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Dom Mar 12, 2023 12:35 pm por Blueberry
David Alders
« Gerard Butler. 46 años. Blueberry »
"Seven" years
Las vides se han secado. Y en los cimientos de una vieja granja familiar se agolpa el musgo, la cal y la arena de veinticuatro años y medio de una despedida.
Durante los primeros meses hubo quien se había pasado: Alex en un andar melancólico, buscando algo que hacer, algo para llamarle y, como aquella vez, fardar de haber salvado la vieja vivienda Alders. Tan solo pateó algunas malas hierbas.
El siguiente fue Shane, quien, agradecido por aquellos esfuerzos que el joven chiquillo había hecho para distraerle de su jarra de cerveza, prestó sus respetos haciéndose cargo de algunas humedades en 1999.
Robin, una vez, había sido picada por su hijo: "hay una granja entera viniéndose abajo a la vuelta de la esquina": que se pudiera preocupar más por ella que por su vida había sido un desencadenante de ira y la madre había acabado por ir a echar un vistazo. Pero era demasiado trabajo para no estar pagado y para alguien que no iba a volver.
Pronto, la cercana cota de mar trajo consigo la sal, la cal y la arena; y en la madera que una vez estuvo inmaculada, empezaron a cristalizarse los pequeños fragmentos de la vida de su último inquilino. Añorándole el mar y la tierra, la granja recuperó aquellos invitados que un día David había relacionado a los cristales del mar: los salados andares de Haley Motley, las caladas risas de Alexander River y las empolvadas y elaboradas palabras de Elliott Swan.
Los años pasaron y nadie más volvió a preocuparse por el hogar de David Alders. Transformada en terreno de juego, nuevos padres y madres se vieron corriendo tras sus hijos, cogiéndolos al vuelo y evitando que se adentraran en la casa abandonada. Y en la adolescencia de algunos había acabado siendo perpetrada.
Ahora, con las brisas y aguas de la primavera, sus cristales comienzan, tras casi veinticinco años, a caer. Lejos de la vista de sus, una vez inquilinos, la granja aguarda la nunca prometida llegada de su último habitante.
Durante los primeros meses hubo quien se había pasado: Alex en un andar melancólico, buscando algo que hacer, algo para llamarle y, como aquella vez, fardar de haber salvado la vieja vivienda Alders. Tan solo pateó algunas malas hierbas.
El siguiente fue Shane, quien, agradecido por aquellos esfuerzos que el joven chiquillo había hecho para distraerle de su jarra de cerveza, prestó sus respetos haciéndose cargo de algunas humedades en 1999.
Robin, una vez, había sido picada por su hijo: "hay una granja entera viniéndose abajo a la vuelta de la esquina": que se pudiera preocupar más por ella que por su vida había sido un desencadenante de ira y la madre había acabado por ir a echar un vistazo. Pero era demasiado trabajo para no estar pagado y para alguien que no iba a volver.
Pronto, la cercana cota de mar trajo consigo la sal, la cal y la arena; y en la madera que una vez estuvo inmaculada, empezaron a cristalizarse los pequeños fragmentos de la vida de su último inquilino. Añorándole el mar y la tierra, la granja recuperó aquellos invitados que un día David había relacionado a los cristales del mar: los salados andares de Haley Motley, las caladas risas de Alexander River y las empolvadas y elaboradas palabras de Elliott Swan.
Los años pasaron y nadie más volvió a preocuparse por el hogar de David Alders. Transformada en terreno de juego, nuevos padres y madres se vieron corriendo tras sus hijos, cogiéndolos al vuelo y evitando que se adentraran en la casa abandonada. Y en la adolescencia de algunos había acabado siendo perpetrada.
Ahora, con las brisas y aguas de la primavera, sus cristales comienzan, tras casi veinticinco años, a caer. Lejos de la vista de sus, una vez inquilinos, la granja aguarda la nunca prometida llegada de su último habitante.
  6/05/2023 ❧ Playa
Elliott Swan
« Michael Fassbender. 45 años. Eddie »
Última edición por Blueberry el Miér Jun 28, 2023 6:01 pm, editado 6 veces



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Jue Mar 23, 2023 1:49 pm por Blueberry
ZUZU CITY, Carretera a Stardew. 06/05/2023. 10:00
01 «"Seven" years» | Las flores han salido y del jardín frente a la casa Alders un manzano compone sus primeros frutos para ser recolectados en el próximo otoño. Sus ramas, crecidas hasta las ventanas, esperan la poda prometida de ese fin de semana, inconscientes de que seguirán rascando el cristal hasta que otro se adjudique la tarea, pues su principal cuidador y jardinero recoge la casa y, en el proceso, llena la maleta. Desde dentro, las paredes observan estáticas las prisas de David Alders y el cuadro del pasillo en el que él siempre se detiene es azotado por la rapidez con la que su poseedor pasa por delante de él. Así, en una casa en silencio, su dueño alza el ruido de sus pisadas, desconocedor, una vez más, de que esta por la que tanto ha luchado finalmente se despide de él: la pintura de aquel bosque otoñal acepta que no volverá a ser apreciada; el cuadro en el despacho, aquel de una vieja gata llamada Jay, sabe que tendrá que esperar para volver a casa; y el que resta en la habitación, con esa pareja besándose a través del marco de una pintura, es por última vez interpretado como una ventana, pues David Alders se marcha y su falsa ilusión de esa vida con él. David pasa por el salón y la cocina y, buscando dejarlo todo recogido, amontona una pila de libros y los acomoda en la estantería sobre el sofá. Mira uno; su portada, que abre y acaricia; y con una sonrisa remilgada, lo toma prestado. Antes de salir, se asoma al balcón y riega las plantas, aun consciente de que no habrá nadie más para cuidarlas. Y por ello con él se lleva las amarilis que cría en la cocina. Las deja en la entrada y, al agacharse, acaricia a la vieja gata que le rehúye. David suspira y sube para coger la maleta. Mira el reloj. Espera tres minutos y abre a Dalia: a ella le deja dos gatos y un hurón. Con todos fuera, David no da explicaciones y cierra la puerta. Dalia no dice nada y me despide con una sonrisa que solo llego a intuir en la distancia: orgullosa, aliviada y victoriosa, y odio producirle esa sensación, juzgado por su criterio externo. Así que mando un mensaje: "ya he salido" y mi respuesta es ver cómo se conecta unos segundos, lo lee, se desconecta y, al cabo de unos minutos, hay un mensaje nuevo en el grupo: "Vuestro padre se marcha unos días fuera; para cualquier cosa, hablad conmigo. ¿De acuerdo?" Es directo, seco y amable. Y me pregunto hasta dónde llegará la noticia y si a ella también se lo dirá. A mí no me dice nada más. Bloqueo el móvil y no vuelvo a mirarlo en horas. ~~~~~~~~~~~~~ El bus sale a las 11:30 y yo me siento en la cola de este, pegado a la ventana, abrazado a las amarilis, agradeciendo no reconocer al conductor y a ninguno de los viajeros. El móvil emite la incesante luz verde, recordándome que hay mensajes nuevos y yo decido recrearme en las vistas de ese viejo recorrido. Zuzu se abandona con la incertidumbre de si he visto algo nuevo o más de lo que paseo cada día, pero tan pronto como cogemos ese desvío en la carretera del Valle, soy azotado por mis recuerdos imprecisos, por las imágenes desgastadas a la luz, y me pregunto si esa cabaña había estado siempre ahí, si los postes de la luz comunicaban con Zuzu, si esa colina encharcada se llenaba siempre en mayo y si alguien habrá arreglado la valla del kilómetro 60. Y una sonrisa avergonzada, reflejada en el cristal de la ventana, me obliga a apartar la vista del paisaje. "Me sorprende que aún no haya cogido la llave y vuelto. Debes estar haciendo algo bien, Becca" había halagado en una ocasión mi madre. Y la llave no había empezado a arder tanto como aquella mañana. Las calles se sentían rutinarias, con algún escaparate siempre cambiando y los últimos hitos musicales sonando en bucle, pegándome algunos, ronroneándolos en el fondo de mi garganta mientras pasaba por una de esas tiendas metropolitanas, con mucho de todo y poco que valga. Y la calle del comercio me había llevado a aquella estación desde la que, en la entrada, anunciaban los próximos buses, avisando a pasajeros y tentando a los peces de la pecera. Stardew Valley había sido mi llamada y, de camino a casa, había llamado a Becca para informarla. Me iba a Stardew, dejaba a las mascotas con Dalia, no había preguntado cuándo volvería pues tampoco es que yo lo supiera. Y había cogido este bus, con un conductor al que llamaban Bill, demasiado joven como para ser Willy. Y había pasado por delante de algunos rostros, demasiado jóvenes para ser nadie, demasiado adultos para reconocer alguno. Y el paisaje ahora se me hacía ajeno a intervalos. Sí, sentía la vergüenza de quien no reconoce el camino a casa. Así, tras meditarlo unos minutos, vuelvo a mirar para familiarizarme de nuevo con él. ~~~~~~~~~~~~~ El viaje es largo y tan pronto como comienzo a sentir la tensión, los nervios de regresar a esta parcela por tanto tiempo negada, distraigo mi mente abriendo los mensajes. ![]() ![]() Tomo aire según acabo de leerlos y lo expulso con calma. Alex cubre a su hermana; mi mujer, desacostumbrada, pide la confirmación de todos y la pregunta de Rebecca quema mis dedos. Becca no ha querido responderla. Si es por mí o por ella me es desconocido. "Voy a la casa de los abuelos a hincar el codo un poco", respondo, queriendo fingir que esa es la única razón. "Dale saludos de mi parte!! Si necesitáis cualquier cosa, pregunta a tu tía o tu abuela" ofrezco a mi hijo y ahijado lo poco útil que tengo para sus estudios. Y un "Gracias" con uno de esos emoticonos sonriendo es lo último que se llevan de mi parte antes de que paremos en Nightingale y el bus entero se vacíe. Voy a querer creerme que la foto es de verdad en la casa de Zuzu y no en la de Nightingale elijo, pensando en lo estratégicamente bien colocada que está la cámara para que se vean las vistas desde la casa de Sander y su madre. Respiro hondo de nuevo y bloqueo el móvil durante unos segundos antes de desbloquearlo y mandar un mensaje a Lin para asegurarme de que los chicos van a estar donde dicen que van a estar. Recibo la respuesta afirmativa y un "despreocúpate ya de todo, que nosotras nos hacemos cargo" y respiro aliviado finalmente. El conductor revisa el destino de mi billete y partimos de nuevo. |
Última edición por Blueberry el Miér Mayo 31, 2023 7:46 pm, editado 2 veces
