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Mar Feb 07, 2023 4:12 pm por Eddie






Elliott Swan
« Bartek Borowiec . 20 años . Eddie»
TWO BIRDS ON A WIRE [FB]
«Te envío poemas de mi puño y letra
Te envío canciones de 4, 40
Te envío las fotos cenando en Stardrop
Y cuando estuvimos paseando en barco
Y así me recuerdes y tengas presente
Que mi corazón está colgando en tus manos
Cuidado, cuidado»


Eran dos hombres con un mismo destino: huir de sus responsabilidades en la ciudad para buscar una vida tranquila en el campo donde poder expandir su ser. Un futuro juez, con la promesa de una próspera vida temporalmente pausada debido al desgaste de la universidad, y un joven proyecto de escritor, que con toda su fe había emprendido un viaje de dudosa cosecha. Ambos sabían que probablemente un día tendrían que volver a la ciudad, a la vida que todos esperaban de ellos; que la fuerza gravitatoria de Stardew Valley no sería suficiente para retenerlos en aquel lugareño edén.

¿Qué pasará cuando estas dos fuerzas colisionen? Cuando el recto hombre de tradición y moralidad descubra que hay algo más para él en el Valle además de sus viejos amigos y un respiro temporal. Cuando el coqueto escritor descubra que las olas no son su única musa y que el viento salubre no es su única debilidad.
   1 ON 1 * INSPIRED * STARDEW VALLEY
David Alders
« Eion Bailey . 21 años. Blueberry »




Última edición por Eddie el Dom Jun 11, 2023 10:08 am, editado 1 vez


Two birds on a wire DB3F3EV
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Mar Feb 07, 2023 10:10 pm por Eddie




PLAYA . CON DAVID . POR LA MAÑANA
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«TWO BIRDS ON A WIRE»
El rumor del mar se filtraba ligero por el entablado de la cabaña junto con la cortante brisa del amanecer en una pronta primavera. Elliott, de costumbre algo madrugador, se encontraba, ya vestido, sobre la cama, siguiendo con la mirada una polilla pululante que trazaba palabras alrededor de la vela que había encendido hacía unos minutos. Todavía no podía creer que aquella fuese su nueva vida —temporalmente, todo sea dicho—. Su cabeza todavía retumbaba con el sueño que no hace tanto se había desvanecido al abrir los párpados. Todavía soñaba con su antigua casa -pues ya no era hogar-, con su familia, con esa existencia mucho más pesada y vacilante.

Bien, si no quería volver a ella, debía ponerse en marcha y escribir algo en condiciones de una vez por todas. En un segundo se irguió, estiró los brazos y la espalda, metió los pies directamente en sus Oxfords y, finalmente, se puso en pie. Las yemas de sus dedos acariciaron la cubierta de su piano al pasar por su lado, casi prometiéndole que le dedicaría su atención más tarde. Paró delante del espejo para asegurar que su melena se mantenía intacta —aunque algo seca y maltratada por el viento marino, lo cual a veces conseguía crisparle— y, finalmente, con una buena calada de aire, se dejó caer sobre la silla frente al escritorio.

La polilla, todavía revoloteando, lo hacía ahora confusa y sin rumbo, pues había perdido su faro, ya que, con la luz de la mañana empezando a aclarar el interior de aquel malamente apañado cobertizo, el escritor había decidido por fin extinguir la peligrosa llama.

Eran personajes ahora quienes poblaban la mente de Elliott, que había dejado ya tan atrás sus sueños de la noche que con certeza sería incapaz de recontarlos si siquiera lo intentase. Personajes, se dio cuenta, que parecían construir sobre las vidas de sus nuevos vecinos. Tan poco sabía de ellos hasta el momento —tan solo una breve introducción por parte de Willy apenas unas noches atrás—, que su mente se llenaba de posibilidades, estereotipos fomentados por primeras impresiones y, con todo esto, historias. Aquellos de quienes apenas conocía un nombre y una imagen, quizá una frase suelta atrapada al vuelo durante su conversación con Leah, aquellos eran los más interesantes; los más inspiradores. Shane, inevitablemente misterioso así como desmoralizador, se convertía rápidamente en un objetivo fácil. Sin embargo, quizá más interesante le pareció el grupito de tres: Alex, Haley y David. Quizá porque todo lo que tenía de ellos eran malas impresiones, quizá porque al final siempre es más interesante escribir sobre relaciones que sobre personalidades aisladas, pero rápidamente empezaron a brotar ideas alrededor de estos.

Casi como quien carraspea antes de hablar, sumergió su pluma en el bote de tinta negra y:

“…”





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Mar Feb 07, 2023 10:11 pm por Blueberry




PLAYA, Stardew Valley. Hace 24 años.
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«Two birds on a wire»

Domigo, 21 de marzo

Pasarían veintiséis años para que volviera a cruzar aquel valle con la seguridad de que solo sería para un verano; pero, a mis veintiún años, cuando dejé caer mi peso desde el bus de Zuzu City lo hice dejando caer también el peso de la ciudad.

Mis padres realmente no conocían todos los motivos por los que había decidido seguir durante algún tiempo en Stardew; habiendo dejado el Valle hacía ya un año, la casa no estaba en sus mejores condiciones: los campos estaban sin arar, las malas hierbas se habían extendido y Alex contaba cómo había tenido que arreglar la puerta tras una tormenta de invierno.

— Añicos, David. Añicos. Las bisagras oxidadas ¿y sabes lo que cuesta levantar esa puerta? Da gracias a que siguiera entrenando en casa o hoy estarías entrando a un nido de osos.

Alex tendía a ser así en situaciones donde no supiera muy bien cómo aportar algo.

— Te estaré eternamente en deuda. ¿Pudiste hacerlo solo, entonces?

Pero la respuesta que daba al apoyo y al refuerzo merecía la pena.

— Nah, no fue tanto— sonrió, mirando en mi dirección, con la añoranza ya teñida en su réplica.— Se te ha echado de menos.

Mirando aún al frente, correspondí su sonrisa un momento antes de girarme a él.— Lo mismo digo.

Alex se llevó un puño en el que toser a la boca y rio brevemente hasta que cruzamos el límite de la valla que delimitaba la granja familiar.

— Bueno, ¿entonces has venido a ayudarme a deshacerme de toda esta maleza?

— JÁ. Dalo por hecho, tío. ¿Por dónde empezamos?

Limpiar la granja siempre era un trabajo duro y de algunos días, claro que el segundo Alex vino más tarde y me dejó a mí el trabajo de campo mientras Haley disfrutaba de sacarnos algunas fotos.

— No. ¡David, no! ¡NO TE ACERQUES MÁS!

— Oh, vamos, es solo una lombriz.

— ¡¿Qué lombriz?!

Alex y yo reímos y ella, en realidad asustada por la posibilidad de mancharle el atuendo de barro, aprovechó para tirarnos un montón de hierbajos que habíamos acumulado en la carretilla. Alex respondió con una venganza, lanzándose a cogerla en volandas con los brazos manchados de tierra, provocando el grito de la chica y, seguidamente, una risa lastimera.

— ¡Sois lo peor!

Yo me apoyaba en el rastrillo viéndoles jugar.— Nos quieres.

— Os odio.

— Bueno, pues como nos odias, déjame que lo compense esta noche en el Saloon. ¿Preferís que pague o que os deje ganar?

Alex alzó las manos y, dando vueltas sobre sí mismo, se burló una vez más de mi futuro.— Oh, oh, miren al señor universitario, con sus noches pasadas pegadas al billar.

— ¿Insinúas que he aprendido a jugar en la uni?

— Insinúo que Haley era mejor que tú a los dieciocho.

— ¡EY!— ella, por supuesto, saltó.— ¿A que no voy?

Alex se echó a sus piernas, abrazándola desde ahí.— No, por favor, nuestra diosa, nuestra...— me miró a mí.

— Venus.

— No; la otra.

— ¿Afrodita?

Él regresó a zarandearla.— ¡Nuestra Afrodita! ¿Qué haremos sin tu dulzura, sin estas buenas vistas?— Haley le golpeó la cabeza, pero los dos acabaron riendo.

[...]

— Ven aquí. Mira, ¿ves la bola de la raya roja?

Haley asentía siguiendo las indicaciones de Alex y yo me reclinaba en el marco de la puerta, esperando a que la chica diese pie con bola.— ¿Crees que debería dejarles ganar esta vez?— pregunté asomando la cabeza por la puerta a la otra figura que en el salón también se dejaba caer sobre la pared. Sebastian pronunció poco más que una risa antes de echar un vistazo a la partida.

— Para lo que les queda, te renta más empezar otra.

Correspondí con una risa y un breve palmeo en el hombro del chaval, quien poco después se separó para ayudar a su grupo con los pedidos.

— Entonces, ¿si desvío la de la raya roja, jodemos al traidor?— Haley dio un disparo certero que desvió de nuevo mi atención a la partida.— Supongo que un año y medio da para jugar muchos domingos— soltó como si nada, soplando el taco del palo, siendo acompañada por un desternillado Alex.

— Le has enseñado— le acusé, apuntándola con el dedo.

— Ajá. Si te hubieras quedado, lo habrías hecho tú. De-mán-da-me.

Recuerdo mi lengua paseándose por el interior de mi mejilla, aguantando la risa y mi comentario, apretando los labios. Hasta que Haley pasó por mi lado, alborotándome el pelo y cediéndome el taco.— ¡Seb, ayúdame a acabar con estos parásitos!— Sebastian rio desde el otro lado del salón y yo volví a la partida, observando cómo las sonrisas nostálgicas de mis compañeros se agrandaban. Qué forma más fácil de subirle la autoestima a alguien: pedir ayuda cuando no se necesita.

Así solían ser  nuestros días: yo trabajaba por las mañanas y pasaba el resto del día con alguno de ellos. Ellos solían traerme historias animadas y me sacaban siempre a hacer algo nuevo, y yo disfrutaba de ser ese personaje secundario en sus vidas, pues lo más cerca que había estado de interesarles en mis hobbies había sido conseguir que Alex leyera una antología de poesía y una pequeña excursión con Haley a Zuzu donde me acabó arrastrando ella a mí de público a The Queen of Sauce. Me sacaban de mi zona de confort y tras meses encerrado en una residencia, era lo que más se agradecía.

— ¡Willy! ¿Lo mismo de siempre?— el buen Gus daba su bienvenida a nuestro marinero favorito, pero mi atención estaba puesta en las miradas de Alex y Haley, quienes, sentados en el sofá, esperaban a ver cómo salvaba ese tiro.

— ¿Necesitas ayuda?— se burló el primero.

— Si es tuya...— él se sonrojó, yo sonreí y Haley se rio. Quizás fuera lo último lo que hizo al chico levantarse con alguna idea muy fija en su cabeza, pero yo deslicé el taco antes de que llegara y la bola dio a una suya, resultando en un tremendo fallo que me hizo cerrar los ojos e inclinarme ante los vencedores.— Te ha enseñado bien, Haley— y Alex, parado a medio camino, aún con las mejillas encendidas, miró a nuestra amiga con orgullo.— ¿Y tú a qué venías, Alex?— me insinué al pasar por su lado, camino del salón, y noté cómo el chico me seguía, siendo parado atropelladamente por Haley.

— Déjale, que aúlla mucho y muerde poco— soltó riendo y yo les sonreí en la distancia conforme me acercaba a la barra.

— Gus, ¿me cobras las cenas de Haley y de Alex?

— Claro, deja un momento, David.

Mientras Gus se organizaba, yo eché un vistazo a la sala. Willy tomaba algo con Clint, Sebastian y su reducido grupo cenaban en una esquina y Leah, en la mesa contigua, charlaba con alguien.

— Ya estoy, hijo. ¿Qué era? ¿El salmón, la ensalada de frutas y los bocaditos de pimiento?

— Sí, justo— mi mirada seguía puesta en el chico que, al fondo, me daba la espalda.— ¿Quién es ese, Gus?

Gus giró su cabeza hasta cruzar miradas con el joven.— ¿Quién? ¿Ese? ¡Ah! Elliott. Es nuevo, acaba de mudarse al Valle...

— ¡Gus! Te hemos dejado todo ordenado. Ten, aquí tienes los platos— interrumpió Alex, echándose sobre mi espalda y provocando que dejara de mirar la espalda de un desconocido.

— Estaba todo muy bueno, gracias— dio Haley educadamente.— ¿Nos vamos?

— Eh, sí— Gus tendió la cuenta y yo pagué la apuesta, devolviendo la atención a mis amigos.— Muchas gracias.

— Un placer, chicos. ¡Nos vemos el próximo domingo!

Nosotros salíamos ya por la puerta y yo me giré para un:— ¡No lo dudes!— y dejar caer de nuevo la mirada ante el desconocido.

Jueves, 25 de marzo. 08:15

La arena estaba mojada.

Bajo el manto de un rocío sin hogar en sus habituales plantas, la costa se enfriaba durante la noche dejando una sábana de húmeda arena.

Mis pies gozaban descalzos de sentirla, siempre abandonando los mocasines en el puente del río; y yo cogía el aire de una nueva mañana, una que había abandonado de mi rutina. No había vuelto al Valle para ver florecer mi huerto y no quería que las estrictas ataduras de mi habitual agenda me impidieran disfrutar de mi parte favorita de Stardew: el mar.

