Calpernia se acomodó sin demasiado escándalo en el bolsillo interno de mi túnica apenas salí corriendo de la cocina con el vial en la mano.

El famoso vial.

El vial que, a pesar de mantenerme como una educada bruja en la sociedad mágica británica, era tedioso buscar. ¿Es que no podía, como hacía con mi condición, esconder una botella grande de sangre de cabra en mi habitación y llenar con ella los viales para no depender de los empleados de la cocina? No es que desconfiase por completo de ellos, al menos nunca me habían delatado en los últimos siete años ante esa cosa que se suponía era mi madre, pero no quería depender. No me hacía falta. No había puesto mi empeño en pociones para no poder hacer una poción placebo, sobre todo porque claramente la necesitaría cuando saliera de la escuela. No iba a morder a nadie por diversión, aunque no contagiase a nadie. Quería una vida normal, ¿es que tan difícil era eso?

Para colmo de males iba tarde a la sala común, por lo que no tendría tiempo de tomarlo sin las clásicas preguntas incómodas de la gente y la pseudo-mentira ensayada por respuesta. Lo más cerca que tenía de camino era un baño de damas del tercer piso, porque a Calpernia le había parecido divertido huir cuando salimos de la cocina, y en la persecución terminé en ese lugar.

Pero cuando llegué al baño, tratando de sacar el vial de uno de los bolsillos externos de la túnica, sentí un sonido similar a un resoplido mezclado con una suerte de sollozo. Inevitablemente curiosa, me acerqué a la fuerte del ruido: uno de los cubículos, donde claramente un borde azul de la túnica de una compañera de casa se veía cerca del piso.

Podría haber bebido mi elixir e irme haciendo de cuenta que no pasó nada, pero sencillamente no me dio por dejar abandonada a alguien que no estaba bien.

Así que golpeando muy despacio la puerta del cubículo, dije con suavidad.

- ¿Necesitas que vaya por ayuda?

La vergüenza tiño sus pómulos y provoco que orbes esmeraldas se destiñeran. Acabó rompiendo el vociferador en cuanto el mensaje terminó. Por desgracia fue eco de todo el Gran Comedor. Aguantó las ganas de llorar antes de que el estruendo de risas se clavara como mil y una dagas en su espalda. Ni siquiera esperó a las palabras de Sejal; recogía su túnica para ser más veloz.

Por culpa de su paso acelerado hizo que un millón de pergaminos rodaran escaleras abajo. Las pobres víctimas, estudiantes de primero de un popurrí de casas, se lamentaban en vano intento de proteger sus deberes y documentos de estudio. Sabía que dejarse llevar por los sentimientos era la peor manera, más si se concernía a su progenitor quien la vería cuan escuálida babosa, pero Dolores no era siempre de piedra y ante palabras tan crueles su autoestima se fue a los suelos.

Fue llegar a la tercera planta que ya no sólo tenía la faz hinchada de lloriquear sino del repentino flato. Paró y descansó unos segundos en un pilar de caliza antes de meterse con paso lento y alterado al interior de los aseos. Aquellos era la preferencia de parejas, gente que necesitaba estudiar con la biblioteca se abarrotaba o como ella, quien necesitaba llorar sus penas en estricta soledad. Se escondió en uno de los miles de cubículos y al cerrarlo, nuevas lágrimas de impotencia descendieron junto al descenso y subida desigual de su sollozo.

Quedó con el rostro escondido en el medio de sus piernas y lamentó ser un estorbo ¿Qué acaso sus notas no le valían a su progenitor para demostrar que no era una errata en el historial de sus logros.

Poco sabía que su soledad acabaría interrumpida de forma abrupta. Quedó callada, aunque el sorbo de su nariz delataba su estancia y pese a que trató de recrearse para que nadie la viera hecha polvo, ya era tarde. Maldijo interiormente que sus averiguaciones fueran acertadas. Ante el sonido de la madera batir con ligereza. Respiró de forma ahogada y carraspeó.

“¿Acaso importa?” replicó, un tanto borde porque no le gustaba verse débil frente nada o nadie, menos aquellos ‘compañeros’ que más bien eran víboras “No me he roto nada, no guardo necesidad de ninguna enfermería ni de falsos comentarios de apoyo”

De haber podido, yo creo que la chica me hubiese tirado un hechizo a través de la puerta.

Al menos era sincera. Estaba enojada y no quería ser molestada. Si yo no quería ser molestada nunca, podía entender parte de su sentir.

