Iba a llover.

Ben llevaba varios minutos tiritando de frío, podía sentir la tormenta en los huesos y en los estallidos de truenos que se veían en la lejanía. Sabía muy bien que, si no encontraba dónde guarecerse, lo pasaría mal. Ya había vivido varias tormentas desde que vivía a su suerte en las calles de la ciudad. Esa semana en particular había sido bastante buena, había robado lo suficiente para tener buena comida y se hizo con unas botas nuevas que al menos no le harían pasar frío. Así que no estaba dispuesto a que esa buena semana terminara mal, tenía que encontrar un buen escondite.

El último escondite que tenía era en una casa abandonada que quedaba en medio de barrios terrenos baldíos en las afueras de la ciudad. Pero como la policía empezó a hacer más redadas de la cuenta en esa zona, decidió que no era buena idea. No estaba seguro de qué le haría policía si lo encontraba viviendo allí, pero en el peor de los casos acabaría en una correccional y en el mejor, en el sistema de adopciones. Ben no estaba dispuesto a que pasara alguna de las dos cosas. No quería que el sistema lo encontrara porque no sabía quiénes estaban confabulados para matar a su familia. En Tara abundaban los policías corruptos.

En el embarcadero, con este clima, y a estas horas, Ben no dudaba que encontraría un buen lugar dónde pasar la noche. Siempre había algún incompetente que dejaba las bodegas mal cerradas pero, incluso si eso no sucedía, ya Ben sabía bien cómo abrir una cerradura. Una de las tantas cosas que había aprendido para sobrevivir.

Ben no conocía lo suficiente al embarcadero, pero sabía que media cuadra hacia la izquierda había un mercado, que a estas horas debía de estar vacío. En donde estaba, la lámpara de la calle estaba dañada y había menos visibilidad. Por eso escuchó a los carros antes de que transitaran por la calle a toda velocidad.

Los carros parecían estar persiguiéndose mutuamente, Ben apresuró el paso lo mejor que pudo pero parecía que era una redada entre mafiosos porque escuchó algunos disparos. Ben estaba empezando a preocuparse de verdad por acabar en medio de un tiroteo cuando él sólo quería encontrar dónde dormir.

Lo que no esperaba, en medio de todo aquel caos, fue que alguien se atravesara en su camino. El primer instinto de Ben fue empujarlo, porque era un obstáculo que no le permitía ponerse a salvo. Pero se le encogió el estómago cuando notó que no era un animal, sino un niño. ¿Qué mierda hacía un niño ahí? Ben escuchó otro disparo y fastidiado con el escenario tan inesperado, tiró del niño antes de que siguieran los dos allí expuestos, en medio de los callejones del embarcadero.

—¡Si te quedas ahí tieso te vas a morir! —exclamó, tirando de él hasta que alcanzó, por fin, una salida. Ben se prendió de la escalera de incendios como si fuera la luz en el camino que estaba esperando—. ¿Vas a subir o no? Te aseguro que esos disparos no son de la policía —le explicó Ben, girándose en dirección al recién aparecido. Le bastó un vistazo para darse cuenta que esa cara llorosa, ese cabello bien peinado y esa ropa calentita que ese mocoso no estaba donde pertenecía.

Odiaba ir al mercado.

Aunque quería mucho a su madre y pasaba casi todo el día con ella cuando no estaba en la escuela, lo de ir con ella a hacer las compras lo aburría sobremanera. Ella siempre le decía que cómo esperaba sino que llegara a la casa todo lo que comían y necesitaban, pero la verdad era que aunque fuera necesario no dejaba de ser un fastidio tener que ir de tienda en tienda mientras su madre comparaba precios y elegía qué llevar.

"No somos millonarios, Adam, tenemos que hacer rendir el salario de tu papá".

Era cierto que no eran millonarios. No como la gente que veía en la prensa de Tara, con sus mansiones y sus coches de lujo. Su padre era policía, y había oído hablar mil veces de cómo se jugaba la vida en las calles. Adam estaba orgulloso de su padre. Pero le habría gustado no tener que ir a contar cincos con su madre en el mercado.

Lo peor de todo era cuando tenían que ir a ese otro mercado. Porque habían dos. Uno limpio y tranquilo, donde compraban la mayoría. Pero a veces, cuando no conseguían algo, Adam veía lo nerviosa que se ponía mamá y terminaba por llevarlo a ese otro lugar. Era más oscuro, cerrado, desordenado. Había allí personas como su madre, inquietas y mirando por encima del hombro. Y por otro lado, habían personas inquietantes, que le daban miedo.

Además, había ocasiones en que su madre se acercaba a hablar con alguien a una tienda y luego decía lo que Adam más odiaba: "espérame aquí, no te vayas a ir con nadie".

Pero eso había sido hacía rato. Adam se empezaba a sentir inquieto, y empezó a caminar por el pasillo. Luego vio aquel gato negro corriendo con la cola levantada y empezó a seguirlo...

Y de repente, ya no supo cómo regresar.

¿Dónde estaba? Todos los pasillos eran iguales. La gente lo miraba raro, aunque muchos ni siquiera lo determinaban hasta que chocaban con él. Intentó alejarse de la gente, seguro que mamá lo encontraría... Solo tenía que alejarse de la gente rara. Pero cuando se dio cuenta, había salido del mercado. Ya no había techo sobre su cabeza, solo estaba en un pasadizo donde unos hombres fumaban y rieron al verlo.

En ese momento salió corriendo.

No supo hacia dónde iba hasta que el olor a sal de mar llegó a su nariz. ¿Estaba en el puerto? ¿Mamá podría encontrarlo allí? Entonces escuchó los carros, y unos golpes fuertes que parecían disparos, y sintió que se le iba a salir el corazón del pecho.

Fue entonces que apareció el otro niño.

Lo miró con miedo, y apenas comprendió que le estaba diciendo que lo siguiera. Pero Adam no se quería morir, así que extendió una mano hacia él para subir por la escalera hasta la que lo había llevado, mientras la lluvia le mojaba la cara. Quería regresar a casa, pero no sabía cómo. Subió la escalera con dificultad, sintiendo que el hierro de los escalones le quemaba las manos.

—¿Quién eres? —le preguntó al niño, volviendo a tomarlo de la mano—. ¿Dónde vamos?

Tenía que quedarse en un lugar donde su madre pudiera encontrarlo..