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Jue Mar 23, 2023 2:18 pm por Eddie
PLAYA . CON DAVID . 15:30
#1 «SEVEN YEARS» | “Al menos llévate un poco de sopa de trucha contigo. Y ten cuidado con el viento, que ya no tienes fuerzas para combatir la marea.” … La puerta se cerró detrás de Willy —firme, pesada, lejos de aquella cristalizada plancha de madera chirriante tras la que escribía en sus primeros años en el Valle—. La cabaña ya no era una cabaña: dos pisos se levantaban de entre la arena, como una blue jazz florecida en la playa. El viento salino y la arena cortante seguían atacando sus bastiones, pero estos, ahora fortalecidos por la habilidad de Robin y la madera noble, ya no permitían entrada a la brisa cortante de las mañanas. La entrada estaba ahora protegida por una veranda que levantaba la casa del nivel de la playa ligeramente y sobre el que a menudo se veía a Elliott, bien sentado en una mesita artesanal rasgando el papel vigorosamente o bien disfrutando de la brisa marina. En otras ocasiones era Willy el que se estacaba allí con su pipa, resguardado del viento más fuerte que azotaba su propia cabaña. El segundo piso sobresalía, literalmente, por el balcón semicircular cuyas puertas acristaladas estaban a menudo abiertas de par en par. Apoyado en su intrincada barandilla, el escritor observaba a Willy dirigirse lentamente hacia su barco, escrutando sus costados en busca de un indicador de que finalmente se había llevado el paquetito de sopa de trucha que le había dejado en la entrada. Una vez le vio desaparecer en el embarcadero, Elliott dejó escapar un suspiro y pasó sus dedos por su pelo, dejando caer la vista vagamente sobre los narcisos que colgaban de la baranda. Al igual que su casa, el tiempo habían pasado por Elliott, pero no necesariamente a peor. Años atrás había decidido al fin recortar su icónica melena cobriza a una longitud algo más manejable y menos propensa a ser maltratada por su salubre entorno. Su edad se intuía en su rostro, pero no por la presencia de arrugas o bolsas bajo los ojos. Quizá más en la mirada y en un atractivo más maduro. Una corta barba cubría la parte inferior de su cara, algo más definida en la zona de la perilla. Los narcisos parecían prosperar bajo los cuidados de Elliott, aunque, hasta el momento, sus flores más resistentes y obstinadas —habiendo sobrevivido años a temporales inclementes— eran las llamativas blue jazzes. El escritor había comenzado a pensar que se cuidaban solas, pero por si acaso él siempre les otorgaba una atención especial. También los lirios de día habían soportado sus años, sin embargo, estos habían sido mucho más veleidosos, y durante sus primeros años habían amenazado a menudo con darse por vencidos. No obstante, quizá por la práctica con la jardinería o por su larga relación con ellos, según los años avanzaban estos se iban mostrando más sanos y fuertes. Enfrascado como estaba en la inspección del estado de sus flores, Elliott no se percató de que una nueva figura proyectaba sombra sobre las arenas de la playa. |
Última edición por Eddie el Jue Jun 01, 2023 9:29 pm, editado 2 veces


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Jue Jun 01, 2023 12:04 am por Blueberry
Granja-Pelican Town-Playa
01 «"Seven" years» | La casa se había hecho añicos. Y con una cruenta imagen del paso del tiempo, del olvido y las páginas pasadas, la madera de la granja Alders ahora mostraba todas sus arrugas: en forma de nudos y astillas. Allí la bisagra que nunca conseguía sostener la puerta en los inviernos; acá el cartel que nombraba nuestra granja -Alders' Farm- más hundido en la madera y el óxido que nunca; y la ventana, una vez fácil de ver tras ella, ahora opaca y agrietada. Y sus grietas dejaban paso a una luz tenue con la que poco era percibido en su interior. Su imagen estaba desgastada, vivida y repleta de recuerdos incompartidos. ¿Y cuánto habría pasado desde que alguien se preocupara por ella? ¿Por mí? Pero no. No, David. Pues mi casa en la ciudad mantenía una fachada impoluta, donde las plantas crecían sanas, robustas e inundaban rodeando las vistas de unas ventanas traslúcidas. Sin embargo, había tanto que arreglar a la fachada de la del Valle... No hacía ni quince minutos que el bus había parado en Stardew Valley. Y mi pie había caído sobre su tierra, reconociendo la densidad de la arena del camino, la lentitud al cruzar la hierba, y mis ojos habían parpadeado mirando a su alrededor, cogiendo su aire por primera vez en veinticinco años. Había sonreído, liberándome de la tensión de todas las cosas que no me habían dicho: "no vayas", "no deberías", "¿qué esperas?" De todas las que no habían querido decirme, de las que había evitado oír nada. Y ahora respiraba de nuevo en... casa. Mi supuesto hogar, sin embargo, parecía haber sido maltratado por el tiempo e, intuía, por jóvenes exploradores. En él pasé apenas veinte minutos, rondándolo, comprobando, organizando a mi paso: de aquí habían cogido un libro y ahora descansaba en el suelo; de allí habían arrastrado las mantas y este mueble se había llevado el polvo consigo a su paso. Y de él solo rescaté un libro antes de dirigirme al centro del pueblo. Los siguientes cuarenta y cinco minutos: un corto paseo hasta el Saloon y registrarme en el renovado hotel, obligado a comer por un amable encargado y acostumbrarme a pasar desapercibido por Stardew. Quiénes eran las nuevas y jóvenes caras que poblaban el Valle me era desconocido y sonreía por momentos al poder desenvolverme en el Valle sin el juicio del tiempo sobre mí.
"¿Qué es lo que esperas encontrar?" La arena estaba seca. "¿Qué esperas encontrarte?" Bajo el manto del sol del próximo verano, la costa abrigaba en su cálido abrazo del medio día al pueblo. "David, vas sin decírselo a nadie" Y yo tuve que dar unos pasos para frenarme, fruncir el ceño y parar a quitarme el calzado antes de continuar mi habitual camino. La playa se extendía hacia una profundidad poco precisa, donde antaño yo hubiera visto los reflejos de las olas salpicando el muelle, a Willy en su habitual puesto, la pescadería a su lado; y ahora ya solo me quedaba la difusa imagen de su pequeña cabaña, del brillo del agua y el olor de las salinas. Pero seguía ahí, cuidada, arreglada. Y mi rostro marcó una sonrisa mientras mis pies se hundían en su dirección, perfilando los matices de sus limitaciones, del muelle bien mantenido, de la pista de vida que indicaba que Willy sí seguía ahí. No había querido avisar a nadie pues no sabía quién seguía en el Valle, quién estaría interesado o qué esperar al llegar a él. No quería tampoco que nadie me lo descubriera; y conforme borraba esos comentarios nunca hechos por nadie, pero cuyas conciencias me seguían, me adentraba en la playa, superaba el matorral y el seto a mi izquierda, y un fuerte olor a lirios me impregnaba. Tenía que hacerlo: ¿seguía él? ... Las azulinas decoraban los bajos de lo que una vez había sido un trastero pobremente habitado, ricamente vivido. Y en el suelo habían crecido y se habían mantenido aquellas flores de bulbos, prensadas durante un verano en sus libros. Y la casa crecía y se había enriquecido tanto como imaginaba que había llegado a crecer Elliott Swan, con el breve primer impacto: ¿viviría él allí? ¿Sería la casa de alguno de los otros nuevos vecinos? Pero las blue jazzes no eran flor conocida por todos, y los lirios de día mucho menos apreciados que los normales, y la persona que los cuidaba en ese instante -alto, pelirrojo, atractivo, de buen porte y pulcramente vestido- en Stardew Valley solo podía identificar a Elliott Swan. A Elliott Swan... Elliott. — He de reconocer...— había comenzado, con familiaridad, con emotividad, con la vista alzada a la balustrada y un silencio breve, reevaluando la situación, el momento, a él— ... que de todas las cosas que esperaba, la última era que Elliott Swan se hubiese cortado el pelo— y, entonces, con su vista fija en mí, sonreí. Su nombre había significado demasiadas cosas en el paladeo de mi boca. Una larga lista de sentimientos, apelativos y nombres designados a aquellas facetas que admiraba de él. Elliott. Mi Elliott. Y a pesar de haber seguido pronunciando su nombre durante veinticinco años, esa vez sonó distinta en mi boca. Me dejé impresionar por el valor de un nombre, deslizando de nuevo mi mirada por la figura que cuidaba esas flores, considerándole, midiéndole, buscando cuánto de ese nombre quedaba en él. Así que cuando mis recuerdos se reacomodaron para formar aquel rostro ahora adulto, para borrar mis imaginaciones de cómo habría cumplido años, solo quedó la sorpresa, la gracia y el impacto de que Elliott Swan hubiera cortado su icónica melena. Y había aireado una leve risa desde el lateral de aquel balcón. Y cuando terminé de hablar, claro, sonreí. Sonreí conteniendo la tensión, sonreí nervioso, arrepentido, avergonzado y sonreí con la nostalgia y el cariño del recuerdo animadamente humedeciendo mis ojos. — Claro, que debí suponer que si venía con alguna idea de cómo presentarme, tú, por supuesto, me descolocarías las palabras. Espero no interrumpirte— honré a nuestros yos más jóvenes en aquel primer encuentro con una sonrisa que se acrecentaba a cada rasgo aún reconocible en su rostro envejecido. ¿Y cómo estaría yo para él? Algunas arrugas habían crecido hacía años pegadas a los ojos, arrancadas por las risas que una familia en crecimiento trae; y mi pelo, por supuesto, había crecido: lo más raro, si acaso, sería que había decidido no cortármelo, consiguiendo una corta melena ligeramente rizada en la nuca; mis manos se habían ido ablandando, acostumbradas al trabajo de oficina, pero eso sería algo que él tardaría en descubrir. El calzado también había cambiado y de mis dedos ahora colgaban unas botas de vestir, así como de mi brazo lo hacía un jersey que, si acaso, veinticinco años atrás hubiera colgado de mi cuello. Supongo que la imagen del hombre que visita la playa en camisa blanca y pantalones oscuros se había, si no, reforzado en los últimos años. Y sonreí también por ello. |
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Jue Jun 01, 2023 9:28 pm por Eddie
PLAYA . CON DAVID . 15:30
