Sáb Sep 30, 2023 2:37 pm por Blueberry
10:54, 31/08/23
Soleado. 30ºC
Casa Alders-Trèville
D. Stephanos & Westley Alders
Act I: A tree grown from scions
Las persianas estaban subidas y en cualquier otra casa de esta índole, habría sido una invitación al riesgo. Pero el hogar Alders era uno de mantas colgando de los reposacabezas del sillón, de alfombras escogidas a ciegas o por alguno de sus múltiples habitantes, de la cándida luz de múltiples velas suspendidas en el salón. Un hogar donde su padre, Alexander Alders, años atrás había hechizado algunas de estas figurillas de cera y, ahora, cada miembro que acogía la casa le era correspondida una de ellas, pudiendo seguirle allá a donde fuera, manteniéndole lejos de las sombras que pudieran cernirse sobre unas paredes antiguas.
Las persianas nunca se bajaban, sus puertas interiores siempre abiertas y bastaba con una coqueta llamada a la exterior para que alguno de los múltiples que allí vivían te recibiera agradablemente con sus sonrisas. Había -los más observadores lo habían dictaminado- diferencias claras y sutiles en la forma de recibir de cada uno de ellos. Se decía que Alexander, así como su casa, llevaba todo al descubierto: una enorme sonrisa que mostraba cada uno de sus dientes cuando invitaba a cualquiera con una insinuación a su morada; que Maxence, su marido, lo hacía con una comedida dulcificada, la seña del orgullo que era para él que la gente quisiera ir a su casa; mientras, el primogénito, Thack, agachaba su cabeza, buscando siempre que el otro se sintiera como un igual; pero Helena, la, por unos minutos, más joven de todas, lo hacía alzándola y estirando los brazos, queriendo decirle a todo el mundo que llegaría a ser tan grande como tú, como ellos, como cualquiera; y, mientras, su gemela Cassie dirigía una tímida y forzada mirada que muchas veces no llegaba a conocer a la tuya.
Oh, pero luego... Luego estaban los que hablaban más con su cuerpo que con su lengua: Becca, Daniel y Westley Alders.
Los hijos medianos de la familia Alders habían sido siempre los más autónomos, y, aunque sus padres se habían esforzado en mantenerles esa atención que muchas veces se olvidaba para aquellos que sabían cómo arreglárselas solos, estos habían sido así incluso antes de ser adoptados. Por ello, Becca Aglaia te solía recibir agachada, acelerada, conteniendo al perro y procurando que no se escapase, luego alzaba la cabeza e intentaba ponerse a tu altura, antes de ser derribada por una de esas razas que "no deberían haber crecido tanto": su risa no se ahogaba al caer al suelo. Daniel Stephanos lo hacía con una fingida familiaridad, abriendo la puerta lo justo para que su cuerpo tapara la entrada, pero apoyando un brazo siempre en el dorso de esta: "si te lo ganas, termino de tirar de ella", quería decir con su gesto y sonrisa en el tintero.
Pero Westley...
— ¡Becky!— la voz de Thack reclamaba a alguien.
— ¡Lo intento, lo intento! Dioses, juro que os voy a volver puppies de nuevo. ¡Ártemis!
La perra corría y saltaba ahora por encima del sofá innumerables veces remendado; la alfombra que debiera haber sido apartada se redoblaba sobre sí misma y una chica de coleta deshecha se arrodillaba para recibir a su mascota, ponerle la correa y atarla a la barandilla de la escalera.
— Ya está. Perdona, Thack.
Thack reía en respuesta y se encargaba de terminar de mover los muebles del salón.
La casa estaba en silencio y en guerra, pues mientras ninguno de sus habitantes parecía dirigirse más palabras que las necesarias, todos corrían de un lado para otro, apañando, ordenando, recomponiendo la vivienda entera y dejando un espacio descomunal en el centro del salón. La escena era pintoresca y hogareña en la morada que, para estar esperando visita, distaba muchísimo de ese esperado perfeccionismo. No, la casa de los Alders había dejado atrás años y siglos de tradición hospitalaria, y allí donde todos hubieran esperado encontrar una manta bien doblada y cuidada, un edredón se dejaba caer por la orejera del sillón de Alexander Alders; la cocina aún olía al desayuno de la mañana y de debajo de una mesa de café, una sábana arrastraba por el suelo.
— Becca...— Thack movió la mesita y tan pronto esta se hubo retirado, la sábana se alzó apenas medio metro del suelo con un saltito y un chillido:
— ¡Boo!
Quizás Thack Keiran era demasiado adulto, mayor y grandote como para dejarse impresionar por una chiquilla vestida de fantasma; quizás toda la familia estuviera demasiado acostumbrada a las trastadas de la menor de la casa, pero Helena Alders tenía un don para la oportunidad, y haber pillado a su hermano mayor despistado y ocupado fue suficiente para que Thack pegara un respingo al grito de:— ¡Daniel!— antes siquiera de que pudiera identificar a la autora del crimen.
Daniel, a las espaldas de Thack, rio.— ¿Qué? Ese no se lo he enseñado yo.
Helena, aún con la sábana arrastrando, empezó a correr por el salón en círculos:— ¡Boo, boo, boo!— y según su boca se secaba, comenzó a reír y Daniel Stephanos se acercó, dejando en suspensión el montón de libros que se negaba a cargar -recién cumplidos sus dieciocho, Stephanos Alders se negaba a volver a hacer un sobreesfuerzo del cual la magia le pudiera librar-. Intercediendo a la niña, Steph le despejó la vista quitándole la sábana y le sonrió.— ¡¿Lo he hecho?! ¿Lo he hecho, Steph? ¿Le he asustado?— insistió Helena, con toda la emoción de una niña que vence a su primer gigante.
