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Who can presume to know the heart of a dragon?
INSPIRED
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House of the Dragon
Cuando la Princesa Rhaenyra puso sobre la mesa una alianza matrimonial entre su hijo mayor, Jacaerys, y la princesa Helaena, lo primero que obtuvo de la Reina Alicent fue una negación rotunda. Pero después de los ruegos del Rey Viserys y, sobre todo, de una larga plática con su padre, Otto Hightower, la Reina Alicent acabó por dar su consentimiento para sorpresa de la Corte y alegría de su esposo.
Para el joven príncipe Lucerys, la noticia llegó con cierto receloso porque, por más que Helaena aparentara inocencia, no dejaba de ser hija de la mujer que tanto odiaba a su madre. Para Aemond Targaryen la noticia fue la peor de las traiciones, pues fue incapaz de concebir que su amada hermana ahora estuviera prometida a uno de sus enemigos jurados.
La boda se llevó a cabo en Desembarco del Rey, con el viejo Rey Viserys visiblemente emocionado por lo que parecía el final de un largo conflicto entre su amada hija y su segunda esposa. Helaena se convirtió en esposa de Jacaerys con la promesa de mudarse con él a Rocadragón, junto a su nueva familia. A pesar de las reticencias de Alicent de ver a su hija partir e imaginarla viviendo en las líneas enemigas, Otto Hightower veía en esto una oportunidad para tomar ventaja en un período de paz aparente.
Varios años han pasado desde aquella boda que removió los cimientos de la resquebrajada familia Targaryen y aunque hasta ahora todas las partes parecían haber limado sus asperezas, la menguada salud del Rey amenazaba con cambiarlo todo para siempre.
Enviado a Desembarco del Rey como emisario de su madre, la Princesa Heredera, Lucerys llegó a la Fortaleza Roja con esperanzas de tener noticias más concretas sobre la salud de su abuelo, pues todo lo que llegaba a Rocadragón no eran más que rumores y noticias a medias que empiezaban a desesperar a su madre. Lucerys hasta ahora vivió aferrado a la idea de que la Reina y la Mano del Rey jamás intentarían un movimiento hostil ni de alta traición sabiendo que ahora Helaena vivía en Rocadragón. Pero en la Fortaleza Roja todos tenían segundas intenciones y lo único que recibió a cambio fue una negativa a entrevistarse directamente con Rey, quien seguía aquejado de una dolorosa enfermedad.
Tres días después de la llegada de Lucerys a Desembarco del Rey, el Príncipe Aemond regresó a casa en el lomo de Vhagar después de su última visita a Antigua, por encargo de la Reina. Ninguno de los dos había cruzado palabra desde la boda de sus hermanos, ha pasado el tiempo suficiente para que las viejas rencillas se apaciguaran, al menos para contentar a su familias.
Pero la sangre del dragón es voluble y siempre danza cuando hay fuego demasiado cerca.
Para el joven príncipe Lucerys, la noticia llegó con cierto receloso porque, por más que Helaena aparentara inocencia, no dejaba de ser hija de la mujer que tanto odiaba a su madre. Para Aemond Targaryen la noticia fue la peor de las traiciones, pues fue incapaz de concebir que su amada hermana ahora estuviera prometida a uno de sus enemigos jurados.
La boda se llevó a cabo en Desembarco del Rey, con el viejo Rey Viserys visiblemente emocionado por lo que parecía el final de un largo conflicto entre su amada hija y su segunda esposa. Helaena se convirtió en esposa de Jacaerys con la promesa de mudarse con él a Rocadragón, junto a su nueva familia. A pesar de las reticencias de Alicent de ver a su hija partir e imaginarla viviendo en las líneas enemigas, Otto Hightower veía en esto una oportunidad para tomar ventaja en un período de paz aparente.
Varios años han pasado desde aquella boda que removió los cimientos de la resquebrajada familia Targaryen y aunque hasta ahora todas las partes parecían haber limado sus asperezas, la menguada salud del Rey amenazaba con cambiarlo todo para siempre.
Enviado a Desembarco del Rey como emisario de su madre, la Princesa Heredera, Lucerys llegó a la Fortaleza Roja con esperanzas de tener noticias más concretas sobre la salud de su abuelo, pues todo lo que llegaba a Rocadragón no eran más que rumores y noticias a medias que empiezaban a desesperar a su madre. Lucerys hasta ahora vivió aferrado a la idea de que la Reina y la Mano del Rey jamás intentarían un movimiento hostil ni de alta traición sabiendo que ahora Helaena vivía en Rocadragón. Pero en la Fortaleza Roja todos tenían segundas intenciones y lo único que recibió a cambio fue una negativa a entrevistarse directamente con Rey, quien seguía aquejado de una dolorosa enfermedad.
Tres días después de la llegada de Lucerys a Desembarco del Rey, el Príncipe Aemond regresó a casa en el lomo de Vhagar después de su última visita a Antigua, por encargo de la Reina. Ninguno de los dos había cruzado palabra desde la boda de sus hermanos, ha pasado el tiempo suficiente para que las viejas rencillas se apaciguaran, al menos para contentar a su familias.