#1 «SEVEN YEARS» | Durante mucho tiempo Elliott vivió bajo el constante repiqueteo de la llovizna de la espera contra su piel. El olor húmedo de la esperanza le llenó los pulmones durante la primera semana. ¿Y qué esperaba? Seguir con su vida, conseguir éxito como escritor. Esto es lo que decía cuando Leah le preguntaba. La realidad que nunca quiso aceptar más que en las horas de plata era otra muy distinta, mucho más egoísta e irracional. Sin embargo, el tiempo pasaba y sus ilusiones se escapaban en sus murmullos a las estrellas; Pronto la esperanza comenzó a tornar nostalgia y de la llovizna brotó la rasgante tormenta, y el agua, ávida devoradora, arrancaba sus entrañas a bocados cada noche. Piel tensa. Nervios expuestos. Y sabía y sabía y sabía que sería imposible. Sabía, pensaba y esperaba y sabía pero no creía. Sabía pero no creía. Papeles desgarrados por la pluma volaban en arrebatos de desesperación. Las palabras brotaban, arrollaban, se desparramaban, pero nunca de su boca. Tinta y papel arropando las nubes para acallar la tormenta. Y Leah. Y su voz, capaz de amedrentar hasta la más negra nube. Y con el tiempo, la lluvia fue calmándose, cayendo ya a intervalos cada vez más espaciados en el tiempo. Y con la primavera y las flores, la piel del escritor volvió a florecer sobre sus nervios. No fue hasta hace apenas unos ocho años que finalmente Elliott se vio preparado para ver a David como parte de su pasado; como una historia. Y así la plasmó en su último libro bajo su pseudónimo "Endless Summer". Y tras todo esto, una temprana tarde soleada, escuchó la voz que durante tantos años le había estado atormentando con recordados "Te quiero". "He de reconocer..." Silencio. Su corazón y sus pulmones quedaron en silencio. Sus manos quedaron en silencio, su mente quedó en silencio. Y como si su cuerpo debiera ponerse al día con aquel segundo que había quedado suspendido en el tiempo, de repente todo comenzó a latir, retumbar, vibrar, batir las alas a la vez. Su vista se movió por sí sola, ya que su cerebro en aquel momento era incapaz de registrar un solo pensamiento consciente. Y allí, su última esperanza, se rompió en la arena. Por un segundo, Elliott vio al David de 20 años; Camisa clara, pantalones oscuros, pies hundidos en la arena, zapatos en las manos, ojos que rompen en mil pedazos. Por un segundo, el Elliot de 20 años quiso desplomarse sobre sus brazos en llanto. Pronto comenzó a reparar en todas las pequeñas diferencias: el pelo, la barba, las líneas de su cara. Pronto comenzó a recuperar su propia compostura, aún sin retomar control de su incipiente sonrisa. "... que de todas las cosas que esperaba, la última era que Elliott Swan se hubiese cortado el pelo" — Y quién me iba a decir a mí que David Alders iba a descuidar tanto su vello facial. — Repuso el hombre tratando de igualar el tono de su viejo novio. Quizá, pensó, no se notaría que aún le temblaba ligeramente la garganta. "Claro, que debí suponer que si venía con alguna idea de cómo presentarme, tú, por supuesto, me descolocarías las palabras. Espero no interrumpirte." — No te preocupes, ya buscaba una excusa para tomarme un café con un viejo amigo. — Rió Elliott. — ¡Adelante! Está abierto. Ahora mismo bajo. — En aquel momento un actor proclamando sus líneas casi mecánicamente, buscando un segundo para descomprimir todos aquellos sentimientos y pensamientos que corrían en estampida por su mente. |


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Vie Jun 02, 2023 12:33 pm por Blueberry
Casa de Elliott Swan, PLAYA
01 «"Seven" years» | "Te quiero". "Te amo". "David..." "David, te quiero". "David, por favor..." "Elliott... David..." "¿Si no consigo leerla, te atreverías tú a leérmela, Elliott?" "Pues, si puedo hacer algo para ayudarte a leer, sabes dónde vivo" "Y quién me iba a..." "Te quiero". "Te amo". "David..." "David, te quiero". "David, por favor..." "David, te quiero." "... decir a mí que David Alders iba a descuidar tanto su vello facial" ¿Y quién a mí que una voz podía contener tantas imágenes? Tragué saliva a mitad de su frase y afiancé mi sonrisa como pude. Claramente afectado, sin embargo, evitaba materializar el recuerdo contenido durante veinticinco años: su voz había madurado, agravado, y en ella se mantenía ese repiqueteo engreído, con el tono suave de un soprano, con la carga y sorna de quien una vez me había hablado desde la altura de un garaje ligeramente alzado sobre el nivel de la arena. Él, tras una voz madura. Mi mirada, examinándole de nuevo, también captó todos los recuerdos que tenía asociados a su figura. Y reí. Lastimeramente. Tras su ataque más que esperado, reí: no era el único en los últimos meses que había mencionado mi barba ligeramente asilvestrada, los rizos arremolinados en la nuca. — ¿De verdad? ¿Tan mal me queda?— sonreí, aún animado, aún sin creérmelo, en su dirección.— Quizás no debí dejar que mi referente en barbas fuese Willy— secundé, le cedí, su pequeño ataque. Era una nerviosa ansia, una incipiente necesidad y una clara abstracción. ¿Podía bajar ya de ahí? Pero habían pasado veinticinco años y no había pensado en cómo debía saludar a la que consideraba la parte más triste de mi pasado. Y él seguía en el balcón, y mi mirada continuaba sobre él, la sonrisa imperturbable, incrédula de que siguiera en el Valle, ¿agradecida? de que no se hubiera marchado; ¿y yo? Por favor, ¿puedes bajar ya de ahí? "¡Adelante! Está abierto. Ahora mismo bajo." — Han pasado veinticinco años— más te vale correr.— Te doy... ¿diez segundos? por espejo en tu camino— sonreí, animado, comenzando a andar de espaldas hacia la escalera de su porche, girando la cabeza en cuanto perdí de vista la suya. En las escaleras volví a calzarme, y en un avance lento, meticuloso, que pretendía prepararse para encontrarlo en mi camino, observé brevemente cómo su casa, él, se había construido; de maderas artesanales, de comodidad y un ambiente acogedor. De tres sillas entorno a una mesa; como cinco había entorno a la mía. Y sonreí, preguntándome quién solía ocupar esa imparidad. Las mantas quedaban cerca para las noches a la orilla y podía ver a Willy meciéndose en la esquina. Y, entonces, abrí la puerta. Una escalera. Una imponente escalera alfombrada. Cómo no. Reí, sintiendo al joven David admirando esa natural ostentosidad. Dios, había estado totalmente colado por él y sus excentricidades. Y dos arcos enmarcando la escalera, dirigiendo a otras dos habitaciones; y la librería en la esquina. A mi lado, rápidamente, una mesa, un sillón, no sabía qué más: los nervios mantuvieron la vista fija en la escalera, expectante, quedándome en la entrada, respetuosamente, como la primera vez, esperando a que su presencia guiara los límites por los que podía desenvolverme. |



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Dom Jun 04, 2023 6:51 pm por Eddie
PLAYA . CON DAVID . 15:30
#1 «SEVEN YEARS» | Tras ser absorbido por un redoblante corazón, el sol, en toda su magnitud, explotó bajo la piel de Elliott. El final de un concierto de orquesta; el sonido de las cuerdas aún retumbando por sus extremidades y el de los vientos embotando su cabeza. Y el escritor, que apenas había tenido tiempo de soltar una risotada al comentario de los espejos y trastabillar al interior del balcón, no pudo más que dejar caer su peso sobre la pared. Respira, respira. Y, como si de un Elliott paralelo se tratase - un Elliott de su edad, la real, no los 20 años que sentía que tenía en aquel instante-, una voz se coló en su mente. «¿Por qué? Si ya le habíamos superado. Calma, es solo un viejo amigo.» No, era el amor de su vida, y él lo sabía. Lo sabía desde hacía demasiados años. Pero él no era el de David, o eso creía Elliott. Al fin y al cabo, se había casado y tenía su propia familia. Cielos, su incluso el nombre de su primer hijo era el de Alex. Por lo que Elliott sabía, David podría prácticamente haberse olvidado de él pasado los dos primeros años. Él mismo había intentado despegarse de aquella parte de su pasado en incontables ocasiones, incluso sacrificando dos de las que acabaron siendo de sus amistades más importantes. ¿Y bien? Con lo despampanante que era él, no podía quedarse colgado tan solo porque su viejo amor hubiese venido de visita. Además, ahora era un escritor de éxito, con una buena red de amistades. Si bien es verdad que para un romántico empedernido no haber encontrado a su media naranja (volvemos a la negación) era una tragedia casi como ninguna otra, prefería estar consigo mismo que con alguien que no lo apreciara tanto como se apreciaba a sí mismo. «Y ahora respira… y controla esas manos, que no nos puede ver temblando.» «¿Qué es lo peor que podría pasar? ¿Que le volvamos a ver, nos demos cuenta de que hemos perdido la vida al estar lejos de su lado y que nos vuelva a rechazar inmediatamente? Venga, ya hemos pasado por esto.» El escritor dejó pasar otros diez segundos antes de volver a incorporarse, comprobar sus manos que ya abandonaban su temblor, e inevitablemente retocar su aspecto en el espejo más cercano, que se encontraba, también inevitablemente, justo a su lado. — Perdona la tardanza — Alzó la voz antes incluso de llegar a las escaleras, queriendo avisar a su invitado de que finalmente bajaba. — Debería quitar la mitad de estos espejos, Leah siempre me reprende el llegar tarde. — Continuó la broma de su amigo. Dicho esto, Elliott apareció en la cúspide de la escalera al más estilo telenovelesco. Sin embargo, al ver a David allí parado, mirándole fijamente, perdió momentáneamente la compostura. Algo casi imperceptible excepto en un ligero vacío de su majestuosidad habitual en el descenso. A decir verdad, Elliott descendía no tan pendiente de su propia imagen, por primera vez, habiéndose despojado temporalmente de su narcisismo y fijando su atención en aquella otra persona casi hasta el paroxismo de su antiguo enamoramiento. En fin, que no había paso que diese que no usara para escrutar a aquella aparición que le esperaba al final de su descenso. |


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Lun Jun 05, 2023 7:51 pm por Blueberry
Casa de Elliott Swan, PLAYA
