partes. Para mejorar el asunto, a la Condesa Olenska, que estaba allí con ella haciéndole compañía en la mesa, le pareció superdivertido salir corriendo detrás de las judías e intentar cazarlas, a cuenta de tirarle todo en la mesa. Unas cuantas se habían metido en el tarro, así que lo inclinó para alcanzarlas. Pero no llegaba, y tuvo que meter medio cuerpo y, al final, no sabia ni cómo, pero acabó cayéndose dentro. Afortunadamente, como ya se había dado cuenta ella, el tarro era un pelín más alto que ella misma, así que recogió las judías, excepto una que salió disparada hacia arriba, y su gata se lanzó a cogerla. — ¡Condesa, no! — Pero tarde. En su ímpetu, la gata tiró la varita, que al golpear en el suelo, lanzó un hechizo, que, por supuesto, con toda la mala suerte del mundo, dio en el tarro.
De golpe, sintió la opresión del cristal sobre sus coletas, y estas pegadas a la cabeza a la fuerza. Realmente, no era lo más incómodo, solo lo que primero sintió. Estaba envuelta en sí misma con las piernas flexionadas pegadas al pecho, y sin libertad de movimientos ninguna, porque estaba toda rodeada de cristal, como cuando su abuelo metía las aceitunas en los botes en verano. Ya nunca volvería a ver a esas aceitunas de la misma manera. Encima, la habitación se había vuelto gigantesca, y la Condesa, que la miraba con un poco de angustia agitando la cola, era un bicho gigante. Oh no, por favor, que no hubiera modificado sin querer el tamaño de todo el colegio. Ah, no, tenía más lógica que se hubiera empequeñecido ella, porque el último hechizo que había estado intentando probar era el Reducio, y al fin y al cabo, aunque no la tuviera ella en la mano, era su varita, así que guardaría memoria de sus intentos a la hora de hacer magia involuntaria. Intentó impulsarse para salir del tarro, pero no pudo moverse ni un milímetro. — ¡Condesa! ¡Avisa a Marcus! — Gritó, para que su gata la oyera através del cristal, aunque la voz que le salió era una agudísima, parecida a esa que te ponían las chuches que llevaban helio dentro. Sería cosa del tamaño, claro. Pareció que la aludida estaba un poco confusa, pero al poco, salió corriendo, y a Alice solo le quedó desear que fuera a hacerle caso.
Merci Prouvaire!
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Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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Freyja
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Un pequeño detalle CON Alice EN Aula de trabajo A LAS 16:00h, 4 de diciembre 1996 |
- ¿Habéis visto que ayudante tan guapo y bien hecho me he buscado? - Marcus estaba que se salía de sí. Tenía una sonrisa de oreja a oreja, el pecho hinchado de orgullo y la barbilla bien alta. La Prefecta Harmond estaba a su lado, diciéndole a los prefectos de Hufflepuff lo buen alumno que era y lo mucho que les estaba ayudando. - Y talentoso. Marcus, ¿por qué no les cuentas tu idea? – ¡Claro! – Como que había que pedírselo dos veces. Dio un paso al frente y se aclaró la garganta. – He estado investigando sobre encantamientos animados. Mi madre me enseñó muchos libros antes de entrar aquí, y ahora puedo ponerlos en práctica. – Sacó una servilleta con un muñeco de nieve dibujado en ella, así como su varita. – Si cada alumno tiene una servilleta así... – Pronunció un hechizo sencillo y el muñeco pintado sonrió, se llevó su astillosa mano a la chistera y saludó cortesmente. - ¡¡Pero qué monada!! - Celebró la prefecta de Hufflepuff. - ¿Verdad que sí? No se me habría ocurrido en la vida. - Dijo alegremente Anne. Ay, le encantaba cuando se reía, y cuando alababa tanto todo lo que hacía.
Estaba que no cabía en sí de gozo. Llevaba desde que empezó diciembre pegado a los talones de ambos prefectos, porque sabía que estaban muy ocupados con los preparativos para la fiesta de Navidad y quería ayudar (y enterarse de lo que había que hacer para cuando le tocara a él). – En realidad, yo lo que quería era poner un muñeco de nieve de verdad en la puerta que fuera saludando a todos al pasar... – Ladeó un par de veces la cabeza, con un toque frustrado. – Pero por más que lo intento, no consigo que se mueva bien... Y tampoco sé cómo hacerlo para que no se derrita después de un rato dentro del castillo... – Eso sí que no se me habría ocurrido ni en mil años. - Comentó entre risas el prefecto de Hufflepuff. - Así mola un montón, Marcus, seguro que a la gente le encanta. Pero... una para cada alumno es mucho si tenemos que dibujar todos los muñecos de nieve, ¿no? - Vaya, no había caído en ese pequeño detalle: en el castillo había cientos de alumnos, dibujar las servilletas una a una quitaría muchísimo tiempo. Hizo una pequeña mueca pensativa, pero una voz interrumpió a su espalda. - Para eso puede que tenga yo la solución. - Comentó el prefecto de Slytherin. - ¿Me lo prestas? - Le dijo a Marcus. Este le entregó la servilleta y el chico la puso sobre tres pergaminos. Golpeó al muñeco con un hechizo y, a priori, no ocurrió nada... Pero, cuando retiró la servilleta, el muñeco se había calcado tal cual en el resto de hojas. – ¡Wow! – Se sorprendió Marcus, abriendo mucho los ojos y la boca. - ¡Ay, qué chachi! Esto soluciona nuestro problema. - Añadió contenta la prefecta de Hufflepuff. Pues sí, desde luego que lo solucionaba.
Sin embargo, Anne parecía estar elaborando mentalmente algo. Se había cruzado de brazos y, apoyando el peso sobre una pierna, miraba al chico de Slytherin con los ojos entrecerrados. - Buen hechizo de copiado... Me pregunto si lo has improvisado ahora para el muñeco de nieve, o lo has utilizado antes... - Marcus abrió los ojos de nuevo, mirando de hito en hito a los dos prefectos. ¿¿Insinuaba que eso podía usarse para... copiar?? ¡Pero eso no estaba bien! Y era prefecto, los prefectos tenían que seguir las normas. Estaba expectante por ver su respuesta, pero el chico solo se encogió de hombros con superioridad y dijo. - Lo importante es que he resuelto vuestro problema, ¿no? - Anne arqueó una ceja, y Marcus frunció el ceño un tanto extrañado. Aquello sonaba regular... Pero claro, no podía desconfiar de un prefecto. En fin, era prefecto. Insistía en que los prefectos lo hacían todo bien.
Le hubiera encantado quedarse en el debate, a pesar de que los mayores intercambiaban miradas entre sí y le miraban de soslayo como si quisieran hablar de algo importante pero no con un alumno de segundo delante. Marcus no se dio ni medio por aludido, pero igualmente se vio obligado a abandonar el grupo por la demanda de alguien. Miró extrañado hacia abajo cuando escuchó un insistente maullido y notó unas garritas arañando su pantalón, retirando rápidamente la pierna (que, a ver, le tenía mucho cariño a la gata de Alice, pero le iba a romper el uniforme). – Condesa, ahora no puedo. – Susurró a la gata, y trató de disimular la vergüenza de ser interrumpido por un animal cuando estaba haciendo algo tan serio en plena reunión de prefectos. Pero tuviera que ver que la gata se contentara con eso. Rodó los ojos y suspiró. – Estoy haciendo cosas, ve a jugar con Alice. – Y más fuerte maullaba. Frunció el ceño. – ¿Dónde está Alice? – Eh, ahora que lo pensaba, ¿dónde estaba Alice? La Condesa Olenska volvió a maullar y ya casi que podía detectar la urgencia. – ¿Dónde está Alice? – Repitió, pero esta vez con tono más asustado. Esta volvió a insistir con sus maullidos. Algo no iba bien.
Tragó saliva, miró a los demás y, lo más protocolariamente que pudo, dijo. – Lo siento, me están buscando. ¿Me puedo ir? – El prefecto de Slytherin le estaba mirando de arriba abajo con una ceja arqueada mientras los de Hufflepuff se aguantaban risillas de adorabilidad. Anne, con esa dulzura y seriedad tan suyas, le dijo con una sonrisa cortés. - Claro, cariño, ya nos has ayudado un montón. Ve a hacer lo que tengas que hacer. – ¡Gracias! – Dijo con una sonrisilla nerviosa y, acto seguido, salió corriendo tras la gata, confiando en que le guiara hasta donde supuestamente estaba el problema.
Le llevó hasta un aula de estudio. Miró a los lados, pero no vio a nadie. – ¿Alice? – Llamó, pero nada. Se extrañó y miró a la Condesa. – ¿Qué pasa? Aquí no está, ¿por qué me has traído? – Entonces se fijó en la mesa. Todas esas cosas eran de Alice, reconocía sus tintas de colores, su letra en los apuntes, su... Desorden absoluto. Parpadeó varias veces y suspiró. – Mira, más te vale que no me hayas sacado de mi reunión con los prefectos para que le ordene las cosas a tu dueña. – Dijo mientras recogía algunos pergaminos esparcidos por la mesa. Cosas de Herbología, de Encantamientos... Y un pergamino lleno de corazoncitos. Frunció el ceño y miró por encima. "A y H", y muchos corazoncitos azules y brillantes alrededor. ¿A y H? ¿Alice y Herbología? Mira, qué rara era su amiga, de verdad, se le iba la mano con lo de las plantas a veces. De hecho, tenía todo aquello lleno de hojitas y... Oh, un bonsai muy bonito.
La Condesa seguía insistiendo en su maullido. – Ya, que ya... – Encima con prisas. Le iba a cantar las cuarenta a Alice por dejarse todo aquello empantanado, y encima tenía que recogérselo él. Al quitar otro pergamino para unirlo a los demás, le saltó una judía rebotando y le dio en la frente. Chistó y se dio con dos dedos. – ¡Lo que me faltaba! – Pero ahora el dolor venía de su tobillo. ¿¿Acababa la Condesa de arañarle?? – ¡¡AU!! ¿¿Pero qué haces?? ¡¡Encima que vengo!! – ¡¡Será posible!! Pero la gata, lejos de encarársele o echarse atrás por su bramido, se dirigió hacia... Algo en el suelo. Frunció el ceño y se acercó, y ese algo parecía... No. No podía ser.
Abrió los ojos con pánico y se arrodilló. – ¿¿Alice?? – ¿¿Era ella?? Pero ¿¿cómo?? – ¿¿Alice?? ¿¿Eres tú?? – Podía oír su vocecilla diciendo algo, pero no atinaba a oír el qué. Se llevó las manos a la boca con pánico. – ¿¿Pero qué has hecho?? – ¡¡Por Merlín!! ¿Y ahora qué? ¡Ahí se podía morir! Ya estaba en pánico absoluto, ¿y si hacía algo y lo empeoraba? Tenía que buscar a alguien.
Estaba que no cabía en sí de gozo. Llevaba desde que empezó diciembre pegado a los talones de ambos prefectos, porque sabía que estaban muy ocupados con los preparativos para la fiesta de Navidad y quería ayudar (y enterarse de lo que había que hacer para cuando le tocara a él). – En realidad, yo lo que quería era poner un muñeco de nieve de verdad en la puerta que fuera saludando a todos al pasar... – Ladeó un par de veces la cabeza, con un toque frustrado. – Pero por más que lo intento, no consigo que se mueva bien... Y tampoco sé cómo hacerlo para que no se derrita después de un rato dentro del castillo... – Eso sí que no se me habría ocurrido ni en mil años. - Comentó entre risas el prefecto de Hufflepuff. - Así mola un montón, Marcus, seguro que a la gente le encanta. Pero... una para cada alumno es mucho si tenemos que dibujar todos los muñecos de nieve, ¿no? - Vaya, no había caído en ese pequeño detalle: en el castillo había cientos de alumnos, dibujar las servilletas una a una quitaría muchísimo tiempo. Hizo una pequeña mueca pensativa, pero una voz interrumpió a su espalda. - Para eso puede que tenga yo la solución. - Comentó el prefecto de Slytherin. - ¿Me lo prestas? - Le dijo a Marcus. Este le entregó la servilleta y el chico la puso sobre tres pergaminos. Golpeó al muñeco con un hechizo y, a priori, no ocurrió nada... Pero, cuando retiró la servilleta, el muñeco se había calcado tal cual en el resto de hojas. – ¡Wow! – Se sorprendió Marcus, abriendo mucho los ojos y la boca. - ¡Ay, qué chachi! Esto soluciona nuestro problema. - Añadió contenta la prefecta de Hufflepuff. Pues sí, desde luego que lo solucionaba.
Sin embargo, Anne parecía estar elaborando mentalmente algo. Se había cruzado de brazos y, apoyando el peso sobre una pierna, miraba al chico de Slytherin con los ojos entrecerrados. - Buen hechizo de copiado... Me pregunto si lo has improvisado ahora para el muñeco de nieve, o lo has utilizado antes... - Marcus abrió los ojos de nuevo, mirando de hito en hito a los dos prefectos. ¿¿Insinuaba que eso podía usarse para... copiar?? ¡Pero eso no estaba bien! Y era prefecto, los prefectos tenían que seguir las normas. Estaba expectante por ver su respuesta, pero el chico solo se encogió de hombros con superioridad y dijo. - Lo importante es que he resuelto vuestro problema, ¿no? - Anne arqueó una ceja, y Marcus frunció el ceño un tanto extrañado. Aquello sonaba regular... Pero claro, no podía desconfiar de un prefecto. En fin, era prefecto. Insistía en que los prefectos lo hacían todo bien.
Le hubiera encantado quedarse en el debate, a pesar de que los mayores intercambiaban miradas entre sí y le miraban de soslayo como si quisieran hablar de algo importante pero no con un alumno de segundo delante. Marcus no se dio ni medio por aludido, pero igualmente se vio obligado a abandonar el grupo por la demanda de alguien. Miró extrañado hacia abajo cuando escuchó un insistente maullido y notó unas garritas arañando su pantalón, retirando rápidamente la pierna (que, a ver, le tenía mucho cariño a la gata de Alice, pero le iba a romper el uniforme). – Condesa, ahora no puedo. – Susurró a la gata, y trató de disimular la vergüenza de ser interrumpido por un animal cuando estaba haciendo algo tan serio en plena reunión de prefectos. Pero tuviera que ver que la gata se contentara con eso. Rodó los ojos y suspiró. – Estoy haciendo cosas, ve a jugar con Alice. – Y más fuerte maullaba. Frunció el ceño. – ¿Dónde está Alice? – Eh, ahora que lo pensaba, ¿dónde estaba Alice? La Condesa Olenska volvió a maullar y ya casi que podía detectar la urgencia. – ¿Dónde está Alice? – Repitió, pero esta vez con tono más asustado. Esta volvió a insistir con sus maullidos. Algo no iba bien.
Tragó saliva, miró a los demás y, lo más protocolariamente que pudo, dijo. – Lo siento, me están buscando. ¿Me puedo ir? – El prefecto de Slytherin le estaba mirando de arriba abajo con una ceja arqueada mientras los de Hufflepuff se aguantaban risillas de adorabilidad. Anne, con esa dulzura y seriedad tan suyas, le dijo con una sonrisa cortés. - Claro, cariño, ya nos has ayudado un montón. Ve a hacer lo que tengas que hacer. – ¡Gracias! – Dijo con una sonrisilla nerviosa y, acto seguido, salió corriendo tras la gata, confiando en que le guiara hasta donde supuestamente estaba el problema.
Le llevó hasta un aula de estudio. Miró a los lados, pero no vio a nadie. – ¿Alice? – Llamó, pero nada. Se extrañó y miró a la Condesa. – ¿Qué pasa? Aquí no está, ¿por qué me has traído? – Entonces se fijó en la mesa. Todas esas cosas eran de Alice, reconocía sus tintas de colores, su letra en los apuntes, su... Desorden absoluto. Parpadeó varias veces y suspiró. – Mira, más te vale que no me hayas sacado de mi reunión con los prefectos para que le ordene las cosas a tu dueña. – Dijo mientras recogía algunos pergaminos esparcidos por la mesa. Cosas de Herbología, de Encantamientos... Y un pergamino lleno de corazoncitos. Frunció el ceño y miró por encima. "A y H", y muchos corazoncitos azules y brillantes alrededor. ¿A y H? ¿Alice y Herbología? Mira, qué rara era su amiga, de verdad, se le iba la mano con lo de las plantas a veces. De hecho, tenía todo aquello lleno de hojitas y... Oh, un bonsai muy bonito.
La Condesa seguía insistiendo en su maullido. – Ya, que ya... – Encima con prisas. Le iba a cantar las cuarenta a Alice por dejarse todo aquello empantanado, y encima tenía que recogérselo él. Al quitar otro pergamino para unirlo a los demás, le saltó una judía rebotando y le dio en la frente. Chistó y se dio con dos dedos. – ¡Lo que me faltaba! – Pero ahora el dolor venía de su tobillo. ¿¿Acababa la Condesa de arañarle?? – ¡¡AU!! ¿¿Pero qué haces?? ¡¡Encima que vengo!! – ¡¡Será posible!! Pero la gata, lejos de encarársele o echarse atrás por su bramido, se dirigió hacia... Algo en el suelo. Frunció el ceño y se acercó, y ese algo parecía... No. No podía ser.
Abrió los ojos con pánico y se arrodilló. – ¿¿Alice?? – ¿¿Era ella?? Pero ¿¿cómo?? – ¿¿Alice?? ¿¿Eres tú?? – Podía oír su vocecilla diciendo algo, pero no atinaba a oír el qué. Se llevó las manos a la boca con pánico. – ¿¿Pero qué has hecho?? – ¡¡Por Merlín!! ¿Y ahora qué? ¡Ahí se podía morir! Ya estaba en pánico absoluto, ¿y si hacía algo y lo empeoraba? Tenía que buscar a alguien.
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Ivanka
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Un pequeño detalle CON Marcus EN Aula de trabajo A LAS 16:00, 4 de diciembre de 1996 |
Qué raro se veía el mundo desde ahí dentro, y con lo poco que le gustaba a Alice estar encerrada… Vale, era oficial que no podía estarse quieta. No podría mover los miembros, pero podía moverse en bloque y hacer el tarro moverse un poco. Lo consiguió, pero a ese ritmo iba a encontrar a Marcus en unos cuantos días, como mínimo. Pero el tarro se balanceaba, así que quizá pudiera hacerlo balancearse hasta que se cayera y se rompiera. Tendría que tener cuidado de no cortarse con el cristal, pero bueno, ya estaba echa una bolita así que… Pero, si se rompía y salía, ¿no podrían pisarla? Igual no la veían, y su voz no parecía la suya, podrían no oírla o no reconocerla. O quizá alguno de los animales mágicos se la comiera o podía colarse por alguna rendija. Y si salía... ¿Podrían devolverla a su tamaño de forma normal sin que se quedara como las telas o esas cosas que se estiraban y ya solo se quedaban así como reblandecidas? Estaba empezando a agobiarse. Ella solo quería hacer un bonsai para su madre, ¿por qué todo se le complicaba tanto?
Lloró un poquito, y encima eso hizo que se le empañara el cristal del tarro y no pudiera ver, y cuando estaba intentando desempañarlo, oyó a Marcus. Lo reconocería en cualquier parte. Tenía mucho que agradecer a la Condesa en cuanto saliera de ahí. — ¡MARCUS! ¡MARCUS! — Gritó desesperada. Y nada ahí iba él, a organizarle la mesa. Ogh, ¿por qué era así? ¿No se daba cuenta de que algo iba mal? Oh, no. Oh, no. Encima iba a ver el pergamino aquel… A ver, que no quería decir nada, que era solo ella poniendo la H de Howard porque era muy bonita… Ay, madre. — ¡MARCUS! ¡MARCUS! ¡DEJA ESO Y SÁCAME DE AQUÍ! ¡MARCUS! — Siguió gritando. Pero nada, el otro a lo suyo. Por fin, su gata pareció indicarle dónde estaba el problema y se dio cuenta.
— ¡Sí! ¡Soy yo! ¡Me he hechizado sin querer! ¡Sácame! — Pero nada, él estaba entrando en pánico, y parecía que no la oía. Y ella necesitaba urgentemente salir de ahí. — ¡SÁCAME! ¡ANTES DE NADA! ¡SÁCAME! ¡No puedo más aquí dentro! — Gritó con todo su ser. De verdad que el cristal cada vez la estaba agobiando más. Haciendo un esfuerzo que no sabía ni como y cambiando de lugar prácticamente todas las partes de su cuerpo, sacó un brazo por la parte de arriba del tarro, agitándolo, y enfocó la cara y la boca también hacia la apertura. — ¡SÁCAME! ¡NECESITO AIRE! — Y se dio cuenta de que sonaba auténticamente como una ratilla chillando, pero de verdad que necesitaba salir. Ojalá tener poder mágico suficiente como para invocar la varita y se desencantaría ella misma. Solo esperaba que Marcus actuase rápido. No quería volver a estar encerrada en su vida.
Lloró un poquito, y encima eso hizo que se le empañara el cristal del tarro y no pudiera ver, y cuando estaba intentando desempañarlo, oyó a Marcus. Lo reconocería en cualquier parte. Tenía mucho que agradecer a la Condesa en cuanto saliera de ahí. — ¡MARCUS! ¡MARCUS! — Gritó desesperada. Y nada ahí iba él, a organizarle la mesa. Ogh, ¿por qué era así? ¿No se daba cuenta de que algo iba mal? Oh, no. Oh, no. Encima iba a ver el pergamino aquel… A ver, que no quería decir nada, que era solo ella poniendo la H de Howard porque era muy bonita… Ay, madre. — ¡MARCUS! ¡MARCUS! ¡DEJA ESO Y SÁCAME DE AQUÍ! ¡MARCUS! — Siguió gritando. Pero nada, el otro a lo suyo. Por fin, su gata pareció indicarle dónde estaba el problema y se dio cuenta.
— ¡Sí! ¡Soy yo! ¡Me he hechizado sin querer! ¡Sácame! — Pero nada, él estaba entrando en pánico, y parecía que no la oía. Y ella necesitaba urgentemente salir de ahí. — ¡SÁCAME! ¡ANTES DE NADA! ¡SÁCAME! ¡No puedo más aquí dentro! — Gritó con todo su ser. De verdad que el cristal cada vez la estaba agobiando más. Haciendo un esfuerzo que no sabía ni como y cambiando de lugar prácticamente todas las partes de su cuerpo, sacó un brazo por la parte de arriba del tarro, agitándolo, y enfocó la cara y la boca también hacia la apertura. — ¡SÁCAME! ¡NECESITO AIRE! — Y se dio cuenta de que sonaba auténticamente como una ratilla chillando, pero de verdad que necesitaba salir. Ojalá tener poder mágico suficiente como para invocar la varita y se desencantaría ella misma. Solo esperaba que Marcus actuase rápido. No quería volver a estar encerrada en su vida.
