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Piacere, Girolamo Trombetta!
I'm coming for you
Habían soñado con descubrir el mundo juntos, con recorrerlo y llegar hasta el espacio exterior. Con su maravillosa vespa que les llevaría a todas partes. En definitiva, con conocer lo que había en la superficie, con saber más, y con hacerlo de la mano.
Sin embargo, la oportunidad de adquirir todo ese conocimiento y mucho más se presentó para Luca cuando Giulia le abrió las puertas a la educación. Fue a la escuela, mientras Alberto ayudaba al Señor Marcovaldo a pescar y poder mantener a su familia, familia de la que no tardó en formar parte parte oficialmente, pasando a ser hijo adoptivo del pescador. Seguían viéndose en verano, al menos durante un tiempo. Pero los últimos años habían hecho que sus caminos no se cruzaran... Si bien nunca se olvidaron el uno del otro, si bien son conscientes de lo mucho que se echan de menos. Al fin y al cabo, fue su primera amistad... ¿Amistad?
Luca ha viajado por el mundo y pasado tiempo con su familia durante los veranos, mientras que en esta época el trabajo se multiplicaba para los Marcovaldo y Alberto tenía más trabajo que de costumbre. Tres años llevan sin verse, apenas sabiendo el uno del otro por medio de Giulia, divisándose de lejos o coincidiendo cuando se cruzaban en el mar. Pero este verano, Luca ha decidido tomárselo de vacaciones al cien por cien. Al fin y al cabo, empieza la universidad el año que viene y ha sacado unas notas estupendas todos esos años, se lo ha ganado. ¿Y qué mejor lugar para disfrutar sus vacaciones que el pueblo que le dio todas esas oportunidades? Luca acaba de aterrizar en Portorrosso para pasar allí los próximos tres meses... Espera que Alberto tenga hueco para verse aunque sea para pasar un rato juntos. Por los viejos tiempos.
Sin embargo, la oportunidad de adquirir todo ese conocimiento y mucho más se presentó para Luca cuando Giulia le abrió las puertas a la educación. Fue a la escuela, mientras Alberto ayudaba al Señor Marcovaldo a pescar y poder mantener a su familia, familia de la que no tardó en formar parte parte oficialmente, pasando a ser hijo adoptivo del pescador. Seguían viéndose en verano, al menos durante un tiempo. Pero los últimos años habían hecho que sus caminos no se cruzaran... Si bien nunca se olvidaron el uno del otro, si bien son conscientes de lo mucho que se echan de menos. Al fin y al cabo, fue su primera amistad... ¿Amistad?
Luca ha viajado por el mundo y pasado tiempo con su familia durante los veranos, mientras que en esta época el trabajo se multiplicaba para los Marcovaldo y Alberto tenía más trabajo que de costumbre. Tres años llevan sin verse, apenas sabiendo el uno del otro por medio de Giulia, divisándose de lejos o coincidiendo cuando se cruzaban en el mar. Pero este verano, Luca ha decidido tomárselo de vacaciones al cien por cien. Al fin y al cabo, empieza la universidad el año que viene y ha sacado unas notas estupendas todos esos años, se lo ha ganado. ¿Y qué mejor lugar para disfrutar sus vacaciones que el pueblo que le dio todas esas oportunidades? Luca acaba de aterrizar en Portorrosso para pasar allí los próximos tres meses... Espera que Alberto tenga hueco para verse aunque sea para pasar un rato juntos. Por los viejos tiempos.