01 «"Seven" years» | Elliott, Elliott, Elliott, por favor... Dioses. ¡Dioses! Elliott. ¡Elliott! Mi Elliott... Mi Elliott. Elliott seguía en Stardew. Elliott vivía en una casa digna de su magnificiencia en la costa del valle. Elliott tenía un jardín con blue jazzes y lirios de día. Y Elliott seguía allí, en Stardew, y en veinticinco años de ausencia no se había ido. Elliott, mi Elliott, no se había ido. Creo que, en verdad, no era consciente ni de la mitad de lo que estaba ocurriendo, de lo que había ocurrido desde que hubiera superado ese matorral de arbustos y encontrado la permanente estancia del amor de mi adolescencia. Seguía allí. Y ya no me dejaba impresionar por que no se hubiera marchado, sino porque él siguiera allí: él, su opulencia, su narcisismo, las encantadoras narrativas que contaba siempre con sus toques allí y allá: una alfombra majestuosa reencarnando al niño con grandes sueños, librerías en el recibidor, tres sillas en una mesa cuadrada y su risa, afable a los desconocidos que admiraban su narcisismo. Él. Elliott. Mi Elliott - mi novio seguía allí. Y yo no había estado preparado para sentir las lágrimas de un niño de veintiún años abrasando a un adulto de cuarenta y seis. Pero mis ojos comenzaban a inundarse en la contrición, en la desolación y el arrepentimiento que había sentido veinticinco años atrás. En las noches en las que no llamaba a nadie, en las que Héctor me impedía volver, en los llantos desolados aplacados a gritos en una discusión. Y si entonces mis allegados me habían ayudado a ver que si volvía, solo dejaría otro cadáver emocional al regresar a casa, ahora me preguntaba si, precisamente, no había estado huyendo de casa todo este tiempo. Elliott, mi Elliott, en cada rincón de ese recibidor opulento, regando mi ansia por verle aparecer, tenerle a mi alcance y rozar algo más que su escritura. No, no estaba preparado para tener esos veintiún años superados hacía ya veinticinco. Y cuando su voz cruzó la casa para anunciarme su llegada, una risa húmeda escapó mis labios, queriendo llorar de mi mirada la realidad ilusoria de un niño de veinte años. Parpadeé, escuchando sus pasos. "Las pisadas se acercaron. ... Yo me erguí y miré al frente. ... El pomo giró, distrayendo mi mirada. La puerta se abrió y me vi obligado a subirla hasta encontrármele." Parpadeé, escuchando sus pasos y con los párpados caídos, mi primer recuerdo de él cayó en una lágrima a mi mano. Y alcé la mirada. ... Era él. Él. Ahí. En lo alto de su preponderancia, y con una sonrisa alegre, entristecida, nerviosa: ansiosa, recibí a Elliott como si hubiera pasado un día desde mi marcha. Sus pisadas eran lentas y sus ojos se anclaban en mi figura, presuntamente tan incrédulo como yo. ¿Y qué hacía yo allí? Ni siquiera había sido mi intención primera ir a verle, comprobar si estaba allí; un día como todos mis primeros días en Stardew había buscado. Pero ahora volvía a un uno de octubre de 1998 en el que yo cogía el bus de vuelta e iba a buscarles. Y este Elliott que contenía a mi Elliott portaba camisa blanca y chaleco avellana, pantalones oscuros y un andar elegantemente nervioso. Y yo, sin saber cuándo había comenzado a andar, reí, acompañando sus nervios conforme llegaba al primer escalón, manos guardadas en los bolsillos y ojos redirigidos a su mirada. Y allí, así, suspendido como un segundo en el tiempo, me encontré con la cabeza alzada de nuevo para conocer a Elliott Swan. Él en el último escalón y yo esperando a que igualara nuestras alturas. Creo que fue peor que las igualara. Flashback. Biblioteca de Pelican Town. 27/10/1997, 19:15. ... Clic. La puerta de la biblioteca cerrada y el último de los asistentes fuera. Gunther volvía sobre sus pasos y regresaba a la pequeña sala, probablemente esperando hablar con el autor de semejante obra. Pero yo seguía ahí. Y del mismo modo en que todos se habían marchado para dejarnos solos, Gunther asintió, carraspeó y volvió a la recepción. Y yo, por fin a solas con él, me puse lentamente de pie. Dejé allí el papel vacío de inquietudes, y comencé esa marcha orgullosa, admiradora, halagada de su obra. Lenta, con tiempo para asimilar los cuatro meses concentrados en doscientas páginas; y le miraba, sonriendo, incrédulo, tremendamente halagado, desorbitadamente sonrojado y solo el roce pausado de mi mano con mesas y sillas en mi camino parecía contenerme de llegar en tres zancadas a él. Pero, eventualmente, lo hice. Y me planté a la espera de una mirada correspondida. De la que fue una tímida mirada nerviosa. Le miré. Me miró. Y me lancé. A él. A Elliott. A mi Elliott. Impulsando mi fuerza y altura para llegar a sus labios y cortar ese segundo suspendido en el tiempo, yo, David Alders, por fin, tras cuatro insufribles meses de enamoramiento, besé a Elliott Swan. Y si aquella vez habían pasado cuatro meses y doscientas páginas, ¿cómo de larga debía haber sido esta caminata hasta su persona? ¿Cuánto tendría que haberme rezagado para asimilarle a él entero? Cuatro interminables meses y doscientas páginas. ¿Veinticinco años y tres libros? ¿Y entonces él? ¿Estaría recordando él lo mismo en ese momento? Mi respuesta no fue muy diferente a la de aquel 1997. Le miré. Le sonreí. Y lo comprobé: Era él. Elliott. Mi Elliott y, seguro, un nuevo Elliott. Mis labios se despegaron para pretender decir algo para lo que no encontré palabras. Mi mirada cayó, comprendiendo que no había nada que pudiera ser dicho. Y un suspiro se precipitó de mi boca al tiempo que mis manos se lanzaron para rodear a un amor de mi vida. Lanzado, impulsado, mis dedos buscaron unirse en su espalda: un brazo por encima de su hombro, otro por su cintura y mi cara enterrada en el hueco de su cuello. Y allí estaba: el olor de las salinas enmascarado de un perfume de azahar. Elliott. Mi Elliott. |
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Mar Jun 13, 2023 6:23 pm por Eddie
PLAYA . CON DAVID . 15:30
#1 «SEVEN YEARS» | Un escalón, y otro escalón. David avanzaba, manos en los bolsillos, risa en los labios. Otro escalón. Una sonrisa despojada de su habitual vanidad, temblorosa y expectante. Y Elliott aún no sabía si quería terminar de descender o emprender la huida de vuelta, escaleras arriba. Otro, y otro. Y finalmente aquella apertura de labios; su palabra colgante y el impulso del escritor de recogerla entre sus manos fueron lo que le llevaron a aquel improvisto abrazo. Y el silencio, acompañado del sonido de la camisa del juez contra el chaleco de algodón y de mil palabras transmitidas de piel a piel entre sus mejillas absorbieron a los hombres durante aquellos interminables segundos. Y Elliott por fin se sintió respirar. Y con ello, un olor familiar atravesó todo su ser, haciéndole sentir momentáneamente que finalmente estaba en casa. Momentáneamente, pues apenas un instante después aquel hilo con su pasado comenzó a deslizarse entre sus dedos, y los nuevos olores que se mezclaban con el olor de David empezaron a despertar a Elliott de aquella fantasía juvenil, trayéndole de nuevo todas aquellas imágenes que había conjurado años atrás. Aquellas que habían estado torturando sus pensamientos cada momento de distracción. Y así comenzó a plantearse si el nuevo olor de su viejo novio se debía a su mujer o bien a un perfume que le habían regalado sus hijos. Y, de repente, al separarse, Elliott ya no vio a su novio de veinte años, sino a un viejo amor cuya vida le había arrastrado lejos de si. Alguien de quien había pasado página, pero a quien aún quería por su lugar en sus recuerdos. Y así borbotearon sus siguientes palabras, en un susurro sentido, como si con ellas se despidiera de aquel momentáneo encuentro entre los dos casi-adolescentes: — Te he echado de menos. Y con un fugaz destello en la esquina del ojo que delataba una lágrima asimilada, Elliott se separó del juez, dejando una de sus manos apoyada en su brazo, como si quisiera sujetarle quieto para poder verle claramente al fin. |


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Vie Jun 16, 2023 11:20 pm por Blueberry
Casa de Elliott Swan, PLAYA
01 «"Seven" years» | Shhizz... shizz. — mi brazo abarcando su cintura. Shiz. — los dedos rasgando... sus costillas. ... Fff... — el suspiro, pausado, en su cuello. Mis manos se expandieron, abrieron y torturaron en una espalda olvidada, una que ya no reconocían. Ffffizz. — su mejilla contra la mía. ... Fff... — mi respiración, abrumada, ahogada. ¿Y cuándo había decidido él dejarse la barba, cortarse el pelo, abandonar el rojo de la gabardina? Tragué saliva y abrí unos ojos afectados, una mirada dolida, afligida, recriminatoria a mi pasado, y la planté allí: detrás de él, en los escalones de la pasarela donde le había imaginado toda mi vida. Y, allí, mirándome con el peso del juicio y del pasado, un David de veintiún años. Un David despeinado, con el pelo descuidado, los ojos resplandecientes en un rojo arrepentido; pero su sonrisa... una sonrisa aliviada, cuidada después de veinticinco años, una sonrisa agradecida que hincha el pecho por la boca, toma aire, lo guarda y lo expulsa despacio. "Gracias". "Gracias". "Gracias", tras veinticinco años, era lo único que tenía que decirme. ¿Solo "gracias"? ¿Por qué seguía doliendo entonces? Pero el fragmento dolido de mi pasado se marchó con la respuesta, aliviado y aplacado, dejándome a mí sus ojos hinchados y la melena creciendo — y le estreché mientras tanto, a él, a Elliott: uno, dos, tres segundos. Uno, dos y tres segundos para despedir a una ilusión de mi pasado. Y mis manos se hundieron en esos músculos cambiados, en un cuerpo que solo conocía en parte: figura y altura. Y reconociendo el cambio, su olor, su pelo: ¿melocotón era aquello? Sonreí, con media risa aspirada, con el abrazo de un viejo conocido: había demasiado que había cambiado. Y nuestras manos comenzaron a dejarnos ir. — Te he echado de menos— dijo. Y con mi mirada en la suya, tuve que apartarla, rodarla, reír lastimeramente y secar la lágrima de lo último que necesitaba para que cayera: esa frase. ¿Le había echado yo de menos? — Pues te ha ido muy bien sin mí— hice ver, mirando aquel recibidor, tan solo para darme unos segundos, un momento, para atreverme a decirlo.— Yo a ti también— a mí también me había ido muy bien, ¿no? Mis ojos estaban empañados por el paso del tiempo y las emociones concentradas. Le miraban, aún asimilando que fuese él, que hubiese cambiado, que yo estuviera ahí, y por mucho que hubiese dicho adiós a aquella herida abierta, la amalgama de mis sentimientos hacia un Elliott de veintiún años seguían revolviéndome. Y, entonces, en la escalera, ya no esperaba el arrepentimiento, sino un ensoñador, un joven David que, sentado en el escalón observa admirando a aquel amor de su vida. "¿Crees que seguirá guardando aquella cafetera de prensa francesa?" me decía. Y yo miraba al Swan. Y, qué diablos, aquella era la forma perfecta para asentarnos de algún modo:— ¿Sigues guardando aquella cafetera de prensa francesa?— sugerí, dibujando, al fin, una sonrisa más sosegada.