Vacío.

La playa estaba vacía y ni siquiera Willy se encontraba en su habitual horario en el muelle. ¿Habría alguna pesca interesante en el lago? Lo desconocía. Pero sabía que la cabaña ahora estaba habitada: los pasos lentos de quien empieza un día se colaban entre las olas rompiendo en la costa.

¿Sería un buen momento para interrumpir? Desde luego, mejor que quedarse esperando.

Aun así, di un pequeño rodeo, pasándome por las trampas para cangrejo que Willy había colocado, cruzando el pequeño puente de madera y las salinas. Sí, había echado de menos aquel lugar y a sus gentes. Y, conforme giraba sobre mis pasos, observé cómo la leve luz llameante de la cabaña se apagaba.

No había mucho más que hacer, había ido para eso, así que me dirigí a la puerta del nuevo vecino y coloqué mi camisa lo mejor que pude bajo la banda del estuche de la guitarra, y llamé a la puerta.





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Miér Feb 08, 2023 1:23 pm por Eddie




PLAYA . CON DAVID . POR LA MAÑANA
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«TWO BIRDS ON A WIRE»
« El sol no había nacido todavía. Hubiera sido imposible distinguir el mar del cielo, excepto por los mil pliegues ligeros de las ondas que le hacían semejarse a una tela arrugada. […]


Jueves, 25 de marzo.
“Cielo, ni una buena manicura puede salvar esos troncos que tienes por dedos” — Haley (según Leah)

“La playa es genial para dar una vuelta y tomar unos rayitos de sol. Tienes que pasar más tiempo al sol, o acabarás como la leche.” — Alex (según Leah)

“[Un placer, chicos. Nos vemos el próximo domingo] — ¡No lo dudes!” — David»


Tres mechones cobrizos se enlazaban entre sus distraídos dedos mientras trataba de hacer el compendio de todo lo que había descubierto de sus tres nuevos personajes. Era vital tener una base sólida, de lo contrario, sus personalidades acabarían diluidas bajo las olas de la historia. Sin embargo, Elliott sentía que cuanto más excavaba entre sus recuerdos de aquellas tres figuras, más difusa era su idea sobre ellos. Ruidosos, sí. Pretenciosos, según las historias de Leah. Demasiado vivarachos para los gustos del escritor que busca un retiro de tranquilidad. Sin embargo, también parecían tener un mínimo de decencia, modales esporádicos, y una buena relación con Gus, aunque aquello podía ser por la bondad del hombre.

Y así, meditando sobre las primeras impresiones, fue como le encontró el raptor de su concentración:

Knock. Sobresalto. Knock. Irritación. Knock. Curiosidad.

En tres zancadas ya estaba en la puerta, casi convencido de que Willy venía a invitarle a acompañarle en aquella pronta mañana, pero con un ligero murmullo esperanzado que deseaba una sorpresa; un chasquido en el día que rompiera sus expectativas y lo enviase en otra dirección. Miles de posibilidades que se arremolinaron en el pomo de la puerta al contacto de sus dedos, y en un segundo…

Ahí estaba. Su ruptura; su chasquido. La cara que no esperaba ver, la oportunidad perfecta de desenredar sus sentimientos hacia el grupito de tres; de cristalizar la base de sus nuevos personajes. Camisa blanca, pantalones negros y zapatos colgando de los dedos. Y… ¿una guitarra?

David ¿verdad? Yo soy Elliott, un placer conocerte. — Tendió su mano, volviendo a fijar su mirada en los ojos del inesperado visitante, y sacó su mejor sonrisa. Al fin y al cabo, tal y como había estado reflexionando, las primeras impresiones causan estragos.





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Miér Feb 08, 2023 10:11 pm por Blueberry




PLAYA, Stardew Valley. Hace 24 años.
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«Two birds on a wire»
Knock, knock, knock.

La madera tenía la sal que los años de viento en la costa dejaban a cualquier instancia. Cal y arena ásperas al tacto, cristalizadas en las hendiduras de un pino viejo. Cal y arena entremezcladas y fosilizadas, creando un complejo puzle visual, cristalino y brillante, diluido, seco y enriscado. Y la puerta chirriaba ante el peso de unos nudillos que la desconocían. ¿Demasiado fuerte? Mi atención estaba puesta en la amalgama de colores que había creada ante mis ojos y, distraídamente, sacudí mi mano contra la camisa, desprendiéndome de aquellos pedacitos cristalinos que mis dedos se habían llevado consigo.

Pequeños cristales, aferrados a mi mano, cada día más olvidadiza de lo que era trabajar el campo.

Cómo iniciar la conversación era algo que no me preocupaba; el desconocimiento que tenía de una nueva persona podía llevarme a un buen término o que todo quedara en nada, pero mis intenciones de construir sobre lo que hubiera estaban siempre dispuestas. Los nervios tardarían en aflorar.

...

Las pisadas se acercaron.

...

Yo me erguí y miré al frente.

...

El pomo giró, distrayendo mi mirada.

La puerta se abrió y me vi obligado a subirla hasta encontrármele.

...

No sabía realmente lo que esperaba de una melena y una espalda que habían sido esquivas a mis ojos. Era jueves, 27 de junio, y en esos cuatro días desde que le viera en el Saloon, aún no había cruzado horarios con el nuevo vecino. Nuestras agendas no parecían coincidir y mi curiosidad por alguien joven que se mudaba a Stardew Valley era creciente. Lo hubo sido hacía esas cuatro noches, cuando el último vistazo al forastero había terminado por caer en el punto de mira de Sebastian, quien, con media sonrisa, correspondía aquella fija y pausada mirada que había centrado en ¿Elliott? Había acabado por fingir que me despedía del joven pelinegro.

Pero la puerta se abría ahora y sus casi tres centímetros de altura superiores a los míos se vieron desafiantes cuando él, sobre la tarima de su cabaña, me obligó a alzar la vista al menos diez.

Era atractivo, un tío de mi edad seguramente, con unos pómulos marcados en una sábana de lino pelirroja. De gesto distante y cordial. Y, si bien mi primera reacción fue la ceja izquierda ligeramente alzada según ascendía hasta su rostro, la sonrisa de bienvenida se plasmó en cuanto me encontré con este. ¿Qué clase de literatura escribe alguien que viste en gabardina roja? A mí, por el momento, me era ajena.

— David, ¿verdad?

...

Mis labios, ligeramente entreabiertos, en el albor de intentar pronunciar las primeras palabras, se cerraron para dar pie al escritor.

— Yo soy Elliott, un placer conocerte.

Y, con ello, solté la leve risa de quien ha sido atropellado en una conversación y asentí con la cabeza.— Sí, David. Em... Un placer, Elliott— saludé, estrechándole la mano.— Perdona— me disculpé por esa breve pausa, soltándole ya.— Venía con esta idea de cómo presentarme e iniciar la conversación y no esperaba que me reconocieras— gesticulé según hablaba y paré a sonreír de nuevo.— Encantado— zanjé.— Espero no haberte interrumpido o importunado; me ha contado Willy que eres escritor y no quisiera ser una interrupción en tu trabajo.



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Jue Feb 09, 2023 12:41 pm por Eddie




PLAYA . CON DAVID . POR LA MAÑANA
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«TWO BIRDS ON A WIRE»
« Pelo oscuro, ojos brillantes. Ojos que rompen en mil pedazos a cada segundo, como la arena bajo el sol; audaces, ambiciosos. La ceja, arqueada, le traiciona. Su voz dice que ha venido a presentarse, a causar buena impresión. Pero esa ceja espía, susurra la verdad: ha venido a observar, a juzgar, a valorar. No es como Haley, que dice “Ven”, desde el centro de la sala, brillante, como los pétalos de una flor con el rocío de la mañana, invitando a las abejas a beber de ella —pues esa es la imagen de ella que percibo—. No, David es el tigre a punto de saltar. Es aquel que, sentado a la mesa en el restaurante, tira vistazos a la puerta cuando nadie le ve, y piensa: “aquel lleva la camisa descolocada; ella trabaja en traducción”.»

Elliott no pudo evitar esbozar una sonrisa al comprobar que se le había adelantado; que, de un gesto, había trastocado el bastón que le otorgaba su compostura y control, y ahora era él el que tenía el poder de terminar de empujarlo al suelo o ayudarle a levantarse. Por supuesto, las dos posibilidades eran tan solo un juego mental, ya que el escritor no soñaría con aprovechar tal ocasión para reírse de alguien.

El otro joven balbuceaba y gesticulaba como buscando un punto de apoyo. Mientras tanto, Elliott sonreía y apretaba levemente su mano, queriendo transmitirle solidez y calma, así como tranquilidad para que expresase qué le había llevado a la desvencijada cabaña al amanecer.

Willy y Leah me pusieron al día de todos mis nuevos vecinos. — Explicó tranquilamente. — He intentado quedarme con todos los nombres posibles. El otro día estabas con en el Saloon con ¿Alex y Haley? — No podía dejar entrever que aquel grupito le había marcado lo suficiente como para haber decidido escribir sobre ellos.

¡No eres interrupción alguna! De hecho, estaba buscando alguna excusa para apartar un rato la tinta y el papel esta mañana. — Elliott, halagado por la consideración de David, perdió inmediatamente de vista sus juegos de poder y volvió a centrarse en su misión original: hacerse una idea sólida del granjero.

¡Adelante! ¿Un café? No tengo mucho más que ofrecer. — Elliott se apartó de la puerta, entrando directamente a ocultar sus papeles de escritura bajo la pretensión de ordenar un poco a la llegada de su inadvertido invitado.— En fin, este es mi humilde hogar. No te engañes, no me lo puedo permitir yo solo. Si no fuera por mis compañeros de piso — en este momento gesticuló hacia un cangrejo que huía a la entrada de los hombres — no podría vivir aquí.





Última edición por Eddie el Sáb Feb 11, 2023 3:42 pm, editado 1 vez


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Sáb Feb 11, 2023 12:11 pm por Blueberry




PLAYA, Stardew Valley. Hace 24 años.
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«Two birds on a wire»
Había sido reconocible para mí desde un inicio que en falso alboroto y velada jácara se hundían las noches pasadas con Alex River y Haley Motley. Con ellos, nosotros, sus polillas, nadábamos y ahogábamos al resto de los peces al paso seguro de aquella chaqueta verde y el grácil y elocuente de la blusa azul. Y yo era aquel que, con las manos en los bolsillos, los seguía, observando divertido cómo dejaban cabezas volteadas y malas impresiones. Alex y Haley revolvían la pecera en la que se sentían presos, corriendo de un lado para otro, asomados a su cristalera, y no les importaba marear a los tranquilos peces que ya se sentían en casa.


Recuerdo. Verano, 16 años.
— ¡Vamos, Alders!— pues así había sido como me llamó en un principio.— Tienes que hacer notar tu presencia. Estás aquí; yo te veo, ella te ve. ¿Dónde está tu rugido?— me había increpado una noche de camino a la playa.

Alex y yo apenas llevábamos unos meses conociéndonos cuando él me invitó a aquella jauría y yo me había acercado entonces por vez primera al River, con la atenta mirada de la chica que, por aquel entonces, sorprendida o escandalizada, se fascinó por la respuesta que saqué a su amigo de toda la vida.

— Alex...— había comenzado con voz calmada, aún frente a él— Creo que a ti tampoco te hace falta...— continué, bajando la voz, pegándome a su pecho hinchado— ... alzar la voz para hacerte notar— terminé en un susurro junto a su cara.

Por aquel entonces yo tenía apenas dieciséis años, y aunque el mayor damnificado fue aquel deportista desacostumbrado a las buenas palabras por parte de alguien de su mismo género, yo también acabé apartándome riendo, nervioso y sonrojado.

— ¿Estáis seguros de que seguís queriendo que os acompañe a ese baño?— se burló Haley, enmudeciendo aún más a nuestro amigo para aquella noche.

Desde aquella velada a nuestros dieciséis años, Alex había ido recuperando el control de la situación y, ahora, no solo empezaba a temer yo sus respuestas, sino que su tono había bajado como una octava, quizás más seguro de sí mismo. Haley, por su parte, había comenzado a andar a mi paso, detrás de Alex, tramando en la intimidad cuál sería el próximo comentario que reavivaría las mejillas del atleta. Sin embargo, las miradas aún caían sobre nosotros cuando Haley pasaba por el lado de una mesa o Alex provocaba con su presencia el eco en la sala.

Yo no. A mí me gustaba marcar mi presencia de otros modos. Quizás eligiendo con calma y espontaneidad mis comentarios, decidiendo el momento en el que echarlos; andar y que todos esperasen a aquello que tenía que decir. ¿Qué dirá aquel que habla solo cuando tiene algo que decirnos? La expectación silenciosa era la que atraía miradas durante más tiempo.

Sin embargo, con el tiempo, yo también me había hecho más ruidoso y había tomado mi espacio; me movía al ritmo de ellos cuando la situación me invitaba a hacerlo; pero en cuatro días no había percibido esta mirada.