Luca Paguro 18 años - Lucas Jade Zumann - Freyja |
Alberto Scorfano 19 años - Olly Alexander - Ivanka |
1x1 — Inspired — Películas (Luca)
XIII
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<div class="lumesqtit"><div class="lumetit"><span class="lumecaptit">U</span>n titulo molón</div></div><div class="lumestit">UN SUBTITULO GUAY</div>
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<div class="lumedat">¿CAPíTULO? — ¿CUANDO? — ¿QUIÉN?</div></div></div>
[url=https://www.treeofliferpg.com/u967]<div class="creditosxiii">XIII</div>[/url]</center>
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Il cuore mio non dorme mai
Ma stare con te finirà che mi darà alla testa
Tenía entre las manos un manojo de cuerdas entre las manos, y una navaja peligrosamente abierta en la izquierda, pero era incapaz de tejer aquella red y arreglarla. Y quizá debería, porque estaba rota, y la necesitaban. Pero es que ni siquiera era hora de pescar, él había salido porque no podía dormir y, total, puestos a no poder descansar, mejor hacer algo por su padre y el negocio, ¿no? Seguro que le daba una alegría si al despertar veía todo el pescado ahí y no tenía que salir a por nada. Inspiró y cerró los ojos mientras sentía el sol saliendo. El sol del día en el que Luca volvía. Si es que volvía de verdad. Quería creer en él y en su ahora hermana, en que ese realmente sería su verano.
¿Qué hacía? ¿Iba a buscarle a tren? No sabía ni a qué hora llegaba, tendría que repasar la carta, y aún no terminaba de apañarse con eso de leer… Otro problema. Allí llegaba Luca, después de ver el mundo, de estudiar y él seguía siendo Alberto, el de las historias, los peces y la barca… Rio. No era capaz de pensar en sus momentos con Luca sin sonreír, solo que… ¿Habrían cambiado demasiado? Inspiró profundamente y terminó lo que tenía entre las manos, dispuesto a finalizar su tarea y terminar todo eso en casa. Luca y él eran… Especiales, y en cuanto se vieran, recordarían por qué, y esos tres años no habrían sido nada.
— ¡Buenos días, papa! — Massimo insistía en que le llamara así, y qué menos. Le recordaba a su Giulia, y Alberto solo quería hacerle la vida más luminosa al hombre que lo había acogido y protegido durante ya tanto tiempo. Y cada día tenía más dolores y le costaba más moverse, la vida del mar podía ser dura. — Hola, simpático. — Le dijo a Machiavelli, que, como siempre había levantado la cabeza bufando, por si acaso el que aparecía por allí era un enemigo. A ese sí que le costaba moverse. — Ha sido una mañana productiva. — Dijo con una gran sonrisa, dejando el pescado en la mesa, y Massimo asintió con un gruñido, pero una sonrisa orgullosa bajo el bigote. — Buen chico. — Y Alberto sabía que eso era mucho. Le puso la gran mano en el hombro. — ¿Vas a ir a por Luca y Giulia a la estación? — Él mantuvo su sonrisita, pero tragó saliva. — No, creo que no me da tiempo, quiero descansar… Pero les veré en cuanto despierte. — Dijo asintiendo, sonando muy seguro de su plan. Lo acababa de improvisar. No se atrevía a ir al andén y encontrarse con la indiferencia o el compromiso de Luca. Después de dormir un poco lo pensaría mejor.
Se removió en la cama al notar que alguien se había sentado en el borde. — ¡Ay, Giulia! — Se quejó, dándose la vuelta molesto, pensando que era su hermana incordiándole y despertándole. Pero al girarse, el estómago le dio un vuelco. Lo que hubiera querido decir sería “¡Luca! ¡Cómo te he echado de menos! No sabes para mí lo que es abrir los ojos y verte aquí”, pero en vez de eso, se apoyó en un codo y le miró de arriba abajo con media sonrisita. — ¡Pero si es el chico de la ciudad! — Alargó la mano y le hizo su saludo, ese que tanto les hacía reír en su día. — Piacere, girolamo, trombetta, chaval. — Amplió más la sonrisa. — No me esperaba verte encaramado a mi cama nada más llegar. — Comentó con una risa.
¿Qué hacía? ¿Iba a buscarle a tren? No sabía ni a qué hora llegaba, tendría que repasar la carta, y aún no terminaba de apañarse con eso de leer… Otro problema. Allí llegaba Luca, después de ver el mundo, de estudiar y él seguía siendo Alberto, el de las historias, los peces y la barca… Rio. No era capaz de pensar en sus momentos con Luca sin sonreír, solo que… ¿Habrían cambiado demasiado? Inspiró profundamente y terminó lo que tenía entre las manos, dispuesto a finalizar su tarea y terminar todo eso en casa. Luca y él eran… Especiales, y en cuanto se vieran, recordarían por qué, y esos tres años no habrían sido nada.
