A Neil no le quedó otro remedio más que reírse, pues Santi insistía en que era el favorito. Negó con la cabeza, incapaz de ocultar una sonrisa. En realidad, si tenía que ser sincero, Neil estaba orgulloso de la relación que había construido con su entrenador. Recordaba a la perfección el día en que Archie, el entrenador de porteros de la filial, lo había llamado a su despacho una tarde. La sorpresa de Neil al encontrarse cara a cara con David Redmayne fue tanta, que éste le tuvo que pedir que por favor terminara de cerrar la puerta si no quería que todo el mundo se enterara de que estaba allí. Fue Redmayne en persona quien el dijo que iba a ponerlo a prueba con el primer equipo, que se lo llevarían de pretemporada, para saber si daba la talla.

Neil le había dicho, mirándolo directamente a los ojos, que no lo iba a defraudar y todo lo demás fue historia.

Sin embargo, también admitía que, a veces, su relación con Redmayne iba un poco más allá de lo profesional. Recordaba con vergüenza la vez que Bruce llegó llorando al entrenamiento porque su padre no se había presentado a una actividad escolar. Su hermano en ese momento no era más que un niño y Neil, luego de ofrecerle disculpas a Redmayne por el escándalo, le prometió que no volvería a suceder. Dos días después, se encontró a Bruce con un caramelo en el bolsillo y éste le dijo, con una sonrisa descarada, que Redmayne se lo había dado.

—Mientras insistas que soy el favorito y eso nos sirva, te dejaré decirlo. Pero no lo digas frente a Darien o Massimo, por favor —dijo con expresión afectada, mientras veía cómo Santi estaba encantado con lo que acababa de decirle. Además, había aceptado ir a la práctica, lo cual era maravilloso.

Sabía que Santi se sentiría mucho mejor si retomaban sus entrenamientos. Hasta ahora, les había ido bastante bien, pero no lo suficiente para querer replicar aquel pase en un partido. Decirle que lo intentaran justo ahora, en el primer partido en el Emirates Stadium, era un arma de doble filo. Lo mejor sería esperar.

—Santi, no tienes que agradecerme nada, si no estamos para apoyarnos, ¿entonces para qué estamos? —comentó con una sonrisa, estuvo a punto de decirle que ya no se preocupara tanto, pero entonces su teléfono empezó a vibrar. Neil soltó un respingo, pues era muy tarde, pocas personas tenían su número privado y, por instinto, pensó lo peor. Dejó la taza sobre la mesita de noche y miró la pantalla del teléfono, temiéndose que sería Regina, o quizás su padre, para decirle que el abuelo por fin había fallecido. Sin embargo, el nombre que parpadeaba era el de su madre—. ¿Maman?

Neil suspiró, mientras escuchaba la voz de su madre, hablándole en francés. Y él se sentó por instinto en el borde de la cama de Santi, sin pensárselo mucho.

Neil amaba a su madre. A diferencia de la relación complicada que tenía con George Carter, su madre Margot era para Neil sólo símbolo de devoción. Estuvo a punto de dejarlo todo e ir tras ella luego del divorcio de sus padres, pues durante el juicio supo que había tenido la potestad de hablar con el juez, tenía edad suficiente para que lo dejaran decidir. Pero la imposibilidad de dejar atrás a sus hermanos lo dejó en Londres.

El único problema que había en su relación con su madre era, precisamente, George Carter. Neil nunca había acabado de entender por qué seguían haciéndose daño. Regina le había dicho que todo era porque su padre seguía amándola, pero Neil no podía entender eso. ¿Cómo se podía amar tanto y, a la vez, hacer tanto daño? Alphonse de seguro estaría de acuerdo, pues éste le dijo muchas veces que sí estuvo enamorado de él, incluso si era la persona que más daño le había hecho en la vida además de su padre.

Cuando cerró la llamada, Neil suspiró hondo y luego sintió el roce cálido de la mano de Santi sobre su hombro. Por instinto lo miró, pero se dio cuenta de que era pésima idea.

Santi estaba demasiado cerca y Neil demasiado sensible. ¿Por qué tenían que compartir habitación? Claro, porque Redmayne se lo había encargado. Porque Neil, así como pensaba su madre al llamarlo, era capaz de solucionarlo todo.