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Freyja
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Un pequeño detalle CON Alice EN Aula de trabajo A LAS 16:00h, 4 de diciembre 1996 |
Estaba en bloqueo absoluto, intentaba pensar a toda velocidad pero estaba peligrosamente cerca de dejarse llevar por el pánico. Era como si todo lo que había aprendido en primero y en lo que llevaba de segundo se le hubiera olvidado por completo. Alice estaba reducida en su tamaño de una manera que le costaba hasta calcular, y estaba metida en un tarro que prácticamente solo la rodeaba. Le estaba faltando el aire a él solo de verla.
– ¡Tranquila, te saco! – Dijo, intentando calmarla a ella cuando el primero que estaba histérico era él. Vio como su amiga sacaba un brazo por el tarro y acercó la mano con cautela para tirar... Pero no sabía ni como cogerla. ¿Y si tiraba demasiado fuerte, o mal, y le partía el brazo o algo así? Ahora mismo era de pequeñita como un insecto, y si tirara así de la pata de un insecto casi seguro que se la partiría. Dios, aquello era como la peor pesadilla del mundo. Y no tenía ni idea de como resolverla sin empeorarlo más. ¡¡Que podría matar a Alice!! Tenía ganas de echarse a llorar solo de pensarlo. Necesitaba buscar ayuda.
– ¡Aguanta un poco! ¡Ya mismo sales, te lo prometo! – Cogió el tarro y echó a correr como un loco, desandando lo andado, en dirección a la reunión de los prefectos. Eran cuatro, alguno debía saber como arreglar eso, o si no se lo pedirían a un profesor. No sabía ni como llevarla, ¿y si la apretaba demasiado contra sí y le quitaba el aire? ¿Y si al llevarla hacia afuera, se escurría por el tarro y se caía por ahí? ¿Y si con tanto correr se iba golpeando contra las paredes del tarro y se le rompía algo? Estaba angustiadísimo y a dos segundos de echarse a llorar, pero ahora solo estaba focalizado en una cosa: encontrar a Anne Harmond y sus compañeros. Howard Graves ya salvó a Alice el año pasado, hoy la salvaría Anne. Para Marcus no había más objetivo que ese.
- Que se copia, tía, que estoy segura. - Se oyó una risita y otra voz femenina que le contestaba. - ¿Y qué pasa? Yo también me he copiado alguna vez. - ¡Monica! - ¿¿Qué?? ¡Oh, venga ya, no te hagas la superprefecta conmigo! - No me hago nada. - Además, seguro que lo hace para llamar tu atención. Tía, los Slytherin son así, parece que no los conoces. A lo mejor quiere que le castigues uuuhh. - ¡Oh, cállate ya! ¿Le pides esas cosas a Howard? - Tss, mira, ni me hables de... – ¡¡ANNE!! – Gritó Marcus, desesperado. Había oído las voces por el pasillo, y en el acto reconoció a Anne Harmond y a Monica Fender y corrió tras ellas. – ¡¡Es urgente!! – Las chicas se giraron, pero la prefecta esbozó una sonrisita y soltó un dulce suspiro. - Maaarcus, cielo. Ya te he dicho que no importa que las pajaritas queden un poco más celestes en vez de azul oscuro... - ¡¡No!! ¡¡Es Alice!! – Gritó con voz aguda, ya notando las lágrimas inundando sus ojos una vez se supo en la meta.
Anne se extrañó, y él mostró el tarro entre sus manos. Pero mientras la prefecta se disponía a preguntarle a qué se refería, Monica detectó lo que ocurría y se tapó la boca con las manos, aspirando un grito. - ¡Hostia puta! - ¡¡Monica!! - Riñó la prefecta, seguramente a cuenta del vocabulario poco adecuado delante de un niño, dándole un toque en el brazo. Pero su amiga, con los ojos abiertos como platos, bramó. - ¡¡Tía, que es en serio, mira!! - Y ya sí, Anne lo vio. Tuvo la misma reacción que Monica, tapándose la boca impactada y asustada. - ¡¡¡POR DIOS!!! ¿¿Qué ha pasado?? -Ponla en el suelo. Rápido, pero con cuidado. - Marcus estaba tan aturrullado que no atinaba a nada, menos mal que Monica le ayudó. Dejaron el tarro en el suelo y la chica, diligentemente, sacó la varita. Anne la miró con sus enormes ojos muy abiertos. - ¡Espera! - ¡Hazme caso, y confía en mí! Tengo buena puntería. - La chica cerró un ojo como si quisiera apuntar y, con un golpe seco, bramó sin dudar. - ¡Engorgio! - El tarro se hizo enorme de repente, tanto que Marcus tuvo que dar un paso hacia atrás porque tenía casi su altura... Pero Alice, no. Alice seguía diminuta.
Ya estaba oficialmente llorando. – ¿¿Qué pasa?? ¡No puede quedarse así! – Tranquilo, chico, paso a paso, al menos ya puede respirar. A ver, ayudadme con esto. - Anne y él siguieron las órdenes de lo que la chica pretendía. Entre los tres, giraron el tarro con mucho cuidado hasta tumbarlo en el suelo, con la boca del mismo apoyada como si fuera un túnel. - ¡Ey, chavala! Venga, sal con cuidadito, que toca la segunda parte. - Dijo Monica, poniéndose sonriente ante la abertura del tarro y palmeando el suelo. Anne parecía más calmada, y ya estaba sacando su varita y dirigiéndose con paso firme hacia Alice. - No te muevas, ¿vale? - Le dijo en tono dulce pero muy firme justo antes de apuntarla con la varita. Marcus casi no quería mirar. - ¡Finite incantatem! - Y ya sí, por fin, Alice recuperó su tamaño habitual.
Marcus soltó el aire por la boca, tan aliviado que casi se desmaya, y notando como se le caía una lágrima del puro miedo que había pasado. Anne también respiró y dijo, llevándose una mano al pecho. - ¡Gallia, por Dios! ¿Pero qué has hecho? - Pero Marcus no dio ni opción a réplica. Se lanzó hacia Alice y la abrazó con fuerza. – Qué susto, Alice. Menos mal que la Condesa me ha llamado. No te metas nunca más en un tarro, por favor. – Rogó, sin soltarla, abrazándola con tanta fuerza que a saber si la chica no tendría más aire dentro del tarro. A su espalda, escuchó a Monica muerta de risa y a Anne aún farfullando entre asustada e indignada. Finalmente, la primera emitió un burlón sonido de adorabilidad y dijo. - Míralos, qué monos. - Anne soltó una carcajada irónica y añadió. - Sí, el alumno perfecto y la alumna problemática. A quiénes me recordarán. - Qué estúpida. ¿Por qué no vas a darle su merecido castigo al prefecto de Slytherin? - Marcus ni las estaba escuchando. Cuando sintió que ya había abrazado a Alice lo suficiente, se separó de ella y, sin quitar las manos de sus hombros, la miró a los ojos con los suyos llenos de lágrimas y le dijo. – ¿Estás bien? Alice, porfa ten cuidado. No me des más sustos de estos. – Iba a acabar con él antes de que llegara a ser prefecto, de verdad que sí.
– ¡Tranquila, te saco! – Dijo, intentando calmarla a ella cuando el primero que estaba histérico era él. Vio como su amiga sacaba un brazo por el tarro y acercó la mano con cautela para tirar... Pero no sabía ni como cogerla. ¿Y si tiraba demasiado fuerte, o mal, y le partía el brazo o algo así? Ahora mismo era de pequeñita como un insecto, y si tirara así de la pata de un insecto casi seguro que se la partiría. Dios, aquello era como la peor pesadilla del mundo. Y no tenía ni idea de como resolverla sin empeorarlo más. ¡¡Que podría matar a Alice!! Tenía ganas de echarse a llorar solo de pensarlo. Necesitaba buscar ayuda.
– ¡Aguanta un poco! ¡Ya mismo sales, te lo prometo! – Cogió el tarro y echó a correr como un loco, desandando lo andado, en dirección a la reunión de los prefectos. Eran cuatro, alguno debía saber como arreglar eso, o si no se lo pedirían a un profesor. No sabía ni como llevarla, ¿y si la apretaba demasiado contra sí y le quitaba el aire? ¿Y si al llevarla hacia afuera, se escurría por el tarro y se caía por ahí? ¿Y si con tanto correr se iba golpeando contra las paredes del tarro y se le rompía algo? Estaba angustiadísimo y a dos segundos de echarse a llorar, pero ahora solo estaba focalizado en una cosa: encontrar a Anne Harmond y sus compañeros. Howard Graves ya salvó a Alice el año pasado, hoy la salvaría Anne. Para Marcus no había más objetivo que ese.
- Que se copia, tía, que estoy segura. - Se oyó una risita y otra voz femenina que le contestaba. - ¿Y qué pasa? Yo también me he copiado alguna vez. - ¡Monica! - ¿¿Qué?? ¡Oh, venga ya, no te hagas la superprefecta conmigo! - No me hago nada. - Además, seguro que lo hace para llamar tu atención. Tía, los Slytherin son así, parece que no los conoces. A lo mejor quiere que le castigues uuuhh. - ¡Oh, cállate ya! ¿Le pides esas cosas a Howard? - Tss, mira, ni me hables de... – ¡¡ANNE!! – Gritó Marcus, desesperado. Había oído las voces por el pasillo, y en el acto reconoció a Anne Harmond y a Monica Fender y corrió tras ellas. – ¡¡Es urgente!! – Las chicas se giraron, pero la prefecta esbozó una sonrisita y soltó un dulce suspiro. - Maaarcus, cielo. Ya te he dicho que no importa que las pajaritas queden un poco más celestes en vez de azul oscuro... - ¡¡No!! ¡¡Es Alice!! – Gritó con voz aguda, ya notando las lágrimas inundando sus ojos una vez se supo en la meta.
Anne se extrañó, y él mostró el tarro entre sus manos. Pero mientras la prefecta se disponía a preguntarle a qué se refería, Monica detectó lo que ocurría y se tapó la boca con las manos, aspirando un grito. - ¡Hostia puta! - ¡¡Monica!! - Riñó la prefecta, seguramente a cuenta del vocabulario poco adecuado delante de un niño, dándole un toque en el brazo. Pero su amiga, con los ojos abiertos como platos, bramó. - ¡¡Tía, que es en serio, mira!! - Y ya sí, Anne lo vio. Tuvo la misma reacción que Monica, tapándose la boca impactada y asustada. - ¡¡¡POR DIOS!!! ¿¿Qué ha pasado?? -Ponla en el suelo. Rápido, pero con cuidado. - Marcus estaba tan aturrullado que no atinaba a nada, menos mal que Monica le ayudó. Dejaron el tarro en el suelo y la chica, diligentemente, sacó la varita. Anne la miró con sus enormes ojos muy abiertos. - ¡Espera! - ¡Hazme caso, y confía en mí! Tengo buena puntería. - La chica cerró un ojo como si quisiera apuntar y, con un golpe seco, bramó sin dudar. - ¡Engorgio! - El tarro se hizo enorme de repente, tanto que Marcus tuvo que dar un paso hacia atrás porque tenía casi su altura... Pero Alice, no. Alice seguía diminuta.
Ya estaba oficialmente llorando. – ¿¿Qué pasa?? ¡No puede quedarse así! – Tranquilo, chico, paso a paso, al menos ya puede respirar. A ver, ayudadme con esto. - Anne y él siguieron las órdenes de lo que la chica pretendía. Entre los tres, giraron el tarro con mucho cuidado hasta tumbarlo en el suelo, con la boca del mismo apoyada como si fuera un túnel. - ¡Ey, chavala! Venga, sal con cuidadito, que toca la segunda parte. - Dijo Monica, poniéndose sonriente ante la abertura del tarro y palmeando el suelo. Anne parecía más calmada, y ya estaba sacando su varita y dirigiéndose con paso firme hacia Alice. - No te muevas, ¿vale? - Le dijo en tono dulce pero muy firme justo antes de apuntarla con la varita. Marcus casi no quería mirar. - ¡Finite incantatem! - Y ya sí, por fin, Alice recuperó su tamaño habitual.
Marcus soltó el aire por la boca, tan aliviado que casi se desmaya, y notando como se le caía una lágrima del puro miedo que había pasado. Anne también respiró y dijo, llevándose una mano al pecho. - ¡Gallia, por Dios! ¿Pero qué has hecho? - Pero Marcus no dio ni opción a réplica. Se lanzó hacia Alice y la abrazó con fuerza. – Qué susto, Alice. Menos mal que la Condesa me ha llamado. No te metas nunca más en un tarro, por favor. – Rogó, sin soltarla, abrazándola con tanta fuerza que a saber si la chica no tendría más aire dentro del tarro. A su espalda, escuchó a Monica muerta de risa y a Anne aún farfullando entre asustada e indignada. Finalmente, la primera emitió un burlón sonido de adorabilidad y dijo. - Míralos, qué monos. - Anne soltó una carcajada irónica y añadió. - Sí, el alumno perfecto y la alumna problemática. A quiénes me recordarán. - Qué estúpida. ¿Por qué no vas a darle su merecido castigo al prefecto de Slytherin? - Marcus ni las estaba escuchando. Cuando sintió que ya había abrazado a Alice lo suficiente, se separó de ella y, sin quitar las manos de sus hombros, la miró a los ojos con los suyos llenos de lágrimas y le dijo. – ¿Estás bien? Alice, porfa ten cuidado. No me des más sustos de estos. – Iba a acabar con él antes de que llegara a ser prefecto, de verdad que sí.
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Un pequeño detalle CON Marcus EN Aula de trabajo A LAS 16:00, 4 de diciembre de 1996 |
Ahora estaba completamente descolocada. Se sentía rebotar y moverse, pero claramente es que Marcus la estaba llevando a que la ayudaran. Le oyó con claridad gritar el nombre de Anne. Sí, la prefecta sabría qué hacer, fantástico. Pero reconoció aquella voz, aquella expresión que ni la prefecta ni Marcus dirían ni bajo tortura, y podía ver su pelo rosa através del cristal. No. Monica Fender NO. ¿Por qué todo tenía que pasarle a ella? No quería deberle un favor a esa. Siempre estaba con Howard... Y él la miraba que... La miraba que no la veía ni a ella, ni a Marcus ni a nada que no fuera Monica Fender. Vamos, lo que le faltaba aquella bonita tarde en la que todo le había salido tan bien.
Pues sí, tenía que ser la dichosa Fender la que la ayudara. Como la dejara estirada como un chicle... A Howard que iba. Y seguro que no le hacha ninguna gracia. al menos consiguió volver a hacer grande el tarro y por fin pudo respirar y estirarse. Oh, menos mal, creía que se moría, la verdad. Debieron tumbar el tarro, porque de repente sintió cómo perdía el equilibrio y caía dando una voltereta y rodando por el tarro, que ahora parecía un palacio de cristal gigante. Tenía tantas ganas de salir, que casi que le dio igual que fuera Monica la que le dijera que lo hiciera. Llegó corriendo hasta la apertura, y sintió el hechizo. Al principio, el cambio de perspectiva la mareó un poco, pero en seguida sintió el abrazo de Marcus y se enganchó a él. — Perdón, lo siento... No llores, Marcus, porfa, ha sido sin querer, es que... Todo es culpa del bonsai, pero no llores, por favor. Te juro que me alejo de los botes de por vida... — Se separó cuando él lo hizo pero le limpió la lágrima que se le había caído. — Gracias por salvarme... Otra vez. —
Y entonces oyó a la prefecta decir lo de la alumna problemática. — Que no quería causar problemas, Anne, te lo juro. Es que me hechicé sin querer, o sea, la varita se me cayó... — La prefecta llegó a su lado y hechizó el tarro, devolviéndolo a su estado natural. — A ver, vamos a relajar el nivel de dramatismo. Primero, ¿no tienes nada que decirle a Monica? — Alzó la mirada a regañadientes, y sin separarse de Marcus. — Gracias, Fender. — La chica se llevó una mano a la frente como si hiciera el saludo militar menos ortodoxo del mundo. — Para servirte, Alice. Y llámame Monica, mujer, que acabo de convertirte de insectillo a aguilucho de Ravenclaw, hay confianza. — Jo, ¿por qué tenía que ser tan guay? Le gustaba hasta su pelo. Es que era odiosa de guay que era. Pero Alice solo asintió y siguió enganchada a Marcus. — Ahora dime, ¿qué ha pasado? — Dejó caer la mirada, avergonzada. Encima tenía que contarlo frente a aquellas dos. — Estaba intentando aumentar el tamaño del tarro para meter un bonsai dentro. Es el regalo para mi madre... — Tragó saliva, porque le estaban dando ganas de llorar de tonta que se sentía. — Y tenía judías saltadoras y se me han salido así que me metí en el tarro para cogerlas, y ahora mi gata tiró la varita y se hechizó solo el tarro... — Monica se echó a reír a carcajadas y vio como a Anne le asomaba una sonrisa que trató de contener, entornando los ojos. — Bueno... Peores cosas he visto... Casi nos provocas un infarto a todos. — Sí, pues probad a estar ahí dentro. Qué mal lo he pasado. No quiero que vuelvan a encerrarme jamás. — Dijo muy segura y enfurruñada. — ¡Eso es! Alice es de las mías. Nadie puede encerrar a una mujer fuerte e innovadora. Que se enteren algunoss — Ella se limitó a mirarse los pies. No quería la ayuda de Monica.
Anne recogió el tarro del suelo y dijo. — Anda, vamos a donde estén tus cosas y te ayudamos con lo del bonsai, así ya lo dejas hecho y al menos no estás sola mientras experimentas. — Alice tragó saliva. No sabía cómo de expuesto había quedado su pergamino de la vergüenza. — No, no... No quiero molestarte más, prefecta... — ¡Que no es molestia, Gal! Howard siempre te llama Gal, ¿verdad? — Vaya, ahora la otra se había autoinvitado y encima la llamaba así, cosa que, en la cabeza de Alice, solo podía hacer el mencionado Howard. — Sí, pero... — No se hable más, vamos todos para allá. Además, me sé un conjuro para tranquilizar a las judías que es una maravilla. — Alice cada vez estaba más tensa mientras iban a la sala de estudio. — De verdad, es que lo he dejado todo muy desordenado y... — De repente, la chica le dio en el brazo y la señaló. — ¡Te estás poniendo roja! ¿A que tienes algo ilegal? — No, que no... — ¡Lo sabía! — Y echó a correr hacia la sala de estudio y Alice salió detrás de ella como si le fuera la vida en ello. — ¡Mónica! ¡Mónica, no! ¡Espera! —
Llegó corriendo y vio ala chica revolviendo en su mesa. — ¡Eh! ¡Solo tienes papelotes, y más judías. — Dijo cazando una al vuelo. Y en ese momento reparó en el pergamino. Lo cogió con las cejas alzadas y una maléfica sonrisa. — Vaaaaaya, vaya... A y H... Y cuánta purpurina y azul. Sí que tienes vena artística, Gal. — Salió corriendo hacia ella para quitárselo, pero Monica era bastante más alta que ella y lo levantó, haciéndola saltar pero sin llegar aún así. — ¡Devuélmelo! — No hasta que me digas de qué son las letras. — Dijo con tono burlón, poniendo la cabeza a su altura. — ¡Monica, para! — ¿Serán de Alice y... Hughes? El niño tonto ese de tu curso de Slytherin... — Dijo con tono falsamente cuestionador. — No... No lo creo la verdad. — ¡No! ¡No sé ni quién es! — Tenía que haber dicho que sí, la habría dejado en paz. Justo en ese momento, llegaron la prefecta y Marcus y se le cruzó una idea por la cabeza. — ¡Son de Anne y Howard! Me gustan mucho como pareja. Más que contigo. — Dijo, queriendo sonar hiriente y sonando a... Ardillita enfadada o algo así. Monica enrolló el papel y le dio con él en la cabeza. — ¿Ah sí? Pues estás de enhorabuena, porque yo no soy la novia de Howard. Pero me temo que Anne pasa del tema. — Y le lanzó como un proyectil una judía que había cazado antes a la aludida. Ella estaba tan roja y avergonzada que solo quería que se fueran todos de allí.
Pues sí, tenía que ser la dichosa Fender la que la ayudara. Como la dejara estirada como un chicle... A Howard que iba. Y seguro que no le hacha ninguna gracia. al menos consiguió volver a hacer grande el tarro y por fin pudo respirar y estirarse. Oh, menos mal, creía que se moría, la verdad. Debieron tumbar el tarro, porque de repente sintió cómo perdía el equilibrio y caía dando una voltereta y rodando por el tarro, que ahora parecía un palacio de cristal gigante. Tenía tantas ganas de salir, que casi que le dio igual que fuera Monica la que le dijera que lo hiciera. Llegó corriendo hasta la apertura, y sintió el hechizo. Al principio, el cambio de perspectiva la mareó un poco, pero en seguida sintió el abrazo de Marcus y se enganchó a él. — Perdón, lo siento... No llores, Marcus, porfa, ha sido sin querer, es que... Todo es culpa del bonsai, pero no llores, por favor. Te juro que me alejo de los botes de por vida... — Se separó cuando él lo hizo pero le limpió la lágrima que se le había caído. — Gracias por salvarme... Otra vez. —
Y entonces oyó a la prefecta decir lo de la alumna problemática. — Que no quería causar problemas, Anne, te lo juro. Es que me hechicé sin querer, o sea, la varita se me cayó... — La prefecta llegó a su lado y hechizó el tarro, devolviéndolo a su estado natural. — A ver, vamos a relajar el nivel de dramatismo. Primero, ¿no tienes nada que decirle a Monica? — Alzó la mirada a regañadientes, y sin separarse de Marcus. — Gracias, Fender. — La chica se llevó una mano a la frente como si hiciera el saludo militar menos ortodoxo del mundo. — Para servirte, Alice. Y llámame Monica, mujer, que acabo de convertirte de insectillo a aguilucho de Ravenclaw, hay confianza. — Jo, ¿por qué tenía que ser tan guay? Le gustaba hasta su pelo. Es que era odiosa de guay que era. Pero Alice solo asintió y siguió enganchada a Marcus. — Ahora dime, ¿qué ha pasado? — Dejó caer la mirada, avergonzada. Encima tenía que contarlo frente a aquellas dos. — Estaba intentando aumentar el tamaño del tarro para meter un bonsai dentro. Es el regalo para mi madre... — Tragó saliva, porque le estaban dando ganas de llorar de tonta que se sentía. — Y tenía judías saltadoras y se me han salido así que me metí en el tarro para cogerlas, y ahora mi gata tiró la varita y se hechizó solo el tarro... — Monica se echó a reír a carcajadas y vio como a Anne le asomaba una sonrisa que trató de contener, entornando los ojos. — Bueno... Peores cosas he visto... Casi nos provocas un infarto a todos. — Sí, pues probad a estar ahí dentro. Qué mal lo he pasado. No quiero que vuelvan a encerrarme jamás. — Dijo muy segura y enfurruñada. — ¡Eso es! Alice es de las mías. Nadie puede encerrar a una mujer fuerte e innovadora. Que se enteren algunoss — Ella se limitó a mirarse los pies. No quería la ayuda de Monica.