Pero la sangre del dragón es voluble y siempre danza cuando hay fuego demasiado cerca.
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I. El emisario
II. Larga vida al Rey
III. Callejón sin salida
IV. Cambio de planes
V. Un nuevo destino
VI. Al caer la noche
VII. Regresos
VIII. La cueva
IX. Verdades a medias
X. La torre de la viuda
II. Larga vida al Rey
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VII. Regresos
VIII. La cueva
IX. Verdades a medias
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Lucerys Velaryon
Príncipe — Jinete de Arrax — Timothée Chalamet — Minerva
Aemond Targaryen
Príncipe — Jinete de Vhagar — Ewan Mitchell — Juno
∞
- Post de rol:
- Código:
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X. La Torre de la Viuda
Harrenhal
Noche
Lucerys
Aunque Aemond no estuviera hablando, Lucerys podía sentir su fastidio y su dolor. Realmente no estaba bien, y pedirle que se recuperara posiblemente era una tontería porque no dependía de él, pero Lucerys quería creer que tenía la fuerza de voluntad para regresarse a la salud, tal y como había obligado al propio Lucerys a recuperarse.
Myrah lo había llamado su príncipe. Lucerys quería creer que era cierto, que realmente era suyo. Pero para esoo tenía que estar vivo.
Asintió ante las instrucciones de la mujer. No le hacía gracia hacerse el mudo, pero si era lo que tenía que hacer para que lo dejara quedarse junto a Aemond lo haría.
Se dirigió a avivar el fuego. No quería que se enfriara y eso empeorara las cosas. Sabía por experiencia lo fría que era esa torre.
Cuando escuchó a Aemond decir su nombre se sobresaltó y regresó corriendo hacia él.
—Estoy aquí, Aemond —respondió.—Te dije que no iba a irme. Si hubiera planeado irme lo habría hecho antes de que volvieras. No te voy a dejar así.
Volvió a acomodarle el cabello, quitándoselo de la frente y del cuello, para que no le diera calor. Estaba sudando. Volvió a secarle el sudor de la frente y del cuello, y ponerle un paño frío en la frente.
—Me quedaré, te cuidaré y, cuando mejores, me vas a contar qué demonios pasó para dejarte así—recapituló para él.
Quería saber más cosas. Cómo estaba todo en Desembarco del Rey. Cómo iba la guerra. Cómo estaba su familia. Pero nada de eso importaba ahora tanto como qué rayos había podido dejar a Aemond en aquel estado. Se temía que hubeira sido Daemon, pero suponía que no habría sobrevivido de tratarse de su padre...
Necesitaba saber qué había ocurrido.
∞
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Harrenhal
Noche
Aemond
Aemond todavía se encontraba en medio de la inconsciencia, sus sentidos no estaban del todo alerta, pero había escuchado con claridad las palabras de Lucerys. Estaba convencido de que no lo había alucinado, aunque bien podría haberlo hecho, pues Lucerys acababa de decir en voz alta lo que él mismo ya había pensado.
Cuando se fue de Harrenhal, Aemond sabía que se estaba arriesgando a que Lucerys trazara un plan para escapar. Ahora sabía que Arrax estaba en una cueva. Aunque fuera difícil remover la piedra de la entrada por su cuenta, tampoco era del todo imposible. Lucerys era listo, además de muy necio y eso siempre era una combinación peligrosa. Sin embargo, se había quedado allí, había esperado que Aemond regresara, incluso si sabía que había pocas garantías de nada. Lo miró con detenimiento, haciendo un esfuerzo consciente al contemplarlo.
Lucerys estaba allí, con el pelo revuelto y un aspecto lamentable, porque estaba fingiendo ser un sirviente tan sólo para permanecer allí. A su lado.
Si fuera otro tipo de persona, Aemond le daría simplemente las gracias. Sin medias tintas y sin rodeos. Pero Aemond no sabía cómo agradecer sin sentirse vulnerable y creía que ya lo estaba bastante con la horrible herida que tenía en el costado. Así que para él fue más fácil usar las pocas fuerzas que todavía tenía para buscar la mano de Lucerys, tirando de él con suavidad, porque ya no podía imponerse.
—¿Quieres exigirme respuestas tan pronto, Lucerys? —dijo con voz suave, sentía la garganta seca y le temblaban los labios. Aemond volvió a cerrar los párpados, echando el cuello hacia atrás y recostándose un poco hacia atrás—. No me tienes compasión para nada. Quiero descansar. Contigo a mi lado, ¿parece demasiado pedir? Myrah no dejará que nadie entre hasta que regrese.
Aunque Aemond confiaba en cada una de sus palabras, sabía que Lucerys tenía todo el derecho a mostrarse reticente. De seguro que los sirvientes iban a notar algo extraño si lo veían metido en la cama de su señor y Aemond no estaba lo bastante consciente para mandarlos a ejecutar sólo por si acaso, para evitar ser descubiertos.
—No pienso morir —confesó de pronto, todavía con los párpados cerrados—. Esta herida no acabará conmigo.