— ¡Buenos días, papa! — Massimo insistía en que le llamara así, y qué menos. Le recordaba a su Giulia, y Alberto solo quería hacerle la vida más luminosa al hombre que lo había acogido y protegido durante ya tanto tiempo. Y cada día tenía más dolores y le costaba más moverse, la vida del mar podía ser dura. — Hola, simpático. — Le dijo a Machiavelli, que, como siempre había levantado la cabeza bufando, por si acaso el que aparecía por allí era un enemigo. A ese sí que le costaba moverse. — Ha sido una mañana productiva. — Dijo con una gran sonrisa, dejando el pescado en la mesa, y Massimo asintió con un gruñido, pero una sonrisa orgullosa bajo el bigote. — Buen chico. — Y Alberto sabía que eso era mucho. Le puso la gran mano en el hombro. — ¿Vas a ir a por Luca y Giulia a la estación? — Él mantuvo su sonrisita, pero tragó saliva. — No, creo que no me da tiempo, quiero descansar… Pero les veré en cuanto despierte. — Dijo asintiendo, sonando muy seguro de su plan. Lo acababa de improvisar. No se atrevía a ir al andén y encontrarse con la indiferencia o el compromiso de Luca. Después de dormir un poco lo pensaría mejor.
Se removió en la cama al notar que alguien se había sentado en el borde. — ¡Ay, Giulia! — Se quejó, dándose la vuelta molesto, pensando que era su hermana incordiándole y despertándole. Pero al girarse, el estómago le dio un vuelco. Lo que hubiera querido decir sería “¡Luca! ¡Cómo te he echado de menos! No sabes para mí lo que es abrir los ojos y verte aquí”, pero en vez de eso, se apoyó en un codo y le miró de arriba abajo con media sonrisita. — ¡Pero si es el chico de la ciudad! — Alargó la mano y le hizo su saludo, ese que tanto les hacía reír en su día. — Piacere, girolamo, trombetta, chaval. — Amplió más la sonrisa. — No me esperaba verte encaramado a mi cama nada más llegar. — Comentó con una risa.
CAPíTULO 1 — 20 de junio —Con Luca
XIII
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Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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Ma stare con te finirà che mi darà alla testa
- Nerviosiiiiiiiiito está nerviosiiiiiiiito. - Chistó y se revolvió. - ¡Ay, Giulia! - La chica le estaba picando la mejilla con el dedo mientras él se perdía en su mundo mirando a través de la ventana del tren. Soltó esta risa tan contagiosa a la par que escandalosa suya. - No seas quejica. ¿Qué? ¿Estás nervioso o no estás nervioso? - Y dale. ¿Pero por qué iba a estar nervioso? - Su amiga hizo una infantil caída de ojos para picarle. - Por ver a mi hermano. - Luca bufó, como si acabara de decir una tontería, pero no le quedó demasiado creíble. - Ni que lo fuera a ver por primera vez. - Dijo en lo que él consideraba que era tono chulillo, pero que tampoco le salió muy bien. Si es que no estaba hecho para él lo de pavonearse. Suspiró, como si no estuvieran hablando de nada, y volvió a perder la mirada en el paisaje.
Pues no, no era la primera vez que lo veía, pero sí hacía bastante tiempo desde la última. Se habían escrito muchas cartas, pero no era lo mismo que verle y... Le echaba de menos. Se preguntaba si Alberto sentía lo mismo que él. Lo de echarle de menos, quería decir. En estos años no se habían visto, era consciente de que había sido culpa suya, entre los estudios y estar con su familia había estado muy ocupado... Y había dejado abandonado a su amigo. Quizás ahora, después de tanto tiempo, los recuerdos que compartían no fueran más que eso, recuerdos y poco más. Que él tuviera otros amigos. Otras... Personas, que le hicieran sentir mejor que él, que no le abandonaran al menos. Tragó saliva. En fin, le esperaba todo un verano por delante en Portorosso y no ganaba nada empezándolo con tantas inseguridades, aunque no dejara de jugar con los dedos de sus manos y de morderse los labios.