En este momento, lo único que salvaría a Ben de esta situación sería seguir subiendo las escaleras de incendio hasta encontrar una ventana entreabierta. Ben sabía que también podía forzar una de las ventanas, pero no quería vidrios rotos que delataran su presencia o algo con lo que pudiera lastimarse. La última vez que se hizo un daño en la pierna tuvo mucho miedo de que la herida se hubiera infectado, porque se negaba a ir a un hospital.  Así que se cuidaba mucho de las cortadas.

—Creo que lo importante aquí es quién eres tú… —comentó Ben, sintiéndose eufórico cuando dio con una ventana. ¡Estaba incluso abierta lo suficiente para que pudiera entrar! Si él entraba, el mocoso que estaba con él también lo conseguiría, si era un poco más pequeño—. No eres de por aquí, tienes toda la pinta de que te perdiste. Porque no era a ti a quienes perseguían esos tipos, ¿no? Dímelo rápido, no quiero problemas.

Ben tiró de él para hacerlo avanzar, pues todavía no tenía claro si ese enano le podía ser útil o no. Cuando los dos estuvieron dentro, Ben buscó a tientas un interruptor de luz hasta que lo logró. Las lámparas daban luz amarilla, lo que daba una visión bastante lúgubre, pero era una bodega amplia y bastaría con asegurar la puerta por dentro en el caso remoto de que alguien viniera.

—Este no es mal escondite mientras los mafiosos se matan allá abajo. ¿No crees? —Ben se encogió de hombros y volvió a inspeccionar al mocoso con más detenimiento. Nunca lo había visto, así que eso confirmaba sus sospechas. Quizás se había extraviado. Estaba demasiado entero para que alguien hubiera querido secuestrarlo—. Te vas a quedar aquí hasta que yo diga, ¿entendiste?

Ben aclaró la voz e hizo lo mejor posible por sonar realmente amenazante. Sabía que llevaba las de perder, porque estaba sucio y no parecía nada como los criminales de los que procuraba mantenerse alejado. Pero si podía sacar algo de ese mocoso, así fuera quitarle ese abrigo tan bonito que llevaba encima, sería una ganancia para él. Si el niño volvía con su familia, estaba seguro de que sus padres le comprarían otro igual o mejor. Ben, en cambio, le hacía falta un abrigo como ese para pasar las noches más frías de Tara. Llevaba semanas pensando que bien podía acercarse a un refugio para indigentes o un comedor social, pero temía que alguien lo reconociera. Tal vez, cuando pasara algo más de tiempo desde la muerte de sus padres, podría arriesgarse.

De momento tenía que arreglárselas con golpes de suerte, y no podía dejar ir el que se le habría presentado tan fácil.

Adam tenía miedo y se sentía agitado, como cuando en la escuela lo hacían correr mucho. Tenía las manos sudorosas, el corazón le latía de prisa y los sonidos que venían de afuera le daban miedo.

Tampoco era que su compañía fuera muy consoladora. El niño era más grande que él y hablaba con mucha autoridad. Todavía no le había dicho quién era, pero suponía que sí debía pertenecer ahí, aunque Adam no creía que nadie perteneciera al puerto más que los marineros.

—No, no me buscan a mí... ¡No sé quiénes son! —respondió con fuerza, moviendo mucho la cabeza. Luego frunció el ceño, mirando a su alrededor con desconfianza—. ¿Podemos estar aquí? ¿No nos vamos a meter en problemas?

El lugar no estaba demasiado iluminado y tenía un olor muy fuerte que no podía identificar. Hacía frío, y el piso no parecía muy limpio.

—Mi mamá no me va a encontrar aquí —añadió, haciendo un pequeño puchero—. ¡Tengo que volver al mercado!

Pero lo peor era que no sabía cómo y allí afuera seguían sonando disparos, y gritos. ¿Qué estaba pasando? ¿Se habría perdido para siempre? ¿Y si no podía de verdad regresar con su madre? ¿Tendría que quedarse con este chico para siempre?

Abrió mucho los ojos ante la idea. No, él no era de ahí, el chico tenía razón. De repente no deseaba nada más que estar de regreso en su casa, comiendo una sopa caliente con su papá y su mamá. Instintivamente se llevó una mano al reloj que había tomado del cajón de su padre a pesar de que este insistía en que todavía era muy niño para él y se lo daría más adelante. Cuando Adam fuera grande. Era el reloj del abuelo.

Ojalá lo llevara mágicamente a casa.

El niño no tenía que insistir mucho en que esa persecución no tenía nada que ver con él. La verdad, Adam sólo se lo había comentado para fastidiarlo y ver qué información podía sonsacarle. Esa persecución en carro de seguro tenía que ver con ajuste de cuentas entre las mafias que dominaban la ciudad. A veces, cuando presenciaba o se enteraba de esas cosas, Adam se preguntaba si acaso aquel ambiente tan traicionero era el que se había apoderado del Mercado Negro, el sitio del que su padre fue amo y señor hasta que decidieron asesinarlo.

—No vas a volver a ningún lado, ¿qué no me entendiste? —volvió a decir, mientras inspeccionaba el lugar una vez más, sólo para cerciorarse de que nadie los encontraría. Sabía que el niño podía salir por la ventana si se descuidaba, pero contaba con que siguiera asustado de los balazos que todavía se escuchaban a lo lejos.

Había luz, pero no había nada que comer, pues era una bodega abandonada y no estaban en la planta baja. Había pocas posibilidades de que estuviera alguien allí a esas horas, pero tendrían que pasar la noche sin comer. A Ben le hubiera gustado planificarse mejor, pero era más fácil pasar la noche con hambre que dormir a la intemperie.

—No nos vamos a meter en problemas si te quedas callado y no haces ruidos. No me gustan los llorones, y quiero que sepas que hablaba muy en serio cuando te dije que no te podías ir de aquí. De seguro tienes papás que se preocupan por ti, ¿cierto? —Ben se humedeció los labios, fijándose en el niño de nuevo. Tenía toda la pinta de que no sabía lo que era irse a dormir sin comer, ni mucho menos vivir en la calle—. Bien, tal vez estén dispuestos a dejarme dinero si te devuelvo sano y salvo. Si no, pues te quedarás aquí conmigo hasta que lo consiga.

Ben trató de sonar más canalla de lo que en realidad era. Si las cosas se ponían muy mal, tenía un cuchillo que guardaba entre la ropa, podía amenazarlo de verdad. Pero preferiría no tener que hacerlo porque no quería que el mocoso llorara e hiciera escándalo.

