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02. Too Cool for School
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Como cada año en Hogwarts, James Potter llegó dando la nota: de un súbito empujón a la puerta, todos viraron para contemplar su gloriosa entrada triunfal.
Esplendente y arrogante, moviéndose con la gracia de un león salvaje, avanzó por la lumínica torre, exhibiendo su famosa sonrisa de un millón de galeones. A medio camino, se detuvo en seco para ofrecer un alegre zapateo que habría sido la envidia de cualquier bailarín de claqué. Las sofocadas risotadas fueron acompañadas por suspiros dispersos y gruñidos exasperados. El profesor, desde su asiento, lo observó con una ceja enarcada, como si sus payasadas fueran un dolor de muelas que controlaba a base de tónicos calmantes. James Potter era un desastre natural con pantalones de pinza y corbata de rayas que parecía estar el doble de vivo que los demás. Su endiablado optimismo y despiadada alegría bastaban para que cruzara por el filo de una navaja haciendo el pino y sin tropezar. Mientras muchos se deprimían ante cualquier fracaso, él porfiaba hasta reventarse la vena de la sien; tenía un cañón de proporciones grotescas metido en el culo que lo catapultaba a los confines de una galaxia inexplorada.
Aún se preguntaba por qué narices continuaba tomando aquella clase en concreto.
Porque la realidad era que Astronomía sonaba a aquello que entendería muy poco y le interesaría todavía menos. En general, mientras el sol se alzara cada mañana, lo que ocurriese en el cielo le resbalaba soberanamente. Los planetitas orbitaban en el espacio, la luna servía de antimisiles contra los asteroides y la meteorización tenía muy poco que ver con el impacto de meteoritos. ¿Necesitaba saber algo más al respecto? ¿Acaso en el firmamento se escondía la misteriosa respuesta a por qué era un puto fiera en Quidditch? Por supuesto que no, porque la única estrella en profetizar sus logros era su amigo Sirius. Y pese a todo, se había propuesto aprobar.
Ese año sería su año.
Tan perdido estaba en sus quimeras, que no reparó en la verdadera alineación de los astros: había llegado puntual a clase. De hecho, parpadeó de la sorpresa al ver que la lección aún no había empezado. Escasos alumnos minaban el anfiteatro que servía de aula, entre ellos, un chaval que había ocupado muy diligentemente su asiento. Él se llevó una mano al corazón mientras observaba su alrededor. Sí, había llegado en punto. ¿Qué pasaría ahora? ¿Le daría falsas expectativas al profesor Frawley? ¿Le rompería, otro año más, el corazón al revelarse como el peor estudiante que había pisado Hogwarts? ¿Trataría de salvarlo de su desidia mortal? ¿Se convertiría aquello en una novela motivacional para adolescentes descarriados?
Consideró salir para volver a entrar después y así continuar con el protocolo establecido por sus gigantescas bludgers, pero algo le había llamado la atención: el despliegue holográfico que el profesor había conjurado sobre un altar susceptible de ser el centro de la atención.
—¡Gárgolas galopantes! —voceó, trotando hasta el mirífico espectáculo. Sin pensarlo dos veces, alzó una mano y atravesó Saturno con un dedo. Luego sonrió como el imbécil que era y rodeó la plataforma hasta poder repetir el proceso con el Sol—. A Remus le encantaría esto, es tan impresionable —más contento que unas maracas, se alzó de puntillas, apañándose para meter la cabezota dentro de la gran figura, entonces estiró dramáticamente los brazos—. ¡Alabadme, mortales! ¡Soy el astro rey! —arengó engoladamente frente a los pocos espectadores con los que contaba—, ¡Soy Vulcano! ... ah, no, debería ser Helios. Espera, ¿no soy más parecido a Vulcano? La forja no la tengo, pero lo que es el fuego...
Al otro lado de la tarima, el profesor lo escudriñó por encima de sus gafas con cara de pocos amigos.
—Señor Potter, así que ha decidido asistir un año más, ¿eh?
—Por favor, profesor. Échelo de una vez, nunca aprueba de todos modos. Ya bastante tenemos con fusionar las clases —protestó desdeñosamente un hufflepuff. Sus ojillos arácnidos buscaron a un grupo en cuestión; Regulus Black figuraba entre ellos, ¿por qué debían mezclarse con alumnos menores? Ni siquiera estaban al mismo nivel—, ¿desde cuándo sucede esto?
—Desde que algunos prefieren tomar la siesta como optativa en el patio de Transformaciones. —Puntualizó el profesor en ademán adusto.
—Gran optativa, sí señor —convino James de un solemne asenso. Aquella era, exactamente, la signatura que Sirius y Peter habían decidido reservar este nuevo año. Nada como tocarse la huevera bajo la tibia luna septembrina—. Profesor Frawley, creo que puedo hacer que me suspenda un año más. Tendría un gran récord junto a la medalla de Quidditch.
—Es usted como una hemorroides, señor Potter: dolorosa y difícil de curar.
—Son las palabras más bonitas que me han dedicado en mucho tiempo —contestó sentidamente. Posando una mano sobre su corazón, se inclinó casi como si quisiera besarle la mano al papa—, se lo compensaré. Recuerde que soy un gran volador. Le prometo que algún día me tiraré de esta torre con mi Nimbus 1000 e inmortalizaré su majestuoso rostro con magifuegos en el firmamento.
—Ni se le ocurra. Ahora tome asiento de una vez. Empezaremos la clase de hoy por parejas.
Como ya no tenía nada que hacer junto al holograma, decidió tomar el consejo del profesor y se dirigió hacia su sitio, dejándose caer, por supuesto, al lado de la única ravenclaw de la sala. Porque parecía agradable, porque las chicas tenían una letra maravillosa y porque, con un poco de esfuerzo, lograría convencerla para dejarle copiar o, en su defecto, prestarle sus apuntes.
—Hey, ¿qué tal? Lo siento, tengo tendencia a juntarme con gente que parece inteligente para ver si así se me contagia algo —ronroneó encantadoramente mientras se arrellanaba en su asiento, todo codos y rodillas—. ¿Tienes alguna constelación favorita? Necesito consejo. O también puedes decirme de qué constelación has caído tú, estrellita.
La muchacha, riéndose por lo bajo, se ruborizó hasta la punta de su nariz, salpicada de adorables pecas. Sin embargo, algo más captó la atención de James. Iluminado por el resplandor del holograma, un chico sospechosamente similar a Sirius destacaba tras algunas cabezas. ¿Era Regulus Black? Eso sí que no se lo esperaba.
Esplendente y arrogante, moviéndose con la gracia de un león salvaje, avanzó por la lumínica torre, exhibiendo su famosa sonrisa de un millón de galeones. A medio camino, se detuvo en seco para ofrecer un alegre zapateo que habría sido la envidia de cualquier bailarín de claqué. Las sofocadas risotadas fueron acompañadas por suspiros dispersos y gruñidos exasperados. El profesor, desde su asiento, lo observó con una ceja enarcada, como si sus payasadas fueran un dolor de muelas que controlaba a base de tónicos calmantes. James Potter era un desastre natural con pantalones de pinza y corbata de rayas que parecía estar el doble de vivo que los demás. Su endiablado optimismo y despiadada alegría bastaban para que cruzara por el filo de una navaja haciendo el pino y sin tropezar. Mientras muchos se deprimían ante cualquier fracaso, él porfiaba hasta reventarse la vena de la sien; tenía un cañón de proporciones grotescas metido en el culo que lo catapultaba a los confines de una galaxia inexplorada.
Aún se preguntaba por qué narices continuaba tomando aquella clase en concreto.
Porque la realidad era que Astronomía sonaba a aquello que entendería muy poco y le interesaría todavía menos. En general, mientras el sol se alzara cada mañana, lo que ocurriese en el cielo le resbalaba soberanamente. Los planetitas orbitaban en el espacio, la luna servía de antimisiles contra los asteroides y la meteorización tenía muy poco que ver con el impacto de meteoritos. ¿Necesitaba saber algo más al respecto? ¿Acaso en el firmamento se escondía la misteriosa respuesta a por qué era un puto fiera en Quidditch? Por supuesto que no, porque la única estrella en profetizar sus logros era su amigo Sirius. Y pese a todo, se había propuesto aprobar.