Tenía que reconocer que le había buscado en el andén. Sonrió con tristeza y avanzó, claramente se había equivocado, porque Giulia había bajado muy diligente del tren y había emprendido camino hacia el centro del pueblo, con la seguridad de que nadie iría a recogerles. Ya, si era lo normal, pensar que no irían a recogerles. Era solo que... En fin, que no podía empezar así el verano, lo dicho. - ¡Papá! - Bramó la chica nada más cruzar la puerta de la casa, lanzándose encima del hombre. Aun teniendo solo un brazo era lo suficientemente fuerte como para levantarla del suelo, que Giulia tampoco es como que abultara demasiado. Rio ante la escena, aunque Machiaveli le dio su correspondiente susto al poco de entrar. - Si no ha mordido ya a Alberto, dudo que te haga nada a ti. - Comentó el hombre, con ese extraño humor tan suyo. - Bienvenido de vuelta, hijo. - Mil gracias, Massimo. - El hombre había insistido en que, si no le llamaba por el nombre de pila después de todo lo vivido, lo tiraría al mar y no lo dejaría volver, así que más le valía hacerle caso.
- ¿Dónde está ese penco de Alberto? ¡No me digas que está dormido! - Preguntó Giulia, socarrona y jovial. Massimo rio entre dientes. - Ha tenido una jornada dura y quería estar descansado para cuando vinierais. - La chica soltó una fuerte carcajada. - Pues ya estoy yo sacando la trompeta para despertarle como en los viejos tiempos. - Mejor voy yo. - Se adelantó él, poniéndose de pie. Ambos le miraron. - Si puedo. - El hombre sonrió. - Claro, ve. - Luca sonrió de vuelta y se dirigió a la habitación.
A ver... ¿De verdad iba a despertar a Alberto? Bueno, tampoco tenía por qué, podía simplemente... Verle y ya estaba. Respiró hondo y soltó el aire por la boca lentamente. Ahora en serio, ¿por qué estaba tan nervioso? Si estaba molesto con él, entrar y despertarle quizás no fuera la mejor opción... Aunque también querían aparentar normalidad, ¿no? O sea, como estaban, normales... En ese caso... El Luca normal le habría ido a buscar aunque estuviera durmiendo, así que... Entró en la habitación y, efectivamente, allí estaba, tumbado en su cama. Parecía más alto de como le recordaba y eso le sacó una sonrisa un poco estúpida. Seguramente él también hubiera cambiado en esos tres años. Se acercó sigilosamente y... Se sentó en el borde de la cama, sin pensarlo mucho, y se quedó mirándole. Sonrió un poco. Siempre le había gustado verle dormir, se le veía tan... Ah, mierda, lo había despertado.