Aquel lugar olía feo, el chico daba un poco de miedo y afuera llovía cada vez con más fuerza. Adam se sentó contra la pared, encogiendo las rodillas de manera que podía abrazarse las piernas. Al parecer, el chico no lo iba a dejar ir a ningún lado, y tampoco sabría dónde ir. Si no había encontrado el mercado con luz de día, no lo haría ahora que llovía y cada vez estaba más oscuro.

—¿Cómo te van a dar dinero mis papás si no saben dónde estoy? —preguntó todavía con el ceño fruncido. Tampoco sabía si sus papás tenían dinero para darle a un chico así. Quiso decirle por un momento que su padre era un policía, pero le habían enseñado muy bien a no decir eso nunca ante desconocidos. Papá decía que no era seguro. —. Tengo que volver al mercado con mi mamá.

Tenía que insistir al respecto, ¿qué pretendía ese niño, si no? ¿De verdad quería que se quedaran ahí toda la noche? Hacía frío. Se abrazó con un poco más de fuerza y le dirigió una mirada dura.

—¿Tú no tienes papás que te busquen? —preguntó con curiosidad—. ¿Te puedes quedar aquí?

La verdad era que solo no habría sabido donde meterse cuando empezó la lluvia o los disparos. Se habría quedado hecho un puñito detrás de algún barquito, o algo así. Sus papás nunca lo dejaban andar solo por la ciudad, con costos en la calle al frente de su casa.

Este otro niño, sin embargo, aunque era mayor que él no podía ser mucho mayor. Seguro que todavía debía estar en la escuela, aunque no parecía haber sido nunca un estudiante. Y andaba por ahí como si fuera el dueño del puerto. Adam nunca había conocido un niño así. Le causaba curiosidad además de un poco de miedo.

¿Realmente podía evitar que se fuera de ahí?

El niño estaba haciendo demasiadas preguntas. Tenía toda la pinta de que iba a darle muchos problemas, pero si podía obtener algo de dinero a cambio de decirles a sus padres sobre su paradero, se arriesgaría. ¿Qué era lo peor que podía pasar? Ya estaba huyendo de la policía y de la mafia en primer lugar, añadir una razón más a su vida escurridiza sería pan comido.

Ben buscó el viejo cuchillo que llevaba consigo de entre sus ropas y se lo mostró al niño de forma amenazante. El mocoso seguía sentado en el piso, así que eso haría su vida más fácil en caso de que este intentara escapar. Ben apretó los labios, pues quería que supiera que estaba hablando muy en serio.

—Mira, ya te digo que intentaremos volver con tu mamá cuando yo diga, ¿o es que quieres vértelas conmigo? —exclamó, pero justo en ese momento empezaron a escucharse truenos y Ben tuvo que retroceder un instante porque estaba demasiado cerca de la ventana para su gusto. No le gustaban las noches de tormenta, siempre lo pasaba muy mal. En primer lugar, porque una tormenta era lo peor que te podía pasar si no tenías una casa dónde guarecerte y en segundo lugar, porque las tormentas le recordaban el día en que había muerto su mamá. Cuando tuvo que salir corriendo de su casa en llamas y cuando se arrastró hasta el mercado negro sólo para darse cuenta de que su padre también estaba muerto.

Ben arrugó la nariz cuando el niño le preguntó por sus padres. Fue un mal momento para una pregunta como esa, porque Ben sintió cómo le fallaron las rodillas y tuvo que aferrar el cuchillo con fuerza en su mano derecha.

—Mis papás… mis papás no… —Ben inspiró hondo, pues se negaba a decir en voz alta aquello que más le dolía. Mucho menos iba a hacerlo frente a un desconocido—. ¡Yo puedo estar donde quiera! Además, si te atreves a salir, lo único que vas a conseguir es empaparte con esta tormenta. ¿O es que vas a poder volver tú solo? Tiene pinta de que ni siquiera sabes cómo volver, de seguro no conoces esta zona de la ciudad como yo.

La tormenta sonaba cada vez más fuerte, y las luces violentas de los relámpagos se colaban por la ventana detrás de él, dejando ver por momentos lo feo que era el lugar donde estaban. Adam se abrazó las piernas con más fuerza. No quería vérselas con ese niño, mucho menos ahora que tenía un cuchillo en la mano.

No podía ver de nuevo a su mamá hasta que él le dijera que podía.

Enterró la cara en las rodillas, no quería que lo viera llorar, pero empezaba a sentir mucho miedo.

—No me voy a ir durante la tormenta, lo prometo —dijo en voz alta, para que lo oyera sobre el sonido de la lluvia y de su cara escondida—. ¿De verdad conoces aquí? ¿No nos va a pasar nada?.

Era verdad que él no conocía el lugar, y no sabría cómo volver al mercado o mucho menos a su casa desde allí. Pero si este niño sabía, y él se portaba bien, tal vez volvería. ¿Cierto?

Levantó la mirada hacia él intentando hacerse el fuerte, aunque tenía los ojos vidriosos.

—Si me quedo aquí contigo y te hago caso, ¿me vas a llevar con mi mamá? ¿Lo prometes?

No sabía si se podía confiar en el niño, pero tenía un cuchillo y sabía dónde estaban. ¿Qué podía hacer si no? Tal vez cuando pasara la tormenta estaría mejor.

Además, seguro que su mamá lo estaría buscando. Y aunque papá se enterara y se enojara con él por haberse separado de ella, seguro que lo buscaría. Su papá era el mejor policía de la ciudad, ¡seguro que podía encontrarlo donde sea que este niño lo llevara!

De un momento a otro, parecía que todo estaba saliendo de acuerdo al plan de Ben. El niño incluso acababa de prometerle que no intentaría escapar. Ben arrugó las cejas y bajó el cuchillo, preguntándose si acaso el niño no estaba haciendo un montaje y que estaba engañándolo. Parecía un mocoso que no tenía una sola pizca de malicia, pero Ben no podía fijarse. Su papá se había fiado de personas que eran, en teoría, sus amigas, y había acabado muerto, al igual que su mamá.

—No nos va a pasar nada, con esta tormenta nadie va a venir por aquí… —en el puerto también se hacían acuerdos de la mafia, pero no era un sitio tan concurrido. Ben no conocía todos los movimientos, pero confiaba en que la tormenta, esos truenos que tanto odiaba, conseguirían guarecerlos por unas horas.

