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Freyja
Alchemist
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Recuerdo del primer mensaje :
El pájaro en el espino
Marcus & Alice | Continuación Golden Shields | Inspired - Libros (Harry Potter Universe)
Hogwarts ha terminado y la vida adulta ha comenzado. Antes de lo que esperaban que sería, Marcus y Alice han tenido que enfrentarse a los peligros de la vida adulta, a contratiempos inesperados y a algunos de sus mayores temores. Pero también han reafirmado, una vez más, como la familia y los amigos siempre luchan juntos. Y ahora comienzan una nueva etapa en la isla esmeralda: Irlanda les espera para ahondar en sus raíces.
Marcus es el primogénito adorado de la importante familia O’Donnell. Criado entre eruditos y con una familia unida, recto, prefecto durante tres cursos completos en Hogwarts, amante de las normas y con una inteligencia privilegiada. Nada haría augurar que acabaría entregando su corazón a Alice Gallia, otra mente brillante de Ravenclaw, pero proveniente de una familia con un pasado turbulento por parte de su madre en América, y mucho menos fan de las normas e inherente al caos. Pero ellos se adoran, las familias han recuperado el vínculo y se apoyan y la alianza O’Donnell-Gallia es un fuerte vínculo que va desde Irlanda a La Provenza.
Juntos fueron los mejores alumnos de Hogwarts, juntos quieren comerse el mundo y ser alquimistas. Ahora saben que se aman y que quieren estar juntos, pero no todo puede ser tan fácil. Les quedan mucho años de estudio y trabajo por delante para llegar a ser quienes quieren ser, las situaciones familiares no son las ideales y aún quedan temas sin resolver.
La historia de Marcus y Alice no podía acabarse al salir de Hogwarts, queda mucha alquimia, mundo que recorrer, momentos felices, dramas y mucha mucha alquimia y magia, que es para los que ambos nacieron. Además, aún no se han cumplido las dos profecías: queda una boda con mucho espino blanco y la creación de un nido… La última página está muy lejos de ser escrita, y esto es solo el principio.
Marcus es el primogénito adorado de la importante familia O’Donnell. Criado entre eruditos y con una familia unida, recto, prefecto durante tres cursos completos en Hogwarts, amante de las normas y con una inteligencia privilegiada. Nada haría augurar que acabaría entregando su corazón a Alice Gallia, otra mente brillante de Ravenclaw, pero proveniente de una familia con un pasado turbulento por parte de su madre en América, y mucho menos fan de las normas e inherente al caos. Pero ellos se adoran, las familias han recuperado el vínculo y se apoyan y la alianza O’Donnell-Gallia es un fuerte vínculo que va desde Irlanda a La Provenza.
Juntos fueron los mejores alumnos de Hogwarts, juntos quieren comerse el mundo y ser alquimistas. Ahora saben que se aman y que quieren estar juntos, pero no todo puede ser tan fácil. Les quedan mucho años de estudio y trabajo por delante para llegar a ser quienes quieren ser, las situaciones familiares no son las ideales y aún quedan temas sin resolver.
La historia de Marcus y Alice no podía acabarse al salir de Hogwarts, queda mucha alquimia, mundo que recorrer, momentos felices, dramas y mucha mucha alquimia y magia, que es para los que ambos nacieron. Además, aún no se han cumplido las dos profecías: queda una boda con mucho espino blanco y la creación de un nido… La última página está muy lejos de ser escrita, y esto es solo el principio.
AQUÍ COMIENZA ALQUIMIA DE VIDA: PIEDRA, PARTE 2
Índice de capítulos
1. Faílte
2. Westering home
3. We are blooming
4. En el corazón de Irlanda
5. Family and nature
6. Rinceoir
7. Interlude
8. Hijos de las estrellas
9. Eureka!
10. Bajo el muérdago
11. Welcome Mr. Lacey - O'Donnell
12. Ireland meets America
13. Bring the bells!
14. Ding, dong, merrily on high
15. An Irish carol
1. Faílte
2. Westering home
3. We are blooming
4. En el corazón de Irlanda
5. Family and nature
6. Rinceoir
7. Interlude
8. Hijos de las estrellas
9. Eureka!
10. Bajo el muérdago
11. Welcome Mr. Lacey - O'Donnell
12. Ireland meets America
13. Bring the bells!
14. Ding, dong, merrily on high
15. An Irish carol
Marcus O'Donnell Alquimista | Timotheé Chalamet | Freyja |
Alice Gallia Alquimista y enfermera | Kaya Scodelario | Ivanka |
- Post de rol:
- Código:
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Todas las criaturas grandes y pequeñas Con Alice | En Galway | 28 de diciembre de 2002 |
- Me consta que sabes que la alquimia reglada, la alquimia tal y como la conocemos nosotros y la enseñan en la escuela, no es la única alquimia que existe. - Marcus asintió, y Lawrence, mirando al frente mientras paseaba con las manos agarradas tras la espalda, se encogió de hombros. - No podemos ser tan soberbios, y tan inmaduros, de pensar que nuestra forma de hacer magia es la única que existe. La nuestra es la reglada y la aceptada por la sociedad, siendo honestos, porque es la que da más beneficios económicos, y la que goza de dotaciones gubernamentales para la investigación, de lo cual nos beneficiamos todos. Pero no es la única. - Respiró hondo y siguió. - La alquimia nace de la magia ancestral. Y me consta que ya has tenido contacto con la magia ancestral gracias a Nancy y las reliquias. - La última palabra le provocó un escalofrío. - Bueno... No... No hemos visto... - Marcus... No quiero que me cuentes nada ahora. - Y a Marcus le estaba pasando desapercibido, pero ese "ahora" hacía pensar que Lawrence tenía en mente enterarse tarde o temprano de lo que había ocurrido con las reliquias. Probablemente cuando Marcus empezara a reconocer su magnitud y dejara de desdibujar lo ocurrido.
- Supongo que habrás oído hablar de los albináuricos. - Marcus se extrañó, pero asintió. Luego ladeó varias veces la cabeza. - Bueno... Sé que tienen su base en Asia, y que se dedican eminentemente a la curación. Pero... ¿es alquimia realmente? - Lawrence rio con los labios cerrados. - Cuanto me alegro de estar haciendo esta introducción antes de que conozcas a quien quiero que conozcas. Sí, los albináuricos son alquimistas. Y son alquimistas reglados, tienen sus rangos, como tú y como yo. Solo que no se dedican a la investigación, tienen efectivamente su base en Asia y usan una magia... diferente a la que usamos nosotros. Pero eso no les hace menos alquimistas, aunque claramente gente como Longbridge no opinan lo mismo. - Le miró con los ojos entornados y una sonrisilla. - No seas como Longbridge. - Marcus negó con la cabeza rápidamente. No, por Merlín, no quería ser tan obtuso.
- ¿Quieres que lleve a Alice a conocer a los albináuricos? - Hipotetizó, con la ilusión ya asomando por su rostro. Eran sanadores, quizás quería que su novia les conociera. Lawrence respiró hondo antes de responder. - No. - Marcus parpadeó. - Estoy seguro de que tarde o temprano, les conocerá. Pero no voy por ahí. - Hizo una pausa. - Los albináuricos utilizan magia ancestral, tienen magias... que se escapan de lo que nosotros podemos crear con las varitas. No voy a mandarte a Asia a conocerles, pero sí quiero que hables con una persona. Ya he hablado con ella. Te espera en París, supongo que podrás sacar un hueco en tus próximas vacaciones a La Provenza. - Le miraba con los ojos abiertísimos, porque no se había visto nada de eso venir. El corazón le latía con violencia. - ¿Un... albináurico? ¿Y voy a ir... yo solo? - Lawrence asintió. - Tú solo. No quiero que vayas tras mi falda y que pases a un segundo plano por ir conmigo. Tampoco que vayas con Alice, porque como bien dices, el tema podría desviarse hacia la magia curativa, y ya habrá tiempo de eso. Además... no es muy sociable, por decirlo así. Mejor que las visitas sean de uno en uno. - La miró. - Y por cierto, no es un albináurico, sino una albináurica. Irma Monard. - Seguía confuso, pero el nombre... Ya había oído ese nombre antes... - No la conoces. - Atajó Lawrence, lo que le hizo parpadear de nuevo. - Simplemente quiero que vayas con esa premisa: la de conocer a una mujer que es una auténtica eminencia en lo suyo, con un ingenio como he visto en pocas personas, y tú eres una de ellas: sois raras avis, Irma y tú, cada uno en lo vuestro. Simplemente... háblale y deja que te hable. Analiza el entorno en el que vas a estar, quédate con todo lo que puedas y llévatelo para ti. Estoy seguro de que será un encuentro que merezca la pena. - Marcus no sabía qué responder, así que, tras una pausa, Lawrence añadió. - La magia ancestral es eso de lo que siempre oímos hablar, pero cuya magnitud no somos capaces de ver hasta que la tenemos delante. Irma puede darte una buena perspectiva en ese sentido. - Sonrió enigmáticamente y, girando sobre sus talones, dijo. - Volvamos a casa. -
- Supongo que habrás oído hablar de los albináuricos. - Marcus se extrañó, pero asintió. Luego ladeó varias veces la cabeza. - Bueno... Sé que tienen su base en Asia, y que se dedican eminentemente a la curación. Pero... ¿es alquimia realmente? - Lawrence rio con los labios cerrados. - Cuanto me alegro de estar haciendo esta introducción antes de que conozcas a quien quiero que conozcas. Sí, los albináuricos son alquimistas. Y son alquimistas reglados, tienen sus rangos, como tú y como yo. Solo que no se dedican a la investigación, tienen efectivamente su base en Asia y usan una magia... diferente a la que usamos nosotros. Pero eso no les hace menos alquimistas, aunque claramente gente como Longbridge no opinan lo mismo. - Le miró con los ojos entornados y una sonrisilla. - No seas como Longbridge. - Marcus negó con la cabeza rápidamente. No, por Merlín, no quería ser tan obtuso.
- ¿Quieres que lleve a Alice a conocer a los albináuricos? - Hipotetizó, con la ilusión ya asomando por su rostro. Eran sanadores, quizás quería que su novia les conociera. Lawrence respiró hondo antes de responder. - No. - Marcus parpadeó. - Estoy seguro de que tarde o temprano, les conocerá. Pero no voy por ahí. - Hizo una pausa. - Los albináuricos utilizan magia ancestral, tienen magias... que se escapan de lo que nosotros podemos crear con las varitas. No voy a mandarte a Asia a conocerles, pero sí quiero que hables con una persona. Ya he hablado con ella. Te espera en París, supongo que podrás sacar un hueco en tus próximas vacaciones a La Provenza. - Le miraba con los ojos abiertísimos, porque no se había visto nada de eso venir. El corazón le latía con violencia. - ¿Un... albináurico? ¿Y voy a ir... yo solo? - Lawrence asintió. - Tú solo. No quiero que vayas tras mi falda y que pases a un segundo plano por ir conmigo. Tampoco que vayas con Alice, porque como bien dices, el tema podría desviarse hacia la magia curativa, y ya habrá tiempo de eso. Además... no es muy sociable, por decirlo así. Mejor que las visitas sean de uno en uno. - La miró. - Y por cierto, no es un albináurico, sino una albináurica. Irma Monard. - Seguía confuso, pero el nombre... Ya había oído ese nombre antes... - No la conoces. - Atajó Lawrence, lo que le hizo parpadear de nuevo. - Simplemente quiero que vayas con esa premisa: la de conocer a una mujer que es una auténtica eminencia en lo suyo, con un ingenio como he visto en pocas personas, y tú eres una de ellas: sois raras avis, Irma y tú, cada uno en lo vuestro. Simplemente... háblale y deja que te hable. Analiza el entorno en el que vas a estar, quédate con todo lo que puedas y llévatelo para ti. Estoy seguro de que será un encuentro que merezca la pena. - Marcus no sabía qué responder, así que, tras una pausa, Lawrence añadió. - La magia ancestral es eso de lo que siempre oímos hablar, pero cuya magnitud no somos capaces de ver hasta que la tenemos delante. Irma puede darte una buena perspectiva en ese sentido. - Sonrió enigmáticamente y, girando sobre sus talones, dijo. - Volvamos a casa. -
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Todas las criaturas grandes y pequeñas Con Marcus | En Galway | 28 de diciembre de 2002 |
Su tata se inclinó hacia delante. — Estos meses… Hemos estado yendo todos a hablar con la psicóloga de tu padre. Memé incluida. — Esa información no se la esperaba, pero simplemente se apoyó con los brazos en el respaldo de la silla y alzó las cejas. — Pobre psicóloga. — Alice… — No, si razón no le falta, mamá en buena lid no fue, precisamente. — Vivi tomó aire de nuevo. — Lo que a tu padre le pasa… Al final nos afecta a todos, y el duelo de tu madre también. Mafalda está avanzando un montón con él, pero lo que a él le ocurre, se trata mucho mejor con el entorno, ahora mismo es necesario que todos arrimemos el hombro. — Alice soltó una risa sarcástica. — Sí, sí, ya sé. Si siempre hace falta que yo haga algo. — Su tía se dejó caer sobre la silla y Arnold tomó el relevo. — Alice, nadie te va a obligar. Ella misma le ha dicho a todo el mundo que no te presionen para ir, solo te están exponiendo lo que están haciendo y por qué podrías hacerlo tú también. — Claro, y yo voy a ir y mágicamente papá se va a poner bien, ¿verdad? — Los ojos se le inundaron de lágrimas. — Ya me dijeron una vez que mi madre iría a un muy buen médico, que en cuanto volviera estaría mejor. Y ya sabemos todos cómo acabó. Las cosas no funcionan así. — Miró a Emma. — Lo siento por tu hermano. Es un gran médico aunque sea una persona horrible. Aquí me estoy refiriendo a las promesas que se apresuran los Gallia y tu marido en hacer. — Emma levantó levemente una mano como quitándole importancia. Ciertamente, la veía un poco agotada.
— Hoy hemos decidido hablar el idioma de la crudeza por lo que veo… — Dijo Arnold dejando caer las manos sobre las rodillas, pero sin perder su expresión dulce. Alice se desarmaba un poco con tanta ternura, la verdad. — No quiero discutir contigo, Arnold. Pero sabes perfectamente que mi padre puede y debe curarse solo. Ya está bien de meterme a mí en la ecuación. — Te agredezco la referencia matemática. — Contestó ampliando la sonrisa y haciéndola inevitablemente sonreír también. — Y ahora permíteme que apele a la gran parte de tu cerebro que es Ravenclaw. ¿De verdad no quieres saber qué le pasa a tu padre? ¿Cómo se está tratando? ¿Cómo es la profesional que lo está encaminando? — Alice se quedó callada y pensativa. Se había dicho mil veces a sí misma que no era su problema, pero sí que se había preguntado cómo podría nadie ayudar a su padre. Entendía cosas que Theo le había contado pero… Tenía que aprender a decir que no en lo que a su padre respectaba. — Y ahora que tengo tu atención. — Continuó su suegro. — Permíteme que apele a esa parte que era de tu madre, que sé que la tienes y cada vez más. — Se inclinó hacia ella. — Ve allí y vacía tu corazón y tu cabeza. No lo haces con nadie, ni siquiera con mi hijo, que es lo que más quieres en el mundo. Sé que esa bondad y esa obsesión por el bienestar de los demás te insta a no hablar, a cerrarte. — Vaya estigma tiene una. — Resopló. — Sí, lo vas arreglando, pero creo que hablar con una profesional y vaciar tu conciencia y tu curiosidad respecto a lo que sea que esté haciendo tu padre va a ser muy bueno para ti. Y, por supuesto, si tú crees que no, no se habla más del asunto, celebramos Nochevieja sin más, y se acabó. — Alice miró a Emma y ya esta sintió que tenía que decir algo. — Alice… Si mi familia estuviera dispuesta… A hablar, entre todos, con una profesional, aunque la pobre saliera traumatizada del proceso… Yo lo haría. Es más fácil, aunque parezca que no, que acarrear esto toda la vida. — Tomó aire y miró a través de la habitación. — ¿Dylan lo sabe? ¿Queréis que vaya? — Vivi asintió de brazos cruzados. — Querían que le lleváramos antes de Navidad, pero tu padre y yo nos negamos y dijimos que tú eres su tutora, tú decides. —
Alice parpadeó y se quedó unos segundos mirando a la nada. Clarificando su mente. Luego se giró y llamó a Dylan, que estaba muerto de risa, pero en cuanto la enfocó se puso serio y fue corriendo. — ¿Qué pasa? — Preguntó directamente. — ¿Tú sabes lo de la sanadora mental de papá? — Dylan miró tenso a Vivi y finalmente asintió. — Me lo dijeron los abuelos. — Alice asintió. — ¿Tú quieres que yo vaya? — Él se encogió de hombros. — Hermana, tú siempre sabes lo que hacer. Si vas o no, seguro que es la decisión correcta. — Adoraba a su patito, pero cuando depositaba tanta confianza en ella, la hacía temblar. — ¿Y tú quieres ir? — Entornó los ojos y se encogió de hombros. — Si tú vas… Me puedes contar y decirme si crees que debo ir. — Ella terminó de asentir y frotó su espalda. — Está bien. Lo haremos así, entonces. — Miró a su tía. — Más vale que le pidas una cita bien rápido, no vamos a estar tantos días en Francia, y no voy a gestionarlo yo. —
— Hoy hemos decidido hablar el idioma de la crudeza por lo que veo… — Dijo Arnold dejando caer las manos sobre las rodillas, pero sin perder su expresión dulce. Alice se desarmaba un poco con tanta ternura, la verdad. — No quiero discutir contigo, Arnold. Pero sabes perfectamente que mi padre puede y debe curarse solo. Ya está bien de meterme a mí en la ecuación. — Te agredezco la referencia matemática. — Contestó ampliando la sonrisa y haciéndola inevitablemente sonreír también. — Y ahora permíteme que apele a la gran parte de tu cerebro que es Ravenclaw. ¿De verdad no quieres saber qué le pasa a tu padre? ¿Cómo se está tratando? ¿Cómo es la profesional que lo está encaminando? — Alice se quedó callada y pensativa. Se había dicho mil veces a sí misma que no era su problema, pero sí que se había preguntado cómo podría nadie ayudar a su padre. Entendía cosas que Theo le había contado pero… Tenía que aprender a decir que no en lo que a su padre respectaba. — Y ahora que tengo tu atención. — Continuó su suegro. — Permíteme que apele a esa parte que era de tu madre, que sé que la tienes y cada vez más. — Se inclinó hacia ella. — Ve allí y vacía tu corazón y tu cabeza. No lo haces con nadie, ni siquiera con mi hijo, que es lo que más quieres en el mundo. Sé que esa bondad y esa obsesión por el bienestar de los demás te insta a no hablar, a cerrarte. — Vaya estigma tiene una. — Resopló. — Sí, lo vas arreglando, pero creo que hablar con una profesional y vaciar tu conciencia y tu curiosidad respecto a lo que sea que esté haciendo tu padre va a ser muy bueno para ti. Y, por supuesto, si tú crees que no, no se habla más del asunto, celebramos Nochevieja sin más, y se acabó. — Alice miró a Emma y ya esta sintió que tenía que decir algo. — Alice… Si mi familia estuviera dispuesta… A hablar, entre todos, con una profesional, aunque la pobre saliera traumatizada del proceso… Yo lo haría. Es más fácil, aunque parezca que no, que acarrear esto toda la vida. — Tomó aire y miró a través de la habitación. — ¿Dylan lo sabe? ¿Queréis que vaya? — Vivi asintió de brazos cruzados. — Querían que le lleváramos antes de Navidad, pero tu padre y yo nos negamos y dijimos que tú eres su tutora, tú decides. —
Alice parpadeó y se quedó unos segundos mirando a la nada. Clarificando su mente. Luego se giró y llamó a Dylan, que estaba muerto de risa, pero en cuanto la enfocó se puso serio y fue corriendo. — ¿Qué pasa? — Preguntó directamente. — ¿Tú sabes lo de la sanadora mental de papá? — Dylan miró tenso a Vivi y finalmente asintió. — Me lo dijeron los abuelos. — Alice asintió. — ¿Tú quieres que yo vaya? — Él se encogió de hombros. — Hermana, tú siempre sabes lo que hacer. Si vas o no, seguro que es la decisión correcta. — Adoraba a su patito, pero cuando depositaba tanta confianza en ella, la hacía temblar. — ¿Y tú quieres ir? — Entornó los ojos y se encogió de hombros. — Si tú vas… Me puedes contar y decirme si crees que debo ir. — Ella terminó de asentir y frotó su espalda. — Está bien. Lo haremos así, entonces. — Miró a su tía. — Más vale que le pidas una cita bien rápido, no vamos a estar tantos días en Francia, y no voy a gestionarlo yo. —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
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Todas las criaturas grandes y pequeñas Con Alice | En Galway | 28 de diciembre de 2002 |
Su abuelo se refugió inmediatamente en el calor del interior de la granja, pero Marcus se permitió observar desde la puerta unos segundos, sonriente, la preciosa y alegre familia que tenían. Alice estaba con Dylan, Violet y sus padres, y mientras Marcus paseaba la mirada por el resto del entorno, vio que Ruairi también estaba en una esquina, simplemente observando a los demás con una sonrisa, como él. - Enhorabuena. - Repitió, recibiendo una sonrisa agradecida. Ya se la había dado, pero junto al tropel de familiares. No era habitual hablar con alguno a solas, tenía que aprovechar. - Te veo feliz. - Ruairi asintió. - Estoy feliz. Muy feliz. - Suspiró, con ese toque tímido y adorable que le hacía parecer siempre ruborizado, y añadió. - También estoy rezando porque sea una niña. - Los dos rieron. - No me malinterpretes, que quiero muchísimo a mis hijos. - Te he entendido... - Pero es que hasta en la granja tengo exceso de machos. Estoy casi seguro de que el polluelo de Ada es macho también. Somos una plaga, necesitamos que esto se equilibre. - Siguieron riendo, y Marcus señaló con la cabeza a una de las escenas que tenían ante sí. - Al menos si es niña ya va a tener a dos profesoras dispuestas. - Rosie y Saorsie habían vuelto a su duelo particular sobre quién merecía montar al abraxan, pero esta vez trataban de convencer al tío Frankie, cuyo buenísmo Hufflepuff sobre a saber qué cuestión no estaba convenciendo a ninguna de las dos, a juzgar por sus caras. - ¿Sabes? Tengo un absurdo miedo de que al nuevo bebé le pase algo entre tanta gente, tanto niño y tantos animales. No recuerdo haberlo tenido con los gemelos. Ni siquiera recuerdo haber sentido nada que no fuera absoluta alegría, incluso cuando nos enteramos de que eran gemelos. Y ahora estoy atacado, ni que fuera nuevo en esto. - Le miró de reojo, con una sonrisa pilla. - Sé lo que estás pensando, pero no me lo vayas a decir ¿eh? No me vayas a decir que estoy haciéndome viejo. - Yo no he dicho nada. - Se excusó el otro, pero los dos siguieron riendo.
Miró a su alrededor. - Para que no se diga que no me aclimato a la granja. - Se acercó confidencialmente a él. - ¿Tendrías algún animalillo dispuesto a mandar un mensaje? - Alzó un índice. - Nada de escarbatos. - Oye, que si no se les da joyas no hay de qué preocuparse. - Se defendió Ruairi, pero rápidamente vino con un flwooper color verde lima. - ¡Oh! No sabía que teníais otro aparte de Mandarina. - Tenemos cinco, solo que Mandarina es el más veterano. Este se llama Calipo. - Marcus se extrañó y Ruairi se encogió de hombros. - Se lo puso uno de los sobrinos muggles de Niahm. Al parecer hay una marca de helado que les recordó por el color. - Riendo por la ocurrencia, sacó un trozo de pergamino y una pluma de su bolsillo y comenzó a escribir. - ¿Vas con eso a todas partes? - Ruairi soltó una carcajada resignada. - Aquí cada vez que necesitamos un papel nos pasamos buscándolo media hora... - Terminó de escribir. - Cuesta encontrar momentos de paz a solas ¿eh? - El hombre le había adivinado el pensamiento, y Marcus se encogió de hombros. - La verdad es que sí, se echa de menos. Pero estas Navidades están siendo geniales, y en La Provenza encontraremos un poco más de tiempo para nosotros. Quién nos iba a decir hace nada que diríamos eso. - Rieron, le dio el trocito de pergamino al pajarillo y este voló hasta posarse sobre el hombro de Alice. Cuando la chica leyó el papel y le buscó con la mirada, le dedicó un saludo con la mano y una sonrisilla. Y, tal y como indicaba en la nota, se reunieron en la puerta por si "le apetecía dar un paseo con este agradable fresco irlandés".
Ya fuera, apretó su mano y le dio un leve beso en los labios. - Echo de menos el tiempo a solas con mi Alice. - Tomó su mano y pasearon. - Sabía yo que veíamos el huevo abrirse... - Rio. - He estado hablando con mi abuelo. Tengo una... buena noticia. Creo. - Dijo con los ojos muy abiertos. Ladeó varias veces la cabeza. - Mi abuelo Larry no es muy dado a las trampas, pero no sé por qué me da que esto tiene un poco de trampa... - Se encogió de hombros. - Bueno. Sea como fuere, me ha concertado una cita con una alquimista francesa que está asentada en París, mientras estemos en La Provenza. Y atenta, porque esto no te lo vas a ver venir, porque yo tampoco: pertenece a los albináuricos. Lo sé, sabemos de los albináuricos... poco o nada. Va a ser un buen momento para conocer a una. Pero atenta otra vez: quiere que vaya yo solo. - Se acercó a ella y le susurró, cómico. - ¿Crees que quiere venderme al mejor postor? Siempre fui un niño muy bueno, cualquiera me querría. - Rio, pero tras la risa, puso expresión extrañada. - Es verdad que no he terminado de clarificarme con mi próximo examen, tú estás más orientada. Quizás no quiere que un mundo tan... ¿raro? ¿Extravagante? ¿Desconocido? No sé cómo clasificarlo. Bueno, no quiere que un agente externo pueda contaminar tu idea. No lo sé... - La miró con intriga y añadió. - Supongo que tendremos que esperar a que vuelva de la dicha entrevista para entender de qué se trataba. -
Miró a su alrededor. - Para que no se diga que no me aclimato a la granja. - Se acercó confidencialmente a él. - ¿Tendrías algún animalillo dispuesto a mandar un mensaje? - Alzó un índice. - Nada de escarbatos. - Oye, que si no se les da joyas no hay de qué preocuparse. - Se defendió Ruairi, pero rápidamente vino con un flwooper color verde lima. - ¡Oh! No sabía que teníais otro aparte de Mandarina. - Tenemos cinco, solo que Mandarina es el más veterano. Este se llama Calipo. - Marcus se extrañó y Ruairi se encogió de hombros. - Se lo puso uno de los sobrinos muggles de Niahm. Al parecer hay una marca de helado que les recordó por el color. - Riendo por la ocurrencia, sacó un trozo de pergamino y una pluma de su bolsillo y comenzó a escribir. - ¿Vas con eso a todas partes? - Ruairi soltó una carcajada resignada. - Aquí cada vez que necesitamos un papel nos pasamos buscándolo media hora... - Terminó de escribir. - Cuesta encontrar momentos de paz a solas ¿eh? - El hombre le había adivinado el pensamiento, y Marcus se encogió de hombros. - La verdad es que sí, se echa de menos. Pero estas Navidades están siendo geniales, y en La Provenza encontraremos un poco más de tiempo para nosotros. Quién nos iba a decir hace nada que diríamos eso. - Rieron, le dio el trocito de pergamino al pajarillo y este voló hasta posarse sobre el hombro de Alice. Cuando la chica leyó el papel y le buscó con la mirada, le dedicó un saludo con la mano y una sonrisilla. Y, tal y como indicaba en la nota, se reunieron en la puerta por si "le apetecía dar un paseo con este agradable fresco irlandés".