Por unos instantes pensé en girarme sobre mis talones y volver a la sala común antes que mi rata volviera a escaparse raudamente de mi túnica. Que me tenía que importar a mí los problemas de los demás. Pero la voz me sonó demasiado familiar, de una chica que solía oír hablar en la torre de Ravenclaw, pero de la que no sabía el nombre, solo sabía que era tan o más solitaria que yo, aunque desconocía sus motivos.

Así que guardé el vial vacío en el bolsillo de la túnica donde estaba mi varita, y sin demostrar incomodidad alguna y con amabilidad honesta le dije.

- No estaba interesada en darte comentarios de apoyo si no tengo idea de que te sucede, y no puedo ver a través de la madera. Te oí llorar, y creí que te habías lastimado o algo así. No pretendía ofenderte con mi pregunta.

Sentí pena por ella. Yo sabía lo que era estar solo, aun cuando yo lo había elegido. Y muchas veces me cuestionaba mi decisión. Esa vez era una de ellas. Y actúe en consecuencia, volviendo a hablar luego de unos instantes de silencio casi absoluto.

- Si quieres, hago de cuenta que no estás llorando desconsoladamente por nada y me voy. Pero si necesitas hablar, me quedaré de este lado. Creo que te he visto… -dudé en seguir por un momento, tenía mis razones para aislarme, pero la preocupación fue más fuerte y seguí hablando - me llamo Katya. Por si necesitas algo.

Dolores no estaba de humor y, sinceramente, odiaba que alguien la hubiera oído lloriquear. Ni siquiera se permitía hacerlo delante de su padre. Y no sólo por respeto a éste, sino también por el pavor de que le pusiera la mano encima y la herida le doliera tanto que ni pudiera comer.

Nuevamente se estrujó las mangas como si acaso pudiera sacar así el montón de humedad que extrajo al restregarse los ojos con la finalidad de dejar de ser una fuente innecesaria. Ojalá su tía pudiera mandarle, al menos, una carta avisándole de que esas vacaciones ambas se irían lejos… aunque fuera a un sitio muggle perdido de la mano de Merlín mas así respiraría y dormiría tranquila.

Escuchó desde el otro lado de la madera la voz, que a pesar de oírse algo desconfigurada casi la reconocía. No cabía duda de que hasta en la forma de expresarse radicaba razonamiento en sus vocablos. Por lo tanto se destacaba que su ‘visitante’ era otra cuervo que únicamente la pilló en el momento y el lugar menos indicado. Entonces Dolores supo que por mucho que estuviera jodida, tampoco lo podía pagar con el resto.

Al final suspiró y descansó la cabeza en la puerta. Miró sus mocasines como tratando de que la pena se le fuera y es que ahí se quedó muda. Ella, quien siempre parecía salir con argumentos de todo tipo. Remojó sus labios hasta ahora secos, ironía habiendo llorado una catarata y al final, se atrevió a abrir la portezuela y hallarse, como pensó, a la compañera de casa.

“Sé que eres Ekaterina” reafirmó ante la duda. No era una persona con la que hubiera compartido muchas palabras pero sí mesa en la biblioteca y debía reconocer que su caligrafía era excelente “No es que necesite hablar, realmente… ni siquiera deseo acordarme del tema. Pero hay personas en el Gran Comedor que deberían atragantarse con los chismes de los demás mientras comen puerco asado” suscitó, soltando una parte de su ira así.

Inspiró de nuevo y trató de relajar el semblante sin mucho éxito.

“¿Debo imaginar que tú también te escondías o es una mera alusión que hayas entrado en el baño estropeado?”

Honestamente, dudaba que fuese a conseguir algo con lo que había dicho. Lo mío no era el don de gentes, siendo completamente honestos, más si a la primera de cambio empezaba a bloquear mis pensamientos por si alguien osaba inmiscuirse en ellos.

Pero para mi sorpresa, unos minutos más tarde, la puerta del cubículo se abrió y por ella salió la chica, con los ojos rojos de tanto llorar y la boca reseca a medias, con un claro signo de que había intentado humedecerla y no lo había logrado del todo.

Sus primeras palabras eran demasiado ciertas. Era un defecto que Hogwarts no había curado con el tiempo: sus alumnos (o al menos la mayoría) creían demasiado divertido correr chismes y burlas entre ellos como si no afectasen de ninguna manera a nadie. Era cierto que había alumnos objeto de esos chismes que lo soportaban, pero no era el caso de todos, y aunque por siete años yo había logrado evitarlo, no era que las miradas no se posaran sobre mí de tanto en vez, no quizá con maldad, pero si con una innecesaria curiosidad.