Cuando se fue de Harrenhal, Aemond sabía que se estaba arriesgando a que Lucerys trazara un plan para escapar. Ahora sabía que Arrax estaba en una cueva. Aunque fuera difícil remover la piedra de la entrada por su cuenta, tampoco era del todo imposible. Lucerys era listo, además de muy necio y eso siempre era una combinación peligrosa. Sin embargo, se había quedado allí, había esperado que Aemond regresara, incluso si sabía que había pocas garantías de nada. Lo miró con detenimiento, haciendo un esfuerzo consciente al contemplarlo.
Lucerys estaba allí, con el pelo revuelto y un aspecto lamentable, porque estaba fingiendo ser un sirviente tan sólo para permanecer allí. A su lado.
Si fuera otro tipo de persona, Aemond le daría simplemente las gracias. Sin medias tintas y sin rodeos. Pero Aemond no sabía cómo agradecer sin sentirse vulnerable y creía que ya lo estaba bastante con la horrible herida que tenía en el costado. Así que para él fue más fácil usar las pocas fuerzas que todavía tenía para buscar la mano de Lucerys, tirando de él con suavidad, porque ya no podía imponerse.
—¿Quieres exigirme respuestas tan pronto, Lucerys? —dijo con voz suave, sentía la garganta seca y le temblaban los labios. Aemond volvió a cerrar los párpados, echando el cuello hacia atrás y recostándose un poco hacia atrás—. No me tienes compasión para nada. Quiero descansar. Contigo a mi lado, ¿parece demasiado pedir? Myrah no dejará que nadie entre hasta que regrese.
Aunque Aemond confiaba en cada una de sus palabras, sabía que Lucerys tenía todo el derecho a mostrarse reticente. De seguro que los sirvientes iban a notar algo extraño si lo veían metido en la cama de su señor y Aemond no estaba lo bastante consciente para mandarlos a ejecutar sólo por si acaso, para evitar ser descubiertos.
—No pienso morir —confesó de pronto, todavía con los párpados cerrados—. Esta herida no acabará conmigo.
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Harrenhal
Noche
Lucerys
Lucerys sonrió cuando Aemond dijo que solo quería descansar con él a su lado.
—Voy a quedarme a tu lado —le aseguró.—Por ninguna otra razón llevaría estas ropas y este aspecto...
Era detestable verse así de desarreglado, pero Myrah había insistido en que era necesario.
Acarició el cabello de Aemond. Estaba enredado y largo, un poco sucio. Se lo desenredaría, lo lavaría y lo peinaría. Eso le haría sentir mejor. Pero no podía hacer mucho más. No podía curar su costado por él.
Pero sonrió al escucharlo decir que no iba a morir, que no dejaría que ea herida terminara con él.
—Bien. Tú pelea por tu vida, porque eso no podemos hacerlo ni Myrah ni yo por ti. Uo solo me encargaré de que no estés solo mientras lo haces—añadió.
Miró a su alrededor, confirmando que estaban solos en la habitación. Se inclinó sobre la cama y lo besó en los labios un momento. Despacio, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Al fin tenía a Aemond de regreso y quería que él también lo sintiera.
—Regresaste a mí—comentó, mientras se separaba de él. —Y yo te estaba esperando aquí. Tal y como prometimos.
Una parte de él le decía que esto era una buena señal. Ambos habían cumplido su parte y ambos volvían a estar allí, en Harrendal. Una vez que Aemond estuviera bien, podrían tomar decisiones. Una vez que Aemond le contara qué sucedía allí afuera.
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Harrenhal
Noche
Aemond
Aemond se relajó cuando sintió los labios de Lucerys, dándole suaves besos. No se movió de su lugar, porque estaba todavía muy adolorido, se sentía muy débil, pero estiró un brazo hasta acariciar con cuidado su rostro. A Aemond todavía le resultaba muy complicado enfocar la mirada, veía todo borroso, pero la presencia de Lucerys hacía todo mejor.
Éste no dejaba de decirle que tenía que ponerse bien, que tenía que luchar por su vida. Si estuviera de humor, Aemond le diría simplemente que era mucho más decirlo que hacerlo. Pero no tenía fuerza de voluntad para luchar con Lucerys, suponía que eso significaba que estaba muy exhausto.
Seguía débil, lo cual de seguro mantendría a Lucerys y, en menor medida, a Myrah en ascuas.
Cuando buscó la mano de Lucerys, sintió cómo el agarre de éste era firme y cálido. Pronunció la sonrisa, pero estaba todavía con los párpados cerrados. Aemond normalizó lo mejor que pudo su respiración, pero eso no disminuyó para nada lo adolorido que se sentía. Sabía que esta noche iba a ser muy larga.
—Lucerys… —susurró con voz ronca, mientras sentía cómo éste le acariciaba el dorso de la mano—. Escucha bien. Si no sobrevivo la noche, tienes que irte de aquí. ¿Entiendes? Vete. Así sea con Myrah. Pero si me pasa algo… no puedes quedarte aquí.