—Papá y mamá se casaron por bienes separados, pero el abuelo le regaló una pequeña porción de las acciones de la compañía. Dijo que era un regalo de bodas. Mamá en realidad no tiene injerencia en las empresas, pero sí que tiene acceso a una cuenta bancaria en la que también estamos mis hermanos y yo. Parece que no puede acceder más a esa cuenta y es obvio que papá hizo algún movimiento bancario sin consultar —Neil suspiró de nuevo, frotándose la frente. A veces tenía ganas de dejarlo todo. De comprar una casa en medio de una isla del Pacífico Sur y no darle la dirección a nadie—. Lo siento, te deben parecer problemas ridículos de gente rica.

Neil escuchó a Santi, diciéndole que estaba ahí para él. Cuando lo miró a los ojos, recordó por qué lo amaba tanto. Por qué no había podido siquiera pensar en intentar arriesgar su privacidad por intentar salir con alguien más, alguien de su círculo. Porque Santi lo era todo, ocupaba todos y absolutamente todos los espacios de su corazón. Eso no podía ser bueno, sobre todo porque Santi no estaba en potestad de corresponderlo.

—Santi, yo sólo… —Neil apretó los labios, conteniendo lágrimas que no tenían nada que ver con el problema de su madre histérica o de su padre haciendo estregados familiares—. A veces sólo quisiera que todo fuera tan sencillo como mantener la portería a cero. Pero la vida cotidiana no hace más que encajarme penales.

Neil, haciendo gala de un autocontrol que no sabía cómo conservaba, estiró la mano hasta colocarla sobre la rodilla de Santi. Cerró los ojos un instante, concentrándose en el cálido tacto.

—Gracias, Santi. Con escucharme haces suficiente.

Aunque el siguiente partido en el Emirates Stadium lo habían ganado, tal y como le dijo a Santi que sucedería, la emoción de la victoria quedó eclipsada por una noticia devastadora. Neil estaba con Darien y Elle en el club ecuestre cuando recibió la llamada de Amy para ponerlo sobreaviso que Ava había sido llevada en estado crítico al hospital.

Aunque Neil y Darien se precipitaron al hospital, a toda velocidad, cuando llegaron allí Ava ya estaba muerta. El escenario era entre devastador e incómodo, la presencia de la madre de Ava hacía las cosas complicadas. Recordó que Darien le dijo, cuando estuvieron en la cafetería del hospital, que al final Santi había tenido algo de razón firmando esos papeles de matrimonio. Pero quizás lo más difícil para Neil, había sido ver a la pequeña Marian tan triste. La niña no había dejado de llorar en ningún momento y a Neil le dolió muchísimo separarse de ella, en especial cuando Marian le preguntó cuándo volvería.

Lo peor de todo era que Neil no podía estar tan presente como le hubiera gustado, porque tenían que ir hasta Molineux para sacarle puntos al Wolverhampton. Dadas las circunstancias, Redmayne le dio permiso a Santi para que se quedara con la pequeña y no estuvo en la lista de convocados. Aunque todos concluyeron que era lo más prudente, y en el comunicado en las redes casi todas las respuestas eran de apoyo, Neil conocía a Santi lo suficiente para saber que se quedó atormentado en casa sabiendo que su hija estaba tristísima, su suegra estaba haciéndolo sentir miserable y, encima de todo, no podía jugar al fútbol. Neil mantuvo la portería a cero, hizo dos paradas que salvaron los tres puntos que se llevó el Arsenal es jornada.

Cuando volvió a Londres, supo por Amy que Marian seguía triste y que, al parecer, no tenía apetito y hasta se negaba a salir de su habitación. Neil, sabiendo lo angustiado que Santi debía sentirse, sólo se atrevió a llamarlo cuando ya tenía un plan en mente. Cuando le pidió que le pasara a Marian al teléfono, le dijo a la niña que tenía una sorpresa para ella, que tan sólo debía ponerse su vestido más bonito y traer a Copito con ella.

De todos hoteles que regentaba su familia, el Savoy no era su favorito, pero allí estaba trabajando ahora Dominique, la repostera favorita de Neil, con quien tenía una buena relación porque lo conocía desde que era pequeño. Cuando le hizo una petición, ésta se quedó asombrada, pero era el tipo de repostera que amaba los retos.

—Neil, ¿todo este hotel es tuyo? —Marian tenía puesto un vestido verde y estaba peinada con un moñito del mismo color. A Neil le rompía el corazón ver sus ojos llorosos, pero había venido, así que él podía anotarse un triunfo. Ella le sostenía de la manito, mientras Neil los llevaba hasta el restaurante de la terraza. La ventaja de ser un Carter era que podía pedir que lo cerrasen y nadie lo cuestionó, aunque suponía que esto llegaría a oídos de su padre y éste iba a enfadarse con él.