- Es el deporte principal de este colegio. Gente metiéndose donde no les importa. Es una pena, la verdad.

Pero me descolocó por completo cuando me preguntó que hacía en ese baño. Y Calpernia otra vez intentando huir no me dejaba concentrarme del todo. Sin embargo, aunque claramente no iba a decirle toda la verdad, la excusa preparada por años serviría en ese momento. Al menos ella necesitaría una explicación ya que vine yo a interrumpir sus lamentos.

- Digamos que bebo una poción por una enfermedad que tengo desde pequeña y es incurable. La gente, como dije recién, es muy metida y no soy muy afán a las preguntas a menos que vengan acompañadas de genuino interés, como percibo que es tu caso. Y mi rata se escapó en el camino. Así que vine aquí a tomármelo. - dije tomando el vial del bolsillo y mostrárselo.

Y en otro arrebato de solidaridad, le dije.

- Si quieres, vamos al comedor y te llenas el estómago. Conmigo no creo que puedan molestarte. Suelo gruñirles un poco para que no lo hagan.

Claramente conocía a Ekaterina. Su voz no sólo la delató, sino también su presencia una vez que Dolores salió del cubículo. La diferencia era clara, tanto, que casi no se podía comparar ante belleza de la susodicha y es que su aspecto estaba completamente fuera de onda.  Mordió su labio inferior, arreglando torpemente su falda.

Era obvio que Hogwarts resultaba casi un hervidero de rumores. Ya no solamente porque la voz corría como el viento entre las ramas. También se debía a que algunos fantasmas entrometidos, cuya presencia no prefería nombrar; servían como alcahuetas para que los peligrosos serpientes o cualquiera de malas intenciones envenenara su nombre y procedencia. Lejos de lo típico, su procedencia era resultado de una cosa atroz. Sólo podía con su tía, la única que le quería sin darle maldiciones.

“Quizás una que debería ser castigada llevándoles a las profundidades del Lago, desgraciadamente, este colegio se ha puesto demasiado blando con los castigos”

Notó algo extraño en la fémina, enarcando una ceja por la forma tan rara con la que se movió. Cruzó sus brazos. Si no venía a lamentarse, quizás hubiera quedado con alguien a darse el lote o hacer algo prohibido. Pero su respuesta la dejó sin nada con que contestar. Observó el vial vació y la rata asomó la cabeza, ladeando la cabeza como un corderito. Suspiró, tendría que darle un voto de confianza. Total ¿por qué iba a molestarse?

“En cuanto a tu enfermedad, lo lamento” no parecía mentirle y en temas tan escabrosos, Dolores deseaba jamás el mal nadie “Pero hoy en día San Mungo ha evolucionado hace un tiempo leí en el Profeta que nuevos medimagos provenientes del Sur de África eran expertos en tipos de maldiciones y casos espectaculares” soltó, encogiéndose ligeramente de hombros.

“Preferiría ir a la sala común” se sinceró “Tengo un paquete con unos dulces que me mandó mi tía de un viaje a Londres--- si gustas, podemos compartir. Hasta tu rata podría disfrutar de una galletita”

Juro que no pensé intencionalmente en sonreír ante aquella seductora sugerencia del lago. Sencillamente me salió, aunque claramente no fuese algo que dijera abiertamente en la sala común. Pero es que Dolores tenía razón: se seguía permitiendo algo como el chusmerío. Y en serio, de verdad que no era necesario y la gente parecía no entenderlo.

Cuando mencionó a los medimagos africanos, me quedé callada; papá había hablado con un par de ellos, y estaban viendo todas las formas de eliminar mi maldición, aunque todos sabíamos que eso resultaba casi imposible. Sin embargo, no podía, como siempre, sencillamente comentarlo. Dolores no parecía mala chica, pero sabía que mi madre era capaz de arruinar la vida de cualquiera para llegar a mí. Y si esa persona era Dolores, mucho menos le importaría. No podía decirle la verdad.

Sencillamente asentí ante su sugerencia de ir a la sala común, sonriendo esta vez con amabilidad al ver que Calpernia asomaba el hocico. Claramente la recompensa le llamaba la atención.

- No me parece mala idea. No sé aún tu nombre, pero supongo que... tendremos tiempo para conversar. Si no es problema.

Y me di la vuelta lentamente para esperarla, para luego salir juntas del baño. Llegamos a la sala común, resolví el acertijo y vi como ella luego de entrar se dirigió directamente hacia su habitación para luego volver con una lata de dulces muy colorida.

Y aunque casi me arrepentí de quedarme con ella, sencillamente me senté a su lado, en silencio.