Ya fuera, apretó su mano y le dio un leve beso en los labios. - Echo de menos el tiempo a solas con mi Alice. - Tomó su mano y pasearon. - Sabía yo que veíamos el huevo abrirse... - Rio. - He estado hablando con mi abuelo. Tengo una... buena noticia. Creo. - Dijo con los ojos muy abiertos. Ladeó varias veces la cabeza. - Mi abuelo Larry no es muy dado a las trampas, pero no sé por qué me da que esto tiene un poco de trampa... - Se encogió de hombros. - Bueno. Sea como fuere, me ha concertado una cita con una alquimista francesa que está asentada en París, mientras estemos en La Provenza. Y atenta, porque esto no te lo vas a ver venir, porque yo tampoco: pertenece a los albináuricos. Lo sé, sabemos de los albináuricos... poco o nada. Va a ser un buen momento para conocer a una. Pero atenta otra vez: quiere que vaya yo solo. - Se acercó a ella y le susurró, cómico. - ¿Crees que quiere venderme al mejor postor? Siempre fui un niño muy bueno, cualquiera me querría. - Rio, pero tras la risa, puso expresión extrañada. - Es verdad que no he terminado de clarificarme con mi próximo examen, tú estás más orientada. Quizás no quiere que un mundo tan... ¿raro? ¿Extravagante? ¿Desconocido? No sé cómo clasificarlo. Bueno, no quiere que un agente externo pueda contaminar tu idea. No lo sé... - La miró con intriga y añadió. - Supongo que tendremos que esperar a que vuelva de la dicha entrevista para entender de qué se trataba. -
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Todas las criaturas grandes y pequeñas Con Marcus | En Galway | 28 de diciembre de 2002 |
Empezaba a pensar que se le había puesto cara de palo. ¿Qué pájaro se le había encaramado ahora? La verdad es que este le resultó gracioso. — Hola, Calipo. — Saludó Dylan. Ella le miró extrañada. — ¿Te conoces a todos los bichos de aquí? — Ada sí, y a todos los llama por el nombre. Al final se te quedan. — Leyó la nota y miró hacia fuera. Su Marcus parecía contento, y es verdad que necesitaban ese ratito… — Ve. Todos estamos aprovechando el día de hoy. — Le dijo Arnold con media sonrisilla. Dylan asintió. — Que sí, hermana, si yo con quien quiero estar es con los primos de aquí. — Negó con la cabeza riéndose. — La sinceridad Hufflepuff siempre apreciada. — Eso es Gallia. — Dijo su tía tirándose sobre Dylan como si fuera un monstruo. — Y AHORA, COMO BUENA GALLIA, VOY A DARLE UNA DOSIS DE VERGÜENZA AJENA DELANTE DE SUS AMIGAAAAAAS. — Y entre risas, se alejaron.
Se reunió con su novio muy mimosa y se abrazó a él, también como estrategia contra el frío. — Estaba claro, si Ada no dejaba de agitarlo por ahí, el pobre pollo solo quiere descanso. — Contestó, divertida. Luego le miró con ternura. Por como hablaba del abuelo, habían hecho las paces pero bien hechas. Alzó una ceja. — No creo que sea una trampa como tal. Conociendo a nuestro maestro será una “ancestral prueba de conocimiento y madurez”. — Respondió rimbombante. Alzó las ceja a lo de la alquimista y se emocionó de inmediato. — ¿UnA alquimista? ¿Quién es? — Y cuando mencionó a los albináuricos, parpadeó. No sabía prácticamente nada de ellos, pero su curiosidad Ravenclaw gritaba de cuando en cuando en su cerebro preguntando por qué no los investigaban más. — ¡Pero eso es genial, mi amor! Me muero de ganas de que vayas, seguro que ves cosas… — Y mientras buscaba la palabra, Marcus ofreció la teoría de por qué no debían ir juntos. Alice tenía otra, pero simplemente le miró con una sonrisa. — Mi amor, tú y yo somos muy buenos, pero el abuelo sigue sacándonos varios rangos. Si él cree que eres tú el que debe ir… Razón no le faltará. — Le acarició la mejilla y suspiró. — Reconforta poder delegar en alguien las decisiones, de hecho… — Pero su discurso se vio interrumpido por una comitiva digna de verse.
Jason y Betty, acompañados de Fergus, Eillish, Nora, Allison, Ginny y Siobhán avanzaban, todos vestidos con batas de médicos y atributos de los mismos a modo de disfraz, agachados junto al muro de la granja. Detrás, portando una tarta con velas y una comitiva de hechizos de leprechauns, con su arcoiris y todo, iban Arthur y Eddie. — ¿Pero qué hacéis agachados? — Preguntó con una risa. Se llevó una chistada colectiva. — Sois semejante comitiva, si Sophia estuviera pendiente os habría visto ya. Pero es que hay mucha expectación ahí dentro. El pollo ya ha salido y más cosas han pasado. — ¡No fastidies! Yo quería verlo. — Se quejó Jason, que estaba especialmente cómico en el disfraz pero con aquella expresión. — ¡Ohhhh! ¿Y qué ha sido? — Preguntó Eddie con ojos brillantes. — Ha sido Gorm. — ¡Oh, azul! Qué bien, nada de géneros predefinidos. — Señaló Siobhán. Alice reprimió una risa. — Esto es por su cumple, ¿no? — Sí, es mañana, pero queríamos darle una sorpresilla antes de que os vayáis. — Explicó Betty, mirando de lado a lado como en una historia de espías. Marcus y Alice se miraron, felices, porque verse envueltos en esas cosas les encantaba. — Venga, hacemos una cosa, entramos nosotros y preparamos un poco el terreno. — Ofreció. — No se lo espera pero para nada… — Aseguró. De hecho ahí la veía, hablando con Connor, Niamh y Dan, como si la cosa no fuera con ella. Cuando viera todo aquello, iba a alucinar. — Eso sí, lo de los leprechauns no va a caer bien. — Advirtió. — Ya se lo hemos dicho, pero nada, chica. — Aseguró Eillish. — ¡ES QUE SON TAN GRACIOSOS! — Ahora la chistada se la llevó Jason. — Venga, no esperemos más, que algo se va a caer o estropear, lo veo venir. —
Se reunió con su novio muy mimosa y se abrazó a él, también como estrategia contra el frío. — Estaba claro, si Ada no dejaba de agitarlo por ahí, el pobre pollo solo quiere descanso. — Contestó, divertida. Luego le miró con ternura. Por como hablaba del abuelo, habían hecho las paces pero bien hechas. Alzó una ceja. — No creo que sea una trampa como tal. Conociendo a nuestro maestro será una “ancestral prueba de conocimiento y madurez”. — Respondió rimbombante. Alzó las ceja a lo de la alquimista y se emocionó de inmediato. — ¿UnA alquimista? ¿Quién es? — Y cuando mencionó a los albináuricos, parpadeó. No sabía prácticamente nada de ellos, pero su curiosidad Ravenclaw gritaba de cuando en cuando en su cerebro preguntando por qué no los investigaban más. — ¡Pero eso es genial, mi amor! Me muero de ganas de que vayas, seguro que ves cosas… — Y mientras buscaba la palabra, Marcus ofreció la teoría de por qué no debían ir juntos. Alice tenía otra, pero simplemente le miró con una sonrisa. — Mi amor, tú y yo somos muy buenos, pero el abuelo sigue sacándonos varios rangos. Si él cree que eres tú el que debe ir… Razón no le faltará. — Le acarició la mejilla y suspiró. — Reconforta poder delegar en alguien las decisiones, de hecho… — Pero su discurso se vio interrumpido por una comitiva digna de verse.
Jason y Betty, acompañados de Fergus, Eillish, Nora, Allison, Ginny y Siobhán avanzaban, todos vestidos con batas de médicos y atributos de los mismos a modo de disfraz, agachados junto al muro de la granja. Detrás, portando una tarta con velas y una comitiva de hechizos de leprechauns, con su arcoiris y todo, iban Arthur y Eddie. — ¿Pero qué hacéis agachados? — Preguntó con una risa. Se llevó una chistada colectiva. — Sois semejante comitiva, si Sophia estuviera pendiente os habría visto ya. Pero es que hay mucha expectación ahí dentro. El pollo ya ha salido y más cosas han pasado. — ¡No fastidies! Yo quería verlo. — Se quejó Jason, que estaba especialmente cómico en el disfraz pero con aquella expresión. — ¡Ohhhh! ¿Y qué ha sido? — Preguntó Eddie con ojos brillantes. — Ha sido Gorm. — ¡Oh, azul! Qué bien, nada de géneros predefinidos. — Señaló Siobhán. Alice reprimió una risa. — Esto es por su cumple, ¿no? — Sí, es mañana, pero queríamos darle una sorpresilla antes de que os vayáis. — Explicó Betty, mirando de lado a lado como en una historia de espías. Marcus y Alice se miraron, felices, porque verse envueltos en esas cosas les encantaba. — Venga, hacemos una cosa, entramos nosotros y preparamos un poco el terreno. — Ofreció. — No se lo espera pero para nada… — Aseguró. De hecho ahí la veía, hablando con Connor, Niamh y Dan, como si la cosa no fuera con ella. Cuando viera todo aquello, iba a alucinar. — Eso sí, lo de los leprechauns no va a caer bien. — Advirtió. — Ya se lo hemos dicho, pero nada, chica. — Aseguró Eillish. — ¡ES QUE SON TAN GRACIOSOS! — Ahora la chistada se la llevó Jason. — Venga, no esperemos más, que algo se va a caer o estropear, lo veo venir. —
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Todas las criaturas grandes y pequeñas Con Alice | En Galway | 28 de diciembre de 2002 |
Se tuvo que reír con los comentarios de Alice tanto sobre el pobre pollo recién nacido, como sobre su abuelo, aunque puso expresión apenada al ver su entusiasmo. - Mi amor... me da pena ir solo. Claramente te ha gustado la idea. Le puedo preguntar a mi abuelo si podemos ir los dos. - Ladeó varias veces la cabeza. - Aunque algo me dice que no depende tanto de lo que opine él como de lo que opine la alquimista. Igual es de estas ermitañas que solo quieren ver a la gente de una en una... Me ha extrañado que viva en París, de hecho, hacía a los albináuricos en Asia... - Todo lo que rodeaba a la tal Irma Monad le parecía una incógnita, pero bueno, no tardaría en salir de dudas.
Y en mitad de su conversación, apareció más gente. Suspiró con resignación antes siquiera de poder extrañarse por el cuadro que tenía delante: no, definitivamente, no iban a estar ni dos minutos solos. Cuando pudo procesar mentalmente lo que veía, tuvo que aguantarse la risa. - Me da que alguien quiere darle una sorpresa de cumpleaños adelantada a Sophia. - Susurró a Alice. - ¿De qué se disfrazarían si nos la hicieran a nosotros? ¿De círculo de transmutación? - Pero ya les estaban pidiendo silencio y discreción, así que se calló. Se llevó la mano al pecho cuando habló Betty. - Oh, gracias. Me daba mucha pena perdérmelo. - De hecho ya se había disculpado quince veces con Sophia por la descortesía de irse de viaje justo en su cumpleaños. Rio levemente. - Bueno, confiemos en que el gesto rebaje el impacto por los leprechauns. - Porque claramente no iban a disuadir a un corazón Gryffindor (Ave del Trueno para el caso) de lo que él consideraba una idea excelente.
Entraron y se dirigieron a ella, y Marcus, sacando pecho, dijo. - Sophia. - La chica le miró, ligeramente extrañada por tanta solemnidad. - Queríamos ofrecerte nuestras más sinceras disculpas por la inconveniencia de nuestro viaje justo en el día de tu cumpleaños. - Ay, Marcus, por Dios. - Suspiró aliviada de que solo fuera eso, rodando los ojos. - Otra vez con esas... - Pero, como imaginarás por mi insistencia, no nos lo podíamos perder. - Mira que la tontería. Que ya te he dicho que... - Pero, en lo que Sophia se quejaba sin más, Marcus y Alice se separaron, colocándose cada uno a un lado y dejando a la vista de Sophia el pasillo abierto, por el que aparecieron sus familiares, que empezaron a cantar el cumpleaños feliz nada más aparecer por la vista. Connor prácticamente reptó del sofá para irse a un lugar más discreto que no fuera el pleno foco de atención, porque le había pillado al lado de la cumpleañera, y todos los demás se unieron al canto inmediatamente como si aquello estuviera programadísimo (probablemente algunos lo supieran y otros no, pero en apariencia no podían diferenciarse ambos grupos). Algunos animales se alteraron levemente, y de hecho, terminando la canción, vieron cómo Ruairi se lanzaba en plancha tras Jason, agarrando en el aire a un escarbato que se le estaba subiendo por el pantalón, y segundos más tarde, con los aplausos de la canción, salieron los leprechauns volando y lanzando ilusiones que parecían monedas de oro y reflejos de arcoíris. Uno salió magullado y a destiempo, probablemente por el amago de secuestro del escarbato.
- Pero... esto... - Sophia estaba sin palabras, y se le empezaban a llenar los ojos de lágrimas. Dejaron la tarta levitando por ahí (y a los leprechauns negligentemente desatendidos, ya había un porlock persiguiendo a varios de ellos) y fueron todos a abrazar a Sophia en masa. - ¡Voy a llamar a los demás! - Clamó Andrew, varita en mano, saliendo a la puerta para invocar su patronus. Cuando le llegó el turno a Marcus, la chica sollozó en su hombro. - No quiero pensar en el tiempo que falta para vernos de nuevo. - El apretó el abrazo. - No lo pienses. Solo disfruta de tu cumpleaños. Ya te lo he dicho: no me lo podía perder. - Y trató de contener él también las lágrimas, y de no pensarlo demasiado. Ese año que estaba a punto de acabar le había regalado una familia preciosa que no sabía que tenía. Y, por lejos que estuvieran, siempre se sentiría con ellos.
Y en mitad de su conversación, apareció más gente. Suspiró con resignación antes siquiera de poder extrañarse por el cuadro que tenía delante: no, definitivamente, no iban a estar ni dos minutos solos. Cuando pudo procesar mentalmente lo que veía, tuvo que aguantarse la risa. - Me da que alguien quiere darle una sorpresa de cumpleaños adelantada a Sophia. - Susurró a Alice. - ¿De qué se disfrazarían si nos la hicieran a nosotros? ¿De círculo de transmutación? - Pero ya les estaban pidiendo silencio y discreción, así que se calló. Se llevó la mano al pecho cuando habló Betty. - Oh, gracias. Me daba mucha pena perdérmelo. - De hecho ya se había disculpado quince veces con Sophia por la descortesía de irse de viaje justo en su cumpleaños. Rio levemente. - Bueno, confiemos en que el gesto rebaje el impacto por los leprechauns. - Porque claramente no iban a disuadir a un corazón Gryffindor (Ave del Trueno para el caso) de lo que él consideraba una idea excelente.
Entraron y se dirigieron a ella, y Marcus, sacando pecho, dijo. - Sophia. - La chica le miró, ligeramente extrañada por tanta solemnidad. - Queríamos ofrecerte nuestras más sinceras disculpas por la inconveniencia de nuestro viaje justo en el día de tu cumpleaños. - Ay, Marcus, por Dios. - Suspiró aliviada de que solo fuera eso, rodando los ojos. - Otra vez con esas... - Pero, como imaginarás por mi insistencia, no nos lo podíamos perder. - Mira que la tontería. Que ya te he dicho que... - Pero, en lo que Sophia se quejaba sin más, Marcus y Alice se separaron, colocándose cada uno a un lado y dejando a la vista de Sophia el pasillo abierto, por el que aparecieron sus familiares, que empezaron a cantar el cumpleaños feliz nada más aparecer por la vista. Connor prácticamente reptó del sofá para irse a un lugar más discreto que no fuera el pleno foco de atención, porque le había pillado al lado de la cumpleañera, y todos los demás se unieron al canto inmediatamente como si aquello estuviera programadísimo (probablemente algunos lo supieran y otros no, pero en apariencia no podían diferenciarse ambos grupos). Algunos animales se alteraron levemente, y de hecho, terminando la canción, vieron cómo Ruairi se lanzaba en plancha tras Jason, agarrando en el aire a un escarbato que se le estaba subiendo por el pantalón, y segundos más tarde, con los aplausos de la canción, salieron los leprechauns volando y lanzando ilusiones que parecían monedas de oro y reflejos de arcoíris. Uno salió magullado y a destiempo, probablemente por el amago de secuestro del escarbato.
- Pero... esto... - Sophia estaba sin palabras, y se le empezaban a llenar los ojos de lágrimas. Dejaron la tarta levitando por ahí (y a los leprechauns negligentemente desatendidos, ya había un porlock persiguiendo a varios de ellos) y fueron todos a abrazar a Sophia en masa. - ¡Voy a llamar a los demás! - Clamó Andrew, varita en mano, saliendo a la puerta para invocar su patronus. Cuando le llegó el turno a Marcus, la chica sollozó en su hombro. - No quiero pensar en el tiempo que falta para vernos de nuevo. - El apretó el abrazo. - No lo pienses. Solo disfruta de tu cumpleaños. Ya te lo he dicho: no me lo podía perder. - Y trató de contener él también las lágrimas, y de no pensarlo demasiado. Ese año que estaba a punto de acabar le había regalado una familia preciosa que no sabía que tenía. Y, por lejos que estuvieran, siempre se sentiría con ellos.
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La fortuna Con Marcus | En Saint-Tropez | 29 de diciembre de 2002 |
Iba con el pecho encogido, y más después de la salida que se había llevado el de la aduana de Calais. Pero es que estaba cansada ya de las aduanas en Navidad, y de los modales de los bretones también. Ya se había llevado una mirada significativa de su familia cuando había asegurado en un francés a la velocidad del rayo que “fuera de Irlanda parece que se ha perdido toda educación y respeto por las familias que simplemente quieren pasar las fiestas juntas”. Pues sí, se parecería a la abuela Molly y a mucha honra. Que aprendieran un poquito los franceses. — Y estoy oxidada con el idioma. — Había terminado muy digna. A ver, estaba crispada, ya está, que no le tocaran mucho las narices y todo iría bien. Pero claro, mover a su tía, la despistada de Erin, Arnold agobiándose y Marcus tratando de mantener la paz común, se alejaba mucho de no tocarle las narices.
Llegaron a la calle de Saint-Tropez y sintió de golpe el cambio brusco de temperatura, el olor del Mediterráneo y el sol de la tarde. Primero se apareció ella con Dylan, y apenas un segundo después, Marcus con Emma a su lado, faltaban Arnold y Vivi, aparecidos por Erin. — ¿Dónde se ha metido ahora tu tía? — Suspiró Emma. — Espero que no en el campo de lavandas otra vez. Si es que yo no sé por qué no los aparece mi tata y ya está… — ¡MEMÉ! ¡ABUELO! — Chilló Dylan agitando mucho los brazos. Luego corrió a verlos. — ¡Os he traído un montón de cosas! La abuela Molly me ha dado montón de comida, pero el tío Frankie y la tía Maeve también trajeron cosas de América y… — Ahora mismo, su hermano era lo más parecido a un perrillo excitado por volver a ver a sus dueños. De hecho, su abuelo le acarició la cabeza para calmarle y lo dejó en brazos de la abuela y corrió a estrecharla a ella. — ¡Hija! ¡Has llegado! ¡Estás aquí! ¡Mi Alice! — Ella le abrazó como pudo con todo el abrigo que empezaba a sobrarle. — Hola, abuelo. — ¡Ay, que ha llegado mi niña! Te he comprado croissants de crema para que meriendes, de los que te gustan, y he hechizado a André dos veces para que no intentara comérselos. — Lo ha hecho de veras. — Aseguró Helena, acercándose a ella y dándole un abrazo. — Bienvenida a casa, cariño. — Bueno, más cariñosa de lo que esperaba.
Oyó de fondo unas risas y vio a su tata y Arnold bajando la cuesta, manchados de harina, aunque no tanto como Erin, que es que venía blanca entera y muy malhumorada. — Ay, Merlín… — Susurró su suegra. — Es que es pisar La Provenza y descumple años… — Ciertamente, Arnold y Vivi venían muertos de risa como dos adolescentes en pleno pavo. — ¡Pero Vivi! ¿Qué ha pasado? — Preguntó su abuelo. Su tata abrió mucho los ojos. — ¿Encima Vivi? — Repsondió la aludida señalándose. — ¡Que Erin se ha aparecido en la panadería! Pero no en la puerta normal, sino en la de atrás, donde están todos los sacos. — Y otra vez las risas. La verdad es que estaban muy graciosos. — ¿Y papá? — Bien, ya lo había preguntado su hermano. — En el jardín ayudando a la tía Simone, y sabes cómo se pone con sus plantas. — ¿Están Jackie y André? — Preguntó ella. — Ehhh, sí, o sea, ahora no… Han ido a algún lado. — Dijo su abuelo. Ella asintió lentamente. — Ya. A algún lado… — Hechizó los baules y dijo. — ¿Os importa si Marcus y yo vamos a dar una vueltecita? Volvemos en un ratito. — Sus suegros saltaron al momento. — Claro, seguro que os sienta genial. — Y hace una tarde tan bonita… — Pero nada de lavadero que nos conocemos. — Picó su tata. Alice entornó los ojos y tiró de la mano de Marcus mientras susurraba. — Me gustó la idea ayer, pero ni con esas tuvimos un rato solos y no terminé de contarte… cosas. — Miró hacia la playa, pero luego reculó y dijo. — ¿Y si vamos hacia el pueblo? Por ahí seguro que no nos buscan. Nos asocian demasiado al lavadero. —
Llegaron a la calle de Saint-Tropez y sintió de golpe el cambio brusco de temperatura, el olor del Mediterráneo y el sol de la tarde. Primero se apareció ella con Dylan, y apenas un segundo después, Marcus con Emma a su lado, faltaban Arnold y Vivi, aparecidos por Erin. — ¿Dónde se ha metido ahora tu tía? — Suspiró Emma. — Espero que no en el campo de lavandas otra vez. Si es que yo no sé por qué no los aparece mi tata y ya está… — ¡MEMÉ! ¡ABUELO! — Chilló Dylan agitando mucho los brazos. Luego corrió a verlos. — ¡Os he traído un montón de cosas! La abuela Molly me ha dado montón de comida, pero el tío Frankie y la tía Maeve también trajeron cosas de América y… — Ahora mismo, su hermano era lo más parecido a un perrillo excitado por volver a ver a sus dueños. De hecho, su abuelo le acarició la cabeza para calmarle y lo dejó en brazos de la abuela y corrió a estrecharla a ella. — ¡Hija! ¡Has llegado! ¡Estás aquí! ¡Mi Alice! — Ella le abrazó como pudo con todo el abrigo que empezaba a sobrarle. — Hola, abuelo. — ¡Ay, que ha llegado mi niña! Te he comprado croissants de crema para que meriendes, de los que te gustan, y he hechizado a André dos veces para que no intentara comérselos. — Lo ha hecho de veras. — Aseguró Helena, acercándose a ella y dándole un abrazo. — Bienvenida a casa, cariño. — Bueno, más cariñosa de lo que esperaba.
Oyó de fondo unas risas y vio a su tata y Arnold bajando la cuesta, manchados de harina, aunque no tanto como Erin, que es que venía blanca entera y muy malhumorada. — Ay, Merlín… — Susurró su suegra. — Es que es pisar La Provenza y descumple años… — Ciertamente, Arnold y Vivi venían muertos de risa como dos adolescentes en pleno pavo. — ¡Pero Vivi! ¿Qué ha pasado? — Preguntó su abuelo. Su tata abrió mucho los ojos. — ¿Encima Vivi? — Repsondió la aludida señalándose. — ¡Que Erin se ha aparecido en la panadería! Pero no en la puerta normal, sino en la de atrás, donde están todos los sacos. — Y otra vez las risas. La verdad es que estaban muy graciosos. — ¿Y papá? — Bien, ya lo había preguntado su hermano. — En el jardín ayudando a la tía Simone, y sabes cómo se pone con sus plantas. — ¿Están Jackie y André? — Preguntó ella. — Ehhh, sí, o sea, ahora no… Han ido a algún lado. — Dijo su abuelo. Ella asintió lentamente. — Ya. A algún lado… — Hechizó los baules y dijo. — ¿Os importa si Marcus y yo vamos a dar una vueltecita? Volvemos en un ratito. — Sus suegros saltaron al momento. — Claro, seguro que os sienta genial. — Y hace una tarde tan bonita… — Pero nada de lavadero que nos conocemos. — Picó su tata. Alice entornó los ojos y tiró de la mano de Marcus mientras susurraba. — Me gustó la idea ayer, pero ni con esas tuvimos un rato solos y no terminé de contarte… cosas. — Miró hacia la playa, pero luego reculó y dijo. — ¿Y si vamos hacia el pueblo? Por ahí seguro que no nos buscan. Nos asocian demasiado al lavadero. —
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La fortuna Con Alice | En Saint-Tropez | 29 de diciembre de 2002 |
Su padre le miró de reojo. Estaban los dos más callados que en un entierro. Arnold volvió la mirada al frente y, en susurro, comentó. - Qué callado te veo. - Él, sin virar la mirada del frente también, alzó una ceja y respondió. - ¿Y tú me lo dices? No soy tonto. - Si alguien sabía de no molestar a su mujer cuando estaba enfadada era Arnold, así que no debería extrañarse de que Marcus hubiera optado por la retirada discreta al ver a Alice tan alterada. Sabía que solo el hecho de volver a La Provenza y estar con su familia la pondría tensa, y las aduanas (y las malas formas de los guardas de Calais, dicho fuera de paso) no estaban ayudando. Ya había hecho por mantener la paz y sus intentos no habían sido bien recibidos, así que, después del aspaviento en francés del que no entendió el mensaje pero sí la forma, se movió a un discreto segundo plano y se llevó a su padre con él, que sus agobios no iban a mejorar las cosas, más bien al contrario.