Anne recogió el tarro del suelo y dijo. — Anda, vamos a donde estén tus cosas y te ayudamos con lo del bonsai, así ya lo dejas hecho y al menos no estás sola mientras experimentas. — Alice tragó saliva. No sabía cómo de expuesto había quedado su pergamino de la vergüenza. — No, no... No quiero molestarte más, prefecta... — ¡Que no es molestia, Gal! Howard siempre te llama Gal, ¿verdad? — Vaya, ahora la otra se había autoinvitado y encima la llamaba así, cosa que, en la cabeza de Alice, solo podía hacer el mencionado Howard. — Sí, pero... — No se hable más, vamos todos para allá. Además, me sé un conjuro para tranquilizar a las judías que es una maravilla. — Alice cada vez estaba más tensa mientras iban a la sala de estudio. — De verdad, es que lo he dejado todo muy desordenado y... — De repente, la chica le dio en el brazo y la señaló. — ¡Te estás poniendo roja! ¿A que tienes algo ilegal? — No, que no... — ¡Lo sabía! — Y echó a correr hacia la sala de estudio y Alice salió detrás de ella como si le fuera la vida en ello. — ¡Mónica! ¡Mónica, no! ¡Espera! —
Llegó corriendo y vio ala chica revolviendo en su mesa. — ¡Eh! ¡Solo tienes papelotes, y más judías. — Dijo cazando una al vuelo. Y en ese momento reparó en el pergamino. Lo cogió con las cejas alzadas y una maléfica sonrisa. — Vaaaaaya, vaya... A y H... Y cuánta purpurina y azul. Sí que tienes vena artística, Gal. — Salió corriendo hacia ella para quitárselo, pero Monica era bastante más alta que ella y lo levantó, haciéndola saltar pero sin llegar aún así. — ¡Devuélmelo! — No hasta que me digas de qué son las letras. — Dijo con tono burlón, poniendo la cabeza a su altura. — ¡Monica, para! — ¿Serán de Alice y... Hughes? El niño tonto ese de tu curso de Slytherin... — Dijo con tono falsamente cuestionador. — No... No lo creo la verdad. — ¡No! ¡No sé ni quién es! — Tenía que haber dicho que sí, la habría dejado en paz. Justo en ese momento, llegaron la prefecta y Marcus y se le cruzó una idea por la cabeza. — ¡Son de Anne y Howard! Me gustan mucho como pareja. Más que contigo. — Dijo, queriendo sonar hiriente y sonando a... Ardillita enfadada o algo así. Monica enrolló el papel y le dio con él en la cabeza. — ¿Ah sí? Pues estás de enhorabuena, porque yo no soy la novia de Howard. Pero me temo que Anne pasa del tema. — Y le lanzó como un proyectil una judía que había cazado antes a la aludida. Ella estaba tan roja y avergonzada que solo quería que se fueran todos de allí.
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Un pequeño detalle CON Alice EN Aula de trabajo A LAS 16:00h, 4 de diciembre 1996 |
Tenía el corazón encogido del susto, y por más que Alice le pedía dejar de llorar, él más bien se notaba a punto de estallar en llanto como un niño pequeño, y eso que ya había pasado todo. Sollozó un par de veces y trató de respirar hondo para contenerse, ya que Alice le estaba limpiando las lágrimas y pidiéndole que no llorara. Que se iba a alejar de los botes de por vida. Sí, de los botes, de los laboratorios de Alquimia... En fin. A ese paso, no iba a poder acercarse a nada, pero es que era un peligro con patas. Y con varita.
Como Anne Harmond se puso a hablar con Alice, él aprovechó para retirarse a un discreto segundo plano (al menos mentalmente, porque Alice seguía enganchada a él), en el que poder respirar hondo una vez más, hacer un pucherito y limpiarse los restos de las lágrimas. Qué susto, había sido casi peor que lo del desmayo. Aunque, ciertamente, se había resuelto mucho más rápido, y la prefecta solo se había alarmado, pero no se había asustado tanto como Howard. Es que resolvía tan bien las cosas... Howard era genial, pero Anne era tan elegante y lo hacía todo con tanta diligencia y buenos resultados... Bien, al menos en lo que se centraba en adorar mentalmente a la Prefecta Harmond, se le iba pasando progresivamente el susto. Solo esperaba no tener pesadillas esa noche.
Escuchó a su amiga. Ah, sí, el bonsai que quería regalarle a su madre por Navidad, si se lo había contado. ¿Cómo no había caído al verlo en el aula? Habrían sido los nervios. Eso, y que no recordaba la parte de "quiero meterlo en un tarro y yo voy a meterme dentro con él", si no, tenía clarísimo que no la hubiera dejado hacerlo sola. Y lo de las judías saltadoras podía jurar que no se lo había contado. Se llevó las manos a la cara con aquel relato, no entendía muy bien por qué Monica se reía a carcajadas, será que él seguía asustado. Al menos Anne se estaba manteniendo en su siempre perfecta postura. Monica le caía bien, aunque era rara y le descuadraba un poco: se reía mucho, no era tan protocolaria y hasta decía palabrotas. Pero era la mejor amiga de Howard, por algo sería. Si al Prefecto Graves le caía bien, a él también. En realidad, Alice y Marcus también eran muy distintos y eran mejores amigos. Pues igual serían Howard y Monica. De hecho, la chica parecía haber dicho algo así como que Alice y ella se parecían mucho y que nadie las podía encerrar o algo de eso. ¿Pero quién iba a querer meter a alguien en un tarro? ¡Por Dios, si él casi se muere viendo a su amiga ahí dentro! Quizás es que estaba un poco perdido en el hilo de la conversación, pero es que seguía muy asustado.
Definitivamente tenía el hilo muy perdido, porque de repente Monica y Alice salieron corriendo y él se quedó clavado en mitad del pasillo con los ojos como platos. ¿Estaba pasando todo aquello de verdad? Porque parecía un sueño de lo surreal que era todo. Primero, un grupo de prefectos alababan sus ideas para la fiesta de Navidad. Luego, la Condesa le llevaba hasta un aula de estudio y se encontraba a su amiga en miniatura metida en un tarro. Y ahora, una carrera entre Alice y Monica Fender, y él allí con Anne, a cual más descuadrado. Parpadeó varias veces y hasta se frotó los ojos. Pero no, no parecía que estuviera soñando. El corazón latiendo en su garganta por el mal rato daba buena cuenta de que aquello, por surrealista que fuera, era muy real.
- Vamos, cielo. Antes de que tengamos que solucionarle la papeleta a esas dos otra vez. - Dijo Anne, pasándole un brazo por los hombros y conduciéndole tras las chicas, pero iba tan aturdido que parecía estar andando sonámbulo. La prefecta soltó un suspiro, sonriente, y le apretó un hombro. - Tú te llevas muy bien con el Prefecto Graves, ¿a que sí? - Soltó una risita y añadió. - Pregúntale en cuantos líos le ha metido esa que va por ahí corriendo. Y no, no me refiero a tu amiga, me refiero a la otra. - Claramente Anne estaba bromeando para intentar rebajarle la tensión, pero Marcus casi ni la escuchaba. ¿Habían dicho las chicas algo de una cosa ilegal? Pues lo que faltaba. A ver, Alice era muy traviesa, pero no creía que fuera a tener nada ilegal. Tragó saliva y miró a Anne, que caminaba a su lado y saludaba gente al pasar. Le tiró un poco de la manga y le hizo un gesto para que se agachara y poder susurrarle cerca del oído. Él era de los más altos de su promoción, pero es que ella era tan espigada... – No tiene nada ilegal, de verdad. Solo las cosas un poco desordenadas. Pero eso no va contra las normas, ¿no? – La chica soltó una risita musical y le revolvió el pelo. - No, no va contra las normas. - Respiró aliviado. – Pues menos mal, si no, habría perdido todos los puntos del mundo. – Miró a la prefecta, que volvía a reír, pero él seguía en su discurso. – Ella hace muy bien las cosas, pero es que se dispersa mucho. Lo mismo tiene los apuntes perfectos con colores, que se va dejando pergaminos por ahí. Y yo he llegado y he intentado ordenárselo, pero luego la he visto en el tarro y... – Ya se estaba notando la opresión en el pecho otra vez.
Tiró un poco más firmemente de la mano de la prefecta para detenerla justo antes de entrar en el aula. Apenas un segundo se lo pensó antes de abalanzarse a darle un fuerte abrazo. – Gracias, Anne, gracias. Gracias por salvarla. – También tenía que darle las gracias a Monica, pero todo con su orden. La chica le correspondió el abrazo y soltó un sonidito de adorabilidad. - Ay, pobrecito, con lo bueno que tú eres, qué susto has pasado. - Ya iba a sollozar otra vez, pero tragó saliva fuertemente para controlarse. Se quedó un ratito en el abrazo hasta que Anne le separó y le miró con cariño. - Hablando de puntos... Ya pensaba dártelos por toda la ayuda que nos estás dando con lo de la Navidad, pero además, has sido un amigo estupendo y has hecho lo que tenías que hacer: pedir rápidamente ayuda a una figura de autoridad del castillo. - Le dio un toque en la nariz y le dijo. - Veinte puntos para Ravenclaw. - Marcus abrió los ojos como platos, aún brillantes por las lágrimas, y ahora también por la emoción. – ¿¿Veinte?? – La prefecta se encogió de un hombro, con una risita. - Diez por cada cosa. Son cosas importantes. - Se irguió de nuevo y, en lo que Marcus le daba las gracias otras quinientas veces, ambos entraron en la sala.
Y vaya escena tenían delante. Tuvo que parpadear porque, de verdad, empezaba a pensar que no tenía tanta imaginación ni para producir un sueño tan raro como lo que estaba viviendo ese día. Parecía que Monica estaba haciendo rabiar a Alice quitándole un pergamino... No, no un pergamino cualquiera, sino el extraño pergamino con las iniciales y las letritas azules y brillantes. Y entonces, su amiga dijo eso: que eran las iniciales de Anne y Howard. Ah, pues mira, tenía sentido, él también los admiraba mucho. Aunque, al parecer, Alice no iba por el mismo derrotero que él. Anne había soltado una estruendosa carcajada (aunque ni por esas dejaba de vérsela elegante), y casi se traga la judía que la otra le había lanzado por tener la boca abierta. - ¡Qué boba eres! No le hagas caso, Alice. Le da rabia porque está coladita por Howard pero no lo quiere reconocer. - ¿Pues no has escuchado a la chavala, que dice que hace mejor pareja contigo? - Como prefectos sois los mejores. – Dijo Marcus, por aportar, mirando a Anne con carita de ilusión. Monica soltó una risotada. - Para, chico, a ver si te voy a tener que echar a ti también el hechizo de las judías, que vas a salir rebotando... - No te metas con mi Marcus, que es muy bueno. - Dijo Anne, poniéndole las manos en el hombro. Poco arriba que se venía Marcus con esas cosas, ya tenía el pecho hinchado y la sonrisa de oreja a oreja otra vez.
- Bueno a ver, Alice en el País de las Maravillas. - Dijo Monica, sentándose encima de la mesa después de apartar un par de papeles. - ¿Sabes que la Alicia del cuento también se hizo muy pequeñita y se metió en un tarro y se fue nadando por ahí? O algo de eso, pero vaya, que se hizo diminuta por experimentar, como tú. - Soltó una risa, balanceando desenfadadamente las piernas, y miró a Anne con cara de estar hablando en una clave que solo ellas entendían. - Aunque me da que esa lo que estaba era flipando un poquit... - Lo dicho, Alice, ¿te ayudamos en algo? - Cortó Anne, que seguía con las manos en los hombros de Marcus. Pero Monica dio una palmada en el aire y dijo. - Sí, sí que la vamos a ayudar en algo. Ya que parece que nosotras no nos aclaramos mucho con la nuestra, vamos a hacer la buena obra de ayudar con su vida amorosa a otra mujer emprendedora. A ver si de aquí a que tenga nuestra edad tiene las ideas más claras. - Monica arqueó varias veces las cejas en tono cómico y, apoyando los codos en sus rodillas y la barbilla en sus manos, preguntó a Alice con una sonrisita. - ¿Quién es esa H, Galliaaa? - A lo mejor no es el momento, Moni. - Dijo Anne, con un tono que le sonó tan raro que alzó la cabeza para mirar a la chica, y la descubrió haciendo gestitos con los ojos señalándole a él. Frunció el ceño extrañado. Espera, ¿no pensaría que a él le iba a molestar lo que dijera, no? Tss, a él le daba igual. Alice era su amiga, aunque si le gustara alguien, suponía que se lo habría dicho... Bueno, él no le había dicho a ella que le gustaba Poppy... Pero es que ella y Poppy eran amigas desde pequeñas y... En fin. Que le daba igual, en resumidas cuentas.
Como Anne Harmond se puso a hablar con Alice, él aprovechó para retirarse a un discreto segundo plano (al menos mentalmente, porque Alice seguía enganchada a él), en el que poder respirar hondo una vez más, hacer un pucherito y limpiarse los restos de las lágrimas. Qué susto, había sido casi peor que lo del desmayo. Aunque, ciertamente, se había resuelto mucho más rápido, y la prefecta solo se había alarmado, pero no se había asustado tanto como Howard. Es que resolvía tan bien las cosas... Howard era genial, pero Anne era tan elegante y lo hacía todo con tanta diligencia y buenos resultados... Bien, al menos en lo que se centraba en adorar mentalmente a la Prefecta Harmond, se le iba pasando progresivamente el susto. Solo esperaba no tener pesadillas esa noche.
Escuchó a su amiga. Ah, sí, el bonsai que quería regalarle a su madre por Navidad, si se lo había contado. ¿Cómo no había caído al verlo en el aula? Habrían sido los nervios. Eso, y que no recordaba la parte de "quiero meterlo en un tarro y yo voy a meterme dentro con él", si no, tenía clarísimo que no la hubiera dejado hacerlo sola. Y lo de las judías saltadoras podía jurar que no se lo había contado. Se llevó las manos a la cara con aquel relato, no entendía muy bien por qué Monica se reía a carcajadas, será que él seguía asustado. Al menos Anne se estaba manteniendo en su siempre perfecta postura. Monica le caía bien, aunque era rara y le descuadraba un poco: se reía mucho, no era tan protocolaria y hasta decía palabrotas. Pero era la mejor amiga de Howard, por algo sería. Si al Prefecto Graves le caía bien, a él también. En realidad, Alice y Marcus también eran muy distintos y eran mejores amigos. Pues igual serían Howard y Monica. De hecho, la chica parecía haber dicho algo así como que Alice y ella se parecían mucho y que nadie las podía encerrar o algo de eso. ¿Pero quién iba a querer meter a alguien en un tarro? ¡Por Dios, si él casi se muere viendo a su amiga ahí dentro! Quizás es que estaba un poco perdido en el hilo de la conversación, pero es que seguía muy asustado.
Definitivamente tenía el hilo muy perdido, porque de repente Monica y Alice salieron corriendo y él se quedó clavado en mitad del pasillo con los ojos como platos. ¿Estaba pasando todo aquello de verdad? Porque parecía un sueño de lo surreal que era todo. Primero, un grupo de prefectos alababan sus ideas para la fiesta de Navidad. Luego, la Condesa le llevaba hasta un aula de estudio y se encontraba a su amiga en miniatura metida en un tarro. Y ahora, una carrera entre Alice y Monica Fender, y él allí con Anne, a cual más descuadrado. Parpadeó varias veces y hasta se frotó los ojos. Pero no, no parecía que estuviera soñando. El corazón latiendo en su garganta por el mal rato daba buena cuenta de que aquello, por surrealista que fuera, era muy real.
- Vamos, cielo. Antes de que tengamos que solucionarle la papeleta a esas dos otra vez. - Dijo Anne, pasándole un brazo por los hombros y conduciéndole tras las chicas, pero iba tan aturdido que parecía estar andando sonámbulo. La prefecta soltó un suspiro, sonriente, y le apretó un hombro. - Tú te llevas muy bien con el Prefecto Graves, ¿a que sí? - Soltó una risita y añadió. - Pregúntale en cuantos líos le ha metido esa que va por ahí corriendo. Y no, no me refiero a tu amiga, me refiero a la otra. - Claramente Anne estaba bromeando para intentar rebajarle la tensión, pero Marcus casi ni la escuchaba. ¿Habían dicho las chicas algo de una cosa ilegal? Pues lo que faltaba. A ver, Alice era muy traviesa, pero no creía que fuera a tener nada ilegal. Tragó saliva y miró a Anne, que caminaba a su lado y saludaba gente al pasar. Le tiró un poco de la manga y le hizo un gesto para que se agachara y poder susurrarle cerca del oído. Él era de los más altos de su promoción, pero es que ella era tan espigada... – No tiene nada ilegal, de verdad. Solo las cosas un poco desordenadas. Pero eso no va contra las normas, ¿no? – La chica soltó una risita musical y le revolvió el pelo. - No, no va contra las normas. - Respiró aliviado. – Pues menos mal, si no, habría perdido todos los puntos del mundo. – Miró a la prefecta, que volvía a reír, pero él seguía en su discurso. – Ella hace muy bien las cosas, pero es que se dispersa mucho. Lo mismo tiene los apuntes perfectos con colores, que se va dejando pergaminos por ahí. Y yo he llegado y he intentado ordenárselo, pero luego la he visto en el tarro y... – Ya se estaba notando la opresión en el pecho otra vez.
Tiró un poco más firmemente de la mano de la prefecta para detenerla justo antes de entrar en el aula. Apenas un segundo se lo pensó antes de abalanzarse a darle un fuerte abrazo. – Gracias, Anne, gracias. Gracias por salvarla. – También tenía que darle las gracias a Monica, pero todo con su orden. La chica le correspondió el abrazo y soltó un sonidito de adorabilidad. - Ay, pobrecito, con lo bueno que tú eres, qué susto has pasado. - Ya iba a sollozar otra vez, pero tragó saliva fuertemente para controlarse. Se quedó un ratito en el abrazo hasta que Anne le separó y le miró con cariño. - Hablando de puntos... Ya pensaba dártelos por toda la ayuda que nos estás dando con lo de la Navidad, pero además, has sido un amigo estupendo y has hecho lo que tenías que hacer: pedir rápidamente ayuda a una figura de autoridad del castillo. - Le dio un toque en la nariz y le dijo. - Veinte puntos para Ravenclaw. - Marcus abrió los ojos como platos, aún brillantes por las lágrimas, y ahora también por la emoción. – ¿¿Veinte?? – La prefecta se encogió de un hombro, con una risita. - Diez por cada cosa. Son cosas importantes. - Se irguió de nuevo y, en lo que Marcus le daba las gracias otras quinientas veces, ambos entraron en la sala.
Y vaya escena tenían delante. Tuvo que parpadear porque, de verdad, empezaba a pensar que no tenía tanta imaginación ni para producir un sueño tan raro como lo que estaba viviendo ese día. Parecía que Monica estaba haciendo rabiar a Alice quitándole un pergamino... No, no un pergamino cualquiera, sino el extraño pergamino con las iniciales y las letritas azules y brillantes. Y entonces, su amiga dijo eso: que eran las iniciales de Anne y Howard. Ah, pues mira, tenía sentido, él también los admiraba mucho. Aunque, al parecer, Alice no iba por el mismo derrotero que él. Anne había soltado una estruendosa carcajada (aunque ni por esas dejaba de vérsela elegante), y casi se traga la judía que la otra le había lanzado por tener la boca abierta. - ¡Qué boba eres! No le hagas caso, Alice. Le da rabia porque está coladita por Howard pero no lo quiere reconocer. - ¿Pues no has escuchado a la chavala, que dice que hace mejor pareja contigo? - Como prefectos sois los mejores. – Dijo Marcus, por aportar, mirando a Anne con carita de ilusión. Monica soltó una risotada. - Para, chico, a ver si te voy a tener que echar a ti también el hechizo de las judías, que vas a salir rebotando... - No te metas con mi Marcus, que es muy bueno. - Dijo Anne, poniéndole las manos en el hombro. Poco arriba que se venía Marcus con esas cosas, ya tenía el pecho hinchado y la sonrisa de oreja a oreja otra vez.
- Bueno a ver, Alice en el País de las Maravillas. - Dijo Monica, sentándose encima de la mesa después de apartar un par de papeles. - ¿Sabes que la Alicia del cuento también se hizo muy pequeñita y se metió en un tarro y se fue nadando por ahí? O algo de eso, pero vaya, que se hizo diminuta por experimentar, como tú. - Soltó una risa, balanceando desenfadadamente las piernas, y miró a Anne con cara de estar hablando en una clave que solo ellas entendían. - Aunque me da que esa lo que estaba era flipando un poquit... - Lo dicho, Alice, ¿te ayudamos en algo? - Cortó Anne, que seguía con las manos en los hombros de Marcus. Pero Monica dio una palmada en el aire y dijo. - Sí, sí que la vamos a ayudar en algo. Ya que parece que nosotras no nos aclaramos mucho con la nuestra, vamos a hacer la buena obra de ayudar con su vida amorosa a otra mujer emprendedora. A ver si de aquí a que tenga nuestra edad tiene las ideas más claras. - Monica arqueó varias veces las cejas en tono cómico y, apoyando los codos en sus rodillas y la barbilla en sus manos, preguntó a Alice con una sonrisita. - ¿Quién es esa H, Galliaaa? - A lo mejor no es el momento, Moni. - Dijo Anne, con un tono que le sonó tan raro que alzó la cabeza para mirar a la chica, y la descubrió haciendo gestitos con los ojos señalándole a él. Frunció el ceño extrañado. Espera, ¿no pensaría que a él le iba a molestar lo que dijera, no? Tss, a él le daba igual. Alice era su amiga, aunque si le gustara alguien, suponía que se lo habría dicho... Bueno, él no le había dicho a ella que le gustaba Poppy... Pero es que ella y Poppy eran amigas desde pequeñas y... En fin. Que le daba igual, en resumidas cuentas.
