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Mahariel
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WICKED OR NOBLE
INSPIRED — SERIES — 1x1
Qué poder el de la perspectiva. Puede resolver un problema que creías imposible y reducir a una mera anécdota los errores que un día te atormentaron. Con perspectiva, un amasijo de hierros puede convertirse en una escultura digna de un museo, pero una lente mal calibrada también es capaz de deformar una obra de arte hasta dejarla irreconocible, al igual que podría torcerte los rasgos y hacer de ti una caricatura, o transformar las palabras escritas sobre un papel en un montón de rayajos sin sentido.
Es curioso, ¿verdad?
Algo parecido sucede con nuestros recuerdos, con aquellas partes de nuestro pasado que observamos tras nuestras lentes, a veces empañadas de sentimientos tan cegadores como la ira, el amor o la tristeza, y al compartirlos con otra persona nos encontramos con que puede que sus memorias sean distintas a las nuestras, hasta tal punto que nos resulten ajenas.
Quizá te suenen unas siglas, las de los Voluntarios contra el Fuego y el Desastre. Quizá, incluso, hayas conocido, aunque sea de oídas, a alguno de sus miembros a través de las historias que todavía hoy corretean entre los callejones. Quizá los recuerdes con cariño, y quizá te sorprendería averiguar que no todos los que fueron miembros de aquella organización hacen lo mismo. Quizá, aunque para ti estas siglas no signifiquen nada, para otros hayan quedado clavadas, como un puñal en la espalda.
¿Has oído hablar de La Escisión?
Será mejor que te acomodes bien en tu asiento, porque esta historia, la de la ruptura de la que un día fue la asociación más elitista y bien posicionada de su tiempo, se partió en dos mitades que se tornaron del todo irreconciliables, no será una historia breve.
∞Es curioso, ¿verdad?
Algo parecido sucede con nuestros recuerdos, con aquellas partes de nuestro pasado que observamos tras nuestras lentes, a veces empañadas de sentimientos tan cegadores como la ira, el amor o la tristeza, y al compartirlos con otra persona nos encontramos con que puede que sus memorias sean distintas a las nuestras, hasta tal punto que nos resulten ajenas.
Quizá te suenen unas siglas, las de los Voluntarios contra el Fuego y el Desastre. Quizá, incluso, hayas conocido, aunque sea de oídas, a alguno de sus miembros a través de las historias que todavía hoy corretean entre los callejones. Quizá los recuerdes con cariño, y quizá te sorprendería averiguar que no todos los que fueron miembros de aquella organización hacen lo mismo. Quizá, aunque para ti estas siglas no signifiquen nada, para otros hayan quedado clavadas, como un puñal en la espalda.
¿Has oído hablar de La Escisión?
Será mejor que te acomodes bien en tu asiento, porque esta historia, la de la ruptura de la que un día fue la asociación más elitista y bien posicionada de su tiempo, se partió en dos mitades que se tornaron del todo irreconciliables, no será una historia breve.
AMELIA STEWART ZOEY DEUTCH — MAHARIEL | OLIVER BLACKWELL NICHOLAS HOULT — TIMELADY |
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- — TITULO —SUBTÍTULO O NÚMERO DE CAPÍTULO O LO QUE QUERÁIS AQUÍVUESTRO POSTQUIÉN ERES — DONDE ESTÁS — CON QUIÉN ESTÁS∞
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— A ROUGH START —
Capítulo 3
A pesar de haber dado un argumento de lo más sólido, en su opinión, la señora archivera parecía reticente en cumplir con la petición que habían formulado. Además, sus negativas tampoco resultaban del todo convincentes. Después de todo, una documentación de procesos siempre era necesaria, y a la organización nunca le vendría de más tener una especie de manual para los nuevos reclutas que accedieran a la misma en la mitad de sus vidas, al contrario que ellos que siempre conocieron la vida dentro del VFD.
Pero si acaso la señora Bellamy no quería atender a su razonamiento, le fue imposible negarse a la petición una vez que fue Amelia quien la formuló. Sabía lo mucho que le importaba, pero verla tan emocionalmente expuesta le hizo querer ayudarla aún más. Despertaba esa necesidad de querer volver a ver su sonrisa despreocupada y sus comentarios divertidos u ocurrencias atrevidas.
Desde que el pensamiento de descubrir su pasado llegó a su mente, su miraba brillaba menos. Y habría que ser de piedra para no querer restaurarlo.
Sonrió para sí cuando finalmente lo lograron y antes de despedirse atrapó la mano de la archivera para dejar un beso en su dorso.- Gracias, Evelyn. -Pronunció con una sonrisa.
Ambos decidieron dejarla allí, y Oliver invitó a su compañera a abrir el camino. Mientras caminaban entre todos aquellos archivos indescifrables sin el código correcto, no dejaba de pensar en la forma en que la mujer había intentado negarse a darles acceso a sus propios expedientes. Casi podía pensarse que trataba de ocultar algo, sino fuera porque la discreción extrema era una de las señas de identidad de los voluntarios.
- Tendremos que regresar mañana entonces, ¿te invito a un helado? -Ofreció, quizá como forma de distraerla. Quizá solo por disfrutar un poco más de su compañía.
Pero si acaso la señora Bellamy no quería atender a su razonamiento, le fue imposible negarse a la petición una vez que fue Amelia quien la formuló. Sabía lo mucho que le importaba, pero verla tan emocionalmente expuesta le hizo querer ayudarla aún más. Despertaba esa necesidad de querer volver a ver su sonrisa despreocupada y sus comentarios divertidos u ocurrencias atrevidas.
Desde que el pensamiento de descubrir su pasado llegó a su mente, su miraba brillaba menos. Y habría que ser de piedra para no querer restaurarlo.
Sonrió para sí cuando finalmente lo lograron y antes de despedirse atrapó la mano de la archivera para dejar un beso en su dorso.- Gracias, Evelyn. -Pronunció con una sonrisa.
Ambos decidieron dejarla allí, y Oliver invitó a su compañera a abrir el camino. Mientras caminaban entre todos aquellos archivos indescifrables sin el código correcto, no dejaba de pensar en la forma en que la mujer había intentado negarse a darles acceso a sus propios expedientes. Casi podía pensarse que trataba de ocultar algo, sino fuera porque la discreción extrema era una de las señas de identidad de los voluntarios.
- Tendremos que regresar mañana entonces, ¿te invito a un helado? -Ofreció, quizá como forma de distraerla. Quizá solo por disfrutar un poco más de su compañía.
Oliver — En el archivo — con Amelia
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— A ROUGH START —
Capítulo 3
Era difícil poner nombre a todas las sensaciones que se le agolpaban en el pecho. Pasó de la ilusión a la preocupación, que se transformó en decepción y, tan pronto como Oliver había intervenido, en expectación. Amelia sabía que no le convenía implicarse demasiado con ninguna investigación, puesto que hacerlo atoraba el ingenio y le restaba capacidad de resolución, pero aquella misión era distinta a todas en las que hubiese participado hasta ese momento. Cuando la archivera accedió a entregar los documentos, la voluntaria sintió cómo se resquebrajaba su pecho, en cuyo interior había estallado una felicidad completamente desconocida.
— ¿Un helado? ¿Por qué solo tienes buenas ideas? — replicó alegremente, haciéndosele difícil mantener el volumen bajo cuando estaba tan emocionada—. Me habría gustado poder ver ya los archivos, pero supongo que por un día no va a pasar nada — se encogió de hombros mientras buscaba el camino entre las estanterías.
Al fin se ubicó, encontró la salida y acompañó a Oliver durante el resto de la tarde. No se separaron una vez hubieron terminado con sus helados. Alcanzaron el acuerdo tácito de tomarse el resto de la jornada como una suerte de descanso.
Amelia despertó al alba, antes incluso de oír el despertador. Llenó su mañana de tareas que la distrajeran durante las horas que tendría que esperar antes de regresar al archivo. La voluntaria miró el reloj que llevaba anudado a la muñeca tantas veces que creyó tenerlo estropeado.
— ¿Listo para volver a perderte por los pasillos del archivo? — preguntó cuando las manecillas superaron el ecuador de la esfera.