Se distribuyeron en las distintas apariciones y Alice se fue con Dylan en primer lugar. Cuando fue a engancharse a su madre, esta dio un tirón más firme de la cuenta. - No tengáis tanto miedo. Que no mordemos a nadie. - Puso cara de sorpresa. - ¡No he dicho nad...! - Pero en lo que se excusaba, desaparecieron de la aduana y aparecieron en Saint-Tropez. Aterrizó con el mohín enfadado de quien se ha visto interrumpido en su defensa después de ser interpelado por su madre, desde su punto de vista, sin motivo alguno. Mejor no replicaba más nada, porque las dos "que no mordían" se estaban ya quejando de que Erin no estuviera allí con el resto de la comitiva (si bien él tampoco entendía por qué la dejaban pilotar a ella, cuando los otros dos sabrían aparecerse mucho mejor. Su padre tenía ganas de chistes esa mañana al parecer). Al menos la aparición de los abuelos parecía haber calmado los ánimos, y Marcus saludó con una sonrisa, sin interrumpir el recibimiento a los nietos. Si bien no pudo evitar otear el entorno en busca de William, a quien no veía por ninguna parte.
- ¡Hijo! Qué alegría verte. - Lo mismo digo, Robert. - Y el hombre le abrazó, y en el abrazo susurró. - ¿Cómo está mi niña? ¿Tú cómo la ves? - Se separó del abrazo para mirarle al responder. - Está feliz. Está mejor. Pero hay cosas que la siguen poniendo tensa, es normal. - Dijo con una sonrisa tranquila, y el hombre asintió, queriendo creer sus palabras. Y, antes de poder saludar a Helena, vio el semejante cuadro que bajaba por la cuesta. Primero puso una mueca de quien teme que les caiga la bronca del siglo por parte de varias personas, pero luego tuvo que contener muy fuertemente la risa en base a apretar los labios. Vio que a Helena se le estaba dibujando una mala cara importante, así que salió al rescate. - ¡Helena! Feliz Navidad. - La mujer pareció aterrizar de nuevo, recabando en su presencia, y al menos hizo por sonreír y quitar la cara de mosqueo que le había puesto la nueva ocurrencia de su hija. - ¡Marcus, cielo! Feliz Navidad. Tan guapo como siempre. - Es que tengo que mantener el listón que ya de por sí tiene puesto esta familia. - La mujer rio. Bueno, tendría que sacar sus artimañas conquistadoras de Slytherin a relucir si querían que las vacaciones provenzales no empezaran con mal pie.
Se incorporó a la conversación cuando ya habían explicado el relato, lo que amortiguó un poco la ira de Helena. Rápidamente, Alice propuso dar una vuelta, y él trató de disimular la mirada de ilusión, aunque no mucho. ¡Por fin un rato a solas! No se lo iba a creer hasta que no lo tuviera, ciertamente. Mientras se alejaban, miró atrás y a Alice alternativamente, con expresión entre ilusionada e incrédula. - ¿Un paseo con mi novia a más de un grado de temperatura y sin ser molestados? Permíteme que me muestre escéptico a tal benevolencia del destino. - Bromeó rimbombante. Arqueó las cejas. - ¿Cosas? - Preguntó intrigado. Después de la fiestecita a Sophia, todo había sido un no parar marca Irlanda y había caído rendido en la cama, con la presión añadida de tener que madrugar al día siguiente para dejar a Lex y Darren en la aduana de vuelta a Inglaterra antes de irse ellos a La Provenza, y el cansancio tras el torrente emocional por la despedida hasta nueva orden de la familia americana. Ni tiempo habían tenido de hablar más, por lo que la propuesta de su abuelo se quedó en el aire, y si Alice tenía algo que decirle, no llegó a tocarse el tema. Claramente sí, sí que tenía algo que contarle, y ahora estaba doblemente intrigado. - Donde quieras ir me parecerá bien. - Y tras caminar unos pasos, en un acto poco habitual en él, vislumbró una pequeña callejuela vacía y tiró de ella, solo para tomar sus mejillas y besarla, emocionado. - Por Merlín, nos quejábamos de Hogwarts. Ni un segundo a solas. Cuantísimo te estoy echando de menos. - Soltó aire por la boca. - Y que no se entere mi abuela de que he dicho esto, pero se agradece este clima. Delante de ella sigo siendo un trebolito del campo, pero la realidad es que vuelvo a notar músculos que creía que se me habían dormido para siempre. - Exageró, y tras esto volvió a sus labios. Un movimiento en su vista periférica que resultó ser una señora con unas bolsas de la compra hizo que tomara de nuevo su mano y se reincorporaran al camino, con una sonrisilla. - Que no me manden de vuelta al frío helador por escándalo público. - Bromeó entre risas, y balanceando sus manos entrelazadas en un gesto infantil, preguntó. - Y bien, ¿qué cosas son esas? -
Se distribuyeron en las distintas apariciones y Alice se fue con Dylan en primer lugar. Cuando fue a engancharse a su madre, esta dio un tirón más firme de la cuenta. - No tengáis tanto miedo. Que no mordemos a nadie. - Puso cara de sorpresa. - ¡No he dicho nad...! - Pero en lo que se excusaba, desaparecieron de la aduana y aparecieron en Saint-Tropez. Aterrizó con el mohín enfadado de quien se ha visto interrumpido en su defensa después de ser interpelado por su madre, desde su punto de vista, sin motivo alguno. Mejor no replicaba más nada, porque las dos "que no mordían" se estaban ya quejando de que Erin no estuviera allí con el resto de la comitiva (si bien él tampoco entendía por qué la dejaban pilotar a ella, cuando los otros dos sabrían aparecerse mucho mejor. Su padre tenía ganas de chistes esa mañana al parecer). Al menos la aparición de los abuelos parecía haber calmado los ánimos, y Marcus saludó con una sonrisa, sin interrumpir el recibimiento a los nietos. Si bien no pudo evitar otear el entorno en busca de William, a quien no veía por ninguna parte.
- ¡Hijo! Qué alegría verte. - Lo mismo digo, Robert. - Y el hombre le abrazó, y en el abrazo susurró. - ¿Cómo está mi niña? ¿Tú cómo la ves? - Se separó del abrazo para mirarle al responder. - Está feliz. Está mejor. Pero hay cosas que la siguen poniendo tensa, es normal. - Dijo con una sonrisa tranquila, y el hombre asintió, queriendo creer sus palabras. Y, antes de poder saludar a Helena, vio el semejante cuadro que bajaba por la cuesta. Primero puso una mueca de quien teme que les caiga la bronca del siglo por parte de varias personas, pero luego tuvo que contener muy fuertemente la risa en base a apretar los labios. Vio que a Helena se le estaba dibujando una mala cara importante, así que salió al rescate. - ¡Helena! Feliz Navidad. - La mujer pareció aterrizar de nuevo, recabando en su presencia, y al menos hizo por sonreír y quitar la cara de mosqueo que le había puesto la nueva ocurrencia de su hija. - ¡Marcus, cielo! Feliz Navidad. Tan guapo como siempre. - Es que tengo que mantener el listón que ya de por sí tiene puesto esta familia. - La mujer rio. Bueno, tendría que sacar sus artimañas conquistadoras de Slytherin a relucir si querían que las vacaciones provenzales no empezaran con mal pie.
Se incorporó a la conversación cuando ya habían explicado el relato, lo que amortiguó un poco la ira de Helena. Rápidamente, Alice propuso dar una vuelta, y él trató de disimular la mirada de ilusión, aunque no mucho. ¡Por fin un rato a solas! No se lo iba a creer hasta que no lo tuviera, ciertamente. Mientras se alejaban, miró atrás y a Alice alternativamente, con expresión entre ilusionada e incrédula. - ¿Un paseo con mi novia a más de un grado de temperatura y sin ser molestados? Permíteme que me muestre escéptico a tal benevolencia del destino. - Bromeó rimbombante. Arqueó las cejas. - ¿Cosas? - Preguntó intrigado. Después de la fiestecita a Sophia, todo había sido un no parar marca Irlanda y había caído rendido en la cama, con la presión añadida de tener que madrugar al día siguiente para dejar a Lex y Darren en la aduana de vuelta a Inglaterra antes de irse ellos a La Provenza, y el cansancio tras el torrente emocional por la despedida hasta nueva orden de la familia americana. Ni tiempo habían tenido de hablar más, por lo que la propuesta de su abuelo se quedó en el aire, y si Alice tenía algo que decirle, no llegó a tocarse el tema. Claramente sí, sí que tenía algo que contarle, y ahora estaba doblemente intrigado. - Donde quieras ir me parecerá bien. - Y tras caminar unos pasos, en un acto poco habitual en él, vislumbró una pequeña callejuela vacía y tiró de ella, solo para tomar sus mejillas y besarla, emocionado. - Por Merlín, nos quejábamos de Hogwarts. Ni un segundo a solas. Cuantísimo te estoy echando de menos. - Soltó aire por la boca. - Y que no se entere mi abuela de que he dicho esto, pero se agradece este clima. Delante de ella sigo siendo un trebolito del campo, pero la realidad es que vuelvo a notar músculos que creía que se me habían dormido para siempre. - Exageró, y tras esto volvió a sus labios. Un movimiento en su vista periférica que resultó ser una señora con unas bolsas de la compra hizo que tomara de nuevo su mano y se reincorporaran al camino, con una sonrisilla. - Que no me manden de vuelta al frío helador por escándalo público. - Bromeó entre risas, y balanceando sus manos entrelazadas en un gesto infantil, preguntó. - Y bien, ¿qué cosas son esas? -
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La fortuna Con Marcus | En Saint-Tropez | 29 de diciembre de 2002 |
Le salió una carcajada involuntaria y tremendamente real cuando su novio dijo lo de “a más de un grado”, y entre las risas, admitió. — Creo que no me he dado cuenta de cuánto frío he pasado hasta que hemos llegado aquí. — Y así, entre risas, se dirigieron hacia el pueblo.
Lo que no se vio venir fue ese arranque de su siempre protocolario novio, pero no pudo decir que no lo disfrutara, exactamente igual que cuando estaban en Hogwarts y se colaban por los pasillos para robarse besos. Se agarró al cuello de Marcus y siguió el beso con pasión, aprovechando aquellos segundos. Sentía que hacía media vida que no podían hacer aquello. Cuando se separaron, se quedó agarrada a las solapas de su abrigo, como si quisiera retenerle para siempre así, contra ella. — Han sido unas Navidades irlandesas preciosas, pero hay que darle una vuelta a lo de no tener habitación propia. — Coincidió con su novio. Volvió a reírse con ganas al comentario y le dio en la nariz. — Estás sembrado hoy, eh. O será que a más grados y menos gente nos escuchamos mejor y podemos simplemente reírnos el uno con el otro. — Y ya estaba ella emocionada de que volvían a las andadas, pero Saint-Tropez no era Ballyknow, y una señora pasó enseguida por ahí. — Castigado fregando platos lo que resta de Navidad. — Le aseguró con tono exagerado, mientras salían cogidos de la mano de nuevo a pasear por las calles del pueblo, disfrutando de la luz invernal que caía sobre aquellas casitas preciosas de Saint-Tropez, balanceándose en las manos como los dos niños que bailaban por ahí en la noche de San Lorenzo.
La verdad es que el ambiente era tan tranquilo e invitador que lo que tenía que decir (y hacer) le pesaba menos. — Mi familia me ha pedido que vaya a Marsella a hablar con la sanadora mental de mi padre. — Escrutó el rostro de Marcus en busca de reacción. — Siendo justos, me lo pidieron mi tata y tus padres, pero el sentir general de la familia es de que tengo que ir. Y bueno no estoy del todo en desacuerdo… Creo. — Apretó la mano de Marcus y le dirigió hacia un mirador, para poder disfrutar de la bahía y las buenas vistas. — Al principio me enfadó que me lo pidieran. Sobre todo mi tata. Porque a ver… Una vez más, si yo no participo, hay algo fundamental que no pasa… — Se apoyó en la barandilla e inspiró la brisa marina, cerrando los ojos y dejando que el sol y la sal despejaran su mente y su enfado. — No tengo claro que sea tan fundamental que yo vaya para que se cure mi padre. Mi varita no tiene el poder de tocar a alguien y curarle. Ojalá. Pero no es así. — Negó con la cabeza, con la vista perdida en las aguas turquesa. — Pero… Bueno, quiero que Dylan tenga un padre, quiero darle la mejor vida que pueda, y esa es con nuestro padre curado. Y para saber si se está curando de verdad, y cómo lo hace y demás… Tengo que ir. Así que… eso es todo. — Se giró hacia él y se apoyó en su pecho. — Irlanda me había aislado de todo esto, pero empiezo a ver que mi familia no pretende funcionar sin mí y… — Se separó y miró alrededor. — Echo de menos Saint-Tropez, a mis primos, y aún no te he dado tu regalo de Navidad… Que tiene que ver con este sitio. — Acarició su rostro con las manos en cuenco. — Aquí fue nuestra noche de San Lorenzo, y algunos de los recuerdos más felices que tenemos. No quiero alejarme más de todo esto… — Tragó saliva. — Pero es tan difícil lidiar con todo lo que aún me duele… — Inspiró de nuevo y se frotó la cara. — Pero supongo que lo haré igualmente. Aunque sea llorando. —
Lo que no se vio venir fue ese arranque de su siempre protocolario novio, pero no pudo decir que no lo disfrutara, exactamente igual que cuando estaban en Hogwarts y se colaban por los pasillos para robarse besos. Se agarró al cuello de Marcus y siguió el beso con pasión, aprovechando aquellos segundos. Sentía que hacía media vida que no podían hacer aquello. Cuando se separaron, se quedó agarrada a las solapas de su abrigo, como si quisiera retenerle para siempre así, contra ella. — Han sido unas Navidades irlandesas preciosas, pero hay que darle una vuelta a lo de no tener habitación propia. — Coincidió con su novio. Volvió a reírse con ganas al comentario y le dio en la nariz. — Estás sembrado hoy, eh. O será que a más grados y menos gente nos escuchamos mejor y podemos simplemente reírnos el uno con el otro. — Y ya estaba ella emocionada de que volvían a las andadas, pero Saint-Tropez no era Ballyknow, y una señora pasó enseguida por ahí. — Castigado fregando platos lo que resta de Navidad. — Le aseguró con tono exagerado, mientras salían cogidos de la mano de nuevo a pasear por las calles del pueblo, disfrutando de la luz invernal que caía sobre aquellas casitas preciosas de Saint-Tropez, balanceándose en las manos como los dos niños que bailaban por ahí en la noche de San Lorenzo.
La verdad es que el ambiente era tan tranquilo e invitador que lo que tenía que decir (y hacer) le pesaba menos. — Mi familia me ha pedido que vaya a Marsella a hablar con la sanadora mental de mi padre. — Escrutó el rostro de Marcus en busca de reacción. — Siendo justos, me lo pidieron mi tata y tus padres, pero el sentir general de la familia es de que tengo que ir. Y bueno no estoy del todo en desacuerdo… Creo. — Apretó la mano de Marcus y le dirigió hacia un mirador, para poder disfrutar de la bahía y las buenas vistas. — Al principio me enfadó que me lo pidieran. Sobre todo mi tata. Porque a ver… Una vez más, si yo no participo, hay algo fundamental que no pasa… — Se apoyó en la barandilla e inspiró la brisa marina, cerrando los ojos y dejando que el sol y la sal despejaran su mente y su enfado. — No tengo claro que sea tan fundamental que yo vaya para que se cure mi padre. Mi varita no tiene el poder de tocar a alguien y curarle. Ojalá. Pero no es así. — Negó con la cabeza, con la vista perdida en las aguas turquesa. — Pero… Bueno, quiero que Dylan tenga un padre, quiero darle la mejor vida que pueda, y esa es con nuestro padre curado. Y para saber si se está curando de verdad, y cómo lo hace y demás… Tengo que ir. Así que… eso es todo. — Se giró hacia él y se apoyó en su pecho. — Irlanda me había aislado de todo esto, pero empiezo a ver que mi familia no pretende funcionar sin mí y… — Se separó y miró alrededor. — Echo de menos Saint-Tropez, a mis primos, y aún no te he dado tu regalo de Navidad… Que tiene que ver con este sitio. — Acarició su rostro con las manos en cuenco. — Aquí fue nuestra noche de San Lorenzo, y algunos de los recuerdos más felices que tenemos. No quiero alejarme más de todo esto… — Tragó saliva. — Pero es tan difícil lidiar con todo lo que aún me duele… — Inspiró de nuevo y se frotó la cara. — Pero supongo que lo haré igualmente. Aunque sea llorando. —
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La fortuna Con Alice | En Saint-Tropez | 29 de diciembre de 2002 |
- Por favor. - Respondió con los ojos muy abiertos a lo de la habitación. Puso expresión pensativa. - ¿Ves? Otro de esos momentos en los que me vendría genial un giratiempo. Porque la experiencia de compartir desván con mi hermano y los primos era genial, pero estar sin ti... No, definitivamente, necesito un giratiempo. No quiero perderme nada. - Él tenía que ser la salsa de todos los platos, evidentemente. Hizo un gesto con las manos como si tuviera dos enormes hojas en la cabeza y tonteó. - Sembrado como un trébol. - Riendo con su novia. - No lo descarto. Entre la temperatura y el ruido continuo. Por no hablar de mi miedo a no sobrevivir entre tantos bichos. - De repente volvía a saber lo que era la vida sin animales yendo y viniendo por todas partes.
Aspiró una exclamación exagerada. - ¿¿Sin comer?? - Puso de su cosecha, y luego rio y dijo. - Subestimas mi capacidad para los hechizos domésticos. Ya verás, Gallia, ya, cuando estemos viviendo juntos y no veas una mota de polvo donde no corresponde gracias a mi buen hacer. - Esperaba no estar vendiéndose muy caro en eso, que no es como que Marcus estuviera todo el día limpiando casas. Siguieron paseando y, de repente, Alice le soltó lo que había hablado con Violet y sus padres. La miró, parpadeando, genuinamente sorprendido. No sabía bien cómo reaccionar. Además de impactarle la información, porque no se la había visto venir para nada, necesitaba más datos sobre cómo se había tomado Alice eso. Porque se le ocurrían todo tipo de reacciones.
"No estoy del todo en desacuerdo, creo" no le sonaba a la frase más convencida y convincente del mundo, más viniendo de Alice, que solía tener sus ideas bastante claras. Demasiado intrincada y llena de negaciones como para saber si le gustaba la idea o no, aunque se decantaba más por lo segundo. Cuando dijo que no consideraba que su aportación fuera fundamental, ladeó varias veces la cabeza, pensativo. - Estoy de acuerdo. A medias. Quiero decir... Creo que tu padre puede, y tiene, que curarse por su propia voluntad. Que es él quien tiene que hacer la terapia al fin y al cabo. Pero también pienso que... Como buenos investigadores que somos, sabemos que, cuantas más fuentes tengamos para contrastar la información, mejor. Y si en tu familia hay una persona que puede dar una información fiable sobre tu padre, esa eres tú. - De eso último estaba totalmente convencido. - Entonces... No sé si ha sido idea de tu familia o de la sanadora, pero si ha sido idea de la sanadora, supongo que, más que para que le cures tú, te habrá solicitado ir para recabar más información con la que poder curarle ella. - Meditó, apoyado en la barandilla y mirando al mar. - Theo me dijo eso una vez. Que le parecía muy interesante tener cuantas más informaciones de familiares, mejor, porque a veces los pacientes pueden no contarlo todo, o contar las cosas desde su punto de vista, que no necesariamente puede corresponderse del todo con la realidad... No sé si será el caso de tu padre, pero de cualquier forma... creo que el que tú vayas, en lo relativo a su curación, solo puede aportar para bien. Lo peor que puede pasar es que no sirva para nada. - La miró e hizo una mueca comprensiva con los labios. - Aunque entiendo que... no te apetezca nada. - Tenía que ser... incómodo ir a hablar de tu padre con una sanadora mental. Por no hablar de que Alice no estaba ni mucho menos en su mejor momento con los Gallia, y que le siguieran pidiendo cosas no le parecía la mejor estrategia para que mejorara su ánimo al respecto.
Asintió. - Eso otro beneficio de ir: saber realmente cómo le va. - Y eso podía ser un arma de doble filo, porque como Alice detectara que William estaba peor o estancado... Sonrió levemente cuando dijo que echaba de menos Saint-Tropez. - Yo también lo echaba de menos. Aquí tenemos alguno de nuestros mejores recuerdos, al fin y al cabo. - Lo del regalo le hizo arquear las cejas. - Es verdad, me falta cierto regalo de Navidad... Llevo desde entonces sin dormir pensando qué será. - Con lo cansado que había acabado todos los días, lo de sin dormir no se lo creía nadie, pero se entendía el concepto. La miró a los ojos y llevó las manos a las de ella, apoyadas en su rostro, dejando un beso en estas y diciendo. - Es normal... Desde que volvimos de Nueva York... Bueno, tomémoslo como el momento que hacía falta para romper el hielo después de todo lo ocurrido. Pero lo dicho: aquí tenemos recuerdos muy felices. Nunca nos alejaremos de ello. Yo haré lo que esté en mi mano porque este sitio siga siendo para ti un lugar de felicidad. Y estoy seguro de que, poco a poco, volverá a serlo. -
Aspiró una exclamación exagerada. - ¿¿Sin comer?? - Puso de su cosecha, y luego rio y dijo. - Subestimas mi capacidad para los hechizos domésticos. Ya verás, Gallia, ya, cuando estemos viviendo juntos y no veas una mota de polvo donde no corresponde gracias a mi buen hacer. - Esperaba no estar vendiéndose muy caro en eso, que no es como que Marcus estuviera todo el día limpiando casas. Siguieron paseando y, de repente, Alice le soltó lo que había hablado con Violet y sus padres. La miró, parpadeando, genuinamente sorprendido. No sabía bien cómo reaccionar. Además de impactarle la información, porque no se la había visto venir para nada, necesitaba más datos sobre cómo se había tomado Alice eso. Porque se le ocurrían todo tipo de reacciones.
"No estoy del todo en desacuerdo, creo" no le sonaba a la frase más convencida y convincente del mundo, más viniendo de Alice, que solía tener sus ideas bastante claras. Demasiado intrincada y llena de negaciones como para saber si le gustaba la idea o no, aunque se decantaba más por lo segundo. Cuando dijo que no consideraba que su aportación fuera fundamental, ladeó varias veces la cabeza, pensativo. - Estoy de acuerdo. A medias. Quiero decir... Creo que tu padre puede, y tiene, que curarse por su propia voluntad. Que es él quien tiene que hacer la terapia al fin y al cabo. Pero también pienso que... Como buenos investigadores que somos, sabemos que, cuantas más fuentes tengamos para contrastar la información, mejor. Y si en tu familia hay una persona que puede dar una información fiable sobre tu padre, esa eres tú. - De eso último estaba totalmente convencido. - Entonces... No sé si ha sido idea de tu familia o de la sanadora, pero si ha sido idea de la sanadora, supongo que, más que para que le cures tú, te habrá solicitado ir para recabar más información con la que poder curarle ella. - Meditó, apoyado en la barandilla y mirando al mar. - Theo me dijo eso una vez. Que le parecía muy interesante tener cuantas más informaciones de familiares, mejor, porque a veces los pacientes pueden no contarlo todo, o contar las cosas desde su punto de vista, que no necesariamente puede corresponderse del todo con la realidad... No sé si será el caso de tu padre, pero de cualquier forma... creo que el que tú vayas, en lo relativo a su curación, solo puede aportar para bien. Lo peor que puede pasar es que no sirva para nada. - La miró e hizo una mueca comprensiva con los labios. - Aunque entiendo que... no te apetezca nada. - Tenía que ser... incómodo ir a hablar de tu padre con una sanadora mental. Por no hablar de que Alice no estaba ni mucho menos en su mejor momento con los Gallia, y que le siguieran pidiendo cosas no le parecía la mejor estrategia para que mejorara su ánimo al respecto.