Ese año sería su año.
Tan perdido estaba en sus quimeras, que no reparó en la verdadera alineación de los astros: había llegado puntual a clase. De hecho, parpadeó de la sorpresa al ver que la lección aún no había empezado. Escasos alumnos minaban el anfiteatro que servía de aula, entre ellos, un chaval que había ocupado muy diligentemente su asiento. Él se llevó una mano al corazón mientras observaba su alrededor. Sí, había llegado en punto. ¿Qué pasaría ahora? ¿Le daría falsas expectativas al profesor Frawley? ¿Le rompería, otro año más, el corazón al revelarse como el peor estudiante que había pisado Hogwarts? ¿Trataría de salvarlo de su desidia mortal? ¿Se convertiría aquello en una novela motivacional para adolescentes descarriados?
Consideró salir para volver a entrar después y así continuar con el protocolo establecido por sus gigantescas bludgers, pero algo le había llamado la atención: el despliegue holográfico que el profesor había conjurado sobre un altar susceptible de ser el centro de la atención.
—¡Gárgolas galopantes! —voceó, trotando hasta el mirífico espectáculo. Sin pensarlo dos veces, alzó una mano y atravesó Saturno con un dedo. Luego sonrió como el imbécil que era y rodeó la plataforma hasta poder repetir el proceso con el Sol—. A Remus le encantaría esto, es tan impresionable —más contento que unas maracas, se alzó de puntillas, apañándose para meter la cabezota dentro de la gran figura, entonces estiró dramáticamente los brazos—. ¡Alabadme, mortales! ¡Soy el astro rey! —arengó engoladamente frente a los pocos espectadores con los que contaba—, ¡Soy Vulcano! ... ah, no, debería ser Helios. Espera, ¿no soy más parecido a Vulcano? La forja no la tengo, pero lo que es el fuego...
Al otro lado de la tarima, el profesor lo escudriñó por encima de sus gafas con cara de pocos amigos.
—Señor Potter, así que ha decidido asistir un año más, ¿eh?
—Por favor, profesor. Échelo de una vez, nunca aprueba de todos modos. Ya bastante tenemos con fusionar las clases —protestó desdeñosamente un hufflepuff. Sus ojillos arácnidos buscaron a un grupo en cuestión; Regulus Black figuraba entre ellos, ¿por qué debían mezclarse con alumnos menores? Ni siquiera estaban al mismo nivel—, ¿desde cuándo sucede esto?
—Desde que algunos prefieren tomar la siesta como optativa en el patio de Transformaciones. —Puntualizó el profesor en ademán adusto.
—Gran optativa, sí señor —convino James de un solemne asenso. Aquella era, exactamente, la signatura que Sirius y Peter habían decidido reservar este nuevo año. Nada como tocarse la huevera bajo la tibia luna septembrina—. Profesor Frawley, creo que puedo hacer que me suspenda un año más. Tendría un gran récord junto a la medalla de Quidditch.
—Es usted como una hemorroides, señor Potter: dolorosa y difícil de curar.
—Son las palabras más bonitas que me han dedicado en mucho tiempo —contestó sentidamente. Posando una mano sobre su corazón, se inclinó casi como si quisiera besarle la mano al papa—, se lo compensaré. Recuerde que soy un gran volador. Le prometo que algún día me tiraré de esta torre con mi Nimbus 1000 e inmortalizaré su majestuoso rostro con magifuegos en el firmamento.
—Ni se le ocurra. Ahora tome asiento de una vez. Empezaremos la clase de hoy por parejas.
Como ya no tenía nada que hacer junto al holograma, decidió tomar el consejo del profesor y se dirigió hacia su sitio, dejándose caer, por supuesto, al lado de la única ravenclaw de la sala. Porque parecía agradable, porque las chicas tenían una letra maravillosa y porque, con un poco de esfuerzo, lograría convencerla para dejarle copiar o, en su defecto, prestarle sus apuntes.
—Hey, ¿qué tal? Lo siento, tengo tendencia a juntarme con gente que parece inteligente para ver si así se me contagia algo —ronroneó encantadoramente mientras se arrellanaba en su asiento, todo codos y rodillas—. ¿Tienes alguna constelación favorita? Necesito consejo. O también puedes decirme de qué constelación has caído tú, estrellita.
La muchacha, riéndose por lo bajo, se ruborizó hasta la punta de su nariz, salpicada de adorables pecas. Sin embargo, algo más captó la atención de James. Iluminado por el resplandor del holograma, un chico sospechosamente similar a Sirius destacaba tras algunas cabezas. ¿Era Regulus Black? Eso sí que no se lo esperaba.
Torre de Astronomía 05.09.76 Con
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Regulus era uno de esos alumnos de excelencia silenciosa. Las ocasiones en las que levantaba la mano para participar en clase a lo largo de un curso fácilmente se podían contar con los dedos, pero no dejaba de ser un alumno excelente que superaba las asignaturas sin dificultades, despuntando por encima de la media y obteniendo los mejores resultados de su curso en algunas de ellas. Nunca daba problemas, ni dentro ni fuera del aula, pero tampoco era un líder generacional. Era solitario, reservado, y sólo sus amigos más cercanos, algunos de los que se podían considerar sus rivales académicos —mayormente de Ravenclaw— y Sirius sabían su excelencia académica.
Sin embargo, la gran mayoría de las asignaturas que se impartían en Hogwarts le resultaban aburridas, anodinas, y sentía que estaba perdiendo el tiempo con ellas. En tercero, había llegado a pensar que su asignatura favorita era Historia de la Magia. Al menos en esa clase aprendía algo realmente nuevo cada día, a pesar del tono monótono del fantasma de Cuthbert Binns.
Los TIMO no habían sido un gran reto para él. Sus padres habían estado muy preocupados, pues Sirius había dramatizado demasiado el nivel de dificultad de los exámenes el curso anterior, y Regulus había terminado más agobiado por la insistencia de sus padres y que se hubiera convertido en el tema de conversación por excelencia desde el verano anterior a su quinto curso que por los exámenes en sí.
Los EXTASIS se presentaban lejos aún, pero tampoco le preocupaban. Los TIMO habían servido de criba para los alumnos mediocres en las asignaturas más pesadas y complicadas, por lo que esperaba de ese sexto curso que las clases tuvieran un nivel mayor. También se relamía con el nuevo campo de asignaturas optativas que se abría ante él. Por fin podía quitarse asignaturas insignificantes como Cuidado de las Criaturas Mágicas e inscribirse en otras realmente útiles como Aritmancia Avanzada.
Entre esas asignaturas codiciadas por el joven Black se encontraba Astronomía. La magia al uso, como la mayoría de encantamientos, la encontraba ligeramente aburrida. Era un buen conjurador, aunque estaba lejos de ser un buen duelista, y ni las pociones, ni las transformaciones, ni la herbología le despertaban un gran interés. Lo que sí le cautivaba era aquello que no podía ver, que no podía tocar. La magia escondida en los números, en los astros, el futuro... todo lo que se escapaba al control de la varita y de los magos era aquello que Regulus Black encontraba interesante.
Claro que esos anhelos los guardaba con recelo en el fondo de su amueblada cabeza, al igual que muchos otros secretos.
De cara a la galería, compartía el interés de su inseparable amigo Evan Rosier, que cursaba Astronomía porque era un EXTASIS bien valorado para optar a un puesto en el Ministerio de Magia. Sentados uno junto al otro, ambos fueron testigos de la teatral entrada de James Potter. El chico de cabello platinado chasqueó la lengua con clara molestia; Regulus se limitó a rodar los ojos y a abrir Trigonometría de las constelaciones por una página aleatoria y empezar a leer.