Pero, esta vez, a Neil no le importaba. Esto valdría la pena. O eso esperaba, pues podía ver la expresión confusa e incrédula de Santi, quien estaba llevando a Copito, un par de pasos más atrás de ambos. Él también tenía grandes ojeras y se veía muy cansado, pero, por lo menos, le había dado a Neil el beneficio de la duda.

—Es de mi familia —dijo, pero la niña lo miró con un puchero tan grande que Neil soltó una carcajada—. Sí, es mío. ¿Te gusta?

Marian asintió, mientras llegaban a la terraza. Era un sitio demasiado señorial para el gusto de Neil, pero al menos le habían hecho caso al preparar una mesa que se viera más acogedora para una niña que para un grupo de señores viejos y adinerados.

Marian no estaba tan risueña como acostumbraba, pero Neil se consoló al saber que la niña no estaba llorando. Sabía que podía ser mucho peor, a cómo Amy se lo había descrito por teléfono y por lo que le pudo decir Santi cuando por fin pudieron hablar. Neil sabía que estaba jugando con fuego, pero bien valía la pena el intento. Sobre todo si tomaba en cuenta que Marian ya estaba allí, bien vestida, y dispuesta a escuchar lo que él tenía que decir.

Neil le agradeció a Santi en silencio cuando vio como éste acomodaba a Marian sobre el asiento. Él había pedido que le imprimieran un menú con fotografías para que fuera sencillo para Marian saber qué iban a comer. Lo más llamativo, por supuesto, era que el postre estaba tan sólo hecho en una silueta, con un gran signo de interrogación encima. Era lo bastante curioso para que a Marian le llamara la atención.

De hecho, por la expresión que tenía Santi, la curiosidad también había podido con él.

—¿Por qué no se ve el postre? —preguntó Marian, mirando a Neil con expresión de sorpresa.

Neil tomó asiento frente a ella, mientras le regalaba una sonrisa. Copito también tenía una silla especial para él, estaba sentado en medio de Marian y Santi. Él estaba complacido de que lo hubieran obedecido hasta en eso. Tenía que empezar a creer que tenía gran poder de convocatoria.

—Porque el postre es una sorpresa para ti y también para Copito —dijo Neil, sin tratar de sonar demasiado misterioso, aunque no estaba seguro de haber logrado ese efecto, pues Santi seguía mirándolo con la misma expresión—: Sé que te gusta la lasaña y también está tu jugo de frutas favorito.

Marian volvió a mirar al menú y luego miró a Santi, quizás estaba preguntándose si éste formaba parte de toda esta pantomima. Neil se sintió un poquito culpable, porque si la niña se ponía a llorar, sabía que sería su culpa y que Santi pasaría un pésimo momento. No era eso lo que pretendía.

—¿Me lo tengo que comer todo antes del postre? —preguntó Marian, mirando a Neil directamente.

—Creo que está bien si no te lo comes hasta el último bocado, quizás con que te comas la mitad estará bien, si tu papá está de acuerdo —dijo Neil, cuidándose de cada palabra que decía.

La situación parecía bastante controlada, Neil era capaz de apreciar que la lasaña estaba deliciosa y tenía que agradecerle profundamente a Dominique por haber dejado todo esto finamente decorado, además de un menú exquisito. Él no había probado el postre personalmente, pero confiaba en que los resultados serían magníficos.  

Santi también parecía conmovido por la situación, al igual que permanecía muy atento por todo lo que estaba viviendo su hija. Neil quiso decirle que no le agradeciera tanto, que hacía esto de corazón. Sin embargo, no era el momento de que ellos tuvieran ese tipo de conversación frente a Marian. Le conformaba con saber que la niña estaba atenta a comer, aunque fuera un poco. A Neil le recordaba un poco a Bruce, a las semanas posteriores al divorcio.

La herida de la mudanza de su madre fue muy profunda, Neil no estaba seguro cómo había conseguido mantener a sus hermanos a flote.

Cuando Marian dijo que no quería comer, Neil le echó un vistazo al plato de la pequeña. La verdad era que no se había comido la mitad de la lasaña, pero Santi parecía algo satisfecho. Neil se preguntó si era buen momento para ceder un poco, creía que Santi no se iba a enfadar si volvía a tomar la iniciativa.

