— ¡Papi! — Se detuvo instantáneamente, parpadeando, y miró a Alice. — ¿Has oído…? — ¡Mami! — Efectivamente: Larry. Maldita sea, tenía que llamarles justo en “ese” momento. Pero tenía esa vocecilla que se le ponía cuando estaba asustado, así que saltó de la cama y empezó a revolver, buscando su ropa, o al menos lo suficiente como para taparse de cintura para abajo. Había dejado a la pobre Alice un poco tirada, pero su niño le estaba llamando, y a Marcus se le cerraba la razón cuando eso pasaba, sobre todo si tenía miedo. Él había sido un niño miedoso, no quería que Larry pasara por eso, ¿qué clase de padre sería?

— ¡Papi! — Salió apresurado al pasillo, aún abrochándose el pantalón, y ya estaba el niño en mitad, dirección dormitorio. Menos mal que llevaba tantos años echando ciertos hechizos que, igualmente, no hubiera llegado a ver u oír nada, pero aún así ese renacuajo había avanzado ya bastante.

— ¡Ey, colega! ¿Qué haces levantado? — Le preguntó a su hijo, tratando de controlar la respiración y arrodillándose delante de él. El niño bajó la cabeza con un pucherito. — He tenido una pesadilla muy fea. — Vaya… — Dijo con comprensión. El niño asintió con gravedad, al borde de las lágrimas. — ¿Me la quieres contar? — Sin levantar la mirada y con la misma expresión penosa, negó. — ¿Sigues teniendo miedo? — Asintió. Marcus frunció los labios. — ¿Me voy contigo a tu cuarto y te leo un cuento? — Eso solía surtir bastante efecto habitualmente, pero no parecía ser el caso. — Mi cuarto está muy oscuro. — Eso, en el idioma de Larry, era que no quería volver. No tardó en confirmárselo. — ¿Puedo dormir con mamá y contigo? — Echó un poco de aire por la boca. Pues se acabó la fiesta esa noche, porque Marcus a esa carita no podía decirle que no.

Se sentó en el suelo para poder mirarle de frente. — ¿De verdad no quieres dormir en tu cama? — El niño arrugó los labios y ya le estaba viendo los ojitos brillando. Pues nada, era su último intento, así que suspiró y le dijo. — Ven conmigo. — Y Larry no tardó ni dos segundos en engancharse a su cuello y treparle como un koala. — Vamos entonces a dormir con mami. — Y eso último lo dijo lo suficientemente alto como para que Alice lo escuchara, vaya que no le hubiera dado por vestirse en su ausencia.

Entró en el dormitorio y miró a su mujer, arqueando las cejas mientras decía. — Ha tenido una pesadilla y va a dormir con papá y mamá esta noche. — Efectivamente, vamos a tener que retomar otro día, parecía quererle decir con la mirada. Era un poco frustrante quedarse a medias de esa forma, pero bueno. Lo único equiparable a su amor por Alice, era su amor por su hijo, el hijo de ambos. Esa criaturilla de apenas cuatro años que ya apuntaba maneras de redicho que era, pero claro, tenía a quien salir. Era un clon de Marcus en el exterior, aunque había sacado esos ojos preciosos de su madre… Y su espíritu. No paraba quieto en todo el día, y al parecer aún le quedaba cuerda para despertarse por las noches. No sabía como no caía en coma en la cama con lo mucho que corría y hablaba.

— Mami he tenido una pesadilla. — Dijo penoso, pasando de sus brazos al colchón y gateando hasta acurrucarse en los brazos de ella. Marcus se tumbó también, quedando Larry entre los dos. El niño se giró hacia él y se le quedó mirando, mientras él suspiraba con un punto cansado y le decía. — Venga, vamos a dormir. — Pero yo quiero mi cuento. — Marcus arqueó una ceja, pero Larry se arremolinó entre ellos y le miró con ojos enormes y demandantes. — Papi, he dicho que no quería volver a mi cama, no que no quisiera el cuento. — Rodó los ojos y suspiró aunque no pudo evitar doblar una sonrisa. — Eres muy listo tú. — Menos mal que Marcus siempre tenía varios libros en su mesita de noche. Sacó uno de cuentos, porque no era la primera vez que Larry acababa por allí, y lo abrió, notando como el niño se removía por la cama y se pegaba a su pecho. Al hacerlo, le tocó un poco la piel con el dedo y le dijo. — Estás sudando. — Marcus miró a Alice un instante, y luego al niño. — Es que tengo un poquito de calor. — Seguro, en enero. Pero no se le ocurría otra excusa mejor a esas horas de la noche y con semejantes circunstancias. Esperaría a que Larry se durmiera y se pondría la parte de arriba del pijama, antes de coger una pulmonía.

Pasó un brazo por el hombro de su hijo y empezó a leer. El problema con Larry era que la lectura no le dormía, al contrario, le espabilaba más. En eso había salido enteramente a él. Llevaban allí ya una hora, y ahora el que tenía un sueño tremendo era Marcus. De hecho, le sorprendería que Alice no se hubiera quedado ya dormida. Escondió un bostezo, notando como se le caían los párpados, y cerró el libro. — Ya hay que dormir, ¿vale? — El niño volvió a dibujar un puchero, mirando a su alrededor con un temblorcillo. Marcus se dejó caer hasta tumbarse más en la cama y le abrazó. — Ey, estás con nosotros, no te va a pasar nada. — Dejó un beso en su pelo. Pobrecito, a saber qué habría soñado que le tenía tan asustado. Pero de verdad que no aguantaba más el sueño.

Estiró el brazo por encima de su hijo y tocó el de Alice, haciendo que entre ambos abrazaran al pequeño. Pasaron así unos minutos, y ya se notaba quedándose dormido a pesar de que su niño-lagartija no paraba de removerse, cuando la voz le volvió a despertar. — No puedo dormir. — Abrió los ojos y le miró en la oscuridad, sin dejar de abrazarle. — ¿Sabes? Mami se sabe un truco estupendo para cuando tienes miedo. ¿Lo quieres saber? — El niño asintió, y Marcus, con una sonrisa, miró a Alice y la señaló con un gesto de la cabeza. — Pídele que te lo cuente. Pero mientras… Ve pensando en tus cosas favoritas. —