—Este tío es un imbécil. —Fue Barty Crouch Jr., sentado a la derecha de Evan Rosier, quien dio voz al pensamiento compartido no sólo por ellos tres, sino por más de la mitad del aula.
Barty, a diferencia de Evan y Regulus, sólo estaba en aquella clase porque sus amigos habían decidido cursar la asignatura ese año.
Regulus, en su línea de excelencia silenciosa, había llegado de los primeros a clase. Por eso se encontraba en la primera línea de la bancada de madera en forma de semicírculo que a veces estaba en el aula y a veces no. Eso, y pese a su mente calculadora y estratégica, fue un error de cálculo que derivaría en una jugada fatal para él en cuestión de segundos. Los mismos segundos que el profesor Frawley tardó en sacar el pelo negro de James Potter que se había quedado atravesado en mitad de Neptuno y ver cómo la clase comenzaba a dividirse en parejas.
—No, señor Potter —llamó la atención de James, avanzando hasta su posición—. No voy a permitir que esté otro año más arruinando mis clases. Si ha decidido cursar de nuevo esta asignatura, hagamos que aprenda algo útil. —Miró por encima de las cabezas del alumnado. Regulus, que ya se había emparejado con Evan, justó interceptó su mirada. Los ojos del profesor brillaron con lo que este consideraría una idea brillante, pero que para Regulus fue más parecido al fulgor de las llamas del Infierno—. Su pareja para este trimestre será el señorito Black.
Sin embargo, la gran mayoría de las asignaturas que se impartían en Hogwarts le resultaban aburridas, anodinas, y sentía que estaba perdiendo el tiempo con ellas. En tercero, había llegado a pensar que su asignatura favorita era Historia de la Magia. Al menos en esa clase aprendía algo realmente nuevo cada día, a pesar del tono monótono del fantasma de Cuthbert Binns.
Los TIMO no habían sido un gran reto para él. Sus padres habían estado muy preocupados, pues Sirius había dramatizado demasiado el nivel de dificultad de los exámenes el curso anterior, y Regulus había terminado más agobiado por la insistencia de sus padres y que se hubiera convertido en el tema de conversación por excelencia desde el verano anterior a su quinto curso que por los exámenes en sí.
Los EXTASIS se presentaban lejos aún, pero tampoco le preocupaban. Los TIMO habían servido de criba para los alumnos mediocres en las asignaturas más pesadas y complicadas, por lo que esperaba de ese sexto curso que las clases tuvieran un nivel mayor. También se relamía con el nuevo campo de asignaturas optativas que se abría ante él. Por fin podía quitarse asignaturas insignificantes como Cuidado de las Criaturas Mágicas e inscribirse en otras realmente útiles como Aritmancia Avanzada.
Entre esas asignaturas codiciadas por el joven Black se encontraba Astronomía. La magia al uso, como la mayoría de encantamientos, la encontraba ligeramente aburrida. Era un buen conjurador, aunque estaba lejos de ser un buen duelista, y ni las pociones, ni las transformaciones, ni la herbología le despertaban un gran interés. Lo que sí le cautivaba era aquello que no podía ver, que no podía tocar. La magia escondida en los números, en los astros, el futuro... todo lo que se escapaba al control de la varita y de los magos era aquello que Regulus Black encontraba interesante.
Claro que esos anhelos los guardaba con recelo en el fondo de su amueblada cabeza, al igual que muchos otros secretos.
De cara a la galería, compartía el interés de su inseparable amigo Evan Rosier, que cursaba Astronomía porque era un EXTASIS bien valorado para optar a un puesto en el Ministerio de Magia. Sentados uno junto al otro, ambos fueron testigos de la teatral entrada de James Potter. El chico de cabello platinado chasqueó la lengua con clara molestia; Regulus se limitó a rodar los ojos y a abrir Trigonometría de las constelaciones por una página aleatoria y empezar a leer.
—Este tío es un imbécil. —Fue Barty Crouch Jr., sentado a la derecha de Evan Rosier, quien dio voz al pensamiento compartido no sólo por ellos tres, sino por más de la mitad del aula.
Barty, a diferencia de Evan y Regulus, sólo estaba en aquella clase porque sus amigos habían decidido cursar la asignatura ese año.
Regulus, en su línea de excelencia silenciosa, había llegado de los primeros a clase. Por eso se encontraba en la primera línea de la bancada de madera en forma de semicírculo que a veces estaba en el aula y a veces no. Eso, y pese a su mente calculadora y estratégica, fue un error de cálculo que derivaría en una jugada fatal para él en cuestión de segundos. Los mismos segundos que el profesor Frawley tardó en sacar el pelo negro de James Potter que se había quedado atravesado en mitad de Neptuno y ver cómo la clase comenzaba a dividirse en parejas.
—No, señor Potter —llamó la atención de James, avanzando hasta su posición—. No voy a permitir que esté otro año más arruinando mis clases. Si ha decidido cursar de nuevo esta asignatura, hagamos que aprenda algo útil. —Miró por encima de las cabezas del alumnado. Regulus, que ya se había emparejado con Evan, justó interceptó su mirada. Los ojos del profesor brillaron con lo que este consideraría una idea brillante, pero que para Regulus fue más parecido al fulgor de las llamas del Infierno—. Su pareja para este trimestre será el señorito Black.
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Si era sincero consigo mismo, resultaba muy violento nombrarlo «Regulus» en su propia mente. Y dado que su mayor orgullo en la vida era que lo llamaran «Black», se dijo que no estaría mal darle un nombre con el que invocar a Satán si algún día le apetecía despertar con cenizas en los ojos y brasas metidas por el culo. Como no contaba con uno, de momento, se decantaría por: «Ojalá-te-folle-un-meteorito».
«Ojalá-te-folle-un-meteorito» era un planeta frío, distante y pequeño que se suspendía en la órbita de Neptuno. Rodeado por cuatro asteroides de tres al cuarto que consideraba amigos, solía caminar por el castillo como si te estuviera perdonando la vida. James, que en raras ocasiones miraba su propio ombligo, estaba muy de acuerdo con Sirius cuando aseveraba que su hermano haría llorar a la Peste Bubónica. Para colmo, tenía más conversación con el cuervucho desnutrido de Snape que con su propio espejo. ¿Cómo era posible? ¿Acaso se podía tener una charla con el narizotas sin dar un ronquido de borrico? Ambos eran tal para cual y apestaban a aburrimiento que echaba para atrás.
De modo que, aunque le tocó soberanamente los huevos, torció los labios y obedeció al profesor. Entre maldiciones y resoplidos disconformes, sus amiguitos se hicieron a un lado, dejándole un espacio que se le antojó demasiado pequeño para su grandeza. Él se acercó a Regulus con una marcha que tenía poco de amigable: como león, como adversario, como el fin del mundo.
—Vaya, ¿tú en Astronomía? Supongo que estarás muy interesado en hallar la ubicación de tu desfasado nombre. Yo te propongo otra cosa: busca el agujero negro más cercano, ahí es tu lugar —comentó a guisa de saludo. Su tono era acerado mientras que su sonrisa demasiado candente. Residía algo feroz en ella, pues entre colmillos, parecía más propia de un nundu africano que de un chaval de aspecto jovial—, es una pena que no hayas estado con Snape en el pasillo del tren. Habría sido un gran espectáculo.
El profesor, por su parte, fue directamente al grano.
—Bienvenidos a la primera clase de Astrología. Como podréis comprobar, este año hemos adaptado los cursos para acoger a la cantidad de alumnado suficiente e impartir la asignatura. Sexto y séptimo, a partir de hoy, formarán parte de estas lecciones.
—Veo mucho Slytherin por aquí —apuntó Caradoc Dearborn, un Gryffindor de su año—, ¿qué hay de las otras casas?
—¿De verdad te sorprende? Por favor, hablas con los expertos en la teoría del geocentrismo —apuntó James, picajoso, en una actitud desenfadada que utilizaba para amenizar sus puñaladas—. Con la facilidad que tienen para pensar que todo gira a su alrededor...