—Bueno, hagamos un trato, podemos pedirle a nuestros meseros que te pongan la lasaña en un envase para que puedas llevártelo a casa y ver si te lo quieres comer después —Neil pronunció la sonrisa al pensar en qué iba a decirle Dominique que su deliciosa y exclusiva comida gourmet iba a terminar en un envase para comidas a domicilio. Pero Marian seguía interesada en lo que él estaba diciendo—. Eso sí, espero que quieras probar el postre.

Marian asintió rápido, pero después arrugó las cejas, en un gesto calcado a su padre, como si estuviera pensándoselo mejor.

—¿Qué hay de postre, Neil? —preguntó, con la misma expresión intensa en su mirada.

Neil miró a Santi por un instante, antes de continuar. Esperaba que no creyera que estaba tomándose demasiadas libertades con su hija. Pero Neil sólo quería que ella se sintiera un poco mejor. Y, en consecuencia, que Santi también se sintiera más aliviado.

—¿Recuerdas cuando te pregunté cuál era el helado favorito de Copito? Sé que no es muy común tener helados de zanahoria en cualquier heladería, así que le pedí a Dominique, mi chef favorita, que me ayudara con eso —comentó Neil, mientras veía cómo la expresión de Marian se transformaba de incredulidad, a sorpresa, hasta finalmente alegría. Marian se giró en dirección a su peluche y lo sostuvo con ambas manos.

—¡Copito, vas a comer tu helado favorito! —exclamó, con una enorme sonrisa, mirando a Neil con expresión maravillada—. ¡Gracias, Neil!

Neil alzó las cejas cuando escuchó a Santi referirse a él como un hada madrina. De no ser porque era un momento bastante solemne, le habría dicho a Santi que, por favor, no se le ocurriera decir eso en frente de Darien o su reputación acabaría por el piso. Sin embargo, no dijo nada, tan sólo vio cómo Marian estaba emocionada con su helado de zanahoria, ayudando a Copito a comer.

Parecía contenta, Neil sabía que ese momento no duraría para siempre, porque no podía borrar de un plumazo la tristeza de una niña que acababa de perder a su madre. Sin embargo, Neil sabía que no perdía nada con que tuviera un momento feliz, que Marian supiera que podía olvidarse por un instante de la tristeza que la aquejaba. Cuando escuchó las palabras de Santi, Neil pareció volver a la realidad por un instante.

Lo miró a los ojos y no pudo evitar sentir que tenía un nudo en la garganta.

—Echaba de menos a Marian y pensé en preparar algo que la hiciera un poco feliz… —dijo Neil, con una media sonrisa, viendo cómo la niña seguía tratando de alimentar a su peluche favorito—. Me alegra no haberme equivocado.

Marian, así tan concentrada como estaba, no tardó en preguntarle a Neil qué tenía aquel helado, porque era obvio que, además de la zanahoria, también tenía un sabor cítrico. Neil la felicitó por haberse dado cuenta y tuvo que explicarle que Dominique, para resaltar mejor los sabores, puso también en la mezcla una porción de jugo de naranja.

—Está rico, Neil. ¡Muchas gracias! —dijo Marian, con una sonrisa. Sin embargo, Neil se dio cuenta el momento exacto en que sus ojitos volvieron a estar tristes de nuevo—. Llevo días triste, Neil. Quiero a mamá de vuelta.

“Quiero que mamá vuelva, Neil. Llámala, ella siempre te hace caso”.

Neil sabía precisamente que si estaba tan enganchado con Marian, era porque la niña le recordaba a Bruce justo luego del divorcio de sus padres. Creía que eso no se lo había explicado a Santi, pero se sentía tan angustiado que quizás debería comentárselo para que éste no pensara que era un abusador o que estaba traspasando límites que no le correspondían.

—¿Puedo darte un abrazo? —preguntó Neil, extendiéndole la mano—. Cuando estoy triste, me gustan los abrazos.

Marian era tan pequeñita que no le resultó difícil arrimarse al regazo de Neil, ni éste tuvo problema en acomodarla entre sus brazos. En realidad, Neil no era tan fanático de los abrazos, aunque sí los permitía con la gente que quería. Cuando sus padres se divorciaron, la única cosa que lo calmaba, que lo hacía feliz, era que Alphonse lo abrazara.