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Un pequeño detalle CON Marcus EN Aula de trabajo A LAS 16:00, 4 de diciembre de 1996 |
Estaba roja como un tomate y tremendamente enfurruñada. al menos Marcus y Anne parecían haberse creído lo que haba dicho. Aunque a Anne le dio la risa. Ya, si ya se veía ella venir que aquello de Howard y Anne no tenía ni pies ni cabeza. No viendo cómo miraba siempre el prefecto a Monica. Y casi le da la risa a ella con el comentario de la chica. ¡Ay! ¿Por qué tenía que ser tan guay? Es que la broma de Marcus rebotando por pelota era perfecta... No. Tenía que caerle mal, ella se lo había propuesto firmemente. Al menos su amigo parecía lo suficientemente concentrado en la prefecta como para no darse cuenta de lo que estaban hablando muy allá.
Ya hora le mentaba el cuento de Alicia, genial. Se fue enfurruñada hacia la mesa, recogiendo lo que Monica le había revuelto todavía más y dijo quejosa. — Alicia no experimentaba. Se hizo pequeñita y gigante por comer un pastel y beberse una poción que no sabía lo que era. — Dijo enfurruñada, mientras recogía a golpes un pelín exagerados. — Yo nunca comería algo que no sé lo que lleva y mucho menos me bebería una poción desconocida. Ni si quiera te sabes bien el cuento. — Y era SU cuento. El de una niña que se llamaba como ella, que exploraba, y encima su padre, cuando era pequeña, se había inventado un rol para cada uno, en el que él era, por supuesto, el sombrerero loco y su madre la Reina Blanca. ¿También quería quitarle eso? — Y muy bien que haces, no hay que comer ni beber nada que te den desconocidos. — Suspiró y se puso a recoger las judías. — ¿Qué eres ahora, mi madre? — Monica se echó a reír. — Dios me libre. — Y tiró un hechizo a las dichas judías. Decidió ignorarla y atender a la pregunta de Anne. — No, gracias, prefecta, de verdad si es que solo quiero intentar lo del tarro y... Lo de las judías ya lo dejaré para otro momento... — Bueno, lo del tarro te lo hago yo misma... — Pero ya tuvo que interrumpirla Monica hablando no sé qué de la vida amorosa.
— ¡Que yo no tengo de eso! ¿Te enteras? — De verdad que tenía muchas ganas de llorar, y se sentó enfurruñada en la silla. — Ya te he dicho de qué eran la H y la A, si no me vas a ayudar déjame tranquila, por favor. — Monica se levantó de un salto y se situó a su lado, agachándose junto a la silla. — No te creo. Y creo que no lo quieres decir… Porque Marcus está aquí, ¿me equivoco? — Ella pataleó enfadada. — Que me dejes en paz, Marcus es mi amigo, me da igual que me oiga. — En verdad no, no quería que nadie oyera la verdad sobre ese pergamino. — Anda, déjalo ya, Monica, mira, vamos a modificar ese tarro. — Medió Anne. — ¿Marcus quieres hacerlo tú, cielo? — Y se lo llevó cerca de donde estaba el bonsai. Y Monica se quedó a su lado, echando las judías en otro bote. — ¿Sabes a quién me recuerda tu amigo? — Alice resopló. No, que no se la quitaba de encima. — No quiero ser amiga tuya, Monica. — Dijo más bajito, para no molestar a Marcus y Anne. La otra se rio. — La H es de Howard, ¿verdad? — ¡No! — Saltó ella demasiado rápida y lastimeramente. — Te gusta el prefecto… — Siguió la otra, riéndose inmisericordemente y picándole el costado. Alice miró hacia Marcus y Anne y se aseguró de que no miraban. — ¡Ya vale! ¿No? Deja de atormentarme. Howard es tuyo, ¿qué más te da? No me lo hagas pasar mal delante de la gente. — Dijo ya a la desesperada. Esta vez, Monica no se rio, pero no perdió la sonrisa. — Perdona, es verdad. Nadie debería hacértelo pasar mal en público por quién te guste. Perdóname. — Ella resopló y se cruzó de brazos. — No es mi intención hacértelo pasar mal, de verdad. Tú me gustas, Alice, eres divertida y lista, ¿te caigo tan mal porque crees que soy novia de Howard? — Volvió a suspirar y se levantó, para juntarse con Marcus y Anne, a ver sí así la dejaba tranquila.
— Oh, lo habéis conseguido. — Dijo con una sonrisa señalando el tarro del tamaño perfecto para el bonsai. — Sí, Marcus ha insistido en que era muy importante para ti. Te conoce muy bien. — Tenía razón. Encima se estaba portando mal con su amigo. Le miró y le sonrió. Le daba un a tarde horrible y él le arreglaba el bote. — Garcias, Marcus… Si quieres le puedo decir a mamá que lo hemos hecho juntos y que es de los dos. Seguro que le hace mucha ilusión. ¿Me ayudas a meterlo en el tarro? — Y se pusieron ello, mientras Anne les miraba con una sonrisa y preguntaba. — ¿Y las judías para que eran? — Miró a su amigo con un poco de culpabilidad. — Para el semestral del Herbología. Quería echarles el hechizo luminiscente y encerrarlas en el bote para que brillaran como un farolillo con luces que rebotan. — Tragó saliva y se dirigió a Marcus. — No te lo dije porque me ibas a decir que era muy difícil y que estaba loca. — Eso le arrancó una carcajada a Monica. — ¿Ves? Estaba a punto de decírtelo antes… — Se acercó a ellos lentamente. — Marcus es IGUALITO que Howard, solo que con cinco años menos, es decir, tu edad. ¿Eso o no, Anne? — La prefecta suspiró y entornó los ojos. — Marcus es más solícito. Y no desparece durante horas por ahí... — Vale eso era una pulla y hasta ella la había pillado. Lo que no entendía era a dónde quería llegar Monica con todo aquello. — Venga, vamos a hacer una competición o algo. Anne y Marcus, los perfecto prefectos, contra Gal y yo. A ver quién hace el farolillo más guay en… ¿Qué os parece media hora? No vale empequeñecerse sin querer, ¿eh, Gal? — Vio que le tendía la varita y la cogió con un resoplido. Ojalá no fuera tan Ravenclaw que sintiera la imperiosa necesidad de hacer aquel reto que la chica acababa de plantear. — Así le demostramos a Marcus que no hay nada imposible para una Ravenclaw lo suficientemente lista. — Se giró a su amigo con cautela y preguntó. — ¿Quieres? —
Ya hora le mentaba el cuento de Alicia, genial. Se fue enfurruñada hacia la mesa, recogiendo lo que Monica le había revuelto todavía más y dijo quejosa. — Alicia no experimentaba. Se hizo pequeñita y gigante por comer un pastel y beberse una poción que no sabía lo que era. — Dijo enfurruñada, mientras recogía a golpes un pelín exagerados. — Yo nunca comería algo que no sé lo que lleva y mucho menos me bebería una poción desconocida. Ni si quiera te sabes bien el cuento. — Y era SU cuento. El de una niña que se llamaba como ella, que exploraba, y encima su padre, cuando era pequeña, se había inventado un rol para cada uno, en el que él era, por supuesto, el sombrerero loco y su madre la Reina Blanca. ¿También quería quitarle eso? — Y muy bien que haces, no hay que comer ni beber nada que te den desconocidos. — Suspiró y se puso a recoger las judías. — ¿Qué eres ahora, mi madre? — Monica se echó a reír. — Dios me libre. — Y tiró un hechizo a las dichas judías. Decidió ignorarla y atender a la pregunta de Anne. — No, gracias, prefecta, de verdad si es que solo quiero intentar lo del tarro y... Lo de las judías ya lo dejaré para otro momento... — Bueno, lo del tarro te lo hago yo misma... — Pero ya tuvo que interrumpirla Monica hablando no sé qué de la vida amorosa.
— ¡Que yo no tengo de eso! ¿Te enteras? — De verdad que tenía muchas ganas de llorar, y se sentó enfurruñada en la silla. — Ya te he dicho de qué eran la H y la A, si no me vas a ayudar déjame tranquila, por favor. — Monica se levantó de un salto y se situó a su lado, agachándose junto a la silla. — No te creo. Y creo que no lo quieres decir… Porque Marcus está aquí, ¿me equivoco? — Ella pataleó enfadada. — Que me dejes en paz, Marcus es mi amigo, me da igual que me oiga. — En verdad no, no quería que nadie oyera la verdad sobre ese pergamino. — Anda, déjalo ya, Monica, mira, vamos a modificar ese tarro. — Medió Anne. — ¿Marcus quieres hacerlo tú, cielo? — Y se lo llevó cerca de donde estaba el bonsai. Y Monica se quedó a su lado, echando las judías en otro bote. — ¿Sabes a quién me recuerda tu amigo? — Alice resopló. No, que no se la quitaba de encima. — No quiero ser amiga tuya, Monica. — Dijo más bajito, para no molestar a Marcus y Anne. La otra se rio. — La H es de Howard, ¿verdad? — ¡No! — Saltó ella demasiado rápida y lastimeramente. — Te gusta el prefecto… — Siguió la otra, riéndose inmisericordemente y picándole el costado. Alice miró hacia Marcus y Anne y se aseguró de que no miraban. — ¡Ya vale! ¿No? Deja de atormentarme. Howard es tuyo, ¿qué más te da? No me lo hagas pasar mal delante de la gente. — Dijo ya a la desesperada. Esta vez, Monica no se rio, pero no perdió la sonrisa. — Perdona, es verdad. Nadie debería hacértelo pasar mal en público por quién te guste. Perdóname. — Ella resopló y se cruzó de brazos. — No es mi intención hacértelo pasar mal, de verdad. Tú me gustas, Alice, eres divertida y lista, ¿te caigo tan mal porque crees que soy novia de Howard? — Volvió a suspirar y se levantó, para juntarse con Marcus y Anne, a ver sí así la dejaba tranquila.
— Oh, lo habéis conseguido. — Dijo con una sonrisa señalando el tarro del tamaño perfecto para el bonsai. — Sí, Marcus ha insistido en que era muy importante para ti. Te conoce muy bien. — Tenía razón. Encima se estaba portando mal con su amigo. Le miró y le sonrió. Le daba un a tarde horrible y él le arreglaba el bote. — Garcias, Marcus… Si quieres le puedo decir a mamá que lo hemos hecho juntos y que es de los dos. Seguro que le hace mucha ilusión. ¿Me ayudas a meterlo en el tarro? — Y se pusieron ello, mientras Anne les miraba con una sonrisa y preguntaba. — ¿Y las judías para que eran? — Miró a su amigo con un poco de culpabilidad. — Para el semestral del Herbología. Quería echarles el hechizo luminiscente y encerrarlas en el bote para que brillaran como un farolillo con luces que rebotan. — Tragó saliva y se dirigió a Marcus. — No te lo dije porque me ibas a decir que era muy difícil y que estaba loca. — Eso le arrancó una carcajada a Monica. — ¿Ves? Estaba a punto de decírtelo antes… — Se acercó a ellos lentamente. — Marcus es IGUALITO que Howard, solo que con cinco años menos, es decir, tu edad. ¿Eso o no, Anne? — La prefecta suspiró y entornó los ojos. — Marcus es más solícito. Y no desparece durante horas por ahí... — Vale eso era una pulla y hasta ella la había pillado. Lo que no entendía era a dónde quería llegar Monica con todo aquello. — Venga, vamos a hacer una competición o algo. Anne y Marcus, los perfecto prefectos, contra Gal y yo. A ver quién hace el farolillo más guay en… ¿Qué os parece media hora? No vale empequeñecerse sin querer, ¿eh, Gal? — Vio que le tendía la varita y la cogió con un resoplido. Ojalá no fuera tan Ravenclaw que sintiera la imperiosa necesidad de hacer aquel reto que la chica acababa de plantear. — Así le demostramos a Marcus que no hay nada imposible para una Ravenclaw lo suficientemente lista. — Se giró a su amigo con cautela y preguntó. — ¿Quieres? —
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Ante todo, amigos
Ay, los retitos
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Un pequeño detalle CON Alice EN Aula de trabajo A LAS 16:00h, 4 de diciembre 1996 |
Alice estaba bastante mosqueada y no lograba terminar de entender por qué. Suponía que era una mezcla entre el miedo que habría pasado en ese tarro, el fastidio por no haber conseguido hacer lo que quería hacer, y la vergüenza de que hubieran tenido que rescatarla dos chicas mayores cuando ella se las prometía muy felices con el regalo de su madre. Marcus era muy orgulloso, así que podía entender que estuviera molesta consigo misma por todo eso. Igualmente, visto en perspectiva, casi que más bien debería estar contenta solo por el hecho de seguir viva y con su estatura recuperada, porque vaya la que se podía haber liado con lo del tarro...
Cuando Monica le mencionó abrió mucho los ojos y parpadeó. ¿Él? ¿Qué tenía él que ver en todo eso? Pero si cada vez pintaba menos en aquel cuadro, no sabía ni qué hacía allí todavía. Bueno, sí, acompañar a Alice, claro, pero estando las dos mayores allí para ayudarla... O Anne, más bien, porque Monica parecía haberse propuesto sacar a su amiga de sus casillas. Menos mal que para algo estaba la Prefecta Harmond allí, en concreto para darle una tarea. Sonrió y asintió enérgicamente, varita en mano. – ¡Claro! – Desde luego, prefería lidiar con el tarro a hacerlo con las judías, no le hacían gracia las cosas que no podía controlar. Por contra, los encantamientos se le daban muy bien, y había aprendido el Engorgio hacía poco. Aun así, la chica le preguntó. - ¿Qué habías pensado usar? - Marcus se sentó en otro de los bancos, donde Anne se había sentado y colocado sobre la mesa el tarro y el bonsái. Escudriñó ambas cosas por unos segundos y dijo. – Las dos opciones que se me ocurren son agrandar el tarro, o reducir el bonsái, es lo más lógico. – Ajá. - Dijo la chica, con un codo apoyado en la mesa y la cabeza reposando en su mano, mientras miraba lo concentrado que él estaba con una sonrisita. – Seguro que hay hechizos que pueden conseguir que el bonsái entre sin alterar la materia de ninguna de las dos cosas. Y seguro que mi madre lo sabe. –La chica soltó una risita y dijo. - Desde luego. Sus libros son muy buenos. -Marcus asintió contento y orgulloso, sonriendo de oreja a oreja. – ¡Sí, es buenísima con los encantamientos! Y las transformaciones también se le dan genial... Pero si es un regalo de Alice a su madre, supongo que debería utilizar cosas que sean de ella, y no de otra persona. A Janet le encantará si reconoce a su hija en el regalo, más que si es perfecto. – Ahí tienes razón. - Comentó Anne con una sonrisa suave.
– ¡Engorgio! – El tarro aumentó de tamaño lo suficiente como para que el bonsái pudiera entrar, pero no tan enorme como lo había hecho Monica para sacar a Alice. Sonrió. – Así está bien, cabe de sobra, ¿no? Y luego quizás se pueda perfilar un poco más, ¿crees que se podría adaptar un poco a las paredes del bonsái? Pero que no lo ahogue mucho, que es una planta, tiene que respirar. – La chica volvió a reír y dijo. - Yo me encargo. - Con un par de toquecitos, ajustó el tamaño a uno más adecuado. Sí, así estaba mucho más bonito, definitivamente. Anne apoyó los dos brazos cruzados en la mesa, dejando su barbilla en estos, y le miró sonriente. - Cuando esté dentro, se retoca otra vez y ya queda perfecto... Sois muy amigos, ¿verdad? - Marcus volvió a asentir convencido, con una gran sonrisa. – ¡Sí! Nos conocimos en las barcas, y desde entonces, inseparables. –Qué bien... – Y nuestras familias se conocen, y este verano me invitó a casa de sus abuelos en La Provenza. – ¡Qué suerte! – ¡Sí! Y mi padre y su padre eran mejores amigos en el colegio, también eran los dos de la misma edad e iban a Ravanclaw. – ¡Anda! El destino entonces, ¿eh? - La chica, sin dejar de sonreír, cambió la posición y volvió a reposar la cabeza en una mano. - Pero a veces te hace pasar malos ratillos, ¿eh? Howard me contó lo del año pasado. - Marcus volvió a asentir, pero se encogió de hombros. – Es que es muy curiosa. Yo le digo, "Alice, ten cuidado, ahí no, te vas a hacer daño, no toques eso". Pero nada, ni caso. Que sé que no lo hace en plan mal, y luego se siente fatal y no me gusta regañarla porque me da pena, se pone triste y tampoco soy yo nadie para regañarle... – Miró a Anne con los ojos entornados. – ¿Sabes? Me gustaría ser prefecto. – No me digas. - Dijo la chica con una risita. Él continuó su discurso. – Espero que, cuando eso pase, no nos peleemos o algo así. Porque ahí sí que la voy a tener que regañar, en plan oficialmente y eso, si se pasa de la raya... – Anne rio. Le gustaba mucho su risa, le hacía sonreír a él y ponerse un poquito colorado. - No te preocupes, cielo. Tenéis una amistad muy bonita, seguro que la conserváis muuuuchos años. - Eso también le hizo sonreír.
Miró hacia Alice y vio que seguía conversando con Monica, así que se acercó un poco más a Anne y bajó la voz. – Oye... De estas cosas... ¿Informáis a los padres? – La chica frunció el ceño con curiosidad, ladeando la cabeza. Marcus se explicó. – Es que... Janet es muy buena y muy dulce, y le encantan las plantas y las flores, como a Alice. Por eso le hace tanta ilusión hacerle este regalo a su madre por Navidad, tiene razón, le va a encantar. Es que... Quiere regalarle algo bonito. Janet está un poquito enferma... Pero se va a curar, no te preocupes. – Anne frunció el ceño aún más, pero ahora había perdido la sonrisa. - ¿Qué le pasa? - Marcus se encogió de hombros. – Algo de los pulmones, se ahoga un poco, tose mucho y eso. Entonces claro... Como Alice decía que estaba agobiada y le faltaba el aire y eso, y era un regalo para su madre... Creo que si Janet se entera, se va a agobiar, o a ponerse triste. – Anne le miró con ternura y le dejó una caricia en la cara. - No te preocupes, cielo. No tenemos autoridad para informar a los padres, eso lo hacen los profesores, y no ha sido tan grave. Solo se enterará si Alice se lo quiere contar. - Marcus sonrió y asintió. Mejor así.
En ese momento llegó Alice y él dio un saltito contento en el sitio, girándose a ella. – ¡Sí! Le he echado un Engorgio, y luego Anne lo ha mejorado. Dice que se le puede dar el último toque cuando el bonsái ya esté dentro. – Entonces la chica le dio las gracias. Se encogió de hombros. – No hay de qué. Bueno, realmente toda la idea ha sido tuya, y tú ya lo habías investigado antes, yo solo he reproducido el hechizo... Pero puedes decírselo, si quieres. – Dijo con una sonrisa. Le caía bien Janet, era como si él también le estuviera haciendo un regalo. – Pero no le digas que te metiste en el tarro. – Él insistía en que el mal rato a su madre era innecesario. Se pusieron a colocar el bonsái en su sitio y, tal y como prometió, Anne dio los últimos toques de varita y quedó perfecto. – ¡Le va a encantar! – Le dijo a su amiga, dándole un leve codazo ilusionado. Sí, estaba seguro de que a Janet le iba a encantar ese regalo.
Parecía que Alice se había quedado un poco pillada cuando le preguntó por las judías. Conociéndola, ya se estaba temiendo que fuera para alguna travesurilla de las suyas, pero solo era para el semestral de Herbología. Abrió mucho los ojos y la boca. – Pues... Sí que me parece difícil, ¡pero eso debería quedar chulísimo! – Suspiró y miró a las otras dos chicas. – Y esta es mi amiga Alice Gallia, volando siempre un poquito más alto. – Le dio un toquecito en el brazo y le dijo. – Tenías que habérmelo contado, y si te digo que es una locura... Pues te aguantas, no haber planeado una locura. – Sonrió y dijo. – Te habría ayudado a investigar, como siempre... Y ahora me parece más guay tu idea que la mía. – Él estaba aún barajando opciones, pero ninguna era tan llamativa, se había centrado en cosas perfectas y bien hechas. Por no hablar de que la Herbología no era ni de lejos su asignatura favorita, al contrario que para Alice.
Monica empezó a hablar entonces de algo que debía derivar de su conversación anterior con su amiga, porque no se estaba enterando de nada. Hasta que dijo que era igualito a Howard. Se puso rojo de la cabeza a los pies. – ¿¿Yo?? ¿Sí? – ¿Él igual que Howard? Se podía morir feliz. Pero no contenta con lo que Monica había dicho, Anne no solo reafirmó, ¡sino que dejó caer que él era mejor! Se iba a desmayar. – Ah... Gr...Gracias. – Vale, cerebro, si esto es un sueño, no tiene gracia. Porque vaya sueño más raro. Insistía en que parecía bastante real, pero... ¿Podían pasar más cosas en apenas un par de horas? Pues sí que podían, sí. Una competición, para ser exactos. ¿Que si quería? Puso cara de resabiado y miró a Alice con los ojillos entrecerrados. – No solo quiero, te voy a demostrar por qué debías haberme pedido ayuda. – Uuuuhhh. - Corearon cómicamente las otras dos. Monica se adelantó y le señaló, haciendo una floritura con el dedo. - Vale, chavalín. - Le dijo con una sonrisilla. - Te vamos a demostrar que una chica no tiene por qué tener un caballero andante guardándole las espaldas continuamente. - Te recuerdo que yo también soy una chica. - Dijo Anne, replicando el modo altivo de su amiga y poniéndose cara a cara con ella, aunque con más elegancia. Las dos parecían estar ocultando las sonrisillas... Y le daba en la nariz que también les estaban usando a ellos dos para a saber qué tipo de rencilla personal. - Y Marcus, como buen amigo y persona sensata que es, solo quiere ofrecer su ayuda porque es consciente de que las cosas no siempre las puede hacer uno solo. A veces, hay que saber dejarse ayudar. - Vale, él no había dicho eso en ningún momento pero sí que le pegaba, estaba conforme. - Nos dejaremos ayudar cuando nos haga falta la ayuda, y tranquilos, que tenemos boca para pedirla. - Monica añadió un mohín burlón y dijo. - Suerte con vuestro reto, Prefecta Harmond y Mini Graves. - El sabio no necesita suerte. - Respondió Anne, altiva, y Marcus sintió un cosquilleo en el pecho. ¡Si es que era la mejor!