Hubo una batahola de risotadas que, simpatizando con tal observación, apoyaron su afrenta. El profesor, frunciendo el ceño, carraspeó por encima del bullicio.
—Silencio —ordenó en ademán autoritario—. Bien, a continuación, abrid vuestro mapa estelar y escoged la constelación que queráis. Mediante el hechizo Minima stellae intentad crear vuestra maqueta en una escala no mayor a cincuenta centímetros. Podéis empezar.
James, que se dejó caer sobre el asiento, se estiró con la gracia de un sabueso tras una larga y fructuosa caza. Luego, destilando su odiosa indolencia, abrió el libro, hojeó las notas y balanceó la varita. El encantamiento fue luminoso e instantáneo. Insultantemente talentoso en hechizos de gran complejidad, no por nada era, entre los merodeadores, el más avezado en la ejecución de sus peores fechorías.
Satisfecho, ensanchando los labios en una sonrisa socarrona, espió a Regulus soslayadamente. Un halo de luz blanca perfilaba su elegante perfil, casi idéntico al de Sirius. Su ancha sonrisa menguó, mas afiló la curva de sus labios lo justo y necesario para que sus dientes asomaran. En silencio, permaneció admirándolo con el rostro inclinado hacia un lado, buscando una mejor perspectiva para diseccionarlo. Ah, era tan vanidoso. Resultaba desalentador a la par que inspirador. Pero él era un profesional y la vanidad solía ser un atajo muy directo a lo que la gente ocultaba bajo la piel.
Asi que se inclinó lo suficiente para que su tenue voz rebotara en sus tímpanos como el sutil susurro del viento.
—No te he visto por el campo de Quidditch, imagino que estarás aceptando la paliza que te voy a dar en noviembre —le imprecó sedosamente. La suavidad violenta de su voz hacía juego con su mirada voraz—. Vamos, te toca. Haz tu mejor esfuerzo, ya sabemos que eres un negado en ciertos encantamientos. Intenta que sea una escala visible y no arte moderno.
«Ojalá-te-folle-un-meteorito» era un planeta frío, distante y pequeño que se suspendía en la órbita de Neptuno. Rodeado por cuatro asteroides de tres al cuarto que consideraba amigos, solía caminar por el castillo como si te estuviera perdonando la vida. James, que en raras ocasiones miraba su propio ombligo, estaba muy de acuerdo con Sirius cuando aseveraba que su hermano haría llorar a la Peste Bubónica. Para colmo, tenía más conversación con el cuervucho desnutrido de Snape que con su propio espejo. ¿Cómo era posible? ¿Acaso se podía tener una charla con el narizotas sin dar un ronquido de borrico? Ambos eran tal para cual y apestaban a aburrimiento que echaba para atrás.
De modo que, aunque le tocó soberanamente los huevos, torció los labios y obedeció al profesor. Entre maldiciones y resoplidos disconformes, sus amiguitos se hicieron a un lado, dejándole un espacio que se le antojó demasiado pequeño para su grandeza. Él se acercó a Regulus con una marcha que tenía poco de amigable: como león, como adversario, como el fin del mundo.
—Vaya, ¿tú en Astronomía? Supongo que estarás muy interesado en hallar la ubicación de tu desfasado nombre. Yo te propongo otra cosa: busca el agujero negro más cercano, ahí es tu lugar —comentó a guisa de saludo. Su tono era acerado mientras que su sonrisa demasiado candente. Residía algo feroz en ella, pues entre colmillos, parecía más propia de un nundu africano que de un chaval de aspecto jovial—, es una pena que no hayas estado con Snape en el pasillo del tren. Habría sido un gran espectáculo.
El profesor, por su parte, fue directamente al grano.
—Bienvenidos a la primera clase de Astrología. Como podréis comprobar, este año hemos adaptado los cursos para acoger a la cantidad de alumnado suficiente e impartir la asignatura. Sexto y séptimo, a partir de hoy, formarán parte de estas lecciones.
—Veo mucho Slytherin por aquí —apuntó Caradoc Dearborn, un Gryffindor de su año—, ¿qué hay de las otras casas?
—¿De verdad te sorprende? Por favor, hablas con los expertos en la teoría del geocentrismo —apuntó James, picajoso, en una actitud desenfadada que utilizaba para amenizar sus puñaladas—. Con la facilidad que tienen para pensar que todo gira a su alrededor...
Hubo una batahola de risotadas que, simpatizando con tal observación, apoyaron su afrenta. El profesor, frunciendo el ceño, carraspeó por encima del bullicio.
—Silencio —ordenó en ademán autoritario—. Bien, a continuación, abrid vuestro mapa estelar y escoged la constelación que queráis. Mediante el hechizo Minima stellae intentad crear vuestra maqueta en una escala no mayor a cincuenta centímetros. Podéis empezar.
James, que se dejó caer sobre el asiento, se estiró con la gracia de un sabueso tras una larga y fructuosa caza. Luego, destilando su odiosa indolencia, abrió el libro, hojeó las notas y balanceó la varita. El encantamiento fue luminoso e instantáneo. Insultantemente talentoso en hechizos de gran complejidad, no por nada era, entre los merodeadores, el más avezado en la ejecución de sus peores fechorías.
Satisfecho, ensanchando los labios en una sonrisa socarrona, espió a Regulus soslayadamente. Un halo de luz blanca perfilaba su elegante perfil, casi idéntico al de Sirius. Su ancha sonrisa menguó, mas afiló la curva de sus labios lo justo y necesario para que sus dientes asomaran. En silencio, permaneció admirándolo con el rostro inclinado hacia un lado, buscando una mejor perspectiva para diseccionarlo. Ah, era tan vanidoso. Resultaba desalentador a la par que inspirador. Pero él era un profesional y la vanidad solía ser un atajo muy directo a lo que la gente ocultaba bajo la piel.
Asi que se inclinó lo suficiente para que su tenue voz rebotara en sus tímpanos como el sutil susurro del viento.
—No te he visto por el campo de Quidditch, imagino que estarás aceptando la paliza que te voy a dar en noviembre —le imprecó sedosamente. La suavidad violenta de su voz hacía juego con su mirada voraz—. Vamos, te toca. Haz tu mejor esfuerzo, ya sabemos que eres un negado en ciertos encantamientos. Intenta que sea una escala visible y no arte moderno.
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—Moveos un sitio, se acerca tormenta —indicó Regulus a sus amigos al observar cómo James Potter se ponía en pie y obedecía sin rechistar las indicaciones del profesor Frawley. Al notar que este le miraba fijamente, giró la cabeza en dirección a los otros dos aspirantes a mortífagos, instándoles a deslizar el culo sobre la bancada de madera.
Como era de esperar, el Gryffindor no fue recibido con calidez y palmadas en la espalda por parte de los tres chicos de detalles verde esmeralda en su uniforme gris humo y negro noche. Barty Crouch arrugó la nariz cuando su nuevo acompañante estuvo a escasos metros, en una mueca que Regulus habría encontrado excesivamente exagerada de haberle prestado atención. Evan Rosier, por su parte, se dedicó a acribillarle una infinidad de veces con su mirada casi incolora.
Regulus simplemente arrastró su libro de lectura, el académico y un par de papiros cuidadosamente enrollados sobre la mesa ligeramente inclinada para servir de pupitre. Ni siquiera le miró, a pesar de que sentía la presión de la mirada de James sobre él como si alguien hubiera decidido hundir las manos bajo su caja torácica y le estuviera apretando los pulmones. ¿Por qué, de todos los asistentes a esa asignatura, le había tocado precisamente a él aguantar a ese idiota en concreto?
Se propuso ignorar a James, hacer oídos sordos a la sarta de sandeces que el moreno soltaría con su característica verborrea, pero sus intenciones duraron tan poco como el mayor tardó en sacar a relucir esa sonrisa que a Regulus no podía no recordarle al Gato de Cheshire de Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas. Ese verano había vuelto a leer ese libro guardado en su estantería, aquella edición ilustrada especial del cien aniversario que su madre les leía de pequeño.
