I remember a time when Jedi were not generals, but peacekeepers.

Cuando Satine Kryze abandonó Kalevala para formarse en la política directamente desde su fuente, nunca imaginó que su vida se convertiría en una constante de esquivar amenazas como si fueran balas. Su formación en Coruscant la llevó a entender que la neutralidad, alejada de la violencia, sería la única manera de traer un poco de paz a Mandalore y así lo hizo.

Sin embargo, no fue tan fácil como regresar a su hogar, sentarse en el trono y pedirle a todos quienes vivían allí que dejaran las armas. Satine se convirtió en la auténtica imagen de la paz, aunque tuvo que esconderse de todo tipo de individuos que habían puesto precio sobre su cabeza.

Escoltada por Obi-Wan Kenobi y Qui-Gon Jinn, Satine pudo conservar su vida y detener una guerra civil que tanta sangre derramó en su pueblo antes de que los jefes mandalorianos comprendieran que las armas no les llevarían a un lugar próspero.

Pero ¿qué ocurrió durante su tiempo fuera? Huir para mantenerse con vida, y aun así conservar encendida la llama de la esperanza en Mandalore no fue fácil... En especial cuando comprendió que el hombre del que se había enamorado no regresaría con ella para reconstruir el hogar que le ayudó a proteger.

Con el paso de los años, Obi-Wan se convertiría en la imagen de un Jedi ideal. El Padawan que Satine conoció se transformó un hombre recto, pero su decisión jamás implicó ignorar sus sentimientos por ella... Esos mismos que sembraron una duda en su momento ¿sería capaz de dejar la Orden por ella?

Cuando Satine regresó a Mandalore, supo que había trabajo por hacer. Sin embargo, para la joven Kryze no había una alternativa diferente a hacer el esfuerzo por asegurarle a su planeta un futuro próspero. Lo veía en la mirada de las personas que se reunían a escucharlos, la guerra no trajo más que miseria  Mandalore y era su deber liderarlos hacia la paz.

No esperaba que el camino fuera fácil, pero las amenazas la tomaron por sorpresa. Todo empezó con una carta, misivas que iban llegando en su dirección y que en cuestión de semanas se convirtieron en ataques mucho más directos. Un papel pasó a ser unas gotas de veneno que fue identificado a tiempo en su bebida.

Fueron sus consejeros los que le sugirieron recurrir a la Orden Jedi. Su tiempo en Coruscant la llevó a fiarse de su criterio, y en cuestión de días una nave pidió acceso para entrar en su espacio aéreo.

Satine entró en la estancia una vez anunciaron a sus invitados, su mirada brillante y cargada de ilusión, aun inocente a lo que ocurriría esa misma tarde.

—Bienvenidos a Mandalore— saludó, llamando la atención del Maestro y su acompañante —Os agradezco que os hayáis presentado tan pronto, me gustaría que la situación no supusiera semejante urgencia, pero estoy segura de que mi vida corre peligro— anunció, con una parsimonia que daba la impresión de que no estaba hablando de su propia muerte.

—Es un gusto para mi conoceros y contar con vuestra protección— afirmó, sonriendo en dirección del padawan, que permanecía en silencio un paso por detrás de su maestro. Le gustaría contar con la opinión de ambos, pero en ese instante su atención volvió a enfocarse en el mayor de los dos.

—No tengo muchas pistas— aseguró, y miró hacia un lado, donde su consejero se mantenía a una distancia prudente de la reunión, permitiendo que Satine fuera quien tomara las decisiones adecuadas, aunque él tuviera una idea muy clara de lo que debía hacerse a continuación. Ella no deseaba huir o esconderse, no quería convertirse en una figura distante instando a su pueblo a mantenerse fuerte. Deseaba estar ahí, demostrar su resiliencia para contagiarla a los demás, a todo el que quisiera confiar en ella —. El antiguo gobierno de Mandalore, pero su influencia es grande, por lo que no sabría señalar a alguien en específico... Hemos estado en guerra por mucho tiempo, como podéis imaginaros, la guerra siempre esconde ciertos beneficios— afirmó, sin querer señalar a nadie específico con el dedo.

Estaba por tomar asiento cuando lo escuchó. El suelo se movió ligeramente bajo sus pies, y en la distancia se escuchó lo que parecía ser una explosión. La tranquilidad que hasta entonces la mujer demostraba se desvaneció.

—¿Podéis comprobar si ha sido dentro o en el exterior?— pidió a uno de sus guardias, que se movió apresuradamente hacia la puerta y la cerró tras de sí. Ella se acercó hacia el trono, modesto en comparación con otros, en caso de tener que presionar ese botón que convertiría aquel espacio en una guarida.

Satine solo acertó a asentir con la cabeza mientras veía al Jedi salir por la puerta junto con sus guardias. Otro par se quedaron allí, sus armas listas en caso de que alguien decidiera hacerles compañía sin autorización de la duquesa. Le gustaría decir que no tenía miedo, mantenerse paciente y tranquila, pero no recordaba que en aquellos atentados se hubieran acercado tantísimo a la fortaleza. De una u otra manera, la explosión lo hacía todo mucho más real.

Observó al Padawan que se le acercaba, y no se quejó cuando ese se puso a su lado e intentó tranquilizarla. A Satine se le daba bien mantener sus emociones al margen, que estas no se reflejaran en su rostro, pero notaba el corazón a punto de estallar en su pecho y tuvo que entrelazar sus dedos para disimular el temblor en sus manos.

—Por eso mi consejero decidió involucraros— explicó, pero no fue capaz de sonreír —. ¿Cuánto lleváis en formación para uniros a la Orden?— preguntó, buscando rápidamente un cambio de tema que le permitiera regular su temor antes de empezar a pensar con la cabeza fría. Si se acercaban, sus planes de quedarse allí cerca de su pueblo se convertirían un imposible, esperaba que pudieran controlarlo rápido y, sobre todo, que nadie saliera herido.

Entrelazó sus dedos entre sí y apoyó las manos sobre su regazo, dejando escapar el aire despacio antes de inhalar nuevamente por la nariz. Llevaba años en una posición difícil, lo que implicaba que había aprendido una que otra cosa para intentar controlar la ansiedad que se hacía con su pecho cuando ocurrían cosas que, sin lugar a dudas, ponían en peligro su vida.

Había quien afirmaba que su manera de gestionar las situaciones de temor no era sana. Sabía lo que se susurraba de ella, que era fría en ocasiones y una idealista. Sin embargo, ella no coincidía con ninguna de las dos. Sabía bien lo que la guerra había hecho con su pueblo, a dónde los había llevado y también sus consecuencias. No deseaba repetir la historia, no quería que siguiera siendo cíclica. Eso significaba mostrar fortaleza en momentos como ese.

Satine agradeció que su acompañante no decidiera cuestionar su pregunta, asintió y poco a poco notó que sus pensamientos se habían alejado un poco del ruido exterior.

—Me imagino que habrá sido difícil si eráis un poco mayor, ¿recordáis algo?— preguntó —. Sentíos libre de decirme que es un tema personal, no es ni mucho menos un interrogatorio— afirmó, con una sonrisa cordial elevando las comisuras de sus labios.

Un golpe sonó detrás de la puerta, no parecía amenazante, sino más bien un aviso que Satine no llegó a comprender o relacionar con nada.