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Dom Jun 18, 2023 12:33 pm por Eddie
PLAYA . CON DAVID . 15:30
#1 «SEVEN YEARS» | Y allí, entre tanta barba y arruga, Elliott encontró aquella sonrisa que tantas veces había tirado de él como si de un pez enzarzado en su anzuelo se tratara. También encontró patas de gallo, y se preguntó si tan feliz había sido en su ausencia. Una rápida punzada a su corazón en recuerdo a aquel tiempo en que se preguntaba cada noche si era a él al único a quien aquella ruptura había destrozado. No obstante, al final también había sido él mismo feliz, con que no podía echarle eso en cara al juez. Millones de burbujas fluyeron desde los dedos de David, en aquel momento aferrándose al chaleco del escritor, bajo su piel y estallando en destellos y chispas. El breve silencio tras su "Te he echado de menos"; aquella única brizna de lo que había pasado que estaba dispuesto a soplar en su dirección, aparentó durar eones. "No tiene por qué compartirlo" se decía a sí mismo. "Incluso si lo compartiese, expresarlo es su decisión." "Olvida todo eso. Si en este momento no declara que tuvo que remar a mano desde la barca de Caronte para regresar a la vida después de nuestra separación, ya puedes aprovechar el impulso para empujarle de nuevo por esa puerta." Aquel proto-Elliott, orgulloso como él solo, apareció nuevamente. Y entonces lo oyó. Y se derritió. Y no lo pudo controlar como aquel escalofrío. Momentáneamente se fundió más el abrazo y se permitió tomar un último trago de aire acariciándole levemente el brazo en honor a su yo pasado — que en aquel momento parecía tener puesta una expresión satisfecha en la cara. "Pues te ha ido muy bien sin mí" Elliott miró a su alrededor — No me puedo quejar.— Sonriendo. — Ya me conoces, corazón, soy un hombre sentimental. — Respondió con una sonrisa nostálgica. — Demasiado, quizá; hace años que no la utilizo. — Confesó. — Espero que te parezca bien un expreso, en su lugar. Elliott soltó finalmente el brazo de David y tendió el brazo en dirección a la cocina, ofreciéndole a ir delante. Su nueva cafetera estaba claramente a la vista, en un rincón que se podía percibir que estaba dedicado, efectivamente, a aquel ritual matutino. El escritor ofreció a su invitado que tomara asiento en una de las sillas de la mesa de la cocina y prosiguió su camino hacia la cafetera, enfrascándose de nuevo, como aquella vez hacía tantos años, en el arte de filtrar café. — ¿Y bien? ¿Qué tal la vida de juez reconocido? — Inquirió de espaldas a su invitado. Había tanto que quería contarle y tanto que quería saber de su viejo amigo. Y, sin embargo, aquello fue lo único que le vino a la mente preguntar en aquel momento. Las afiladas manos de Elliott se movían ágiles entre los muebles, cogiendo granos de café de allí, moliéndolos acá, prensándolos con un redondel metálico que alcanzó de más allá... Ya no eran las manos tersas de marfil de años atrás, sin embargo, habían conservado su delicadeza y suavidad, habiendo envejecido tan solo en la medida absolutamente necesaria. |
Última edición por Eddie el Sáb Jul 08, 2023 10:07 pm, editado 1 vez


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Miér Jun 21, 2023 1:47 am por Blueberry
Casa de Elliott Swan, Playa
01 «"Seven" years» | Una sonrisa aguantada en dos extremos: la melancolía y el perdón por aquella caricia a mi brazo, tan comprensiva y llena de alivio. Sí, Elliott, yo también te he echado de menos. Una sonrisa; allí, en la escalera, sarcástica, juzgándome, contemplando a un Elliott tocado por cuatro palabras y a un adulto que no pretendía aprovechar esa ventana semi abierta. Pero yo no había ido a recuperar nada dejado veinte años atrás. Y según me decía eso, mi joven yo apretaba su sonrisa y me culpaba por no ser tan airado, lanzado y astuto que él. Yo también he pasado noches en vela, mantenido despiertos a amigos, contado y recontado nuestra historia. Yo también te he añorado, me invitaba a pensar mi recuerdo, sin embargo. Y a ampliarle esa sonrisa al escritor, queriendo reforzarle la idea de que, sí, claro, evidentemente, habíamos pasado por lo mismo. "¿Por qué no llamaste?" murmuró aquella visión de mi pasado, recriminando al escritor. Tenías que haberme llamado, quería decirle yo. Dejarle nunca había sido una opción deseada por ninguno, ¿no? Solo una decisión tomada: caminos diferentes, un encuentro de verano, un esbozo de lo que habíamos llamado "la intensidad de una novela": nuestra historia, vivida condensada para llenar doscientas páginas, para dejar algo digno de una buena historia. "La mejor historia jamás contada", como aquella nota que le había mandado por el aniversario de la lectura de The Moths—nuestro aniversario. Habíamos pactado e impuesto distancia. Había pactado e impuesto distancia, consciente de que aquella pecera en la que mis amigos vivían era el paisaje exterior de la mía, no me había atrevido a dar el salto del agua estancada a un futuro nunca planeado e incierto. Menos por una persona. Mi futuro estaba en el núcleo de aquella pecera que era Zuzu City y había nadado con los peces con los que siempre me había sentido cómodo para lograr todas esas listas de metas. Mirando Stardew desde el cristal los primeros meses, Héctor se había interpuesto multitud de veces entre la maleta y mi mano, la puerta y mi cuerpo. Y yo le había dado la razón cada noche, asintiendo entre el llanto y los gritos, regresando a la cama y a otra noche en vela. Y en este momento, con la sonrisa suspendida de ambos, la de Elliott y la mía, con comprensión y melancolía, perdoné que no hubiera llamado, que no hubiese buscado ayuda en esas noches que, como yo con Héctor, había querido atravesar el cristal. Perdoné que Haley me lo hubiera contado años después, con el pasado asentado. Perdoné aquello que yo tampoco quise hacer: llamarle, llorar con él, desplegar las lágrimas que había contenido en mis últimos días con Elliott Swan. Y le sonreí, dejando ir esa carga también. Gracias por haber querido evitar confundirme. Elliott dejó ir mi brazo entonces y yo observé cómo mi joven versión replegaba la mirada hacia el suelo, sobrecogido por esa falta prolongada de contacto. Sin embargo, sus ojos siempre regresaban a él, distraídos cuando él no miraba y yo buscaba también ese parcial contacto con nuestro pasado: un recuerdo neutral al que aferrarnos. El café. "Ya me conoces, corazón, soy un hombre sentimental". Mi sonrisa se desplegó como antaño para dejar escapar una breve risa, impresionado de encontrar en el paladar de su boca las mismas palabras que usaba veinte años atrás: "corazón". Sin embargo, la cafetera había sido guardada, probablemente olvidada en una caja de cartón, y yo sonreí, restándole importancia al suceso. — No, claro, no te preocupes. Un expresso es una segunda mejor opción igualmente buena— le aseguré, bromeando, riendo levemente y encaminando esa marcha con un breve asentimiento de cabeza. La casa no hacía más que sorprenderme. ¿De verdad tres libros le habían dado para tanto? ¿Qué más había hecho Elliott Swan con el resto de su carrera? Sin embargo, tomando asiento donde él me indicaba, esa pregunta llegó antes para mi persona. "Genial. ¿Quieres explicarle al amor de tu vida cómo le dejaste para perseguir una carrera que te ha quemado?" Eso no es así, rebatí a aquella ilusión parcial y arbitraria que era mi juventud, una ilusión mucho más centrada en ese instante en cómo Elliott recogía y envolvía sus manos con la gracia de un pianista mientras preparaba mi café. Alcé la mirada a su rostro para responderle, cayendo entonces en ese "juez reconocido"— Veinticinco años y Alex sigue sin respetar que valoro la intimidad— recriminé a mi ausente amigo, acusándole con un tono exagerado. Negué con la cabeza para restarle pomposidad al logro.— Pues lo cierto es que me han concedido una excedencia de varios meses; a reincorporarme cuando quiera. La sonrisa contenida de mi juventud hizo que reinterpretara mis palabras como seguramente veinte años atrás hubiera querido hacerlas entender: "voy a estar en Stardew hasta que quieras". No, eso no era lo que había dicho, así que completé:— Así que supongo que bien, me hacen sentirme valorado— no era necesario, no en ese instante, explicar qué clase de juicios me habían llevado a una situación más ansiosa y estresante; por qué la fiscalía había aconsejado que se me diera un respiro. En cambio, más interesante para mí era saber cómo había llegado a donde estaba:— ¿Y tú?— inquirí. "¿Vas a decirle que tienes todos sus libros?" Quizás no fuera la idea más inteligente para marcar la delimitada línea del pasado, no. — ¿He de suponer que Robin ha bajado los precios o que tres obras se pagan mejor de lo que imaginaba?— pero hacerle creer que no sabía de ellas era cruel, infantil e inverosímil. |
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Sáb Jul 08, 2023 11:02 pm por Eddie
PLAYA . CON DAVID . 15:30