— ¿Un helado? ¿Por qué solo tienes buenas ideas? — replicó alegremente, haciéndosele difícil mantener el volumen bajo cuando estaba tan emocionada—. Me habría gustado poder ver ya los archivos, pero supongo que por un día no va a pasar nada — se encogió de hombros mientras buscaba el camino entre las estanterías.
Al fin se ubicó, encontró la salida y acompañó a Oliver durante el resto de la tarde. No se separaron una vez hubieron terminado con sus helados. Alcanzaron el acuerdo tácito de tomarse el resto de la jornada como una suerte de descanso.
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Amelia despertó al alba, antes incluso de oír el despertador. Llenó su mañana de tareas que la distrajeran durante las horas que tendría que esperar antes de regresar al archivo. La voluntaria miró el reloj que llevaba anudado a la muñeca tantas veces que creyó tenerlo estropeado.
— ¿Listo para volver a perderte por los pasillos del archivo? — preguntó cuando las manecillas superaron el ecuador de la esfera.
Amelia — En el archivo — con Oliver
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— A ROUGH START —
Capítulo 3
Pensó que había logrado su objetivo la tarde anterior, después de aquel helado que compartieron, pasó el resto de sus horas en la siempre agradable compañía de Amelia. Quería distraerla, quería hacerla saber que estaba allí con ella. Sabía lo importante que aquella investigación se había vuelto para ella y pensaba hacer lo posible por ayudarla a descubrir cualquier cosa que hubiese ocurrido con su familia.
Despertó al día siguiente, a su hora de costumbre, ya ni siquiera se molestaba en poner el despertador. Su primer impulso fue ir a buscar a su compañera, pero pensó que era mejor no agobiarla y quizá su presencia solo recordase que tenían una cita ineludible en el archivo. Sabía que debía darle su tiempo, porque si Amelia le necesitaba acudiría a él sin duda alguna.
Y no lo hizo hasta que llegó la hora de visitar de nuevo a Evelyn.
- Veamos... había quedado a tomar el té con el embajador de Nueva Zelanda, pero supongo que podrá aguantarse. -Se permitió hacer uso de aquella broma para así poder verla reír un poco.- Por supuesto. -Confirmó, aunque no hiciera falta hacerlo.
Caminaron juntos por aquellos pasillos hasta llegar a la puerta. Oliver, haciendo uso de su habitual caballerosidad, se adelantó para abrirle la puerta a Amelia. Sorprendiéndose cuando al tirar encontró la resistencia de la misma.- Vaya, qué extraño. -Volvió a probar, sin suerte.- Está cerrada. -Sabía que recalcaba lo obvio, pero lo decía con el ceño fruncido, jamás había pensado que el archivo pudiera cerrarse.
Despertó al día siguiente, a su hora de costumbre, ya ni siquiera se molestaba en poner el despertador. Su primer impulso fue ir a buscar a su compañera, pero pensó que era mejor no agobiarla y quizá su presencia solo recordase que tenían una cita ineludible en el archivo. Sabía que debía darle su tiempo, porque si Amelia le necesitaba acudiría a él sin duda alguna.
Y no lo hizo hasta que llegó la hora de visitar de nuevo a Evelyn.
- Veamos... había quedado a tomar el té con el embajador de Nueva Zelanda, pero supongo que podrá aguantarse. -Se permitió hacer uso de aquella broma para así poder verla reír un poco.- Por supuesto. -Confirmó, aunque no hiciera falta hacerlo.
Caminaron juntos por aquellos pasillos hasta llegar a la puerta. Oliver, haciendo uso de su habitual caballerosidad, se adelantó para abrirle la puerta a Amelia. Sorprendiéndose cuando al tirar encontró la resistencia de la misma.- Vaya, qué extraño. -Volvió a probar, sin suerte.- Está cerrada. -Sabía que recalcaba lo obvio, pero lo decía con el ceño fruncido, jamás había pensado que el archivo pudiera cerrarse.
Oliver — En el archivo — con Amelia
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Capítulo 3
Amelia sonrió y sacudió la cabeza. El embajador de Nueva Zelanda tendría que esperar. Ambos se levantaron para emprender de nuevo el camino hacia las profundidades de la organización, allá donde se erguía el archivo de la brigada. Conforme se aproximaban a su destino, más difícil le resultaba a la voluntaria contener la emoción que llevaba posponiendo durante todo el día. No quería hacerse ilusiones, porque todo miembro de la organización que se preciara esperaba a los hechos antes de sacar sus propias conclusiones, pero no podía evitar imaginar qué encontraría en los expedientes de sus vidas. Ni siquiera sabía el nombre del hospital en el que había nacido. Nunca le había parecido relevante hasta ese momento. De pronto, había despertado en ella una curiosidad doméstica e insaciable.
Al llegar a los pasillos del archivo, la sorprendió encontrar la práctica totalidad de las luces apagadas. Era mediodía y no hacían falta lámparas, pero el día anterior sí habían estado prendidas.
— Oh — musitó, observando la puerta. La chisporroteante ilusión que la había acompañado hasta allí desapareció momentáneamente. Amelia miró a Oliver y, después, se acercó al picaporte para cerciorarse ella misma de que el archivo estaba cerrado. Aunque ya sabía cuál iba a ser el resultado de su acción, quiso hacerla de todas maneras —. Qué raro… Nunca había visto esta puerta cerrada — comentó. No es que bajase cada día a los archivos de la organización, pero le constaba que allí se llevaban a cabo labores de investigación durante cada día de la semana —. Debe ser un error. La señora Bellamy nos dijo que estaría aquí hoy. No puede haberse olvidado — volvió a mirar a Oliver buscando en él la confirmación de lo que habían acordado el día anterior —. No de un día para otro.
Amelia todavía contenía su desilusión tras el desconcierto. Trataba de analizar lo que había ocurrido y lo que estaba sucediendo con algo de perspectiva. ¿Por qué iba a engañarla la señora Bellamy? A pesar de la resistencia que había mostrado inicialmente a facilitarle su expediente, no la veía capaz de tratarla de esa manera.
— La señora Bellamy tiene que estar ahí dentro — concluyó —. No hay ninguna nota, ni ningún aviso — golpeó con fuerza la puerta, pero no obtuvo respuesta. Entonces, asió con fuerza el picaporte, frunció los labios y tomó una decisión —. Voy a entrar. Estás a tiempo de marcharte a tomar el té con el embajador si no quieres que te abran un expediente disciplinario — le dijo, quitándose una horquilla del pelo para trabajar la cerradura del archivo.
Aquello tenía una explicación y Amelia estaba dispuesta a encontrarla. Introdujo la horquilla en la hendidura de la puerta y presionó los bulones hasta lograr la combinación correcta. Las luces en el interior de la sala sí estaban encendidas. Parecía exactamente igual que como la habían encontrado el día anterior. La voluntaria permaneció en el más absoluto silencio durante unos instantes, esperando a la claridad sobre la que oyó un tenue traqueteo. Reconoció la máquina de escribir de la archivera.
— Hay alguien ahí — murmuró con alivio —. Seguro que es la señora Bellamy.
Todavía restaba por explicar por qué había cerrado con llave.
Al llegar a los pasillos del archivo, la sorprendió encontrar la práctica totalidad de las luces apagadas. Era mediodía y no hacían falta lámparas, pero el día anterior sí habían estado prendidas.
— Oh — musitó, observando la puerta. La chisporroteante ilusión que la había acompañado hasta allí desapareció momentáneamente. Amelia miró a Oliver y, después, se acercó al picaporte para cerciorarse ella misma de que el archivo estaba cerrado. Aunque ya sabía cuál iba a ser el resultado de su acción, quiso hacerla de todas maneras —. Qué raro… Nunca había visto esta puerta cerrada — comentó. No es que bajase cada día a los archivos de la organización, pero le constaba que allí se llevaban a cabo labores de investigación durante cada día de la semana —. Debe ser un error. La señora Bellamy nos dijo que estaría aquí hoy. No puede haberse olvidado — volvió a mirar a Oliver buscando en él la confirmación de lo que habían acordado el día anterior —. No de un día para otro.