Aemond sabía que había dicho eso en varias ocasiones, quizás ya había delirado tanto que no tenía claro qué era realidad y qué había imaginado. Tal vez Lucerys estaba cansado de escuchar lo mismo. Pero Aemond, aunque no quería reconocerlo en voz alta, tenía miedo. Era consciente de que Myrah había hecho lo posible por curarlo, pero no era garantía de nada. Aemond había visto la herida que tenía en el costado. Era dolorosa y profunda, pero tenía que agradecer que no fuera una profunda quemadura. Vhagar lo había protegido, había tenido suerte, pero eso no era garantía de que fuera a sobrevivir.
Éste no dejaba de decirle que tenía que ponerse bien, que tenía que luchar por su vida. Si estuviera de humor, Aemond le diría simplemente que era mucho más decirlo que hacerlo. Pero no tenía fuerza de voluntad para luchar con Lucerys, suponía que eso significaba que estaba muy exhausto.
Seguía débil, lo cual de seguro mantendría a Lucerys y, en menor medida, a Myrah en ascuas.
Cuando buscó la mano de Lucerys, sintió cómo el agarre de éste era firme y cálido. Pronunció la sonrisa, pero estaba todavía con los párpados cerrados. Aemond normalizó lo mejor que pudo su respiración, pero eso no disminuyó para nada lo adolorido que se sentía. Sabía que esta noche iba a ser muy larga.
—Lucerys… —susurró con voz ronca, mientras sentía cómo éste le acariciaba el dorso de la mano—. Escucha bien. Si no sobrevivo la noche, tienes que irte de aquí. ¿Entiendes? Vete. Así sea con Myrah. Pero si me pasa algo… no puedes quedarte aquí.
Aemond sabía que había dicho eso en varias ocasiones, quizás ya había delirado tanto que no tenía claro qué era realidad y qué había imaginado. Tal vez Lucerys estaba cansado de escuchar lo mismo. Pero Aemond, aunque no quería reconocerlo en voz alta, tenía miedo. Era consciente de que Myrah había hecho lo posible por curarlo, pero no era garantía de nada. Aemond había visto la herida que tenía en el costado. Era dolorosa y profunda, pero tenía que agradecer que no fuera una profunda quemadura. Vhagar lo había protegido, había tenido suerte, pero eso no era garantía de que fuera a sobrevivir.
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Harrenhal
Noche
Lucerys
La suave caricia de Aemond sobre su rostro le inquietó. Le faltaba posesividad. Estaba débil. Realmente débil. Se le encogía el corazón de solo pensarlo.
Pero sus palabras le helaron la sangre. Se giró para mirar a Aemond de frente y lo tomó por el rostro. Tenía que tener cuidado de no lastimarlo, pero tenía que hacerlo entender.
—Escúchame bien, Aemond Targaryen —dijo con el tono más firme del que fue capaz, igual al que usaba su madre cuando quería ponerle los puntos sobre las íes a Daemon.—Si fuera a irme ya lo habría hecho. No pienso dejarte aquí igual que tú no me dejaste morir con mis heridas. Myrah y yo podemos cuidarte y te curaremos. Y si lleva más de un día, me da igual. Tú me dejaste convalecer aquí mucho tiempo. Yo no renunciaré a ti tan pronto.
Hablaba totalmente en serio.
Miró la herida en el costado de Aemond. Estaba cubierta por las vendas, y en su nariz picaba el olor de las hierbas que había usado Mycah para curarlo.
—No esperé a que regresaras para que te mueras ahora—añadió.
En el fondo sabía que estaba fuera de su control. Aemond no se iba a morir por gusto y no podía solo obligarse por voluntad a que la herida sanara, aunque Daemon siempre decía que la voluntad era lo más importante para reponerse.
Escuchó sonido afuera. Y tuvo que dejar de hablar, recordando que se suponía que era un mudo. Tomó de nuevo la toalla para secar el sudor de Aemond, y siguió utilizando sus dedos para desenredar sus cabellos. Tenía que sacar la sangre de las mechas doradas.
Un par de hombres entraron a la habitación llevando baldes de agua y más toallas. Lucerys no quería saber cuántas gradas habían subido cargando esos baldes para llevarlas hasta esa torre. Asintió con la cabeza para agradecerles y él mismo acercó uno de los baldes a donde estaba Aemond acostado.
No sabía para qué los habría mandado Myrah pero él los seguiría usando para limpiarlo. Seguro que se sentiría mejor sin el olor de la sangre seca y la porquería sobre él.
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Harrenhal
Noche
Aemond
"No esperé a que regresaras para que te mueras ahora".
En otras circunstancias, Aemond se habría reído a carcajadas. Lucerys tenía toda la razón del mundo, si él había llegado hasta Harrenhal, así fuera arrastrándose, morir en este momento era lo más estúpido y poco estratégico que podía hacer. Aemond era una persona que superaba las circunstancias adversas y que estaba dispuesto a pelear hasta el final.
Además, no dejaba de pensar en lo que Lucerys le había dicho sobre huir. Era cierto, Aemond estaba muy asombrado de que estuviera aquí todavía. A pesar de que tenía ventaja, se había quedado. Aemond estaba demasiado debilitado como para pensar más en ello, pero se esforzó por enfocar la mirada en él.
Lucerys se veía maravilloso, incluso si estaba mal vestido y tenía el cabello así de desordenado.
