Lo mejor que le había pasado nunca a Sejal era que la hubieran admitido en el equipo de Quidditch de Slytherin. Después del tiempo que llevaba en el equipo —un año entero—, seguía pensádolo. Era una buena bateadora. No lo parecía tanto, porque en general tenía apariencia menuda. Pero su apariencia a simple vista era engañosa. Tenía suficiente músculo como para repeler una bludger con un bate. Prueba de eso es que ahora era miembro del equipo.

Y le gustaba ganar. Le gustaba demasiado. Podía contar las cosas para las que era buena con los dedos de una mano —quidditch, pociones y otra cosa que se le estaba olvidando—, así que le gustaba que la reconocieran. Fantaseaba con la idea de que la copa de Quidditch tuviera el nombre de su casa impreso en ella. Pero para eso había que entrenar. Por supuesto, el equipo de Slytherin entrenaba bastante duro, pero Sejal sentía que podía hacerlo mejor. Quería ser más rápida sobre la escoba —y su madre le había regalado un modelo bastante cuando la habían admitido en el equipo— y la única manera de lograrlo era volando.

Aquella tarde se había puesto la escoba a la espalda y se había dirigido al campo de Quidditch justo después de que terminaran las clases. Los deberes podían esperar, sentir la cara en el viento siempre la ponía de buenas, incluso si después de eso tenía que hacer una redacción de treinta centímetros sobre venenos y sus antídotos. Sin embargo, al llegar, descubrió que el campo no estaba solo. Ya había alguien más en él. Frunció el ceño.

—Esperaba que no hubiera nadie —murmuró para sí, hablando sola. No quería espías.

Cuarto año y aún estaba tan sorprendida con Hogwarts como cuando llegué el primer día.
Mamá ya había empezado, no sabía muy bien si con razón o no, a preguntar que haría en el futuro. No era que podía ser, no sé, gimnasta o científica o cualquiera de esas cosas. Aunque en ambas tenía el equivalente: investigar encantamientos nuevos, o volverme jugadora profesional de quidditch. Ella decía, en su sabiduría muggle, como me gustaba llamarla, que la forma de saberlo era enfrentándome a las cosas que conllevaba cada una de esas vocaciones. Y aunque me encantaba jugar, aun no sabía si los entrenamientos pesados de un equipo profesional (que asumía, eran tan exigentes como los de cualquier deporte muggle) eran lo que yo llamaría a futuro “el trabajo de mi vida”

Así que me había dispuesto, para dejar tranquila a mi mamá, que no terminaba de superar cierto abandono, y para divertirme, como siempre, a entrenar con una pelota similar a una Quaffle que había encantado yo misma. Sin guardián. Estaba desde que había terminado los deberes de Encantamientos, dejando los demás para más tarde, y no tenía noción del tiempo. Quizá llevaba una hora, más o menos. Había anotado más de la mitad de los puntos que había lanzado, y eso me había puesto de excelente humor, por lo que no escuché que debajo de mí había una persona hasta que sentí un murmullo que tenía cierto dejo de desagrado, y me di la vuelta.

- Oops - dije en voz baja. Frené el hechizo de la símil Quaffle, que volvió a mis manos sin peligro, y bajé del suelo volando hasta apoyar los pies en el suelo, cerca de la chica. La conocía de lejos. Se llamaba Sejal y era la golpeadora de Slytherin. No sabía mucho más, además de que íbamos al mismo año, pero no solíamos compartir materias con ellos. La miré con la sonrisa que solía poner cuando entrenaba, y sin problema le dije - Espero que no tengas problemas con compartir el campo. Prometo no estorbarte. Es que… bueno, no importa.

Ponerme a explicar porque estaba ahí era demasiado tedioso. Solo esperaba que no se sintiera incómoda.