Elliott me miraba entonces con la mueca divertida del que sabe que ha interrumpido una idea, como un niño expectante a que su padre finalice el estornudo que él acaba de cortar. Y, honestamente, aquella sonrisa me relajó, provocando esa suave risa por encontrarme ante un igual. Las palabras terminaron de salir nítidas y yo recogí mi mano deslizándola por su palma, suave y lisa, con los dedos de un músico cuyo instrumento de cuerdas aleja estas de sus yemas.

Elliott había intentado quedarse con todos los nombres posibles, pero con lo que yo me quedé de eso es que se había quedado con el de las tres personas que no habían hablado con él esa noche. Alex y Haley seguían revolviendo a los peces a su paso y aún no sabía si el nuevo ejemplar nadaba a contracorriente o a nuestro favor. Alcé mis cejas en respuesta, dibujando una sonrisa inquisitiva.— Me alegra saber que nosotros tampoco te pasamos desapercibidos— respondí con naturalidad en un ejemplo de cumplido.

El siguiente fue preocuparme por su tiempo. No era nuevo para mí que la gente que trabajaba en casa soliese recibir más demanda de atención que la que lo hacía fuera; y yo me había visto cocinando muchas veces con mi hermana para que nuestro padre no tuviera que abandonar sus estudios. Solo esperaba que aquella invitación fuese real y no solo cortesía; así que, cuando Elliott aseguró que no era molestia alguna, regresé a mi habitual sonrisa apaciguadora, de las que ayudaban a pasar desapercibido, y seguí al escritor agachando levemente la cabeza, en señal de respeto: aquella era su casa y no pretendía reclamar espacio alguno en ella.— Muchas gracias— correspondí a la invitación, sacudiéndome los pies fuera para ponerme los zapatos dentro.

La cabaña nunca había llegado a verla demasiado bien por dentro, más que cuando, en mi curiosidad adolescente, había asomado mi cabeza a aquella ventana abandonada. La madera interior aún soportaba las inclemencias de los años y el tiempo y, si bien el sitio estaba aún por llenarse, Elliott había comenzado a hacerlo suyo con aquellos montones de papel y el piano entre las ventanas. Su cama indicaba que hacía poco que se había levantado y la humedad de la costa se colaba entre los tablones de madera.

— No, no, un café es perfecto; si no es molestia— respondí a su ofrecimiento, sin ocultar que andaba admirando qué hacía suya de esa cabaña.

Sin embargo, inmediatamente después, descubrí que el joven escritor se había adueñado de un hogar que no era suyo; y ante la imagen del pequeño cangrejo correteando hacia la grieta más cercana, me maravillé, agachándome y observando cómo se hundía en la arena. Dejé escapar una risa divertida y fascinada y volví la cabeza para mirarle desde el suelo.— ¿Le has puesto ya nombre?— volví a mirar el agujero por el que se había marchado y, teniendo claro que no iba a regresar, me incorporé de nuevo, ajustando de nuevo la funda de la guitarra.— En mi casa solo se cuelan los insectos que mi gata no pilla a tiempo. Esto es mucho más encantador— aseguré.

Pero yo no había venido a presentarme al nuevo vecino; no del todo. Su identidad artística, puede que incluso presupuesta aquella noche en el Saloon, había llamado a mi interés. Y quizás fuera una amalgama de ese sentimiento que Alex, Haley y yo compartíamos: Stardew era una pecera, pero una en la que nos gustaba nadar. Stardew, para ser más exactos, era el mar que yo veía desde mi pecera, pero, disfrutando de aquel refugio construido en Zuzu City, no sabía si me gustaba más nadar dentro o fuera. Con Haley y Alex era aún más difícil saberlo, ellos ansiaban seguirme más allá del Valle y, al mismo tiempo, me arrastraban al remolino que sus colas creaban. Alex había acabado disfrutando de algunos de los poemas de aquella antología, Haley de una cafetería intelectual en la ciudad y todos habíamos encontrado un lugar en la playa durante las noches de verano, pero ellos, al igual que yo en algunos suyos, no estaban tan interesados en el mundo que yo les presentaba. ¿Elliott quizás sí?

Había sido hacía dos noches cuando el encuentro fortuito de Willy y yo en el bosque nos había llevado a compartir espacio de pesca y él a contarme historias de su viejo, de su infancia y de su querida barcaza. Pero, finalmente, había acabado hablando del nuevo residente, del escritor al que había ayudado a meter su piano en la cabaña. Bien, Sebastian tocaba el teclado con su pintoresco grupo, pero él y yo no estábamos en la misma página, quizás ni en el mismo libro, pues mis interacciones con él apenas llenaban una frase y cuando aparecía caía casi como un cameo en la historia. No, Sebastian y yo no compartíamos gustos ni aficiones, y mi fallido intento por compartirlas con mis amigos, me había llevado a la cabaña del escritor.

Supuse que la trillada introducción "anda, ¿tocas el piano?" se la habían formulado ya todos aquellos nuevos conocidos que se habían enterado del dato. En cambio, la mía fue:— Me han comentado que tocas el piano— inicié.— Para ser exactos, me han comentado que te ayudaron a trasladar el piano— reí.— Y, para ser honestos— repetí la estructura—, es la razón que me ha traído aquí esta mañana— expliqué.— En el Valle hay también algunos músicos. Pero sentía curiosidad por saber qué música te gusta interpretar a ti.


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Lun Feb 13, 2023 2:14 pm por Eddie




PLAYA . CON DAVID . POR LA MAÑANA
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«TWO BIRDS ON A WIRE»
“Me alegra saber que nosotros tampoco te pasamos desapercibidos.” Elliott, muy acostumbrado a llamar la atención por su apariencia cuidada, se sintió en aquel momento extrañamente expuesto. Quizá, como quien admira una estatua, no esperaba que este le hubiese devuelto la mirada, y ahora se preguntaba si, igual que Leah y él, el grupito de tres habían discutido su presencia. El escritor no era alguien a quien realmente le costase conocer a otros, sin embargo, estaba acostumbrado a que aquellos fantasmas pasajeros que solía tomar como inspiración para sus escrituras fueran, precisamente, eternos extraños (una pareja sentada en una cafetería, un exaltado transeúnte que discute con fervor la gracilidad de los patos…). Pero aquello tan solo era cierto en la gran ciudad; en este pequeño pueblo debía acostumbrarse a que, como Willy le había demostrado aquella noche, todo el mundo se conoce.

Espero que te guste negro. No he querido comprar leche sin un lugar para refrigerarla — Elliott se dio la vuelta tras terminar de ocultar todos los papeles, puesto que la cafetera la guardaba bajo la mesita junto a la puerta. Así fue como volvió a encontrar al observante David recorriendo la habitación con la mirada. Tras haber sentido su punzante ceja hacía apenas un par de minutos, Elliott se preguntaba si en esta ocasión haría alguna clase de comentario o, como antes, los guardaría para sí. No era algo que Elliott pudiera echarle en cara; al contrario, lo admiraba en cierta medida, puesto que eso provocaba que cualquiera ansiara acercarse a él esperando beber de sus secretos, aunque cabía desconfiar de él en caso de que los compartiese fácilmente.

Sonriendo al pasar por su lado, el escritor se dirigió a preparar las dos tazas de café. La cafetera era una sencilla, rudimentaria, de prensa francesa. Había sido un regalo de sí para sí, puesto que no podía ser un escritor sin su matutina taza de café. Para calentar el agua, debía hacerlo con un hornillo de gas, puesto que no había instalada electricidad en su cabina aún. El proceso era complejo, sin embargo, Elliott no lo haría de manera diferente, puesto que le ayudaba a recomponer su concentración.

En esto se encontraba cuando David se agachó a observar al pequeño cangrejo en un gesto que, a ojos del escritor, se hacía algo infantil en discordancia con la imagen que el joven daba. Un detalle más a anotar en su pequeño cuaderno.

Su nombre solo lo debe conocer ella — Contestó mientras ponía el cazo sobre el hornillo — Sin embargo, hemos acordado que yo le puedo llamar Elizabeth. — En este momento su mirada se deslizó hacia la de David — Siempre he tenido debilidad por las novelas victorianas.

“En mi casa solo se cuelan los insectos que mi gata no pilla a tiempo. Esto es mucho más encantador” Elliott dejó escapar una pequeña risa. — Quizá más encantador, pero al menos si los pisas los insectos por la mañana al despertarte, no te llevas un tijeretazo al dedo.

En lo que el agua hervía, Elliott volvió a incorporarse, hasta entonces encorvado hacia la mesa.

Fue muy amable por parte de Willy, sí. De no ser por él, actualmente viviría en el camión de la mudanza. — Bromeó. — También a mí me comentó que Sam, Sebastian y Abigail tienen un pequeño grupo. Yo diría que soy mucho menos serio; toco por placer, para clarear mi mente y permitirle que se pierda en algo que no sea la escritura. — Se acercó al piano, pasando por al lado del joven granjero — En cuanto a qué tipo de música toco… — Alcanzó la partitura actualmente apoyada sobre el piano, titulada “Für Elise”, y la apartó. — Deja que te lo demuestre.

...






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Jue Feb 16, 2023 9:51 pm por Blueberry




PLAYA, Stardew Valley. Hace 24 años.
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«Two birds on a wire»
Era junio de hace veintiséis años, y por aquel entonces no se me había ocurrido pensar en cómo repercutiría esa actitud retadora con la que yo enfrentaba mis conversaciones. Solo buscaba resultados, y hacerle saber a Elliott que él tampoco era un personaje que pasara desapercibido pretendía ser una curiosidad envuelta de cumplido: ¿qué había llamado tanto la atención de nosotros aquella noche? ¿La voz alta de Alex, alguna de mis insinuaciones al chico o que Haley se interpusiera entre nosotros? Prefería tener el control sobre la primera impresión que se llevaba alguien de mí y saber que Elliott me había mirado antes que yo a él me hacía preguntarme qué era lo que había visto de mí el escritor. Sin embargo, al recibir su respuesta, solo pensé en lo agradable que se me hacía escuchar una risa a ese cumplido: sí, te he visto; estás aquí y yo te veo, y no te dejas intimidar por ello. Amplié mi sonrisa, admirando su seguridad, y procedí a adentrarme en su casa.

Yo aún estaba poniendo a prueba aquel primer encuentro, manteniendo esa pregunta en el fondo de mi mente: ¿era alguien con quien se pudiera compartir algún otro mundo? Su casa se teñía en vigorosos y apasionados rojizos que se difuminaban con la madera húmeda y el joven se movía recto, incluso para inclinarse a coger una cafetera o gesticular con las manos: todo una coreografía que parecía disfrutar más que haberla aprendido. Y conforme el chico se acercaba de nuevo a mí y a la entrada y yo cerraba la puerta de su casa, me aparté unos pasos de él para dejarle espacio, dándole una sonrisa de cortesía y procurando que los mocasines tampoco resonaran por todo el espacio, evitando hacer mío lo que era suyo. Y él, de nuevo, amablemente, me preguntó por mi preferencia -o me la impuso- por el café.— No. Es perfecto. Gracias— zanjé, siempre prefiriendo el sabor tostado que el grano solo dejaba al agua virgen.

Elliott se encargaba de la tetera, dejándome con el pensamiento pasajero de cuán necesario era en realidad un frigorífico y de si el chico estaría ya cansado de tener que ir día tras día a Pierre's para comprar los alimentos frescos.— Seguramente lo sepas, pero Pierre's cierra los miércoles. En caso de que un día vayas con un apuro y lo encuentres cerrado— también estaba el JojaMart, pero más lejos, los productos eran más perecederos y el servicio peor.— Hay un supermercado junto al río, en el camino hacia la montaña, por si un día te ves en apuros— informé con las manos enganchadas a los bolsillos del pantalón, con una mera sonrisa de cordialidad.

Sin embargo, mi atención fue rápidamente robada por el cangrejo Elizabeth.

¿Elizabeth?

"Siempre he tenido debilidad por las novelas victorianas" aclaró el escritor.

Una leve risa incrédula fue lo que recibió en un primer momento Elliott.

¿Elizabeth Bennet?


Recuerdo. En clase, 18 años.

— David Alders, ¿le importaría leer el fragmento tres?

Mis ojos rodaron por la página cuatro hasta aquel título subrayado de azul lavanda: "The lack of pride in Darcy's character". Y yo, tomando aire y afinando los ojos, gané algo de tiempo:— ¿Página cuatro?— pregunté mientras repasaba el discurso en mi cabeza, identificando los colores sobre la página. La profesora asintió y yo comencé:"My fingers,” said Elizabeth— y con cuidado y esmero entoné las narraciones, diferenciándolas de sus diálogos, poniendo algo de práctica en las voces de cada uno:, “do not move over this instrument in the masterly manner which I see so many women’s do. They have not the same force or rapidity, and do not produce the same expression. But then I have always supposed it to be my own fault—because I will not take the trouble of practising. It is not that I do not believe my fingers as capable as any other woman’s of superior execution.”

Allí terminaba la intervención de la chica Bennet y, señalado en lavanda, comenzaba la de él:Darcy smiled and said, “You are perfectly right. You have employed your time much better. No one admitted to the privilege of hearing you can think anything wanting. We neither of us perform to strangers”.

El fragmento había terminado y yo aparté ligeramente la fotocopia de mi vista, devolviendo la mirada a la profesora, calmando una garganta cada vez más cerrada con un sorbo de la botella de agua.