Si ese verano había imaginado la sonrisa de James al leer a Lewis Carroll, en ese momento veía un gato al alzar la mirada hacia James.
—Tú eres lo más cercano a un agujero negro que espero encontrar en esta clase —replicó, con los labios fruncidos en una línea recta—. He oído que han culpado a McKinnon y a... mi hermano por eso. ¿Qué pasó contigo? ¿Te engulló un agujero negro y te escupió en Hogwarts por ser insoportable o huíste como una rata?
Parapetado tras la espalda de Regulus, Evan se esforzó por reprimir una risa. Lamentablemente se tragó el aire y acabó tosiendo. Barty le asestó un codazo y James finalmente se dejó caer en el hueco de la bancada que había quedado libre.
La clase dio comienzo, aunque no tardó en ser interrumpida de nuevo. Regulus ni se molestó en girarse para mirar a Caradoc, que se encontraba justo en la fila que quedaba tras ellos. Al ser un aula magistral, cada fila quedaba un peldaño por encima de la anterior. A diferencia de su amigo, Evan sí se giró para mirar con desprecio al león que se había inclinado sobre su mesa para asegurarse de que James Potter le recogía la pelota. Y este, sin decepcionar, así lo hizo.
—¿No es agotador tener que demostrar continuamente la falta de neuronas que sufrís? —preguntó el joven Rosier, alternando su mirada entre los dos alumnos de Gryffindor. Regulus se mantenía con los labios apretados y la mirada clavada en el holograma del profesor, aunque realmente lo que deseaba era coger la pluma de cisne que había junto a sus papiros y clavársela a James en la palma de la mano.
Con la lección del día explicada, a Regulus sólo le quedó tachar de su lista un profundo suspiro. Aprovechó la forma en la que James se desmadejó para desinflarse. Ese hechizo ya lo había practicado ese verano en casa tras comprar los libros para el nuevo curso, y no le suponía absolutamente ningún reto. Eso suponía que tendría que lidiar cara a cara con James Potter hasta que el profesor Frawley diera por finalizada la clase.
El mejor amigo de su hermano era insultantemente insoportable. Lo que más odiaba Regulus en el mundo era el despilfarro. Culpaba a Sirius de ello, y con razón, pues su hermano era propenso a derrochar y malgastar absolutamente todo lo que se encontrase a su alrededor, especialmente su tiempo y su talento. Así fue como James consiguió acelerar el pulso del menor de los hermanos Black, siendo una versión de Sirius con rasgos más marcados y, desgraciadamente, mucho más talentosa.
No obstante, su expresión se mantuvo tan agria como desde que el mayor se había acercado. Sus ojos claros, grises, miraron sin interés la constelación que su nuevo compañero de clase había creado. Tomó su propio libro de Astronomía y pasó las páginas con desgana, optando por ignorar el descaro con el que James buscaba puntos negros en su cara. Cuando este se acercó a él, se encogió ligeramente en un instinto de preservación.
—No tendrás esa suerte. Dumbledore ya se ha posicionado demasiado este curso nombrándote Premio Anual —arremetió, girándose para mirarle. Sus narices prácticamente se estaban rozando. Regulus advirtió entonces que los ojos de James no eran de un azul homogéneo, sino que había pequeñas vetas verdosas que nacían de sus pupilas como centellas—. Dudo que vaya a interceder por ti en los partidos.
Cuando James se separó, Regulus alzó la varita de endrino. Un movimiento firme y un hechizo bien pronunciado hicieron que Canis Minor se formase entre el Gryffindor y el Slytherin. Era una representación perfecta, vibrante, y a una escala adecuada. Procyon brillaba con especial intensidad, aunque costaba reconocerla sin Sirio y Betelgeuse para formar el triángulo equilátero casi perfecto en mitad de la aleatoriedad del cosmos.
Como era de esperar, el Gryffindor no fue recibido con calidez y palmadas en la espalda por parte de los tres chicos de detalles verde esmeralda en su uniforme gris humo y negro noche. Barty Crouch arrugó la nariz cuando su nuevo acompañante estuvo a escasos metros, en una mueca que Regulus habría encontrado excesivamente exagerada de haberle prestado atención. Evan Rosier, por su parte, se dedicó a acribillarle una infinidad de veces con su mirada casi incolora.
Regulus simplemente arrastró su libro de lectura, el académico y un par de papiros cuidadosamente enrollados sobre la mesa ligeramente inclinada para servir de pupitre. Ni siquiera le miró, a pesar de que sentía la presión de la mirada de James sobre él como si alguien hubiera decidido hundir las manos bajo su caja torácica y le estuviera apretando los pulmones. ¿Por qué, de todos los asistentes a esa asignatura, le había tocado precisamente a él aguantar a ese idiota en concreto?
Se propuso ignorar a James, hacer oídos sordos a la sarta de sandeces que el moreno soltaría con su característica verborrea, pero sus intenciones duraron tan poco como el mayor tardó en sacar a relucir esa sonrisa que a Regulus no podía no recordarle al Gato de Cheshire de Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas. Ese verano había vuelto a leer ese libro guardado en su estantería, aquella edición ilustrada especial del cien aniversario que su madre les leía de pequeño.
Si ese verano había imaginado la sonrisa de James al leer a Lewis Carroll, en ese momento veía un gato al alzar la mirada hacia James.
—Tú eres lo más cercano a un agujero negro que espero encontrar en esta clase —replicó, con los labios fruncidos en una línea recta—. He oído que han culpado a McKinnon y a... mi hermano por eso. ¿Qué pasó contigo? ¿Te engulló un agujero negro y te escupió en Hogwarts por ser insoportable o huíste como una rata?
Parapetado tras la espalda de Regulus, Evan se esforzó por reprimir una risa. Lamentablemente se tragó el aire y acabó tosiendo. Barty le asestó un codazo y James finalmente se dejó caer en el hueco de la bancada que había quedado libre.
La clase dio comienzo, aunque no tardó en ser interrumpida de nuevo. Regulus ni se molestó en girarse para mirar a Caradoc, que se encontraba justo en la fila que quedaba tras ellos. Al ser un aula magistral, cada fila quedaba un peldaño por encima de la anterior. A diferencia de su amigo, Evan sí se giró para mirar con desprecio al león que se había inclinado sobre su mesa para asegurarse de que James Potter le recogía la pelota. Y este, sin decepcionar, así lo hizo.
—¿No es agotador tener que demostrar continuamente la falta de neuronas que sufrís? —preguntó el joven Rosier, alternando su mirada entre los dos alumnos de Gryffindor. Regulus se mantenía con los labios apretados y la mirada clavada en el holograma del profesor, aunque realmente lo que deseaba era coger la pluma de cisne que había junto a sus papiros y clavársela a James en la palma de la mano.
Con la lección del día explicada, a Regulus sólo le quedó tachar de su lista un profundo suspiro. Aprovechó la forma en la que James se desmadejó para desinflarse. Ese hechizo ya lo había practicado ese verano en casa tras comprar los libros para el nuevo curso, y no le suponía absolutamente ningún reto. Eso suponía que tendría que lidiar cara a cara con James Potter hasta que el profesor Frawley diera por finalizada la clase.
El mejor amigo de su hermano era insultantemente insoportable. Lo que más odiaba Regulus en el mundo era el despilfarro. Culpaba a Sirius de ello, y con razón, pues su hermano era propenso a derrochar y malgastar absolutamente todo lo que se encontrase a su alrededor, especialmente su tiempo y su talento. Así fue como James consiguió acelerar el pulso del menor de los hermanos Black, siendo una versión de Sirius con rasgos más marcados y, desgraciadamente, mucho más talentosa.
No obstante, su expresión se mantuvo tan agria como desde que el mayor se había acercado. Sus ojos claros, grises, miraron sin interés la constelación que su nuevo compañero de clase había creado. Tomó su propio libro de Astronomía y pasó las páginas con desgana, optando por ignorar el descaro con el que James buscaba puntos negros en su cara. Cuando este se acercó a él, se encogió ligeramente en un instinto de preservación.