Monica se fue haciendo burlitas y la chica volvió a sentarse junto a él. - Bueno, ahora es cuando tenemos que sacar toda la artillería Ravenclaw. ¿Preparado, Marcus? - El chico se irguió y, con una soberbia caída de ojos, respondió. – Nací preparado, Anne. –
Cuando Monica le mencionó abrió mucho los ojos y parpadeó. ¿Él? ¿Qué tenía él que ver en todo eso? Pero si cada vez pintaba menos en aquel cuadro, no sabía ni qué hacía allí todavía. Bueno, sí, acompañar a Alice, claro, pero estando las dos mayores allí para ayudarla... O Anne, más bien, porque Monica parecía haberse propuesto sacar a su amiga de sus casillas. Menos mal que para algo estaba la Prefecta Harmond allí, en concreto para darle una tarea. Sonrió y asintió enérgicamente, varita en mano. – ¡Claro! – Desde luego, prefería lidiar con el tarro a hacerlo con las judías, no le hacían gracia las cosas que no podía controlar. Por contra, los encantamientos se le daban muy bien, y había aprendido el Engorgio hacía poco. Aun así, la chica le preguntó. - ¿Qué habías pensado usar? - Marcus se sentó en otro de los bancos, donde Anne se había sentado y colocado sobre la mesa el tarro y el bonsái. Escudriñó ambas cosas por unos segundos y dijo. – Las dos opciones que se me ocurren son agrandar el tarro, o reducir el bonsái, es lo más lógico. – Ajá. - Dijo la chica, con un codo apoyado en la mesa y la cabeza reposando en su mano, mientras miraba lo concentrado que él estaba con una sonrisita. – Seguro que hay hechizos que pueden conseguir que el bonsái entre sin alterar la materia de ninguna de las dos cosas. Y seguro que mi madre lo sabe. –La chica soltó una risita y dijo. - Desde luego. Sus libros son muy buenos. -Marcus asintió contento y orgulloso, sonriendo de oreja a oreja. – ¡Sí, es buenísima con los encantamientos! Y las transformaciones también se le dan genial... Pero si es un regalo de Alice a su madre, supongo que debería utilizar cosas que sean de ella, y no de otra persona. A Janet le encantará si reconoce a su hija en el regalo, más que si es perfecto. – Ahí tienes razón. - Comentó Anne con una sonrisa suave.
– ¡Engorgio! – El tarro aumentó de tamaño lo suficiente como para que el bonsái pudiera entrar, pero no tan enorme como lo había hecho Monica para sacar a Alice. Sonrió. – Así está bien, cabe de sobra, ¿no? Y luego quizás se pueda perfilar un poco más, ¿crees que se podría adaptar un poco a las paredes del bonsái? Pero que no lo ahogue mucho, que es una planta, tiene que respirar. – La chica volvió a reír y dijo. - Yo me encargo. - Con un par de toquecitos, ajustó el tamaño a uno más adecuado. Sí, así estaba mucho más bonito, definitivamente. Anne apoyó los dos brazos cruzados en la mesa, dejando su barbilla en estos, y le miró sonriente. - Cuando esté dentro, se retoca otra vez y ya queda perfecto... Sois muy amigos, ¿verdad? - Marcus volvió a asentir convencido, con una gran sonrisa. – ¡Sí! Nos conocimos en las barcas, y desde entonces, inseparables. –Qué bien... – Y nuestras familias se conocen, y este verano me invitó a casa de sus abuelos en La Provenza. – ¡Qué suerte! – ¡Sí! Y mi padre y su padre eran mejores amigos en el colegio, también eran los dos de la misma edad e iban a Ravanclaw. – ¡Anda! El destino entonces, ¿eh? - La chica, sin dejar de sonreír, cambió la posición y volvió a reposar la cabeza en una mano. - Pero a veces te hace pasar malos ratillos, ¿eh? Howard me contó lo del año pasado. - Marcus volvió a asentir, pero se encogió de hombros. – Es que es muy curiosa. Yo le digo, "Alice, ten cuidado, ahí no, te vas a hacer daño, no toques eso". Pero nada, ni caso. Que sé que no lo hace en plan mal, y luego se siente fatal y no me gusta regañarla porque me da pena, se pone triste y tampoco soy yo nadie para regañarle... – Miró a Anne con los ojos entornados. – ¿Sabes? Me gustaría ser prefecto. – No me digas. - Dijo la chica con una risita. Él continuó su discurso. – Espero que, cuando eso pase, no nos peleemos o algo así. Porque ahí sí que la voy a tener que regañar, en plan oficialmente y eso, si se pasa de la raya... – Anne rio. Le gustaba mucho su risa, le hacía sonreír a él y ponerse un poquito colorado. - No te preocupes, cielo. Tenéis una amistad muy bonita, seguro que la conserváis muuuuchos años. - Eso también le hizo sonreír.
Miró hacia Alice y vio que seguía conversando con Monica, así que se acercó un poco más a Anne y bajó la voz. – Oye... De estas cosas... ¿Informáis a los padres? – La chica frunció el ceño con curiosidad, ladeando la cabeza. Marcus se explicó. – Es que... Janet es muy buena y muy dulce, y le encantan las plantas y las flores, como a Alice. Por eso le hace tanta ilusión hacerle este regalo a su madre por Navidad, tiene razón, le va a encantar. Es que... Quiere regalarle algo bonito. Janet está un poquito enferma... Pero se va a curar, no te preocupes. – Anne frunció el ceño aún más, pero ahora había perdido la sonrisa. - ¿Qué le pasa? - Marcus se encogió de hombros. – Algo de los pulmones, se ahoga un poco, tose mucho y eso. Entonces claro... Como Alice decía que estaba agobiada y le faltaba el aire y eso, y era un regalo para su madre... Creo que si Janet se entera, se va a agobiar, o a ponerse triste. – Anne le miró con ternura y le dejó una caricia en la cara. - No te preocupes, cielo. No tenemos autoridad para informar a los padres, eso lo hacen los profesores, y no ha sido tan grave. Solo se enterará si Alice se lo quiere contar. - Marcus sonrió y asintió. Mejor así.
En ese momento llegó Alice y él dio un saltito contento en el sitio, girándose a ella. – ¡Sí! Le he echado un Engorgio, y luego Anne lo ha mejorado. Dice que se le puede dar el último toque cuando el bonsái ya esté dentro. – Entonces la chica le dio las gracias. Se encogió de hombros. – No hay de qué. Bueno, realmente toda la idea ha sido tuya, y tú ya lo habías investigado antes, yo solo he reproducido el hechizo... Pero puedes decírselo, si quieres. – Dijo con una sonrisa. Le caía bien Janet, era como si él también le estuviera haciendo un regalo. – Pero no le digas que te metiste en el tarro. – Él insistía en que el mal rato a su madre era innecesario. Se pusieron a colocar el bonsái en su sitio y, tal y como prometió, Anne dio los últimos toques de varita y quedó perfecto. – ¡Le va a encantar! – Le dijo a su amiga, dándole un leve codazo ilusionado. Sí, estaba seguro de que a Janet le iba a encantar ese regalo.
Parecía que Alice se había quedado un poco pillada cuando le preguntó por las judías. Conociéndola, ya se estaba temiendo que fuera para alguna travesurilla de las suyas, pero solo era para el semestral de Herbología. Abrió mucho los ojos y la boca. – Pues... Sí que me parece difícil, ¡pero eso debería quedar chulísimo! – Suspiró y miró a las otras dos chicas. – Y esta es mi amiga Alice Gallia, volando siempre un poquito más alto. – Le dio un toquecito en el brazo y le dijo. – Tenías que habérmelo contado, y si te digo que es una locura... Pues te aguantas, no haber planeado una locura. – Sonrió y dijo. – Te habría ayudado a investigar, como siempre... Y ahora me parece más guay tu idea que la mía. – Él estaba aún barajando opciones, pero ninguna era tan llamativa, se había centrado en cosas perfectas y bien hechas. Por no hablar de que la Herbología no era ni de lejos su asignatura favorita, al contrario que para Alice.
Monica empezó a hablar entonces de algo que debía derivar de su conversación anterior con su amiga, porque no se estaba enterando de nada. Hasta que dijo que era igualito a Howard. Se puso rojo de la cabeza a los pies. – ¿¿Yo?? ¿Sí? – ¿Él igual que Howard? Se podía morir feliz. Pero no contenta con lo que Monica había dicho, Anne no solo reafirmó, ¡sino que dejó caer que él era mejor! Se iba a desmayar. – Ah... Gr...Gracias. – Vale, cerebro, si esto es un sueño, no tiene gracia. Porque vaya sueño más raro. Insistía en que parecía bastante real, pero... ¿Podían pasar más cosas en apenas un par de horas? Pues sí que podían, sí. Una competición, para ser exactos. ¿Que si quería? Puso cara de resabiado y miró a Alice con los ojillos entrecerrados. – No solo quiero, te voy a demostrar por qué debías haberme pedido ayuda. – Uuuuhhh. - Corearon cómicamente las otras dos. Monica se adelantó y le señaló, haciendo una floritura con el dedo. - Vale, chavalín. - Le dijo con una sonrisilla. - Te vamos a demostrar que una chica no tiene por qué tener un caballero andante guardándole las espaldas continuamente. - Te recuerdo que yo también soy una chica. - Dijo Anne, replicando el modo altivo de su amiga y poniéndose cara a cara con ella, aunque con más elegancia. Las dos parecían estar ocultando las sonrisillas... Y le daba en la nariz que también les estaban usando a ellos dos para a saber qué tipo de rencilla personal. - Y Marcus, como buen amigo y persona sensata que es, solo quiere ofrecer su ayuda porque es consciente de que las cosas no siempre las puede hacer uno solo. A veces, hay que saber dejarse ayudar. - Vale, él no había dicho eso en ningún momento pero sí que le pegaba, estaba conforme. - Nos dejaremos ayudar cuando nos haga falta la ayuda, y tranquilos, que tenemos boca para pedirla. - Monica añadió un mohín burlón y dijo. - Suerte con vuestro reto, Prefecta Harmond y Mini Graves. - El sabio no necesita suerte. - Respondió Anne, altiva, y Marcus sintió un cosquilleo en el pecho. ¡Si es que era la mejor!
Monica se fue haciendo burlitas y la chica volvió a sentarse junto a él. - Bueno, ahora es cuando tenemos que sacar toda la artillería Ravenclaw. ¿Preparado, Marcus? - El chico se irguió y, con una soberbia caída de ojos, respondió. – Nací preparado, Anne. –
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Ivanka
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Un pequeño detalle CON Marcus EN Aula de trabajo A LAS 16:00, 4 de diciembre de 1996 |
La verdad es que había quedado chulísimo el bonsai, se estaba imaginando la cara de mamá al verlo y ya estaba encantada. — Muchas gracias, Anne, mi madre va a alucinar. — Dijo rozando el cristal con el dedos. Se mordió el labio mirándolo y contestó a su amigo. — Pues claro que se lo voy a decir. Verás qué ilusión le va a hacer cuando sepa que me has ayudado. — Su madre siempre era pura ilusión, y a todo le hacía mil fiestas.
Lo que no se esperaba era aquella reacción de Marcus a su idea, y una sonrisa enorme e involuntaria apareció en su cara, y estaba segura de su ojos brillaban de la ilusión. Cuando Marcus hablaba así de ella el estómago le daba un vuelco, porque era super listo, así que el hecho de que pensara así de ella era como para enorgullecerse y sentir que hacía algo más. Juntó las manos tras la espalda y se encogió de hombros cuando dijo lo de volar más algo. — Si se puede... — Y si no se podía también, Alice nunca paraba por nada, pero se sentía repentinamente vergonzosa. Se rio a lo de la locura, porque era verdad que siempre se lo solía decir y luego acababan investigándolo. — Bueno, quería intentarlo a ver si me salía haciéndolo sola, y entonces podría llevártelo y decirte "¡Mira! Lo he logrado yo solita". Me hacía ilusión. — Di que sí, eso es lo que hay que hacer, volar alto y volar sola. — Saltó Monica a su espalda. Anne le dio con la mano en el brazo. — ¿Quieres parar? Que es una niña, y no tiene por qué ser como tú. — En eso tenía toda la razón, ¿por qué iba a querer ser ella como Monica Fender en nada? Bueno, en nada que no fuera llevarse al prefecto Graves, claro.
No sabía si empujado por el halago de que se parecía a Howard o por qué, pero Marcus se vino arribísima con el reto, y eso le sacó otra sonrisa enorme. Pero de repente, Monica se puso a su espalda. Eh, eh, ¿pero por qué la metía a ella en el saco? Aunque le gustó lo del caballero andante. Atendió, como si estuviera en un partido de quidditch (mentira, esto era mucho más interesante que el quidditch) y las pullas fueran pelotas lanzándose entree aquellas dos chicas tan guays. Tuvo que contenerse una risita con lo de Mini Graves, y se dejó arrastrar al otro lado del aula, mientras Monica hechizaba sus cosas y las llevaba levantando a donde estaban.
Se sentaron en una mesa y ella fue metiendo las judías, que estaban neutralizadas gracias al hechizo, en el tarro. — Bueno, ahora hay que pensar algo todavía más guay que lo que tenías pensado, que hay que ganar a esos dos. — Suspiró un poco sin ideas y miró a las judías, que ya empezaban a despertarse pero ahora solo podían rebotar por dentro del tarro, y ella lo acarició con un dedo. — No sé tantos hechizos como para que hagan algo más guay. — Monica imitó su gesto y se apoyó en la mesa como ella, mirando el tarro. — ¿Qué te gustaría a ti que hicieran? ¿Que se pusieran en forma de H? — Resopló, ya estaba tardando. Eso le pasaba por confiarse. La chica debió percatarse de su enfado. — Perdooooona, ya lo dejo. Es que me hace mucha gracia, no lo puedo evitar. — Pero Alice frunció el ceño y se estiró. Acababa de tener una idea. — ¡Eh! ¿Puedes hacer que formen de una forma concreta? — Monica la miró con el ceño fruncido también y ladeando la cabeza. — Mmmm... Sí, creo. ¿Eso quieres? ¿Una H? Lo decía de broma. — No. — Dijo ella, negando con la cabeza, pero ya con la excitación de haber tenido una idea por las nubes. — Pero podría ser un símbolo del infinito. — Y lo dibujó con el dedo en el aire. — Los alquimistas lo usan cuando hablan del Todo. — Monica sonrió. — O sea que judías saltadoras, con un rumbo fijo e iluminadas dentro de un tarro... — Soltó una risa. — ¿Las quieres de colores también? — Eso la hizo abrir mucho los ojos. — ¡Sí! ¡Qué gran idea! En circunstancias normales te diría que azul sin pensarlo, pero, si el tema va a ser la alquimia, lo ideal sería que fueran de los colores de los elementos: rojo, azul, verde y malva. — Monica se rio más y se frotó los ojos. — Sí que te gusta volar alto. Vale, pero tenemos que repartir el trabajo desde ya, que es mucho. — Alice asintió muy rápido. — Sí, sí, tú haz lo difícil que es hacer lo del movimiento figurativo concreto, y yo les hago el colocara y el hechizo luminiscente, tengo aquí el compuesto. — Dijo sacando de su mochila el tubito con el alga esa que Erin le enseñó y tendiéndoselo a la chica, emocionada. — ¿Sabes que hay una cueva en La Provenza en la que esta cosa hace brillar a las medusas del agua? — Monica abrió mucho los ojos y se echó hacia atrás. — ¡Qué me dices! Eso para salir de fiesta tiene que estar guapísimo. — Alice también abrió mucho los ojos y asintió. — Jo ya ves. Para cuando yo pueda, claro. — Claro, claro. — contestó la otra con un tono que le recordó peligrosamente a su tía Vivi.
Se pusieron a trabajar, y de repente Monica le dijo. — ¿Y esta fijación por la alquimia? Como Anne, ehhh... — Alice asintió, mientras cambiaba de color otra judía con mucho cuidado. — Sí, me gusta mucho la alquimia. Pero el que lo va a ser seguro es Marcus, él sabe un montón porque su abuelo se lo ha enseñado desde pequeño. — Monica chasqueó la lengua. — Sí, los hay con suerte, eh. — Yaaaa ves. — Contestó ella, soñadora, pero sin dejar de trabajar. — Vas a tener que aclararte, chica. O Howard o Marcus... — Vaya, y a ahí estaba otra vez. — No, aclárate tú, mejor. — Contestó ella. — Que según tú me gustan todos los chicos que veo o son mis amigos. — Eso, por supuesto, hizo reír a la otra. — Al final va a tener razón todo el mundo y te pareces a mí. — Ella levantó mucho las cejas. — ¿En qué? — En todo... — Alice negó con un suspiro. No se parecían en nada. — Pero me parece un puntazo que te guste Marcus. Va a ser un tío genial. — Ahí si tuvo que girarse y mirarla significativamente. — Pero si has dicho que es igual que Howard... — Monica metió los labios hacia dentro, colocando otra judía que le había pasado con cuidado en al delicada cadena infinita. — Ya... Puede que Howard sea un tío genial, no digo que no. Ahora, si no quieres que se te note, deja de sonreír como una boba cada vez que te dice algo bonito. — Soltó otro suspiro y dejó caer los brazos. — No, ahora será que no pueda ni sonreír. — Volvió a las judías y dijo refunfuñona. — Tú le sonríes mucho a Howard... Y él a ti.— Admitió, por mucho que le doliera. — Y según tú, no sois novios. — Esta vez soltó una risita floja. — Pues sí pero, efectivamente, no lo somos. — Se quedaron calladas, trabajando ambas. — No me gusta Marcus. Es mi mejor amigo. — Monica asintió gravemente. — Pues a mí sí me gusta Howard. Mucho, la verdad, no te voy a mentir. — La miró, y Alice se giró también, enfocando su mirada. — Pero no me gusta admitirlo.— Alice se encogió de hombros. — Pues no sé por qué. Es contigo con quien quiere estar. Tendré doce años y no habré tenido novio nunca, pero lo veo. — Monica se rio y dijo sarcásticamente. — Controla tu entusiasmo por ello. Eres una listilla. Sigue con eso anda, que se nos acaba el tiempo. —
Lo que no se esperaba era aquella reacción de Marcus a su idea, y una sonrisa enorme e involuntaria apareció en su cara, y estaba segura de su ojos brillaban de la ilusión. Cuando Marcus hablaba así de ella el estómago le daba un vuelco, porque era super listo, así que el hecho de que pensara así de ella era como para enorgullecerse y sentir que hacía algo más. Juntó las manos tras la espalda y se encogió de hombros cuando dijo lo de volar más algo. — Si se puede... — Y si no se podía también, Alice nunca paraba por nada, pero se sentía repentinamente vergonzosa. Se rio a lo de la locura, porque era verdad que siempre se lo solía decir y luego acababan investigándolo. — Bueno, quería intentarlo a ver si me salía haciéndolo sola, y entonces podría llevártelo y decirte "¡Mira! Lo he logrado yo solita". Me hacía ilusión. — Di que sí, eso es lo que hay que hacer, volar alto y volar sola. — Saltó Monica a su espalda. Anne le dio con la mano en el brazo. — ¿Quieres parar? Que es una niña, y no tiene por qué ser como tú. — En eso tenía toda la razón, ¿por qué iba a querer ser ella como Monica Fender en nada? Bueno, en nada que no fuera llevarse al prefecto Graves, claro.
No sabía si empujado por el halago de que se parecía a Howard o por qué, pero Marcus se vino arribísima con el reto, y eso le sacó otra sonrisa enorme. Pero de repente, Monica se puso a su espalda. Eh, eh, ¿pero por qué la metía a ella en el saco? Aunque le gustó lo del caballero andante. Atendió, como si estuviera en un partido de quidditch (mentira, esto era mucho más interesante que el quidditch) y las pullas fueran pelotas lanzándose entree aquellas dos chicas tan guays. Tuvo que contenerse una risita con lo de Mini Graves, y se dejó arrastrar al otro lado del aula, mientras Monica hechizaba sus cosas y las llevaba levantando a donde estaban.
Se sentaron en una mesa y ella fue metiendo las judías, que estaban neutralizadas gracias al hechizo, en el tarro. — Bueno, ahora hay que pensar algo todavía más guay que lo que tenías pensado, que hay que ganar a esos dos. — Suspiró un poco sin ideas y miró a las judías, que ya empezaban a despertarse pero ahora solo podían rebotar por dentro del tarro, y ella lo acarició con un dedo. — No sé tantos hechizos como para que hagan algo más guay. — Monica imitó su gesto y se apoyó en la mesa como ella, mirando el tarro. — ¿Qué te gustaría a ti que hicieran? ¿Que se pusieran en forma de H? — Resopló, ya estaba tardando. Eso le pasaba por confiarse. La chica debió percatarse de su enfado. — Perdooooona, ya lo dejo. Es que me hace mucha gracia, no lo puedo evitar. — Pero Alice frunció el ceño y se estiró. Acababa de tener una idea. — ¡Eh! ¿Puedes hacer que formen de una forma concreta? — Monica la miró con el ceño fruncido también y ladeando la cabeza. — Mmmm... Sí, creo. ¿Eso quieres? ¿Una H? Lo decía de broma. — No. — Dijo ella, negando con la cabeza, pero ya con la excitación de haber tenido una idea por las nubes. — Pero podría ser un símbolo del infinito. — Y lo dibujó con el dedo en el aire. — Los alquimistas lo usan cuando hablan del Todo. — Monica sonrió. — O sea que judías saltadoras, con un rumbo fijo e iluminadas dentro de un tarro... — Soltó una risa. — ¿Las quieres de colores también? — Eso la hizo abrir mucho los ojos. — ¡Sí! ¡Qué gran idea! En circunstancias normales te diría que azul sin pensarlo, pero, si el tema va a ser la alquimia, lo ideal sería que fueran de los colores de los elementos: rojo, azul, verde y malva. — Monica se rio más y se frotó los ojos. — Sí que te gusta volar alto. Vale, pero tenemos que repartir el trabajo desde ya, que es mucho. — Alice asintió muy rápido. — Sí, sí, tú haz lo difícil que es hacer lo del movimiento figurativo concreto, y yo les hago el colocara y el hechizo luminiscente, tengo aquí el compuesto. — Dijo sacando de su mochila el tubito con el alga esa que Erin le enseñó y tendiéndoselo a la chica, emocionada. — ¿Sabes que hay una cueva en La Provenza en la que esta cosa hace brillar a las medusas del agua? — Monica abrió mucho los ojos y se echó hacia atrás. — ¡Qué me dices! Eso para salir de fiesta tiene que estar guapísimo. — Alice también abrió mucho los ojos y asintió. — Jo ya ves. Para cuando yo pueda, claro. — Claro, claro. — contestó la otra con un tono que le recordó peligrosamente a su tía Vivi.