Asintió. - Eso otro beneficio de ir: saber realmente cómo le va. - Y eso podía ser un arma de doble filo, porque como Alice detectara que William estaba peor o estancado... Sonrió levemente cuando dijo que echaba de menos Saint-Tropez. - Yo también lo echaba de menos. Aquí tenemos alguno de nuestros mejores recuerdos, al fin y al cabo. - Lo del regalo le hizo arquear las cejas. - Es verdad, me falta cierto regalo de Navidad... Llevo desde entonces sin dormir pensando qué será. - Con lo cansado que había acabado todos los días, lo de sin dormir no se lo creía nadie, pero se entendía el concepto. La miró a los ojos y llevó las manos a las de ella, apoyadas en su rostro, dejando un beso en estas y diciendo. - Es normal... Desde que volvimos de Nueva York... Bueno, tomémoslo como el momento que hacía falta para romper el hielo después de todo lo ocurrido. Pero lo dicho: aquí tenemos recuerdos muy felices. Nunca nos alejaremos de ello. Yo haré lo que esté en mi mano porque este sitio siga siendo para ti un lugar de felicidad. Y estoy seguro de que, poco a poco, volverá a serlo. -
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La fortuna Con Marcus | En Saint-Tropez | 29 de diciembre de 2002 |
Sí, veía la confusión y un poco de desesperación en la expresión de su novio. El pobre dejándole espacio, ayudándola a sanar, y era entrar los Gallia en juego y lo ponían todo el peligro. Sí, esa ha sido mi vida, además de las barbacoas y la playita, pensó. Pero asintió y suspiró. — Si lo sé. Es lo que me ha llevado a decir que sí, pero… No deja de costarme. — Asintió a lo de Theo, perdiendo la mirada. — La lógica Ravenclaw a ese respecto me dicta que sí, efectivamente, cuanta más información, mejor para la sanadora. Y sí, soy la mejor, porque han ido memé, mi abuelo Robert y la tata, que yo sepa, así que imagínate el cuadro que tendrá la pobre mujer: memé en plan “yo dije desde el principio que mi niño tenía que haberse casado con una maga de posición y hacerme caso a mí”; mi tía sacando la varita para defender a toda costa a su hermano, que no ha cometido ni una falta en la vida y mi abuelo que hasta se metería en la consulta que no es. — Suspiró y rio un poco, frotándose las cejas. Miró a su novio con dulzura por su comprensión y le sonrió. — Nop, no me apetece ni un poquito. Pero me alegro de que todos lo veáis. Con eso me vale. — Negó con la cabeza. — No quiero medallas, solo que se tome en consideración, y ya está. —
Alzó una ceja a lo del regalo de Navidad y dijo. — Yo creo que has dormido bastante bien, especialmente cuando estabas malo. — Se rio y le miró con devoción cuando le dijo lo de Nueva York y dejó un beso en sus labios. — Hay un lugar que me hace especialmente feliz. — Entornó los ojos y cogió su mano. — Uno al que se puede llegar adivinando plantitas, en bicicleta… — Rio y tiró de la mano de Marcus. — Vamos, yo sé que quieres volver al lavadero y al campo de lavandas. Ahora mismo no hay flores, pero la mata huele, y hoy hace un sol precioso, y desde luego, va a haber menos animales por ahí para atormentarte que en Irlanda. — Y así, de la mano, Alice les dirigió hacia el campo de lavandas.
No pudo evitar sonreír cuando vio que las hierbas mediterráneas aguantaban el invierno en las orillas del camino. — Vamos a coger de estas. Al abuelo siempre le vienen bien para hacer las aceitunas. Debe estar a punto de ponerlas a macerar, para tenerlas listas para el verano. — Fue cortando ramitas con la varita, y le hacía cosquillas con ellas en la cara, entre risas, admirando ese rostro divino que tenía bajo la luz del sol. — Cómo te brillan los ojos con la luz. Me había acostumbrado a ese Marcus más oscuro bajo las nubes de Irlanda. — Se reía y le daba besitos, mientras seguían avanzando y parándose a cortar hierbas provenzales. Estaba tan relajada y en paz que, como siempre que estaba así, las ideas empezaron a fluirle. — ¿Cómo de difícil sería una transmutación que captara la esencia de… Esto? Este sol, las plantas, los aromas… — Inspiró y cerró los ojos. — Pero la verdad es que echo de menos la frescura y lo verde de la plantas de Irlanda. Esa esencia también sería importante atraparla… — Se paró y se puso a la altura de Marcus. — ¿Crees que habría una… digamos… caja, en el mundo, capaz de captar la esencia de La Provenza, la de Irlanda, la de una selva china…? — Ató con un hechizo las hierbecitas. — Para que si Cerys quisiera estas hierbas para sus animales, solo tuviera que abrirla, cambiar la esencia y conseguirlas. — Ladeó la sonrisa y movió la cabeza. — Lo sé, lo sé… Es un poco irrealizable, marca Gallia, pero… ¿No sería increíble? — Rio un poco. — Quizá por eso el abuelo no me deja ir a ver a la albináurica, no quiere que le cuente estas ideas peregrinas. — Pateó unas piedrecitas distraídamente y preguntó. — ¿Qué le vas a contar tú? —
Alzó una ceja a lo del regalo de Navidad y dijo. — Yo creo que has dormido bastante bien, especialmente cuando estabas malo. — Se rio y le miró con devoción cuando le dijo lo de Nueva York y dejó un beso en sus labios. — Hay un lugar que me hace especialmente feliz. — Entornó los ojos y cogió su mano. — Uno al que se puede llegar adivinando plantitas, en bicicleta… — Rio y tiró de la mano de Marcus. — Vamos, yo sé que quieres volver al lavadero y al campo de lavandas. Ahora mismo no hay flores, pero la mata huele, y hoy hace un sol precioso, y desde luego, va a haber menos animales por ahí para atormentarte que en Irlanda. — Y así, de la mano, Alice les dirigió hacia el campo de lavandas.
No pudo evitar sonreír cuando vio que las hierbas mediterráneas aguantaban el invierno en las orillas del camino. — Vamos a coger de estas. Al abuelo siempre le vienen bien para hacer las aceitunas. Debe estar a punto de ponerlas a macerar, para tenerlas listas para el verano. — Fue cortando ramitas con la varita, y le hacía cosquillas con ellas en la cara, entre risas, admirando ese rostro divino que tenía bajo la luz del sol. — Cómo te brillan los ojos con la luz. Me había acostumbrado a ese Marcus más oscuro bajo las nubes de Irlanda. — Se reía y le daba besitos, mientras seguían avanzando y parándose a cortar hierbas provenzales. Estaba tan relajada y en paz que, como siempre que estaba así, las ideas empezaron a fluirle. — ¿Cómo de difícil sería una transmutación que captara la esencia de… Esto? Este sol, las plantas, los aromas… — Inspiró y cerró los ojos. — Pero la verdad es que echo de menos la frescura y lo verde de la plantas de Irlanda. Esa esencia también sería importante atraparla… — Se paró y se puso a la altura de Marcus. — ¿Crees que habría una… digamos… caja, en el mundo, capaz de captar la esencia de La Provenza, la de Irlanda, la de una selva china…? — Ató con un hechizo las hierbecitas. — Para que si Cerys quisiera estas hierbas para sus animales, solo tuviera que abrirla, cambiar la esencia y conseguirlas. — Ladeó la sonrisa y movió la cabeza. — Lo sé, lo sé… Es un poco irrealizable, marca Gallia, pero… ¿No sería increíble? — Rio un poco. — Quizá por eso el abuelo no me deja ir a ver a la albináurica, no quiere que le cuente estas ideas peregrinas. — Pateó unas piedrecitas distraídamente y preguntó. — ¿Qué le vas a contar tú? —
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Siseó levemente. Pues sí, el cuadro no parecía el más halagüeño para recabar información, como quiera que fuese que se hacía eso en esa materia. La verdad es que Marcus, con lo mal que llevaba que supieran lo que estaba pensando, no se veía en una consulta de sanador mental. Probablemente le impusiera bastante. La miró. - ¿Quieres que te acompañe? Es decir, yo probablemente no pueda entrar, porque tengáis que estar solas hablando de... lo que haga falta y eso. - Se encogió de hombros. - Pero puedo ir contigo y esperarte fuera y si hace falta que entre para estar contigo o algo... - A ver, Marcus, que no la van a operar, pensó, pero es que era esas situaciones en las que le encantaría quitarle a Alice todo lo que pudiera afectarle y no tenía en su mano hacerlo. Al menos ya llevaba la frustración un poco mejor... por lo menos por fuera.
Puso expresión pilla cuando fue mencionando el lugar. - ¿En bicicleta? No me suena de nada... - Rio. - Mira, jamás pensé que diría esto, pero prefiero volver a montar en bici a que haya animales por allí. Me has comprado con eso, definitivamente. - La tomó de la cintura. - Aunque ¿cómo es eso de que no hay flores? Yo creo que en cuanto tú pases por allí, todo se va a lanzar a florecer. - Cambió la expresión a una cómicamente sorprendida. - ¡Ah, no! Que tú eras un pajarito. Entonces las flores dirán: "¡escondeos, que viene el pajarito Gallia y nos va a picotear a todas!" - Tonteó un rato, riendo y zarandeándola suavemente de la cintura, antes de darse la mano y caminar hasta allí.
Sonrió cuando vio a Alice cogiendo hierbas. - ¿Sabes? Estas Navidades ya he aprendido a hacer las monedas de chocolate de la abuela Molly. ¿Y si le decimos a tu abuelo que nos enseñe cómo se hacen las aceitunas? A mí todo conocimiento me interesa. - Reía a las cosquillas y se hacían moñerías mutuas, como tanto habían echado de menos esos días. - Uh, Irlanda saca mi yo más oscuro. - Dejó una caricia en su rostro. - Tú siempre tienes los ojos de un precioso azul Ravenclaw, más aún cerca del mar, pero eso es algo que tenemos tanto en Irlanda como aquí. Salgo ganando en cuanto a paisaje para ver. - Y entonces, Alice empezó a dejar su creatividad fluir, y era una de las cosas que más le gustaba de ella. - Eso sería fantástico. Poder llevar contigo la esencia de cada recuerdo... En el fondo es lo que hacemos cuando guardamos recuerdos, como tú con la caja, pero si pudiéramos hacerlo... más... ¿tangible? ¿Observable? ¿Mágico? - Arqueó las cejas. - Podría ser nuestra transmutación libre, aunque quizás si la presentamos en la licencia de Hielo nos dicen que nos dan directamente la de Carmesí. - Bromeó, aunque ya estaba fantaseando con un proyecto desmesuradamente ambicioso, como solía hacer él.
Pensó. - Hmmm... Claro que tendría que ser una caja que permitiera a alguien no alquimista cambiar fácilmente las esencias... Alquimia para todos los públicos. La haría más accesible, menos temible y misteriosa. Podría ser un arma de doble filo... pero me gusta. - Aunque le quitaba la exclusividad que a él le encantaba tener, pero bueno, facilitaría mucho la vida a la gente y daría mucho más su ciencia a conocer, y eso le gustaba. Rio. - Sí que es un poco marca Gallia... pero esta Gallia ya me ha demostrado que en el mundo hay muy pocas cosas irrealizables. Yo, contigo, creo en lo que haga falta. - Y dejó un besito en su nariz, con ternura, y volvieron a pasear. La pregunta le puso una mueca pensativa en la boca, y tuvo que meditarla para contestar. - Lo cierto es que... no lo sé. - Vaya respuesta meditada, Marcus. - Es decir... No... No me he visto venir esta cita. Siempre he pensado, en mi cabeza, he imaginado la escena de estar hablando con alquimistas de prestigio y... Ya sabes que yo con eso no tengo problema, me suelo crecer ante esas cosas. Incluso en el examen, que me estaba jugando la licencia, lo hice. Pero es una albináurica. No tengo ni idea de qué hacen, de por qué son un colectivo aparte dentro de la alquimia, son muy criticados, están como dados de lado... No me he informado lo suficiente, y algo me dice que ella va a ser... como decirlo... - Se lo pensó, para acabar diciendo. - Rara. - Se encogió de hombros. - Así que no tengo ni idea de a lo que me enfrento, y ya sabes que no llevo bien planificar algo de lo que no sé nada. Creo que va a ser más inteligente... dejarme inspirar por lo que vea y que ella me hable. Le preguntaré... por su escuela profesional. Quizás de ahí saque una inspiración que pueda combinar con la alquimia reglada. Porque como me pregunte qué hago allí... no creo que "me ha mandado mi abuelo" sea la respuesta que un alquimista que pretende ser de renombre tenga que dar, ciertamente. -
Puso expresión pilla cuando fue mencionando el lugar. - ¿En bicicleta? No me suena de nada... - Rio. - Mira, jamás pensé que diría esto, pero prefiero volver a montar en bici a que haya animales por allí. Me has comprado con eso, definitivamente. - La tomó de la cintura. - Aunque ¿cómo es eso de que no hay flores? Yo creo que en cuanto tú pases por allí, todo se va a lanzar a florecer. - Cambió la expresión a una cómicamente sorprendida. - ¡Ah, no! Que tú eras un pajarito. Entonces las flores dirán: "¡escondeos, que viene el pajarito Gallia y nos va a picotear a todas!" - Tonteó un rato, riendo y zarandeándola suavemente de la cintura, antes de darse la mano y caminar hasta allí.
Sonrió cuando vio a Alice cogiendo hierbas. - ¿Sabes? Estas Navidades ya he aprendido a hacer las monedas de chocolate de la abuela Molly. ¿Y si le decimos a tu abuelo que nos enseñe cómo se hacen las aceitunas? A mí todo conocimiento me interesa. - Reía a las cosquillas y se hacían moñerías mutuas, como tanto habían echado de menos esos días. - Uh, Irlanda saca mi yo más oscuro. - Dejó una caricia en su rostro. - Tú siempre tienes los ojos de un precioso azul Ravenclaw, más aún cerca del mar, pero eso es algo que tenemos tanto en Irlanda como aquí. Salgo ganando en cuanto a paisaje para ver. - Y entonces, Alice empezó a dejar su creatividad fluir, y era una de las cosas que más le gustaba de ella. - Eso sería fantástico. Poder llevar contigo la esencia de cada recuerdo... En el fondo es lo que hacemos cuando guardamos recuerdos, como tú con la caja, pero si pudiéramos hacerlo... más... ¿tangible? ¿Observable? ¿Mágico? - Arqueó las cejas. - Podría ser nuestra transmutación libre, aunque quizás si la presentamos en la licencia de Hielo nos dicen que nos dan directamente la de Carmesí. - Bromeó, aunque ya estaba fantaseando con un proyecto desmesuradamente ambicioso, como solía hacer él.
Pensó. - Hmmm... Claro que tendría que ser una caja que permitiera a alguien no alquimista cambiar fácilmente las esencias... Alquimia para todos los públicos. La haría más accesible, menos temible y misteriosa. Podría ser un arma de doble filo... pero me gusta. - Aunque le quitaba la exclusividad que a él le encantaba tener, pero bueno, facilitaría mucho la vida a la gente y daría mucho más su ciencia a conocer, y eso le gustaba. Rio. - Sí que es un poco marca Gallia... pero esta Gallia ya me ha demostrado que en el mundo hay muy pocas cosas irrealizables. Yo, contigo, creo en lo que haga falta. - Y dejó un besito en su nariz, con ternura, y volvieron a pasear. La pregunta le puso una mueca pensativa en la boca, y tuvo que meditarla para contestar. - Lo cierto es que... no lo sé. - Vaya respuesta meditada, Marcus. - Es decir... No... No me he visto venir esta cita. Siempre he pensado, en mi cabeza, he imaginado la escena de estar hablando con alquimistas de prestigio y... Ya sabes que yo con eso no tengo problema, me suelo crecer ante esas cosas. Incluso en el examen, que me estaba jugando la licencia, lo hice. Pero es una albináurica. No tengo ni idea de qué hacen, de por qué son un colectivo aparte dentro de la alquimia, son muy criticados, están como dados de lado... No me he informado lo suficiente, y algo me dice que ella va a ser... como decirlo... - Se lo pensó, para acabar diciendo. - Rara. - Se encogió de hombros. - Así que no tengo ni idea de a lo que me enfrento, y ya sabes que no llevo bien planificar algo de lo que no sé nada. Creo que va a ser más inteligente... dejarme inspirar por lo que vea y que ella me hable. Le preguntaré... por su escuela profesional. Quizás de ahí saque una inspiración que pueda combinar con la alquimia reglada. Porque como me pregunte qué hago allí... no creo que "me ha mandado mi abuelo" sea la respuesta que un alquimista que pretende ser de renombre tenga que dar, ciertamente. -
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La fortuna Con Marcus | En Saint-Tropez | 29 de diciembre de 2002 |
Asintió contenta a lo de su abuelo. — Tú mismo. Casi nunca le hacen caso al pobre, así que estará encantado de contárselo a alguien. Mira, puedes hacerlo con Dylan también, así no estará simplemente asalvajado como le dejan estar aquí. — Rio y le miró. — A ver tú y yo también estábamos asalvajados aquí, y sin mucha vigilancia, pero de otra manera. No dejábamos de leer. — Se rio de su propio argumento. — A veces demasiado. Ciertos poemas. — Dijo picándole en las costillas entre risas.
Escuchó a su novio hablar de aquella caja que ahora iba a vivir en su cabeza esperando a ser realizada de alguna forma y exclamó. — ¡Exacto! Así. Pero no siendo “solo” para los recuerdos, sino siendo útil, logrando que la gente de Irlanda tenga algo que puede llegar a necesitar con cierta urgencia. Y si tuvieras varias, podrías tener varios climas y… — Suspiró. — Recuerdo la primera vez que vi las campanas climáticas de tu abuelo, cómo pensé en la de utilidades que eso tendría… — Le apretó la mano y amplió su sonrisa. — Sin tu apoyo nunca me habría creído capaz de hacer cosas así con alquimia, la verdad. — Y dejó un beso en su mano antes de reírse de los aires de grandeza de su novio. — Claro, para que la rubia esa te persiga por toda la faz de la tierra porque te han dado todos los rangos de golpe y ella sigue en Plata. —
Ciertamente, era difícil acercarse a la filosofía albináurica. — Me recuerda un poco a lo que hablaban los cátaros en el castillo, ¿recuerdas? Pero yo tampoco sé muy bien a qué se dedican, y lo que más me extraña es que haya sido el abuelo el que te ha mandado a verla, porque eso quiere decir que la conoce lo suficiente como para decir “oye, que va de mi parte”. — Estaba muerta de curiosidad. Notaba como su cerebro empezaba a teorizar con lo que esa mujer podía enseñarle a Marcus. — ¿Escuela? ¿Tienen una escuela? Realmente nos falta mucha información de esa gente. La impresión que me habían dado era más de… Secta. Pero a juzgar por lo limitante que puede ser la información en el mundo de la alquimia profesional, una no puede evitar preguntarse si la secta somos nosotros, porque resulta que todo lo que intentamos conocer es desconocido. — Ella sola se paró y se rio, mirando a Marcus de reojo. — Y supongo que ahí está la razón por la que el abuelo prefiere que yo no vaya. Soy demasiado heterodoxa, me desvío del camino con mucha facilidad. — Y dicho aquello, tiró de Marcus y lo metió por medio del campo de lavandas entre risas.
Aquel lugar le traía tan buenos recuerdos que sentía que no caminaba, sino que volaba entre las plantas, hasta que llegaron a la zona del lavadero, y se llevó a Marcus a la parte de la pared, donde aquel día de verano se echaron a leer. Como no tenía ya tanto frío como para el que venía abrigada, echó su chaquetón al suelo y se sentaron sobre él, Marcus sentado entre sus piernas, con la espalda en su pecho, y ella aprovechando la postura para dejar besitos en su cuello y sus mejillas y acariciar sus rizos. — ¿Sabes? En Nueva York oí mucho la palabra “fortuna”, refiriéndose, por supuesto, al dinero de Bethany Levinson. Pero yo no sentía que esa fortuna y sentirse afortunada tuvieran que ver. Más bien al contrario. — Llenó el pecho de aire y perdió la vista en el campo de lavandas. Desde ahí se adivinaba al final el laboratorio estatal, y era una de las vistas más bonitas que había tenido en su vida. — Mi fortuna es esto. Y quiero que lo sea para siempre. Tú, yo, la alquimia, las plantas… La Provenza. — Dejó un beso en su sien. — Sois mi fortuna. —
Escuchó a su novio hablar de aquella caja que ahora iba a vivir en su cabeza esperando a ser realizada de alguna forma y exclamó. — ¡Exacto! Así. Pero no siendo “solo” para los recuerdos, sino siendo útil, logrando que la gente de Irlanda tenga algo que puede llegar a necesitar con cierta urgencia. Y si tuvieras varias, podrías tener varios climas y… — Suspiró. — Recuerdo la primera vez que vi las campanas climáticas de tu abuelo, cómo pensé en la de utilidades que eso tendría… — Le apretó la mano y amplió su sonrisa. — Sin tu apoyo nunca me habría creído capaz de hacer cosas así con alquimia, la verdad. — Y dejó un beso en su mano antes de reírse de los aires de grandeza de su novio. — Claro, para que la rubia esa te persiga por toda la faz de la tierra porque te han dado todos los rangos de golpe y ella sigue en Plata. —
Ciertamente, era difícil acercarse a la filosofía albináurica. — Me recuerda un poco a lo que hablaban los cátaros en el castillo, ¿recuerdas? Pero yo tampoco sé muy bien a qué se dedican, y lo que más me extraña es que haya sido el abuelo el que te ha mandado a verla, porque eso quiere decir que la conoce lo suficiente como para decir “oye, que va de mi parte”. — Estaba muerta de curiosidad. Notaba como su cerebro empezaba a teorizar con lo que esa mujer podía enseñarle a Marcus. — ¿Escuela? ¿Tienen una escuela? Realmente nos falta mucha información de esa gente. La impresión que me habían dado era más de… Secta. Pero a juzgar por lo limitante que puede ser la información en el mundo de la alquimia profesional, una no puede evitar preguntarse si la secta somos nosotros, porque resulta que todo lo que intentamos conocer es desconocido. — Ella sola se paró y se rio, mirando a Marcus de reojo. — Y supongo que ahí está la razón por la que el abuelo prefiere que yo no vaya. Soy demasiado heterodoxa, me desvío del camino con mucha facilidad. — Y dicho aquello, tiró de Marcus y lo metió por medio del campo de lavandas entre risas.
Aquel lugar le traía tan buenos recuerdos que sentía que no caminaba, sino que volaba entre las plantas, hasta que llegaron a la zona del lavadero, y se llevó a Marcus a la parte de la pared, donde aquel día de verano se echaron a leer. Como no tenía ya tanto frío como para el que venía abrigada, echó su chaquetón al suelo y se sentaron sobre él, Marcus sentado entre sus piernas, con la espalda en su pecho, y ella aprovechando la postura para dejar besitos en su cuello y sus mejillas y acariciar sus rizos. — ¿Sabes? En Nueva York oí mucho la palabra “fortuna”, refiriéndose, por supuesto, al dinero de Bethany Levinson. Pero yo no sentía que esa fortuna y sentirse afortunada tuvieran que ver. Más bien al contrario. — Llenó el pecho de aire y perdió la vista en el campo de lavandas. Desde ahí se adivinaba al final el laboratorio estatal, y era una de las vistas más bonitas que había tenido en su vida. — Mi fortuna es esto. Y quiero que lo sea para siempre. Tú, yo, la alquimia, las plantas… La Provenza. — Dejó un beso en su sien. — Sois mi fortuna. —
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La fortuna Con Alice | En Saint-Tropez | 29 de diciembre de 2002 |
Se llevó una mano al pecho. - ¿Yo asalvajado? Habla por ti, señorita montar en bicicleta. Señorita trepar a los árboles. Señorita echar agua inmisericordemente a tu amigo que va inmaculadamente vestido. - Devolvió el pique, haciendo él también cosquillas a ella. - Y yo leía divulgación, tú me metiste en ese mundo de los poemas. - Chinchó, aunque se acercó a ella y susurró. - Aunque de eso no me quejo. - Y de lo otro tampoco, honestamente.
- Esas campanas climáticas son lo mejor. Nosotros también tendremos en nuestro taller. - Aseguró ilusionado, y la miró con ternura cuando habló de su apoyo. - Tú haces que yo vuele aún más alto. Es un perfecto trabajo en equipo. - Aunque a lo siguiente rodó los ojos. - Ni me hables de ella. Si se siente interpelada porque yo saque un diez y ella suspenda, que estudie más. ¡Tsé! Lo que hay que aguantar. Algunas se creen que con el apellido se llega a todas partes. ¡Algunas que enarbolan tanto el apellido, cuando no les sale, se creen que es que uno ha usado el suyo! Ahora resulta que yo uso el O'Donnell, o el Horner, pero ella no usa el Gaunt, o cualquiera que sea el de la madre, que apuesto lo que quieras a que es otra de esas familias puristas. Espero no volver a encontrármela. Que se dedique a otra cosa, no conviene hacer alquimia tan indignadita. - Como le tiraran de la lengua con ese tema podría no parar nunca, pero es que después del shock inicial tras el examen, le había subido la indignación. ¿Cómo se podía tener tan mala sangre y tanta envidia? En fin.
Pensó, con el ceño fruncido. - Sí que es raro que mi abuelo tenga esa confianza con una albináurica... - Se encogió de hombros. - Aunque conoce a tantísima gente que ni me extrañó de inicio... Pero es verdad que con lo reglado que es él... - Lo dicho: no saldría de dudas hasta que no fuera, y casi que prefería no darle más vueltas, porque solo podía confundirse más. Si bien tuvo que señalar y asentir al comentario de Alice. - ¡Secta! Yo también lo pensaba, por eso no les prestaba mucha atención. ¿Pero va mi abuelo a mandarme a conocer a una alquimista que pertenece a una secta? - Rio sarcástico y alzó las palmas. - ¡Bueno! Nuestra alquimia es reglada. Eso no es ser una secta. - Tocarle a Marcus la normativa vigente no era buena idea. Esperaba que la albináurica no le saliera también por ahí.
Tumbado apoyado en Alice en esa hierba que tan buenos recuerdos le traía se permitió cerrar los ojos, sonreír y dejarse acariciar, como si estuviera en el paraíso. La reflexión de Alice amplió su sonrisa aún más. Abrió los ojos cuando terminó, mirándola. - Es que esta es la verdadera fortuna. - Se incorporó para acercar su rostro al de ella. - Tú eres mi fortuna. Todo lo que tenemos, lo que hemos construido y lo que nos queda por construir. La capacidad que tenemos de volar juntos y de imaginar lo inimaginable... Simplemente pasear por un campo cambiando el mundo, y saber que podemos al menos intentarlo, y disfrutar del camino. Esa es mi fortuna. Nuestra fortuna. - Y ya sí, se deleitó en besarla, en la soledad y la tranquilidad de aquel lugar, que tanto habían anhelado en Irlanda.
- Esas campanas climáticas son lo mejor. Nosotros también tendremos en nuestro taller. - Aseguró ilusionado, y la miró con ternura cuando habló de su apoyo. - Tú haces que yo vuele aún más alto. Es un perfecto trabajo en equipo. - Aunque a lo siguiente rodó los ojos. - Ni me hables de ella. Si se siente interpelada porque yo saque un diez y ella suspenda, que estudie más. ¡Tsé! Lo que hay que aguantar. Algunas se creen que con el apellido se llega a todas partes. ¡Algunas que enarbolan tanto el apellido, cuando no les sale, se creen que es que uno ha usado el suyo! Ahora resulta que yo uso el O'Donnell, o el Horner, pero ella no usa el Gaunt, o cualquiera que sea el de la madre, que apuesto lo que quieras a que es otra de esas familias puristas. Espero no volver a encontrármela. Que se dedique a otra cosa, no conviene hacer alquimia tan indignadita. - Como le tiraran de la lengua con ese tema podría no parar nunca, pero es que después del shock inicial tras el examen, le había subido la indignación. ¿Cómo se podía tener tan mala sangre y tanta envidia? En fin.