#1 «SEVEN YEARS» | Su casa había sido infiltrada por un extraño. Una sombra. Una aparición. Elliott andaba sobre pies de humo; sus manos se movían tiradas por hilos que se perdían en la distancia ¿pues quién podría tratar con tal normalidad a un fantasma sino otro de su condición? Y así, su hogar, aun ofreciéndole la ventaja de la familiaridad, subió un escalón junto a ellos al reino de los sueños y la irrealidad. Durante los escasos momentos en los que el escritor se centraba en preparar el café, sin tener a David ni en su campo visual ni reverberando en sus oídos, podía llegar a jurar que había sido todo una alucinación. Quizá se giraba ligeramente, buscando con miedo aquella silueta sentada en su cocina — miedo tanto de encontrarla en su lugar como de no hacerlo. Quizá no le daba tiempo, pues la respuesta del ahora juez, le devolvía a aquella realidad paralela en la que parecían coexistir ambos. Elliott se había reído a la pequeña broma de David respecto al café. Algo en la naturalidad de haber recurrido a su vieja manera de interactuar tan rápidamente le trajo comodidad y tranquilidad. También le hizo recordar lo que había estado perdiendo todos aquellos años, pero aquellos pensamientos trataba de enterrarlos temporalmente hasta que pudiera desahogarse con Leah y Kay. — Parece que ya te has olvidado de cómo es vivir en un pueblo, corazón. — Contestó con una sonrisa. — No hay un solo responsable de que la vida personal de todo aquel que tan solo ha puesto un pie por estas tierras sea de dominio público en lo que respecta a nuestros vecinos. — "Nuestros" vecinos. Para Elliott, la granja Alders siempre había sido de David. Al fin y al cabo, así fue como la conoció. Sin embargo, ahora mismo era poco más que trabajo para arqueólogos, con lo cual su viejo amigo no podía estar quedándose en ella. Todavía seguía por esta línea de pensamiento cuando David continuó, confirmando en efecto que su visita a Stardew no era de una sola tarde. — Si no has cambiado demasiado, sospecho que más que una excedencia deben ser todas las vacaciones que te has negado a tomarte en tus veinte años de servicio. — Bromeó. — Pero está bien saber que te sientes apreciado. — Añadió. "No creo que te faltase de eso mientras estabas con nosotros aquí" pensó a continuación. No obstante, era demasiado pronto para hacer bromas al respecto y decidió guardarse el comentario para si. —¿Y dónde te has alojado? Dudo que se trate de tu vieja granja, al menos en su estado actual. ¿Y él? Tres obras, sí. Tres obras reconocidas; apreciadas, se podría decir. Y al final, todas ellas habían tenido una pieza de David en ellas. Y en aquel momento aquel pequeño hecho se clavó ligeramente en su corazón, medio avergonzado medio orgulloso, pues le había hecho plantearse si su musa se había dado cuenta de ello. Pero él tenía razón. Tres obras no le dieron para terminar su casa, aunque la verdad es que tampoco era tan descabellado a fin de cuentas. No, Elliott tenía un pseudónimo bajo el que escribía novelas de romance: "Lizzy Jay". Y con sus dos nombres, había recibido éxito por duplicado. Sus novelas románticas no eran quizá de las más famosas, pero sí entre las más reconocidas dentro de su mismo nicho. Elliott desvió distraídamente la mirada al salón de nuevo, a aquel lugar donde sabía que se encontraban todas sus obras, incluyendo las secretas. — Como ya he mencionado, no me puedo quejar. — Sonrió orgulloso aún con ligera sorna. — Supongo que la escritura aporta más beneficios de los que te imaginas. — Completó. — No dudaba que supieras cuántos libros he publicado, pero entiende que me veo obligado a preguntarte si los has leído. — Elliott se dio la vuelta con ambos cafés ya preparados, levantando una ceja con cierta pavonería intrínsica, como de quien conoce una respuesta y sabe que le deja en una buena posición. |


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Jue Sep 07, 2023 12:59 pm por Blueberry
Casa de Elliott Swan, Playa
01 «"Seven" years» |
Su tierra ahora me consternaba y me afligía; un patio lleno de las manchas de un pasado y un "yo niño" descuidados, las silvestres cabalgando entre los tablones de un porche perdido y esas malas hierbas habían sido producto únicamente de mi desatención a las necesidades que yo me había negado. Elliott Swan era solo un jarrón bañado en el agua de veinte años atrás, cuyas flores habían conseguido crecer y llegar a la tierra, nutriéndose, creciendo, en algo que no fuera el agua estancada que yo había dejado como recuerdo de mi persona. Elliott había crecido, echado nuevas raíces, y la extensión de quién era ahora le obligaría a tener que mirar atrás para recordar el jarrón. Pero a día de hoy, yo seguía sin haber respondido la pregunta de Dalia: por qué no había vuelto a cuidar de lo que me había negado en mi adolescencia. Realmente, tras veinte años, no había una única razón, y todas ellas se habían retroalimentado. La primera iba a ser respondida hoy. En la extraña y ajena familiaridad de la casa de un viejo amigo, yo miraba a mi alrededor, aún identificando aquellos pedazos de lo que había conocido de él, preguntándome en qué habría cambiado. ¿Tendría la nevera llena de pastelitos de cangrejo? ¿Sería Willy quien tomara normalmente la silla que yo ocupaba ahora? ¿Quién espolvorearía la canela y el jazmín en sus cafés de la mañana? "Sabes que tiene manos, ¿verdad?" quiso reprenderme aquella visión, casi olvidada, de mi pasado. "Pero te parece indigno que alguien como él no tenga quien reciba su despertar con coronas de flores". Mi recuerdo se reía de sí mismo, mirando con admiración al hombre por el que había dejado de escribir sobre la siembra y el campo, dedicándole horas a sus poemas y sus libros. Y yo admiraba con melancolía aquello en lo que Elliott se había convertido en mi ausencia. Me contestó, sacándome de aquel breve ensimismamiento. Y yo reí al recordar las decenas de ojos que tendían a seguirnos cuando paseábamos por el Valle. Quizás sí había olvidado lo que era vivir en un pueblo, pero eso me hizo entender más de por qué él se había quedado aquí:— Veinte años preguntándome por qué alguien tan cosmopolita como tú no se mudaba a la ciudad y acabo de entenderlo— me hice el sorprendido, ampliando una sonrisa que acabara en risa airada. Supongo que no era sorpresa para nadie saber que Elliott Swan era la epítome del cotilleo. ¿Empezaba a ser una apreciación mía o ese número atado a una fecha no dejaba de conducir la conversación? "Veinte". "Veinte años". En mi boca sabía a melancolía y me preguntaba si en la de Elliott sabría a reproche, resentimiento; y si esta sería la única forma en nuestra educada conversación de discutirnos no habernos buscado en esos malditos veinte años. — Si no has cambiado demasiado, sospecho que más que una excedencia deben ser todas las vacaciones que te has negado a tomarte en tus veinte años de servicio— ahí estaba de nuevo. ¿Me sonaban en él acaso más largos? ¿Su espera había sido más larga? Sus muebles estaban impolutos, sin las marcas de una silla caída por una niña hiperactiva; sin el color borrado por el sol de la vez en que Alex decidiera pintarle un animal fantástico a cada uno en su sitio en la mesa y el inmediato restregón de un estropajo en las manos de la hermana mayor, queriendo encubrir al pequeño. Su casa olía a él, parecía suya, tal y como lo era la de Dalia; y por primera vez pude ver que, en familia, había vivido cuatro vidas más en veinte años y que mi tiempo había pasado más rápido de lo que para el resto estaba siendo el suyo. Reí a su supuesto, reconociendo a ese David, pero lo cierto era que:— ¿Bromeas? ¿Le dirías tú que no hay vacaciones a tres niños pequeños?— aunque, en verdad, no sabía si habría sido peor decirle a Danielle que ese año no íbamos a la playa o decirle a Rebecca que ese año no podía tomarme unas vacaciones. Negué con la cabeza:— Creo que habría llegado un día a casa y me habrían hecho una playa en salón— acompañé mi respuesta con aquella imagen; pues decir que "bromeé" sería incorrecto: lo más probable es que hubiera ocurrido.— Pero sí, me han compensado la carga de trabajo— comencé a explicarle, con la mirada clavada en él. ¿Acababa de hablar de mis..? ¿Con...? Solté una risa algo avergonzada.— Perdón, entiendo que seguramente ese rumor también ha llegado: un niño y dos niñas— aunque ya crecidos, me seguía costando hablar de ellos como adultos. Veinte años daban para cultivar esas tres otras vidas. No tanto, quizás, para cultivar la mía. La granja Alders estaba hecha un desastre e, incluso, si mi padre se hubiera dignado a cuidarla lo más mínimo, yo la habría encontrado igualmente descuidada. Que Elliott fuese consciente de ello, hirió por un momento aquel orgullo adolescente, que, proyectado a su lado, bajó la mirada y esquivó nuestro resentimiento.— En el Saloon— respondí—. Me parece increíble lo que han hecho con él— agregué mi asombro al haber entrado en la habitación y describí esta a mi viejo compañero, explicándole las comodidades que habían implementado.— Pero tengo intención de cuidar la granja, mañana me pondré a limpiar, desbrozar y...