— Muy bien entonado, Alders— yo sonreí con agradecimiento en respuesta—. Veo que ya tiene su texto subrayado. ¿Alguna opinión que compartir con su clase?

Y yo volví a acercarme el folio, observando un montón de colores que poco debían significar para una profesora de literatura; observé los inicios de guion, cómo diferenciaba a los personajes con distintos colores: Darcy con el lavanda, Elizabeth con el granate. Observé las marcas de guion: puntuación y palabras más relevantes; y en amarillo iban las "p", y en verde las "g", y sonreí dos segundos con ironía hacia la hoja, presuntamente, bien estudiada.— Pues, según esto, parece que lo único que se interpone entre Elizabeth y Darcy es que hay otras personas que se entrometen. Darcy halaga las cualidades de Elizabeth, resolviendo la temática de la obra: ella es quien tiene los prejuicios, pues él no sabe desenvolverse tan bien como ella en situaciones sociales, así que esa primera impresión que Elizabeth se lleva de él no es tan correcta como lo hubiera sido si se hubiesen encontrado en un ambiente más familiar. Y Darcy en este fragmento abandona su orgullo para halagarla. La trama podría haberse desenvuelto aquí, pero después de esto, Lady Catherine entra e interrumpe la conversación.

Y si bien a mí me gustaba -precisaba de- prepararme las clases, aprenderme de memoria los textos, ir preparado por si, en algún momento, algún profesor me hacía leer; no, no había nada que comentar de esos colores que le fuera interesante a ella.

Así que allí estaba, enfrentándome a ese cangrejo carmín llamado Elizabeth, al habitáculo salpicado de vigorosos y apasionados rojizos y a su dueño en gabardina color granate.

Yo solía subrayar a Elizabeth con tus colores, me dije. Pero, en cambio, sonreí. Aquella era una anécdota demasiado privada, guardada para algún otro momento en el que me sintiera invitado a compartirla. En su lugar, volví mi vista al hueco por el Elizabeth había huido y me corregí:— Oh, perdone: señorita— adecué su género con cierta diversión en ello y volví a incorporarme.— Yo siempre he preferido más el verso corto— expliqué, poniéndome en pie y volviendo a mirar al chico con una sonrisa.— Claro, que yo no tengo personajes de novelas victorianas viviendo conmigo— comenté alegre. Lo máximo, de hecho, a lo que podría haber aspirado mi literatura desde la casa en Stardew era algún breve poema sobre las vistas que se tenían de la montaña y el olor de los primeros días de siembra. Y no, no desmerecía la literatura poética, pero dudaba que a alguien como a mí le pudiera caber un personaje como Elizabeth en diez versos.

Y así, con ello, le expliqué qué tipos de personajes habitaban mi cabaña en el Valle. Su respuesta mereció que mi mirada bajará, irremediablemente curiosa y preocupada, a los pies del escritor, dejando que la sorpresa cruzara por mis ojos. Pero no, su coreografía había sido perfecta, y terminé por reír, siguiéndole la broma.— Y supongo que echar a Elizabeth a la olla no es una opción, ¿verdad?— dibujé media sonrisa contenida, dejando claro que estaba de broma.

El agua comenzó a hervir y Elliott recuperó toda su altura, invitándome con ello a que diera un par de pasos hacia él, siguiéndole por el espacio que, de algún modo, entendía que él me daba para acomodarme. "De no ser por él, actualmente viviría en el camión de la mudanza". Esbocé una sonrisa, cambiando mi vista del escritor al piano. "También a mí me comentó que Sam, Sebastian y Abigail tienen un pequeño grupo".

... "También a mí me comentó que Sam, Sebastian y Abigail tienen un pequeño grupo"...

Y esa frase se quedó resonando en mi cabeza unos momentos, naciéndome las dudas sobre el escritor, pues: Este tío se sabe mejor los nombres de los vecinos en cuatro días que Alex en veintiún años. Con mi curiosidad creciente, recordé la cantidad de tiempo que le había llevado a Alex llamar a Sebastian por su nombre y no por "el hijo de la carpintera". Alex quizás no fuera el más atento a aquello que se escapara de su entorno, pero el nuevo vecino proyectaba esa necesidad de ponernos a todos nombre y cara, de hacerme ver que él ya sabía quién era quién y que se había tomado las molestias de conocer nuestros nombres. Fanfarrón o nervioso por ser nuevo en la ciudad, preferí dejar las opciones abiertas.

...

Durante apenas dos segundos.

"Toco por placer, para clarear la mente".

...

"Permitirle que se pierda en algo que no sea la escritura".

En esa ocasión fue mi ceja derecha la alzada, en la misma dirección con mi media sonrisa, curiosa, impaciente, ansiosa.


Recuerdo. En casa, 15 años.

— Lo sé.

Dalia hinchaba su pecho y me miraba, sentada en la cama, con la cabeza gacha.

— No es justo. Y lo sé. Intentaré defenderte más, ¿de acuerdo?— le propuse, haciendo que la chica asintiera con la cabeza.

— ¿En clase también te ocurre?— inquirí, cubriendo posibilidades. Dalia ladeó la cabeza, frunciendo el gesto, quitándole relevancia.

— Vale— fue todo lo que dije, sentándome en su cama.

— ¿Cómo lo haces tú?— inquirió entonces ella y yo me giré para sonreírla.

No hacía ni veinte minutos que nuestros padres habían, una vez más, presionado a Dalia para que hablara, para que se comunicara; habiendo entrado en el salón y presenciado cómo ella me ayudaba a memorizar la lección del día siguiente, pero ella no abría la boca, insistía y gesticulaba con sus manos, se expresaba con su rostro y lenguaje corporal; y, como era habitual, la comparación había estado presente: que aprendiera de su hermano pequeño. Cuando yo, en verdad, tampoco era amigo de las palabras.

— Honestamente, solo digo lo que los demás quieren oír— reí levemente. Pero ante la expectación que creó su mirada en mí, cogí aire y se lo dije:— Toco la guitarra. Cuando no quiero expresar lo que quiero decir o lo que pienso, toco. No expresamente lo que quiero decir, igual solo para clarear mi mente; ocuparla en algo que no sea... pensar.

Dalia sonrió, divirtiéndose a costa de su hermano.— Yo pensaba que lo hacías por las chicas.

Y reí.— Bueno, eso siempre ayuda.

— ¿Por qué no quieres expresar lo que piensas?

Yo sonreí.— Eso te lo respondo otro día. Hoy ya me has sacado suficiente.

"Toco por placer, para clarear la mente".

...

"Permitirle que se pierda en algo que no sea la escritura".

Dejé que mis labios se entreabrieran a la espalda del escritor, dejándome sorprender una vez más por mis recuerdos y estas nuevas interpretaciones. Dejé la barrera, de la que no había querido hablarle a Dalia esa tarde, baja y sonreí siguiéndole al piano.

Estaba expectante, curioso, ansioso; una reacción que para nada hubiera obtenido si no fuera por aquellas emblemáticas frases. Cuántas personas deberían tocar solo para clarear la mente, pero yo, hasta el momento, solo encontraba a aquellas que lo hicieran por diversión, pasión, su vida; y esas cortas y simples frases me llevaron a la curiosidad, a interesarme aún más por el tipo de música que tocaba aquel escritor, aquel músico.

Sin embargo, a pesar de mi sonrisa intrigada, mi ceja izquierda volvió a alzarse por la seguridad que desparramaba aquel extraño. Me disponía a escuchar algo que reproducía él, algo posiblemente suyo -por cómo se deshizo de la partitura frente a sus ojos-, y me pregunté por qué guardaba con tanto celo sus escritos pero compartía tan abiertamente sus canciones.

Yo le seguí, situándome en la luz entrante de la ventana, contra la repisa de esta, para mirarle de frente, curioso, y dejé que interpretara.

Evité traicionar más mis pensamientos en mis cejas, bajando inmediatamente la que se había alzado, sorprendido en las cinco primeras notas por encontrar algo tan... ¿dulce? ¿Alegre? Y aparté mi mirada de él, pasándola al piano, a sus manos, observando cómo se desenvolvía en su canción. Y pronto pasé mis dedos a marcar el compás contra mi muslo, siguiendo esa especie de -lo que interpretaba que era un- viaje. Era música tranquila, esperanzadora, con intriga y desconocimiento por las nuevas metas. Con, quizás, miedo en algunas de sus notas. Una historia de incertidumbre de alguien que comienza una nueva -su propia- vida. Y, en su conjunto, una canción que me había hablado más de Elliott que cualquiera que pudiera haber llenado de palabras.

Las palabras eran inexactas, complicadas, debiéndose siempre desarrollar un tremendo esfuerzo por encontrar la más cercana a lo que quisieras decir y no siempre se encontraba en tu idioma. Pero la música empleaba multitud de matices y te permitía aglomerar tantas notas y claves como quisieras. Y su enorme ventaja: no todos la comprendían. Me pregunté entonces si Elliott estaba preparado para que alguien la hubiese comprendido.

Sus dedos se separaron del teclado y, ante la esperada mirada, yo le descendí la mía desde sus ojos hasta sus manos de nuevo.— Vaya...— miraba ya mis pies— Haces que uno sienta que debe compartir también su viaje contigo— y, sonriendo, devolviéndole finalmente la mirada, en parte, así lo hice.— "Your fingers do move over this instrument in the masterly manner which I have seen many other polished musicians' do. I, for never having played this instrument of yours, do not know if they have the same force or rapidity, but they do produce the same expression"— reparafraseé, dejando soltar una leve risa, tímida, reservada, mostrando mi admiración por la pieza con un rubor naciente en las comisuras, orgulloso de haber podido recordar el texto. Y, aún mirándole, amplié mi sonrisa— ¿Escribes tan bien como compones, Elliott?


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Dom Feb 19, 2023 11:57 am por Eddie




PLAYA . CON DAVID . POR LA MAÑANA
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«TWO BIRDS ON A WIRE»
Como escritor, Elliott era un cliché: café, pluma, una pila de sus obras favoritas siempre al alcance de la mano, y un horario alimenticio y de sueño deplorable, por no decir inexistente. Es por esto que en su casa apenas había de nada, incluso llevando en el pueblo algo más de una semana. Al final siempre acababa yendo al Saloon en algún momento para recuperar fuerzas, y pocas veces hasta el momento había ido siquiera a comprar. De hecho, había ido una. Aquel típico día en el que te despiertas con una misión; con intención de finalmente atrapar ese recado pendiente que hasta entonces había estado revoloteando a su alrededor donde quiera que fuese. Se había despertado pronto, vestido cuidadosamente para causar buena impresión su primer día en la tienda local, había incluso recordado llevar la bolsa de cuerda que trajo de casa y se había puesto en marcha con los aires de un caballero medieval que finalmente se ve preparado para enfrentarse a su último obstáculo y volver a casa a su amada.

Sí, era miércoles.

Muchas gracias por la información. — El escritor dejó escapar una risa — Hubiese sido útil tenerla este pasado miércoles, la verdad. En lo que respecta a Joja, la verdad es que no quisiera comprar allí. Willy me ha contado que no respetan mucho el comercio local, y eso le incluye a él, por supuesto.

Elliott todavía se hallaba trasteando con la cafetera y el hornillo cuando David se refirió directamente a Elisabeth, lo que le hizo sonreír silenciosamente, encandilado por el encanto de su visitante.

Ah, quizás me puedas hacer alguna recomendación, entonces. — Inquirió con curiosidad.

Una guitarra y verso corto. Verdaderamente, David prometía, aunque Elliott todavía tenía que conocer su gusto para asegurarse de que estaban en la misma página. Al fin y al cabo, no todo es buena literatura o, mejor dicho, no todo está acorde a los estándares del aspirante escritor.

”Y supongo que echar a Elizabeth a la olla no es una opción, ¿verdad?” Elliott dejó escapar una carcajada — Creo que prefiere el agua algo más fresca, aunque — aquí Elliott bajó la voz, y tapando su boca en dirección a la que había huido el cangrejo — no diré que no me tientan unos buenos pasteles de cangrejo.

Elliott al piano era, decididamente, un espectáculo. No uno de luz, movimiento y fuegos artificiales, sino uno más similar a las olas, meciéndose sobre la arena y ocasionalmente rompiendo contra las rocas.

***

La última nota resonó durante un segundo interminable, necesario siempre para que la mente de Elliott transicionase de nuevo a la realidad. Para que su alrededor volviera a posarse en el suelo, objeto por objeto, tablón por tablón. Durante los pocos segundos desde que había puesto el primer dedo sobre una tecla, el escritor olvidó completamente la presencia de su nuevo conocido. Las notas habían brotado de él como si hubiese estado tocando durante tres horas seguidas, y su mente percibía solo música y movimiento.

“ Haces que uno sienta que debe compartir también su viaje contigo .”

David rompió el salino silencio.

Hazlo — Elliott se giró en su asiento, encarando una vez más al granjero y terminando de dejar caer la sábana de la realidad sobre sí mismo. Esbozó una sonrisa y seguidamente señaló con su mirada a la guitarra del otro joven.

En aquel momento Elliott no había tenido tiempo de analizar esa breve frase de parte del granjero. Sin embargo, es algo que, sin adelantarnos demasiado, voltearía una y otra vez entre sus finos dedos en las vigilias venideras.