—No tendrás esa suerte. Dumbledore ya se ha posicionado demasiado este curso nombrándote Premio Anual —arremetió, girándose para mirarle. Sus narices prácticamente se estaban rozando. Regulus advirtió entonces que los ojos de James no eran de un azul homogéneo, sino que había pequeñas vetas verdosas que nacían de sus pupilas como centellas—. Dudo que vaya a interceder por ti en los partidos.
Cuando James se separó, Regulus alzó la varita de endrino. Un movimiento firme y un hechizo bien pronunciado hicieron que Canis Minor se formase entre el Gryffindor y el Slytherin. Era una representación perfecta, vibrante, y a una escala adecuada. Procyon brillaba con especial intensidad, aunque costaba reconocerla sin Sirio y Betelgeuse para formar el triángulo equilátero casi perfecto en mitad de la aleatoriedad del cosmos.
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02. Too Cool for School
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Siendo sincero, lo que acababa de soltarle era un rollo patatero. Por supuesto, contó con la oportunidad de integrarlo a la pesada broma del tren pero, en su lugar, esperó pacientemente a que concluyera con su charla y se colara en su propio compartimento.
No se trataba de conmiseración. A sus diecisiete años, James Potter había perdido la cuenta de las veces que, tratando de incluir a Regulus en sus nefastas canalladas, Sirius le detuvo en seco. Sus argumentos no tenían ningún sentido para él, pues se limitaba a conectar un puñado de palabras, dirigidas a su cabeza de chorlito con la fuerza de un mazo. Al principio, empezó siendo un «¿Mi hermano? ¡Ni hablar!», pasando por el clásico: «A mi hermano, ni de coña» y, tras sexto año, culminando con un desabrido «Regulus, no».
Tal vez fuera porque no tenía hermanos y era el rey de su casa, pero James no lograba dar con un motivo de peso. Sirius tenía bocallanta de sobra para despotricar sobre su hermano. Sin embargo, cuando él sugería pasar a la acción, su amigo lo miraba como si hubiera perdido completamente la cabeza. Al final, con un breve encogimiento de hombros, concluyó que tener hermanos era lo más cercano a padecer de urticaria cerebral o Mal Evanescente.
Por lo tanto, aunque ardiera en deseos de fastidiar a «Ojalá-te-folle-un-meteorito» y no pudiera debido a su lealtad, se disponía a dar rienda suelta a su lengua bellaca. Sirius nunca albergó problema con ello, y al diablo si lo tuviera. Regulus, lejos de apoyarlo, se enardecía con cada fracaso de su hermano, estaba seguro. Le había dado la espalda, apoyando a sus tiránicos padres. Y un James sobreprotector con sus colegas podría tentar a todos los demonios habidos y por haber.
—Ser yo tiene sus ventajas. No lo entenderías, sólo te quieren en tu casa. —Esgrimió con la acidez de una manzana.
Por si nadie se había dado cuenta; le pirraba discutir. La gresca se le daba de cine. Remus estaba convencido de que el irreverente de James Potter sería capaz de desatar una gran guerra mágica con pedir un vaso de agua con el tono preciso a la hora precisa. Alguien como él, que siempre tenía una perla que sacarse de donde no llegaba el sol, pondría al profesor Binns en un eterno y sepulcral descanso por tal de no aguantarle lo que restaba de año.
Entonces un individuo totalmente secundario en su camino defendió al principito, sí; Evan y su voz de polla.
—Dímelo otra vez. Y más alto. A ver si me entero mejor. Lo sieeeento —enfatizó muy irritantemente la palabra mientras, con el índice, se escarbaba el oído—, es que hay tanto barullo y tanto gilipollas suelto que me cuesta centrarme sólo en uno. Me desconcentráis.
Su cara de garbanzo lo miraba como si fuera un incendio dispuesto a engullir en sus llamas todo cuanto tuviera alrededor. Bueno, tampoco se equivocaba. James provocaba pequeños incendios allá donde acudiera, algunos adoradores del fuego lo apreciaban mientras que otros, como el allí presente, trataban de reducirlo a cenizas mediante un poderoso Aqua eructo no verbal.
—No me mires tanto, Rosier. Que la belleza no se pega —se mofó en un tono que se consideraría hasta amoroso, si no fuera por la agresividad con la que sonreía; todo dientes relucientes de quien nunca había faltado a su higiene dental—, la melanina tampoco.
Caradoc se pedorreó abiertamente con los labios. La carcajada se sumó a la de James que, arrellanado sobre su asiento, se suspendió sobre dos patas de la silla. Así, con ambos brazos relajadamente tras su cabeza, se balanceó peligrosamente hasta, finalmente, situar los pies en la tierra. Sus cejas se elevaron con ostensible sorpresa al ver que Regulus conseguía ejecutar el hechizo; incluso silbó.
—No está mal, pequeño Reggie. Vas mejorando. —Le concedió, bailando entre la diversión y la mordacidad.
Pero entonces, sucedió algo que dio al traste con sus dientes aserrados; Regulus giró la cabeza y, por fin, instaló la mirada en la suya.
Durante una fracción de segundo, los labios de James permanecieron congelados en lo que, con toda probabilidad, habría sido una pulla con diana en el culo. Frente a él, no veía más que el resplandor de dos grandes y vibrantes lunas. Ojos de un color idéntico al de Sirius pero que, a su vez, le inspiraron sensaciones distintas. La sonrisa que hasta el momento albergó fue menguando lentamente conforme se demoraba en cada recodo de sus facciones, suaves y realzadas por un juego de luces. Su propio cuerpo lo estaba traicionando, pues algo se le agarró al pecho y reptó hasta la boca del estómago. Su reacción fue tan inverosímil e inesperada que se quedó, literalmente, sin palabras.
Pero, ¿dónde iba «Ojalá-te-folle-un-meteorito» con esa jeta? ¿¿Acaso se creía guapo?? ¿¿¿De verdad lo pensaba???
Porque lo era.
—¿Crees que me hace falta que interceda? Por favor —afrentó de un brevísimo carraspeo. Luego rodó los ojos con tanta fuerza que ganaron su propio espacio en el sistema solar, nunca mejor dicho. Si el hijo de una arpía se pensaba que iba a entorpecer los pensamientos de Pames Jotter, la llevaba clara—, he reservado el campo para este fin de semana. Espabila, o ni Severus habrá sido tan humillado a principios de curso.
Siguió un extraño silencio, en el que James pareció más ocupado, por fin, en darle su merecida tregua. O eso quería hacerle pensar, que le estaba haciendo un grandísimo favor cuando, en realidad, trataba de registrar el extraño motín que tenía lugar en su torrente sanguíneo. Vagando a través del libro, sus ojos conectaban, de vez en cuando, con la luminosa maqueta, ejecutando así las anotaciones pertinentes. Recobrada su compostura y ganas de dar por saco, volvió a la carga.
—Antes lo has llamado hermano, ¿voy a tener que creérmelo? —interrogó. El interés imbuia el sinuoso tono de su voz; Regulus ni siquiera le había preguntado si Sirius estaba en su casa. No le haría creer que lo consideraba hermano—, debes estar pletórico. Por fin has conseguido lo que seguro estabas buscando; la herencia del primogénito, ¿no? Elige bien a tu chica e intenta que sea sangre limpia. Mamaíta estará deseando que le traigas como nieto a Lucifer.
No se trataba de conmiseración. A sus diecisiete años, James Potter había perdido la cuenta de las veces que, tratando de incluir a Regulus en sus nefastas canalladas, Sirius le detuvo en seco. Sus argumentos no tenían ningún sentido para él, pues se limitaba a conectar un puñado de palabras, dirigidas a su cabeza de chorlito con la fuerza de un mazo. Al principio, empezó siendo un «¿Mi hermano? ¡Ni hablar!», pasando por el clásico: «A mi hermano, ni de coña» y, tras sexto año, culminando con un desabrido «Regulus, no».