Estiró el brazo, febril y tembloroso, en dirección a Lucerys. Le rozó la mejilla, pero no soportó el brazo extendido por tanto tiempo y éste cayó con descuido sobre la cama otra vez. Aemond pronunció la sonrisa, haciendo un esfuerzo por mantenerse entero. En ese preciso instante, supo con certeza lo que quizás estaba esforzándose por ocultar en lo más profundo de su corazón.
—Viviré, Lucerys.
“Lo prometo, Luke” quiso decir, pero volvió a cerrar los ojos, estirándose lo mejor que pudo, acomodándose para no sentir tanto dolor. Buscó a ciegas la mano de Lucerys, sosteniéndola con suavidad.
En otras circunstancias, Aemond se habría reído a carcajadas. Lucerys tenía toda la razón del mundo, si él había llegado hasta Harrenhal, así fuera arrastrándose, morir en este momento era lo más estúpido y poco estratégico que podía hacer. Aemond era una persona que superaba las circunstancias adversas y que estaba dispuesto a pelear hasta el final.
Además, no dejaba de pensar en lo que Lucerys le había dicho sobre huir. Era cierto, Aemond estaba muy asombrado de que estuviera aquí todavía. A pesar de que tenía ventaja, se había quedado. Aemond estaba demasiado debilitado como para pensar más en ello, pero se esforzó por enfocar la mirada en él.
Lucerys se veía maravilloso, incluso si estaba mal vestido y tenía el cabello así de desordenado.
Estiró el brazo, febril y tembloroso, en dirección a Lucerys. Le rozó la mejilla, pero no soportó el brazo extendido por tanto tiempo y éste cayó con descuido sobre la cama otra vez. Aemond pronunció la sonrisa, haciendo un esfuerzo por mantenerse entero. En ese preciso instante, supo con certeza lo que quizás estaba esforzándose por ocultar en lo más profundo de su corazón.
—Viviré, Lucerys.
“Lo prometo, Luke” quiso decir, pero volvió a cerrar los ojos, estirándose lo mejor que pudo, acomodándose para no sentir tanto dolor. Buscó a ciegas la mano de Lucerys, sosteniéndola con suavidad.
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Harrenhal
Noche
Lucerys
Las palabras de Aemond sonaban como una promesa.
Lucerys contempló la mano que su tío le estaba sosteniendo. No tenía fuerza realmente para sistener nada, así que levantó la mano de Aemond en la suya y se la llenó de besos. Luego continuó limpiándolo con el agua y los paños limpios que le habían llevado.
Estar limpio le ayudaría a sentirse mejor, y evitaría que la horrible herida se le infectara. Al menos eso lo tenía claro.
Agradeció que los hombres se marcharan después de habérselas llevado porque le daba más libertad.
—Tengo que contarte todo loq ue hice en tu ausencia —empezó a decir, como si fuera necesario que llenara el vacío con palabras, tuvieran sentido o no..—Myrah me enseñó muchas cosas. Puede ser que termine siendo un buen curandero después de esto. ¿No crees? Pero también aprendí a cocinar algunas cosas, y mejoré con mi aguja. Extraño entrenar con espadas, pero al menos empecé a desarrollar otras habilidades. Eso siempre viene bien.
Si Aemond estuviera bien le ordenaría callarse. Estaba seguro de eso. Casi se alegraría de que lo hiciera en ese momento pues sería una seña de que estaba bien. Pero cuando terminó de limpiarlo se dio cuenta que no podía hablar todo el tiempo... Aemond necesitaba descansar.
Tendría que descansar con él.
Aunque la verdad, no tenía nada mejor que hacer que quedarse ahí junto a él. Como pudo se sentó a la orilla de la cama, y recostó la cara contra el colchón en el que Aemond reposaba.
Esperaría a su lado y dejaría que le sostuviera la mano, y si el resto de criados tenían preguntas después, que fueran valientes de hacérselas a Aemond cuando despertara.
Seguro que Myrah lo regañaba después, pero le daba igual.
—Tenía muchas ganas de que volvieras para ir a ver a Arrax—añadió, sin saber ya de qué hablar. —Sabía que me llevarías, y nada me haría más feliz que estar con los dos en el mismo lugar. Cuando estés buenos iremos juntos a verlo. Ya verás. Y algún día volaremos los dos a la vez con nuestros dragones. ¿No te gustaría eso? Tú en Vhagar y yo en Arrax... podríamos ir a Penthos...
Pronto se preguntó si era él quien deliraba. Pero no sonaba nada mal su idea. Pero se mordió los labios antes de decir algo sobre la boda valyria. Aunque había pensado en ello también. Por eso le había pedido a Myrah que lo enseñara a coser.
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XI. Punto intermedio
Harrenhal
Noche
Aemond
Aemond no estaba seguro cuánto tiempo había pasado con humor febril y ensoñaciones, tan sólo reaccionaba cada ciertas horas cuando escuchaba la voz de Myrah y Lucerys, ayudándolo a tomar medicamientos. Sabía que tenía que estar agradecido con los dos, pero Aemond no se engañaba: era un paciente terrible. Estaba seguro que había derramado al menos en una ocasión la medicina que Myrah le había preparado y que la curandera lo habría dejado a su suerte de no ser porque Lucerys estaba presente y era mucho más terco que él y Myrah combinados.