Ben se humedeció los labios e hizo un esfuerzo por no mirar demasiado por la ventana. No le gustaban las noches de tormenta. Había una tormenta el día en que esos hombres llegaron a su casa y mataron a su madre.

—Si te quedas conmigo, le pediré a tu mamá un rescate y entonces volverás con ella. Siempre cumplo mi palabra… —Ben le regaló una sonrisa con todos los dientes. Estuvo a punto de decirle algo más, pero un enorme trueno silenció todo a su alrededor. Ben retrocedió un par de pasos, dispuesto a alejarse un poco de la ventana. De verdad que odiaba las tormentas, debería haber buscado un lugar que no tuviera una ventana tan grande—. Odio las tormentas, ¿no te pasa eso? Tú… ¿Cómo es que te llamas, mocoso?

Ben se apoyó en una pared contigua, un poco lejos de la ventana y se frotó mucho las manos. Las sentía frías y húmedas. Esperaba que la tormenta no durara toda la noche para que la ropa no se le mojara más de la cuenta.

El niño tenía razón. La tormenta era horrible. Por lo general, Adam se refugiaba en el regazo de su mamá. Debía estar preocupada por él ahora mismo. Le dieron más ganas de llorar de solo pensarlo, y parpadeó fuerte. La volvería a ver. Tenía que volver a verla. Tendría que confiar en el niño de que lo regresaría con ella.

Sino, se escaparía. Pero no debajo de una tormenta...

—Adam —respondió en voz baja, mientras se restregaba los brazos por encima del abrigo para darse calor—. ¿Y tú?.

Se encogió cuando un trueno sonó particularmente fuerte. Dudó un momento pero terminó por levantarse para ir a la otra pared, al lado del niño. No le gustaba darle la espalda a la ventana. Sentía que los rayos llegaban detrás de él, además estaba muy frío...

Se sentó al lado del niño y lo miró esperando una respuesta. Tenía que tener un nombre.

¿Cómo iba ese niño a encontrar a su mamá? ¿Cómo era que podía manejarse por el puerto y encontrar dónde quedarse a dormir? ¿Cómo podía un niño tener tanta seguridad? ¿De verdad podía estar donde quisiera sin que a sus papás les importara? Los de Adam se iban a volver locos de no poder encontrarlo...

Era un niño muy valiente, aunque fuera un matón que usaba cuchillos y decía que no lo dejaría irse. Adam quería ser así de valiente cuando fuera más grande. Quería ser así de seguro. Se sentó un poco más derecho, con la espalda pegando a la pared.

Tenía que ser un niño valiente hasta que regresara con sus padres.

—Me llamo… —el primer instinto de Ben fue decirle la verdad. Tuvo que apretar los labios, enojado consigo mismo, porque no podía ser tan ingenuo. Sabía que no podía darle su nombre completo, pues a estas alturas no sabía en quién podía confiar. Era muy probable que ese mocoso no tuviera nada que ver con los mafiosos que habían matado a su familia, pero Ben llevaba escondiéndose mucho tiempo.

Se humedeció los labios y ladeó el rostro, se sentía cansado y tenía frío, tampoco tenía mucha imaginación para inventarse un nombre.

—Carson —dijo, como si en realidad ese fuera su primer nombre y no el apellido de su familia. Dudaba mucho que los periódicos de la ciudad siguieran haciendo eco del asesinato de sus padres. Su papá era conocido en el mundo criminal de Tara, pero habían pasado semanas desde ese entonces. Estaba seguro que en cualquier momento ocurriría otro suceso espantoso en esta mierda de ciudad y la gente acabaría olvidándose de sus padres—.Adam es nombre de niño bueno, ¿te lo habían dicho?

Ben chasqueó la lengua, metiéndose abiertamente con él. Se frotó las manos con fuerza, mientras volvía a mirar la ventana. La lluvia no había hecho más que encrudecerse. Inspiró hondo y buscó recostarse contra una pared, que estaba igual de fría que el resto del recinto. De pronto, ese simple gesto fue como un hechizo, que le hizo recordar el cansancio que llevaba encima. Tenía hambre y frío, mientras que la tormenta allá afuera le recordaba la noche en que habían matado a su familia.

—Dime, Adam el niño bueno, ¿vives lejos de aquí? —preguntó, por pura casualidad—. Espero que te sepas la dirección de tu casa, es la única forma que podemos contactar con tu familia. Pediré un rescate, si no tienen dinero, les pediré comida a cambio. —Ben arrugó la nariz, mientras veía cómo la expresión de Adam cambiaba, de seguro que estaba asustado de sus palabras—. ¡No me mires así! Tengo que aprovechar la oportunidad para tener comida o dinero sin esfuerzo, ¿entiendes? Ya te dije que te regresaría con tu familia.

No, no era la primera vez que le decían que era nombre de niño bueno. Pero es que Adam era un buen niño, hacía caso a sus padres (excepto cuando se llevaba el reloj sin permiso o se alejaba caminando y se perdía), ayudaba a los otros... Era el hijo de un policía y pretendía ser tan bueno como su padre.

Eso no hacía que le gustara que se metieran con él por ser bueno. Su madre siempre le había dicho que no se avergonzara de ser él. Así que levantó la barbilla, dispuesto a no permitir que las palabras de Carson lo afectaran.

Frunció el ceño ante lo de la dirección de la casa. Claro que sabía llegar a su casa... Aunque...

—Claro que sé dónde vivo —respondió con toda la dignidad que pudo—. Solo no se llegar desde aquí.

Nunca había tenido que regresar solo a casa de todas formas. A su papá no le gustaba que anduviera sin compañía ni siquiera para regresar de clases porque Tara no era una ciudad segura, mucho menos para el hijo de un policía.

Le gruñó el estómago, distrayendo su atención de la lluvia y de las burlas de Carson. Recordó entonces que su madre le había dado un paquete de galletas por si le daba hambre antes de que terminaran sus compras. Lo sacó de su bolsillo y miró a Carson con duda un momento.

—¿De verdad no tienes comida? ¿Quieres una galleta? —le preguntó tras superar su duda.

No iba a poder esconderse de él para comerla solo de todas formas.

Galleta.

Ben sintió el estómago vacío removerse con fiereza cuando escuchó al niño, Adam, ofrecerle una galleta. A pesar de que no le estaba costando demasiado trabajo hacerse el rudo, aquel ofrecimiento lo descolocó por completo. El mocoso ese, que estaba aún más asustado que él, tiritaba de frío, acababa de ofrecerle parte de la comida que tenía.