Tal vez fuera porque no tenía hermanos y era el rey de su casa, pero James no lograba dar con un motivo de peso. Sirius tenía bocallanta de sobra para despotricar sobre su hermano. Sin embargo, cuando él sugería pasar a la acción, su amigo lo miraba como si hubiera perdido completamente la cabeza. Al final, con un breve encogimiento de hombros, concluyó que tener hermanos era lo más cercano a padecer de urticaria cerebral o Mal Evanescente.
Por lo tanto, aunque ardiera en deseos de fastidiar a «Ojalá-te-folle-un-meteorito» y no pudiera debido a su lealtad, se disponía a dar rienda suelta a su lengua bellaca. Sirius nunca albergó problema con ello, y al diablo si lo tuviera. Regulus, lejos de apoyarlo, se enardecía con cada fracaso de su hermano, estaba seguro. Le había dado la espalda, apoyando a sus tiránicos padres. Y un James sobreprotector con sus colegas podría tentar a todos los demonios habidos y por haber.
—Ser yo tiene sus ventajas. No lo entenderías, sólo te quieren en tu casa. —Esgrimió con la acidez de una manzana.
Por si nadie se había dado cuenta; le pirraba discutir. La gresca se le daba de cine. Remus estaba convencido de que el irreverente de James Potter sería capaz de desatar una gran guerra mágica con pedir un vaso de agua con el tono preciso a la hora precisa. Alguien como él, que siempre tenía una perla que sacarse de donde no llegaba el sol, pondría al profesor Binns en un eterno y sepulcral descanso por tal de no aguantarle lo que restaba de año.
Entonces un individuo totalmente secundario en su camino defendió al principito, sí; Evan y su voz de polla.
—Dímelo otra vez. Y más alto. A ver si me entero mejor. Lo sieeeento —enfatizó muy irritantemente la palabra mientras, con el índice, se escarbaba el oído—, es que hay tanto barullo y tanto gilipollas suelto que me cuesta centrarme sólo en uno. Me desconcentráis.
Su cara de garbanzo lo miraba como si fuera un incendio dispuesto a engullir en sus llamas todo cuanto tuviera alrededor. Bueno, tampoco se equivocaba. James provocaba pequeños incendios allá donde acudiera, algunos adoradores del fuego lo apreciaban mientras que otros, como el allí presente, trataban de reducirlo a cenizas mediante un poderoso Aqua eructo no verbal.
—No me mires tanto, Rosier. Que la belleza no se pega —se mofó en un tono que se consideraría hasta amoroso, si no fuera por la agresividad con la que sonreía; todo dientes relucientes de quien nunca había faltado a su higiene dental—, la melanina tampoco.
Caradoc se pedorreó abiertamente con los labios. La carcajada se sumó a la de James que, arrellanado sobre su asiento, se suspendió sobre dos patas de la silla. Así, con ambos brazos relajadamente tras su cabeza, se balanceó peligrosamente hasta, finalmente, situar los pies en la tierra. Sus cejas se elevaron con ostensible sorpresa al ver que Regulus conseguía ejecutar el hechizo; incluso silbó.
—No está mal, pequeño Reggie. Vas mejorando. —Le concedió, bailando entre la diversión y la mordacidad.
Pero entonces, sucedió algo que dio al traste con sus dientes aserrados; Regulus giró la cabeza y, por fin, instaló la mirada en la suya.
Durante una fracción de segundo, los labios de James permanecieron congelados en lo que, con toda probabilidad, habría sido una pulla con diana en el culo. Frente a él, no veía más que el resplandor de dos grandes y vibrantes lunas. Ojos de un color idéntico al de Sirius pero que, a su vez, le inspiraron sensaciones distintas. La sonrisa que hasta el momento albergó fue menguando lentamente conforme se demoraba en cada recodo de sus facciones, suaves y realzadas por un juego de luces. Su propio cuerpo lo estaba traicionando, pues algo se le agarró al pecho y reptó hasta la boca del estómago. Su reacción fue tan inverosímil e inesperada que se quedó, literalmente, sin palabras.
Pero, ¿dónde iba «Ojalá-te-folle-un-meteorito» con esa jeta? ¿¿Acaso se creía guapo?? ¿¿¿De verdad lo pensaba???
Porque lo era.
—¿Crees que me hace falta que interceda? Por favor —afrentó de un brevísimo carraspeo. Luego rodó los ojos con tanta fuerza que ganaron su propio espacio en el sistema solar, nunca mejor dicho. Si el hijo de una arpía se pensaba que iba a entorpecer los pensamientos de Pames Jotter, la llevaba clara—, he reservado el campo para este fin de semana. Espabila, o ni Severus habrá sido tan humillado a principios de curso.
Siguió un extraño silencio, en el que James pareció más ocupado, por fin, en darle su merecida tregua. O eso quería hacerle pensar, que le estaba haciendo un grandísimo favor cuando, en realidad, trataba de registrar el extraño motín que tenía lugar en su torrente sanguíneo. Vagando a través del libro, sus ojos conectaban, de vez en cuando, con la luminosa maqueta, ejecutando así las anotaciones pertinentes. Recobrada su compostura y ganas de dar por saco, volvió a la carga.
—Antes lo has llamado hermano, ¿voy a tener que creérmelo? —interrogó. El interés imbuia el sinuoso tono de su voz; Regulus ni siquiera le había preguntado si Sirius estaba en su casa. No le haría creer que lo consideraba hermano—, debes estar pletórico. Por fin has conseguido lo que seguro estabas buscando; la herencia del primogénito, ¿no? Elige bien a tu chica e intenta que sea sangre limpia. Mamaíta estará deseando que le traigas como nieto a Lucifer.
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La comisura derecha de la boca de Regulus se torció en un atisbo de mueca de molestia ante la alusión que James hizo a su casa. Se mordió la lengua para no decirle que no se atreviera a hablar de su casa, pues conocía a aquel imbécil más de lo que estaba dispuesto a admitir y estaba seguro de que estaba tratando de hundir el dedo en la herida con aquel comentario. Quiso culpar a Sirius de eso, porque era lo que llevaba haciendo los últimos meses, pero en aquel momento el único culpable de que James Potter fuera un idiota de remate era el propio James Potter.
Por eso simplemente decidió no batallar aquella conversación que había comenzado a subir de temperatura. Dejó que fuera Evan Rosier, a su derecha, quien recibiera los espolones del mayor estúpido de Gryffindor que había puesto un pie en Hogwarts. Detestaba esa maldita sonrisa de hiena que, cuando lo contemplaba en el límite más absoluto de su visión periférica, su cerebro deformaba para extenderla de una oreja a otra de aquella cara de rasgos marcados y piel irritablemente perfecta.
Pero Regulus consiguió marcar el primer tanto indiscutible del encuentro cuando a James se le desintegró esa sonrisa sarcástica y provocadora. El joven Black, que hasta ese momento se había mantenido con los labios formando una línea fruncida, los estiró para crear una bonita curva que sacó a relucir unos graciosos hoyuelos y unos paletos bien colocados y tan blancos como la dentadura de caballo del chico que se había quedado petrificado a menos de un palmo de su cara. Sí, era una sonrisa triunfal, aunque dejó que el silencio sirviera como himno de la victoria.
O más bien el barullo de conversaciones irrelevantes, que llegaban hasta ellos en forma de palabras inconexas. Sí, incluso el impasible de Regulus parecía haberse abstraído del espacio-tiempo a un universo de bolsillo en el que sólo James, o mejor dicho el rostro de James, existía. Esa sonrisa perfecta que se marchitaba, esos ojos que se expandían como dos universos gemelos y ese maldito perfume que nacía de la parte inferior de su cuello, allí donde el cuello de la camisa blanca y la corbata escarlata y dorada negaban la visión de una clavícula tan definida como su cuadrada mandíbula.