Amelia todavía contenía su desilusión tras el desconcierto. Trataba de analizar lo que había ocurrido y lo que estaba sucediendo con algo de perspectiva. ¿Por qué iba a engañarla la señora Bellamy? A pesar de la resistencia que había mostrado inicialmente a facilitarle su expediente, no la veía capaz de tratarla de esa manera.
— La señora Bellamy tiene que estar ahí dentro — concluyó —. No hay ninguna nota, ni ningún aviso — golpeó con fuerza la puerta, pero no obtuvo respuesta. Entonces, asió con fuerza el picaporte, frunció los labios y tomó una decisión —. Voy a entrar. Estás a tiempo de marcharte a tomar el té con el embajador si no quieres que te abran un expediente disciplinario — le dijo, quitándose una horquilla del pelo para trabajar la cerradura del archivo.
Aquello tenía una explicación y Amelia estaba dispuesta a encontrarla. Introdujo la horquilla en la hendidura de la puerta y presionó los bulones hasta lograr la combinación correcta. Las luces en el interior de la sala sí estaban encendidas. Parecía exactamente igual que como la habían encontrado el día anterior. La voluntaria permaneció en el más absoluto silencio durante unos instantes, esperando a la claridad sobre la que oyó un tenue traqueteo. Reconoció la máquina de escribir de la archivera.
— Hay alguien ahí — murmuró con alivio —. Seguro que es la señora Bellamy.
Todavía restaba por explicar por qué había cerrado con llave.
Amelia — En el archivo — con Oliver
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Capítulo 3
No impidió que Amelia se cerciorase del estado de la cerradura, porque le habría extrañado ver que su curiosidad científica le fallase en aquel momento. Todos los voluntarios sabían que había que comprobar las cosas uno mismo y más de una vez incluso cuando confiabas a ciegas en la otra persona.
Pero era cierto que aquella puerta estaba cerrada y eso les dejaba en un callejón sin salida. Y en una situación de lo más misteriosa, ya que él tampoco creía que la señora Bellamy les hubiera citado a sabiendas de que se ausentaría.- Tampoco creo que lo haya olvidado. O que sea capaz de olvidar nada, a ser sincero. -Para trabajar en el archivo se necesitaban unas dotes memorísticas sobresalientes y estaba convencido de que la buena mujer no estaba falta de ellas.
Sin embargo, era también cierto que, de haber pasado algo que le hubiera impedido acudir a su puesto, habría un aviso o la puerta estaría abierta y alguien la sustituiría para así no entorpecer las investigaciones. Observó a su compañera agacharse para forzar la cerradura con una horquilla.- Amelia, si piensas que no voy a quedarme contigo a estas alturas, voy a sentirme terriblemente ofendido. -Mencionó con una mano en el pecho para tratar de quitarle hierro a la situación con un poco de dotes dramáticas.
Cuando la puerta se abrió, descubrieron las luces encendidas y un traqueteo propio de las teclas de la máquina de escribir se escuchaba al fondo.- Vayamos. -Asintió. A diferencia del día anterior, esta vez fueron capaces de encontrar con mayor facilidad el camino hasta el escritorio. No obstante, el ceño de Oliver se frunció al descubrir que había otra persona tras la mesa.- Disculpe, esperábamos encontrar a la señora Bellamy. -Anunció, a modo de saludo.- Esperabamos que tuviera unos documentos que íbamos a consultar. -Añadió, sin hablar del contenido de los mismos, ya que la desconfianza era parte de su trabajo. Pero si ese hombre estaba allí era por ser miembro del VFD, así que trató de relajarse un poco más.
Pero era cierto que aquella puerta estaba cerrada y eso les dejaba en un callejón sin salida. Y en una situación de lo más misteriosa, ya que él tampoco creía que la señora Bellamy les hubiera citado a sabiendas de que se ausentaría.- Tampoco creo que lo haya olvidado. O que sea capaz de olvidar nada, a ser sincero. -Para trabajar en el archivo se necesitaban unas dotes memorísticas sobresalientes y estaba convencido de que la buena mujer no estaba falta de ellas.
Sin embargo, era también cierto que, de haber pasado algo que le hubiera impedido acudir a su puesto, habría un aviso o la puerta estaría abierta y alguien la sustituiría para así no entorpecer las investigaciones. Observó a su compañera agacharse para forzar la cerradura con una horquilla.- Amelia, si piensas que no voy a quedarme contigo a estas alturas, voy a sentirme terriblemente ofendido. -Mencionó con una mano en el pecho para tratar de quitarle hierro a la situación con un poco de dotes dramáticas.
Cuando la puerta se abrió, descubrieron las luces encendidas y un traqueteo propio de las teclas de la máquina de escribir se escuchaba al fondo.- Vayamos. -Asintió. A diferencia del día anterior, esta vez fueron capaces de encontrar con mayor facilidad el camino hasta el escritorio. No obstante, el ceño de Oliver se frunció al descubrir que había otra persona tras la mesa.- Disculpe, esperábamos encontrar a la señora Bellamy. -Anunció, a modo de saludo.- Esperabamos que tuviera unos documentos que íbamos a consultar. -Añadió, sin hablar del contenido de los mismos, ya que la desconfianza era parte de su trabajo. Pero si ese hombre estaba allí era por ser miembro del VFD, así que trató de relajarse un poco más.
Oliver — En el archivo — con Amelia
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Capítulo 3
Oliver tenía razón: la señora Bellamy no era una mujer olvidadiza. Antes de encargarse del archivo de la organización, había sido su bibliotecaria, y Amelia recordaba haberse maravillado ante la capacidad de aquella voluntaria para recordar el emplazamiento exacto de cualquiera de los libros sobre los que le preguntase. Los había leído todos, más de los que Amelia podía haber llegado a contar, antes de colocarlos sobre las estanterías, y aún podía recitar los pasajes de los que habían sido sus favoritos. Ya había pasado más de una década desde entonces, pero la señora Bellamy no había sucumbido a los achaques de la vejez que otros pocos voluntarios habían sufrido terriblemente antes de ser apartados del servicio.
— Lo siento, Ollie — respondió a su amago de ofensa con uno de disculpa igual de teatral —. ¿Cómo pudo ocurrírseme?
Esperó a recibir confirmación por parte de su compañero antes de adentrarse en los pasillos del archivo, tal y como dictaba el Protocolo para Voluntarios para evitar situaciones peliagudas de muy compleja solución evitables, en la mayoría de los casos, aplicando el Sentido Común, y a ambos los sorprendió encontrar a un hombre tras la mesa de la archivera. Tenía el pelo rubio cenizo, perfectamente peinado hacia un lado, y un bigote inglés pulcramente recortado sobre unos labios finos, fruncidos. Sobre el puente de su larga nariz descansaban unas gafas redondas, pero diminutas. El hombre tenía unas manos finas, estilizadas, a juego con el resto de sus rasgos y de su atuendo.
— La señorita Bellamy está disfrutando de su jubilación anticipada — les explicó con un acento que Amelia no supo reconocer. ¿Venía, quizás, del otro lado del océano? —. Mi nombre es Marcus Trotten. La organización me ha asignado sus tareas y, entre ellas, no había ninguna solicitud formal de consulta de documentos —. Miró a la voluntaria con sus ojos claros y a ella le pareció que la atravesaba —. Me disculparán si no puedo atenderlos hoy, dama y caballero, pero tengo mucho con lo que ponerme al día antes de poder reabrir el archivo que, por cierto, creía haber dejado cerrado esta mañana — agregó, arqueando una ceja.
— La señora Bellamy no nos dijo nada sobre esto — replicó Amelia, tratando de desviar el tema —. Ni la organización, ni nadie, y no…
— Se lo comunico yo en nombre de la organización, señorita — la interrumpió Trotten.
Amelia trató de no mostrar lo mucho que la estaban sorprendiendo el tono y la forma de esa conversación y pensó en que, en realidad, lo único que quería era marcharse de allí con sus expedientes en la mano, por lo que trató de reencauzar su primer encuentro con el ¿nuevo? archivero de nuevo.
— Seguro que la señora Bellamy dejó preparados los expedientes que solicitamos antes de marcharse — le dijo —. ¿Podría hacernos usted el favor de comprobarlo? Nos marcharemos y lo dejaremos trabajar en cuanto los tengamos.