¿Qué estúpido hacía semejante cosa? ¿Y si Ben se le ocurría robársela y huir de ahí? Quiso decirle que era demasiado ingenuo, pero la visión de la galleta le nubló el juicio. Ben robaba comida en el mercado, se había vuelto experto en ello, incluso si visitaba de vez en cuando a una pareja de vendedores, ya entrados en años, a veces se compadecían de él y le dejaban algo de comer. Pero no era lo mismo comer las sobras o lo poco que podía robar para alimentarse, que alguien le ofreciera una galleta.

Ben había olvidado cuándo fue la última vez que comió algo dulce por puro placer. Ni siquiera le importó su dignidad cuando devoró la galleta de un solo bocado. Lamentó haber sido tan rápido, pues no pudo disfrutar la galleta tanto como hubiera querido. Pero estaba deliciosa, tenía un sabor dulzón que casi había olvidado.

—Gracias… —dijo sin pensarlo y después se arrepintió. Miró a Adam con los ojos muy abiertos y las mejillas sonrojadas de vergüenza—. ¡Eres muy idiota! ¡Pude haberte robado todas tus galletas! Todavía podría hacerlo… están… están muy ricas.

Ben suspiró hondo y se metió las manos en el bolsillo del pantalón, apoyándose en la pared contigua, frente a Adam. Era mucho más pequeño que él, Ben podría someterlo físicamente sin problemas y robarle hasta la última migaja de galletas. Pero quería llevarlo entero con sus padres. Iba a hacerle otro comentario malintencionado, pero justo un trueno irrumpió en el cielo. Ben se echó hacia atrás del puro susto.

—¡Mierda! —exclamó sin miramientos—. Se va a caer el cielo, menos mal que encontramos un sitio dónde pasar la tormenta, enano.

Adam tenía hambre, pero Carson se había comido la galleta como si tuviera días sin comer. Su madre siempre le decía que no debía atragantarse con la comida, que masticara bien, que parecía un niño hambriento de la calle.

¿Eso era Carson? ¿Por eso decía cosas tan feas como que iba a cobrarle a sus padres por devolverlos o que podía quitarle todas sus galletas?

Por si acaso se comió otra antes de tenderle una galleta más. Podía compartirlas si tanta hambre tenía.

—¿Para qué me las vas a robar si ya te estoy dando? —preguntó sin encontrarle lógica al comentario—. Así ninguno pasa hambre.

Le parecía lo más lógico. Ojalá las galletas resolvieran lo del a tormenta también, porque estaba horrible. El siguiente rayo lo hizo saltar y se encontró refugiándose contra el costado de Carson, dado que ambos estaban apoyados a la misma pared.

Normalmente con una tormenta así correría a refugiarse en el regazo de su madre. De repente se sintió muy avergonzado.

—Aquí no nos pasará nada, ¿verdad?—preguntó suavemente.

Tenía que creer que era así. Que no les iba a pasar nada malo allí. Carson tenía hambre pero parecía saber lo que hacía y lo que decía. ¿Cierto?

Por ahora se quedó refugiado en su costado. La habitación era fría y húmeda, y la tormenta no hacía más que empeorar.

Ben no supo qué contestar a su pregunta, y concluyó que el enano tenía razón. No pasarían hambre. Ninguno de los dos. Pero lo que el enano ese, Adam, no sabía, era que él era la primera persona en mucho tiempo que le había ofrecido algo de ayuda. Así fueran unas míseras galletas. Ben había olvidado que todavía existían gestos así, que no tenían mayor fin que ayudar a alguien más, sin esperar nada a cambio.

Cuando Adam le tendió una segunda galleta, Ben conservó algo más de dignidad y la comió más despacio. Esta vez, decidió experimentar con más tranquilidad los sabores. La galleta estaba fresca y dejaba un sabor en la punta de la lengua que Ben no había comido en meses. Se sentía bien. Se imaginaba que alguien como Adam tendría la despensa llena de galletas, chocolates o cualquier cosa que quisiera comer. Su mamá también le compraba galletas, a Ben le encantaban las galletas de limón, había una marca que siempre añoraba y su mamá procuraba que siempre hubiera en casa.

Ben apretó los labios, pues odiaba pensar en su mamá. Inspiró hondo y volvió la vista hacia Adam cuando éste le preguntó si no les pasaría nada. Era evidente que estaba haciendo un gran esfuerzo por no echarse a llorar. Ben quiso responderle pero otro relámpago tintineó en la ventana que estaba cerca y le pareció que los dos se estremecieron al mismo tiempo.

Ben odiaba las tormentas, con todo su corazón. Pero tenía que aparentar, tal como llevaba haciendo desde la muerte de sus padres. Se acercó un poco más hacia Adam, y tirando de él hasta que los dos quedaron acomodados junto al otro, sentados en el suelo. Ben le frotó la espalda, porque el pobre mocoso estaba helado y rígido como una estatua.

—Claro que vamos a estar bien. ¿Acaso olvidaste que tengo un cuchillo? Si alguien se acerca sólo tienes que correr hacia una esquina y deja que yo me encargue. A menos que decidas negociar algo con tus galletas, pero no creo que funcione… —dijo Ben, arrugando la nariz y regalándole una mueca que simulaba una sonrisa—. Pero no te preocupes, si está lloviendo tan fuerte dudo mucho que alguien venga a estar parte del puerto, menos si la policía está haciendo una redada. Sé de estas cosas, llevo mucho tiempo… —Ben apretó los labios un instante, pues la verdad sí que en el fondo le daba algo de vergüenza admitir que estaba viviendo en la calle—. Sólo créeme, sé de estas cosas. Trata de dormir si es que puedes.

La tormenta era espantosa, y dentro de todo le alegraba que si no había encontrado a su madre al menos no lo había agarrado el aguacero ni la balacera en la calle. Carson hablaba de cobrar por él y le había amenazado con un cuchillo, pero dentro de todo era una suerte haberse encontrado con él.

Se acurrucó a su lado. Carson estaba algo frío, pero era reconfortante poder recostarse en alguien. Además, la forma en que le frotaba en la espalda generaba calorcito y lo hacía sentir reconfortado. Carson tenía un cuchillo y los iba a proteger de cualquier cosa. Habían comido galletitas, y ahí nadie los iba a atacar.

Carson sabía de estas cosas.

—Gracias, Carson... —susurró, mientras se acomodaba mejor contra él—. Eres bueno...