—¿Te recuerdo tu semifinal del curso pasado contra Ravenclaw? —replicó como contestación a esa pregunta, a sabiendas de que James no esperaba una respuesta como tal—. Puedes ir al campo todo lo que quieras, Potter, pero la mediocridad siempre termina por salir a flote. Incluso para quienes tienen la costumbre de caer de pie.
Finalmente la conversación quedó zanjada. Si Regulus había tenido un interés nulo en hacer equipo con James, en ese momento se reafirmaba en su posición y aumentaba la intensidad de sus pensamientos sobre que aquello no era una buena idea. Hizo unas anotaciones breves y rápidas en el margen del libro en esa misma página donde el Hexágono Invernal salía aumentado.
La silueta del gigante Orión ocupaba una parte notable de la página, y Regulus pudo apreciar que guardaba una pasmosa similitud con la fisionomía de James si este adoptara esa posición. Junto a él, un perro grande se superponía a las líneas formadas por las estrellas del Canis Maior y encima de este se encontraba una versión reducida del mismo. Las mismas estrellas que Regulus había elegido recrear con aquel hechizo que no podía resultarle más simple y e inútil.
Una vez terminó de anotar con su pluma de cisne, cerró el libro y lo centró en la mesa. Estaba a punto de pedirle al profesor Frawley salir al baño cuando James decidió arremeter de nuevo contra él. ¿En serio volvía a por otra respuesta cortante?
—Me es indiferente lo que creas o dejes de creer. —Se dirigió a él con ese tono carente de emociones y matices que le caracterizaba, como si estuviera simplemente dando voz a un dogma universal—. Y no hables de mi familia, porque no sabes nada de ella, Potter. Supongo que habrás tenido mucho tiempo para hablar con Sirius este verano, porque no ha puesto un pie en casa desde que las últimas vacaciones de Navidad, pero hay muchas cosas que sigues sin saber o entender. Así que sácate a mis padres de la boca y cuida lo que dices sobre mi apellido. —Su voz fue adquiriendo la fuerza pasmosa de una avalancha, de una amenaza en un lugar inhóspito. Alzó su mano en alto, atravesando tanto su constelación como la de James en el proceso—. Tampoco tienes ni idea de lo que estoy buscando o cuáles son mis intereses, así que evita hacer el ridículo porque no es gracioso ver a un cerdo rebozarse en sus propias heces.
No hubo tiempo para hablar más, pues el profesor llegó hasta ellos. El rostro serio de Regulus se transformó en una mueca de malestar, incluso pareció palidecer bajo la escasa luz de la estancia. El Slytherin alegó que no se encontraba bien y pidió ir a la enfermería, argumentando que ya había terminado la tarea y había hecho sus anotaciones. Como prueba de ello, su constelación seguía intacta y brillando con energía, mientras que la de James se había desconfigurado tras ser atravesada por el brazo de Regulus.
Como era de esperar, consiguió el beneplácito de Frawley para dar por finalizada su sesión de Astronomía.
Regulus recogió sus cosas y se puso en pie, teniendo que volver a mirar a James en una solicitud muda de que le dejara pasar al pasillo que dividía las bancadas en dos grandes bloques.
—Como te dije, la mediocridad acaba saliendo a flote —le recordó, señalando la constelación torcida con un sutil levantamiento de mentón.
Por eso simplemente decidió no batallar aquella conversación que había comenzado a subir de temperatura. Dejó que fuera Evan Rosier, a su derecha, quien recibiera los espolones del mayor estúpido de Gryffindor que había puesto un pie en Hogwarts. Detestaba esa maldita sonrisa de hiena que, cuando lo contemplaba en el límite más absoluto de su visión periférica, su cerebro deformaba para extenderla de una oreja a otra de aquella cara de rasgos marcados y piel irritablemente perfecta.
Pero Regulus consiguió marcar el primer tanto indiscutible del encuentro cuando a James se le desintegró esa sonrisa sarcástica y provocadora. El joven Black, que hasta ese momento se había mantenido con los labios formando una línea fruncida, los estiró para crear una bonita curva que sacó a relucir unos graciosos hoyuelos y unos paletos bien colocados y tan blancos como la dentadura de caballo del chico que se había quedado petrificado a menos de un palmo de su cara. Sí, era una sonrisa triunfal, aunque dejó que el silencio sirviera como himno de la victoria.
O más bien el barullo de conversaciones irrelevantes, que llegaban hasta ellos en forma de palabras inconexas. Sí, incluso el impasible de Regulus parecía haberse abstraído del espacio-tiempo a un universo de bolsillo en el que sólo James, o mejor dicho el rostro de James, existía. Esa sonrisa perfecta que se marchitaba, esos ojos que se expandían como dos universos gemelos y ese maldito perfume que nacía de la parte inferior de su cuello, allí donde el cuello de la camisa blanca y la corbata escarlata y dorada negaban la visión de una clavícula tan definida como su cuadrada mandíbula.
—¿Te recuerdo tu semifinal del curso pasado contra Ravenclaw? —replicó como contestación a esa pregunta, a sabiendas de que James no esperaba una respuesta como tal—. Puedes ir al campo todo lo que quieras, Potter, pero la mediocridad siempre termina por salir a flote. Incluso para quienes tienen la costumbre de caer de pie.
Finalmente la conversación quedó zanjada. Si Regulus había tenido un interés nulo en hacer equipo con James, en ese momento se reafirmaba en su posición y aumentaba la intensidad de sus pensamientos sobre que aquello no era una buena idea. Hizo unas anotaciones breves y rápidas en el margen del libro en esa misma página donde el Hexágono Invernal salía aumentado.
La silueta del gigante Orión ocupaba una parte notable de la página, y Regulus pudo apreciar que guardaba una pasmosa similitud con la fisionomía de James si este adoptara esa posición. Junto a él, un perro grande se superponía a las líneas formadas por las estrellas del Canis Maior y encima de este se encontraba una versión reducida del mismo. Las mismas estrellas que Regulus había elegido recrear con aquel hechizo que no podía resultarle más simple y e inútil.
Una vez terminó de anotar con su pluma de cisne, cerró el libro y lo centró en la mesa. Estaba a punto de pedirle al profesor Frawley salir al baño cuando James decidió arremeter de nuevo contra él. ¿En serio volvía a por otra respuesta cortante?
—Me es indiferente lo que creas o dejes de creer. —Se dirigió a él con ese tono carente de emociones y matices que le caracterizaba, como si estuviera simplemente dando voz a un dogma universal—. Y no hables de mi familia, porque no sabes nada de ella, Potter. Supongo que habrás tenido mucho tiempo para hablar con Sirius este verano, porque no ha puesto un pie en casa desde que las últimas vacaciones de Navidad, pero hay muchas cosas que sigues sin saber o entender. Así que sácate a mis padres de la boca y cuida lo que dices sobre mi apellido. —Su voz fue adquiriendo la fuerza pasmosa de una avalancha, de una amenaza en un lugar inhóspito. Alzó su mano en alto, atravesando tanto su constelación como la de James en el proceso—. Tampoco tienes ni idea de lo que estoy buscando o cuáles son mis intereses, así que evita hacer el ridículo porque no es gracioso ver a un cerdo rebozarse en sus propias heces.
No hubo tiempo para hablar más, pues el profesor llegó hasta ellos. El rostro serio de Regulus se transformó en una mueca de malestar, incluso pareció palidecer bajo la escasa luz de la estancia. El Slytherin alegó que no se encontraba bien y pidió ir a la enfermería, argumentando que ya había terminado la tarea y había hecho sus anotaciones. Como prueba de ello, su constelación seguía intacta y brillando con energía, mientras que la de James se había desconfigurado tras ser atravesada por el brazo de Regulus.
Como era de esperar, consiguió el beneplácito de Frawley para dar por finalizada su sesión de Astronomía.
Regulus recogió sus cosas y se puso en pie, teniendo que volver a mirar a James en una solicitud muda de que le dejara pasar al pasillo que dividía las bancadas en dos grandes bloques.
—Como te dije, la mediocridad acaba saliendo a flote —le recordó, señalando la constelación torcida con un sutil levantamiento de mentón.
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