Hizo una muequecita con la boca, porque no parecía muy contento, pero también parecía haberle confundido con la chica. Fue a levantarse, pero el otro abrió los ojos y le pilló antes de que se pudiera escabullir. Afortunadamente, Alberto, su Alberto, reaccionó como su Alberto hubiera reaccionado tres años atrás, como siempre. Eso le sacó una genuina sonrisa. - Piacere, Girolamo Trombetta. - Respondió, y luego rio a su comentario. - Ni yo que estuvieras dormido cuando llegaras. ¿Qué formas son estas de recibirme? - Bromeó. Flexionó un poco la rodilla y le miró, abriendo mucho los ojos, como cuando era niño. - Tengo un montón de cosas que contarte. No podía esperar para verte. - Uy, eso último se le había escapado y... Antes se lo decía mucho, pero ahora... Sonaba... Tragó saliva, bajó la mirada y sonrió, ligeramente ruborizado. - Eemm... ¿Cómo estás? - Vaya. Qué manera de conversar fluidamente. - Quería decir que... Me hubiera gustado verte antes. Han sido... Años movidos. - Ah, a la porra. Temía que Alberto no quisiera ser su amigo nunca más, así que, ¿por qué no decírselo directamente? Alzó la mirada y se sinceró. - Te he echado de menos. -
Pues no, no era la primera vez que lo veía, pero sí hacía bastante tiempo desde la última. Se habían escrito muchas cartas, pero no era lo mismo que verle y... Le echaba de menos. Se preguntaba si Alberto sentía lo mismo que él. Lo de echarle de menos, quería decir. En estos años no se habían visto, era consciente de que había sido culpa suya, entre los estudios y estar con su familia había estado muy ocupado... Y había dejado abandonado a su amigo. Quizás ahora, después de tanto tiempo, los recuerdos que compartían no fueran más que eso, recuerdos y poco más. Que él tuviera otros amigos. Otras... Personas, que le hicieran sentir mejor que él, que no le abandonaran al menos. Tragó saliva. En fin, le esperaba todo un verano por delante en Portorosso y no ganaba nada empezándolo con tantas inseguridades, aunque no dejara de jugar con los dedos de sus manos y de morderse los labios.
Tenía que reconocer que le había buscado en el andén. Sonrió con tristeza y avanzó, claramente se había equivocado, porque Giulia había bajado muy diligente del tren y había emprendido camino hacia el centro del pueblo, con la seguridad de que nadie iría a recogerles. Ya, si era lo normal, pensar que no irían a recogerles. Era solo que... En fin, que no podía empezar así el verano, lo dicho. - ¡Papá! - Bramó la chica nada más cruzar la puerta de la casa, lanzándose encima del hombre. Aun teniendo solo un brazo era lo suficientemente fuerte como para levantarla del suelo, que Giulia tampoco es como que abultara demasiado. Rio ante la escena, aunque Machiaveli le dio su correspondiente susto al poco de entrar. - Si no ha mordido ya a Alberto, dudo que te haga nada a ti. - Comentó el hombre, con ese extraño humor tan suyo. - Bienvenido de vuelta, hijo. - Mil gracias, Massimo. - El hombre había insistido en que, si no le llamaba por el nombre de pila después de todo lo vivido, lo tiraría al mar y no lo dejaría volver, así que más le valía hacerle caso.
- ¿Dónde está ese penco de Alberto? ¡No me digas que está dormido! - Preguntó Giulia, socarrona y jovial. Massimo rio entre dientes. - Ha tenido una jornada dura y quería estar descansado para cuando vinierais. - La chica soltó una fuerte carcajada. - Pues ya estoy yo sacando la trompeta para despertarle como en los viejos tiempos. - Mejor voy yo. - Se adelantó él, poniéndose de pie. Ambos le miraron. - Si puedo. - El hombre sonrió. - Claro, ve. - Luca sonrió de vuelta y se dirigió a la habitación.
A ver... ¿De verdad iba a despertar a Alberto? Bueno, tampoco tenía por qué, podía simplemente... Verle y ya estaba. Respiró hondo y soltó el aire por la boca lentamente. Ahora en serio, ¿por qué estaba tan nervioso? Si estaba molesto con él, entrar y despertarle quizás no fuera la mejor opción... Aunque también querían aparentar normalidad, ¿no? O sea, como estaban, normales... En ese caso... El Luca normal le habría ido a buscar aunque estuviera durmiendo, así que... Entró en la habitación y, efectivamente, allí estaba, tumbado en su cama. Parecía más alto de como le recordaba y eso le sacó una sonrisa un poco estúpida. Seguramente él también hubiera cambiado en esos tres años. Se acercó sigilosamente y... Se sentó en el borde de la cama, sin pensarlo mucho, y se quedó mirándole. Sonrió un poco. Siempre le había gustado verle dormir, se le veía tan... Ah, mierda, lo había despertado.
