Equis no lo podía creer. Después de meses de búsqueda, por fin encontró el departamento perfecto: un último piso con una linda vista a Brooklyn, una habitación extra para montar su pequeño estudio y, lo más importante, permiso oficial para compartirlo con Rex, su perro. Claro, tuvo que hipotecar su alma para pagar el depósito de entrada, pero valía la pena, después de todo, los grandes sueños tienen grandes precios, y convertirse en una compositora estrella que escribe para íconos del pop definitivamente calificaba como "gran sueño".

Todo era perfecto… hasta que dejó de serlo.

Al principio, las cosas eran sutiles: pequeños ruidos, susurros que el viento no debería saber cómo formar, luces del pasillo que parpadeaban como si alguien estuviera jugando con el interruptor. Equis quiso culpar al estrés de su nuevo trabajo en la disquera o a Rex por sus constantes ganas de salir a orinar a medianoche. Pero cuando cerraba los ojos, siempre regresaban esas palabras de su abuela:

“Tienes un don para conectar con otros. No lo ignores, cariño.”

Aquella noche, cuando sintió claramente una figura al pie de su cama, abrió los ojos y gritó como si acabara de ver a Lucifer en persona. Llamó al 911 con una mezcla de terror y esperanza, rogando que al menos fuera un acosador y no algo peor.

La policía llegó, revisó cada rincón y no encontró absolutamente nada. No hubo puertas forzadas, no captaron movimientos en las cámaras y su aterradora experiencia quedó archivada como "imaginaciones".

Pero Equis sabía que no estaba loca. Algo estaba ahí. Algo o alguien.

Días después, mientras intentaba ignorar las vibras espeluznantes del lugar, una figura espectral emergió frente a su tostadora —porque claro, todo es más aterrador cuando ocurre antes de tu café matutino—. Era un chico joven, con una vibra de estrella de la música y un ego que parecía haber muerto con él. Davis Cooper, el cantante que había sido la gran sensación del pop… antes de unirse al infame "Club de los 27" el año pasado.

—¿Qué haces en mi departamento? —preguntó él, indignado, como si ser un fantasma lo hiciera automáticamente dueño del contrato de arrendamiento.

—¿Tu departamento? ¡Yo pagué por esto! Tú estás muuu…erto, sí, eso, ¡muerto! —respondió Equis, porque, ¿cómo no perder la paciencia con un espectro que parecía haber olvidado su estatus?

A partir de ahí, su vida dio un giro inesperado. Descubrió que Davis no había muerto por una sobredosis como decían las noticias, sino por algo mucho más oscuro y torcido relacionado con su antigua disquera. Y ahora, este cantante-espíritu con exceso de confianza parece decidido a convertirla en una detective paranormal sin importarle que ella ya tenga suficiente con sus propias aspiraciones de ser una compositora estrella.

¿Dejará Equis que Davis arruine su vida —y sus pocas horas de sueño— mientras intenta resolver el misterio de su muerte? ¿O logrará ignorar los escalofríos y las constantes interrupciones para centrarse en su carrera?

Acompáñame en esta tragicomedia llena de humor, música y fantasmas con más problemas emocionales que los vivos. Porque, como Equis está a punto de descubrir, a veces una gran oportunidad viene con una maldición de compañía.