Se permitió cerrar los ojos, aunque se encogió con fuerza cuando sonó un rayo, agarrándose con la mano derecha de la camisa de Carson, y escondiendo la cara contra su pecho.

—No me gusta la tormenta...—balbuceó mientras empezaba a sentirse adormecido.

Estaba muy cansado, extrañaba a su madre, su cama, sus juguetes, su cena... Pero aquí no le iba a pasar nada.  

Poco a poco empezó a quedarse dormido. Al otro día, todo iba a estar bien. Seguro que Carson no era tan malo.

"Gracias Carson. Eres bueno..."

Ben se sobresaltó cuando escuchó semejante cosa. Quiso contradecirlo, pero eran las primeras palabras amables que recibía en mucho tiempo. Su madre solía decirle constantemente que era bueno, pero habían pasado tantos meses que la voz suave y dulce de su madre empezaba a desdibujarse en sus pensamientos. Ben apretó los labios, estremeciéndose con el siguiente trueno, porque le dolía pensar en su madre. La había perdido en una noche de tormenta, a ella y a su padre, esa tragedia lo había llevado a esta situación.

Quiso decirle a Adam que no era bueno, pues todas las noches recordaba los rostros de los hombres que habían entrado a su casa y disparado contra su madre. Lo único que lo mantenía vivo, era el deseo de vengarse.

—Yo también odio las tormentas… —confesó, dejando que Adam se acomodara mejor sobre él. Llevaba una chaqueta que desprendía mucha calidez. A Ben no le quedaba dudas de que seguro había sido un obsequio de sus padres—. Buenas noches, Adam.

El día de mañana llevaría al mocoso de regreso con su familia. Tal vez si se acercaban lo suficiente a una estación de policía bastaría. Ben no se acercaría, pero conduciría a Adam lo bastante cerca para que pudiera arreglárselas solo. Se movió un poco y acomodó a Adam mejor para que pudiera dormir. Sólo se dio cuenta de que algo se había deslizado de su chaqueta porque esto rebotó contra sus pies. Ben parpadeó varias veces y extendió una mano para alcanzar el reloj que estaba antes en la chaqueta de Adam.

A pesar de la mala luz, nada más con el peso, Ben podía darse cuenta de que era un reloj con mucho valor. Su primer instinto fue regresarlo al bolsillo de Adam, pero se lo pensó un instante. Adam volvería mañana con sus padres, quienes seguramente estarían tan contentos de verlo que ni siquiera recordarían nada sobre un reloj. Él, en cambio, seguiría viviendo en la calle porque todavía no era seguro acercarse a los que fueran antes los territorios de su padre. Ben necesitaba más ese reloj.

Después de todo, podría tomarlo como compensación por mantener a Adam con vida. Se convenció a sí mismo de que eso era lo mejor, pero eso no evitó sentir un estremecimiento de culpa cuando se guardó con mucho cuidado el reloj en el bolsillo de su pantalón.

Adam sabía lo que opinaban sus compañeros de buscar información en el mercado negro. No creían que nadie ahí fuera de fiar y que ponía su reputación en juego al hacerlo. Era una postura muy hipócrita de parte de todos, considerando que sabía bien que muchos de ellos compraban en el mercado negro y no pocos tenían tratos y negocios extraoficiales ahí.

Se podía ser corrupto, pero no hacer un buen trabajo policiaco con ellos.

No era que Adam tuviera una fe ciega en las personas que se movían en ese mundo. Era consciente de que allí todos velaban por sus propios intereses nada más. Tomaba con cuidado todo lo que le decían, pero no los descalificaba como informantes cuando no había otra fuente de información. El sol no podía taparse con un dedo: la verdad era que mucho de Tara dependía de lo que se definía y se movía en el mercado negro.

Tampoco confiaba en muchos informantes. De hecho, tenía uno nada más. Aunque seguro que no le gustaría que se refiriera a él como informante, no estaba documentado así en ningún lugar, y su colaboración dependía únicamente de que le diera la gana hablar. Ben tenía sus propios intereses y a veces, podían alinearse con los de Adam. De esos sacaba ventaja.

Esa noche se dirigió de incógnito a donde sabía que podía encontrarlo. Dudaba que el caso que se traía entre manos fuera del interés directo de Ben, pero en el fondo sabía que no era mala persona. Un niño desaparecido podía inquietar a cualquiera, y no creía que ganara nada con ello. Si sabía algo, confiaba en que le ayudara.

Martin Lock, de 5 años, había desaparecido de la escuela. Su madre negaba que alguien pudiera querer robarse a su hijo, aunque Adam dudaba de su palabra, ella trabajaba en una empresa de gran secretismo y sospechaba que querían extorsionarle información, pero la tenían bajo vigilancia y nadie la había intentando contactar todavía que ellos supieran. ¿Querían usar al niño de peso para obligarla a algo?

¿O habría alguien traficando con niños y la elección de la víctima era casual?

También podría haberse perdido por sí solo. Adam sabía que eso podía pasar, pero en Tara había aprendido a sospechar de todo. Sabía que su historia había tenido un final particularmente feliz, pero no era lo usual. Tan solo había terminado con él castigado y la desaparición del reloj del abuelo.

Encontró a Ben como esperaba, aunque tuvo que aguantar la mirada de desconfianza de sus hombres cuando se acercó a él.

—Tenemos que hablar. —declaró al verlo—. Es importante.

No pensaba decir nada más mientras estuvieran en compañía de otras personas.

Ben estaba justo en medio de una jugada maestra de póker cuando la puerta se abrió sin tocar. Chasqueó los labios, pues eso sólo sucedía cuando había alguna emergencia. Sus muchachos siempre tocaban antes, pero le bastó una mirada para ver de qué se trataba. Jimmy, el más joven en unirse al grupo, siempre ponía la misma expresión estreñida cuando se trataba de alguien en particular.

—Vino ese policía de nuevo. Burrows. Lo vi en la entrada. Seguro quiere verlo.

Ben hizo un gesto para callar los murmullos de sus hombres. El detective Burrows causaba un montón de conmoción cada vez que venía. Algunos lo tomaban como una burla, otros se divertían al meterse con él, pero otros pocos se ponían genuinamente agresivos. La policía no era muy bienvenida por esta zona de la ciudad, pero Ben pensaba que eso era una hipocresía porque a fin de cuentas, todos acababan aliándose si era conveniente. El problema era que Burrows era una especie en peligro de extinción: un policía honesto. Ben estaba convencido de que era más fácil hallar un unicornio en Tara, que a un policía honesto, pero ahí estaba Burrows para probarle lo contrario.