Hizo una muequecita con la boca, porque no parecía muy contento, pero también parecía haberle confundido con la chica. Fue a levantarse, pero el otro abrió los ojos y le pilló antes de que se pudiera escabullir. Afortunadamente, Alberto, su Alberto, reaccionó como su Alberto hubiera reaccionado tres años atrás, como siempre. Eso le sacó una genuina sonrisa. - Piacere, Girolamo Trombetta. - Respondió, y luego rio a su comentario. - Ni yo que estuvieras dormido cuando llegaras. ¿Qué formas son estas de recibirme? - Bromeó. Flexionó un poco la rodilla y le miró, abriendo mucho los ojos, como cuando era niño. - Tengo un montón de cosas que contarte. No podía esperar para verte. - Uy, eso último se le había escapado y... Antes se lo decía mucho, pero ahora... Sonaba... Tragó saliva, bajó la mirada y sonrió, ligeramente ruborizado. - Eemm... ¿Cómo estás? - Vaya. Qué manera de conversar fluidamente. - Quería decir que... Me hubiera gustado verte antes. Han sido... Años movidos. - Ah, a la porra. Temía que Alberto no quisiera ser su amigo nunca más, así que, ¿por qué no decírselo directamente? Alzó la mirada y se sinceró. - Te he echado de menos. -
CAPÍTULO 1 — 20 de junio —Con Alberto
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Luca siguió el saludo como si fuera el primer día. Era como si volviera a tenerlo delante en su isla, recién salido del agua, sin tener ni idea de cómo seguirle el saludo siquiera. Aún podía contarle historias y soñar juntos. Ahora sería Luca quien le enseñaría cosas sin parar a él. Cosas útiles, no historias de las que él se inventaba… Mejor dejaba de darle vueltas, porque el chico acababa de llegar, era todo felicidad, y no iba a empezar aquel encuentro que tanto había ansiado con nubes sobre sus cabezas. Ladeó la sonrisa cuando el afeó lo de esperarle en la cama y deslizó su mano sobre el costado de Luca, haciéndole cosquillas. — Porque no todos somos señoritos de ciudad… — Subió las manos y le revolvió el pelo. — Con rizos perfectos… — Se puso a hacerle cosquillas y le dio la vuelta, tirándole sobre la cama entre risas. — Algunos tenemos que levantarnos antes que el sol a trabajar. — A pesar de las risas, no quería tampoco… Avasallar a Luca, así que se quitó de encima lentamente, haciéndole sitio en la cama.
Le miró con media sonrisa y asintió. — Estoy bien. Ya te lo he dicho en las cartas, aunque no estén muy bien escritas. — Alberto, íbamos a dejar el temita intelectual de lado, se dijo a sí mismo, regañándose. — Es que la vida en Porto Rosso es… Pues ya lo sabes. Pero eh, tengo cosas preparadas para ti. — Inspiró y le rozó el brazo brevemente. — Te dije que te esperaría aquí… Y quiero que te arrepientas todos los días que estés en tu ciudad de humanos fantásticos y estilosos de no estar aquí conmigo. — Igual eso era demasiado intenso. — Y con Machiavelli, y Giulia, y tu padre y tu madre… — Rio y negó con la cabeza. No veas si se liaban hablando, parecían idiotas. Quizá es que ya no eran tan pequeños y la vida no era el agua o Porto Rosso.
Cuando dijo que le había echado de menos, ya sí que se dejó de tonterías y tiró de él a la cama, cayendo los dos el uno al lado del otro, mirándose, como hacían cuando aún dormían en la casa del árbol de su hermana. — Yo también te he echado de menos. Adoro este pueblo, pero… Cuando tú estás es diferente, Luca… — Subió la mano, un poco inconscientemente, hacia su mejilla. — ¿También… Es diferente Génova porque yo no estoy ahí? — Había bajado la voz al decir eso, y estaban medio a oscuras, y en su cuarto, y puede que hubiera imaginado esa situación más de una vez… Pero ya se encargó Giulia de disipar sus dudas. — ¡PERO BUENO! ¡SI ES MI HERMANITO QUE YA ESTÁ DESPIERTO! — Llegó y se tiró en medio de ellos dos en la cama, dándole muchos besos a Alberto haciéndole reír. — Por Luca si te despiertas pero por mí no, eh… ¡Descastado! ¡Ten hermanos para esto! — A todo esto, no paraba de hacerle cosquillas y él de reírse, y la cama estaba demasiado ocupada y un poco en precario equilibrio. Le dio la vuelta a la chica y cayó a plomo sobre ella y Luca. — En la ciudad no os enseñan a defenderos como Dios manda de los ataques, pijitos. — Ah sí, ahora sí podía decir que iba a ser un gran verano, si allí estaban los tres, haciendo todo aquello.