Pensó, con el ceño fruncido. - Sí que es raro que mi abuelo tenga esa confianza con una albináurica... - Se encogió de hombros. - Aunque conoce a tantísima gente que ni me extrañó de inicio... Pero es verdad que con lo reglado que es él... - Lo dicho: no saldría de dudas hasta que no fuera, y casi que prefería no darle más vueltas, porque solo podía confundirse más. Si bien tuvo que señalar y asentir al comentario de Alice. - ¡Secta! Yo también lo pensaba, por eso no les prestaba mucha atención. ¿Pero va mi abuelo a mandarme a conocer a una alquimista que pertenece a una secta? - Rio sarcástico y alzó las palmas. - ¡Bueno! Nuestra alquimia es reglada. Eso no es ser una secta. - Tocarle a Marcus la normativa vigente no era buena idea. Esperaba que la albináurica no le saliera también por ahí.
Tumbado apoyado en Alice en esa hierba que tan buenos recuerdos le traía se permitió cerrar los ojos, sonreír y dejarse acariciar, como si estuviera en el paraíso. La reflexión de Alice amplió su sonrisa aún más. Abrió los ojos cuando terminó, mirándola. - Es que esta es la verdadera fortuna. - Se incorporó para acercar su rostro al de ella. - Tú eres mi fortuna. Todo lo que tenemos, lo que hemos construido y lo que nos queda por construir. La capacidad que tenemos de volar juntos y de imaginar lo inimaginable... Simplemente pasear por un campo cambiando el mundo, y saber que podemos al menos intentarlo, y disfrutar del camino. Esa es mi fortuna. Nuestra fortuna. - Y ya sí, se deleitó en besarla, en la soledad y la tranquilidad de aquel lugar, que tanto habían anhelado en Irlanda.
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La fortuna Con Marcus | En Saint-Tropez | 29 de diciembre de 2002 |
Cómo estaría su novio de cariñoso y necesitado de intimidad con ella, que ni se enfadó cuando insinuó lo de la secta. Pero es que ya relativizaba todo. Lo que nunca relativizaría serían esos momentos, esa paz, ese sol, la cercanía, y esas palabras de Marcus. Sonrió a lo de la fortuna. Rio un poco, sabedora de su regalo misterioso, y rozó su nariz con la del chico. — No tienes tú idea de todo lo que nos queda por construir. — Y entre risas, le besó. Pero el resto de sus palabras hicieron que el estómago le saltara y los ojos se le humedecieran. — Oh, mi amor… — Acarició sus mejillas, con amor, y, a falta de mejores palabras se entregó a sus besos.
Algo tenía aquel lugar que les revolucionaba. Obviamente, la última semana había sido una auténtica locura, pero es que aquel campo, el lavadero y todo lo demás siempre les había despertado algo, les arrojaba a los brazos del otro y a buscarse, acariciarse y besarse. Le rodeó con los brazos y las piernas y lo pegó a ella. En un punto, entre besos, se separó lo justo para susurrar. — ¿Cómo es que siempre consigo llevarme al prefecto O’Donnell al suelo? — Y tiró de él sobre ella y el abrigo. A ver, les estaban esperando en casa, era plena tarde (aunque en un par de horas sería de noche, porque así era el invierno) pero necesitaba disfrutar un momento de esos instantes en los que solo estaban Marcus y ella.
Levantó la mano, acariciando su mejilla y se rio al recordar. — ¿Te acuerdas de cuando le di muchísimo infierno a André para que me llevara a tu casa como por estas fechas? Tú y yo teníamos un reto del milenio que cumplir. — Rio de nuevo y volvió a besarle lentamente. — Toda mi esperanza era acabar así. — Negó con la cabeza. — Y míranos ahora. Alquimistas, mayores de edad, y seguimos teniendo que escaparnos al campo de lavandas… — Volvió a apretarle contra ella, agarrándose a sus rizos, como le encantaba hacer. — ¿Voy a seguir gustándote tanto cuando me tengas a tiro en una playa paradisíaca del Caribe? —
Algo tenía aquel lugar que les revolucionaba. Obviamente, la última semana había sido una auténtica locura, pero es que aquel campo, el lavadero y todo lo demás siempre les había despertado algo, les arrojaba a los brazos del otro y a buscarse, acariciarse y besarse. Le rodeó con los brazos y las piernas y lo pegó a ella. En un punto, entre besos, se separó lo justo para susurrar. — ¿Cómo es que siempre consigo llevarme al prefecto O’Donnell al suelo? — Y tiró de él sobre ella y el abrigo. A ver, les estaban esperando en casa, era plena tarde (aunque en un par de horas sería de noche, porque así era el invierno) pero necesitaba disfrutar un momento de esos instantes en los que solo estaban Marcus y ella.
Levantó la mano, acariciando su mejilla y se rio al recordar. — ¿Te acuerdas de cuando le di muchísimo infierno a André para que me llevara a tu casa como por estas fechas? Tú y yo teníamos un reto del milenio que cumplir. — Rio de nuevo y volvió a besarle lentamente. — Toda mi esperanza era acabar así. — Negó con la cabeza. — Y míranos ahora. Alquimistas, mayores de edad, y seguimos teniendo que escaparnos al campo de lavandas… — Volvió a apretarle contra ella, agarrándose a sus rizos, como le encantaba hacer. — ¿Voy a seguir gustándote tanto cuando me tengas a tiro en una playa paradisíaca del Caribe? —
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Aquel lugar era especial, sacaba sus instintos a relucir, como aquellas primeras veces que se escaparon para robarse unos besos. Esta vez, además, después de tan poco tiempo a solas y tanto jaleo familiar, aquello fue como un oasis en mitad del desierto. Rio levemente a su comentario. - Yo también me lo pregunto... Ya he dejado de pelear contra ello. - La besó de nuevo y se separó para susurrar. - Porque en el fondo me encanta. - Volvió a besarla, y a añadir, jocoso. - Y ya sabemos aquí el prefecto O'Donnell no está de servicio. - Y volvió a los besos, con una sonrisa.
Ni el prefecto O'Donnell ni Marcus en general estaban de servicio, porque claramente se le estaba yendo el santo al cielo. Pero es que la echaba tanto de menos... - Como para no acordarme. - Comentó entre risas, y acariciando su mejilla, dijo. - Mi pajarito cantor. - A lo siguiente soltó un gruñido entre los besos. - No me hagas frustrarme justo ahora, Gallia. Qué tristeza. Y yo que veía el mundo a nuestros pies cuando saliéramos de Hogwarts. - Dramatizó, aunque riendo de nuevo, y luego la miró a los ojos. - Pero pagaría todo el oro del mundo por seguir pudiendo escaparme contigo. Al campo o a donde sea. - La besó brevemente y añadió. - Aunque preferiblemente por elección, no por obligación. - Siguieron besándose.
Eso sí, la siguiente frase le arrancó una carcajada sarcástica, y la miró con una ceja arqueada. - Me vas a gustar aún más. - Rozó su nariz con la de ella y dijo. - No me hagas decirte los planes que tengo para cuando llegue ese momento... - Siguieron un buen rato más entre besos, más apasionados. - ¿Y tú? ¿Te hartarás de mí? ¿Perderá la gracia tener tan accesible al prefecto aburrido, sin meterlo en un lío ni ponerle de los nervios? - Chistó. - Espero que no... Entra en conflicto con dichos planes. -
Ni el prefecto O'Donnell ni Marcus en general estaban de servicio, porque claramente se le estaba yendo el santo al cielo. Pero es que la echaba tanto de menos... - Como para no acordarme. - Comentó entre risas, y acariciando su mejilla, dijo. - Mi pajarito cantor. - A lo siguiente soltó un gruñido entre los besos. - No me hagas frustrarme justo ahora, Gallia. Qué tristeza. Y yo que veía el mundo a nuestros pies cuando saliéramos de Hogwarts. - Dramatizó, aunque riendo de nuevo, y luego la miró a los ojos. - Pero pagaría todo el oro del mundo por seguir pudiendo escaparme contigo. Al campo o a donde sea. - La besó brevemente y añadió. - Aunque preferiblemente por elección, no por obligación. - Siguieron besándose.
Eso sí, la siguiente frase le arrancó una carcajada sarcástica, y la miró con una ceja arqueada. - Me vas a gustar aún más. - Rozó su nariz con la de ella y dijo. - No me hagas decirte los planes que tengo para cuando llegue ese momento... - Siguieron un buen rato más entre besos, más apasionados. - ¿Y tú? ¿Te hartarás de mí? ¿Perderá la gracia tener tan accesible al prefecto aburrido, sin meterlo en un lío ni ponerle de los nervios? - Chistó. - Espero que no... Entra en conflicto con dichos planes. -
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La fortuna Con Marcus | En Saint-Tropez | 29 de diciembre de 2002 |
Se estaba enredando y se daba cuenta, pero es que no pararle los pies a Marcus y no pararse a sí misma, era demasiado tentador. Total, estaban en medio del campo, era invierno, y no se oía ni un alma, ¿hacía cuánto que no tenían eso? Se rio a lo de escaparse, pero su mente ya se estaba nublado demasiado para responder con la mente fría. De hecho, ninguna parte de ella estaba fría ya.
Fue decir lo de los planes y sintió un escalofrío que la recorrió entera, y luego una oleada de calor que le venía de dentro. Oh, la voz de Marcus, en realidad podría convencerla de lo que quisiera, cómo le gustaba aquella voz. Pero empezaba a írsele de las manos, y ya no era el verano entre quinto y sexto, pleno verano y tenía que aprovechar cada momento que tuviera a Marcus a tiro. Así que le mordió muy suavemente el labio inferior y susurró. — Pues ya que te queda esa duda… — Giró al chico para que acabara de espaldas contra el suelo y se puso sobre él, entrelazando sus manos. — Pienso sacarte de este lío marca desastre Gallia en el que te he metido y te voy a dejar que me hagas… dichos planes, esta noche, en una camita, ahora que por fin nos hemos ganado una. — Dejó un piquito sobre sus labios. — A ver, mi amor, que sé con quién me he comprometido de por vida. Y empieza a hacer frío. Ya que por fin vamos a tener nuestro momento después de tantos días, mejor que sea en un entorno más cómodo. — Volvió a inclinarse para besarle. — Pero agárrate a ese pensamiento del Caribe y tus planes. Me ha gustado. — Y ya sí se levantó y le ayudó a levantarse a él también.
Como ya se conocían el percal, se chequearon el uno al otro para limpiarse hojitas, hierbitas y cualquier minusculez que su tía Violet pudiera utilizar en su contra y se aparecieron directamente en la casa. Allí empezaba a correr un viento frío de la costa que no se parecía a las brisitas de verano, aunque no tenía nada que hacer con el de Irlanda, desde luego. No obstante, de la casa salía humo de la chimenea y un olor que reconoció al instante. — ¡Oh! Están haciendo ratatouille para cenar. No es Navidad si no hay ratatouille… — Dijo contenta, entrando del brazo de su novio.
La casa de Saint-Tropez se ponía muy bonita en Navidad, a Alice le traía recuerdos preciosos, y la última vez que estuvo allí en Navidad… Mejor olvidarla, así que le venía muy bien hacer nuevos recuerdos, y más cuando visualizó a los O’Donnell, sonrientes, incluso Emma, con su tata, Erin, y sus tíos. — ¡Pero bueno! ¡Si son los alquimistas de Piedra! — ¡Hola, tío Marc! ¡Joyeux Noël! — El hombre la estrechó entre sus brazos. — Eres un orgullo para los Gallia, Alice, es increíble lo que has conseguido. — Se separó y rio. — Bueno y feliz Navidad, claro. — Luego se dirigió a Marcus y ella abrazó a Susanne. — Eres una campeona. Solo con esto ya nos tienes a todos impresionados. Tienes que contarnos todo de Irlanda. — Asintió y se acercó a los sofás. Claro, también estaba allí su padre, al lado del árbol de Navidad, con su hermano. Dylan la estaba mirando con una gran sonrisa y ojos brillantes de ilusión, así que se acercó a su padre y le dio un beso. — Hola, papá. Feliz Navidad. — Hola, pajarito. Qué guapa estás, qué bien te sienta Irlanda. — Más gorda es lo que estoy. Qué cantidad de comida me he echado encima estas fiestas. — Emma se rio y la picó en una costilla. — No pasa nada tampoco, se te ve más repuesta. — Uhhhh aquí cuando te dicen lo de repuesta, mal asunto. — Dijo Susanne. Ya iba ella a alejarse, cuando su hermano exclamó. — ¡Hermana! ¡Tenemos que abrir nuestros regalos! ¡Y tú darle al colega el suyo! — Tomó aire, pero asintió con una sonrisa. — ¡Cierto! ¿Y mis primos? — Están en una cena con los de Beauxbatons, si no se les alarga el asunto, igual hasta les ves, pero ya les conoces… — Contestó su tío. Pues nada. Al lío con los regalos, y al menos pensaría en la felicidad que le daría a su novio cuando viera el suyo.
Fue decir lo de los planes y sintió un escalofrío que la recorrió entera, y luego una oleada de calor que le venía de dentro. Oh, la voz de Marcus, en realidad podría convencerla de lo que quisiera, cómo le gustaba aquella voz. Pero empezaba a írsele de las manos, y ya no era el verano entre quinto y sexto, pleno verano y tenía que aprovechar cada momento que tuviera a Marcus a tiro. Así que le mordió muy suavemente el labio inferior y susurró. — Pues ya que te queda esa duda… — Giró al chico para que acabara de espaldas contra el suelo y se puso sobre él, entrelazando sus manos. — Pienso sacarte de este lío marca desastre Gallia en el que te he metido y te voy a dejar que me hagas… dichos planes, esta noche, en una camita, ahora que por fin nos hemos ganado una. — Dejó un piquito sobre sus labios. — A ver, mi amor, que sé con quién me he comprometido de por vida. Y empieza a hacer frío. Ya que por fin vamos a tener nuestro momento después de tantos días, mejor que sea en un entorno más cómodo. — Volvió a inclinarse para besarle. — Pero agárrate a ese pensamiento del Caribe y tus planes. Me ha gustado. — Y ya sí se levantó y le ayudó a levantarse a él también.
Como ya se conocían el percal, se chequearon el uno al otro para limpiarse hojitas, hierbitas y cualquier minusculez que su tía Violet pudiera utilizar en su contra y se aparecieron directamente en la casa. Allí empezaba a correr un viento frío de la costa que no se parecía a las brisitas de verano, aunque no tenía nada que hacer con el de Irlanda, desde luego. No obstante, de la casa salía humo de la chimenea y un olor que reconoció al instante. — ¡Oh! Están haciendo ratatouille para cenar. No es Navidad si no hay ratatouille… — Dijo contenta, entrando del brazo de su novio.
La casa de Saint-Tropez se ponía muy bonita en Navidad, a Alice le traía recuerdos preciosos, y la última vez que estuvo allí en Navidad… Mejor olvidarla, así que le venía muy bien hacer nuevos recuerdos, y más cuando visualizó a los O’Donnell, sonrientes, incluso Emma, con su tata, Erin, y sus tíos. — ¡Pero bueno! ¡Si son los alquimistas de Piedra! — ¡Hola, tío Marc! ¡Joyeux Noël! — El hombre la estrechó entre sus brazos. — Eres un orgullo para los Gallia, Alice, es increíble lo que has conseguido. — Se separó y rio. — Bueno y feliz Navidad, claro. — Luego se dirigió a Marcus y ella abrazó a Susanne. — Eres una campeona. Solo con esto ya nos tienes a todos impresionados. Tienes que contarnos todo de Irlanda. — Asintió y se acercó a los sofás. Claro, también estaba allí su padre, al lado del árbol de Navidad, con su hermano. Dylan la estaba mirando con una gran sonrisa y ojos brillantes de ilusión, así que se acercó a su padre y le dio un beso. — Hola, papá. Feliz Navidad. — Hola, pajarito. Qué guapa estás, qué bien te sienta Irlanda. — Más gorda es lo que estoy. Qué cantidad de comida me he echado encima estas fiestas. — Emma se rio y la picó en una costilla. — No pasa nada tampoco, se te ve más repuesta. — Uhhhh aquí cuando te dicen lo de repuesta, mal asunto. — Dijo Susanne. Ya iba ella a alejarse, cuando su hermano exclamó. — ¡Hermana! ¡Tenemos que abrir nuestros regalos! ¡Y tú darle al colega el suyo! — Tomó aire, pero asintió con una sonrisa. — ¡Cierto! ¿Y mis primos? — Están en una cena con los de Beauxbatons, si no se les alarga el asunto, igual hasta les ves, pero ya les conoces… — Contestó su tío. Pues nada. Al lío con los regalos, y al menos pensaría en la felicidad que le daría a su novio cuando viera el suyo.
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La fortuna Con Alice | En Saint-Tropez | 29 de diciembre de 2002 |
Ni el hecho de que el campo estuviera mucho menos frondoso de lo que estaba en verano, ni el frío, ni el saber que toda la familia estaba esperándoles, estaba persuadiéndole de no fantasear con lo que podía ocurrir en breves instantes si seguían con el tonteo. Había necesitado demasiado estar a solas con su novia, así que cuando le puso de espaldas en el suelo se mordió el labio, mirándola con una sonrisilla pilla, aventurando lo que se avecinaba... Pero Alice cambió de planes. Se le debió poner cara de pena instantánea. - Ni al Caribe has esperado para abandonarme por estar tan accesible... - Dramatizó. Se acercó a ella y susurró, tentativo. - Parece que se han girado las tornas: la díscola Gallia buscando camitas cómodas, y el prefecto que se quedaría aquí enredado con ella por tiempo indefinido... - Se retiró, chasqueando la lengua. - Cómo es la vida... Pero me apunto lo de los planes. -
Tras el necesario chequeo, se aparecieron en la casa, e instantáneamente cerró los ojos y lanzó un sonido de gusto. - Ratatouille. Estoy deseando probarlo, sonaba a algo delicioso cuando me lo contabas. - Nunca había llegado a comerlo en Navidad, iba a ser la primera vez que participara directamente de esa tradición, y lo estaba deseando. Nada más cruzar el umbral detectó a Marc y Susanne, a quienes saludó con alegría. - ¡Feliz Navidad! - ¡Feliz Navidad, cielo! ¿Listo para una Navidad a la provenzal? Normalmente vienes cuando hace calorcito, no habías conocido La Provenza con frío. - Tranquila, vengo de Irlanda, esto sigue siendo calorcito. - Rio junto a la mujer, saludando al hombre justo después. Pero fue saludar a Marc y vio a alguien más.
Tragó saliva y buscó a Arnold con la mirada, quien automáticamente parecía haberla querido cruzar también con él. Sí, estaban todos tensos por la reacción de Alice con su padre y viceversa, pero estaba haciendo grandes esfuerzos por aparentar normalidad y que ella no lo notara. Afortunadamente, todo fue bastante cordial e incluso con un toque divertido. Se acercó entonces él. - Hola, William. Feliz Navidad. - El hombre le miró emocionado y le extendió los brazos, así que le abrazó. - Feliz Navidad, hijo. Me hace muy feliz teneros aquí. - Le dijo en el abrazo, y a Marcus se le cayó el alma a los pies. William era uno de sus puntos débiles. Cuando se separó, de hecho, Dylan le estaba mirando con los ojos brillantes. - ¡Oh, regalos! - Exclamó, tratando de disipar la emoción contenida y dando una palmada en el aire. - Empezamos nosotros. - Se ofreció Arnold, y Marcus puso una mueca sorprendida muy exagerada. - ¡Os habéis colado! - ¿Colado? Da gracias a que os hemos esperado por cortesía, amantes paseantes. - Le sacó la lengua a su padre, que le había contestado mientras rebuscaba en sus pertenencias, y justo se giraba con una cesta enorme que generó exclamaciones colectivas. Emma suspiró. - Nada, y no la plegó para traerla... - ¡Que se iba a romper toda, cariño! Y es una pena. ¡Bueno! Cortesía de los O'Donnell de Irlanda, un regalo colectivo de la familia para la familia. - ¡¡Las monedas de la abuela Molly!! - Exclamó Dylan, y los presentes se arremolinaron en torno a la enorme cesta de viandas irlandesas, que traía desde quesos y mermeladas, hasta pasteles de carne y dulces varios. - ¡Qué detalle, Arnold! - Exclamó Susanne, feliz. - Dale las gracias a tu familia de nuestra parte. Vaya festín nos vamos a dar. - Y tras varias risas y comentarios sobre las cosas, Dylan dio un salto, emocionado, y dijo. - ¡¡Voy a por los míos!! - ¿Los tuyos? - Preguntó William. El niño, corriendo de espaldas, respondió sonriente. - ¡Claro! No voy solo a recibir ¿no? Tenía que hacer regalos este año, pero quería que la hermana estuviera. - Dicho lo cual, se perdió escaleras arriba. Todos se quedaron con sonrisas residuales... pero también en un silencio tenso. Marcus se mojó los labios. - Nosotros... - Empezó, mirando a Alice. - ...Tenemos los nuestros también en el baúl ¿no? - Ya está en vuestro cuarto. Por si queréis aprovechar para ir a por ellos. - Reaccionó Arnold a continuación, claramente para facilitarle las cosas. Miró a Alice y dijo. - ¿Vamos a por ellos? - Y al menos, en lo que subían y bajaban, se preparaban mentalmente para el momento.
Tras el necesario chequeo, se aparecieron en la casa, e instantáneamente cerró los ojos y lanzó un sonido de gusto. - Ratatouille. Estoy deseando probarlo, sonaba a algo delicioso cuando me lo contabas. - Nunca había llegado a comerlo en Navidad, iba a ser la primera vez que participara directamente de esa tradición, y lo estaba deseando. Nada más cruzar el umbral detectó a Marc y Susanne, a quienes saludó con alegría. - ¡Feliz Navidad! - ¡Feliz Navidad, cielo! ¿Listo para una Navidad a la provenzal? Normalmente vienes cuando hace calorcito, no habías conocido La Provenza con frío. - Tranquila, vengo de Irlanda, esto sigue siendo calorcito. - Rio junto a la mujer, saludando al hombre justo después. Pero fue saludar a Marc y vio a alguien más.
Tragó saliva y buscó a Arnold con la mirada, quien automáticamente parecía haberla querido cruzar también con él. Sí, estaban todos tensos por la reacción de Alice con su padre y viceversa, pero estaba haciendo grandes esfuerzos por aparentar normalidad y que ella no lo notara. Afortunadamente, todo fue bastante cordial e incluso con un toque divertido. Se acercó entonces él. - Hola, William. Feliz Navidad. - El hombre le miró emocionado y le extendió los brazos, así que le abrazó. - Feliz Navidad, hijo. Me hace muy feliz teneros aquí. - Le dijo en el abrazo, y a Marcus se le cayó el alma a los pies. William era uno de sus puntos débiles. Cuando se separó, de hecho, Dylan le estaba mirando con los ojos brillantes. - ¡Oh, regalos! - Exclamó, tratando de disipar la emoción contenida y dando una palmada en el aire. - Empezamos nosotros. - Se ofreció Arnold, y Marcus puso una mueca sorprendida muy exagerada. - ¡Os habéis colado! - ¿Colado? Da gracias a que os hemos esperado por cortesía, amantes paseantes. - Le sacó la lengua a su padre, que le había contestado mientras rebuscaba en sus pertenencias, y justo se giraba con una cesta enorme que generó exclamaciones colectivas. Emma suspiró. - Nada, y no la plegó para traerla... - ¡Que se iba a romper toda, cariño! Y es una pena. ¡Bueno! Cortesía de los O'Donnell de Irlanda, un regalo colectivo de la familia para la familia. - ¡¡Las monedas de la abuela Molly!! - Exclamó Dylan, y los presentes se arremolinaron en torno a la enorme cesta de viandas irlandesas, que traía desde quesos y mermeladas, hasta pasteles de carne y dulces varios. - ¡Qué detalle, Arnold! - Exclamó Susanne, feliz. - Dale las gracias a tu familia de nuestra parte. Vaya festín nos vamos a dar. - Y tras varias risas y comentarios sobre las cosas, Dylan dio un salto, emocionado, y dijo. - ¡¡Voy a por los míos!! - ¿Los tuyos? - Preguntó William. El niño, corriendo de espaldas, respondió sonriente. - ¡Claro! No voy solo a recibir ¿no? Tenía que hacer regalos este año, pero quería que la hermana estuviera. - Dicho lo cual, se perdió escaleras arriba. Todos se quedaron con sonrisas residuales... pero también en un silencio tenso. Marcus se mojó los labios. - Nosotros... - Empezó, mirando a Alice. - ...Tenemos los nuestros también en el baúl ¿no? - Ya está en vuestro cuarto. Por si queréis aprovechar para ir a por ellos. - Reaccionó Arnold a continuación, claramente para facilitarle las cosas. Miró a Alice y dijo. - ¿Vamos a por ellos? - Y al menos, en lo que subían y bajaban, se preparaban mentalmente para el momento.
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La fortuna Con Marcus | En Saint-Tropez | 29 de diciembre de 2002 |
Apreciaba el esfuerzo de todos por estar remando a favor, así que ella no iba a ser menos, y amplió la sonrisa al ver las monedas. — Cuánta comida habría que ha llegado hasta aquí, habiendo la gente que había allá. — Y me hice amigo de todos. Todos me conocían, hasta los irlandeses, y todos los de América se acordaban de mí. — Todos rieron y se pusieron a comentar la comida, porque de repente memé y la tía Simone habían aparecido por ahí y tenían mucha curiosidad por saber qué era todo aquello. Lo que le sorprendió fue la intervención de su hermano. — ¿Cómo que tienes regalos? ¡Oy, mi patito! — Exclamó echándose a darle muchos besos muy sonoros. — ¡Ay, hermana! No hagas que me arrepienta. — Asintió a su novio, entre risas, mientras se levantaban, pero no pudo evitar captar la sonrisa pillina de Arnold antes de decir. — No quieres que lo diga, pero cada vez eres más una madre irlandesa. — Alice le sacó la lengua y se fue de la mano de su novio.
