El amanecer se alzaba pálido sobre las tierras heladas de Islandia, el cielo teñido de un melancólico gris que parecía ahogar cualquier rastro de calor. El viento, cortante como cuchillas, barría las extensiones rocosas y el hielo impoluto. Entre las grietas, aullaba como un lamento distante. A lo lejos, contra el horizonte, se recortaba un edificio solitario: una estructura angular y opresiva, cubierta por una capa de escarcha que reflejaba la luz como un espejismo frío. Era un centro de datos clandestino, un nido de información sellado bajo toneladas de concreto reforzado y acero.

La misión era para dos hombres, ni uno más. El sigilo era imprescindible. Los refuerzos estaban a una llamada de distancia, pero activar las comunicaciones podría ser más peligroso de lo recomendado. H, lideraba la carga, su enfoque táctico enfrentándose a una logística desastrosa: rutas minadas, patrullas implacables y un enemigo que siempre parecía ir un paso adelante. G, por su parte, luchaba contra la incertidumbre mientras intentaba hackear el sistema contrarreloj con una tecnología obsoleta y un margen de error inexistente.

Mientras la misión avanzaba entre imposibilidades y el terror al fracaso, la esperanza comenzaba a desmoronarse a cada paso. La tensión aumentaba, el tiempo se agotaba y la fractura entre ambos agentes crecía con cada decisión tomada. En sus mentes resonaba una sola pregunta: ¿será esta nuestra última misión?

No.

Phoenix Seven siempre resurge de las cenizas. Su nombre lo dice: siete vidas de gracia, ni una más, ni una menos. La unidad multinacional, altamente especializada y oculta bajo una alianza secreta de gobiernos, se encarga de detener amenazas híbridas que combinan terrorismo, espionaje y ciberataques. Sus operaciones abarcan desde infiltraciones en bases enemigas hasta sabotajes digitales en redes críticas.

Son los mejores de los mejores, seleccionados de divisiones especiales de las fuerzas militares de cada país en la alianza. Silenciosos. Temidos. Resurgen de lo peor para salvar el día. Pero, ¿realmente es tan así? Nadie los conoce; nadie sabe cuántos son o si siempre son los mismos. Solo hay rumores, recuerdos vagos y momentos de duda. Para el mundo, son una leyenda inmortal.

La verdad, sin embargo, es más sombría. Las cicatrices físicas y mentales que llevan jamás sanarán. Son humanos bajo el porte de bestias, cargando traumas que los mantienen al borde, sobreviviendo solo un día más. Al final de cuentas, su lema refleja más verdad de la que cualquiera podría imaginar:

“Del caos nacemos, del fuego renacemos.”