Le miró con media sonrisa y asintió. — Estoy bien. Ya te lo he dicho en las cartas, aunque no estén muy bien escritas. — Alberto, íbamos a dejar el temita intelectual de lado, se dijo a sí mismo, regañándose. — Es que la vida en Porto Rosso es… Pues ya lo sabes. Pero eh, tengo cosas preparadas para ti. — Inspiró y le rozó el brazo brevemente. — Te dije que te esperaría aquí… Y quiero que te arrepientas todos los días que estés en tu ciudad de humanos fantásticos y estilosos de no estar aquí conmigo. — Igual eso era demasiado intenso. — Y con Machiavelli, y Giulia, y tu padre y tu madre… — Rio y negó con la cabeza. No veas si se liaban hablando, parecían idiotas. Quizá es que ya no eran tan pequeños y la vida no era el agua o Porto Rosso.
Cuando dijo que le había echado de menos, ya sí que se dejó de tonterías y tiró de él a la cama, cayendo los dos el uno al lado del otro, mirándose, como hacían cuando aún dormían en la casa del árbol de su hermana. — Yo también te he echado de menos. Adoro este pueblo, pero… Cuando tú estás es diferente, Luca… — Subió la mano, un poco inconscientemente, hacia su mejilla. — ¿También… Es diferente Génova porque yo no estoy ahí? — Había bajado la voz al decir eso, y estaban medio a oscuras, y en su cuarto, y puede que hubiera imaginado esa situación más de una vez… Pero ya se encargó Giulia de disipar sus dudas. — ¡PERO BUENO! ¡SI ES MI HERMANITO QUE YA ESTÁ DESPIERTO! — Llegó y se tiró en medio de ellos dos en la cama, dándole muchos besos a Alberto haciéndole reír. — Por Luca si te despiertas pero por mí no, eh… ¡Descastado! ¡Ten hermanos para esto! — A todo esto, no paraba de hacerle cosquillas y él de reírse, y la cama estaba demasiado ocupada y un poco en precario equilibrio. Le dio la vuelta a la chica y cayó a plomo sobre ella y Luca. — En la ciudad no os enseñan a defenderos como Dios manda de los ataques, pijitos. — Ah sí, ahora sí podía decir que iba a ser un gran verano, si allí estaban los tres, haciendo todo aquello.
CAPíTULO 1 — 20 de junio —Con Luca
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Il cuore mio non dorme mai
Ma stare con te finirà che mi darà alla testa
Soltó una carcajada cristalina, revolviéndose cuando le hizo cosquillas, aunque no se movió de su sitio. No al menos hasta que le despistó al tocarle los rizos y aprovechó que se le bajaron las defensas para tirarle en la cama. - ¡Ah! ¡Alberto! - Se quejó entre risas, revolviéndose por las cosquillas. - ¡No seas quejica! ¡Yo también madrugo! - No tanto, obviamente, pero se la tenía que devolver mientras se seguía riendo. Pudo recuperar un poco el resuello cuando el chico paró y le dejó su espacio. Se encogió de hombros, mirándole con una sonrisita. - Sí están bien escritas, lo suficiente como para... Saber cómo te encuentras. - Le encantaba recibir cartas de Alberto. Y, sí, tenían alguna que otra faltilla de ortografía o letra difícil de leer, pero... Él le entendía. Ellos se entendían siempre, o al menos así había sido hasta antes de pasar tanto tiempo sin verse, y en sus cartas.