No le apetecía mucho dar regalos a su padre, pero tenía también cosas para los demás, y estaba el regalo de Marcus (aunque se lo había encargado a André, esperaba que lo hubiera dejado por ahí) así que tiró de las manos de su novio hacia dentro de la habitación y le dio un breve beso, con una sonrisa. — Estoy bien. Estoy contenta de estar en Saint-Tropez otra vez para Nochevieja, con nuestras tradiciones, y eso incluye regalos. Para todos, yo no soy cruel. — Dejó otro besito en sus labios y le dio los regalos de los abuelos. — Toma. El perfume de espino para memé y los zapatos de leprechaun para el abuelo, dáselos tú, y yo me ocupo de los tíos. El de mi padre se lo damos al patito que seguro que le hace mucha ilusión que se lo dé él. — Y aparte Alice podía no ser cruel, pero tampoco estaba para aquella movidita. Antes de salir de nuevo, eso sí, le guiñó un ojo a Marcus. — Dejaré lo mejor para el final.
Al bajar, se aseguró de darle el de su padre a Dylan, con instrucciones de dejarlo hasta que terminaran los demás, y se acercó a la tía Simone primero. — Bueno, tía, como la experiencia es un grado, empezamos por ti. — Voy a obviar que me has llamado vieja, chérie. — Todos rieron, pero Alice negó. — No, no, no, una vieja no necesitaría esto. — Y cuando vio lo que era abrió mucho los ojos. — ¡Oh! No sabía que se podía hacer crema con algas. — Los O’Hara hacen lo que sea con algas. — Aportó Dylan. — De verdad, no saben hablar de otra cosa. — Alice asintió entre risas. — Así es, y es muy buena para curar efectos de plantas mágicas o caídas accidentales de pociones. Sé que tú nunca paras con las plantas del jardín y toda clase de tónicos así que de vieja nada. — La mujer rio también y se lo agradeció emocionada.
— Pues sigamos con los Gallia franceses. — Dijo entregándoles dos paquetitos rectangulares y alargados. — ¡Esto es madera para las varitas! ¡La siento desde ya! — Adivinó el tío Marc. — ¿Es importada de Irlanda? — A ver, que el regalo es vuestro, con abrirlo ya lo sabréis. — Apuntó Arnold, que estaba chistoso. — ¡Espino blanco! — ¡Serbal! — Cómo saben estos chicos que no hay nada como la madera importada directamente. — Pero directo, vaya, os la conseguimos en Connacht. Justo estaban montando las cosas de Navidad y pensamos en vosotros. — Connacht es famosísimo, mucho magia por allá. Habéis estado en un montón de sitios importantes, hijos. — Admiró Robert. Ella le sonrió con dulzura. — Son muy bonitos, abuelo, tenéis que venir cuando haga mejor tiempo. — El hombre le sonrió pero se quedó un poco con la mirada perdida. — Anda, atiende, que tienen cosas para ti. — Y aprovechando el despiste de cuando Marcus les estaba dando el regaló, se acercó a su tía y dijo, en francés, por precaución. — Tu hijo no te habrá dejado una cosita para mí que le pedí, ¿verdad? — Sí, cariño, en la entrada está, en el segundo cajón, con un hechizo camuflaje para tu varita. — Puso cara de niña entusiasmada. — Le va a encantar, eh, estoy deseando. —
No le apetecía mucho dar regalos a su padre, pero tenía también cosas para los demás, y estaba el regalo de Marcus (aunque se lo había encargado a André, esperaba que lo hubiera dejado por ahí) así que tiró de las manos de su novio hacia dentro de la habitación y le dio un breve beso, con una sonrisa. — Estoy bien. Estoy contenta de estar en Saint-Tropez otra vez para Nochevieja, con nuestras tradiciones, y eso incluye regalos. Para todos, yo no soy cruel. — Dejó otro besito en sus labios y le dio los regalos de los abuelos. — Toma. El perfume de espino para memé y los zapatos de leprechaun para el abuelo, dáselos tú, y yo me ocupo de los tíos. El de mi padre se lo damos al patito que seguro que le hace mucha ilusión que se lo dé él. — Y aparte Alice podía no ser cruel, pero tampoco estaba para aquella movidita. Antes de salir de nuevo, eso sí, le guiñó un ojo a Marcus. — Dejaré lo mejor para el final.
Al bajar, se aseguró de darle el de su padre a Dylan, con instrucciones de dejarlo hasta que terminaran los demás, y se acercó a la tía Simone primero. — Bueno, tía, como la experiencia es un grado, empezamos por ti. — Voy a obviar que me has llamado vieja, chérie. — Todos rieron, pero Alice negó. — No, no, no, una vieja no necesitaría esto. — Y cuando vio lo que era abrió mucho los ojos. — ¡Oh! No sabía que se podía hacer crema con algas. — Los O’Hara hacen lo que sea con algas. — Aportó Dylan. — De verdad, no saben hablar de otra cosa. — Alice asintió entre risas. — Así es, y es muy buena para curar efectos de plantas mágicas o caídas accidentales de pociones. Sé que tú nunca paras con las plantas del jardín y toda clase de tónicos así que de vieja nada. — La mujer rio también y se lo agradeció emocionada.
— Pues sigamos con los Gallia franceses. — Dijo entregándoles dos paquetitos rectangulares y alargados. — ¡Esto es madera para las varitas! ¡La siento desde ya! — Adivinó el tío Marc. — ¿Es importada de Irlanda? — A ver, que el regalo es vuestro, con abrirlo ya lo sabréis. — Apuntó Arnold, que estaba chistoso. — ¡Espino blanco! — ¡Serbal! — Cómo saben estos chicos que no hay nada como la madera importada directamente. — Pero directo, vaya, os la conseguimos en Connacht. Justo estaban montando las cosas de Navidad y pensamos en vosotros. — Connacht es famosísimo, mucho magia por allá. Habéis estado en un montón de sitios importantes, hijos. — Admiró Robert. Ella le sonrió con dulzura. — Son muy bonitos, abuelo, tenéis que venir cuando haga mejor tiempo. — El hombre le sonrió pero se quedó un poco con la mirada perdida. — Anda, atiende, que tienen cosas para ti. — Y aprovechando el despiste de cuando Marcus les estaba dando el regaló, se acercó a su tía y dijo, en francés, por precaución. — Tu hijo no te habrá dejado una cosita para mí que le pedí, ¿verdad? — Sí, cariño, en la entrada está, en el segundo cajón, con un hechizo camuflaje para tu varita. — Puso cara de niña entusiasmada. — Le va a encantar, eh, estoy deseando. —
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La fortuna Con Alice | En Saint-Tropez | 29 de diciembre de 2002 |
Asintió a la afirmación de Alice. Ciertamente la veía bien (no pletórica pero sí mejor de lo que esperaba), así que se conformaría. Tomó los regalos de los abuelos sin chistar: ella lo había distribuido así, él acataba. Salvo que fuera algo muy sangrante y lo dudaba, no pensaba llevarle la contraria en nada que ella decidiera hacer en aquel viaje. Había accedido a ir, qué menos que remar a favor todo lo posible.
Por eso siguió las precisas instrucciones y, con mucha pompa y una gran sonrisa, se dirigió a los abuelos en cuanto Alice terminó con el regalo a los tíos. - Para la dama. - Entregó el suyo a Helena con una reverencia, y la mujer lo tomó como si realmente la ficcioncita fuera una realidad. - ¡Oh! Cómo huele, qué aroma más maravilloso. ¿Lo has destilado tú, cariño? - Se mojó los labios. - Los dos. Más Alice que yo, en realidad. Para las plantas es única. - La mujer asintió con una sonrisa y dedicó una mirada de soslayo a su nieta, que estaba entretenida con Marc y Susanne. Le pareció ver un velo de tristeza en sus ojos, pero una Slytherin no iba a reconocer tan fácilmente que, quizás, Alice no le daba el regalo en mano porque ella se lo había ganado a pulso, pero aun así se lo había fabricado ella. - Y esto para un gran corazón Hufflepuff Gallia. - Ya no soy el mayor corazón Hufflepuff, el puesto se lo ha quedado muy merecidamente mi nieto. - Robert y él rieron, y el hombre puso expresión de ilusión al ver los zapatos. - ¡Pero qué cosa tan divertida! - Por favor, no salgas con ellos a la calle. - Dijo Helena casi con miedo, pero el hombre rio. - Pues creo que me los pondré en Nochevieja. - A mí me parece una idea excelente. - Reforzó él, y la mujer al menos se ahorró los comentarios por lo amable que estaba siendo Marcus. Probablemente no hubiera sido igual con su nieta así que, sí, había sido buena idea que los diera él.
- ¿Puedo empezar con los míos? - Saltó Dylan, emocionado. Hubo risillas y asentimientos, y Dylan sacó un cuadernito pequeño y fino del bolsillo, envuelto en un lazo de raso azul, mientras decía. - Vale, pues voy a empezar por el colega. - Vaya, alguien tiene favoritismo. - Se burló Arnold, y Marcus no atinaba a contestar, porque le había pillado por sorpresa lo de empezar primero. Dylan, con toda la dignidad Hufflepuff de la que podía hacer gala, se giró y dijo. - Precisamente mi colega, que es muy bueno en cuestiones de protocolo y fiestas, me enseñó que hay que empezar con algo muy bueno para captar la atención, y dejarte lo mejor para el final, así que eso voy a hacer. - El comentario desató una oleada de "wows" y de risas, y Marcus, riendo aunque también emocionado, se llevó una mano al pecho. - Que digas eso ya es un regalo, colega. Aunque por tu afirmación deduzco que el mejor no es el mío, pero te lo perdono. - Bromeó, si bien Dylan dijo por encima de las risas, con tremendo tono de obviedad. - A ver, el mejor es el de la hermana, EVIDENTEMENTE. - ¡Evidentemente! - Saltaron varias voces, pero Marcus miró a Alice con felicidad. Pues sí, el mejor debía ser el de Alice, así que se alegraba mil veces más de que así fuera que si hubiera sido el suyo.
Tomó el cuaderno y le quitó el lazo con delicadeza. Era de pergamino envejecido, muy bonito, y se notaba que estaba cosido por manos poco expertas pero con muy buena intención, así que intuía que lo había cosido el propio Dylan. - Bueno, no lo mires mucho por fuera. - Dijo el chico, adelantándose a sus pensamientos. - Es que intenté coserlo con un hechizo pero no salió muy bien, así que Olive intentó arreglarlo con otro pero se descosió, así que lo cosimos a mano como pudimos. - Para mí está perfecto. - Afirmó de corazón, y ya sí lo abrió, con mucho cuidadito para que no se descosiera de nuevo (ya lo reforzaría). La primera página tenía muchas frases escritas con diferentes letras. - ¡Lee algo en voz alta! - Animó Dylan. Marcus, parpadeando y aún sin saber muy bien qué era, comenzó a leer. - "Querido prefecto O'Donnell, en Ravenclaw te echamos mucho de menos. Todavía tengo el envoltorio de la rana de chocolate que me diste cuando salí llorando de la clase de Pociones. Estoy seguro de que serás el mejor alquimista del mundo. Con cariño, Robert Pinkman. - Estaba a cuadros. Ese niño entró en primero el año anterior, era del curso de Dylan, pero de Ravenclaw. - Están por orden de... bueno, contacto contigo. - Marcus seguía aturdido. Pasó varias páginas, y solo de ver el nombre le salió una risa y casi se le cae una lágrima. - "Querido Marcus. Como ya sabía, has sido el mejor prefecto del mundo, porque la gente aquí sigue hablando de ti. Yo puedo decir muy orgullosa que fui una reina coronada por el prefecto O'Donnell". - ¿Qué parte de esta historia nos hemos perdido? - Preguntó Arnold, cómico, y todos rieron, Marcus incluido, aunque la emoción se lo ponía muy difícil. Susanne, con una carcajada musical, añadió. - ¡Qué completo, cariño! Coronas y todo, como para no hacerte dedicatorias. ¿Y quién es la afortunada? - Beverly Duvall. - Contestó sin dudar, porque sabía quién era sin necesidad de llegar al nombre. Terminó de leer, emocionado, y pasó a otros. Había dedicatorias de muchísima gente: Coraline, el grupito de estudio de Hufflepuff, los prefectos más jóvenes que compartieron cargo con él... Amber, Creevey por supuesto (esa sí que no iba a leerla en voz alta), y, tal y como había indicado Dylan, los mejores estaban al final. - Venga, resuelve el misterio: ¿quiénes son los últimos? - Animó Marc. Pasó la página y solo ver su letra elegante y esmerada y el gran párrafo que le había dedicado, se le encogió el corazón. - Colin. El chico que tiene ahora el puesto que yo dejé. - Lo leyó por encima, porque estaba al borde de las lágrimas. - ¿Y quién máááás? - Pinchó Dylan, que parecía estar disfrutando con su emoción contenida. Pasó la página y miró a Alice, con una carcajada suspirada. - Donna. - Se mordió el labio. Dylan señaló. - Esa huella es de Nick Carter, que se puso a pasearse por la página mientras escribía, pero me pareció bonito. - Rio, emocionado. Detrás, obviamente, había más dedicatorias. - ¡Tachán! - Volvió a reír. - Por qué no me sorprende que Olive y tú os hayáis dejado para los últimos. - ¡Evidentemente! Pero no somos los últimos. - Giró la página, y al hacerlo, vio la letra de su hermano. Arnold estaba oficialmente llorando.
Dylan le puso una comprensiva mano en el hombro y le dijo. - Mejor léela tranquilo en otro momento. No quiero que eches por tierra el esfuerzo que estás haciendo por no llorar. - Al menos con eso le sacó una fuerte carcajada, y le revolvió los rizos. - Y aún no ha terminado. - ¿¿Más?? Pues no se me ocurre quién hay en Hogwarts que sea más cercano a mí que mi hermano. - Bueno... Esa no está la última por cercanía, sino por importancia. - Y, con intriga, giró la página. Se le descolgó la mandíbula. - ¡Lee, lee! - Azuzó Marc, que estaba entusiasmadísimo con el cuaderno. Tragó saliva y leyó en voz alta. - "Estimado Marcus, siempre he sabido que no perderíamos el contacto, aunque ciertamente no se me había ocurrido esta forma tan original de volver a hablarte. Tenemos que reconocerlo: el ingenio Hufflepuff supera con creces al mayor de los intelectuales." - Rieron. - "Me consta que los primeros veces después de la salida de Hogwarts no han sido lo que esperabas, y que han venido más dificultosos de lo que estaba previsto. También me consta que has superado los obstáculos, como es propio de ti, con matrícula de honor. No dejes de volar alto, Marcus, has dejado tras de ti un nido de águilas orgullosas que, como habrás podido comprobar por estas páginas, aún te recuerdan. Y recuerda que en la vida existen tropiezos que no podemos controlar, pero que nos llenan de sabiduría de la que no se lee ni en los libros ni en las estrellas. Tengo que reconocerlo: aquí se te echa de menos, yo especialmente, eras una buena (y muy aduladora, que nunca está de más) mano derecha. Aunque también tuviste muy buen ojo con tus sucesores. La casa Ravenclaw está en buenas manos y no solo por lo que a mí respecta. Te deseo lo mejor, y dale un fuerte abrazo a Alice Gallia de mi parte. Sed felices, Arabella." - Ahora sí que había lágrimas por todas partes, y le dolía la garganta de contener el fuerte nudo que se le había apretado en ella. Bajó el cuaderno, mirando a Dylan, emocionado. Dejó su regalo a un lado y se acercó al chico, dándole un fuerte abrazo silencioso y un beso en la mejilla. - Eres el mejor. - Dijo con la voz llena de emoción cuando pudo separarse. Dylan, con una sonrisita, negó graciosamente con la cabeza y señaló con el índice el cuaderno. - Tú eres el mejor. - Tuvo que apretar fuertemente los labios, y acabó chistando y diciendo. - Para. Que al final me haces llorar. - Aunque por lo quebrado de su voz y sus ojos llorosos, igual ya era tarde para eso.
Por eso siguió las precisas instrucciones y, con mucha pompa y una gran sonrisa, se dirigió a los abuelos en cuanto Alice terminó con el regalo a los tíos. - Para la dama. - Entregó el suyo a Helena con una reverencia, y la mujer lo tomó como si realmente la ficcioncita fuera una realidad. - ¡Oh! Cómo huele, qué aroma más maravilloso. ¿Lo has destilado tú, cariño? - Se mojó los labios. - Los dos. Más Alice que yo, en realidad. Para las plantas es única. - La mujer asintió con una sonrisa y dedicó una mirada de soslayo a su nieta, que estaba entretenida con Marc y Susanne. Le pareció ver un velo de tristeza en sus ojos, pero una Slytherin no iba a reconocer tan fácilmente que, quizás, Alice no le daba el regalo en mano porque ella se lo había ganado a pulso, pero aun así se lo había fabricado ella. - Y esto para un gran corazón Hufflepuff Gallia. - Ya no soy el mayor corazón Hufflepuff, el puesto se lo ha quedado muy merecidamente mi nieto. - Robert y él rieron, y el hombre puso expresión de ilusión al ver los zapatos. - ¡Pero qué cosa tan divertida! - Por favor, no salgas con ellos a la calle. - Dijo Helena casi con miedo, pero el hombre rio. - Pues creo que me los pondré en Nochevieja. - A mí me parece una idea excelente. - Reforzó él, y la mujer al menos se ahorró los comentarios por lo amable que estaba siendo Marcus. Probablemente no hubiera sido igual con su nieta así que, sí, había sido buena idea que los diera él.
- ¿Puedo empezar con los míos? - Saltó Dylan, emocionado. Hubo risillas y asentimientos, y Dylan sacó un cuadernito pequeño y fino del bolsillo, envuelto en un lazo de raso azul, mientras decía. - Vale, pues voy a empezar por el colega. - Vaya, alguien tiene favoritismo. - Se burló Arnold, y Marcus no atinaba a contestar, porque le había pillado por sorpresa lo de empezar primero. Dylan, con toda la dignidad Hufflepuff de la que podía hacer gala, se giró y dijo. - Precisamente mi colega, que es muy bueno en cuestiones de protocolo y fiestas, me enseñó que hay que empezar con algo muy bueno para captar la atención, y dejarte lo mejor para el final, así que eso voy a hacer. - El comentario desató una oleada de "wows" y de risas, y Marcus, riendo aunque también emocionado, se llevó una mano al pecho. - Que digas eso ya es un regalo, colega. Aunque por tu afirmación deduzco que el mejor no es el mío, pero te lo perdono. - Bromeó, si bien Dylan dijo por encima de las risas, con tremendo tono de obviedad. - A ver, el mejor es el de la hermana, EVIDENTEMENTE. - ¡Evidentemente! - Saltaron varias voces, pero Marcus miró a Alice con felicidad. Pues sí, el mejor debía ser el de Alice, así que se alegraba mil veces más de que así fuera que si hubiera sido el suyo.
Tomó el cuaderno y le quitó el lazo con delicadeza. Era de pergamino envejecido, muy bonito, y se notaba que estaba cosido por manos poco expertas pero con muy buena intención, así que intuía que lo había cosido el propio Dylan. - Bueno, no lo mires mucho por fuera. - Dijo el chico, adelantándose a sus pensamientos. - Es que intenté coserlo con un hechizo pero no salió muy bien, así que Olive intentó arreglarlo con otro pero se descosió, así que lo cosimos a mano como pudimos. - Para mí está perfecto. - Afirmó de corazón, y ya sí lo abrió, con mucho cuidadito para que no se descosiera de nuevo (ya lo reforzaría). La primera página tenía muchas frases escritas con diferentes letras. - ¡Lee algo en voz alta! - Animó Dylan. Marcus, parpadeando y aún sin saber muy bien qué era, comenzó a leer. - "Querido prefecto O'Donnell, en Ravenclaw te echamos mucho de menos. Todavía tengo el envoltorio de la rana de chocolate que me diste cuando salí llorando de la clase de Pociones. Estoy seguro de que serás el mejor alquimista del mundo. Con cariño, Robert Pinkman. - Estaba a cuadros. Ese niño entró en primero el año anterior, era del curso de Dylan, pero de Ravenclaw. - Están por orden de... bueno, contacto contigo. - Marcus seguía aturdido. Pasó varias páginas, y solo de ver el nombre le salió una risa y casi se le cae una lágrima. - "Querido Marcus. Como ya sabía, has sido el mejor prefecto del mundo, porque la gente aquí sigue hablando de ti. Yo puedo decir muy orgullosa que fui una reina coronada por el prefecto O'Donnell". - ¿Qué parte de esta historia nos hemos perdido? - Preguntó Arnold, cómico, y todos rieron, Marcus incluido, aunque la emoción se lo ponía muy difícil. Susanne, con una carcajada musical, añadió. - ¡Qué completo, cariño! Coronas y todo, como para no hacerte dedicatorias. ¿Y quién es la afortunada? - Beverly Duvall. - Contestó sin dudar, porque sabía quién era sin necesidad de llegar al nombre. Terminó de leer, emocionado, y pasó a otros. Había dedicatorias de muchísima gente: Coraline, el grupito de estudio de Hufflepuff, los prefectos más jóvenes que compartieron cargo con él... Amber, Creevey por supuesto (esa sí que no iba a leerla en voz alta), y, tal y como había indicado Dylan, los mejores estaban al final. - Venga, resuelve el misterio: ¿quiénes son los últimos? - Animó Marc. Pasó la página y solo ver su letra elegante y esmerada y el gran párrafo que le había dedicado, se le encogió el corazón. - Colin. El chico que tiene ahora el puesto que yo dejé. - Lo leyó por encima, porque estaba al borde de las lágrimas. - ¿Y quién máááás? - Pinchó Dylan, que parecía estar disfrutando con su emoción contenida. Pasó la página y miró a Alice, con una carcajada suspirada. - Donna. - Se mordió el labio. Dylan señaló. - Esa huella es de Nick Carter, que se puso a pasearse por la página mientras escribía, pero me pareció bonito. - Rio, emocionado. Detrás, obviamente, había más dedicatorias. - ¡Tachán! - Volvió a reír. - Por qué no me sorprende que Olive y tú os hayáis dejado para los últimos. - ¡Evidentemente! Pero no somos los últimos. - Giró la página, y al hacerlo, vio la letra de su hermano. Arnold estaba oficialmente llorando.
Dylan le puso una comprensiva mano en el hombro y le dijo. - Mejor léela tranquilo en otro momento. No quiero que eches por tierra el esfuerzo que estás haciendo por no llorar. - Al menos con eso le sacó una fuerte carcajada, y le revolvió los rizos. - Y aún no ha terminado. - ¿¿Más?? Pues no se me ocurre quién hay en Hogwarts que sea más cercano a mí que mi hermano. - Bueno... Esa no está la última por cercanía, sino por importancia. - Y, con intriga, giró la página. Se le descolgó la mandíbula. - ¡Lee, lee! - Azuzó Marc, que estaba entusiasmadísimo con el cuaderno. Tragó saliva y leyó en voz alta. - "Estimado Marcus, siempre he sabido que no perderíamos el contacto, aunque ciertamente no se me había ocurrido esta forma tan original de volver a hablarte. Tenemos que reconocerlo: el ingenio Hufflepuff supera con creces al mayor de los intelectuales." - Rieron. - "Me consta que los primeros veces después de la salida de Hogwarts no han sido lo que esperabas, y que han venido más dificultosos de lo que estaba previsto. También me consta que has superado los obstáculos, como es propio de ti, con matrícula de honor. No dejes de volar alto, Marcus, has dejado tras de ti un nido de águilas orgullosas que, como habrás podido comprobar por estas páginas, aún te recuerdan. Y recuerda que en la vida existen tropiezos que no podemos controlar, pero que nos llenan de sabiduría de la que no se lee ni en los libros ni en las estrellas. Tengo que reconocerlo: aquí se te echa de menos, yo especialmente, eras una buena (y muy aduladora, que nunca está de más) mano derecha. Aunque también tuviste muy buen ojo con tus sucesores. La casa Ravenclaw está en buenas manos y no solo por lo que a mí respecta. Te deseo lo mejor, y dale un fuerte abrazo a Alice Gallia de mi parte. Sed felices, Arabella." - Ahora sí que había lágrimas por todas partes, y le dolía la garganta de contener el fuerte nudo que se le había apretado en ella. Bajó el cuaderno, mirando a Dylan, emocionado. Dejó su regalo a un lado y se acercó al chico, dándole un fuerte abrazo silencioso y un beso en la mejilla. - Eres el mejor. - Dijo con la voz llena de emoción cuando pudo separarse. Dylan, con una sonrisita, negó graciosamente con la cabeza y señaló con el índice el cuaderno. - Tú eres el mejor. - Tuvo que apretar fuertemente los labios, y acabó chistando y diciendo. - Para. Que al final me haces llorar. - Aunque por lo quebrado de su voz y sus ojos llorosos, igual ya era tarde para eso.
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La fortuna Con Marcus | En Saint-Tropez | 29 de diciembre de 2002 |
Oía a sus abuelos de fondo y se rio por lo bajini. En verdad también echaba de menos eso, de pequeña pasaba mucho tiempo con ellos y se partía de risa con sus dinámicas, y aunque ya había cruzado demasiados puentes con ellos, no dejaba de enternecerse por ciertas cosas. Pero para ternura, la que le dio su hermano, dándole a Marcus un cuaderno envuelto con un lazo azul, que obviamente no podía ser para nadie más. Se rio y se señaló a sí misma. — Esa soy yo. Lo siento, eh, voy a tener el mejor regalo. — Azuzó, aunque ya notaba la emoción ahí en la garganta.
Sacó un pucherito de adorabilidad ante la historia de los hechizos al cuaderno y tuvo que contenerse de no coger y estrujar a besos a su patito, pero estaba explicando su regalo, y quería darle ese espacio. Y en cuanto se dio cuenta de lo que era, se le inundaron los ojos. No solo porque su patito conociera tan bien a Marcus que supiera perfectamente cuál era una de las cosas más importantes para él en Hogwarts, y se hubiera dedicado a recopilar todo aquello. Se rio a lo de Beverly y dijo. — Cualquiera no la coronaba, no sabéis los arrestos que tiene esa niña. — Y por supuesto, con mi hijo era un corderito. — Admiradora hasta más no poder. — Le confirmó a Arnold, que también estaba emocionado. Su familia parecía entregada también, y aprovechó para agarrar la mano de Dylan y acariciarla, emocionada como estaba mientras contaba lo de Donna y Nick Carter. — Y por eso el corazón de mi Dylan es tan grande, tiene hueco hasta para el bichillo de Donna. — Y ya no pudo contener las lágrimas cuando vio que Lex también había escrito. Para lo que no estaba preparada, desde luego, era para las palabras de la jefa Granger. Acarició la espalda de su novio y dejó un beso en su frente. — Sabía yo que la impronta del prefecto O’Donnell iba a quedarse en Hogwarts. Eres imposible de olvidar. Eres un orgullo para Ravenclaw. — Y para todos, mi niño. — Vamos, hasta Emma estaba emocionada, como para no, debía estar hinchada como un pavo de puro orgullo. — Y tú también, Dylan. La bondad es lo más bonito que queda en el mundo, y lo único que hace de este un lugar mejor cada día. — Dijo mirándole con cariño. — Tu madre ahora mismo no cabría en sí de contenta. — Ahora ya hasta sus tíos estaban llorando. Dylan le dio su mano libre a Emma y le dijo. — Lo sé. Y tú también. Lo noto. — Sí, Dylan, todos lo estamos. — Le iba a costar no llorar a su suegra, pero si alguien podía conseguirlo, claramente era su patito. — Bueno, ¿y esto cómo se supera? — Preguntó su muy Slytherin tía Simone, mientras se limpiaba distraídamente un ojo. — Bueno, de momento voy a darle el mío a las tías. — Dictaminó su hermano.