— Ah, no — el archivero se recolocó las gafitas sobre el puente de la nariz —. Solo consulta en sala. La retirada de documentos originales está estrictamente prohibida. Ya conoce usted la normativa. Confío en que mi predecesora no se la hubiese estado saltando mientras trabajó aquí — agregó con un filo en sus palabras que a Amelia no le gustó nada.
— Lo siento, Ollie — respondió a su amago de ofensa con uno de disculpa igual de teatral —. ¿Cómo pudo ocurrírseme?
Esperó a recibir confirmación por parte de su compañero antes de adentrarse en los pasillos del archivo, tal y como dictaba el Protocolo para Voluntarios para evitar situaciones peliagudas de muy compleja solución evitables, en la mayoría de los casos, aplicando el Sentido Común, y a ambos los sorprendió encontrar a un hombre tras la mesa de la archivera. Tenía el pelo rubio cenizo, perfectamente peinado hacia un lado, y un bigote inglés pulcramente recortado sobre unos labios finos, fruncidos. Sobre el puente de su larga nariz descansaban unas gafas redondas, pero diminutas. El hombre tenía unas manos finas, estilizadas, a juego con el resto de sus rasgos y de su atuendo.
— La señorita Bellamy está disfrutando de su jubilación anticipada — les explicó con un acento que Amelia no supo reconocer. ¿Venía, quizás, del otro lado del océano? —. Mi nombre es Marcus Trotten. La organización me ha asignado sus tareas y, entre ellas, no había ninguna solicitud formal de consulta de documentos —. Miró a la voluntaria con sus ojos claros y a ella le pareció que la atravesaba —. Me disculparán si no puedo atenderlos hoy, dama y caballero, pero tengo mucho con lo que ponerme al día antes de poder reabrir el archivo que, por cierto, creía haber dejado cerrado esta mañana — agregó, arqueando una ceja.
— La señora Bellamy no nos dijo nada sobre esto — replicó Amelia, tratando de desviar el tema —. Ni la organización, ni nadie, y no…
— Se lo comunico yo en nombre de la organización, señorita — la interrumpió Trotten.
Amelia trató de no mostrar lo mucho que la estaban sorprendiendo el tono y la forma de esa conversación y pensó en que, en realidad, lo único que quería era marcharse de allí con sus expedientes en la mano, por lo que trató de reencauzar su primer encuentro con el ¿nuevo? archivero de nuevo.
— Seguro que la señora Bellamy dejó preparados los expedientes que solicitamos antes de marcharse — le dijo —. ¿Podría hacernos usted el favor de comprobarlo? Nos marcharemos y lo dejaremos trabajar en cuanto los tengamos.
— Ah, no — el archivero se recolocó las gafitas sobre el puente de la nariz —. Solo consulta en sala. La retirada de documentos originales está estrictamente prohibida. Ya conoce usted la normativa. Confío en que mi predecesora no se la hubiese estado saltando mientras trabajó aquí — agregó con un filo en sus palabras que a Amelia no le gustó nada.
Amelia — En el archivo — con Oliver
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Capítulo 3
Si bien Oliver era consciente de que la presencia de aquel hombre allí no podía ser ajena a la organización, la forma en que respondió hizo que su instinto dudase de sus buenas intenciones.
La señora Bellamy no había cometido el imperdonable error de citarles allí a sabiendas de que su jubilación se haría efectiva incluso antes de iniciar su jornada. Por no hablar de que el término "jubilación anticipada" en un ambiente como aquel, donde todos eran voluntarios y no simples asalariados resultaba del todo impropio.
No obstante, fue Amelia quien tomó la palabra tratando de encauzar la conversación, a lo que el desconocido archivero fue esgrimiendo un argumento tras otro para dejar bien claro que no podrían seguir con su investigación hasta que él así lo decidiera dado que su consulta del día anterior había sido extraoficial y no había registro alguno.
- Por supuesto que no. Nunca he conocido a nadie más responsable con la normativa que la señora Bellamy. -Respondió Oliver, poco dispuesto a permitir que se hablase así de la anterior archivera.- Lo que mi compañera quería decir es que si cabe la posibilidad de que los expedientes estén preparados, podríamos consultarlos rápidamente y dejar de molestarle hasta que el archivo vuelva a estar operativo. -Añadió, tratando de suavizar el tono.
- Me temo que es imposible. No había ningún expediente preparado para consulta. Es lo primero que he comprobado, caballero. -Respondió el otro, desprendiendo toda su pedantería.- Me permito rogarles que esperen a que el archivo se reabra. Imagino que si los datos se pueden comprobar tan rápidamente como insinúa, no serán tan urgentes.
Oliver tuvo que reprimir lo mucho que le molestaba aquella situación, pero miró a Amelia dejando la decisión en sus manos. Sabía de lo importante que era para ella, pero parecían estar con las manos atadas en aquel momento. Mientras el tal Marcus continuase sentado en aquel escritorio.
La señora Bellamy no había cometido el imperdonable error de citarles allí a sabiendas de que su jubilación se haría efectiva incluso antes de iniciar su jornada. Por no hablar de que el término "jubilación anticipada" en un ambiente como aquel, donde todos eran voluntarios y no simples asalariados resultaba del todo impropio.
No obstante, fue Amelia quien tomó la palabra tratando de encauzar la conversación, a lo que el desconocido archivero fue esgrimiendo un argumento tras otro para dejar bien claro que no podrían seguir con su investigación hasta que él así lo decidiera dado que su consulta del día anterior había sido extraoficial y no había registro alguno.
- Por supuesto que no. Nunca he conocido a nadie más responsable con la normativa que la señora Bellamy. -Respondió Oliver, poco dispuesto a permitir que se hablase así de la anterior archivera.- Lo que mi compañera quería decir es que si cabe la posibilidad de que los expedientes estén preparados, podríamos consultarlos rápidamente y dejar de molestarle hasta que el archivo vuelva a estar operativo. -Añadió, tratando de suavizar el tono.
- Me temo que es imposible. No había ningún expediente preparado para consulta. Es lo primero que he comprobado, caballero. -Respondió el otro, desprendiendo toda su pedantería.- Me permito rogarles que esperen a que el archivo se reabra. Imagino que si los datos se pueden comprobar tan rápidamente como insinúa, no serán tan urgentes.
Oliver tuvo que reprimir lo mucho que le molestaba aquella situación, pero miró a Amelia dejando la decisión en sus manos. Sabía de lo importante que era para ella, pero parecían estar con las manos atadas en aquel momento. Mientras el tal Marcus continuase sentado en aquel escritorio.
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Capítulo 3
Amelia no sabía qué pensar. La presencia de aquel extraño había desbaratado todos sus planes. Creyó que obtener su expediente sería una tarea más o menos sencilla. Solo había tenido que convencer a la señora Bellamy para que se lo entregase y del resto ya se encargaría ella. Ni siquiera sabía qué iba a hacer con la información que contuviese su carpeta. Lo único que anhelaba la voluntaria era saber un poco más sobre la familia a la que había abandonado en favor de la causa. ¿Por qué tenían que surgir complicaciones donde no las había?
Su compañero tomó la palabra para mantener el hilo de la conversación y Amelia le dirigió una mirada colmada de agradecimiento. En otras circunstancias, lo habría hecho ella misma, pero la situación la había despistado.
Ante la inamovible negativa del imperturbable sustituto de la señora Bellamy, la joven se sintió perdida por primera vez en su vida. Se suponía que los voluntarios tenían que ayudarse entre sí. ¿A qué venía tanto secretismo?
Amelia sostuvo la mirada del archivero y vio en sus ojos una chispa de malicia, la invitación a protestar, la advertencia de que cualquier otro argumento tampoco serviría de nada. Durante un instante, pensó en permanecer allí y protestar hasta obtener lo que había ido a buscar, pero la idea se desvaneció como la espuma de las olas al romperse sobre una playa. La voluntaria frunció los labios y suspiró.
— Está bien — admitió —. Gracias por su ayuda. Vámonos, Oliver. No tenemos nada más que hacer aquí.
Sabía que tenía que hacer algo, pero no el qué. Amelia caminó junto a su amigo sin decir nada hasta haber puesto la suficiente distancia entre ellos y la mesa de la señora Bellamy.
