Lo único que Pamela Isley esperaba de su último año de estudios en la Academia Arkham para jóvenes con problemas de conducta era un poco de paz y tranquilidad. Con un futuro brillante por delante pese a su personalidad huraña y asocial, los ojos de la joven estaban puestos sobre una única meta: Conseguir las notas más altas de su promoción (como si en verdad tuviese competencia alguna) para ser aceptada en el programa de botánica de alguna universidad prestigiosa a kilómetros de aquel centro de imbéciles indeseables en el que ha estado recluida los últimos cuatro años de su vida en un intento desesperado de sus padres por convertirla en una jovencita hecha y derecha que no prefiera pasar su tiempo libre en compañía de sus plantas en lugar de con otros seres humanos (el cómo es que esperaban que rodearla de idiotas con problemas de personalidad y delincuentes juveniles iba a ayudar en dicho objetivo sigue siendo un misterio).

Pero entonces apareció ella: Harleen Quinzel, una pesadilla rubia con la que estaba condenada a compartir celda habitación durante toda la duración del año escolar. Un torbellino errático y delirante que además esta totalmente obsesionada con un payaso con aires de gánster que claramente no siente ninguna clase de respeto por ella (y no es que Pamela haya estado prestando atención a su constante parloteo, pero alguien debería enseñarle a esa pobre chica a tener un poco de amor propio).

Claramente la decisión más simple sería ignorarla como ha hecho con el resto de sus compañeros desde la primera vez que puso un pie en Arkham... Pero al igual que la maleza, Harleen Quinzel es rápida para echar raíces y arrasar con todo a su paso, llegando incluso a conseguir el cariño la simpatía de alguien  tan fría y apática como Pamela Isley. Y bueno, para ser sinceros, Pamela nunca ha disfrutado de tomar el camino fácil de cualquier modo.