Se pusieron a trabajar, y de repente Monica le dijo. — ¿Y esta fijación por la alquimia? Como Anne, ehhh... — Alice asintió, mientras cambiaba de color otra judía con mucho cuidado. — Sí, me gusta mucho la alquimia. Pero el que lo va a ser seguro es Marcus, él sabe un montón porque su abuelo se lo ha enseñado desde pequeño. — Monica chasqueó la lengua. — Sí, los hay con suerte, eh. — Yaaaa ves. — Contestó ella, soñadora, pero sin dejar de trabajar. — Vas a tener que aclararte, chica. O Howard o Marcus... — Vaya, y a ahí estaba otra vez. — No, aclárate tú, mejor. — Contestó ella. — Que según tú me gustan todos los chicos que veo o son mis amigos. — Eso, por supuesto, hizo reír a la otra. — Al final va a tener razón todo el mundo y te pareces a mí. — Ella levantó mucho las cejas. — ¿En qué? — En todo... — Alice negó con un suspiro. No se parecían en nada. — Pero me parece un puntazo que te guste Marcus. Va a ser un tío genial. — Ahí si tuvo que girarse y mirarla significativamente. — Pero si has dicho que es igual que Howard... — Monica metió los labios hacia dentro, colocando otra judía que le había pasado con cuidado en al delicada cadena infinita. — Ya... Puede que Howard sea un tío genial, no digo que no. Ahora, si no quieres que se te note, deja de sonreír como una boba cada vez que te dice algo bonito. — Soltó otro suspiro y dejó caer los brazos. — No, ahora será que no pueda ni sonreír. — Volvió a las judías y dijo refunfuñona. — Tú le sonríes mucho a Howard... Y él a ti.— Admitió, por mucho que le doliera. — Y según tú, no sois novios. — Esta vez soltó una risita floja. — Pues sí pero, efectivamente, no lo somos. — Se quedaron calladas, trabajando ambas. — No me gusta Marcus. Es mi mejor amigo. — Monica asintió gravemente. — Pues a mí sí me gusta Howard. Mucho, la verdad, no te voy a mentir. — La miró, y Alice se giró también, enfocando su mirada. — Pero no me gusta admitirlo.— Alice se encogió de hombros. — Pues no sé por qué. Es contigo con quien quiere estar. Tendré doce años y no habré tenido novio nunca, pero lo veo. — Monica se rio y dijo sarcásticamente. — Controla tu entusiasmo por ello. Eres una listilla. Sigue con eso anda, que se nos acaba el tiempo. —
Merci Prouvaire!
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
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- 16 de enero de 2002:
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Un pequeño detalle CON Alice EN Aula de trabajo A LAS 16:00h, 4 de diciembre 1996 |
- De la nada no se puede partir. Es importante tener primero una idea en mente, y con eso vas jugando. La perfilas en tu cabeza, observas lo que está disponible a tu alrededor... Y la adaptas. El universo es demasiado infinito como para partir de todas las opciones posibles, eso te puede bloquear. Así que, primero, piensa en algo. ¿Qué te gustaría hacer? - Marcus se quedó unos segundos pensativo, hasta que abrió los ojos. – ¡Un pajarito! Que esté encantado y salga volando, pero que recorra una distancia cortita y luego se pose en mi mano. – Anne rio. - Vale, creo que eso es mucho pedir teniendo solo media hora y siendo solo nosotros dos, y con estos poquitos materiales. - Le señaló con un índice, con los ojos entrecerrados y una sonrisilla, y añadió. - Pero me gusta como piensas. -
La prefecta se puso a mirar hacia los lados, hasta que sus ojos se iluminaron al detectar lo que necesitaba. - ¡Bingo! - Miró a Marcus y dijo en voz baja. - Me han dicho que eres descendiente del gran Lawrence O'Donnell... ¿Qué te parece un poco de alquimia? - Marcus estuvo a punto de ponerse a pegar botes en el asiento como una de las judías del tarro de Alice. – ¡¡Sí!! ¡Por favor! – La chica rio con un puntito malicioso y, arqueando las cejas, miró a las otras dos chicas y susurró. - Observa esto. - Volvió a comprobar que las otras no se daba cuenta de lo que hacía y, sacando la varita por debajo de la mesa, apuntó. - ¡Accio silla! - Lo dijo en un susurro tan suave aunque firme, que vio como la silla que señalaba, en lugar de salir volando rápidamente hasta su mano, se desplazó muy lentamente por el suelo hasta ponerse a su alcance. Solo por eso ya estaba alucinando, tenía la boca abierta y sus ojos verdes le ocupaban la cara entera. No sabía para qué la quería, porque era una silla rota y deformada, que claramente estaba ahí abandonada. - ¡Diffindo! - Con un tajo limpio, seccionó un trozo de la madera. Marcus parpadeó. – ¿Eso se puede hacer? – Preguntó. No quería ser él quien le recordaras las normas a una prefecta, pero creía recordar que el reglamento prohibía expresamente dañar el material escolar. Anne, sin embargo, puso el trozo de madera en la mesa y dijo con normalidad. - Esta rota, claramente a la espera de ser recogida para reciclarla o transformarla en leña. Nosotros le vamos a dar una nueva vida: la de la alquimia. ¿No te gusta la idea? - ¿Que si le gustaba? Solo había que ver como le brillaban los ojos. – ¡Me encanta! – Respondió, con la voz cargada de emoción.
- Vale, te toca, a ver esos conocimientos de futuro alquimista. - Marcus se removió en el sitio, emocionadísimo, esperando a que la prefecta le lanzara el retito intelectual. Esta empezó a rebuscar algo en su bolsillo mientras le preguntaba. - Vamos a transmutar las propiedades de la madera en un líquido. - Aparte de los ojos cada vez más abiertos, se sentía el corazón palpitar a toda velocidad. -¿Sabes qué círculo deberíamos utilizar? - ¡Un círculo de disolución! – Contestó tan rápido que la chica se quedó congelada con lo que había sacado de su bolsillo en las manos, mirándole sorprendida. - Wow. Hay gente de mi clase que no habría respondido a esa velocidad. - Se puso a abrir la especie de monedero que había sacado de su bolsillo y metió la mano dentro, mientras añadía. - ¿El círculo tal cual, o hay que añadirle algo? - Marcus asintió. – Un círculo de disolución con los símbolos para la madera y el agua. –¡Perfecto! - Celebró la chica, sacando un tintero de su monedero con una risita. - Presiento que vas a ser el alumno favorito del Profesor Weasley... - ¿Le has echado un hechizo de extensión indetectable? – Preguntó, mirando al monedero. La chica asintió. - Ajá. Una buena Ravenclaw siempre lleva consigo un par de rollos de pergaminos, una pluma y un tintero. - Se acercó a él y le dijo en confidencia. - Y en mi caso, un lápiz de ojos, porque me gustan como me quedan pintados. - Compartieron una risita y Marcus, poniéndose levemente sonrojado, dijo. – Tienes unos ojos muy bonitos. – La chica compuso una expresión adorable y le achuchó las mejillas con los dedos de una mano. - ¡Oiiissh, pero qué monísimo eres! - Suspiró y, guardándose de nuevo el monedero, dijo. - Pajarita o no, qué suerte va a tener la que vuele contigo. - Marcus sonrió, poniéndose más colorado todavía. Le gustaba cuando Anne le decía cosas bonitas.
La chica dibujó en un segundo un círculo perfecto en la mesa, y Marcus se quedó mirándolo embobado. Con la varita, sacó la tinta del tintero, dejándola como una densa pompa de líquido en su lugar correspondiente, y colocó el trozo de madera también en su sitio. Cerró los ojos, puso sus manos sobre el círculo y se concentró. En unos segundos, la madera desapareció y la pompa de tinta se convirtió en un cubo rígido, que mantenía el intenso negro del líquido pero tenía la textura, la dureza y las vetas de la madera. Marcus no cabía en sí de emoción. – Pienso hablarle de ti a mi abuelo. – Anne soltó una carcajada musical y dijo. - Mira, no voy a oponerme a eso, para qué nos vamos a engañar. - Tomó el cubo entre sus manos y dijo. - Bien, ahora es cuando toca poner en práctica esas cosas tan guays que narra tu madre en sus libros. ¿Qué tal se te dan las Transformaciones? - Marcus asintió orgulloso. – ¡Muy bien! La Profesora Fenwick me incluyó en la lista de alumnos que hacían transformaciones perfectas a la primera. – Es verdad, me acuerdo de eso. Tienes que ser muy bueno, la subdirectora es muy exigente. - Marcus asintió con los ojos muy abiertos. Sí, sí que lo era. - Vale, esto vamos a hacerlo entre los dos. Acércate. - Se movió en el asiento para pegarse a ella, mientras la chica apuntaba con la varita. - Aún no has visto las transformaciones de líquidos en sólidos, ¿verdad? - Marcus negó, con los ojos muy abiertos. ¡Eso era superavanzado! - Vale, aquí hemos hecho un poquito de trampa, porque la tinta es un líquido, pero como tiene las propiedades de la madera ahora, la transformación no nos va a costar nada de nada. - Le guiñó un ojo. ¡¡Pero qué buen truco!! Ay, es que Anne era tan lista... - Yo apunto y lanzo el hechizo, pero agarra mi mano. - Se puso un poquito colorado, pero hizo lo que le decía. Puso su mano sobre la que ella tenía sujetando la varita y ambos apuntaron. - Concéntrate mucho mucho en la forma que quieres, como cuando haces una transformación. Y yo lanzo el hechizo. ¿Listo? - Marcus cerró los ojos con fuerza y asintió. Oyó como Anne lanzaba el hechizo y, al abrir los ojos, ahí estaba. Un pajarito negro como la tinta, con vetas de madera. – ¡¡Wow!! –Se sorprendió. La chica rio un poquito y se lo puso delante. - Todo tuyo. Lo de decorarlo lo dejo a tu gusto. Recuerda que sigue siendo tinta, así que cuidado al tocarlo, que mancha. - Comentó con una risita. Estaba encantadísimo.
Se puso a darle pequeños retoques con la varita para quitarle el exceso de tinta por fuera y que quedara solo en madera, sin manchar. - ¿Por qué un pajarito? - Preguntó Anne, con curiosidad, en lo que él trabajaba. Marcus se encogió de hombros, con una sonrisita. – A Alice le gustan. – Siguió perfilándolo y dijo. – Está siempre diciendo que es un pajarito, y su padre también se lo dice, y que vuela alto y esas cosas... Y además, has dicho que sacara mi artillería Ravenclaw, ¿no? Nuestro animal es un águila. Todas las águilas fueron pajaritos alguna vez. – Anne volvió a reír. - Eso es verdad... Y, aparte, es bonito que quieras hacer cosas que le gustan a tu amiga. - Ha pasado mucho miedo en ese tarro. Al menos que se lleve un pajarito. – Ya... - Dijo Anne con una risa. La chica se quedó mirándole unos segundos, con mirada curiosa, y preguntó. - ¿Y por qué quieres que vuele solo un poquito? - Marcus suspiró y se encogió de hombros, alzando las palmas como si fuera lo más obvio del mundo. – ¿Ves lo que pasa cuando vuela demasiado alto con las cosas que quiere hacer? Se podría haber muerto, menos mal que al menos me llama... Pues eso quiero, que al menos me llame... Bueno, querría que no hiciera estas locuras, pero no sé si tirar la toalla ya con eso. – Dijo con tono quejica. – Y bueno, está bien que quiera hacer las cosas solita, es decir, Alice es superlista... Pero es que un día se va a hacer daño. No sé, cuando quiera hacer algo muy difícil, me podría preguntar... Y eso. Se llama volar, pero con control, y sabiendo cuando tienes que pararte y esas cosas. – Se rascó la cabeza. No sabía si se había hecho entender, pero bueno. En su cabeza tenía sentido. Anne apoyó su cabeza dulcemente en su mano una vez más y le dijo. - Vas a necesitar algunos años para conseguir el encantamiento perfecto para que este pajarito vuele... Pero algún día, lo harás, todo es cuestión de paciencia y dedicación. Y de ganas. Hay cosas... Que necesitan madurez para ser logradas. Los pajaritos siempre quieren volar por donde les gusta, pero la madurez les hace saber, con el paso de los años, por donde pueden volar. - La miró con una sonrisa. Pues sí, eso tenía sentido.
- ¡¡Ejem ejem!! - Oyó a Monica, con un carraspeo que claramente quería llamar su atención. Marcus se apuró. – ¡Me falta el último toque! – Sacó la varita y apuntó. – ¡Colovaria caelorum! – El pajarito adoptó un azul muy bonito y él sonrió. Lo cogió entre sus manos y lo guardó tras la espalda, para darle misterio. - ¿Problemas en el paraíso de los prefectos? Sois unos tardoncillos, ¿eh? Nosotras hemos tardado menos. - Deja de chinchar, Moni, que vas a alucinar con lo que hemos hecho. - La chica se cruzó de brazos, con una sonrisilla, y dijo. - Estoy deseando verlo. - Marcus vio como Anne le hacía gestitos, azuzándole para empezar. Sacó el pajarito y explicó todo el proceso de lo que habían hecho. – El toque final para que sea perfecto será hacer que vuele de verdad. – Dijo al terminar, tras lo cual miró a Anne con complicidad y dijo. – Pero todo se consigue con un poquito de tiempo. –
La prefecta se puso a mirar hacia los lados, hasta que sus ojos se iluminaron al detectar lo que necesitaba. - ¡Bingo! - Miró a Marcus y dijo en voz baja. - Me han dicho que eres descendiente del gran Lawrence O'Donnell... ¿Qué te parece un poco de alquimia? - Marcus estuvo a punto de ponerse a pegar botes en el asiento como una de las judías del tarro de Alice. – ¡¡Sí!! ¡Por favor! – La chica rio con un puntito malicioso y, arqueando las cejas, miró a las otras dos chicas y susurró. - Observa esto. - Volvió a comprobar que las otras no se daba cuenta de lo que hacía y, sacando la varita por debajo de la mesa, apuntó. - ¡Accio silla! - Lo dijo en un susurro tan suave aunque firme, que vio como la silla que señalaba, en lugar de salir volando rápidamente hasta su mano, se desplazó muy lentamente por el suelo hasta ponerse a su alcance. Solo por eso ya estaba alucinando, tenía la boca abierta y sus ojos verdes le ocupaban la cara entera. No sabía para qué la quería, porque era una silla rota y deformada, que claramente estaba ahí abandonada. - ¡Diffindo! - Con un tajo limpio, seccionó un trozo de la madera. Marcus parpadeó. – ¿Eso se puede hacer? – Preguntó. No quería ser él quien le recordaras las normas a una prefecta, pero creía recordar que el reglamento prohibía expresamente dañar el material escolar. Anne, sin embargo, puso el trozo de madera en la mesa y dijo con normalidad. - Esta rota, claramente a la espera de ser recogida para reciclarla o transformarla en leña. Nosotros le vamos a dar una nueva vida: la de la alquimia. ¿No te gusta la idea? - ¿Que si le gustaba? Solo había que ver como le brillaban los ojos. – ¡Me encanta! – Respondió, con la voz cargada de emoción.
- Vale, te toca, a ver esos conocimientos de futuro alquimista. - Marcus se removió en el sitio, emocionadísimo, esperando a que la prefecta le lanzara el retito intelectual. Esta empezó a rebuscar algo en su bolsillo mientras le preguntaba. - Vamos a transmutar las propiedades de la madera en un líquido. - Aparte de los ojos cada vez más abiertos, se sentía el corazón palpitar a toda velocidad. -¿Sabes qué círculo deberíamos utilizar? - ¡Un círculo de disolución! – Contestó tan rápido que la chica se quedó congelada con lo que había sacado de su bolsillo en las manos, mirándole sorprendida. - Wow. Hay gente de mi clase que no habría respondido a esa velocidad. - Se puso a abrir la especie de monedero que había sacado de su bolsillo y metió la mano dentro, mientras añadía. - ¿El círculo tal cual, o hay que añadirle algo? - Marcus asintió. – Un círculo de disolución con los símbolos para la madera y el agua. –¡Perfecto! - Celebró la chica, sacando un tintero de su monedero con una risita. - Presiento que vas a ser el alumno favorito del Profesor Weasley... - ¿Le has echado un hechizo de extensión indetectable? – Preguntó, mirando al monedero. La chica asintió. - Ajá. Una buena Ravenclaw siempre lleva consigo un par de rollos de pergaminos, una pluma y un tintero. - Se acercó a él y le dijo en confidencia. - Y en mi caso, un lápiz de ojos, porque me gustan como me quedan pintados. - Compartieron una risita y Marcus, poniéndose levemente sonrojado, dijo. – Tienes unos ojos muy bonitos. – La chica compuso una expresión adorable y le achuchó las mejillas con los dedos de una mano. - ¡Oiiissh, pero qué monísimo eres! - Suspiró y, guardándose de nuevo el monedero, dijo. - Pajarita o no, qué suerte va a tener la que vuele contigo. - Marcus sonrió, poniéndose más colorado todavía. Le gustaba cuando Anne le decía cosas bonitas.
La chica dibujó en un segundo un círculo perfecto en la mesa, y Marcus se quedó mirándolo embobado. Con la varita, sacó la tinta del tintero, dejándola como una densa pompa de líquido en su lugar correspondiente, y colocó el trozo de madera también en su sitio. Cerró los ojos, puso sus manos sobre el círculo y se concentró. En unos segundos, la madera desapareció y la pompa de tinta se convirtió en un cubo rígido, que mantenía el intenso negro del líquido pero tenía la textura, la dureza y las vetas de la madera. Marcus no cabía en sí de emoción. – Pienso hablarle de ti a mi abuelo. – Anne soltó una carcajada musical y dijo. - Mira, no voy a oponerme a eso, para qué nos vamos a engañar. - Tomó el cubo entre sus manos y dijo. - Bien, ahora es cuando toca poner en práctica esas cosas tan guays que narra tu madre en sus libros. ¿Qué tal se te dan las Transformaciones? - Marcus asintió orgulloso. – ¡Muy bien! La Profesora Fenwick me incluyó en la lista de alumnos que hacían transformaciones perfectas a la primera. – Es verdad, me acuerdo de eso. Tienes que ser muy bueno, la subdirectora es muy exigente. - Marcus asintió con los ojos muy abiertos. Sí, sí que lo era. - Vale, esto vamos a hacerlo entre los dos. Acércate. - Se movió en el asiento para pegarse a ella, mientras la chica apuntaba con la varita. - Aún no has visto las transformaciones de líquidos en sólidos, ¿verdad? - Marcus negó, con los ojos muy abiertos. ¡Eso era superavanzado! - Vale, aquí hemos hecho un poquito de trampa, porque la tinta es un líquido, pero como tiene las propiedades de la madera ahora, la transformación no nos va a costar nada de nada. - Le guiñó un ojo. ¡¡Pero qué buen truco!! Ay, es que Anne era tan lista... - Yo apunto y lanzo el hechizo, pero agarra mi mano. - Se puso un poquito colorado, pero hizo lo que le decía. Puso su mano sobre la que ella tenía sujetando la varita y ambos apuntaron. - Concéntrate mucho mucho en la forma que quieres, como cuando haces una transformación. Y yo lanzo el hechizo. ¿Listo? - Marcus cerró los ojos con fuerza y asintió. Oyó como Anne lanzaba el hechizo y, al abrir los ojos, ahí estaba. Un pajarito negro como la tinta, con vetas de madera. – ¡¡Wow!! –Se sorprendió. La chica rio un poquito y se lo puso delante. - Todo tuyo. Lo de decorarlo lo dejo a tu gusto. Recuerda que sigue siendo tinta, así que cuidado al tocarlo, que mancha. - Comentó con una risita. Estaba encantadísimo.
Se puso a darle pequeños retoques con la varita para quitarle el exceso de tinta por fuera y que quedara solo en madera, sin manchar. - ¿Por qué un pajarito? - Preguntó Anne, con curiosidad, en lo que él trabajaba. Marcus se encogió de hombros, con una sonrisita. – A Alice le gustan. – Siguió perfilándolo y dijo. – Está siempre diciendo que es un pajarito, y su padre también se lo dice, y que vuela alto y esas cosas... Y además, has dicho que sacara mi artillería Ravenclaw, ¿no? Nuestro animal es un águila. Todas las águilas fueron pajaritos alguna vez. – Anne volvió a reír. - Eso es verdad... Y, aparte, es bonito que quieras hacer cosas que le gustan a tu amiga. - Ha pasado mucho miedo en ese tarro. Al menos que se lleve un pajarito. – Ya... - Dijo Anne con una risa. La chica se quedó mirándole unos segundos, con mirada curiosa, y preguntó. - ¿Y por qué quieres que vuele solo un poquito? - Marcus suspiró y se encogió de hombros, alzando las palmas como si fuera lo más obvio del mundo. – ¿Ves lo que pasa cuando vuela demasiado alto con las cosas que quiere hacer? Se podría haber muerto, menos mal que al menos me llama... Pues eso quiero, que al menos me llame... Bueno, querría que no hiciera estas locuras, pero no sé si tirar la toalla ya con eso. – Dijo con tono quejica. – Y bueno, está bien que quiera hacer las cosas solita, es decir, Alice es superlista... Pero es que un día se va a hacer daño. No sé, cuando quiera hacer algo muy difícil, me podría preguntar... Y eso. Se llama volar, pero con control, y sabiendo cuando tienes que pararte y esas cosas. – Se rascó la cabeza. No sabía si se había hecho entender, pero bueno. En su cabeza tenía sentido. Anne apoyó su cabeza dulcemente en su mano una vez más y le dijo. - Vas a necesitar algunos años para conseguir el encantamiento perfecto para que este pajarito vuele... Pero algún día, lo harás, todo es cuestión de paciencia y dedicación. Y de ganas. Hay cosas... Que necesitan madurez para ser logradas. Los pajaritos siempre quieren volar por donde les gusta, pero la madurez les hace saber, con el paso de los años, por donde pueden volar. - La miró con una sonrisa. Pues sí, eso tenía sentido.