Pensaba que eras más de verso corto…— Señaló con sorpresa al reconocer el parafraseo de su invitado. — En cualquier caso, muchas gracias. La verdad es que no es mi fuerte, pero me gusta dejar correr mi imaginación. Lo que has oído no es más que una melodía con la que trasteaba ayer. —Contestó, halagado e impresionado por la memoria de David. — ¿Acostumbras a aprender de memoria fragmentos? Yo apenas me sé mis frases favoritas, he de decir.

El hombre parecía haber regresado a su estado nervioso y tímido, aquel que hasta el momento, parecía haber dejado a la entrada de la cabaña. Esta segunda vez, sin embargo, la reacción de Elliott fue diferente. Atrás había quedado ya la necesidad de hacer apuntes y dar una buena impresión. Aunque la importancia del primer encuentro no había disminuido, a Elliott empezaba a interesarle más David la persona; David su potencial amigo. Es por esto que aquel esfuerzo de reproducir un extracto de uno de sus libros favoritos junto a la visible vulnerabilidad que había sentido al hacerlo calmaron al escritor y reforzaron su confianza. Claramente, su visitante tenía también motivos para probarse frente a él.

¿Escribes tan bien como compones, Elliott?

Quisiera pensar que algo mejor — Dejó escapar una risa, vagamente tratando de ocultar su propia fanfarronería. — Quizá algún día de estos te enseñe algo que haya escrito, si quieres. — Sugirió, emulando la vulnerabilidad del otro; queriendo mostrarle que él también estaba dispuesto a dar un paso más.




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Miér Feb 22, 2023 4:26 am por Blueberry




PLAYA, Stardew Valley. Hace 24 años.
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Recuerdo aquella sensación de como haber dejado la puerta entreabierta, de pasar por delante de la rendija y que la corriente renovara tu cuerpo. Ocurrió justo antes de que el sol alzara uno de sus ribetes por la línea de la costa y el rostro de Elliott fuese importunado por su luz. La brisa del despertar marino se colaba por aquella caseta, dando cada vez más sentido a que la "ropa de salto de cama" del escritor fuese aquella larga gabardina.

Recuerdo fijarme, apenas un segundo, en cómo la luz envió un destello pelirrojo por la sala mientras Elliott y yo hablábamos de una de esas cosas banales: la compra. Un mero gesto de cortesía que, pronto, se convirtió en algo mucho más importante: apropiación de recursos y mercado. Yo alcé las cejas, dejándome cautivar por conocer aquel punto de vista del escritor. Y con solo la breve risa de conocer que él ya había, como tantos otros habíamos, intentado comprar un miércoles en Pierre's, dediqué dos comentarios a la empresa. El primero:— Se agradece— sí, yo había sido parte de ese mercado local en alguna ocasión, pero mi estadía en Stardew nunca se había centrado demasiado en la venta, así que, a lo que me refería era:— Es decir, es una opción respetable para ciertas personas— Penny, por ejemplo, quien no podía permitirse los precios de Pierre's.— Pero se agradece cuando alguien nuevo hace el esfuerzo— inmediatamente, aún con mi postura relajada, con los dedos enganchados en los bolsillos, ofrecí mi segunda nota:— Hoy es jueves. Si te interesa, puedo acompañarte cuando abranno es que mi cara vaya a asegurarte ningún descuento, pero igual evita que Pierre intente timarte.

La vidas que habitaban Stardew se asemejaban a ese amanecer aludido en forma de abanico, y en cada varilla había una casa y en cada casa, varios ribetes. A mí me gustaba imaginarme que el Saloon era la cabera de guarda, donde todas las palas se recogían en algún momento, pero tan pronto como nos desperdigábamos, lo único que nos unía era saber que a quien no conocíamos, sabía de nosotros por otro. Y hacía apenas cuatro días, alguien había ampliado el país para incorporar a Elliott a esta vieja varilla, pero yo aún estaba adivinando el entramado y estampado que decoraba la tela del escritor.

Elliott era alguien seguro de sí mismo, de los verdaderamente seguros de sí mismos, pues su cabeza no se inclinaba y sus mejillas guardaban la misma palidez que el frío de su cabaña le otorgaban. Era alguien artístico, pues sus elecciones querían así demostrarlo: elegante andando, manteniendo sus lecturas al alcance de sus manos y una cabellera que había peinado antes de hacer su cama. Si era artista estaba por ver, pero los rasguños de su personalidad aún se me hacían banales para empezar a pintar el abanico.

Era lector de novela victoriana y su cangrejo se llamaba Elisabeth y, captando aquella sonrisa producida al corregirle el género a la cangreja, agradable, pues correspondí su reacción alegrando la mía.

Sin embargo, no pude ver venir lo siguiente. Seguramente por ese prejuicio: alguien que parecía tan seguro de sí mismo, no daba la impresión de que fuese de los que les gusta escuchar y tomar recomendaciones de lo que -él debería suponer que- era su ámbito. ¿Sería, en cambio, una forma de ponerme a prueba? Sonreí, y con la ignorancia de esa respuesta, contesté sincero— Honestamente, dudo que nada que te sea desconocido. Es decir, el hombre que ha leído a Austen, habrá leído a Dickinson y Teasdale— sonreí.— Suelo leer antologías— especifiqué.— Y entre mis favoritos diría que están "A Winter Blue Jay" y "A Day"— la literatura me delataba: caía ante cualquier representación artística que evocara paisajes y se centrara en el pequeño detalle: un arrendajo para hablar de amor o una breve composición de rutinas para hablar del día.— ¿He de suponer que escribes prosa?— inquirí ladeando la cabeza, buscando su mirada centrada entonces en el hornillo.

Los encantos de la literatura nos conducían a tomar pequeñas decisiones, y mientras yo había llamado a mi gata Jay por ese poema, él había llamado a su visitante matutino Elisabeth por una novela. Si nuestras decisiones se asemejaban a algo más que eso, indicaría, quizás, que, igual que yo prefería el verso, él tiraba hacia la prosa. Sin embargo, la conversación sobre nuestros animales acabó con una risa y una promesa: "Creo que prefiere el agua algo más fresca aunque... no diré que no me tientan unos buenos pasteles de cangrejo".

Fue encantador y dicharachero, provocando la inmediata carcajada en mi persona.— Lo tendré en cuenta— le prometí en indicio de oferta con una amplia y divertida sonrisa.

Elliott vertió el agua en la tetera y encendió el fuego dejándola hervir.

Y yo le seguí a aquella primera fila del espectador, de cara a él y apartando mi mirada de su figura tan pronto como comprendí que se estaba abriendo sin ser consciente de lo que yo leía en su partitura. Algo que tampoco evité, pues, en su recorrido, me preocupaba sin consciencia de ello; medía sus compases y seguía con mis dedos las cuerdas que habría que percutir si las de ese instrumento hubieran estado al alcance de mis uñas. Y si bien el viaje propuesto por la melodía me dejó en aquella posición incómoda, insegura de si hacérselo saber o no, sonreí por lo que, no solo había transmitido, sino había abierto: su abanico, su puerta.

El entramado debía ser elegante y retorcido, del tipo que una niña señalaría a su madre por la complejidad del bordado: impresionante en un vistazo. Su tema lo veía granate, pero de ello sólo tenía culpa los colores con los que yo vestía sus palabras; y en él, en aquel bordado del abanico, yo acabaría viendo esa pequeña casa que hacía suya madera a madera, con las vistas del mar en su aurora.

El sol entonces se alzaba ya por encima de la cota de mar, abriendo las ventanas de Elliott con su abanico de luces extendido. Y el cristal empañado por los vapores de la tetera dibujaban sus sombras en mi, ahora, faz iluminada. El sol caía sobre mí dejando en sombras al músico, y, de nuevo, la sensación de la puerta entreabierta: un aire de renovación al escuchar aquella nota suya prolongada. El sonido cayó y nosotros lo acompañamos en el silencio.

Tres...

Dos...


— Haces que uno sienta que deba compartir su viaje también contigo— y antes de que me diera tiempo a cerrar la puerta, Elliott entró:— Hazlo.

¿Uno?

Recuerdo mi mirada intrigada caída sobre los ojos del escritor; la brisa fría recorriendo mi consciencia y mi cuerpo. ¿Compartir yo mi viaje con un extraño? El escalofrío se sintió de abajo a arriba, como si viniera propulsado directamente de la boca del pianista. Y con mi boca ya abierta para recitar aquellas líneas de Elisabeth, dejé la puerta abierta y que el escritor entrara.

Me pregunté entonces cómo debía verse mi abanico, mi casa, mi fortaleza, el muro interior de la barrera que mantenía alzada. Y solo supe que ahí dentro dejaba escapar esa sonrisa de orgullo por haber recordado unas cuantas frases. Elliott, sin embargo, sorprendido, parecía no distar mucho de la mera sorpresa. Sin embargo, cómo expresó esta: "pensaba que eras más de verso corto" me devolvió a mi posición segura, sonriendo al chico y alzando la ceja derecha en su dirección con los brazos cruzados sobre el pecho.

Para ser solo algo con lo que trasteaste ayer, está muy bien construido, reaccioné internamente.— Pues, por favor, invítame cuando la lleves trasteando dos días— sonreí, entre el aspecto evocador y el insinuante.

"¿Acostumbras a aprender de memoria los fragmentos? Yo apenas me sé mis frases favoritas, he de decir".

Descrucé mis brazos y le miré sonriente.— Pues, a riesgo de perder mi encanto, te diré que es lo único que he leído de Austen— confesé.— En el instituto estudiamos ese fragmento y, sí, acostumbro a memorizar los textos de clase— me expliqué con la sonrisa divertida de quien intenta no perder demasiado el terreno ganado. El dar la explicación al por qué se quedaría en la reserva hasta que él o su expectación me lo pidieran.

Elliott se mantenía en el umbral de aquella puerta entreabierta y desde ahí veía lo que debía ser el interior de mi barrera, pero, consciente de ello, yo aún me interponía en su vista y cuando, en el interior de su propia casa, él se ofreció a enseñarme más, yo cedí un paso más al escritor, retirándome y dejándole ver más: mi curiosidad. "Quizá algún día de estos te enseñe algo que haya escrito, si quieres". Yo ladeé la sonrisa y asentí con la cabeza.— Me encantaría— si escribía mejor que componía, quería, muy claramente, verlo.

Y quizás fue el breve silencio que se aventuró después lo que me invitó, en esa casita de la que había hecho mi privacidad, a tener que retroceder más pasos y ofrecerle una panorámica mayor. Así que rompiendo la sonrisa que le había mantenido, cogí aire e, hinchando los pulmones como si ante mí hubiera una página entera sin subrayar, me descolgué la guitarra para comenzar a sacarla de la funda.— Te presento a Jazzy, Elliott— anuncié desprendiéndola de su vestido y dándole una vuelta en el aire para que la admirara.— Espero...— me dirigí, terminando de colgármela, a sentarme a su lado en el banco del piano— ... estar a tu altura— le miré un segundo con la cabeza vuelta hacia él y sonreí.

...

¿Demasiado cerca?

Devolví la mirada a Jazzy, sonriéndome a mí mismo, y ajusté las cuerdas. Rápido y seguro, comprobando la afinación, golpeé finalmente la caja y miré de reojo a Elliott, cerrando el que no le miraba, ensayando el gesto de nerviosismo y sonreí por última vez antes de recordar la más que trabajada partitura.

La derecha cayó. La izquierda afianzó. Y, cerrando durante las tres primeras notas los ojos, comencé a tocar.

El gesto era serio y solemne, privado y concentrado; y, con la mirada clavada en Jazzy, mantenía el cariño que había puesto en la obra. Con acordes y tempos, mi abanico fue dando de sí, mostrando a Elliott aquellos sueños y deudas con mi presente para el futuro; con la comodidad de la expectación, dejé que el pianista se adentrara más allá del umbral, y, al hacerlo, alguna comedida sonrisa comenzó a escapar mi rostro. Hasta que allí, al final de la pieza, donde la caja sufría más que las cuerdas y era golpeada por el desenfreno de mi mano, mis sonrisas se desinhibieron con mis mayores sueños y anhelos.

Y, terminándola, recuperé, por compases, mi estado solemne.

Pero la puerta estaba abierta y, con la mirada aún puesta en Jazzy, esperé a que Elliott se recreara en mi abanico de ambiciones.


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Sáb Feb 25, 2023 6:18 pm por Eddie




PLAYA . CON DAVID . POR LA MAÑANA
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Ah, caballero y escudero. Don Quijote y Sancho Panza (aunque nunca le desvelaría la comparación). Tener compañía ayudaría a finalmente conquistar aquella pequeña guerra de guerrillas que llevaba consigo mismo; con David a su lado “Ain’t no valley low”.

— Te lo agradezco. Me vendría bien algo de dirección respecto a los productos. Seguro que sabes discernir cuáles son los más frescos.

Sobre la mesa de Elliott descansaba el puñado de libros que había podido traerse de casa. Había tenido que elegir prácticamente sus favoritos, pues no había mucho sitio para dejar más. Entre ellos se podían discernir, como era de esperar “Pride and Prejudice”, pero también “Jane Eyre”, “Cyrano de Bergerac”, “Brideshead Revisited”, “The Picture of Dorian Gray”… A desgracia del escritor, no había traído mucha poesía consigo. Quizá porque siempre le había encandilado más la prosa. Es por esto que, con honesta curiosidad, preguntó a su visitante cuáles eran sus preferencias.