Esa era otra cosa que tenía que agradecerle al necio de su sobrino. Aemond sabía bien que estaba acumulando una larga lista de agradecimientos y eso no le gustaba. Prefería ser él a quien le debieran favores, que viceversa.
Aemond abrió los párpados, enfocando la mirada poco a poco, dándose cuenta de que seguía en su habitación. Por supuesto, ¿cómo iba a moverse de sitio? Estaba débil todavía, aunque en este momento estaba lo bastante consciente como para incorporarse un poco y mirar a su alrededor.
Entonces vio que Lucerys estaba allí, hecho un ovillo a su lado. Tenía el pelo revuelto y tan sólo tenía puesta una camisa que había visto mejores días. Parecía que estaba profundamente dormido, por lo que Aemond se quedó muy quieto por un instante, tan sólo contemplándolo.
Recordó las palabras de Lucerys, cuando le dijo que estaba allí, con él, a pesar de que había tenido oportunidades para escapar. Aemond no pensaba decírselo, pero estaba conmovido por aquello. En realidad, sabía que Lucerys no le debía absolutamente nada. En teoría, sólo lo había mantenido vivo por una venganza personal, pero cuando llegaron a Harrenhal sus planes empezaron a torcerse hasta que terminaron los dos así: Aemond herido y Lucerys dormido, cuidándolo.
Aemond se encogió un poco sobre el colchón cuando sintió a Lucerys moverse. Al cabo de un instante, éste ladeó el rostro en su dirección, con los ojos abiertos, pero expresión adormilada.
—Lo siento… —dijo Aemond, con una voz ahogada que casi no reconoció como suya—. ¿Te desperté?
Esa era otra cosa que tenía que agradecerle al necio de su sobrino. Aemond sabía bien que estaba acumulando una larga lista de agradecimientos y eso no le gustaba. Prefería ser él a quien le debieran favores, que viceversa.
Aemond abrió los párpados, enfocando la mirada poco a poco, dándose cuenta de que seguía en su habitación. Por supuesto, ¿cómo iba a moverse de sitio? Estaba débil todavía, aunque en este momento estaba lo bastante consciente como para incorporarse un poco y mirar a su alrededor.
Entonces vio que Lucerys estaba allí, hecho un ovillo a su lado. Tenía el pelo revuelto y tan sólo tenía puesta una camisa que había visto mejores días. Parecía que estaba profundamente dormido, por lo que Aemond se quedó muy quieto por un instante, tan sólo contemplándolo.
Recordó las palabras de Lucerys, cuando le dijo que estaba allí, con él, a pesar de que había tenido oportunidades para escapar. Aemond no pensaba decírselo, pero estaba conmovido por aquello. En realidad, sabía que Lucerys no le debía absolutamente nada. En teoría, sólo lo había mantenido vivo por una venganza personal, pero cuando llegaron a Harrenhal sus planes empezaron a torcerse hasta que terminaron los dos así: Aemond herido y Lucerys dormido, cuidándolo.
Aemond se encogió un poco sobre el colchón cuando sintió a Lucerys moverse. Al cabo de un instante, éste ladeó el rostro en su dirección, con los ojos abiertos, pero expresión adormilada.
—Lo siento… —dijo Aemond, con una voz ahogada que casi no reconoció como suya—. ¿Te desperté?
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XI. Punto intermedio
Harrenhal
Noche
Lucerys
Lucerys había perdido la cuenta de cuánto tiempo había pasado desde que Aemond había llegado herido. Había tenido que seguir su papel de criado mudo, y seguía llevando aquellas ropas sucias y feas que Myrah le había dejado, pero le había permitido quedarse a su lado todo el tiempo.
La última noche había sentido esperanzas. La fiebre al fin había bajado, y su tío parecía respirar mejor. Tal vez por eso mismo había bajado la guardia y se había quedado dormido. O podía tener relación con que había pasado ya varias noches sin dormir. Lo despertó el movimiento a su lado, y la sensación de la intensa mirada de Aemond.
Parpadeó un mometo mirando a su alrededor. Tardó un poco en procesar que había luz natural ya.
Luego escuchó la voz de Aemond y se incorporó del todo, despejado.
—¿Me pediste disculpas? —preguntó realmente sorprendido—. ¿Estás bien?
Levantó el brazo para poner la mano sobre su frente y sentir su temperatura, pero la verdad era que Aemond se veía mejor. Primero que nada, se veía más consciente, no tenía esa mirada afiebrada y perdida de los días anteriores. Lucerys sonrió, seguro de que lo iba a sentir más fresco ya.
Al fin iba a tenerlo de vuelta.
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XI. Punto intermedio
Harrenhal
Noche
Aemond
Aemond gruñó luego de escuchar la pregunta de Lucerys, pues era evidente que se estaba metiendo abiertamente con él. A pesar de que estaba allí metido en su cama, con poca ropa, luego de que Aemond estuvo al borde de la muerte. No entendía qué tenía de gracioso y así iba a hacérselo saber. Sin embargo, hubo algo muy intenso en la mirada de Lucerys que lo detuvo un instante. Parpadeó varias veces, sintiéndose repentinamente cansado.