- ¡¡Ejem ejem!! - Oyó a Monica, con un carraspeo que claramente quería llamar su atención. Marcus se apuró. – ¡Me falta el último toque! – Sacó la varita y apuntó. – ¡Colovaria caelorum! – El pajarito adoptó un azul muy bonito y él sonrió. Lo cogió entre sus manos y lo guardó tras la espalda, para darle misterio. - ¿Problemas en el paraíso de los prefectos? Sois unos tardoncillos, ¿eh? Nosotras hemos tardado menos. - Deja de chinchar, Moni, que vas a alucinar con lo que hemos hecho. - La chica se cruzó de brazos, con una sonrisilla, y dijo. - Estoy deseando verlo. - Marcus vio como Anne le hacía gestitos, azuzándole para empezar. Sacó el pajarito y explicó todo el proceso de lo que habían hecho. – El toque final para que sea perfecto será hacer que vuele de verdad. – Dijo al terminar, tras lo cual miró a Anne con complicidad y dijo. – Pero todo se consigue con un poquito de tiempo. –
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Ivanka
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Un pequeño detalle CON Marcus EN Aula de trabajo A LAS 16:00, 4 de diciembre de 1996 |
Monica terminó de colocar la última judía, y ambas se quedaron mirano el efecto que hacían con la forma del infinito dentro del tarro. — Chavala, creo que esta vez tengo que plegarme ante ti. Queda guapísimo. Y superalquímico, aunque yo no es que entienda mucho del asunto. — Le dio un codazo flojito. — Al Mini Graves le va a volver loco. — Volvió a dirigir la vista al tarro. — Aunque algo me dice que es que eres experta en volverle loco precisamente. — Alice movió al cuerpo entero para chocarse con Monica, sin dejar de admirar lo chulo que había quedado el tarro. — No es verdad. A veces me paso un poquito con la curiosidad, y en algún lío le he metido sin querer. Pero no le vuelvo loco. Sigue siendo mi amigo. — Monica asintió con una sonrisa. — Algún día, dentro de unos años, te vas a acordar de esta conversación y te vas a reír. Recuerda mis palabras. — Alice no dijo nada pero se quedó pensativa. Monica sabía un montón de la vida, en verdad, y había conquistado al prefecto Graves, igual tendría que escucharla, aunque no la soportara… Pero ¿por qué no la soportaba? Ah, ni se acordaba, solo era algo que se había autoimpuesto en algún momento, y ahora carecía un poco de sentido. — Gracias. — Dijo, aunque sin mirarla aún. — Por sacarme del bote y por ayudarme con esto... Me gustan los retos. — Aseguró con una sonrisa. — Pues claro que te gustan. Eres una Ravenclaw de manual. Te dejo mi testigo de ser la que mejores retos propone el colegio. — Ambas se rieron. — Anda, coge eso que vamos a dejar temblando al equipo prefectos amantes de las normas. — Y se acercaron a donde estaban Marcus y Anne.
Ya sí se rio abiertamente cuando Monica empezó a hacerles rabiar con las prisas, pero su vista se centró en Marcus. Abrió mucho los ojos y se le descolgó al mandíbula al ver el pajarito. — ¿Es en serio? — Se acercó y lo acarició con eel dedo, llevándose un poquito de la tinta en el dedo. — Anne vas a ser una alquimista genial. — Dirigió la mirada a Marcus. — Y tú también, ¿puedo cogerlo? — Y puso las manitas en cuenco. — Ojalá volara, sí. — Dijo levantándolo a la altura de sus ojos. — Aunque así podemos tenerlo siempre por aquí. Y encima es azul. — Estaba encantada mirando al pajarito desde todos los ángulos. Hasta que sintió un toquecito de Monica en el hombro. — Vamos, vamos, Gal, que te dan un juguetito y te pierdes. Por monísimo y alquímico que sea. — Dijo con voz adorable. — Enséñales lo que hemos hecho, mujer, que van a flipar. — Ella asintió rápidamente y devolvió con cuidado el pajarito a las manos de Marcus.
Tomó el tarro de las manos de Monica, pero ella la detuvo. — Espera, espera, vamos a darle dramatismo a la presentación. — Sacó la varita y apuntó. — ¡Nox! — Y las luces de las sala se apagaron. Ciertamente eso ayudaba muchísimo a que se vieran bien las judías formando eternamente el símbolo de infinito. Puso delicadamente el tarro en el suelo y se arrodilló junto a él. — ¿Es un símbolo del infinito, del Todo? — Preguntó Anne emocionada. Alice asintió. — Sí, y las judías son de los colores de los elementos, y Monica las ha hechizado para que hagan permanentemente el movimiento del infinito. — ¿Y cómo has hecho que brillen? — Siguió preguntando la prefecta, que parecía encantada. — Con un alga luminiscente que conozco de La Provenza. — Levantó la mirada hacia Marcus. — Este verano te llevo a la cueva para que lo veas. — Y la decir eso se quedó mirando la cara de su amigo, iluminada por los colores de los elementos, y se quedó ahí, mirándole simplemente, admirando como se reflejaban las luces en su rostro, contenta simplemente de que hubieran podido crear algo, y casi se le olvidaba que estaban Monica y Anne en la sala con ellos. Pero Monica chasqueó la lengua y rompió el momento. — Hay que fastidiarse. ¿Y ahora quién ha ganado? Odio los empates técnicos. — Lo cierto es que le daba un poco igual, ella estaba extasiada con su proyecto, el pajarito y su amigo.
Ya sí se rio abiertamente cuando Monica empezó a hacerles rabiar con las prisas, pero su vista se centró en Marcus. Abrió mucho los ojos y se le descolgó al mandíbula al ver el pajarito. — ¿Es en serio? — Se acercó y lo acarició con eel dedo, llevándose un poquito de la tinta en el dedo. — Anne vas a ser una alquimista genial. — Dirigió la mirada a Marcus. — Y tú también, ¿puedo cogerlo? — Y puso las manitas en cuenco. — Ojalá volara, sí. — Dijo levantándolo a la altura de sus ojos. — Aunque así podemos tenerlo siempre por aquí. Y encima es azul. — Estaba encantada mirando al pajarito desde todos los ángulos. Hasta que sintió un toquecito de Monica en el hombro. — Vamos, vamos, Gal, que te dan un juguetito y te pierdes. Por monísimo y alquímico que sea. — Dijo con voz adorable. — Enséñales lo que hemos hecho, mujer, que van a flipar. — Ella asintió rápidamente y devolvió con cuidado el pajarito a las manos de Marcus.
Tomó el tarro de las manos de Monica, pero ella la detuvo. — Espera, espera, vamos a darle dramatismo a la presentación. — Sacó la varita y apuntó. — ¡Nox! — Y las luces de las sala se apagaron. Ciertamente eso ayudaba muchísimo a que se vieran bien las judías formando eternamente el símbolo de infinito. Puso delicadamente el tarro en el suelo y se arrodilló junto a él. — ¿Es un símbolo del infinito, del Todo? — Preguntó Anne emocionada. Alice asintió. — Sí, y las judías son de los colores de los elementos, y Monica las ha hechizado para que hagan permanentemente el movimiento del infinito. — ¿Y cómo has hecho que brillen? — Siguió preguntando la prefecta, que parecía encantada. — Con un alga luminiscente que conozco de La Provenza. — Levantó la mirada hacia Marcus. — Este verano te llevo a la cueva para que lo veas. — Y la decir eso se quedó mirando la cara de su amigo, iluminada por los colores de los elementos, y se quedó ahí, mirándole simplemente, admirando como se reflejaban las luces en su rostro, contenta simplemente de que hubieran podido crear algo, y casi se le olvidaba que estaban Monica y Anne en la sala con ellos. Pero Monica chasqueó la lengua y rompió el momento. — Hay que fastidiarse. ¿Y ahora quién ha ganado? Odio los empates técnicos. — Lo cierto es que le daba un poco igual, ella estaba extasiada con su proyecto, el pajarito y su amigo.
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Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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Un pequeño detalle CON Alice EN Aula de trabajo A LAS 16:00h, 4 de diciembre 1996 |
Puso una sonrisa radiante ante la reacción de Alice. Sabía que le gustaría. – He intentado limpiarlo lo más posible, pero creo que aún mancha un poquito. – No trabajo bien bajo presión, refunfuñó mentalmente, aunque no dijo nada, solo miró de reojo a Monica. Lo colocó en las manos de la chica y siguió hablando. – ¡Sí! Y mira, se ven las vetas de la madera. Cuando consiga encantarlo, quizás pueda hacer que las patitas vayan dejando su huella, como si fueran un sello. Podría ser tu sello. – Dijo con una risita. Volvió a tomar el pajarito para que Alice tuviera las manos libres para enseñar lo suyo y se puso junto a Anne, mirándola con adoración. La chica le guiñó un ojo de vuelta. Habían hecho algo perfecto y a Alice le había gustado, no podía estar más contento.
Estaba intrigado por ver qué habían hecho Monica y Alice, porque seguro que era algo muy distinto a lo que habían hecho ellos. Ya se sorprendió de entrada cuando la mayor apagó las luces, abriendo mucho los ojos. Vaya, con espectáculo del entorno incluido, eso daba puntos a favor. Entonces Alice se arrodilló en el suelo y lo enseñó. Marcus abrió los ojos más todavía, agachándose para verlo también. – ¡¡Como mola!! – Podía no saber lo que Monica y Alice iban a hacer, pero lo que estaba seguro era que iba a molar, fuera lo que fuera. No defraudó. ¡Y encima también iba relacionado con la alquimia! Estaba encantado. Anne ya estaba haciendo todas las preguntas por él, que solo tenía ojos para mirar a las judías moviéndose eternamente en el símbolo del infinito. Parpadeó y miró a Alice. – ¿Dices que hay un alga que brilla? – Alucinó. ¿Cómo no lo había visto cuando fue en verano? Ah, porque estaba en una cueva. Sonrió ante la propuesta y dijo. – ¡¡Vale!! – Cuidado con las cuevas, que las carga el diablo. - Dijo Monica, y seguidamente oyó un carraspeo reprobatorio por parte de la prefecta. Definitivamente, no se estaba enterando de nada. Cosas de gente mayor, supuso.
Se había quedado mirando hipnotizado el tarro, y a su alrededor se había creado un silencio del que no se estaba dando ni cuenta. Cuando Marcus se concentraba en algo, cuando algo captaba su atención, se perdía. Y ahora solo podía pensar en la técnica que las chicas habrían usado para conseguir eso, en como se haría, en de qué estarían echas esas algas, en si se pararían alguna vez, en si habría que sustituir a las judías cuando se pusieran malas o estaban ya eternamente así, pero en ese caso sería que estaban transmutadas con alquimia... En fin, miles de preguntas en su cabeza, y en cuanto Monica rompió el silencio, miró a Alice y dijo. – Tenemos que enseñárselo a mi abuelo en Navidad. Le va a encantar. – Porque, claramente, si alguien iba a valorar eso y a responder todas sus preguntas, era Lawrence. - Un empate me parece un resultado justo en este caso. - Dijo Anne, aunque Monica bufó. La prefecta continuó con su alegato. - No todo puede ser competitividad en esta vida. Lo que queríamos demostrar es que ambos, aunque tengamos modos de proceder diferentes y nuestro pensamiento discurra distinto, podemos crear cosas maravillosas. Que somos distintos tipos de Ravenclaw, pero Ravenclaw al fin y al cabo. Y que cuando dos cosas son tan diferentes, no se deben comparar, solo hay que valorar lo bueno que hay en cada una de ellas, lo que aporta a la otra. - En otras palabras, que creías que ibas a ganar de calle y te has quedado flipando con nuestro experimento. - Contestó Monica. Anne suspiró, rodando sus enormes ojos con una sonrisilla de lado. - El objetivo era poner nuestras capacidades a prueba, saber que el trabajo en equipo siempre es mejor... - Miró significativamente a Alice. - ...Comprender que no hace falta hacerlo todo milimétricamente estandarizado para crear algo perfecto... - Le miró a él. - Y aprender con ello. Objetivos cumplidos más que de sobra. - Marcus sonrió. Sí, ahí tenía toda la razón. Era tan sabia...
- ¡Lumos! - Dijo Anne, apuntando al techo y haciendo que la luz volviera otra vez. - Bueno, yo creo que ya deberíamos ir recogiendo, que hay muchas cosas que hacer. -¿Qué cosas tienes tú que hacer? - Anne miró a Monica con los brazos en jarra y una expresión de madre enfadada. - Como se nota la buena vida. Faltan quince días para la fiesta de Navidad del colegio, ¿sabes quienes la están montando? Tú no, desde luego. Ni otros que me conozco yo que a la que pueden se escaquean... - Yo por otros no hablo, pero en lo que a mí respecta... - Monica soltó una carcajada seca y añadió. - Creo que ya has estado en fiestas preparadas por mí. Cuando quieras, colaboro con esta. - No, gracias. No quiero un incendio en mi último año. - En lo que las otras se tiraban pullas, Marcus se puso de pie y se acercó a Alice. – Toma. Quédatelo tú. Te gustan mucho los pajaritos. – Le tendió el objeto a la chica y sonrió. – Voy a informarme de como hacer que vuele, y antes de que salgamos del castillo... Lo conseguiré. Tú guárdalo hasta entonces. Quizás hasta puedo entrenarlo para que vaya de uno a otro. Sería nuestro propio pajarito mensajero. – Dijo con una risita. Esperaba que Elio no se encelara por eso. A ver, no era una lechuza de verdad, solo era un juguete... – ¿Qué te parece? –
Estaba intrigado por ver qué habían hecho Monica y Alice, porque seguro que era algo muy distinto a lo que habían hecho ellos. Ya se sorprendió de entrada cuando la mayor apagó las luces, abriendo mucho los ojos. Vaya, con espectáculo del entorno incluido, eso daba puntos a favor. Entonces Alice se arrodilló en el suelo y lo enseñó. Marcus abrió los ojos más todavía, agachándose para verlo también. – ¡¡Como mola!! – Podía no saber lo que Monica y Alice iban a hacer, pero lo que estaba seguro era que iba a molar, fuera lo que fuera. No defraudó. ¡Y encima también iba relacionado con la alquimia! Estaba encantado. Anne ya estaba haciendo todas las preguntas por él, que solo tenía ojos para mirar a las judías moviéndose eternamente en el símbolo del infinito. Parpadeó y miró a Alice. – ¿Dices que hay un alga que brilla? – Alucinó. ¿Cómo no lo había visto cuando fue en verano? Ah, porque estaba en una cueva. Sonrió ante la propuesta y dijo. – ¡¡Vale!! – Cuidado con las cuevas, que las carga el diablo. - Dijo Monica, y seguidamente oyó un carraspeo reprobatorio por parte de la prefecta. Definitivamente, no se estaba enterando de nada. Cosas de gente mayor, supuso.
Se había quedado mirando hipnotizado el tarro, y a su alrededor se había creado un silencio del que no se estaba dando ni cuenta. Cuando Marcus se concentraba en algo, cuando algo captaba su atención, se perdía. Y ahora solo podía pensar en la técnica que las chicas habrían usado para conseguir eso, en como se haría, en de qué estarían echas esas algas, en si se pararían alguna vez, en si habría que sustituir a las judías cuando se pusieran malas o estaban ya eternamente así, pero en ese caso sería que estaban transmutadas con alquimia... En fin, miles de preguntas en su cabeza, y en cuanto Monica rompió el silencio, miró a Alice y dijo. – Tenemos que enseñárselo a mi abuelo en Navidad. Le va a encantar. – Porque, claramente, si alguien iba a valorar eso y a responder todas sus preguntas, era Lawrence. - Un empate me parece un resultado justo en este caso. - Dijo Anne, aunque Monica bufó. La prefecta continuó con su alegato. - No todo puede ser competitividad en esta vida. Lo que queríamos demostrar es que ambos, aunque tengamos modos de proceder diferentes y nuestro pensamiento discurra distinto, podemos crear cosas maravillosas. Que somos distintos tipos de Ravenclaw, pero Ravenclaw al fin y al cabo. Y que cuando dos cosas son tan diferentes, no se deben comparar, solo hay que valorar lo bueno que hay en cada una de ellas, lo que aporta a la otra. - En otras palabras, que creías que ibas a ganar de calle y te has quedado flipando con nuestro experimento. - Contestó Monica. Anne suspiró, rodando sus enormes ojos con una sonrisilla de lado. - El objetivo era poner nuestras capacidades a prueba, saber que el trabajo en equipo siempre es mejor... - Miró significativamente a Alice. - ...Comprender que no hace falta hacerlo todo milimétricamente estandarizado para crear algo perfecto... - Le miró a él. - Y aprender con ello. Objetivos cumplidos más que de sobra. - Marcus sonrió. Sí, ahí tenía toda la razón. Era tan sabia...
- ¡Lumos! - Dijo Anne, apuntando al techo y haciendo que la luz volviera otra vez. - Bueno, yo creo que ya deberíamos ir recogiendo, que hay muchas cosas que hacer. -¿Qué cosas tienes tú que hacer? - Anne miró a Monica con los brazos en jarra y una expresión de madre enfadada. - Como se nota la buena vida. Faltan quince días para la fiesta de Navidad del colegio, ¿sabes quienes la están montando? Tú no, desde luego. Ni otros que me conozco yo que a la que pueden se escaquean... - Yo por otros no hablo, pero en lo que a mí respecta... - Monica soltó una carcajada seca y añadió. - Creo que ya has estado en fiestas preparadas por mí. Cuando quieras, colaboro con esta. - No, gracias. No quiero un incendio en mi último año. - En lo que las otras se tiraban pullas, Marcus se puso de pie y se acercó a Alice. – Toma. Quédatelo tú. Te gustan mucho los pajaritos. – Le tendió el objeto a la chica y sonrió. – Voy a informarme de como hacer que vuele, y antes de que salgamos del castillo... Lo conseguiré. Tú guárdalo hasta entonces. Quizás hasta puedo entrenarlo para que vaya de uno a otro. Sería nuestro propio pajarito mensajero. – Dijo con una risita. Esperaba que Elio no se encelara por eso. A ver, no era una lechuza de verdad, solo era un juguete... – ¿Qué te parece? –
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Un pequeño detalle CON Marcus EN Aula de trabajo A LAS 16:00, 4 de diciembre de 1996 |
Estaba segura de que los ojos le brillaron como si les hubiera encendido una bombilla. — ¿En serio es para mí? Me encantaría que fuera mi sello, claro que sí. — Es que solo Marcus sabía hacer esas cosas para ella, no había nadie en el mundo que la entendiera y la conociera tan bien, por eso era su mejor amigo, dijera Monica lo que dijera. Asintió a lo del abuelo. — ¡Sí! A ver si no se ponen malas para entonces, quizás él te las puede destilar con alquimia, y así te lo quedas y te dura para siempre. — Dijo con una sonrisa. Qué menos que darle el tarrito, si de hecho, lo había hecho así por él. Acarició el pajarito con cariño y dijo. — Lo voy a guardar como un tesoro, y en cuanto aprendamos, lo enseñamos a volver. Sería super guay tener un mensajero solo para nosotros. — La Condesa maulló a su lado, como reclamando su sitio. — Sí, tú también Condesa Olenska, y Elio, pero vosotros os cansáis y os gusta jugar. Este es de juguete, ¿ves? — Dijo enseñándoselo en sus manos, para que lo olisqueara.
Atendió a lo que dijo Anne. — Es verdad, Monica, al final hemos ganado todos, mira yo tengo un pajarito, y a Marcus le encanta el bote, y Anne y tú habéis demostrado que sois muy buenas brujas. — Pero las chicas se habían puesto a picarse con lo de Navidad, y eso le hizo reír e inclinarse hacia Marcus. —Tú has estado ayudando, ¿no? Yo también quiero. — Anne les señaló. — ¿Ves? Esta es la actitud. — Monica hizo una pedorreta. — Oye, que yo como me lo proponga me monto la fiesta de navidad más flipante que se haya visto en Hogwarts, chavales. — Lo que es no haber aprendido nada... — Dijo Anne cruzándose de brazos. — Y luego dirá ella que es muy Ravenclaw, hay que fastidiarse. — Alice y Marcus estaban partidos de risa a esas alturas. — Ah, os hace mucha gracia ¿eh? Pues vais a ver que yo puedo sola con todo, de hecho voy a... — Monica... — Los cuatro se giraron de golpe. A Alice se le pusieron las mejilla ardientes y le salió aquella sonrisita que solo se le ponía cuando andaba el prefecto Graves cerca.