— A esto lo llamo yo empezar bien el día — le comentó a Ollie cuando ya se hubieron alejado.
Su compañero tomó la palabra para mantener el hilo de la conversación y Amelia le dirigió una mirada colmada de agradecimiento. En otras circunstancias, lo habría hecho ella misma, pero la situación la había despistado.
Ante la inamovible negativa del imperturbable sustituto de la señora Bellamy, la joven se sintió perdida por primera vez en su vida. Se suponía que los voluntarios tenían que ayudarse entre sí. ¿A qué venía tanto secretismo?
Amelia sostuvo la mirada del archivero y vio en sus ojos una chispa de malicia, la invitación a protestar, la advertencia de que cualquier otro argumento tampoco serviría de nada. Durante un instante, pensó en permanecer allí y protestar hasta obtener lo que había ido a buscar, pero la idea se desvaneció como la espuma de las olas al romperse sobre una playa. La voluntaria frunció los labios y suspiró.
— Está bien — admitió —. Gracias por su ayuda. Vámonos, Oliver. No tenemos nada más que hacer aquí.
Sabía que tenía que hacer algo, pero no el qué. Amelia caminó junto a su amigo sin decir nada hasta haber puesto la suficiente distancia entre ellos y la mesa de la señora Bellamy.
— A esto lo llamo yo empezar bien el día — le comentó a Ollie cuando ya se hubieron alejado.
Amelia — En el archivo — con Oliver
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Capítulo 3
Finalmente no les quedó más opción que aceptar que Marcus era un obstáculo en su camino. Uno que les tomó por sorpresa pues, aunque había voluntarios muy rigurosos con sus funciones, era la primera vez que uno de sus compañeros no parecía dispuesto a ayudarles ni a darles una alternativa para solucionar el problema. Ni mucho menos a aceptar lo que ellos propusieran.
Así que no les dejó otra opción que marcharse de allí, tal y como habían ingresado. Y con un "no olviden cerrar la puerta" a modo de despedida.
Caminaron en silencio entre los pasillos, cada uno pensando en algo. Oliver trataba de hallar un modo lícito para ayudar a Amelia en su búsqueda. Desgraciadamente ese adjetivo no terminaba de encajar con las pocas y pobres ideas que le venían a la mente.
Asintió al escuchar lo que Amelia decía.- Parece que hemos topado con un muro llamado Marcus. -No tenía forma de negar que era así.- Te invito a un chocolate caliente para mejorar la mañana, ¿te apetece? -Oliver acostumbraba a tomar té o café. Pero en momentos desesperados como aquel, la calidez del chocolate siempre le resultaba reconfortante.
Así que no les dejó otra opción que marcharse de allí, tal y como habían ingresado. Y con un "no olviden cerrar la puerta" a modo de despedida.
Caminaron en silencio entre los pasillos, cada uno pensando en algo. Oliver trataba de hallar un modo lícito para ayudar a Amelia en su búsqueda. Desgraciadamente ese adjetivo no terminaba de encajar con las pocas y pobres ideas que le venían a la mente.
Asintió al escuchar lo que Amelia decía.- Parece que hemos topado con un muro llamado Marcus. -No tenía forma de negar que era así.- Te invito a un chocolate caliente para mejorar la mañana, ¿te apetece? -Oliver acostumbraba a tomar té o café. Pero en momentos desesperados como aquel, la calidez del chocolate siempre le resultaba reconfortante.
Oliver — En el archivo — con Amelia
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Capítulo 3
Tal vez Amelia había sido algo ingenua al creer que conseguiría obtener su expediente sin ninguna solicitud formal para consultar los documentos que se conservaban en el archivo de la organización. Los reparos del nuevo custodio de la información podían estar perfectamente justificados y, sin embargo, había algo en toda aquella situación que molestaba a Amelia.
Lo habitual era que los voluntarios se ayudasen entre sí a descifrar misterios. La organización se asentaba en el intercambio de información, en la sabiduría compartida, en la idea de que el conjunto es algo más que sus partes, pero el tal Marcus no solo no les había puesto las cosas fáciles, sino que había saboteado activamente su misión impidiéndoles volver a acercarse al archivo sin ofrecerles ninguna alternativa al respecto.
— Parece que sí — suspiró, pensando en que a partir de ese día empezaría a fruncir los labios cuando alguien le mencionase a un tal Marcus, fuera aquel desagradable voluntario o no —. El día que responda que no a esa pregunta, será el día en el que me hayan reemplazado por una agente doble, Oliver — soltó una risita y se acercó a él para entrelazar sus brazos —. Estoy segura de que el chocolate nos ayudará a pensar en algo.
Lo habitual era que los voluntarios se ayudasen entre sí a descifrar misterios. La organización se asentaba en el intercambio de información, en la sabiduría compartida, en la idea de que el conjunto es algo más que sus partes, pero el tal Marcus no solo no les había puesto las cosas fáciles, sino que había saboteado activamente su misión impidiéndoles volver a acercarse al archivo sin ofrecerles ninguna alternativa al respecto.
— Parece que sí — suspiró, pensando en que a partir de ese día empezaría a fruncir los labios cuando alguien le mencionase a un tal Marcus, fuera aquel desagradable voluntario o no —. El día que responda que no a esa pregunta, será el día en el que me hayan reemplazado por una agente doble, Oliver — soltó una risita y se acercó a él para entrelazar sus brazos —. Estoy segura de que el chocolate nos ayudará a pensar en algo.
Amelia — En el archivo — con Oliver
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Capítulo 3
Oliver solo pudo sonreír al sentir que había ganado aquella pequeña batalla contra la desesperación que podía adueñarse tanto de Amelia como de él mismo ante los nuevos obstáculos con los que se estaban topando sin haberlo sospechado.
- Desde luego, sería un claro indicador. -Rió un poco tras escuchar que negarse a esa invitación sería una señal y puso una mano sobre la que ella había colocado en su brazo. Disfrutaba mucho de la cercanía de Amelia y le gustaba pensar que era recíproco.
No tardaron en llegar a la cafetería y pedir sendas tazas de chocolate, que les sirvieron con unos pastelitos de aspecto delicioso. Mientras removía su bebida seguía pensando en las posibilidades.- Ojalá hubiera algún modo de contactar con la señora Bellamy, al menos para confirmar si los archivos que necesitamos se encuentran aquí o en otro lugar. -Después de todo la organizació tenía varias bases y era posible que estuvieran buscando en el lugar equivocado.- Con su sustituto allí no tenemos muchas opciones, y no podemos saber cuándo no estará. -Algo le decía que si Marcus sospechaba de su interés por entrar cuando no estuviera en el archivo, era capaz de dormir y comer allí mismo.
- Desde luego, sería un claro indicador. -Rió un poco tras escuchar que negarse a esa invitación sería una señal y puso una mano sobre la que ella había colocado en su brazo. Disfrutaba mucho de la cercanía de Amelia y le gustaba pensar que era recíproco.
No tardaron en llegar a la cafetería y pedir sendas tazas de chocolate, que les sirvieron con unos pastelitos de aspecto delicioso. Mientras removía su bebida seguía pensando en las posibilidades.- Ojalá hubiera algún modo de contactar con la señora Bellamy, al menos para confirmar si los archivos que necesitamos se encuentran aquí o en otro lugar. -Después de todo la organizació tenía varias bases y era posible que estuvieran buscando en el lugar equivocado.- Con su sustituto allí no tenemos muchas opciones, y no podemos saber cuándo no estará. -Algo le decía que si Marcus sospechaba de su interés por entrar cuando no estuviera en el archivo, era capaz de dormir y comer allí mismo.
Oliver — En el archivo — con Amelia
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Capítulo 3
En la cafetería siempre había un par de voluntarios haciéndole compañía al dueño de la cantina, que además de preparar unos almuerzos magníficos siguiendo las recetas de su pareja, ofrecía buena conversación. Alguna vez Amelia había charlado con él sobre un caso particularmente complejo y, aunque el protocolo le impedía compartir los detalles de los expedientes que se traía entre manos, el señor de la cantina la había ayudado a que los árboles no le impidieran ver el bosque.