O quizás era que sólo quería atesorar este instante con él, de estar a solas con Lucerys sin que ninguno tuviera que pretender. Tal vez Lucerys tenía algo de razón y sí que estaba enfermo. Pero Aemond no podía culparse, había estado al borde de la muerte. De verdad que había pensado por algunos momentos que hasta allí llegaría. Al parecer Myrah era una excelente curandera y, por lo visto, Lucerys era un excelente ayudante.
No podía quejarse.
—Tan bien como puede estar alguien que estuvo moribundo hace poco —masculló, mientras volvía a mirar a Lucerys con detenimiento.
Incluso vestido así como estaba, con harapos, como un pobre mendigo del pueblo llano, se veía hermoso. Aemond estaba convencido de que algún sirviente más listo de la cuenta se daría cuenta que Lucerys no era precisamente uno de los suyos. Su porte era innegable. Confiaba en que Myrah seguía protegiéndolo incluso cuando Aemond no estuvo lo bastante consciente para hacerlo. La curandera entendía perfectamente bien los riesgos de que alguien diera la voz de que el príncipe Lucerys Targaryen estaba, bastante vivo, en Harrenhal.
Aemond había cometido muchos errores de juicio, pero salvar a Lucerys y llevárselo consigo no había sido uno de ellos.
—Te ves espantoso —dijo, incapaz de contener la sonrisa—. ¿Has estado durmiendo junto a mí con ese aspecto todo este tiempo? ¿Acaso Myrah no permite que te bañes?
O quizás era que sólo quería atesorar este instante con él, de estar a solas con Lucerys sin que ninguno tuviera que pretender. Tal vez Lucerys tenía algo de razón y sí que estaba enfermo. Pero Aemond no podía culparse, había estado al borde de la muerte. De verdad que había pensado por algunos momentos que hasta allí llegaría. Al parecer Myrah era una excelente curandera y, por lo visto, Lucerys era un excelente ayudante.
No podía quejarse.
—Tan bien como puede estar alguien que estuvo moribundo hace poco —masculló, mientras volvía a mirar a Lucerys con detenimiento.
Incluso vestido así como estaba, con harapos, como un pobre mendigo del pueblo llano, se veía hermoso. Aemond estaba convencido de que algún sirviente más listo de la cuenta se daría cuenta que Lucerys no era precisamente uno de los suyos. Su porte era innegable. Confiaba en que Myrah seguía protegiéndolo incluso cuando Aemond no estuvo lo bastante consciente para hacerlo. La curandera entendía perfectamente bien los riesgos de que alguien diera la voz de que el príncipe Lucerys Targaryen estaba, bastante vivo, en Harrenhal.
Aemond había cometido muchos errores de juicio, pero salvar a Lucerys y llevárselo consigo no había sido uno de ellos.
—Te ves espantoso —dijo, incapaz de contener la sonrisa—. ¿Has estado durmiendo junto a mí con ese aspecto todo este tiempo? ¿Acaso Myrah no permite que te bañes?
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Harrenhal
Noche
Lucerys
Sonrió cuando se dio cuenta de que Aemond tenía energía ya para ser sarcástico, y más todavía cuando lo escuchó meterse con él. Además, Aemond estaba sonriendo.
Realmente estaba mejor.
La verdad era que Lucerys no había querido separarse de él. Había temido que si se alejaba aunque fuera un rato de la habitación sería justo el momento en que Aemond se pondría mal.
Además, temía que por alguna razón mientras tanto Myrah cambiara de opinión en cuanto a dejarlo estar ahí.
—Si me hubiera arreglado más alguno de esos trabajadores de Myrah podría haber intentando seducirme —le advirtió—. Pero así a ninguno le llamé la atención. Deberías agradecerme.
La verdad sí que debía verse mal. Esa ropa estaba sucia, no olía bien y la tenía toda desacomodada de estar durmiendo en malas posiciones. Le dolía la espalda también. Debía salir de ahí a ponerse presentable. Durante la ausencia de Aemond había preparado varios conjuntos de ropa con los que sabía que iba a gustarle.
Pero no era el momento todavía.
—Nadie me ha visto en todas estas semanas —continuó—. No queríamos que eso cambiara.
Volvió a acariciarle el cabello, como había hecho los últimos días vigilando su descanso. A él sí que lo había bañado con paños húmedos, asegurándose de quitarle la sangre y la suciedad. Todavía tener que contarle cómo había llegado a ese estado.
—¿Tienes hambre? —preguntó, frunciendo ligeramente el ceño—. Myrah dijo que te haríamos comida líquida cuando estuvieras mejor, puedo decirle que la vayamos preparando.
No le hacía gracia separarse de él, pero sí que era importante que comiera para que se recuperara. Y Lucerys había aprovechado su semanas ahí para aprender muchas cosas.