— solté una risa—. Puede que tengas razón y no conozca el concepto "vacaciones". Pero trabajar en la granja parecía ser lo que debía hacer ahora, lo que, seguramente, hubiese querido hacer durante todos esos veinte años. Veinte años sin aparecer y Dalia me había hecho el favor de preguntarme por qué no había vuelto solo dos veces en todos ellos. Y la melancolía con la que teñía esas edades pasadas lejos de Stardew comenzaban a saberme pesadas mientras miraba el rostro del escritor, aún preguntándome si, fuera de esa casa hecha a su medida, Elliott habría vivido las vidas de otras personas; alguna más allá de sus libros y personajes. Tres libros publicados y, sabía, yo en todos ellos. Tres libros publicados y esa imagen veinteañera de lo que yo había sido impregnando sus páginas entre mis dedos y, ahora, nuestra conversación. El espejismo de mi joven yo volvió a marcharse conforme respondía.— ¿Sin ti para guiarme en la lectura?— quise escapar un momento de la pregunta, tomando el café de sus manos, dejándolo sobre el posavasos en la mesa. Mi mirada seguía clavada a la suya y formaba la sonrisa de la melancolía con la que yo había vivido veinte años sin él.— Ca-da u-no de ellos— saboreé la respuesta en mi boca antes que el café. Pero según permitía a aquel encantador joven que había sido veinte años atrás responder a un Elliott adulto, cubrí la realidad de mis palabras con la taza de café: los meses que siempre habían debido de aguardar los libros de Elliott en mi cajón, esperando, siempre, a un momento de felicidad que me permitiera leerlos sin tener la estrepitosa necesidad de salir por la puerta, cerrar mi casa y volver a lo que había sido un pasado por siempre negado. Hoy no había leído. Hoy solo había andado, caminado rumiando canciones, pero, sí, cogido The Moths antes de haber cerrado la puerta. |



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Lun Oct 16, 2023 1:38 pm por Eddie
PLAYA . CON DAVID . 15:30
#1 «SEVEN YEARS» |
Uno sobre otro los tablones de su casa se construían en exoesqueleto; una prueba omnipresente del triunfo que le había llevado su orgullo. Sin embargo, eran los pequeños detalles: un anillo de café embebido por la madera de la mesa a medio frotar que le recordaba a aquella noche que, en un ataque de inspiración, olvidó que se había hecho ya una taza y subió una segunda a su estudio, encontrándose el desastre a la mañana siguiente -ya demasiado tarde para recuperar la integridad del mueble-; una fotografía de él con Leah en la primera exposición de la misma, enmarcada en madera ostentosamente tallada que se sostenía sobre un fino estante en la estación de café; un regalo de su mejor amiga y la persona más importante de su vida durante estos últimos años, esas muescas de uso en su casa -de historia, de vida y alegría y compañía- las que erguían su espalda y relajaban sus músculos. Había construído, con tiempo, esfuerzo y pasión, un hogar. A pesar de que el fantasma de David viviese durante los primeros años en su vieja cabaña, esta casa se había construído tan solo para él, a su medida y visión. No, no merecía la pena aferrarse a aquel arrepentimiento que Leah siempre había identificado entre miradas. Elliott se rió ante el comentario de David. Pues sí, apreciaba un ambiente más hogareño y familiar como el que le ofrecía aquel pequeño pueblecito. Tampoco podía decir que volviese la cabeza y se tapara los oídos ante la presencia de algún cotilleo. No obstante, al menos comparado con el nuevo gerente del Stardrop, Elliott siempre había sido más de la visión de "tú a lo tuyo y yo a lo mío", aún respetando (y a menudo apreciando) que ciertas informaciones terminaran por escurrir entre los alféizares de cada casa. Sin embargo, el comentario del juez tenía un regusto amargo en la boca de Elliott, pues aquella era una pregunta que, efectivamente, tanto Leah como él se habían planteado en incontables ocasiones, y con ese mal sabor de boca decidió dejar pasar aquella rama de la conversación. "¿Bromeas? ¿Le dirías tú que no hay vacaciones a tres niños pequeños?" Y allí estaba. O mejor dicho, allí estaban. Aquellas tres siluetas infantiles que tantas veces le habían pintado correteando alrededor de las piernas de su David -ejem- de David. Aún se pintaban en sombras, aunque esta vez la imaginación de Elliott pudo ser más específica. "Un niño y dos niñas". ¿Cuántos años tendrían ya? Aún se acordaba perfectamente de la primera vez que escuchó que su ex había tenido una niña pequeña. Durante los tres primeros meses, su cuerpo había pasado por el dolor de ver cómo la persona a la que amaba estaba construyendo la vida que le hubiese gustado tener juntos con otra persona, de ahí había pasado al orgullo de que alguien que, estaba seguro, sería un fantástico padre pudiera demostrarlo, y finalmente llegó al punto de fantasear con la idea de mandarle un regalo a la pequeña, llegando hasta a hablar con Robin y Emily al respecto de fabricar algún tipo de juguete o peluche que poder enviar. Finalmente, Leah le convenció de que no lo hiciera, siendo quizá algo intrusivo y potencialmente divisorio para David y su mujer. Más adelante se había enterado de que había ido teniendo otros dos, pero el tiempo y la distancia le protegieron de revivir su breve viaje como aquella primera vez. Ahora tenía más idea de sus personalidades y de lo mucho que debían querer a su padre para que este estuviera tan seguro de que le hubieran montado una playa solo para que tuviera vacaciones. —Algo sabía, sí— Elliott sonrió cálidamente, haciendo ver que era un tema que encontraba más agradable que incómodo, quizá enfatizándolo para calmar la expresión de David. — ¿Cuántos años tienen ya? — Preguntó para saciar su curiosidad, aunque también por educación. Elliott quería saberlo todo sobre los pequeños, pero dada la primera reacción de David al mencionarlos delante de él, no sabía hasta qué punto inquirir al respecto. "En el Saloon"... Ah, entonces el pueblo entero sabía ya que había llegado y probablemente tendrían incluso más idea que él mismo de las intenciones del juez. A Elliott le hubiera encantado ofrecerle una habitación en su propia casa, pero era demasiado pronto para ello y probablemente algo incómodo, por lo cual asintió simplemente. —Entre la visión de Teddy y la habilidad de Leah han hecho un gran trabajo.— El primo de Gus había sido una sorpresa para todos, y, aunque su trabajo se le diese de maravilla, todo el mundo sabía que su verdadero talento era otro. — Imagino, entonces, que ya habrás conocido a algunos de nuestros "nuevos" vecinos.— Siguió, consciente del gran cambio que había dado el Valle desde que David se fue, incluyendo inquilinos nuevos, tanto de nacimiento como inmigrantes. Elliott dejó escapar una risa ante el último comentario de David: "Puede que tengas razón y no conozca el concepto 'vacaciones'" — Tómate un día para explorar, corazón, tu granja no va a ir a ninguna parte y va a haber mucha gente que quiera hablar contigo mañana por la mañana. "¿Sin ti para guiarme en la lectura?" Elliott intentó dar un primer sorbo de su café, pero se atragantó inmediatamente con el comentario de David. No le dio tiempo a reaccionar más cuando el juez continuó: "Ca-da u-no de ellos". El escritor se limpió las comisuras de los labios con una servilleta cercana y se aseguró de que no había manchado nada más. En este breve ritual, se regocijó pensando que lo más seguro es que, efectivamente, David no hubiera leído todos sus libros. Siempre había dudado de si al menos habría explorado los publicados bajo su propio nombre, pero ahora que se lo confirmaba, no sabía muy bien cómo sentirse al respecto. Desnudo, parecía ser la emoción triunfante. Inconscientemente se recolocó la camisa, como queriendo taparse mejor (a pesar de que estaba ya perfecta), se aclaró la garganta de las últimas gotas de café y respondió. — Ejem... ¿Algún favorito?— Trató de sonar orgulloso como habitualmente, sin embargo, en aquella pregunta había un despunte de inseguridad, no tanto sobre sí mismo sino sobre la opinión de David, presumiblemente el lector más importante de sus obras. |


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Mar Oct 24, 2023 2:27 pm por Blueberry
Casa de Elliott Swan, Playa