Sonrió al notar la calidez de la taza en sus manos y aspiró el aroma del chocolate, al que siempre le añadían un toquecito de canela tan sutil que casi habría podido pasar desapercibido. Oliver tenía razón: solo por estar allí ya se sentía mejor, aunque persistía la incomodidad que le había provocado la conversación con el archivero. Amelia todavía no comprendía lo que había ocurrido, y pocas cosas le gustaban menos que sentirse perdida en cualquiera de los aspectos.
— Quizá… — le dio unos toquecitos a la taza mientras organizaba sus ideas. — Podríamos ir al Archivo General. De todas formas, iremos a Vermont por Navidad, para la reunión anual, ¿no? Y allí tienen que tener copias de todo, quizá hasta los originales. Con un poco de suerte, nos dejarán entrar para consultar los expedientes, y si no, llegará el momento en el que estén demasiado ocupados con el ponche de huevo para impedirnos el acceso — lo último lo dijo en un susurro —. Solo tenemos que tener un poco de paciencia.
Sonrió al notar la calidez de la taza en sus manos y aspiró el aroma del chocolate, al que siempre le añadían un toquecito de canela tan sutil que casi habría podido pasar desapercibido. Oliver tenía razón: solo por estar allí ya se sentía mejor, aunque persistía la incomodidad que le había provocado la conversación con el archivero. Amelia todavía no comprendía lo que había ocurrido, y pocas cosas le gustaban menos que sentirse perdida en cualquiera de los aspectos.
— Quizá… — le dio unos toquecitos a la taza mientras organizaba sus ideas. — Podríamos ir al Archivo General. De todas formas, iremos a Vermont por Navidad, para la reunión anual, ¿no? Y allí tienen que tener copias de todo, quizá hasta los originales. Con un poco de suerte, nos dejarán entrar para consultar los expedientes, y si no, llegará el momento en el que estén demasiado ocupados con el ponche de huevo para impedirnos el acceso — lo último lo dijo en un susurro —. Solo tenemos que tener un poco de paciencia.
Amelia — En el archivo — con Oliver
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Capítulo 3
Se alegró de haber propuesto aquella solución momentánea cuando notó el reconfortante aroma del chocolate, además de la calidez que aportaba sostener la taza entre las manos. Confiaba en que Amelia pudiera encontrar algún consuelo en aquello, al menos mientras trazaban una nueva estrategia con la que acometer su investigación privada.
Fue entonces cuando aquella mente brillante que solo podía admirar pensó en Vermont, en la cercana celebración que tendría lugar allí por navidad... había estado tan inmerso en su investigación en la biblioteca que apenas había sido consciente de cuán cerca se encontraban ya esas fechas.
Asintió despacio a sus palabras, sí, allí tendría que haber una copia cuanto menos. Pero no estaba seguro de que pudieran consultarlas fácilmente, teniendo en cuenta los obstáculos que ya se habían dispuesto en su camino. Alzó una ceja al escuchar la otra opción.- Así que tu plan es dejar que nuestros compañeros caigan en las redes de Dioniso para tener el camino libre. -Mencionó llevándose la taza a los labios.- Interesante. Podríamos hacerlo.
Tras aquello, siguieron planificando el viaje, Oliver no podía negar que le gustaba la idea de hacerlo juntos. También pensó, mientras la escuchaba, en el regalo que quería ofrecerle aquel año.
Fue entonces cuando aquella mente brillante que solo podía admirar pensó en Vermont, en la cercana celebración que tendría lugar allí por navidad... había estado tan inmerso en su investigación en la biblioteca que apenas había sido consciente de cuán cerca se encontraban ya esas fechas.
Asintió despacio a sus palabras, sí, allí tendría que haber una copia cuanto menos. Pero no estaba seguro de que pudieran consultarlas fácilmente, teniendo en cuenta los obstáculos que ya se habían dispuesto en su camino. Alzó una ceja al escuchar la otra opción.- Así que tu plan es dejar que nuestros compañeros caigan en las redes de Dioniso para tener el camino libre. -Mencionó llevándose la taza a los labios.- Interesante. Podríamos hacerlo.
Tras aquello, siguieron planificando el viaje, Oliver no podía negar que le gustaba la idea de hacerlo juntos. También pensó, mientras la escuchaba, en el regalo que quería ofrecerle aquel año.
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Capítulo 4
Los voluntarios sabían cómo mantenerse ocupados. Cuando no estaban de misión, pasaban los días estudiando en la biblioteca, ejercitándose en los exteriores del cuartel general, charlando entre ellos sobre sus últimos casos o ampliando sus redes de contactos en favor de la organización para que no se les escapase nada. Amelia tenía tantas cosas que hacer como cualquier otro voluntario y, aunque el tiempo pasa deprisa cuando uno está ocupado, sentía que las horas duraban más de lo que deberían, quizá porque estaba deseando que llegase el día de partir hacia Vermont em busca de las respuestas que no había encontrado en el archivo.
Los días se hicieron cada vez más cortos y las noches, cada vez más largas. El viento frío que había desnudado a los árboles trajo consigo el manto blanco que cubrió los caminos, los tejados y las ventanas. El solsticio de invierno estaba a la vuelta de la esquina y con él, la Navidad. En el tablón de anuncios habían colgado el aviso de la reunión anual del VFD en su cuartel general. En la boca del estómago de Amelia burbujeó un entusiasmo casi infantil por ir hasta allí.
— Ir al norte con este frío va a ser toda una experiencia — le comentó a Oliver con alegría —. Pero no creo que sea peor que aquella excursión por el Estrecho de Magallanes.
Miró a un lado y a otro del pasillo para cerciorarse de que nadie los oía antes de seguir hablando. Otros voluntarios conversaban animadamente sobre la reunión anual lo suficientemente cerca de ellos como para distinguir algunas expresiones sueltas.
— ¿Has hecho ya tu equipaje? Deberíamos salir temprano, van a ser muchas horas de viaje — le preguntó a su amigo, dando por hecho, por supuesto, que irían juntos en un vehículo.
Los días se hicieron cada vez más cortos y las noches, cada vez más largas. El viento frío que había desnudado a los árboles trajo consigo el manto blanco que cubrió los caminos, los tejados y las ventanas. El solsticio de invierno estaba a la vuelta de la esquina y con él, la Navidad. En el tablón de anuncios habían colgado el aviso de la reunión anual del VFD en su cuartel general. En la boca del estómago de Amelia burbujeó un entusiasmo casi infantil por ir hasta allí.
— Ir al norte con este frío va a ser toda una experiencia — le comentó a Oliver con alegría —. Pero no creo que sea peor que aquella excursión por el Estrecho de Magallanes.
Miró a un lado y a otro del pasillo para cerciorarse de que nadie los oía antes de seguir hablando. Otros voluntarios conversaban animadamente sobre la reunión anual lo suficientemente cerca de ellos como para distinguir algunas expresiones sueltas.
— ¿Has hecho ya tu equipaje? Deberíamos salir temprano, van a ser muchas horas de viaje — le preguntó a su amigo, dando por hecho, por supuesto, que irían juntos en un vehículo.
Amelia — De camino a Vermont — con Oliver
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Capítulo 4
Los días y las semanas fueron pasando con la misma velocidad con que un árbol pierde las hojas ante una ventisca en pleno otoño. No era raro para Oliver no darse cuenta del paso del tiempo. Salvo cuando estaba en una misión se centraba demasiado en sus estudios y solo la cálida compañía de Amelia era capaz de sacarle de sus libros y apuntes sobre las leyendas de los cárpatos.
Su viaje hacia Rumanía estaba cada vez más organizado, pero le faltaba parte de la financiación y la aprobación de sus superiores era el principal modo de obtenerla. Pero habían pospuesto su presentación para después de las navidades, febrero para ser exactos. Y la espera le habría obsesionado en cuanto a la búsqueda de la perfección, de no ser porque el problema que le planteaba Amelia y la búsqueda de sus orígenes le ayudaba a ocupar la mente con otra cosa también primordial.
Observó junto a ella el cartel donde se recordaba la fecha y lugar de la fiesta de navidad de la organización, como si hubiera algún misterio al respecto. Aunque sería toda una aventura dirigirse hacia allí y que lo hubieran trasladado todo, sin duda interesante. Pero no era eso lo que había sucedido, claro.