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Harrenhal
Noche
Aemond
Aemond tuvo que controlar su carcajada al escuchar a Lucerys decir que uno de sus sirvientes pudo intentar seducirlo, o le iban a doler las costillas de nuevo. Todavía se sentía débil y algo febril, pero por lo menos creía que era capaz de continuar el hilo de la conversación con Lucerys. Después de todo, estaba de mejor humor.
Lucerys también se veía animado. Aemond quería prolongar este momento unos minutos más, antes de que este decidiese que ya estaba lo bastante recuperado como para hablar de qué demonios le había pasado. Aemond preferiría en este momento preguntarle más cosas a Lucerys que tener que rendirle cuentas de lo que había pasado luego de que se había encontrado con Daemon y Caraxes. La verdad, tenía las imágenes algo borrosas, pero Aemond sabía que tenía mucha suerte de no haber sufrido quemaduras de preocupación.
Aunque eso no hacía mejor la herida que tenía en el costado. Había perdido mucha sangre, los mareos que aún sentía no le permitían olvidarlo.
—Hubiera mandado decapitar a cualquier sirviente que se le hubiera ocurrido seducirte. Así que quizás es mejor que huelas tan terrible y te veas tan mal —dijo con una media sonrisa, mientras extendía la mano hacia él, para que Lucerys se acercase de nuevo—: Veo que has sido muy cuidadoso, pero luego te pediré que te bañes conmigo. Ese olor no es apetecible, ¿sabes?
Aemond sabía bien que estaba exagerando un poco, pero era divertido ver cómo Lucerys lo miraba consternado por sus palabras. Aemond le tomó de la mano con cuidado y se recostó un poco mejor.
—Sí tengo algo de hambre, pero puede esperar. Déjame disfrutar tu compañía ahora que estoy consciente. ¿Cuántos días dijiste que llevo así? —Aemond estaba preparado para cualquier respuesta disparatada. La verdad era que no había tenido consciencia los últimos días, bien podía haber estado allí una semana y no haberse dado por enterado.
Lucerys también se veía animado. Aemond quería prolongar este momento unos minutos más, antes de que este decidiese que ya estaba lo bastante recuperado como para hablar de qué demonios le había pasado. Aemond preferiría en este momento preguntarle más cosas a Lucerys que tener que rendirle cuentas de lo que había pasado luego de que se había encontrado con Daemon y Caraxes. La verdad, tenía las imágenes algo borrosas, pero Aemond sabía que tenía mucha suerte de no haber sufrido quemaduras de preocupación.
Aunque eso no hacía mejor la herida que tenía en el costado. Había perdido mucha sangre, los mareos que aún sentía no le permitían olvidarlo.
—Hubiera mandado decapitar a cualquier sirviente que se le hubiera ocurrido seducirte. Así que quizás es mejor que huelas tan terrible y te veas tan mal —dijo con una media sonrisa, mientras extendía la mano hacia él, para que Lucerys se acercase de nuevo—: Veo que has sido muy cuidadoso, pero luego te pediré que te bañes conmigo. Ese olor no es apetecible, ¿sabes?
Aemond sabía bien que estaba exagerando un poco, pero era divertido ver cómo Lucerys lo miraba consternado por sus palabras. Aemond le tomó de la mano con cuidado y se recostó un poco mejor.
—Sí tengo algo de hambre, pero puede esperar. Déjame disfrutar tu compañía ahora que estoy consciente. ¿Cuántos días dijiste que llevo así? —Aemond estaba preparado para cualquier respuesta disparatada. La verdad era que no había tenido consciencia los últimos días, bien podía haber estado allí una semana y no haberse dado por enterado.
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Harrenhal
Noche
Lucerys
Era ridículo cómo una parte de Lucerys se sentía satisfecha de que Aemond dijera que ejecutaría a cualquier criado que intentara seducirlo. Su madre siempre había sido del discurso de que había que amar libremente, pero Lucerys nunca había tenido algo como esto. Nunca.
Se inclinó hacia Aemond y le sonrió muy cerca de su rostro.
—¿Quieres que me bañe contigo? —repitió—. Querido... no estás en condiciones.
Así que Aemond tenía hambre. Miró a su alrededor, ansioso porque Myrah apareciera. Necesitaba comer. Tenía días sin probar bocado.
—Llevas como tres días inconsciente —replicó, aunque no estaba seguro de nada ya—. No puedes seguir así. Tienes que ponerte bien y darme explicaciones..
Le dio un suave golpecito en el hombro. Realmente quería entender qué rayos había pasado para que volviera a él casi muerto. Aemond no era una persona que pudiera quedar fácilmente en ese estado. Había tenido curiosidad de ir a ver a Vhagar, pero no había podido dejarlo. Lo oía afuera, así que su dragón seguía bien.
Si no, aparte de herido estaría destrozado. Sabía bien que ese dragón era todo para Aemond. Incluso le había costado un ojo.
—Vas a tener que contarme qué pasó —añadió—. He pensado en todos los escenarios posibles estos días y no sé cuál es peor.
Una parte de él temía por el resto de su familia. Si en ese estado había quedado Aemond... ¿cómo había quedado su contrincante? ¿Había perdido a alguien más?
Lucerys no estaba seguro si podía seguir considerando a los demás su familia.
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