Pronunció la sonrisa cuando lo vio entrar y, por supuesto, pidió hablar a solas. Decía que era importante, pero para Adam Burrows todo parecía muy importante. Ben, en cambio, sabía establecer prioridades para no volverse loco.

—Déjennos solos por un momento. Pero no crean que olvidaré mi baraja, el que haga trampa que se atenga a las consecuencias… —bromeó con una sonrisa, mientras observó cómo los hombres empezaban a retirarse. Antes de que el pequeño Jimmy pudiera irse, Ben le hizo un gesto para que se acercase y le dejó un fajo de billetes—. Jimmy, por favor ve por la pizza de siempre. Tengo un hambre atroz a estas horas, y una cerveza. Quédate con el cambio y cómprate lo que quieras, pero nada de alcohol, ¿me entendiste?

Jimmy apretó los labios, visiblemente avergonzado. Tenía diecisiete y Ben todavía bromeaba con él al decirse que no podía ingerir alcohol mientras estuviera presente. Cuando Jimmy salió por la puerta, vio cómo le dirigió una mirada gélida al pobre detective Burrows. Ben pronunció la sonrisa y le hizo un gesto para que se acercase.

—Bien, estamos solos. Es mi noche de póker, tienes que considerar bien tus cartas, querido Adam. Espero que de verdad sea importante, mira que estoy dejando mi única entretención semanal para atenderte. Por eso mis muchachos te odian, saben que tengo debilidad por ti —Ben pronunció las palabras con tono de burla, pues sabía que eso sacaba a Adam de quicio. Para Ben no había mayor entretención que hacerlo rabiar, le resultaba demasiado gracioso.

Adam miró de reojo a los hombres que salieron del lugar. No quería mirarlos descaradamente. Ninguno eran precisamente palomas de la paz. Había tenido a más de uno de ellos en interrogatorio alguna vez, y a otros había investigado. Ben tenía razón en que no les caía bien, pero dudaba que fuera por estar en las predilecciones de su líder.

Era simplemente que ver a un policía ahí era tener al enemigo en casa.

No podía explicar exactamente por qué confiaba en Ben. No se fiaba completamente, sabía que ambos tenían claro sus lugares como policía y como líder del mercado negro. Sin embargo, cuando el caso lo ameritaba, sabía que Ben pondría de su parte, mientras no fuera contra sus intereses. Ya su compañero le había advertido que algún día Ben le iba a cobrar toda la información que le daba, pero Adam había dejado claro siempre que no era un policía corrupto.

Pero igual lo irritaban esas bromas de Ben.

—No tengo tiempo para socializar esta noche —le advirtió—. Hay un niño desaparecido y no tenemos mucho margen de acción.

Se acercó a la mesa de juego y tomó asiento al lado de Ben, empujando la mano de cartas que su dueño había dejado boca abajo en su puesto.

—Mark Lock, 5 años. Su madre trabaja en Golden Age Industries —le comunicó. No estaba rompiendo ningún protocolo... no demasiado. Estaría pronto en la prensa—. Su madre niega recibir presiones externas para sonsacarle información, pero esto parece un trabajo profesional. Definitivamente no es por dinero, no tienen suficiente. Necesito saber si sabes algo.

Las primeras horas de una desaparición eran cruciales, no tenían mucho tiempo. Miró a Ben con intensidad, esperando una respuesta que le diera luz en el camino.

Ben chasqueó la lengua cuando escuchó a Adam soltar toda esa maraña de información, aunque no podía decir que estuviera sorprendido. Las visitas de Adam siempre eran lo más breves posibles y estaban relacionadas estrictamente con trabajo. Ben recordaba con claridad cómo había sido su primer encuentro, no pudo creerse que de verdad un policía había llegado hasta el corazón del mercado negro solamente para buscar información sobre un asesinato. No había venido a hacer tratos con él, ni a ofrecerle protección, ni nada de lo que hacía la mayoría de los policías en esta mierda de ciudad.

Adam era el único policía que parecía incorruptible, y era por eso que dejaba que viniera siempre quisiera. A Ben le generaba una especie de fascinación morbosa, quería tomar a Adam y diseccionarlo, llegar hasta el fondo de su corazón, como si con eso pudiera adivinar sus intenciones. En Tara, por lo general, no había buenas personas: sólo había víctimas y victimarios. Y Ben hacía muchos años decidió que no podía seguir siendo una víctima.

—Es lamentable que no tenga una cerveza para continuar esta conversación, Adam… —dijo de pronto, aunque repasó en su cabeza los datos que le había dicho. Mark. Uno de sus muchachos le había hablado de eso esta mañana, pero, tal y como parecía, todavía no era de conocimiento público—. Sabes que mis muchachos lo saben todo, así que me suena de algo. Por lo que supe, nunca llegó a la escuela, así que es probable que alguien haya estado espiando sus rutinas. Pero en Tara secuestran gente todo el tiempo, a veces ni siquiera se trata de dinero. ¿Cómo no sabes que la madre está metida en asuntos turbios? Podría ser un simple ajuste de cuentas.

Golden Age Industries alguna vez fue una empresa próspera, pero como muchas en Tara, ya no tenía tanta liquidez. Por lo que Adam decía, no parecía que la mujer fuera accionista, ni tampoco que tuviera mayor influencia en la empresa. Ben sabía bien que había dos o tres familias que eran dueñas de la mitad de la ciudad y que la otra mitad se la repartían los políticos corruptos. Pero era difícil mantener una de nombres de niños ricos que jugaban a ser mafiosos.

—¿Dónde vive la mujer? —preguntó Ben, mientras sopesaba lo que podía hacer. Si le decía a Adam que uno de sus muchachos podía acercarse a la mujer, ya se imaginaba la cara que pondría el policía. Seguro que encontraría la forma de marcarlo a él como sospechoso del secuestro. Pero lo que Adam todavía no comprendía, era que a veces resultaba más sencillo para gente hablar con un mafioso, que con un maldito policía—. Tal vez pueda ayudarte, pero tienes que pensar bien qué estás dispuesto a darme a cambio.

Aunque se cuidaba mucho de no demostrarlo, le impresionaba mucho siempre la manera en que Ben siempre estaba en control de la situación. Cuando le decía que no sabía de algo, Adam nunca creía que fuera verdad que no sabía: solamente no quería compartirlo con él. Pero no había dudado que iba a tomar acción con un niño desaparecido.