Se acercó a las tías con otro libro y Alice no pudo evitar decir. — Qué Ravenclaw estás últimamente tú. — Su hermano se encogió de hombros. — Bueno, si tú lo dices. — Las tías abrieron lo que parecía un álbum personalizado por el propio Dylan. — ¡Pero qué bonito es esto! ¿Lo has hecho tú? — Preguntó Erin. — Sip. Como se os olvida mucho escribir, y a veces estáis en sitios peligrosos o muy lejanos donde Morgana no llega, he pensado que puedo daros esto para que lo rellenéis en cada viaje, y, por si no estáis muy inspiradas, os he puesto las preguntas que a mí siempre seme ocurren y la información que quiero saber. También he dejado huecos para las fotos de la tata o para cositas que queráis pegar, como plumas de los animales que estudia la tía Erin. Así cuando volváis, podemos leerlo juntos y me entero mejor de todo lo que habéis vivido— Las tías se miraron sonriendo y Vivi dijo. — ¿A la de tres? — Erin asintió. — Una , dos… — Y se abalanzaron las dos para comerse a Dylan a besos, y no era para menos. Qué habilidad para los regalos tenía su patito.
Sacó un pucherito de adorabilidad ante la historia de los hechizos al cuaderno y tuvo que contenerse de no coger y estrujar a besos a su patito, pero estaba explicando su regalo, y quería darle ese espacio. Y en cuanto se dio cuenta de lo que era, se le inundaron los ojos. No solo porque su patito conociera tan bien a Marcus que supiera perfectamente cuál era una de las cosas más importantes para él en Hogwarts, y se hubiera dedicado a recopilar todo aquello. Se rio a lo de Beverly y dijo. — Cualquiera no la coronaba, no sabéis los arrestos que tiene esa niña. — Y por supuesto, con mi hijo era un corderito. — Admiradora hasta más no poder. — Le confirmó a Arnold, que también estaba emocionado. Su familia parecía entregada también, y aprovechó para agarrar la mano de Dylan y acariciarla, emocionada como estaba mientras contaba lo de Donna y Nick Carter. — Y por eso el corazón de mi Dylan es tan grande, tiene hueco hasta para el bichillo de Donna. — Y ya no pudo contener las lágrimas cuando vio que Lex también había escrito. Para lo que no estaba preparada, desde luego, era para las palabras de la jefa Granger. Acarició la espalda de su novio y dejó un beso en su frente. — Sabía yo que la impronta del prefecto O’Donnell iba a quedarse en Hogwarts. Eres imposible de olvidar. Eres un orgullo para Ravenclaw. — Y para todos, mi niño. — Vamos, hasta Emma estaba emocionada, como para no, debía estar hinchada como un pavo de puro orgullo. — Y tú también, Dylan. La bondad es lo más bonito que queda en el mundo, y lo único que hace de este un lugar mejor cada día. — Dijo mirándole con cariño. — Tu madre ahora mismo no cabría en sí de contenta. — Ahora ya hasta sus tíos estaban llorando. Dylan le dio su mano libre a Emma y le dijo. — Lo sé. Y tú también. Lo noto. — Sí, Dylan, todos lo estamos. — Le iba a costar no llorar a su suegra, pero si alguien podía conseguirlo, claramente era su patito. — Bueno, ¿y esto cómo se supera? — Preguntó su muy Slytherin tía Simone, mientras se limpiaba distraídamente un ojo. — Bueno, de momento voy a darle el mío a las tías. — Dictaminó su hermano.
Se acercó a las tías con otro libro y Alice no pudo evitar decir. — Qué Ravenclaw estás últimamente tú. — Su hermano se encogió de hombros. — Bueno, si tú lo dices. — Las tías abrieron lo que parecía un álbum personalizado por el propio Dylan. — ¡Pero qué bonito es esto! ¿Lo has hecho tú? — Preguntó Erin. — Sip. Como se os olvida mucho escribir, y a veces estáis en sitios peligrosos o muy lejanos donde Morgana no llega, he pensado que puedo daros esto para que lo rellenéis en cada viaje, y, por si no estáis muy inspiradas, os he puesto las preguntas que a mí siempre seme ocurren y la información que quiero saber. También he dejado huecos para las fotos de la tata o para cositas que queráis pegar, como plumas de los animales que estudia la tía Erin. Así cuando volváis, podemos leerlo juntos y me entero mejor de todo lo que habéis vivido— Las tías se miraron sonriendo y Vivi dijo. — ¿A la de tres? — Erin asintió. — Una , dos… — Y se abalanzaron las dos para comerse a Dylan a besos, y no era para menos. Qué habilidad para los regalos tenía su patito.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Alice Gallia
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Ante todo, amigos
Ay, los retitos
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La fortuna Con Alice | En Saint-Tropez | 29 de diciembre de 2002 |
Tuvo que suspirar fuertemente, y agradecería más las palabras de su madre y Alice si no fuera porque le derrumbaban sus esfuerzos por no llorar. - Va, va, que queda mucha gente. - Dijo entre risas y mientras se pasaba un par de dedos por los párpados, mojándoselos delatoramente. - Mil gracias, colega. Es el regalo más bonito que podías hacerme, lo voy a guardar como un tesoro. - Y Dylan estaba orgullosísimo con la buena acogida de su regalo y las palabras que le dedicaron. Se merecía todas y cada una de ellas.
El regalo a las tías fue precioso, y Marcus no pudo evitar acercarse a Alice y susurrarle. - Sí que está muy Ravenclaw, pero el toque huffie no lo pierde. - Porque el regalo tenía un trasfondo de indudable buen corazón, marca Dylan totalmente. La carcajada fuerte vino cuando las dos se echaron encima de él. - ¡Ay, fuf! - Se quejó el otro cuando pudo zafarse de tanto achuchón, lo que solo provocó risas más fuertes. - Y eso es un adolescente. Pensábamos que con Dylan no se vería, pero también. - Bromeó Marc. Dylan chistó. - Es que por qué sois tan exageradas... - Colega. - Marcus le puso una mano en el hombro. - Lo que pasa es que has hecho unos regalos TAN buenos, porque un buen regalo define la personalidad del regalador y se ajusta a la del regalado, que no podemos gestionar tantas emociones positivas hacia ti. - Sí, sí, ya lo noto. - Dijo con retintín, pero en el fondo le había gustado el halago. - ¡Pues sigo! ¡Papá, te toca! - ¡Anda! ¿Yo también tengo? - Preguntó William, tratando de mostrar su tono divertido habitual, pero con el aura de tensión que le rodeaba desde lo de Nueva York. Dylan soltó una pedorreta de evidencia como toda respuesta y fue a por los regalos.
- Yo creo que este cumple con... eso que ha dicho el colega. - Ya mejor se aguantaba la risa o Dylan iba a pensar que se estaba burlando. Dylan le tendió una cajita a su padre. Al abrirla, aparecieron un tarro vacío, varios saquitos pequeños y un pergamino. Dylan sonrió y, señalando cada elemento, comenzó a explicar. - Esa lista tiene hechizos tuyos, o no tuyos, pero que te he visto usar, y que quiero que me enseñes antes de que acabe Hogwarts, para poder ponerlos en práctica allí. Así tenemos una actividad para hacer juntos en vacaciones y puedo poner en práctica cosas de mi padre cuando no te veo. - Las lágrimas de los presentes estaban volviendo a aparecer. - Esos saquitos tienen arenas de colores. Cada vez que aprenda uno, se echa arena de un color en el tarro, y cuando acabe Hogwarts, vemos de cuántos colores se compone el tarro, y así sabremos todo lo que he aprendido contigo. - William le miraba emocionado. Abrió los brazos y le recogió en estos. - Yo sí que no dejo de aprender nunca contigo. Gracis, mi patito, es un regalo perfecto. - Marcus trataba de contener la emoción, pero para distender el ambiente, volvió a inclinarse hacia Alice y a susurrar. - Lo dicho, no pierde el toque Hufflepuff, aunque es verdad que se le está pegando lo Ravenclaw de nosotros. -
- Y ya que estoy te doy el de la hermana y el colega. Puedo ¿no? - Claro, claro. - Respondió él, convencido de que Alice le había dado instrucciones precisas a su hermano pero que este quería disimular que estaba siendo algo improvisado, para evitar tensiones innecesarias. Dylan le tendió el pesado paquete, que William desenvolvió con cuidado. - ¡Guau! Qué elegancia. - ¡Yo lo explico! - Dylan estaba venidísimo arriba con el tema de los regalos ese año, y a ellos les había venido de lujo para, lo dicho, disimular una potencial situación incómoda. De hecho, todos los presentes parecían haberlo interpretado como Dylan siendo presa del entusiasmo y ellos cediéndole el puesto, y no como cualquier otra cosa. - Es madera mágica irlandesa. Es un tablero de múltiples juegos: ajedrez, damas, backgammon. Puedes invocar el juego que quieras, ¡y además! Tiene una función para que puedas jugar tú solo, vamos, contra ti mismo, o sea, contra el tablero. Como que el tablero es inteligente y eso y mueve las piezas como si fuera un rival imaginario y así tu puedes practicar... Yo personalmente no entiendo qué gracia tiene un juego de mesa si es para jugar tú solo en vez de con amigos, pero bueno, supongo que os gusta eso de darle mil vueltas a cómo entrenar las jugadas antes de ponerlas en práctica en público. - Volvieron a sucederse las risas y, mirando con obviedad a su novia, Marcus volvió a susurrarle. - Confirmamos Hufflepuff. -
El regalo a las tías fue precioso, y Marcus no pudo evitar acercarse a Alice y susurrarle. - Sí que está muy Ravenclaw, pero el toque huffie no lo pierde. - Porque el regalo tenía un trasfondo de indudable buen corazón, marca Dylan totalmente. La carcajada fuerte vino cuando las dos se echaron encima de él. - ¡Ay, fuf! - Se quejó el otro cuando pudo zafarse de tanto achuchón, lo que solo provocó risas más fuertes. - Y eso es un adolescente. Pensábamos que con Dylan no se vería, pero también. - Bromeó Marc. Dylan chistó. - Es que por qué sois tan exageradas... - Colega. - Marcus le puso una mano en el hombro. - Lo que pasa es que has hecho unos regalos TAN buenos, porque un buen regalo define la personalidad del regalador y se ajusta a la del regalado, que no podemos gestionar tantas emociones positivas hacia ti. - Sí, sí, ya lo noto. - Dijo con retintín, pero en el fondo le había gustado el halago. - ¡Pues sigo! ¡Papá, te toca! - ¡Anda! ¿Yo también tengo? - Preguntó William, tratando de mostrar su tono divertido habitual, pero con el aura de tensión que le rodeaba desde lo de Nueva York. Dylan soltó una pedorreta de evidencia como toda respuesta y fue a por los regalos.
- Yo creo que este cumple con... eso que ha dicho el colega. - Ya mejor se aguantaba la risa o Dylan iba a pensar que se estaba burlando. Dylan le tendió una cajita a su padre. Al abrirla, aparecieron un tarro vacío, varios saquitos pequeños y un pergamino. Dylan sonrió y, señalando cada elemento, comenzó a explicar. - Esa lista tiene hechizos tuyos, o no tuyos, pero que te he visto usar, y que quiero que me enseñes antes de que acabe Hogwarts, para poder ponerlos en práctica allí. Así tenemos una actividad para hacer juntos en vacaciones y puedo poner en práctica cosas de mi padre cuando no te veo. - Las lágrimas de los presentes estaban volviendo a aparecer. - Esos saquitos tienen arenas de colores. Cada vez que aprenda uno, se echa arena de un color en el tarro, y cuando acabe Hogwarts, vemos de cuántos colores se compone el tarro, y así sabremos todo lo que he aprendido contigo. - William le miraba emocionado. Abrió los brazos y le recogió en estos. - Yo sí que no dejo de aprender nunca contigo. Gracis, mi patito, es un regalo perfecto. - Marcus trataba de contener la emoción, pero para distender el ambiente, volvió a inclinarse hacia Alice y a susurrar. - Lo dicho, no pierde el toque Hufflepuff, aunque es verdad que se le está pegando lo Ravenclaw de nosotros. -
- Y ya que estoy te doy el de la hermana y el colega. Puedo ¿no? - Claro, claro. - Respondió él, convencido de que Alice le había dado instrucciones precisas a su hermano pero que este quería disimular que estaba siendo algo improvisado, para evitar tensiones innecesarias. Dylan le tendió el pesado paquete, que William desenvolvió con cuidado. - ¡Guau! Qué elegancia. - ¡Yo lo explico! - Dylan estaba venidísimo arriba con el tema de los regalos ese año, y a ellos les había venido de lujo para, lo dicho, disimular una potencial situación incómoda. De hecho, todos los presentes parecían haberlo interpretado como Dylan siendo presa del entusiasmo y ellos cediéndole el puesto, y no como cualquier otra cosa. - Es madera mágica irlandesa. Es un tablero de múltiples juegos: ajedrez, damas, backgammon. Puedes invocar el juego que quieras, ¡y además! Tiene una función para que puedas jugar tú solo, vamos, contra ti mismo, o sea, contra el tablero. Como que el tablero es inteligente y eso y mueve las piezas como si fuera un rival imaginario y así tu puedes practicar... Yo personalmente no entiendo qué gracia tiene un juego de mesa si es para jugar tú solo en vez de con amigos, pero bueno, supongo que os gusta eso de darle mil vueltas a cómo entrenar las jugadas antes de ponerlas en práctica en público. - Volvieron a sucederse las risas y, mirando con obviedad a su novia, Marcus volvió a susurrarle. - Confirmamos Hufflepuff. -
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La fortuna Con Marcus | En Saint-Tropez | 29 de diciembre de 2002 |
Sintió un abismo en su estómago al ver el regalo de Dylan a su padre. No podía evitar pensar en cuando ella fue Dylan. Y además lo había sido mucho más entregada, por su mente Ravenclaw, su curiosidad insaciable, sus ganas inacabables de escuchar a su padre… No habría habido arena en el mundo para llenar todas las botellas que Alice quiso llenar con conocimiento de su padre. Y le daba mucho abismo ahora simplemente no sentir eso, tener un bloqueo total en cuanto a lo que quería de su padre, era como si todo aquello lo hubiera vivido con otra persona, y ese señor que estaba allí con su hermano fuera un conocido que le caía mal y que estaba deseando que se fuera. Suspiró. Igual sí que necesitaba ir a la sanadora mental de su padre. Sonrió al susurro de Marcus, tratando de volver a tierra y asintió. — Pero patito es patito. Probablemente está haciendo esto solo porque sabe que mi padre también es Ravenclaw y le encanta. Es todo corazón, como su madre, y como ha señalado tu madre, ella estaría tremendamente orgullosa. — Y se apoyó en el hombro de Marcus intentando que se le pasara el nudo de la garganta.
Lo siguiente que fue pasando, solo reafirmó la impresión de que el corazón de su hermano era demasiado grande y amarillito. No pudo más que sonreír, agradeciendo que un Gallia sí remara siempre a su favor. Por algo siempre había sido y siempre sería su patito. — ¿Y eso cómo funciona? — Intervino su memé, asomándose por el hombro de su padre como un gato curioso. — La verdad es que cuando me lo enseñaron en Irlanda yo también me rompí un poco la cabeza. — Admitió Emma. — Es un hechizo algorítmico. — Respondió Alice señalando a Arnold, que se estiró. — Yo ya lo sabía. Aunque se le ocurrió a Alice, y mi hijo lo llevó a cabo, me pidieron que lo revisara. — Hizo como si se ajustara una corbata invisible. — Impecable, por supuesto, por eso es hijo mío. — Y no porque sea idéntico a ti con esa edad. — Le pinchó William. Arnold hizo un gesto al aire. — Ya me hubiera gustado a mí ser tan brillante. Pero sí, no puede negar que es mío. — Terminó guiñándole un ojo. La afirmación de Dylan les hizo a todos reír, pero su padre estaba acariciando el tablero y juegos le miró. — Hay más cosas en el cielo y la tierra que las que tu filosofía pueda jamás imaginar. — Dijo, y a Alice le salió del alma responder, porque durante mucho tiempo había leído aquella escena teatral una y otra vez, sintiendo que encajaba con su pensamiento tantísimo que podría vivir por esa máxima. — Y hay una divinidad que labra nuestros designios,por muy toscamente que los desbastemos. — Todos se quedaron mirándoles. — Muggles. Shakespeare, más concretamente. Siempre viene a la mano para los Ravenclaws, y si no que se lo digan a mi alquimista favorito, que alguien le regaló un poema de ese señor por San Valentín una vez. — Aquello sirvió de desvío eficaz, y todos rieron y se pusieron a hablar de nuevo. — Gracias, hijos. Es… Es increíble cómo vosotros también me habéis superado a mí, en todo. — Dylan se fue a abrazarle y Alice le dedicó una sonrisa cortés.
Lo que vino después fue un agasajo a Dylan muy curioso, y hubo que convencerle de que cortara por un momento su tormenta regaladora para que él recibiera los de los demás, incluyendo los de los tíos, ropa que Jackie le había hecho a medida, unas revistas muggles que André le había traído y que el pobre Dylan tuvo que acabar enseñando, muerto de vergüenza de que todo el mundo pensara que tenían contenido inapropiado, además de los regalos de los abuelos, y cosas que le habían traído las tías, también de su barrio muggle. — No sé qué manía habéis cogido con traerle al niño cosas muggles. — Mujer, en el pasado, los Gallia servimos a los reyes de Inglaterra, nuestro nieto honra esa tradición. — Su abuela bufó. — Toda la vida con el Jean Gallia. — Yo fui a ver su estatua varias veces de pequeña. Y también lo busqué en los libros de historia de la magia. — Señaló Alice. Su tía Susanne suspiró. — Sí, tu primo André también… — Mejor dejemos la memoria de Jean Gallia como la transmitimos en esta casa. — Instó Simone, poniendo esa cara de abuela Slytherin de “hasta aquí ha llegado este tema”.
Por supuesto, su padre también tenía regalos para ellos, que consistían en un par de atriles flotantes que te seguían y que protegían todo lo que tuvieran encima de las inclemencias del tiempo. El de Alice tenía grabado el mismo dibujo que el cabecero de su cama antigua, la que tuvo desde niña. — Qué bonito. — Dijo acariciándolo. — Gracias, papá. — Pero su padre estaba desatado con la reafirmación positiva y no se iba a quedar ahí. — Porque pensé: madre mía, con lo que llueve en Irlanda, y si conozco de algo a mi niña, va a estar todo el día por ahí estudiando plantas, y mi yerno estudiando runas, con lo que le gustan a él, por fin puede poner en práctica todos esos años de Hogwarts, pero al final, cuando estás investigando no te quieres ir del campo de estudio, y yo sé que Marcus siempre lleva sus papelitos encima, pero esto tiene que ser más práctico por fuerza, y nunca se me olvidará esa mirada iluminada a sus doce años cuando le regalamos el escritorio y dijo “es superpráctico”. — Y hala, todos a reírse. Alice, no seas así, disfruta del momento. Pero le costaba, le costaba. Al final el encanto de su padre cautivaba a todos, en cuanto estaba lo suficientemente centrado para ejercerlo, y ella demasiado enfadada en su interior para apreciarlo. — Voy a ir a por una cosita que necesito para cierto regalo. Enseguida vengo, vosotros seguid. — Aseguró con una sonrisa, levantándose de un saltito, y se fue a buscar la dichosa carpeta que André le había dejado escondida en algún lugar de la entradita y a ver si así respiraba un poco y volvía con otra visión.
Lo siguiente que fue pasando, solo reafirmó la impresión de que el corazón de su hermano era demasiado grande y amarillito. No pudo más que sonreír, agradeciendo que un Gallia sí remara siempre a su favor. Por algo siempre había sido y siempre sería su patito. — ¿Y eso cómo funciona? — Intervino su memé, asomándose por el hombro de su padre como un gato curioso. — La verdad es que cuando me lo enseñaron en Irlanda yo también me rompí un poco la cabeza. — Admitió Emma. — Es un hechizo algorítmico. — Respondió Alice señalando a Arnold, que se estiró. — Yo ya lo sabía. Aunque se le ocurrió a Alice, y mi hijo lo llevó a cabo, me pidieron que lo revisara. — Hizo como si se ajustara una corbata invisible. — Impecable, por supuesto, por eso es hijo mío. — Y no porque sea idéntico a ti con esa edad. — Le pinchó William. Arnold hizo un gesto al aire. — Ya me hubiera gustado a mí ser tan brillante. Pero sí, no puede negar que es mío. — Terminó guiñándole un ojo. La afirmación de Dylan les hizo a todos reír, pero su padre estaba acariciando el tablero y juegos le miró. — Hay más cosas en el cielo y la tierra que las que tu filosofía pueda jamás imaginar. — Dijo, y a Alice le salió del alma responder, porque durante mucho tiempo había leído aquella escena teatral una y otra vez, sintiendo que encajaba con su pensamiento tantísimo que podría vivir por esa máxima. — Y hay una divinidad que labra nuestros designios,por muy toscamente que los desbastemos. — Todos se quedaron mirándoles. — Muggles. Shakespeare, más concretamente. Siempre viene a la mano para los Ravenclaws, y si no que se lo digan a mi alquimista favorito, que alguien le regaló un poema de ese señor por San Valentín una vez. — Aquello sirvió de desvío eficaz, y todos rieron y se pusieron a hablar de nuevo. — Gracias, hijos. Es… Es increíble cómo vosotros también me habéis superado a mí, en todo. — Dylan se fue a abrazarle y Alice le dedicó una sonrisa cortés.
Lo que vino después fue un agasajo a Dylan muy curioso, y hubo que convencerle de que cortara por un momento su tormenta regaladora para que él recibiera los de los demás, incluyendo los de los tíos, ropa que Jackie le había hecho a medida, unas revistas muggles que André le había traído y que el pobre Dylan tuvo que acabar enseñando, muerto de vergüenza de que todo el mundo pensara que tenían contenido inapropiado, además de los regalos de los abuelos, y cosas que le habían traído las tías, también de su barrio muggle. — No sé qué manía habéis cogido con traerle al niño cosas muggles. — Mujer, en el pasado, los Gallia servimos a los reyes de Inglaterra, nuestro nieto honra esa tradición. — Su abuela bufó. — Toda la vida con el Jean Gallia. — Yo fui a ver su estatua varias veces de pequeña. Y también lo busqué en los libros de historia de la magia. — Señaló Alice. Su tía Susanne suspiró. — Sí, tu primo André también… — Mejor dejemos la memoria de Jean Gallia como la transmitimos en esta casa. — Instó Simone, poniendo esa cara de abuela Slytherin de “hasta aquí ha llegado este tema”.
Por supuesto, su padre también tenía regalos para ellos, que consistían en un par de atriles flotantes que te seguían y que protegían todo lo que tuvieran encima de las inclemencias del tiempo. El de Alice tenía grabado el mismo dibujo que el cabecero de su cama antigua, la que tuvo desde niña. — Qué bonito. — Dijo acariciándolo. — Gracias, papá. — Pero su padre estaba desatado con la reafirmación positiva y no se iba a quedar ahí. — Porque pensé: madre mía, con lo que llueve en Irlanda, y si conozco de algo a mi niña, va a estar todo el día por ahí estudiando plantas, y mi yerno estudiando runas, con lo que le gustan a él, por fin puede poner en práctica todos esos años de Hogwarts, pero al final, cuando estás investigando no te quieres ir del campo de estudio, y yo sé que Marcus siempre lleva sus papelitos encima, pero esto tiene que ser más práctico por fuerza, y nunca se me olvidará esa mirada iluminada a sus doce años cuando le regalamos el escritorio y dijo “es superpráctico”. — Y hala, todos a reírse. Alice, no seas así, disfruta del momento. Pero le costaba, le costaba. Al final el encanto de su padre cautivaba a todos, en cuanto estaba lo suficientemente centrado para ejercerlo, y ella demasiado enfadada en su interior para apreciarlo. — Voy a ir a por una cosita que necesito para cierto regalo. Enseguida vengo, vosotros seguid. — Aseguró con una sonrisa, levantándose de un saltito, y se fue a buscar la dichosa carpeta que André le había dejado escondida en algún lugar de la entradita y a ver si así respiraba un poco y volvía con otra visión.
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Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
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Un jour viendra tu me dira je t'aime
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La fortuna Con Alice | En Saint-Tropez | 29 de diciembre de 2002 |
Marcus se parecía mucho a su padre, pero la vena Slytherin de su madre le dotaba de un carisma que... bueno, podría decirse que Arnold era más gracioso que impresionante cuando fardaba de algo. Rio, porque a él siempre le halagaba que le compararan con su padre y lo llevaba por bandera, respondiendo. - Claro que sí, papá. Así me presento yo siempre, como hijo tuyo. - De la excelsa estirpe O'Donnell. - Exactamente. - Corroboró a la pomposa burlita de Violet. El ambiente, por fortuna, estaba cada vez menos tenso y más cargado de felicidad navideña. Menos mal, ahora solo había que saber mantenerlo.