Ah, la poesía sobre la naturaleza es encantadora. Veo que te llaman la atención los románticos. Yo, la verdad, también me inclino ligeramente en esa dirección — Dejó escapar una ligera risa, considerando el doble sentido de sus palabras en consonancia con su secreta afición por las novelas rosas. — Aunque no puedo decir que conozca demasiado a Teasdale, quizá me la podrías presentar.

“¿He de suponer que escribes prosa?”

Mayoritariamente, sí. Aunque, todo sea dicho, todavía no he empezado mi libro, así que quién sabe. — Comentó con una sonrisa esperanzada.

Elliott sonrió hacia la idea de unos buenos pasteles de cangrejo, preguntándose si David hablaba en serio, pero no queriendo ahondar en el tema.

***
— Hazlo.

Quizá fue acto de su subconsciente. Al fin y al cabo, el joven había llegado a su puerta de madrugada con una guitarra a la espalda. Elliott no se había llegado a plantear por qué, pero al darle aquella respuesta se dio cuenta de que era porque ya lo sabía.

Elizabeth y yo estaríamos encantados de que nos visites cuando quieras. Respecto a la melodía, nunca sé qué voy a tocar antes de sentarme al piano. — Respondió halagado.

“Pues, a riesgo de perder mi encanto, te diré que es lo único que he leído de Austen. En el instituto estudiamos ese fragmento y, sí, acostumbro a memorizar los textos de clase”

Pues si algún día te apetece continuar, tengo una copia ahí mismo — Señaló vagamente hacia la pila de libros sobre el escritorio. — Solo pediría que lo trates bien. — No quería mencionarlo, pero por la cabeza de Elliott pasó inmediatamente la imagen de dedos embarrados hojeando su libro. — Interesante. Yo me creía buen estudiante, pero nunca llegué a esas alturas.

"Me encantaría”

El escritor se quedó brevemente sin palabras. Por supuesto, aquella era la respuesta que cualquier persona decente daría. Sin embargo, eso hizo que Elliott inmediatamente comenzase a plantearse qué texto podría enseñar. Hacía años que no mostraba su trabajo a nadie, queriendo alejarse de influencias críticas y centrarse en escribir como a él le gustaba. ¿Qué tipo de atracción causaba este repentino visitante que había conseguido que le ofreciese un pedazo de su mente?

Un placer, Jazzy. — Sonrió hacia la guitarra.

David se sentó junto a Elliott, y, por primera vez, este sintió el calor que desprendía su cuerpo. Por primera vez se percató del olor que más adelante se convertiría en lo que sentiría como su hogar. Por primera vez notó esa breve chispa causada por la fricción de la conversación, las murallas deconstruidas y, finalmente, la cercanía. Sus músculos se tensaron momentáneamente, incómodos con aquel repentino sentimiento.

Y, entonces, música.

Los ojos de Elliott quedaron clavados en los dedos de David, pero eran sus oídos los que se habían hecho con la hegemonía de su cuerpo. Sus músculos pasaron a ser dirigidos, como un instrumento más de la orquesta, por la melodía proferida por “Jazzy”. Una perla salada comenzó a formarse en su ojo izquierdo. Su respiración se convirtió en apenas un hilo, dejando hueco a la música para hincharse en olas y empapar todas las esquinas.

Las cuerdas finalmente terminaron de vibrar y, Elliott, volviendo en sí como quien despierta de un sueño en el que no sabía haber caído, se deshizo de la solitaria lágrima disimuladamente.

En aquel momento no tenía palabras, pues sentía que proferir siquiera un solo sonido que pudiese dirigirse a aquello que acababa de oír, rompería su pureza. Sería como tirarlo al montón de los “wow”s, de los “qué bonito”. No, no merecía aquello.

Por esto, aprovechando que David seguía en la misma posición, Elliott se levantó inmediatamente de la butaca y se sentó en su escritorio. Lanzó una breve sonrisa hacia David, queriendo transmitirle que todo estaba bien. No obstante, el brillo de su ojo izquierdo no había terminado por irse.

Durante cuatro minutos garabateó en silencio con su pluma, centrado en su trabajo. Una vez hubo terminado, cogió el pedazo de papel, lo dobló por la mitad, papel blanco hacia fuera, y se lo entregó a David.

Ábrelo cuando vuelvas a tu casa. — Bajo sus dedos se podía distinguir tan solo dos palabras “Seven years”.




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Mar Feb 28, 2023 3:36 am por Blueberry




PLAYA, Stardew Valley. Hace 24 años.
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Flashforward. 17/04/1998

— ¡Oh, vamos! Elliott escribe, Leah esculpe, Haley hace fotos y Emily teje; ¿tú qué haces?

La llamada de emergencia había ocurrido hacía apenas veinte minutos. Y aún a la espera de que llegara el resto, mi cuerpo se estiraba con la cabeza colgando de la cama de Alex; y mi amigo, de pie, frente a mí, me miraba desde su altura con una actitud recriminatoria.

— Estresarme— era todo lo que hacía en los últimos días. Era diecisiete de abril, a diez días del sexto cumplemés y yo aún no tenía ningún detalle que desarmara a Elliott.

— ¡No! Tú tocas— pero Alex, en su nueva habitación llena de virutas, astillas y madera labrada, se desvivía por demostrarme que nada como un gesto artístico para desarmar a un escritor.

Y, en ese breve ejemplo, erraba.

— Ya le regalé una canción— llevé las manos a mi cara, frotándomela, cansado y sin ideas.

— No. Le compusiste algo que solo alguien como él podría entender. Cantarle, no le has cantado en tu vida.

Faltarle razón, no le faltaba. Pero el motivo por el que había elegido la música era que no necesitaba palabras.

— Alex, yo no escribo letras.

— Eres un cagao'. Te encanta poner lo que piensas con un montón de trampas a su alrededor para que solo la élite pueda entenderte. Pero te digo que si le escribes algo a ese escritor aficionado a las telenovelas, le dejas en el sitio.

Aparté mis manos de la cara y miré a mi amigo con los ojos entrecerrados y media sonrisa.— Oye, dime, ¿es fácil eso de sugerir cosas que tú no harías en toda tu vida?

El cuarto se quedó unos segundos en silencio. Y mi mirada se mantuvo todo el tiempo en una incógnita mirando al chico. Él, por vez primera, parecía ser, sin embargo, el que estaba evaluando la situación. Y respondiendo mi gesto con una sonrisa ladeada, me retó.

—  I used to wanna be...

Mi expresión se afinó, mis cejas se fruncieron y entreabrí la boca observando a mi amigo.

— … living like there’s only me

Lo suficientemente afinada, seguramente algo practicada, y con un papel memorizado que debía contenerla, Alex cantaba una lírica directamente de su memoriaBut now I spend my time thinking 'bout a way to get you off my mind.

Me incorporé y le miré sorprendido, divirtiéndome.I used to be so tough— sonreí, incrédulo, y él se agachó para encararme con toda la desvergüenza que debía haber estado ahorrando:Never really gave enough— él sonrió y yo empecé a atragantarme con mi propia vergüenza— … And then you caught my eye giving me the feeling of a lightning strike— y él empezó a divertirse también.

Tirándose al suelo de rodillas, sonrojándose por momentos, Alex siguió:Look at me now, I'm falling!— agarrando mis piernas, Alex me zarandeó y yo reí, con la mirada agilizada por la emociónI can't even talk, still stuttering; this ground I'm on, it keeps shaking.

Yo llevé mis manos a las suyas, intentando que parara en su demostración y él se sentó en el suelo, llevándolas a mis rodillas para golpearlas con camaradería.— All I used to wanna be was somebody to you— declaró, sonriendo con nostalgia.— Y si para ello tenía que encontrar una canción que te dejase con cero posibilidades de rechazarme, lo hacía.

Y yo le sonreí, parpadeando un par de veces para quitarme la lágrima fácil de encima— Nunca la usaste.

Alex rio levemente:— Y menos mal, con esta reacción, te habría tenido en la palma de mi mano al momento.

Yo reí. Y él siguió:— Iba a haberlo hecho, pero era bastante obvio por el momento que estabas centrado en otro— se encogió de hombros y volvió a sonreír:— No me arrepiento. Nos habría durado una semana y…

— ¿Por mucho que te esforzaras no te gustaba?

Alex rio.— Solo quería no perder a mi mejor amigo— expiró una bocanada de aire y yo le sonreí.— Te he hecho llorar sin acabar la canción y sin música— me recordó.

Y aunque yo no solía corregir a la gente, necesitaba un argumento para evadir que tenía razón:— Bueno, técnicamente, la voz es el primer instru-

— Sí, exacto, gracias por recordarme qué es lo que no me gusta de ti.

Le golpeé en pecho y él se echó hacia atrás riendo.

— Vale. Mensaje captado. Pero ahora tienes que decirme cómo acababa la canción.

Nunca consideré realmente que mi problema con las palabras viniera de aquellas que se volteaban y me costaba leer. Solo de niño y bajo la incomprensión de por qué no podía le eché la culpa a ellas. Pero los años pasaron y encontré formas, lo vi un reto: tratarlas como un logro, una conquista difícil, con la que acababa llenando de orgullo mi pecho.

"¿Sabes? Eres muy fácil de tratar, Alders".  "No sé... Ofreces confianza". "Es solo que haces fácil hablar contigo"... Comentarios del estilo eran los que había recibido hasta mis veintiún años. Mi problema con las palabras tampoco parecía afectar mi círculo. Sabía lo que querían oír, sabía lo que yo quería decirles y decidía qué y cuándo hablar. Pero yo no tenía la facilidad de Haley o Alex para abrir la boca sin pensarlo; de actuar improvisadamente, de decir lo que pensaba sin procesar si quería decirlo. No, los límites a mis palabras los había puesto siempre yo.

Por aquel entonces había sido alguien obstinado y tozudo, que, de no ser por las charlas con Robin, quizás habría seguido siendo menos de lo que podía llegar a ser. Pero el motivo por el que no abría aquella puerta al interior de mi habitación propia, el motivo por el que nunca me había imaginado el ribete de mi abanico, era que no quería afrontar lo que guardaba de puertas para dentro. Así que, con la puerta, también cerraba mi boca.

Supongo que era un conjunto, más que momentos específicos: el copo de nieve que se asienta en una bola. Pero mi hermana no hablaba y yo lo evitaba. Ella, sin embargo, acabaría enfrentando el motivo mucho antes que yo.

Así que sí, mis canciones no llevaban letra porque así el único que las entendía de puertas para dentro era yo. Y en los demás, en la mayoría, dejaba la vaga sensación de qué había pasado por mi mente al componerlas: nostalgia, deseos, curiosidad... Ellos rascaban una superficie hasta que alguien fuera de la multitud se daba cuenta. Y esas personas, como yo lo hice aquel día con Elliott, callábamos al identificar otra pieza. Y yo me sentía a gusto en aquella pecera donde ni Alex ni Haley habían llegado a leer realmente detrás de mis acordes más que esas grandes palabras: "nostalgia", "deseos", "curiosidad", "emoción". Y a ellos les valía. Pero a mí no.


Flashback. Recuerdo. 9 años.

— David, ven.

Mi madre acababa de pasar una larga hora en la habitación de mi hermana, hablando de "cosas de chicas" y, en mi temprana edad, me pregunté si entonces quería hablar de "cosas de chicos" conmigo.

— ¿Tú tienes amiguitos en la escuela?

Yo pensé unos segundos, pues mi madre conocía a mis amigos.— Sí, mamá. Vinieron a mi cumpleaños, ¿ya no te acuerdas?

— Sí, claro que sí. Es solo... No pierdas a tus amistades nunca, ¿vale? La gente sin amigos, acaba sola y esa, cielo, es la peor enfermedad que hay.

Mi madre era farmacéutica, así que tendría que tener algo de razón en aquello.

Aquella no fue la primera vez y tampoco la última. Creo recordar que la primera, de hecho, fue con siete años, entrando al colegio por primera vez, cogido de la mano de mi hermana, mi madre me recordó que "fuese a hacer amigos o me quedaría solo".

Y eso hice.

Por el resto de mi vida.

Y, eventualmente, supe tanto saber qué decir a la gente para mantenerla contenta que mi madre dejó de decírmelo y con sonrisas aliviadas me despedía cada vez que me marchaba a salir unas horas con los amigos.

Mi madre en mi infancia había temido que yo, como Dalia, tuviera su mismo problema con las palabras, con hablar. Y había vivido con ese miedo durante años en los que yo continué esforzándome por saber cómo pegarme a la gente sin desvelar qué había dentro de mi casa.


Flashback. Recuerdo. 13 años.

— Tenemos toda esta selección de electroacústicas, muy útiles si un día quieres ponerles un amplificador o producir sonidos más eléctricos.

— No, gracias, quiero esta— señalé a la que acabaría siendo Jazzy.

— Es una guitarra muy íntima, no es de las más potentes del mercado. Necesitarás un micrófono para que se oiga en un auditorio.