Nadie era más optimista que Adam en cuanto a que un niño desaparecido podía ser encontrado, y eso que no solía ser optimista sobre nada. Pero a él le había pasado.

En este caso, estaba en lo correcto. El niño nunca había llegado a la escuela. La policía estaba intentando seguir su camino a través de las cámaras de seguridad camino al centro educativo, pero la mayoría de los negocios en Tara preferían dejar las cámaras desactivadas o dañadas antes de verse metidos en líos con los criminales por denunciarlos de algo.

No creía que esa pista los fuera a llevar a algún lado.

—La mujer está limpia, no tiene dinero ni un estilo de vida que rebele dinero oculto —declaró con seguridad—. No es ese tipo de persona. Pero sí está en posición de poder obtener información privilegiada aunque no la entienda. Creo que deben buscar que consiga algo para ellos. Por ahora la tenemos con dos policías en la casa por si la llaman por el niño y tenerla vigilada.

No se sentía tan cómodo con darle la dirección de la mujer, así que le pareció pertinente que supiera que la policía estaría ahí.

—En cuanto a darte algo a cambio... sabes que no soy ese tipo de policía. —le recordó. Ya habían tenido antes ese tipo de discusión—. Si quieres ayudar a ese niño, puedes hacerlo. Si no quieres, dímelo ya para ir a buscar otra forma de encontrarlo. Pero sabes que no vas a sacar nada de mí.

Adam sabía que otros policías tenían otro tipo de tratos con el mercado negro, pero él no había cometido un solo acto corrupto a la fecha y no planeaba empezar a hacerlo.

Adam era un hueso duro de roer.

Ben sabía que no debería tenerlo aquí, en su terreno, ni permitirlo sentarse junto a él, como si fueran grandes amigos. Adam era lo que él llevaba evadiendo toda su vida: un jodido policía. Pero tenía la especial cualidad de ser honesto. Y como la honestidad era una especie en extinción en aquella ciudad, por eso le resultaba completamente fascinante. Ninguno de sus allegados parecía entenderlo, pero Ben sabía que podía fiarse de él. Cuando Adam venía a verlo, solía hablarle de sus intenciones sin miramientos ni rodeos.

—Así que tienen dos policías cuidándola. Y dime, ¿esos policías son tan honestos como tú? Por favor no me vengas con remilgos, sabes muy bien que la única persona del cuerpo policial que no está dispuesta a venderse eres tú y tal vez el Capitán Redmayne… —le advirtió Ben, frunciendo el ceño. Sabía que Adam era desconfiado por naturaleza, pero él no tenía el control sobre la policía y de seguro que no podía escoger personalmente quién estaba vigilando a la mujer.

Ben tenía otros métodos poco ortodoxos para conseguir información, pero no pensaba discutir eso con Adam porque seguro no aprobaría absolutamente nada. Si de verdad había un niño secuestrado, tendrían que actuar rápido. Ben por lo general sabía esperar a una oportunidad de oro, pero no soportaba cuando había niños involucrados. Los niños solían estar indefensos y siempre era un golpe muy bajo.

—Dame veinticuatro horas para tener algo más de información. Te aconsejo que te hagas el estúpido, eso sí, porque es posible que haya policías involucrados… —Ben pronunció la sonrisa esta vez, pues le gustaba recordarle cada vez que podía que en su trabajo también había decenas de personas que estaban dispuestos a corromperse—. Y yo jamás te pediría que te vendieras, Adam, me ofendes. Además, mis muchachos ya tienen contactos con la policía. ¿Cómo sabes que no iba a pedirte que me aceptaras una invitación a cenar? Te gusta pensar muy mal de la gente, por eso es que ya te están saliendo canas.

Ben le regaló una sonrisa mientras apoyaba los codos sobre la mesa, inclinándose un poco hacia él. No sólo le gustaba meterse con él por su calidad de policía incorrupto, sino también tantear un poco los límites de su paciencia. En más de una ocasión, cuando había insistido lo suficiente, Ben le había robado uno que otro sonrojo. Recordaba con detalle todas esas ocasiones y lo había celebrado bebiendo cerveza más de la cuenta.

Ben era imposible. Si Adam lo aguantaba era porque nadie tenía el acceso y el alcance que él tenía en Tara. Al menos nadie más que quisiera ayudarlo. La verdad era que, para ser un criminal, Ben era una buena persona. Todo lo buena que podía ser como líder del Mercado Negro de Tara.

No podía admitir en voz alta que realmente podía confiar más en un criminal que en la mayoría de sus colegas. Hasta ahora no se había planteado seriamente si los hombres que se habían quedado con la señora Lock serían de fiar. Ninguno había despertado sus sospechas al marcharse, pero eso solo quería decir que no los conocía lo suficiente. Un cosquilleo de inquietud le recorrió la espalda al pensarlo.

—Veinticuatro horas es mucho tiempo para un niño desaparecido —declaró —. Pueden hacerle demasiadas cosas en ese tiempo...

Los casos con niños eran siempre los peores. Había tenido que encontrar ya cadáveres de niños. Llevar a sus padres a reconocerlos. Presentar explicaciones de por qué no los habían encontrado a tiempo. Se negaba a volver a pasar por esto en este caso, pero si ni siquiera Ben se podía mover más rápido estaba camino en ser otro traumante caso que lo dejaría con insomnio por semanas.

—Así que no tengo tiempo de pensar en cenas —agregó, decidido a ignorar el comentario sobre sus canas, aunque la verdad era que sí se había encontrado más de una ya —. No es momento de bromear. Esperaré noticias tuyas, pero tendré que buscar más información en otro lado si 24 horas es lo mejor que puedes hacer...

Era cierto que pensaba mal de las personas. Probablemente era lo que lo mantenía vivo en Tara, y Ben lo sabía. Siempre se burlaba de él por ser demasiado bueno para esta ciudad.

Ojalá Ben pudiera hacer algo más, pero a veces no se podía pedir milagros. A veces ni siquiera él podía hacerlos. Tan solo debía evitar verse decepcionado. No quería que a Ben se le subiera a la cabeza que tuviera tanta fe en él.

—Si averiguas algo antes, puedes contactarme —le pidió. Nunca le había dado su número, pero sabía que no le faltaban recursos para ponerse en contacto con él—. Si el niño aparece antes, lo verás en las noticias..

Solamente que dudaba que eso sucediera.