01 «"Seven" years» | Veinte años. Quizás había más crueldad en esa fecha que en cualquiera de sus palabras. Veinticinco*. ¿Se podía corregir un recuerdo? David Alders no había dejado Stardew hacía veinte años. Y cuando Elliott Swan preguntó por la edad de sus hijos, pensó, por vez primera en un cuarto de siglo que veinte años era el tiempo que había pasado desde que corrieran meses sin pensar en él. Veinte años para superarle, veinticinco desde que saliera de su vida. Y David tuvo que aclarar su garganta con un sorbo de café para admitir su realidad.— Yo diría que ocho, seis y cinco; pero al parecer veinte, diecinueve— Elizabeth acababa de cumplirlos— y diecisiete; aunque la mayor y el pequeño están a punto de cumplir, contra toda asunción por mi parte, un año más— respondió, sin embargo, con cierta gracia entrenada. David pudo reír brevemente a su propia gracia melancólica, queriendo evitar pensar que el nacimiento de Rebecca fuera el desencadenante para que hubiera dejado de pensar con cierto egoísmo, priorizándose él. Y también con esa costumbre paternal, su mano buscó uno de los bolsillos interiores de su chaqueta, ahora colgada con esmero en la silla que sentaba.— ¿Te gustaría verlos?— preguntó, aun así, no queriendo sobrepasarse, mientras sacaba su cartera. Elliott sonreía, acogiendo una noticia que ya le había llegado antes que su protagonista y David correspondía aquel favor que, él creía, le estaba haciendo al permitirle hablar de lo que más orgulloso se sentía de haber construido en esos veinte años. "Exacto, lo has construido tú. Discúlpame por haber deseado que mi hermano pudiera construir una descendencia con su pareja". Y según uno de los comentarios más mordaces de su hermana se hacía paso por su cabeza, David pudo distraerse contándole a Elliott cómo era ese pequeño hogar improvisado en el Saloon. — ¿Leah ha contribuido?— David sabía que la vieja amiga de Elliott seguía en Stardew, pues Alex solía pasar a dejar alguna visita en la casa de la Carvelli, pero había asumido que aquel trabajo de madera era más de Robin que de su joven aprendiz. Y, con ello, volvió a maravillarse por esa idea madura del pueblo, sonriendo con sorpresa y entusiasmo.— Culpa mía, prácticamente todo lo que he hecho es dejar la maleta. "O, dicho de otra forma, todo lo que has hecho es venir a verle y dejarte embaucar por un hostelero para tomarte algo de tiempo antes de pisar la playa" se mofaba el David joven. Y aquello también explicaba que no se hubiera puesto a trazar amistades con nadie.— ¿El nuevo gerente? He cruzado alguna palabra administrativa con él y su camarero— a quien ni había llegado a mirar lo suficiente para ver en él a un joven Samuel Lieder.— Pero, sí— rio a aquella sugerencia de tomarse algo de tiempo—, mañana tendré todo el tiempo del mundo para ser increpado por unos cuantos vecinos— asumió con algo de ansia. Si era el deseo por ser castigado lo que nadie le había sancionado aún o las ganas de volver a conectar con viejos amigos estaba aún por determinar, pero David deseó poder pedir a Elliott que le acompañara a aquella cruzada; algo que no llegaría a hacer pues su presencia solo enfurecería más a las masas. El recuerdo de Elliott había ido diluyéndose en esos veinte años. Había estado en tardes felices y silenciosas, leyendo en familia; en el nacimiento de su segunda hija; la compra de su primer piano y Elizabeth tocando sola sin nadie que la acompañara... ¿Cómo habría sido esa unidad si Elliott fuese parte de ella? ¿Habría tenido Danielle alguien a quien admirar? ¿Alexander habría crecido sin consentírsele todo? ¿Y Rebecca, catalizador de centrar su vida en otras cuatro personas? ¿Habría Rebecca encontrado algo de admiración en Elliott? David dejaba de preguntárselo siempre que entendía que, sin Becca, ninguno de los tres habría existido; y, aunque hubiera habido otros, David prefería haber sacrificado veinte años por esas tres vidas que vivirlas sin ellas. Ahora solo le quedaba el pequeño resentimiento de no haber presentado nunca al fantasma que recorría su casa en los momentos más felices de su vida. Sin Elliott para guiar sus lecturas, David había mantenido su presencia en cada libro narrado en voz alta a sus hijos. Y el escritor se atragantó al toparse con aquel encanto regalado de David, el cual amplió su sonrisa al ver el impacto que seguía teniendo en su expareja, dando algo de tiempo al Swan para recomponerse. Sigues siendo el adolescente que tiembla cuando un chico puede dejarle sin palabras; aun cuando el quedarme sin ellas solía ser mi trabajo, pensaba, observaba, mientras él se recolocaba una camisa ya perfecta. "¿Algún favorito?" preguntaba, y David rio, destensando la situación, aceptando la intimidad de ese momento con familiaridad y asintió con la cabeza, queriendo dejar respirar al Swan.— Creo, en verdad, que he crecido con ellos. Mis hijos adoraban las Blue Jazzes— denominó así a los cuentos de Blue Jazzes blossom through the Sand— y todas las noches una enana de cuatro años me quitaba el libro de las manos para leer ella bajo la queja de que ella sabía leer mejor que yo— sonrió recordando a Danielle sentada en la cama, a sí tumbado junto a ella mientras esta señalaba las ilustraciones—; yo le decía que no sabía leer ni una palabra aún y ella me leía las ilustraciones de Leah mejor de lo que yo habría narrado tus palabras— explicó con una sonrisa orgullosa.— Todas las noches, alguno de ellos venía y me pedía una "blue jazz" - así llamaban ellos a tus relatos— y David debió asumir que su flor favorita ya no perteneciera a su boca, sino a la de Elliott—. Y, con el tiempo, se volvió el libro favorito de Danielle Elizabeth, quien, a día de hoy, todavía se queja de que su padre la llamara como a un cangrejo— una vez más, David había vivido demasiadas vidas concentradas en veinte años, y ya era imposible decir cuánto amaba algo sin explicar cuánto lo amaban el resto de sus vidas. Aquello salió tan natural como natural le salía decir que Alex se había matriculado en Medicina.— Pero, apartando las memorias en familia, creo que el que más disfruto es tu poemario. No pensaba que pudieras escribir nada mejor que The Moths, pero... Era de esperar que en veinte años tu escritura creciera contigo. |



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Sáb Nov 18, 2023 8:36 pm por Eddie
PLAYA . CON DAVID . 15:30
#1 «SEVEN YEARS» | Carroñeros recuerdos que alimentan ciegas esperanzas. Ciegas al tiempo, hasta que ellos tienen "veinte, diecinueve y diecisiete". Y entonces el momento estalla a sus pies y todas sus vidas descartadas se esparraman ante sus ojos, rodando por el suelo de la cocina y girando y girando sobre sí, hasta que finalmente caen, con un sonido metálico, espalda sobre madera. Y por un segundo sus libros pierden sus hojas, su hogar pierde sus paredes, sus ojos pierden las patas de gallo ¿pues qué ha sido su vida, sino una sola? David había disfrutado de cuatro, ya adultas, prácticamente, y él se había perdido todas ellas. ¿Qué hubiera sido de su vida con hijos? Tan solo podía fantasear al respecto. Medio segundo más tarde se había recompuesto. — Ocho, seis y cinco me gustan más; me hacen sentir menos viejo. — Bromeó para aligerar su propia reacción. — Me encantaría verlos. — Continuó acercándose al juez con una sonrisa cálida y vigilando ya la mano que buscaba la cartera. Si bien no les había visto crecer en persona, al menos podría llenar alguno de aquellos huecos a través de las historias de su padre. [efectivamente, me confundí de nombre y es Robin quien construye el Stardrop renovado. Cambiamos eso y me dices si editas el párrafo] — Te puedo asegurar que cualquiera que sea la conversación que Teddy haya tenido contigo, para él ha sido algo más que administrativa. — Comentó con ligera sorna. Conociendo al gerente, ya había descifrado quién era su nuevo cliente y qué hacía allí. — Y por lo visto también has conocido ya al primer Lieder-Cowpat Jr. Todavía te quedan otros dos. — Elliott quería contarle todo en aquel momento. No sabía muy bien cómo de al tanto le habría mantenido Alex, pero su alma de cuentacuentos le pedía a gritos compartir la historia del Valle con uno de sus ex-ciudadanos más notorios. Quizá, en cierto modo, su vida en Stardew y las historias de sus habitantes eran su equivalente a las de los hijos de Alders, o así lo querría Elliott percibir. El escritor esperaba ansioso la respuesta de David, parcialmente arrepentido de haber preguntado. Quizá no le agradaría del todo, quizá le haría sentirse más expuesto aún... pero no tuvo tiempo de seguir preocupándose por su propia reacción puesto que su invitado comenzó a relatar lo que para él sería el mayor halago profesional de su vida. Pequeñas perlas saladas comenzaron a llenar el embalse de sus párpados desde las primeras frases: "Creo, en verdad, que he crecido con ellos. Mis hijos adoraban las Blue Jazzes". Poco a poco sus libros recuperaron sus páginas, y Elliott comenzó a sentir que todo había valido la pena. Donde él pensó que no había estado presente en la vida de los hijos de David, parece ser que había sido un pilar en su vida familiar a través de sus historias; su voz había resonado en la garganta del amor de su vida durante todos aquellos años, llenando de emoción y de calma a sus tres pequeños. ¿Qué más podría haber pedido? Elliott no pudo evitar dejar escapar una risa cuando David mencionó que la pequeña interpretaba mejor las imágenes de Leah que él sus palabras, y con ella, la primera lágrima terminó por desbordar, surcando su mejilla con una caricia. Si era posible, ahora tenía más ganas aún de conocer a esos tres pequeños adultos. "Danielle Elisabeth". Y ahí estaba otra vez: presente en su vida; presente en sus hijos, después de todos estos años. Y para colmar aquella plenitud que se apoderaba de su pecho, David terminó por enredar una rosa entre su corazón y costillas con aquella última frase. Los poemas eran también sus favoritos, y poca gente sabía apreciarlos tras el éxito de su primera novela. Aquello lo era todo para él; el mejor regalo que podría haberle hecho jamás. Sin embargo, Elliott estaba demasiado conmovido como para poder expresarlo con suficiente elocuencia, así que cuando David articuló el punto final, su sonrisa, hasta entonces intachablemente tirante en su rostro, se abrió salada para musitar un cargado "Gracias", acompañado de otra solitaria lágrima que no se molestó en ocultar. |


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