— No hace falta que me la venda más— me abrí a aquel extraño con una sonrisa divertida. Y, cinco minutos después, salía con Jazzy de la mano.

Yo no quería ser escuchado más que por mí porque lo que contaba en mis canciones no debía salir de mí. Y ni mis amigos ni mis padres entendían de música.

Una vez vi a mi hermana expresarse con lenguaje de signos y me fascinó que, teniendo voz, buscara otra forma de proyectarla cuando su mutismo se lo impedía. Yo aprendí a tocar.

No, mi problema con las palabras nunca había sido por las palabras, sino porque yo no quería expresar esas palabras. Y en el desuso de hacerlo, me había acostumbrado a callar hasta ser preguntado, a privar de mi intimidad al curioso y obsequiar al interesado con ella.

Pero ese propio impedimento, el obstáculo del que me llegaría a hablar Alex, esas "trampas" alrededor de lo que quería decir, me impedían ahora comunicarme como quería hacerlo. Me había habituado a contárselo a Jazzy y a interpretarlo con ella y en mi búsqueda por que alguien pudiera tener un interés similar en la música, solo encontraba a aquellos que hablaban más que tocaban, a quienes les interesaba proyectar lo que decían y querían un auditorio lleno. Yo solo buscaba alguien con quien sentarme y tocar algunos acordes para ver qué nos decían. Entretenimiento. Distensión. Y mi extrema confianza hizo que agarrara esa mañana a Jazzy para golpear la puerta de Elliott.

No había planeado tocarle nada íntimo. Por el momento, solo un par de pentagramas de algo en lo que hubiera trabajado; ver si nuestros gustos se entrelazaban. Pero su pieza me acabaría invitando a, como he dicho, recompensar a quien mostraba interés.

Hasta ese momento, sin embargo, hubo algún paso que preandar antes: Elliott seguía adaptándose al Valle y acompañarle a algo tan simple como la compra no solo acabaría por convertirse en una de mis partes favoritas del día, sino que, en aquel primer 27 de junio, era obligatorio.

— Te lo agradezco. Me vendría bien algo de dirección respecto a los productos. Seguro que sabes discernir cuáles son los más frescos— Elliott me agradeció y yo dejé escapar la risa.— Supongo que si sabes mi nombre también te habrán contado que soy el agricultor del Valle— aunque el suelo de mi padre llevaba año y medio sin ararse.— Aunque...— me fijé en los libros que descansaban en su mesa mientras dije aquello— ... siempre he preferido cultivar flores a tomates— le volví a mirar con una sonrisa alegre. No era ningún secreto para quien hubiera visitado mi granja hacía año y medio, pero compartirlo tan abiertamente con un recién llegado se hizo acogedor.— Será un placer ayudarte— dictaminé.

Sí, era agricultor y florista y me encantaba la naturaleza, aunque esta me había gustado mucho antes de ponerle una semilla a la tierra virgen. Sin embargo, la presunción de que me gustase la poesía de naturaleza en base a esos dos poemas era algo ambiciosa. Pero tampoco quería pisarle el terreno a un escritor.— Honestamente, sí. Me gusta leer lo que mis ojos ven. Pero creo que no me impresionaría tanto si no hubiera una escena detrás— expliqué. Pero el caballero no había leído a Teasdale, así que de poco podía saber a lo que me refería.— Mi casa y reducida biblioteca están abiertas para cuando quieras. ¿Después de Pierre's?— propuse y bajé la mirada al instante, rodando los ojos, cayendo en mi estupidez.— Perdona, bastante estoy interrumpiendo ya tu agenda— desacostumbrado estaba a no tener nada que hacer—. Cuando quieras.

Elliott era un escritor de prosa aún buscando su estilo y yo sonreí con ánimo a aquella información, preguntándome si, como en mi caso, tenía una familia que le sustentara aquella búsqueda de su ser.

...

Su canción me dio a entender que no. No sabía si le apoyaban o no, solo que, por lo que pude sentir, Elliott buscaba probarse a sí mismo. Y vivir en una cabaña sin agua corriente, sin luz y sin baño debía ser la máxima espantada de casa jamás vista. En aquella sonrisa emocionada, dejé entrever durante un momento la admiración, ya estuviera con o sin ayuda ahí, estaba. Solo un par de hojas y un piano. Siempre había admirado las maletas pequeñas.

Su canción me daba a sentir ese tipo de especialidades mudas y su honestidad desbancó mis probabilidades de mantenerme distante. De hecho, acabaría por sentarme a su lado. Y yo me había acostumbrado a esos grupos que se sentaban a buscar una canción, un tema, y sacaban una lírica que acompañaban simultáneamente con sus sonidos percutidos. Pero Elliott:— Nunca sé qué voy a tocar antes de sentarme al piano.

De por sí, mi cara se había alegrado por que mantuviera a Elizabeth en la conversación: "Elizabeth y yo estaríamos encantados de que nos visites cuando quieras"; y con una breve risa y una inquietud desconocida, había sonreído al chico.— Gracias— fue todo lo que pude decir. Pero cuando Elliott mencionó cómo su música se creaba a su propio tempo, le miré con curiosidad, abiertamente sorprendido por haber encontrado lo que a quien buscaba.

Todo contribuía a que yo siguiera abriéndome: la aurora en mi rostro, el vapor empañando las ventanas, Elliott. Y con ese párrafo reformulado de Orgullo y Prejuicio, el chico se ofreció a prestarme su ejemplar, admirando, de paso, mi capacidad para memorizar literatura.— Muchas gracias— comencé por su oferta.— Aunque no será necesario, tengo un ejemplar en la granja— expliqué.— Pero tampoco llamaría yo ser buen estudiante a memorizar la literatura. No es como se supone que debe leerse— la sonrisa ladeada, orgullosa de saber lo que decía y a quien se lo decía, la mínima confidencialidad que venía a decir un "sé que tú opinas igual", plasmada en mi cara. Y suavizándola para dejar exhalar una más serena, se lo dije, me excusé:— Tengo dislexia, memorizar los textos era la única forma de saber lo que decían en clase.

Sí, mi problema con las palabras se limitaba a esos dos únicos: dislexia y dificultad para pronunciarme sin filtros.

Elliott acabaría superándolas conmigo.

Pero disfrutaba de la literatura, de la poesía y de las novelas que mi cabeza podía seguir sin demasiada ayuda. Así que sí, me encantaba la idea de curiosear la prosa del escritor.

...

Elliott saludó a Jazzy.

Y era raro porque era el mismo hombre que había llamado a su cangrejo Elizabeth, pero cuando se dirigió al objeto inanimado, plasmó la inmediata sonrisa maravillada en mi cara.

Y, entonces, me senté a su lado.

Y la sonrisa estuvo ligeramente a punto de azorarse.

Pero centré mi concentración en la guitarra, en mis acordes, en prepararla y, preparado yo, comencé a tocar.

No, no había ido con la idea de abrirme así. Sí, creía haber sabido interpretar su pieza. Pero no estaba preparado para que él interpretara la mía.

Mis uñas rasgaron la última nota y dejé que esta se consumiera en la madera.

Elliott hizo un movimiento tras esa perpetua quietud y yo me giré para observar cómo retiraba la mano de su rostro. Y él se levantó, en silencio, creando esa expectación que yo tan temprano había aprendido a provocar en aquellos que querían saber lo que pensaba o quería decir. Pero él solo se giró, sonriendo, ¿llorando? a pedirme un minuto.

Mi boca se entreabrió.

Parpadeé dos veces, sin llegar a creerlo.

Y me moví ligeramente en el banco, de cara a él, observando ese brillo en su ojo.

Y sonreí.

Sonreí con alivio.

No por la reacción que mi música había tenido, no porque significara que tenía su aprobación, sino porque ¿era así como uno se sentía cuando se compartía algo y esto era bienvenido? ¿Comprendido? Aún no había hablado, pero a mí nunca me hicieron falta las palabras para entenderme con mi hermana.

Y él escribía y yo quería levantarme y echar un vistazo por encima de su hombro, y, de hecho, lo hice. Me levanté, con la curiosidad y necesidad de saber qué garabateaba. Pero me frené. A fin de cuentas, yo la había compuesto en la soledad y él lo estaba haciendo con público. Así que, en cambio, me quedé mirándole, ansioso, curioso, y sonriendo, maravillado y ávido por poder volver a  romper el silencio.

Uno...

...

Dos...

Hm.

Tres...


Y mi mirada demasiado centrada en sus ojos para tener toda acción en sus manos. Estaba concentrado y, sin permiso, de nuevo, me permití leer entre sus expresiones, dejándome encantar por la pasión que parecía que le ponía a la tinta y la pluma.

Cuatro.

Elliott dejó de escribir y, doblando el papel, se incorporó encaminándose a mí. Yo aún mantenía mi vista en su mirada perlada y tuve que bajarla precipitadamente al escuchar el papel cortando el aire. Lo agarré, con una sonrisa puramente encandilada y le miré a él, como pidiéndole permiso, como preguntándole si estaba seguro. No sabía qué decía aquella nota, pero una lágrima era más que cualquier respuesta que hubiera esperado.— Ábrelo cuando vuelvas a tu casa.

Alcé las cejas un segundo y miré de nuevo el papel con curiosidad.

No, realmente no sabía qué decir. Lo malo de entrenar para saber cómo contentar a la gente era cuando una persona se salía del molde.

Así que volví a alzarle la vista y me quedé en silencio apenas dos segundos, acabando por pronunciar una sonrisa tan amplia que volvió a agacharme la mirada.— No tienes por qué— volví a mirarle:— Ya me lo has dicho todo— y, sin embargo, aferraba el papel con fuerza. Y, percatándome de ello, reí.— No quiere decir tampoco que piense devolvértelo— distendí ligeramente el ambiente, ameno, riendo, volviendo a doblar el folio y metiéndolo en el bolsillo de mi pantalón. Y miré un segundo a la puerta y a la tetera comenzando a hervir, ansioso. Cogí aire y le miré de nuevo.— Gracias— y la sonrisa no se desvanecía, así que acabé por mirar a otro lado que no fuera él y moverme unos pasos sin realmente cambiar de sitio, buscando despejarme con otra sonrisa animada.— Perdón, creo que es lo más largo que he estado sonriendo como un idiota en mi vida.

Sí, Elliott acabaría por cortar mis barreras a qué información salía de mi boca sin pensarla antes.


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Dom Mar 05, 2023 12:44 pm por Eddie




PLAYA . CON DAVID . POR LA MAÑANA
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«TWO BIRDS ON A WIRE»
Mrs. Dalloway Elliott said he would buy the flowers himself.” Desde luego, a partir de ahora sí.

Una vez más, su visitante rompía los esquemas de Elliott. O quizá los reconstruía. El granjero que cultivaba flores, tocaba la guitarra y cuyos mejores amigos eran el deportista y la princesita del pueblo; rey y reina del baile de graduación. David no era material de personaje, sino de fuerza gravitacional.

“Supongo que si sabes mi nombre también te habrán contado que soy el agricultor del Valle” Elliott asintió brevemente.

Ah, está bien saberlo. Quizá me pase algún día a comprar flores para adecentar un poco mi nuevo hogar. — Contestó el escritor, ocultando tras su cuidada fachada la creciente admiración que tenía por David.

Elliott agradeció nuevamente a David su ayuda inclinando levemente la cabeza y dirigió la mirada hacia sus propios libros, siguiendo la del agricultor.

Entiendo — Respondió Elliott. — Aunque me temo que necesitaré de más ejemplos. — Añadió. En su escasa relación con la poesía, quería aprender más de la percepción de los demás y, aparentemente, David podía tener intuiciones interesantes.

“¿Después de Pierre’s?”

Me encantaría. — Pero antes de que pudiese terminar de aceptar, David ya estaba retractándose. — No te preocupes. Ahora mismo necesito algo de inspiración, y qué mejor sitio para encontrarla que en una biblioteca ajena. — Sonrió.



“Gracias”

Un placer. — Y en ese momento Elliott se dio cuenta de que aquella ceja llena de opiniones había dado paso a una sonrisa más curiosa que juzgante. Quizá, y solo quizá, el escritor había conseguido pasar aquella barrera inicial de las primeras impresiones.

Pero tampoco llamaría yo ser buen estudiante a memorizar la literatura. No es como se supone que debe leerse”

Por supuesto, debe sentirse — Coincidió Elliott. — Tan solo me refería a que jamás me he preparado las clases con antelación a tal nivel de aprender de memoria los extractos a leer  — continuó, riendo levemente.

Oh— la sorpresa estaba asegurada cuando alguien te decía algo como aquello. Quizás reforzara el gusto por el verso corto del susodicho y era loable que alguien con dificultades con las palabras disfrutara igualmente de leerlas, ¿pero qué decir en esa ocasión? Elliott no se había encontrado nunca con alguien con problemas similares y solo pudo reaccionar con esa sorpresa sincera.— Lo cierto es que es un tema que no tengo muy explorado. Pero dice bastante bueno de ti y de tu esfuerzo que aún te acuerdes— aquello le planteó una duda.— ¿Puedo preguntar algo?— y tras la respuesta afirmativa de su invitado— ¿Crees que te ha afectado a tu percepción de la literatura?