- Desde luego, en comparación con aquel viaje, aquí apenas nos hará falta una manta calentita. -Bromeó él al escucharla recordar su travesía por el sur del planeta.
Sonrió al escuchar que daba por sentado que irían juntos.- Todo está listo, por supuesto. Ya sabes que no me gusta dejar las cosas para el último momento. -De ahí que su regalo de navidad llevara en su maleta un par de semanas.
Su viaje hacia Rumanía estaba cada vez más organizado, pero le faltaba parte de la financiación y la aprobación de sus superiores era el principal modo de obtenerla. Pero habían pospuesto su presentación para después de las navidades, febrero para ser exactos. Y la espera le habría obsesionado en cuanto a la búsqueda de la perfección, de no ser porque el problema que le planteaba Amelia y la búsqueda de sus orígenes le ayudaba a ocupar la mente con otra cosa también primordial.
Observó junto a ella el cartel donde se recordaba la fecha y lugar de la fiesta de navidad de la organización, como si hubiera algún misterio al respecto. Aunque sería toda una aventura dirigirse hacia allí y que lo hubieran trasladado todo, sin duda interesante. Pero no era eso lo que había sucedido, claro.
- Desde luego, en comparación con aquel viaje, aquí apenas nos hará falta una manta calentita. -Bromeó él al escucharla recordar su travesía por el sur del planeta.
Sonrió al escuchar que daba por sentado que irían juntos.- Todo está listo, por supuesto. Ya sabes que no me gusta dejar las cosas para el último momento. -De ahí que su regalo de navidad llevara en su maleta un par de semanas.
Oliver — De camino a Vermont — con Amelia
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— THE WORLD IS QUIET HERE —
Capítulo 4
Amelia no se sorprendió al saber que Oliver lo tenía todo listo para partir. Era el voluntario más organizado de todos a cuantos había conocido. Lo había sido siempre, incluso cuando no eran más que unos niños aprendiendo el oficio.
— Tú siempre tan eficiente, Ollie.
Llevaban toda una vida juntos y se conocían tan bien como a sí mismos, lo cual, desde un punto de vista práctico, era una ventaja. Cuando trabajaban en equipo, no les hacían falta palabras para decirse nada. Se comunicaban a través de sutilezas construidas sobre la costumbre, pero si Amelia pensaba en ello demasiado tiempo, terminaba poniéndose triste.
Los primeros recuerdos que tenía eran en la sede central, de otros voluntarios, de viajes, de bomberos. No era capaz de recordar cómo sonaba la voz de su madre, ni qué aspecto tenía su padre. Nunca le habían dicho si se parecía a alguno de los dos, ni le habían preguntado a quién había querido más, ni le habían enseñado a preparar una receta familiar. La familia de Amelia eran los voluntarios del VFD y, aunque sentía un profundo agradecimiento a la institución que la había convertido en quien era entonces, no podía evitar sentir cierta nostalgia.
La melancolía era como una piedra en su zapato. Al principio, había podido ignorarla y había seguido andando, pero conforme pasaba el tiempo más la molestaba aquella piedrecita, que ya había logrado hacerle una herida superficial que escocía lo suficiente como para no poder hacer como que no estaba.
Amelia cargó su equipaje en su escarabajo cobre, se ajustó los guantes de piel y la bufanda sobre los hombros y se metió al coche. El asiento estaba frío, pero el volante estaba helado.
— ¡Qué frío! — arrancó el vehículo y se frotó las manos antes de ponerlo en marcha. — Espero que no se me caigan las manos antes del primer cambio — ella y Oliver se turnarían para conducir para evitar la fatiga. La voluntaria colocó los espejos —. Prepárate, Vermont. Allá vamos.
Al cabo de un rato y varios intentos por hacer funcionar una radio que no detectaba más que estática, Amelia decidió sacar un tema de conversación.
— ¿Crees que averiguaremos algo nuevo en Vermont?
— Tú siempre tan eficiente, Ollie.
Llevaban toda una vida juntos y se conocían tan bien como a sí mismos, lo cual, desde un punto de vista práctico, era una ventaja. Cuando trabajaban en equipo, no les hacían falta palabras para decirse nada. Se comunicaban a través de sutilezas construidas sobre la costumbre, pero si Amelia pensaba en ello demasiado tiempo, terminaba poniéndose triste.
Los primeros recuerdos que tenía eran en la sede central, de otros voluntarios, de viajes, de bomberos. No era capaz de recordar cómo sonaba la voz de su madre, ni qué aspecto tenía su padre. Nunca le habían dicho si se parecía a alguno de los dos, ni le habían preguntado a quién había querido más, ni le habían enseñado a preparar una receta familiar. La familia de Amelia eran los voluntarios del VFD y, aunque sentía un profundo agradecimiento a la institución que la había convertido en quien era entonces, no podía evitar sentir cierta nostalgia.
La melancolía era como una piedra en su zapato. Al principio, había podido ignorarla y había seguido andando, pero conforme pasaba el tiempo más la molestaba aquella piedrecita, que ya había logrado hacerle una herida superficial que escocía lo suficiente como para no poder hacer como que no estaba.
Amelia cargó su equipaje en su escarabajo cobre, se ajustó los guantes de piel y la bufanda sobre los hombros y se metió al coche. El asiento estaba frío, pero el volante estaba helado.
— ¡Qué frío! — arrancó el vehículo y se frotó las manos antes de ponerlo en marcha. — Espero que no se me caigan las manos antes del primer cambio — ella y Oliver se turnarían para conducir para evitar la fatiga. La voluntaria colocó los espejos —. Prepárate, Vermont. Allá vamos.
Al cabo de un rato y varios intentos por hacer funcionar una radio que no detectaba más que estática, Amelia decidió sacar un tema de conversación.
— ¿Crees que averiguaremos algo nuevo en Vermont?
Amelia — De camino a Vermont — con Oliver
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Capítulo 4
Oliver y Amelia se conocían lo suficientemente bien como para poder anticipar al otro, para conocer sus manías y sus costumbres. Amelia podía decir que siempre era eficiente y no tenía que tener temor a equivocarse, porque habían vivido juntos prácticamente desde que el VFD se hizo cargo de ellos y comenzó su entrenamiento.
Y, precisamente por eso, Oliver sabía que Amelia no estaba bien. Lo parecía. Su sornisa era la misma, sus ojos brillaban cuando hablaba y su vocabulario era perfecto. Pero había algo debajo de todo, algo oculto. Como si una puerta hubiera estado cerrada y hubiera comenzado a abrirse poco a poco. Lo malo de las puertas cerradas es que uno nunca sabe lo que puede haber al otro lado. Y a Oliver le preocupaba más de lo que se atrevía a decir que aquella búsqueda de su familia hiciera que esa puerta se abriera solo para traer dolor a la persona a la que quería.
Eso ocupaba una buena parte de sus pensamientos mientras se acercaba al escarabajo de color cobre de Amelia. Uno de los vehículos más fiables que hubiera, gracias a las modificaciones que ella le había hecho. Colocó su maleta en la parte de atrás y ocupó el lugar del copiloto.- Tranquila, podemos cambiar antes si es demasiado. -Se ofreció.- He puesto los guantes junto al radiador para que los tengas calentitos. -Además, también tenía alguna cosa de comer.
Comenzaron el viaje en un silencio centrado en tratar de escuchar algo en la radio, pero no conseguían más de media palabra, porque el frío y el viento no colaboraban con que las antenas captaran las ondas de sonido. Amelia entonces le preguntó aquello y él trató de mostrar una sonrisa segura, pese a que no se sentía así.
- Es Vermont, si hay algo que averiguar, lo encontraremos allí. -No había otra opción en su cabeza.- Aunque solo sea una pista que nos lleve a otra pista y ésta a la siguiente... Una nueva aventura, ¿verdad? -Intentó animarla, porque podía imaginar lo frustrante que podía resultar si eso era todo lo que conseguían.