—Hola, Howard... — ¿Cómo sabías que estábamos aquí? — Preguntó Monica cruzándose de brazos y repentinamente circunspecta. Graves se acercó con media sonrisilla, mirándola, como si estuviera planeando algo. — Un prefecto siempre sabe dónde encontrar lo que está buscando. — Eso hizo que a Alice le hicieran los ojos chiribitas. Si es que era tan guapo y decía esas cosas... — Oh, por favor, que están aquí los niños. — Dijo Anne con impaciencia. — A mí me da igual quién esté, yo tengo algo que hacer. Acabo de comprometerme con Anne a hacer cosas de Navidad. Y Marcus y Gal vienen conmigo, ¿a que sí? Ya ves estamos liados ahora mismo — Se giró a Howard y dijo significativamente. — Porque soy una tía guay, ¿a que sí Gal? — Pero Alice se había quedado sin palabras observando aquella trama que parecía más complicada de lo que pudiera traslucir a primer avista. — Hola, chicos. — Dijo Howard, reparando por primera vez en ellos. Marcus se había acercado a hablar con él, pero Alice se dedicó a mirar a Monica. Seguiría usando un tono altivo, pero venia la tristeza en sus ojos, y Howard también estaba raro. Siempre le había dado mucha rabia que le sonriera de aquella forma, pero ahora lo pensaba y... Casi que era mejor eso que lo que veía ahora. — ¡Howard! — Saltó ella. Cogió el tarro y subió hacia arriba con las manos, para ponerlo a su altura. — ¿Ves? Me lo ha hecho Monica. Y me ha salvado del tarro, que me he metido en él sin querer... Es... — Se giró y la miró torciendo la sonrisa. — Es la tía más guay del castillo, con tu permiso, prefecta, que también eres genial. Pero yo creo que para Howard, Monica es más genial todavía. — Anne sonrió y alzó una ceja. — Sí, ¿eh? — Puso las manos tras la espalda de Marcus y Alice dijo. — Venga, ¿quién se apunta a ayudarme con las decoraciones de Navidad? — Monica le tiró de una coleta suavecito, con una sonrisa. — Tú si que eres una tía guay, Gal. — Había algo en sus estómago que dolía un poco. Algo así como la sensación de que en verdad Howard nunca iba a ser para ella, y quizá nunca lo había querido como tal. Aunque le gustara mirarle y pensar que era guapo y perfecto. Y todo ello se veía superado por el resto de emociones. — Sí que es guay. — Dijo Howard tirándole de la otra coleta. Ella se giró hacia la prefecta y dijo. — Y podemos ir con el prefecto de Slytherin, igual nos ayuda muy bien. — Sí, que no se le había escapado que también había telita con aquel.
Atendió a lo que dijo Anne. — Es verdad, Monica, al final hemos ganado todos, mira yo tengo un pajarito, y a Marcus le encanta el bote, y Anne y tú habéis demostrado que sois muy buenas brujas. — Pero las chicas se habían puesto a picarse con lo de Navidad, y eso le hizo reír e inclinarse hacia Marcus. —Tú has estado ayudando, ¿no? Yo también quiero. — Anne les señaló. — ¿Ves? Esta es la actitud. — Monica hizo una pedorreta. — Oye, que yo como me lo proponga me monto la fiesta de navidad más flipante que se haya visto en Hogwarts, chavales. — Lo que es no haber aprendido nada... — Dijo Anne cruzándose de brazos. — Y luego dirá ella que es muy Ravenclaw, hay que fastidiarse. — Alice y Marcus estaban partidos de risa a esas alturas. — Ah, os hace mucha gracia ¿eh? Pues vais a ver que yo puedo sola con todo, de hecho voy a... — Monica... — Los cuatro se giraron de golpe. A Alice se le pusieron las mejilla ardientes y le salió aquella sonrisita que solo se le ponía cuando andaba el prefecto Graves cerca.
—Hola, Howard... — ¿Cómo sabías que estábamos aquí? — Preguntó Monica cruzándose de brazos y repentinamente circunspecta. Graves se acercó con media sonrisilla, mirándola, como si estuviera planeando algo. — Un prefecto siempre sabe dónde encontrar lo que está buscando. — Eso hizo que a Alice le hicieran los ojos chiribitas. Si es que era tan guapo y decía esas cosas... — Oh, por favor, que están aquí los niños. — Dijo Anne con impaciencia. — A mí me da igual quién esté, yo tengo algo que hacer. Acabo de comprometerme con Anne a hacer cosas de Navidad. Y Marcus y Gal vienen conmigo, ¿a que sí? Ya ves estamos liados ahora mismo — Se giró a Howard y dijo significativamente. — Porque soy una tía guay, ¿a que sí Gal? — Pero Alice se había quedado sin palabras observando aquella trama que parecía más complicada de lo que pudiera traslucir a primer avista. — Hola, chicos. — Dijo Howard, reparando por primera vez en ellos. Marcus se había acercado a hablar con él, pero Alice se dedicó a mirar a Monica. Seguiría usando un tono altivo, pero venia la tristeza en sus ojos, y Howard también estaba raro. Siempre le había dado mucha rabia que le sonriera de aquella forma, pero ahora lo pensaba y... Casi que era mejor eso que lo que veía ahora. — ¡Howard! — Saltó ella. Cogió el tarro y subió hacia arriba con las manos, para ponerlo a su altura. — ¿Ves? Me lo ha hecho Monica. Y me ha salvado del tarro, que me he metido en él sin querer... Es... — Se giró y la miró torciendo la sonrisa. — Es la tía más guay del castillo, con tu permiso, prefecta, que también eres genial. Pero yo creo que para Howard, Monica es más genial todavía. — Anne sonrió y alzó una ceja. — Sí, ¿eh? — Puso las manos tras la espalda de Marcus y Alice dijo. — Venga, ¿quién se apunta a ayudarme con las decoraciones de Navidad? — Monica le tiró de una coleta suavecito, con una sonrisa. — Tú si que eres una tía guay, Gal. — Había algo en sus estómago que dolía un poco. Algo así como la sensación de que en verdad Howard nunca iba a ser para ella, y quizá nunca lo había querido como tal. Aunque le gustara mirarle y pensar que era guapo y perfecto. Y todo ello se veía superado por el resto de emociones. — Sí que es guay. — Dijo Howard tirándole de la otra coleta. Ella se giró hacia la prefecta y dijo. — Y podemos ir con el prefecto de Slytherin, igual nos ayuda muy bien. — Sí, que no se le había escapado que también había telita con aquel.
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Un pequeño detalle CON Alice EN Aula de trabajo A LAS 16:00h, 4 de diciembre 1996 |
Abrió mucho los ojos. – ¿Te imaginas? Si durara para siempre, podría tenerlo como lamparita en mi propio taller de alquimia. La lámpara más alquímica del mundo. –Dijo entre risas, mirando el tarro. La verdad es que era todo genial, las chicas tenían razón. Los dos se habían esforzado mucho y, al final, cada uno se había llevado un regalito. Si es que Anne solo tenía buenas ideas... Aunque esa había sido de Monica, ¿no? Bueno, eran dos chicas muy guays y muy listas (aunque Marcus estuviera especialmente obnubilado por la prefecta).
Las mayores se estaban picando con lo de la fiesta y Marcus las miraba de reojo, con un poquito de curiosidad, pero sin querer meterse mucho porque era una conversación entre mayores en la que él no estaba invitado, así que centró sus atenciones en seguir mirando el bote de judías. Al menos hasta que Alice le habló. No le dio tiempo a contestar, porque de repente ambos fueron incluidos en la conversación de las alumnas de séptimo. Parpadeó varias veces, frunció los labios para aguantarse la risa y esta vez fue a Alice a quien miró de reojo. Pero su amiga estaba ya a carcajada limpia, así que él tampoco se pudo contener. Era particularmente divertido ver a dos mayores picándose de esa forma.
Estaban en mitad de su risa cuando Monica fue a decirles algo... Pero alguien interrumpió. Marcus reconoció la voz inmediatamente, por supuesto, le escuchaba todos los días. Se giró y le miró como si hubiera visto a un dios apareciendo por allí... Como si no le viera todos los días. Sonrió ampliamente, sin querer interrumpir, porque insistía, los mayores estaban hablando. "Un prefecto siempre sabe dónde encontrar lo que está buscando". Oh, qué buena frase, se la pensaba apuntar. Asintió sonriente y erguido cuando Monica dijo que iban con ella a ayudar en la fiesta, ¡qué importante se sentía colaborando en la organización de la fiesta de Navidad, que era para todo el castillo, codo con codo con los alumnos de séptimo! Algún día, él sería prefecto y se llevaría a los alumnos de primero y segundo con él, seguro que les daba una alegría. Él estaba que no cabía en sí, desde luego. En cuanto Howard les saludó (vaya, sí que había tardado en verles), dio un saltito para ponerse a su lado. – ¡Hola, Howard! No sabes lo que te has perdido, te tengo que poner al día de una de cosas... ¡Pero mira! – Mostró el bote de judías y luego señaló al pajarito que tenía Alice en las manos. – ¡Y mira! Este lo ha hecho Alice con Monica, y ese lo hemos hecho Anne y yo. Luego te explico todo. – ¡Qué guay, colega! - Respondió el chico, revolviéndole el pelo. - Vaya, sí que me hubiera gustado estar... - Añadió, aunque esta vez no le miró a él, sino a Monica. Espera, él siempre decía que Monica era su mejor amiga... Le daba en la nariz de que esos se gustaban o algo...
Alice en seguida se puso a su lado para enseñarle ella también lo que habían hecho. Frunció los labios para aguantarse la risa. Su amiga no se cortaba ni un pelo, mientras él discernía si Howard y Monica se gustaban, ella ya estaba directamente emparejándolos. Las cosas de Alice. Miró de reojo al prefecto, y este seguía mirando a la chica del pelo rosa. Vaya... Te comprendo. A mí también me gusta una chica con el pelo raro, pensó. Aunque no eran tan amigos. ¿No sería un poco raro que te gustara tu mejor amiga? Miró a Alice. Él la quería mucho y pasaban mucho tiempo juntos, pero... Sacudió la cabeza. ¿Qué hacía pensando esas cosas? Pues como no era ya el día lo suficientemente raro con lo que llevaban, como para ponerse a rayarse más.
Le hizo gracia que tirara cada uno de una coleta de Alice. Él, por su parte, miró a Anne con cara de estar más dispuesto a ayudar que en toda su vida. La referencia al prefecto de Slytherin le extrañó un poco, aunque no tardó en subirse al carro. – ¡Uy, sí! No te lo he contado, ha hecho un hechizo con mi... – Pero se detuvo en el discurso, porque Monica estaba riéndose a carcajadas, y Howard se estaba tapando la boca con una mano. - ¿Vais a parar? - Preguntó Anne, cruzada de brazos y con cara de hastío. Rodó los ojos y miró a Alice. - Sí, el prefecto de Slytherin va a venir porque, en teoría... - Miró a Howard significativamente y enfatizó la siguiente frase. - ...Todos los prefectos tienen que colaborar. -Eh, que un prefecto tiene muchas labores que atender. Estaba con otras. - Ya... - Suspiró Anne, que no pareció creérselo mucho. - Has interrumpido al pobre Marcus, que estaba contando una cosa sobre el prefecto de Slytherin. - Dijo Howard, pasándole un brazo por encima de los hombros, lo cual le hizo sonreír ampliamente. Vio como Anne rodaba los ojos y mascullaba algo por lo bajo, pero Monica se estaba aguantando la risa. – ¡Sí! ¿Te acuerdas del muñeco de nieve que quería encantar en todas las servilletas de los alumnos? – Como si no hubiéramos hablado de otra cosa en la última semana. - Contestó Howard, que miraba a Monica de reojo como si quisiera comprobar que estaba en la conversación con ellos. La chica estaba mirando a otra parte, pero apretaba los labios para no reírse. Marcus no captó el posible tono bromista y continuó. – Pues teníamos el problema de que son muchas servilletas, ¡pero! El prefecto de Slytherin ha hecho un hechizo y ha calcado el muñeco en todas las demás. ¡¡Y mantiene el encantamiento!! – ¡¡No me digas!! – ¡¡Sí!! Nos va a ahorrar un montón de trabajo. – Ya veo. Aunque me pregunto para qué quiere el prefecto de Slytherin un hechizo de copiado tan bueno. - Gracias. - Contestó Anne, que iba caminando tras ellos junto a Monica. - Según él, porque hay que conocerse las trampas desde dentro para poder pillarlas mejor. - La prefecta se cruzó de brazos y añadió. - Yo no me lo creo. - Marcus, en cambio, esbozó una mueca y se quedó pensando. Sonaba bastante a excusa, ciertamente, pero... No le parecía mala estrategia, la verdad.
- A lo mejor es verdad. Algunos es que no estamos hechos para las travesuras, por eso nos viene bien tener gente traviesa cerca que nos ayude... - ¡Tss! - Chistó Monica de fondo, mirando de nuevo a otra parte. Pero Howard, después de mirarla de soslayo, siguió. - Toma nota, Marcus: es valor de un buen prefecto, y de una buena persona en general, saber pedir ayuda cuando hace falta. - Creí que los que erais perfectos no necesitabais la ayuda de nadie... - Murmuró Monica con tono desdeñoso, en teoría en voz baja, pero se la escuchó perfectamente. Anne le dio un golpecito en el brazo y la otra rodó los ojos. - Perdón, ¿he dicho perfecto? Quería decir prefecto. Me habré equivocado, como me equivoco tanto... - Tía, ya vale. Esto es absurdo. - Susurró Anne reprobatoriamente, pero Marcus había vuelto a captar que esa conversación era privada y decidió mirar a Howard otra vez. El chico parecía un tanto contrariado... Así que intentó animarle. – ¡Estoy de acuerdo! De hecho, yo he ido a pedirle ayuda a Anne. – Se asomó por el lado del prefecto para mirar a Alice y dijo. – Porque aquí mi amiga se ha quedado encerrada en un tarro. ¿Te lo puedes creer? Un día me va a matar de un susto. – Howard soltó una carcajada y le revolvió el pelo. - Anda, anda, menos quejas. - Miró entonces él a Alice y añadió. - ¿No te ha dicho tu amigo que está siempre hablando de ti? - Marcus se encogió de hombros con normalidad. – Ya lo sabe, es mi mejor amiga. Pero una cosa no quita la otra... – En eso tienes toda la razón. Hay veces... - Ahora fue Howard quien alzó sospechosamente la voz, como si quisiera que las otras dos se enteraran de lo que decía. - Que uno quiere mucho a alguien, y cuando ese alguien se mete en líos, nos asusta. Y tenemos que decírselo, porque no queremos que se hagan daño, ¿a que no? - Marcus negó con la cabeza, y miró luego a Alice. ¡Si eso es lo que él decía siempre! El prefecto asintió y continuó. - Pero a pesar de los sustos... ¿A que no podrías pasar un día sin sus diabluras en el castillo? - Le dio un codazo de colegueo y dijo. - Venga, reconócelo. Nos vuelven un poquito locos, pero también nos dan vidilla. - Howard estaba mirando de reojo hacia atrás, pero Marcus solo captó la lectura que iba dirigida a él. Sonrió y, estirando la mano para agarrar la de su amiga, dijo mirándola. – Sí que nos la dan. –
Las mayores se estaban picando con lo de la fiesta y Marcus las miraba de reojo, con un poquito de curiosidad, pero sin querer meterse mucho porque era una conversación entre mayores en la que él no estaba invitado, así que centró sus atenciones en seguir mirando el bote de judías. Al menos hasta que Alice le habló. No le dio tiempo a contestar, porque de repente ambos fueron incluidos en la conversación de las alumnas de séptimo. Parpadeó varias veces, frunció los labios para aguantarse la risa y esta vez fue a Alice a quien miró de reojo. Pero su amiga estaba ya a carcajada limpia, así que él tampoco se pudo contener. Era particularmente divertido ver a dos mayores picándose de esa forma.
Estaban en mitad de su risa cuando Monica fue a decirles algo... Pero alguien interrumpió. Marcus reconoció la voz inmediatamente, por supuesto, le escuchaba todos los días. Se giró y le miró como si hubiera visto a un dios apareciendo por allí... Como si no le viera todos los días. Sonrió ampliamente, sin querer interrumpir, porque insistía, los mayores estaban hablando. "Un prefecto siempre sabe dónde encontrar lo que está buscando". Oh, qué buena frase, se la pensaba apuntar. Asintió sonriente y erguido cuando Monica dijo que iban con ella a ayudar en la fiesta, ¡qué importante se sentía colaborando en la organización de la fiesta de Navidad, que era para todo el castillo, codo con codo con los alumnos de séptimo! Algún día, él sería prefecto y se llevaría a los alumnos de primero y segundo con él, seguro que les daba una alegría. Él estaba que no cabía en sí, desde luego. En cuanto Howard les saludó (vaya, sí que había tardado en verles), dio un saltito para ponerse a su lado. – ¡Hola, Howard! No sabes lo que te has perdido, te tengo que poner al día de una de cosas... ¡Pero mira! – Mostró el bote de judías y luego señaló al pajarito que tenía Alice en las manos. – ¡Y mira! Este lo ha hecho Alice con Monica, y ese lo hemos hecho Anne y yo. Luego te explico todo. – ¡Qué guay, colega! - Respondió el chico, revolviéndole el pelo. - Vaya, sí que me hubiera gustado estar... - Añadió, aunque esta vez no le miró a él, sino a Monica. Espera, él siempre decía que Monica era su mejor amiga... Le daba en la nariz de que esos se gustaban o algo...
Alice en seguida se puso a su lado para enseñarle ella también lo que habían hecho. Frunció los labios para aguantarse la risa. Su amiga no se cortaba ni un pelo, mientras él discernía si Howard y Monica se gustaban, ella ya estaba directamente emparejándolos. Las cosas de Alice. Miró de reojo al prefecto, y este seguía mirando a la chica del pelo rosa. Vaya... Te comprendo. A mí también me gusta una chica con el pelo raro, pensó. Aunque no eran tan amigos. ¿No sería un poco raro que te gustara tu mejor amiga? Miró a Alice. Él la quería mucho y pasaban mucho tiempo juntos, pero... Sacudió la cabeza. ¿Qué hacía pensando esas cosas? Pues como no era ya el día lo suficientemente raro con lo que llevaban, como para ponerse a rayarse más.
Le hizo gracia que tirara cada uno de una coleta de Alice. Él, por su parte, miró a Anne con cara de estar más dispuesto a ayudar que en toda su vida. La referencia al prefecto de Slytherin le extrañó un poco, aunque no tardó en subirse al carro. – ¡Uy, sí! No te lo he contado, ha hecho un hechizo con mi... – Pero se detuvo en el discurso, porque Monica estaba riéndose a carcajadas, y Howard se estaba tapando la boca con una mano. - ¿Vais a parar? - Preguntó Anne, cruzada de brazos y con cara de hastío. Rodó los ojos y miró a Alice. - Sí, el prefecto de Slytherin va a venir porque, en teoría... - Miró a Howard significativamente y enfatizó la siguiente frase. - ...Todos los prefectos tienen que colaborar. -Eh, que un prefecto tiene muchas labores que atender. Estaba con otras. - Ya... - Suspiró Anne, que no pareció creérselo mucho. - Has interrumpido al pobre Marcus, que estaba contando una cosa sobre el prefecto de Slytherin. - Dijo Howard, pasándole un brazo por encima de los hombros, lo cual le hizo sonreír ampliamente. Vio como Anne rodaba los ojos y mascullaba algo por lo bajo, pero Monica se estaba aguantando la risa. – ¡Sí! ¿Te acuerdas del muñeco de nieve que quería encantar en todas las servilletas de los alumnos? – Como si no hubiéramos hablado de otra cosa en la última semana. - Contestó Howard, que miraba a Monica de reojo como si quisiera comprobar que estaba en la conversación con ellos. La chica estaba mirando a otra parte, pero apretaba los labios para no reírse. Marcus no captó el posible tono bromista y continuó. – Pues teníamos el problema de que son muchas servilletas, ¡pero! El prefecto de Slytherin ha hecho un hechizo y ha calcado el muñeco en todas las demás. ¡¡Y mantiene el encantamiento!! – ¡¡No me digas!! – ¡¡Sí!! Nos va a ahorrar un montón de trabajo. – Ya veo. Aunque me pregunto para qué quiere el prefecto de Slytherin un hechizo de copiado tan bueno. - Gracias. - Contestó Anne, que iba caminando tras ellos junto a Monica. - Según él, porque hay que conocerse las trampas desde dentro para poder pillarlas mejor. - La prefecta se cruzó de brazos y añadió. - Yo no me lo creo. - Marcus, en cambio, esbozó una mueca y se quedó pensando. Sonaba bastante a excusa, ciertamente, pero... No le parecía mala estrategia, la verdad.
- A lo mejor es verdad. Algunos es que no estamos hechos para las travesuras, por eso nos viene bien tener gente traviesa cerca que nos ayude... - ¡Tss! - Chistó Monica de fondo, mirando de nuevo a otra parte. Pero Howard, después de mirarla de soslayo, siguió. - Toma nota, Marcus: es valor de un buen prefecto, y de una buena persona en general, saber pedir ayuda cuando hace falta. - Creí que los que erais perfectos no necesitabais la ayuda de nadie... - Murmuró Monica con tono desdeñoso, en teoría en voz baja, pero se la escuchó perfectamente. Anne le dio un golpecito en el brazo y la otra rodó los ojos. - Perdón, ¿he dicho perfecto? Quería decir prefecto. Me habré equivocado, como me equivoco tanto... - Tía, ya vale. Esto es absurdo. - Susurró Anne reprobatoriamente, pero Marcus había vuelto a captar que esa conversación era privada y decidió mirar a Howard otra vez. El chico parecía un tanto contrariado... Así que intentó animarle. – ¡Estoy de acuerdo! De hecho, yo he ido a pedirle ayuda a Anne. – Se asomó por el lado del prefecto para mirar a Alice y dijo. – Porque aquí mi amiga se ha quedado encerrada en un tarro. ¿Te lo puedes creer? Un día me va a matar de un susto. – Howard soltó una carcajada y le revolvió el pelo. - Anda, anda, menos quejas. - Miró entonces él a Alice y añadió. - ¿No te ha dicho tu amigo que está siempre hablando de ti? - Marcus se encogió de hombros con normalidad. – Ya lo sabe, es mi mejor amiga. Pero una cosa no quita la otra... – En eso tienes toda la razón. Hay veces... - Ahora fue Howard quien alzó sospechosamente la voz, como si quisiera que las otras dos se enteraran de lo que decía. - Que uno quiere mucho a alguien, y cuando ese alguien se mete en líos, nos asusta. Y tenemos que decírselo, porque no queremos que se hagan daño, ¿a que no? - Marcus negó con la cabeza, y miró luego a Alice. ¡Si eso es lo que él decía siempre! El prefecto asintió y continuó. - Pero a pesar de los sustos... ¿A que no podrías pasar un día sin sus diabluras en el castillo? - Le dio un codazo de colegueo y dijo. - Venga, reconócelo. Nos vuelven un poquito locos, pero también nos dan vidilla. - Howard estaba mirando de reojo hacia atrás, pero Marcus solo captó la lectura que iba dirigida a él. Sonrió y, estirando la mano para agarrar la de su amiga, dijo mirándola. – Sí que nos la dan. –
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