Y entonces vino el dúo poético entre William y su hija, y si Marcus conocía a Alice de algo, a ella le había salido del corazón responder, automático y sin pensar. Sonrió levemente y pensó para sí, orgulloso, a este pajarito le queda menos para volver a su nido de lo que todos piensan, pero se ahorró la delatora mirada de reojo a William y simplemente respondió. - Un gran literato. Uno siempre está dispuesto a conocer mentes brillantes. - Tras eso empezaron a dar algunos regalos a Dylan, para ir intercalando, y Marcus se dedicó a vitorearlos como el que más y, por supuesto, a poner al niño en vergüenza un poquito. Después les llegó el turno a ellos, porque William les tenía un regalo preparado. - ¡Me encanta! - Aseguró, mirando el atril flotante con interés y escuchando la consiguiente explicación. Rio. - Sí que voy siempre con mis papelitos encima. Ahora también puedo ir con mis papelitos detrás de mí. - Bromeó. - ¡Eh! Para lo que os burláis de mi comentario, bien que lo sacáis a la luz cada vez que podéis. Siempre fui muy agradecido. -
Alice, para su sorpresa, se fue a buscar algo, y que él supiera no tenían más regalos que entregar, así que era probable que fuera su misterioso regalo que tanto se estaba haciendo de rogar. Se quedó mirando con una sonrisilla intrigada el lugar que había abandonado su novia, mientras la escena a su alrededor seguía aparentemente sin él. - ¡Me encanta! Y combina genial con los regalos de los abuelos. - Reconectó. Arnold y Emma le habían dado a Dylan una bonita chaqueta para cuando tuviera algo que celebrar, que efectivamente combinaba muy bien con el conjunto de guantes y bufanda que le había tejido Molly, así como una carpeta de clasificación inteligente de apuntes, que últimamente estaba muy de moda entre los estudiantes, y que harían un pack perfecto con la pluma transmutada de Lawrence que cambiaba de color según la asignatura. Dylan puso carita de pena. - Se me olvidó con las prisas llevarme mi regalo para los abuelos y me di cuenta allí y dije ahora como diga algo le voy a destripar a los demás que tengo regalos para todos. - Eso levantó risas tiernas. - Bueno, nosotros se lo damos de tu parte y seguro que les encanta y te escriben dándote las gracias. - Pues mira, mejor, así guardo la carta de recuerdo. - Marcus intercambió una mirada con Susanne de manera automática y ambos se encogieron de hombros con una sonrisilla. Dylan era tan fácil de contentar.
- ¡Vale, voy a seguir! - El chico entregó una bolsita que tintineaba peligrosamente, por lo que la movía con cuidado, a Arnold y Emma. Salieron de ella dos botellas de cristal muy bonitas de cerveza de mantequilla. - Una vez estábamos hablando y Arnold le dijo a Emma "¿te acuerdas de nuestra primera cita en Las Tres Escobas?", y me fijé en la mirada y os vi muy enamorados, y luego Emma dijo "ni me acuerdo de la última vez que me tomé una cerveza de mantequilla", así que os he traído una a cada uno embotellada y le pedí a la dueña que si podía grabarme con un hechizo vuestros nombres en el vidrio. - Señaló las botellas y, efectivamente, estaban los nombres grabados. - Para un día que os apetezca tener otra cita romántica y por si queréis guardarla de recuerdo. - Emma estaba sin palabras, pero Arnold, por supuesto, siempre efusivo, se lanzó a achucharle y a darle mil gracias. Cuando le dejó libre, Emma se agachó delante de él y le tomó las mejillas. - El solo hecho de que escuches tan bien y te acuerdes de un detalle tan pequeño es uno de los regalos más bonitos que me han hecho en la vida. - Y le abrazó, y a Marcus por poco se le saltan las lágrimas otra vez. Cuando se separaron, el chico, continuó con su tanda de regalos personal a quienes faltaban, y una vez terminó, miró ceñudo al entorno. - ¿Y la hermana? ¡Que ya solo me queda el de ella! - Era todo ternura hasta que de repente le aparecía un mal carácter impropio de él y que hacía a todos contener la risa. Pero Marcus también se preguntaba dónde se había metido su novia, que ellos también tenían que entregarle su regalo al pobre Dylan.
Y entonces vino el dúo poético entre William y su hija, y si Marcus conocía a Alice de algo, a ella le había salido del corazón responder, automático y sin pensar. Sonrió levemente y pensó para sí, orgulloso, a este pajarito le queda menos para volver a su nido de lo que todos piensan, pero se ahorró la delatora mirada de reojo a William y simplemente respondió. - Un gran literato. Uno siempre está dispuesto a conocer mentes brillantes. - Tras eso empezaron a dar algunos regalos a Dylan, para ir intercalando, y Marcus se dedicó a vitorearlos como el que más y, por supuesto, a poner al niño en vergüenza un poquito. Después les llegó el turno a ellos, porque William les tenía un regalo preparado. - ¡Me encanta! - Aseguró, mirando el atril flotante con interés y escuchando la consiguiente explicación. Rio. - Sí que voy siempre con mis papelitos encima. Ahora también puedo ir con mis papelitos detrás de mí. - Bromeó. - ¡Eh! Para lo que os burláis de mi comentario, bien que lo sacáis a la luz cada vez que podéis. Siempre fui muy agradecido. -
Alice, para su sorpresa, se fue a buscar algo, y que él supiera no tenían más regalos que entregar, así que era probable que fuera su misterioso regalo que tanto se estaba haciendo de rogar. Se quedó mirando con una sonrisilla intrigada el lugar que había abandonado su novia, mientras la escena a su alrededor seguía aparentemente sin él. - ¡Me encanta! Y combina genial con los regalos de los abuelos. - Reconectó. Arnold y Emma le habían dado a Dylan una bonita chaqueta para cuando tuviera algo que celebrar, que efectivamente combinaba muy bien con el conjunto de guantes y bufanda que le había tejido Molly, así como una carpeta de clasificación inteligente de apuntes, que últimamente estaba muy de moda entre los estudiantes, y que harían un pack perfecto con la pluma transmutada de Lawrence que cambiaba de color según la asignatura. Dylan puso carita de pena. - Se me olvidó con las prisas llevarme mi regalo para los abuelos y me di cuenta allí y dije ahora como diga algo le voy a destripar a los demás que tengo regalos para todos. - Eso levantó risas tiernas. - Bueno, nosotros se lo damos de tu parte y seguro que les encanta y te escriben dándote las gracias. - Pues mira, mejor, así guardo la carta de recuerdo. - Marcus intercambió una mirada con Susanne de manera automática y ambos se encogieron de hombros con una sonrisilla. Dylan era tan fácil de contentar.
- ¡Vale, voy a seguir! - El chico entregó una bolsita que tintineaba peligrosamente, por lo que la movía con cuidado, a Arnold y Emma. Salieron de ella dos botellas de cristal muy bonitas de cerveza de mantequilla. - Una vez estábamos hablando y Arnold le dijo a Emma "¿te acuerdas de nuestra primera cita en Las Tres Escobas?", y me fijé en la mirada y os vi muy enamorados, y luego Emma dijo "ni me acuerdo de la última vez que me tomé una cerveza de mantequilla", así que os he traído una a cada uno embotellada y le pedí a la dueña que si podía grabarme con un hechizo vuestros nombres en el vidrio. - Señaló las botellas y, efectivamente, estaban los nombres grabados. - Para un día que os apetezca tener otra cita romántica y por si queréis guardarla de recuerdo. - Emma estaba sin palabras, pero Arnold, por supuesto, siempre efusivo, se lanzó a achucharle y a darle mil gracias. Cuando le dejó libre, Emma se agachó delante de él y le tomó las mejillas. - El solo hecho de que escuches tan bien y te acuerdes de un detalle tan pequeño es uno de los regalos más bonitos que me han hecho en la vida. - Y le abrazó, y a Marcus por poco se le saltan las lágrimas otra vez. Cuando se separaron, el chico, continuó con su tanda de regalos personal a quienes faltaban, y una vez terminó, miró ceñudo al entorno. - ¿Y la hermana? ¡Que ya solo me queda el de ella! - Era todo ternura hasta que de repente le aparecía un mal carácter impropio de él y que hacía a todos contener la risa. Pero Marcus también se preguntaba dónde se había metido su novia, que ellos también tenían que entregarle su regalo al pobre Dylan.
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La fortuna Con Marcus | En Saint-Tropez | 29 de diciembre de 2002 |
Escuchó desde lejos a Dylan hablar de los regalos, y miró desde el arco de entrada al salón, enternecida, con la carpeta entre las manos. Se había traído una que había fabricado ella transmutado papel de carta. Al abuelo le había gustado tanto que le dijo que tendría que haberlo usado en algún examen. Rio por lo bajini y se acercó a Marcus poniendo una mano en su hombro. — Patito. — Llamó a su hermano. — Como no dudamos de que tu regalo para mí es el mejor… — Miró a su novio. — Y tu colega y yo tenemos también uno muy chulo que darte… Creo que voy a darle el mío a Marcus, y dejamos los otros para la traca final. Además, justo está atardeciendo, y quiero que lo vea con algo de luz. — Los mayores y sus tíos ya sabían lo que era, pero los demás la miraron confusos. Ella tiró de la mano de Marcus para levantarle y le guio hacia el jardín. — Venga, venid todos. —
Les llevó hasta el final del jardín, viendo el mar, con la playa bañada por completo por la luz naranja del crepúsculo, y se puso junto a la valla con Marcus, con todos detrás, mirando en corrillo. Desde allí, se veía la casa de Jackie, ya bastante avanzada, y entre medias, dos casa muy pequeñas y el terreno de los juncos al lado de casa de sus abuelos. — Mi amor, antes hablábamos de lo que es la fortuna. Tú y yo lo tenemos muy claro, y siempre hemos pedido un tipo muy concreto de fortuna. La de estar juntos para siempre, poder disfrutar con nuestras familias y hacer toda la alquimia que podamos. — Tomó aire y notó cómo los ojos se le llenaban de lágrimas. — Hace dos meses, todo el mundo aseguraba que yo había recibido una fortuna, y yo solo podía pensar que era una condena, un don que no quería, tu hermano entiende muy bien lo que es eso, y sé que tu has trabajado mucho por entenderlo. — Suspiró y sonrió. — Pero yo tengo una ventaja que él no tiene. Yo soy alquimista. Yo puedo transmutar hasta su propia esencia algo que odio, que no me gusta, en algo bueno. Y créeme, aquí hay esencia para rato, y es un porcentaje muy pequeño el que he utilizado para esta transmutación. — Le dio la carpeta y trató de contener la emoción. — Mira bien este terreno de aquí porque, si todo va bien, va a ser la última vez que lo veas así. —
Se mordió el labio inferior, emocionada. — He hecho la mejor transmutación de mi vida. He convertido parte de una fortuna que nunca quise, en uno de tus sueños, y es lo que quiero seguir haciendo el resto de días de mi vida. — La voz se le quebró pero no paraba de sonreír. — Ahí dentro solo hay mucha fórmula legal, y nuestros nombres y todo eso… Pero es la esencia de lo que será el taller con el que soñaste. Nuestro taller en Francia, al lado de un laboratorio estatal, de nuestra playa, nuestro cielo, nuestra familia y todos nuestros nuevos recuerdos. — Se inclinó para besarle entre lágrimas y solo dijo. — Te amo, mi amor. Feliz navidad. —
Les llevó hasta el final del jardín, viendo el mar, con la playa bañada por completo por la luz naranja del crepúsculo, y se puso junto a la valla con Marcus, con todos detrás, mirando en corrillo. Desde allí, se veía la casa de Jackie, ya bastante avanzada, y entre medias, dos casa muy pequeñas y el terreno de los juncos al lado de casa de sus abuelos. — Mi amor, antes hablábamos de lo que es la fortuna. Tú y yo lo tenemos muy claro, y siempre hemos pedido un tipo muy concreto de fortuna. La de estar juntos para siempre, poder disfrutar con nuestras familias y hacer toda la alquimia que podamos. — Tomó aire y notó cómo los ojos se le llenaban de lágrimas. — Hace dos meses, todo el mundo aseguraba que yo había recibido una fortuna, y yo solo podía pensar que era una condena, un don que no quería, tu hermano entiende muy bien lo que es eso, y sé que tu has trabajado mucho por entenderlo. — Suspiró y sonrió. — Pero yo tengo una ventaja que él no tiene. Yo soy alquimista. Yo puedo transmutar hasta su propia esencia algo que odio, que no me gusta, en algo bueno. Y créeme, aquí hay esencia para rato, y es un porcentaje muy pequeño el que he utilizado para esta transmutación. — Le dio la carpeta y trató de contener la emoción. — Mira bien este terreno de aquí porque, si todo va bien, va a ser la última vez que lo veas así. —
Se mordió el labio inferior, emocionada. — He hecho la mejor transmutación de mi vida. He convertido parte de una fortuna que nunca quise, en uno de tus sueños, y es lo que quiero seguir haciendo el resto de días de mi vida. — La voz se le quebró pero no paraba de sonreír. — Ahí dentro solo hay mucha fórmula legal, y nuestros nombres y todo eso… Pero es la esencia de lo que será el taller con el que soñaste. Nuestro taller en Francia, al lado de un laboratorio estatal, de nuestra playa, nuestro cielo, nuestra familia y todos nuestros nuevos recuerdos. — Se inclinó para besarle entre lágrimas y solo dijo. — Te amo, mi amor. Feliz navidad. —
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La fortuna Con Alice | En Saint-Tropez | 29 de diciembre de 2002 |
- ¡Mira! Aquí está tu hermana. - Se adelantó Marcus nada más notar la mano de Alice en su hombro, pero para su asombro, Alice dijo que le iba a dar primero el regalo a él. Parpadeó, y un cosquilleo de nervios le recorrió. Después de tantos días de expectación, no se había visto venir el momento. Todavía se preguntaba por qué era necesario darlo en La Provenza, y eso solo aumentaba más y más su intriga. "Quiero que lo vea con algo de luz", dijo Alice. ¿¿Pero qué es?? Pensó a gritos su cabeza, pero ya iba a salir de dudas, así que, con una sonrisa boba, se fue tras su chica, tan nervioso que quería ponerse a saltar.
Salieron al exterior, donde las vistas eran preciosas, y se Alice se detuvo en la valla, junto a él, con todos detrás. Estaba más confuso a más segundos pasaban, pero trató de escuchar con toda su atención a pesar de los nervios para no perderse nada. Fue asintiendo a lo que decía, para que quedara claro que estaba escuchando, porque tenía que tener una cara de alelado curiosa en ese momento. Cuando mencionó lo de la fortuna recibida y la analogía con su hermano también sintió que se emocionaba, pero no era capaz ni por asomo de conectarlo con nada, le parecía un tiro al aire, una analogía bonita pero que no podía tener que ver con su regalo porque no se le ocurría nada, pero claro, conocía a Alice, nunca decía las cosas porque sí, total, que estaba más liado todavía.
Y entonces dijo lo de la alquimia y el que "había usado un porcentaje de la esencia" para crear, intuía, su regalo; y ahí estaba, el genio Marcus O'Donnell, primero de su promoción, tan absolutamente perdido que no podría ahora ni deletrear su apellido sin equivocarse. Y entonces le dio una carpeta y, acto seguido, señaló un terreno, diciendo que "sería la última vez que lo vería así". Parpadeó. Y, ya sí, abrió la carpeta, donde intuía que estaría la clave para salir de dudas.
Frunció el ceño, tratando de comprender lo que tenía ante sus ojos. Eran... ¿unas escrituras? Pero el sello era el del Estatuto Nacional de alquimistas, es decir, no eran unas simples escrituras para un terrero, eran... - Son las escrituras para edificar un taller. - Susurró, atónito, mientras leía. Y ahí estaban: sus nombres escritos, juntos, "Alice Gallia" y "Marcus O'Donnell". Acarició el papel. Sus nombres escritos, por primera vez, juntos en un documento oficial. Los había visto tantas veces en tarjetas de felicitación, en trabajos de clase... pero nunca en un documento oficial. Y ahí estaban. Y el texto era claro: escrituras para la edificación de un taller de alquimia. Alzó la cabeza. Era el enclave de sus sueños, literalmente. Era donde soñó, la primera vez que fue a La Provenza, que tendría un taller de alquimia, frente al mar y rodeado de flores.
Debía seguir teniendo cara de estar a cuadros mientras Alice hablaba, solo que ahora tenía los ojos rebosantes de lágrimas. - ¿Es... esto es real? ¿Es en serio? - Preguntó casi sin voz, y se le derramó una lágrima al hacerlo. Alice terminó de explicarse y le besó, y eso pareció el pistoletazo de salida para, por fin, poder reaccionar y sonreír. - ¿Es nuestro taller? ¿Nuestro primer taller? - La propia emoción había elevado el tono de su voz, y fue decir la frase y lanzarse a abrazar a su novia, entre risas, absolutamente feliz. - ¡No me lo puedo creer! - Clamaba mientras le daba vueltas en el aire, abrazándola con fuerza. Esperaba no estar arrugando los papeles que le había dado, que los sujetaba a duras penas con la mano mientras saltaba, giraba y abrazaba a su novia. La soltó por fin, recuperó el resuello y la miró a los ojos. - Dime que no estoy soñando. - Y entonces cayó en que, si no estaba soñando, aquello era real, y en todas las implicaciones que tenía: ¿cuánto costaba eso? ¿Cuánto dinero se había gastado Alice en su regalo de Navidad? Bueno, realmente era su proyecto, pero... - Alice... es... - De repente, puso una expresión y una voz que le hacían parecer un niño de ocho años y dijo. - Pero yo solo te he regalado una caja. - Su declaración desató carcajadas en su entorno.
Entorno que, rápidamente, se fue a abrazarles, ya considerando que habían tenido su momento, y a darles la enhorabuena. Entre las idas y venidas, Arnold achuchó con fuerza a Alice, y Emma se fue hacia él. - No es ni más ni menos que lo que te mereces. - Marcus seguía sin palabras. - Pero... - Emma le detuvo. - Alice ha transmutado una esencia maligna en algo precioso y ha hecho, literalmente, tu sueño realidad. Es un idioma que esa carroña no habla. No solo han tenido que claudicar y darle el dinero que le corresponde, sino que lo ha usado para el bien. Se van a estar revolviendo con ello hasta después de muertos. - Y una parte del ser de Marcus pareció despertarse de repente en su interior e imbuirse de la satisfacción de la venganza realizada. Sonrió, sopesando las palabras de su madre, con la mirada perdida, pero ella le trajo de nuevo a la tierra. - Y recuerda que es su dinero, y que ella puede hacer con él lo que quiera. Y no se me ocurre un lugar mejor en el que invertirlo. Tarde o temprano lo íbais a tener, mejor temprano... así tiene otro motivo para querer venir aquí y un lugar en el que refugiarse. - Pues eso también era razón. Su madre le estaba espabilando a base de bien, como siempre. - Y ahora. - Dijo con una amplia sonrisa. - Ve a seguir dándole las gracias. - Se giró a los demás y dijo. - ¿Y si vamos entrando? - Y todos, en pleno jolgorio, volvieron a entrar, pero ellos se quedaron atrás, solos, frente al paisaje de su futuro sueño hecho realidad.
La tomó de las manos. - Alice... Estoy absolutamente sin palabras. - Dijo entre risas. - He dicho tantas veces que haces mis sueños realidad... Pero lo has hecho literalmente. Yo... Recuerdo perfectamente ese día y... Recuerdo que te lo conté... más para chincharte por haberme despertado y por ser tan caótica, lo reconozco. - Volvió a decir riendo. - Y recuerdo perfectamente que te lo conté desde la inconsciencia, como si cualquier cosa, y tú... Tú me hiciste pensar que podía ser un sueño real, que podía ser algo que consiguiéramos... Y lo has hecho... - Pero no pudo evitar acercarse y susurrar. - ¿De verdad... esto no te ha supuesto...? - Se mordió el labio, pero cambió la dirección de lo que preguntaba. - Pero no se me ocurre mejor forma de invertir ese dinero que en cumplir sueños, en hacer felices a los que te queremos y, sobre todo, en ser una mujer con futuro, con inteligencia, con las armas que se deben tener, y no las que tienen ellos. Eres perfecta, Alice Gallia. - La besó y dijo. - Y te amo con toda mi alma. - Se abrazó a su cintura por la espalda y contemplaron juntos el lugar. Notaba que se emocionaba de nuevo. - Gracias. Aunque ellos nunca lo entiendan... la verdadera esencia de las cosas, y esta felicidad... no hay dinero que pueda pagarla. -
Salieron al exterior, donde las vistas eran preciosas, y se Alice se detuvo en la valla, junto a él, con todos detrás. Estaba más confuso a más segundos pasaban, pero trató de escuchar con toda su atención a pesar de los nervios para no perderse nada. Fue asintiendo a lo que decía, para que quedara claro que estaba escuchando, porque tenía que tener una cara de alelado curiosa en ese momento. Cuando mencionó lo de la fortuna recibida y la analogía con su hermano también sintió que se emocionaba, pero no era capaz ni por asomo de conectarlo con nada, le parecía un tiro al aire, una analogía bonita pero que no podía tener que ver con su regalo porque no se le ocurría nada, pero claro, conocía a Alice, nunca decía las cosas porque sí, total, que estaba más liado todavía.
Y entonces dijo lo de la alquimia y el que "había usado un porcentaje de la esencia" para crear, intuía, su regalo; y ahí estaba, el genio Marcus O'Donnell, primero de su promoción, tan absolutamente perdido que no podría ahora ni deletrear su apellido sin equivocarse. Y entonces le dio una carpeta y, acto seguido, señaló un terreno, diciendo que "sería la última vez que lo vería así". Parpadeó. Y, ya sí, abrió la carpeta, donde intuía que estaría la clave para salir de dudas.
Frunció el ceño, tratando de comprender lo que tenía ante sus ojos. Eran... ¿unas escrituras? Pero el sello era el del Estatuto Nacional de alquimistas, es decir, no eran unas simples escrituras para un terrero, eran... - Son las escrituras para edificar un taller. - Susurró, atónito, mientras leía. Y ahí estaban: sus nombres escritos, juntos, "Alice Gallia" y "Marcus O'Donnell". Acarició el papel. Sus nombres escritos, por primera vez, juntos en un documento oficial. Los había visto tantas veces en tarjetas de felicitación, en trabajos de clase... pero nunca en un documento oficial. Y ahí estaban. Y el texto era claro: escrituras para la edificación de un taller de alquimia. Alzó la cabeza. Era el enclave de sus sueños, literalmente. Era donde soñó, la primera vez que fue a La Provenza, que tendría un taller de alquimia, frente al mar y rodeado de flores.
Debía seguir teniendo cara de estar a cuadros mientras Alice hablaba, solo que ahora tenía los ojos rebosantes de lágrimas. - ¿Es... esto es real? ¿Es en serio? - Preguntó casi sin voz, y se le derramó una lágrima al hacerlo. Alice terminó de explicarse y le besó, y eso pareció el pistoletazo de salida para, por fin, poder reaccionar y sonreír. - ¿Es nuestro taller? ¿Nuestro primer taller? - La propia emoción había elevado el tono de su voz, y fue decir la frase y lanzarse a abrazar a su novia, entre risas, absolutamente feliz. - ¡No me lo puedo creer! - Clamaba mientras le daba vueltas en el aire, abrazándola con fuerza. Esperaba no estar arrugando los papeles que le había dado, que los sujetaba a duras penas con la mano mientras saltaba, giraba y abrazaba a su novia. La soltó por fin, recuperó el resuello y la miró a los ojos. - Dime que no estoy soñando. - Y entonces cayó en que, si no estaba soñando, aquello era real, y en todas las implicaciones que tenía: ¿cuánto costaba eso? ¿Cuánto dinero se había gastado Alice en su regalo de Navidad? Bueno, realmente era su proyecto, pero... - Alice... es... - De repente, puso una expresión y una voz que le hacían parecer un niño de ocho años y dijo. - Pero yo solo te he regalado una caja. - Su declaración desató carcajadas en su entorno.
Entorno que, rápidamente, se fue a abrazarles, ya considerando que habían tenido su momento, y a darles la enhorabuena. Entre las idas y venidas, Arnold achuchó con fuerza a Alice, y Emma se fue hacia él. - No es ni más ni menos que lo que te mereces. - Marcus seguía sin palabras. - Pero... - Emma le detuvo. - Alice ha transmutado una esencia maligna en algo precioso y ha hecho, literalmente, tu sueño realidad. Es un idioma que esa carroña no habla. No solo han tenido que claudicar y darle el dinero que le corresponde, sino que lo ha usado para el bien. Se van a estar revolviendo con ello hasta después de muertos. - Y una parte del ser de Marcus pareció despertarse de repente en su interior e imbuirse de la satisfacción de la venganza realizada. Sonrió, sopesando las palabras de su madre, con la mirada perdida, pero ella le trajo de nuevo a la tierra. - Y recuerda que es su dinero, y que ella puede hacer con él lo que quiera. Y no se me ocurre un lugar mejor en el que invertirlo. Tarde o temprano lo íbais a tener, mejor temprano... así tiene otro motivo para querer venir aquí y un lugar en el que refugiarse. - Pues eso también era razón. Su madre le estaba espabilando a base de bien, como siempre. - Y ahora. - Dijo con una amplia sonrisa. - Ve a seguir dándole las gracias. - Se giró a los demás y dijo. - ¿Y si vamos entrando? - Y todos, en pleno jolgorio, volvieron a entrar, pero ellos se quedaron atrás, solos, frente al paisaje de su futuro sueño hecho realidad.
La tomó de las manos. - Alice... Estoy absolutamente sin palabras. - Dijo entre risas. - He dicho tantas veces que haces mis sueños realidad... Pero lo has hecho literalmente. Yo... Recuerdo perfectamente ese día y... Recuerdo que te lo conté... más para chincharte por haberme despertado y por ser tan caótica, lo reconozco. - Volvió a decir riendo. - Y recuerdo perfectamente que te lo conté desde la inconsciencia, como si cualquier cosa, y tú... Tú me hiciste pensar que podía ser un sueño real, que podía ser algo que consiguiéramos... Y lo has hecho... - Pero no pudo evitar acercarse y susurrar. - ¿De verdad... esto no te ha supuesto...? - Se mordió el labio, pero cambió la dirección de lo que preguntaba. - Pero no se me ocurre mejor forma de invertir ese dinero que en cumplir sueños, en hacer felices a los que te queremos y, sobre todo, en ser una mujer con futuro, con inteligencia, con las armas que se deben tener, y no las que tienen ellos. Eres perfecta, Alice Gallia. - La besó y dijo. - Y te amo con toda mi alma. - Se abrazó a su cintura por la espalda y contemplaron juntos el lugar. Notaba que se emocionaba de nuevo. - Gracias. Aunque ellos nunca lo entiendan... la verdadera esencia de las cosas, y esta felicidad... no hay dinero que pueda pagarla. -
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- La eternidad es nuestra:
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