Daniel soltó una risa:— Le has aterrado, mira qué cabreo tiene— Steph se giró a mirar a Thack, quien le taladraba con la mirada.— ¡¿No sabías que era Helena?!— se volvió a girar a su hermana—: Para ser mago, no tiene ni idea de cómo es un fantasma.
Las persianas nunca se bajaban, sus puertas interiores siempre abiertas y bastaba con una coqueta llamada a la exterior para que alguno de los múltiples que allí vivían te recibiera agradablemente con sus sonrisas. Había -los más observadores lo habían dictaminado- diferencias claras y sutiles en la forma de recibir de cada uno de ellos. Se decía que Alexander, así como su casa, llevaba todo al descubierto: una enorme sonrisa que mostraba cada uno de sus dientes cuando invitaba a cualquiera con una insinuación a su morada; que Maxence, su marido, lo hacía con una comedida dulcificada, la seña del orgullo que era para él que la gente quisiera ir a su casa; mientras, el primogénito, Thack, agachaba su cabeza, buscando siempre que el otro se sintiera como un igual; pero Helena, la, por unos minutos, más joven de todas, lo hacía alzándola y estirando los brazos, queriendo decirle a todo el mundo que llegaría a ser tan grande como tú, como ellos, como cualquiera; y, mientras, su gemela Cassie dirigía una tímida y forzada mirada que muchas veces no llegaba a conocer a la tuya.
Oh, pero luego... Luego estaban los que hablaban más con su cuerpo que con su lengua: Becca, Daniel y Westley Alders.
Los hijos medianos de la familia Alders habían sido siempre los más autónomos, y, aunque sus padres se habían esforzado en mantenerles esa atención que muchas veces se olvidaba para aquellos que sabían cómo arreglárselas solos, estos habían sido así incluso antes de ser adoptados. Por ello, Becca Aglaia te solía recibir agachada, acelerada, conteniendo al perro y procurando que no se escapase, luego alzaba la cabeza e intentaba ponerse a tu altura, antes de ser derribada por una de esas razas que "no deberían haber crecido tanto": su risa no se ahogaba al caer al suelo. Daniel Stephanos lo hacía con una fingida familiaridad, abriendo la puerta lo justo para que su cuerpo tapara la entrada, pero apoyando un brazo siempre en el dorso de esta: "si te lo ganas, termino de tirar de ella", quería decir con su gesto y sonrisa en el tintero.
Pero Westley...
— ¡Becky!— la voz de Thack reclamaba a alguien.
— ¡Lo intento, lo intento! Dioses, juro que os voy a volver puppies de nuevo. ¡Ártemis!
La perra corría y saltaba ahora por encima del sofá innumerables veces remendado; la alfombra que debiera haber sido apartada se redoblaba sobre sí misma y una chica de coleta deshecha se arrodillaba para recibir a su mascota, ponerle la correa y atarla a la barandilla de la escalera.
— Ya está. Perdona, Thack.
Thack reía en respuesta y se encargaba de terminar de mover los muebles del salón.
La casa estaba en silencio y en guerra, pues mientras ninguno de sus habitantes parecía dirigirse más palabras que las necesarias, todos corrían de un lado para otro, apañando, ordenando, recomponiendo la vivienda entera y dejando un espacio descomunal en el centro del salón. La escena era pintoresca y hogareña en la morada que, para estar esperando visita, distaba muchísimo de ese esperado perfeccionismo. No, la casa de los Alders había dejado atrás años y siglos de tradición hospitalaria, y allí donde todos hubieran esperado encontrar una manta bien doblada y cuidada, un edredón se dejaba caer por la orejera del sillón de Alexander Alders; la cocina aún olía al desayuno de la mañana y de debajo de una mesa de café, una sábana arrastraba por el suelo.
— Becca...— Thack movió la mesita y tan pronto esta se hubo retirado, la sábana se alzó apenas medio metro del suelo con un saltito y un chillido:
— ¡Boo!
Quizás Thack Keiran era demasiado adulto, mayor y grandote como para dejarse impresionar por una chiquilla vestida de fantasma; quizás toda la familia estuviera demasiado acostumbrada a las trastadas de la menor de la casa, pero Helena Alders tenía un don para la oportunidad, y haber pillado a su hermano mayor despistado y ocupado fue suficiente para que Thack pegara un respingo al grito de:— ¡Daniel!— antes siquiera de que pudiera identificar a la autora del crimen.
Daniel, a las espaldas de Thack, rio.— ¿Qué? Ese no se lo he enseñado yo.
Helena, aún con la sábana arrastrando, empezó a correr por el salón en círculos:— ¡Boo, boo, boo!— y según su boca se secaba, comenzó a reír y Daniel Stephanos se acercó, dejando en suspensión el montón de libros que se negaba a cargar -recién cumplidos sus dieciocho, Stephanos Alders se negaba a volver a hacer un sobreesfuerzo del cual la magia le pudiera librar-. Intercediendo a la niña, Steph le despejó la vista quitándole la sábana y le sonrió.— ¡¿Lo he hecho?! ¿Lo he hecho, Steph? ¿Le he asustado?— insistió Helena, con toda la emoción de una niña que vence a su primer gigante.
Daniel soltó una risa:— Le has aterrado, mira qué cabreo tiene— Steph se giró a mirar a Thack, quien le taladraba con la mirada.— ¡¿No sabías que era Helena?!— se volvió a girar a su hermana—: Para ser mago, no tiene ni idea de cómo es un fantasma.



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