Elliott extendió aquel papel que representaba siquiera una esquirla de sus sentimientos cristalizados. Sus miradas conectaron, estrechando el silencio entre ellos, a la vez distendido y asfixiante. Fue David el primero en romper aquella omnipresente nota muda cortando el invisible hilo entre sus miradas y agarrando el pedazo de papel titubeante.

Elliott mantenía una mirada muy segura, como si entregar ese papel fuera el cometido de su vida y por tanto David no pudiera hacer otra cosa que recibirlo. Y ahí estaban de nuevo aquellas expresivas cejas, tan solo que esta vez parecían ser honestamente curiosas.

“No tienes por qué”

Ábrelo más tarde. — Repitió el escritor.

Pero David también debía tener aquella sensación de que el papel debía estar en sus manos, pues lo aferraba con fuerza.

Finalmente el joven terminó por desgarrar la restante severidad del ambiente con su risa.

“Perdón, creo que es lo más largo que he estado sonriendo como un idiota en mi vida.” Aquello provocó una leve risa por parte del escritor. En cierto modo no estaba desacostumbrado a causar un efecto similar en ciertas personas, pero aquello era diferente. Era la primera vez que algo así le hacía sentir burbujeante espuma bajo sus costillas. Y, como si el agua fuera consciente de ello, comenzó a hervir, indicando que era momento de volver a la normalidad.

Elliott se acercó de nuevo y vertió el agua en la cafetera, terminando al fin de preparar los cafés tan prometidos a la llegada de David, después de los cuales acabarían por salir en su primera aventura juntos: la conquista de Pierre’s.




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Lun Mar 06, 2023 11:01 am por Blueberry




PLAYA, Stardew Valley. Hace 24 años.
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Siempre fui un narcisista orgulloso, y por mucho que el que el nuevo vecino se supiera en cuatro días los nombres del vecindario entero me inquietara, a la temprana y egocéntrica edad de mis veinte años, saber que Elliott conocía —y recordaba— tanto de mí lo tomé como un presumido y presuntuoso halago.

— Ah, está bien saberlo. Quizá me pase algún día a comprar flores para adecentar un poco mi nuevo hogar.

Sin embargo, recibir tan escueta respuesta a esa trivialidad levantó mi curiosidad. ¿Cuántos floristas masculinos había conocido Elliott para no dejarse conmover por ello?

En aquel momento no me pregunté por qué buscaba dicha reacción en el contrario. Y, en cambio, mi respuesta fue meramente informativa. La tierra llevaba año y medio sin arar y aunque tenía intenciones de volver a plantarla, las flores tardarían al menos dos meses en sacar capullos; y así se lo hice saber al escritor: le indicaría cuándo las flores estarían listas para ser cortadas o trasplantadas. Sin embargo, dos meses después, la escena sería diferente.


Flashforward. Casa de Elliott. 10/08/1997.

— La primera en abrirse— indiqué.

Habría, como en la misma ocasión en que le conocí, llamado a la puerta y esperado con un jarrón de cuello alto y delgado. Y, allí, tras las pisadas desde el escritorio y el crack de la puerta al abrirse, tendido el regalo a Elliott y tomado las confianzas de entrar en su casa con un:— Es solo para que la pruebes y veas si te gusta. Es un lirio de día— acabaría explicando, señalándola.— No necesita muchos cuidados y aguanta muy bien el calor. Y, si te gusta, tengo algunas en capullo que podría trasplantártelas.

La confianza, entonces, me llevaría a poder moverme por aquel espacio como si, en algún momento del verano, hubiésemos pactado que compartíamos el mismo. Y, aun así, había mantenido mi mano izquierda fuera de su vista en todo momento hasta entonces, en que la estiré, sacando un bulbo de allium; una blue jazz.— Esas quedan muy bien en la esquina de un escritorio, pero estas— giré la pequeña flor en mis dedos— son perfectas para prensarlas en un libro— y, con una sonrisa, dejaría la flor en uno de los estantes de su librería.

— Pero no te preocupes— habría seguido, avanzando de nuevo a la puerta—, sé que estás escribiendo y no pienso importunarte más— con esa sonrisa llena de confianza, de intimidad y conocimiento del otro, me colgaría del marco de la puerta para girarme un momento antes de salir:— Ah. ¿Mañana bajo el cerezo a las siete?

Sí, la confianza acabaría por hacerse paso en nuestras extremidades, desde tomar nuestro lugar en la casa del otro, hasta poder apoyarnos sintiendo antes la atracción que la tensión. Hasta entonces, yo me mantenía andando por esas pisadas que Elliott había recorrido antes que yo, intuyendo a pedazos hasta dónde podía abrir la tapa de aquel libro nuevo. Así, acabé por proponerle precipitadamente un plan tras otro y él aceptándolos.

Yo sonreí, intrigado por el nuevo vecino que cambiaba su agenda por seguir la mía.— Espero que te sea de utilidad, entonces.


Flashforward. La biblioteca de David

Mi limitada librería contaba con varios estantes heredados de mi padre, donde, fácilmente, uno entero eran publicaciones suyas sobre herbología, agroeconomía y las condiciones adversas de los invernaderos para los cultivos caseros. Después, dos estantes más dedicados únicamente a la agricultura y la botánica, pero, en una mesita con puertas de cristal, junto al sofá, se escondían todos aquellos que podían interesarle a Elliott: Pride and Prejudice, un ejemplar que, al abrirse, se podía observar cómo los dos primeros capítulos habían sido ya subrayados para mi fácil lectura en diferentes colores y comentados en notas, ya literarias, a los márgenes; Poems on Nature quizás era el que más delataba aquella atracción fácil de mi persona: sí, me gustaban porque no se limitaban a hablar de la naturaleza, pero también lo hacían porque se basaban en ella para hablar de otras cosas; The Fisherman, con todos sus actos, era el cuento más popular de la zona y este venía firmado por Willy como un regalo de cumpleaños; La Inteligencia de las Flores, obra de M. Maeterlinck había sido otro imposible para mí, y con la ayuda de un atento Alex, ahora su letra se leía sobre aquellas palabras que, a su juicio, ninguna persona corriente había leído en su vida; en la librería también había un libro con un amplio repertorio de partituras para guitarra; y, quizás, el que más llamaba la atención en ese instante era un en letras griegas, Νεοελληνική ποίηση, poesía griega moderna.

Mi biblioteca había sido reducida a aquellos libros que siempre dejaba en Stardew: el que nunca era capaz de avanzar: Pride and Prejudice; el que comulgaba con su lugar de residencia: Poems on Nature; el que siempre había pertenecido a la gente del Valle: The Fisherman; aquel que seguía leyendo cada verano con Alex: La Inteligencia de las Flores; el que usaba en la soledad de la cabaña: las partituras de guitarra; y al que siempre volvía: la poesía griega.

Para cuando el verano hubiese avanzado, Dalia mandaría aquellos otros que acabaría echando de menos.

Sí, al salir de la facultad, había empaquetado todos los libros de mi carrera y, al llegar a Stardew, los había encerrado en un armario. La literatura apenas había ocupado tiempo en mis meses universitarios y, tras horas intentando leer un manual, lo último en lo que pensaba era en coger otro poema para descifrarlo. Sin embargo, había guardado con cariño el momento en que pudiera volver a sentarme en la parcela para pasar algunas hojas con el tiempo.

— Por supuesto, debe sentirse— coincidió Elliott con mi apreciación por la literatura y yo le alcé una ceja. ¿De verdad no se había escuchado mi tono?— Tan solo me refería a que jamás me he preparado las clases con antelación a tal nivel de aprender de memoria los extractos a leer.

No, claramente no había escuchado mi tono y yo reí suavemente.— Lo sé. Te había entendido— me expliqué.— Pero la tentación de ganarme a un escritor compartiendo un básico de la literatura era demasiado grande— ladeé la sonrisa, divirtiéndome con él. Y, entonces, le hablé de mi dislexia.

Hablar de mi dislexia siempre era un tema delicado que guardaba para cuando intuyera que la persona iba a reaccionar bien o la conversación lo pedía. En aquel caso, explicar la razón por la cual, a pesar de considerar que la literatura no debía aprenderse de memoria, yo había tenido la necesidad de hacerlo.

Sin embargo, mi interés por su respuesta era mayor que en otras ocasiones. Acostumbrado a hablarle de ella a mis amigos, el que yo tuviera dislexia nunca les planteaba ningún reto a ellos. ¿Pero a un escritor? Las personas a las que más había evitado que se enteraran de mi trastorno habían sido, precisamente, las profesoras de literatura. Similar a que alguien me hablara de un mal encuentro con la Ley que le había hecho desconfiar del sistema.

Pero la reacción de Elliott…

Sí, evidentemente, lo primero era la sorpresa y mi sonrisa de agradecimiento por loar mis esfuerzos. Y con ello, muchas veces venía la curiosidad.— Sí, claro— respondí, dándole pie a hacerme la pregunta. Pero lo que no siempre ocurría era que la duda fuese por puro interés y no tanto por desconocimiento.— ¿Crees que te ha afectado a tu percepción de la literatura?



Tomé una bocanada de aire, alzando la vista y planteándomelo un segundo. Y sonreí, negando con la cabeza— La verdad es que creo que no. No me malinterpretes, de pequeño la detestaba. Pero cuando entendí que la culpa era del trastorno y no tanto de los libros— que, en ocasiones, sí—, empecé a verlos como -y, por favor, no me juzgues- — reí levemente—: una conquista que se hace la difícil— me sinceré.— Pero siempre hay formas de hacerme la lectura más fácil y acabo disfrutando de la experiencia— le expliqué.— Gracias por interesarte, no todos lo hacen— le di, como si aquello fuese más un cumplido a cómo había reaccionado que un agradecimiento de mi parte.


Flashforward. Bajo el cerezo del bosque. 11/08/1997

— ¿Por qué crees que de todos los impedimentos escogió el orgullo y el prejuicio?

Mi mirada caería de arriba a abajo, atraída, imantada; y bajo el cerezo del bosque, mis ojos se quedarían clavados en los labios del, entonces, lector.

Con una voz en descenso, bajita, en la intimidad de ese abrazo por el que Elliott Swan me sostenía contra su pecho, mi rostro, girado hacia él, rozaría los labios que él había ido dirigiendo al interior de mi mejilla. Y, con la pregunta atragantada, mantendría la mirada directamente caída, rendida, a la boca del escritor.

Cómo habría ido el resto del año si no me hubiera decidido a emprender a aquel primer viaje a la cabaña de Elliott fue algo que me pregunté durante mucho tiempo. Pero en cada escena, acabábamos conectando de algún modo, y, tarde o temprano, cada una de nuestras viñetas se llenaron de miradas como aquella que compartimos antes de un café caliente.

Mi mano se replegó con el papel en su custodia y una sonrisa que pretendía decirle un “tranquilo, lo cuidaré bien”, pero yo seguía inquieto y mi mirada caía una y otra vez en sus ojos, tratando siempre de evitarlos y, por ello, precisamente, recayendo una y otra vez en ellos. Sí, estaba nervioso y así se lo hice saber.

Fue, sin embargo, esa risa comprensiva y llena de narcisismo la que me calmó, relegando aquel frenesí inquieto a una sonrisa calmada, clavada en su vista.

Hasta que el agua hirvió.

Los dos apartamos la mirada y mientras Elliott siguió aquella llamada, yo, a sus espaldas, le seguí distraídamente con mi mirada. El escritor paró para echar el agua a aquella cafetera de prensa francesa y yo aparté mis ojos de él para guardar la guitarra.

La conversación seguiría más distendida y rápida, llegando poco después de que Pierre abriera al mercado local. Conociendo entonces a más residentes, acabaría por guiar a Elliott a mi ya desbrozada granja, contándole, bajo su interés, los planes que tenía para ella: flores, la poda de los frutales y, quizás, algún corral para patos: Marnie empezaba a quedarse sin espacio.

Le enseñaría mi biblioteca y el interior de mi casa, con aquel papel quemando contra mi pierna. Y el interés habría ido creciendo, preguntando por otros intereses en la compañía de, como le había prometido, unos pastelitos de cangrejo recién hechos, mostrándole, entonces, una de esas aficiones: la cocina. Yo sacaría Poems on Nature y, señalándoselos, le habría prestado el libro. Y él hurgaría en los versos para leer alguno en voz alta.

Y, despidiendo a Elliott en la entrada, le señalaría el camino que, desde mi granja, conectaba con el bosque y la casa de Leah.

La última mirada sería cortada por mi amenazante mano, que, manteniendo la vista sobre los ojos del escritor, se adentraría en mi bolsillo para sacar aquel folio, alzándole las cejas y, ante su media vuelta e inicio de la marcha, yo me apoyaría en el marco de mi puerta para llamarle una última vez la atención:— ¿Si no consigo leerla, te atreverías tú a leérmela, Elliott?

La risa suya y sonrisa por mi parte limitarían el final de aquella larga mañana y yo me sentaría en aquel prometido porche a leer su delicada y acertada prosa, comenzando a trasladar su tímida lágrima a la mía impresionada, afectada.

Y su respuesta...— Pues, si puedo hacer algo para ayudarte a leer, sabes dónde vivo— ... se llevaría, una vez más, el seguimiento indiscreto de su persona con mi mirada.



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