Oliver — De camino a Vermont — con Amelia
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Capítulo 4
En términos generales, Amelia estaba de acuerdo con aquello de que la paciencia era la madre de la ciencia. La experiencia le había demostrado que no convenía precipitarse. Durante sus investigaciones, la voluntaria domaba su curiosidad y la escondía tras una fachada tranquila, aséptica, que le permitía analizar las pistas que encontrase con un excelente juicio. Una vez resuelto el misterio, Amelia se permitía un momento de indulgencia consigo misma, y se congratulaba por haber hecho un buen trabajo, sin incurrir jamás en la vanidad de la que hacían gala otros individuos que jamás podrían considerarse voluntarios. Siempre había sido así y hasta entonces le había ido bien, pero Amelia llevaba ya unas semanas con una inquietud en el pecho que no remitía de ninguna de las maneras.
Las dudas que habían germinado en su interior habían echado raíces. Aunque Amelia las dejase desprovistas de alimento, ellas insistían en enredarse en lo más profundo de sus entrañas. Afloraban las preguntas para las que no tenía respuestas, y se descubría pensando de manera incesante en todo cuando conocía de su pasado. Nunca le habían dicho dónde había nacido: ¿habría sido una gran ciudad? ¿Un pueblo de montaña? ¿Una localización costera, al arrullo de las olas rompiéndose contra la playa? ¿A qué se dedicaban sus padres? ¿Dejó su madre, como tantas otras, a un lado su carrera profesional por cuidar de ella? ¿Estaba sola, tenía hermanos? ¿Primos? ¿Qué había sido de ellos, si es que existían, después de tantos años? Quizá, de haber conocido la profesión de sus padres, habría seguido los pasos de alguno de ellos, o de ninguno, pero no podía saberlo.
Amelia recorrió los senderos planteados por cada una de aquellos condicionales, vivió un centenar de vidas y la maravillaron las posibilidades. No es que no le gustase ser una voluntaria: en cierta manera, creía que había nacido para apagar fuegos, literal y metafóricamente, pero la idea de haber alcanzado aquella misma conclusión por sus propios medios le resultaba muy romántica. Cuando miraba a Oliver, tenía la certeza de que él habría estado en su vida de cualquiera de las maneras, pues no se imaginaba una existencia sin su otra mitad, y solo en su compañía hallaba consuelo para su mente lastrada por todas aquellas ideas.
— Una nueva aventura, Ollie — asintió —. Una nueva aventura.
El viaje a Vermont, a pesar de las horas, resultó muy agradable. Oliver y Amelia charlaron sobre todo y sobre nada, de manera superficial y también en sumo detalle, sobre lo concreto y lo abstracto hasta que, inevitablemente, la conversación alcanzó un punto muerto, y ellos en lugar de insistir lo dejaron estar y disfrutaron de su mutua compañía en un cómodo silencio. Hicieron pausas sobre el camino, consultaron el mapa que descansaba en la guantera del escarabajo, señalaron los carteles que les llamaban la atención y listaban los datos de interés que recordaban sobre cada una de las poblaciones que iban dejando atrás.
Cuanto más se desplazaban hacia el norte, más frío hacía, y para cuando alcanzaron Vermont, un grueso manto de nieve cubría los márgenes de las carreteras. Siguieron el rastro dejado seguramente por otros voluntarios, que habían surcado la nieve con sus propios vehículos, y se detuvieron una vez avanzar por carretera resultaba sencillamente imposible.
— Creo que a partir de aquí tendremos que ir andando, Ollie — Amelia miró el mapa, pero no el de carreteras, sino el de los voluntarios —. El cuartel general debería estar en aquella dirección. Supongo que solo tenemos que seguir las huellas. Y no helarnos de frío por el camino, claro.
Las dudas que habían germinado en su interior habían echado raíces. Aunque Amelia las dejase desprovistas de alimento, ellas insistían en enredarse en lo más profundo de sus entrañas. Afloraban las preguntas para las que no tenía respuestas, y se descubría pensando de manera incesante en todo cuando conocía de su pasado. Nunca le habían dicho dónde había nacido: ¿habría sido una gran ciudad? ¿Un pueblo de montaña? ¿Una localización costera, al arrullo de las olas rompiéndose contra la playa? ¿A qué se dedicaban sus padres? ¿Dejó su madre, como tantas otras, a un lado su carrera profesional por cuidar de ella? ¿Estaba sola, tenía hermanos? ¿Primos? ¿Qué había sido de ellos, si es que existían, después de tantos años? Quizá, de haber conocido la profesión de sus padres, habría seguido los pasos de alguno de ellos, o de ninguno, pero no podía saberlo.
Amelia recorrió los senderos planteados por cada una de aquellos condicionales, vivió un centenar de vidas y la maravillaron las posibilidades. No es que no le gustase ser una voluntaria: en cierta manera, creía que había nacido para apagar fuegos, literal y metafóricamente, pero la idea de haber alcanzado aquella misma conclusión por sus propios medios le resultaba muy romántica. Cuando miraba a Oliver, tenía la certeza de que él habría estado en su vida de cualquiera de las maneras, pues no se imaginaba una existencia sin su otra mitad, y solo en su compañía hallaba consuelo para su mente lastrada por todas aquellas ideas.
— Una nueva aventura, Ollie — asintió —. Una nueva aventura.
· · · · ·
El viaje a Vermont, a pesar de las horas, resultó muy agradable. Oliver y Amelia charlaron sobre todo y sobre nada, de manera superficial y también en sumo detalle, sobre lo concreto y lo abstracto hasta que, inevitablemente, la conversación alcanzó un punto muerto, y ellos en lugar de insistir lo dejaron estar y disfrutaron de su mutua compañía en un cómodo silencio. Hicieron pausas sobre el camino, consultaron el mapa que descansaba en la guantera del escarabajo, señalaron los carteles que les llamaban la atención y listaban los datos de interés que recordaban sobre cada una de las poblaciones que iban dejando atrás.
Cuanto más se desplazaban hacia el norte, más frío hacía, y para cuando alcanzaron Vermont, un grueso manto de nieve cubría los márgenes de las carreteras. Siguieron el rastro dejado seguramente por otros voluntarios, que habían surcado la nieve con sus propios vehículos, y se detuvieron una vez avanzar por carretera resultaba sencillamente imposible.
— Creo que a partir de aquí tendremos que ir andando, Ollie — Amelia miró el mapa, pero no el de carreteras, sino el de los voluntarios —. El cuartel general debería estar en aquella dirección. Supongo que solo tenemos que seguir las huellas. Y no helarnos de frío por el camino, claro.
Amelia — De camino a Vermont — con Oliver
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can i go where you go? · Ⅵ · can we always be this close?
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Capítulo 4
Vermont estaba lejos, quizá demasiado. Pero eso no les importaba, Amelia y Oliver nunca habían temido el silencio, ni la conversación. Simplemente era algo que fluía entre ellos sin necesidad de forzarlo. Así que no hubo momentos de aburrimiento innecesario entre ellos. Fueron repasando la ruta en las paradas y mencionando los pueblos que conocían, así como alguna anécdota que el otro sabía de sobra, porque siempre lo habían compartido todo.
Cuando todo se volvió más frío y la nieve empezaba a acumularse en las cunetas, llegaron aVermont. Pero, por supuesto, a la base no se podía acceder simplemente en vehículos. La privacidad y secretos de la organización requerían que así fuera. Estuvo de acuerdo con Amelia cuando llegaron a un punto desde el que no podía seguir avanzando su preciado escarabajo.
- Eso parece. Será mejor que nos pongamos en marcha. -Tras coger del maletero sus bolsas de viaje, empezaron a avanzar por la nieve y el frío.
- Creo que estaría bien proponer que las reuniones se trasladen a climas más cálidos. California o Florida serían buenas opciones en esta época del año. -Comentó mientras avanzaban. Se encontraron más coches que tampoco habían podido seguir avanzando, pero las huellas y el mapa dejaban bastante claro que iban por el camino correcto.- Claro que si fuera así no podríamos investigar los archivos... Un pequeño sacrificio. -Suspiró de forma dramática, pero con una sonrisa en los labios.
- Espero que al menos esta vez hayan arreglado el ascensor. -Una de las últimas veces hubo que escalar parte de la montaña y no era nada agradable con ese viento que corría.
Oliver — De camino a Vermont — con Amelia
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