Abrió los ojos y dibujó una iluminada e ilusionada sonrisa. ¿Tenía cosas para él? Pues ya estaba muerto de curiosidad por saber cuáles. Lo que volvió a despistarle ligeramente fue el roce en su brazo. Miró al lugar de soslayo, sin perder la sonrisilla, aunque esta era más ligera y menos infantil que la anterior, y luego le miró a él. Se sentía las mejillas un poco sonrosadas por lo que le había dicho, pero bueno, tampoco eso era raro en él. Era bastante blanquito, se le notaba el rojo en seguida. - Ya me... - Fue a contestar, pero se detuvo, porque quizás eso sonaba raro. Y falso, porque a ver, arrepentirse no se arrepentía, no era ese el verbo exacto. Era más bien... Que ojalá pudiera estar todo en el mismo sitio. Su colegio, o su universidad para el caso del año que viene, y... Todo lo que Portorosso tenía. Alberto... Y, sí, Giulia, Machiavelli, Massimo, sus padres... - Tampoco son tan fantásticos y estilosos. - Dijo entre risas, lo cual al menos desviaba ligeramente el hecho de que se había quedado cortado a mitad de la frase. Hizo una posturita cómica y dijo. - No son como Ercole. - Se burló, echándose a reír con su amigo. Nunca iban a dejar de burlarse de ese idiota de Ercole que casi les hace la vida imposible nada más llegar allí.
Se le cortó la risa cuando su amigo le lanzó al colchón otra vez, y esta vez, no había bromita que disimulara esa intensidad. Se quedó mirándole mientras le hablaba. Le gustaban sus ojos verdes y su desparpajo, y ese tupé que siempre llevaba despeinado y que cada vez parecía más alto. Sonrió, y podría jurar que se había ruborizado otra vez. - Ah ¿sí? - Preguntó con timidez, como si le pillara por sorpresa que Alberto le dijera que el pueblo se veía diferente sin él. Bajó un poco los párpados. - Génova es... Muy diferente a esto. Y sí... En parte es... Porque tú no estás. - Volvió a mirarle a los ojos. - Si quisieras... Venir... - Empezó, pero no se atrevía a continuar. Otras veces que le había sugerido a Alberto ir con él, ir al colegio y estudiar, vivir en la ciudad, le había dado la sensación de que se había puesto a la defensiva, como si... A Luca no le gustara el Alberto real y quisiera ver en él a uno de esos estirados como él le llamaba. No era para nada eso, era más bien... Que quería tenerle a su lado. Pero a ver cómo decía eso sin espantarle en el proceso.
Giulia les cayó encima con esa nula delicadeza natural en ella, haciéndoles reír y sacándole un poco del embotamiento, lo cual le vino bien. Quizás no se había espabilado del todo, porque antes de que pudiera reaccionar, Alberto cayó sobre Giulia y él y empezó a atacarles de nuevo con cosquillas. - ¡Ah! ¡Socorro! - Dijo entre risas, casi sin aire de tanto reír por las cosquillas. - ¡Bruto, que eres un bruto, te vas a enterar! - Gritó Giulia. - ¡Luca! ¡Somos dos contra uno! - ¡A por él! - Y, entre los dos, le dieron la vuelta a Alberto y devolvieron el ataque. Seguían peleándose a cosquillas cuando el señor Marcovaldo entró en la habitación. - ¿Quién quiere spaghetti al pesto? - ¡Yo! - Saltó la chica automáticamente, pegando tal salto de la cama y cayendo al suelo de pie que dejó a Alberto y Luca prácticamente en el aire. El hombre rio entre dientes. - Pues vamos, que ya está en la mesa. - ¡Yuhu! - La chica salió como un rayo, adelantando a su padre.
Luca, que aún recuperaba el aliento, se puso de pie como pudo y le tendió la mano a Alberto para ayudarle a levantarse. - Venga, que tú estarás muy acostumbrado, pero yo no como esto desde hace años y buf, me muero de ganas. - Solo de recordarlo le rugía el estómago. Se sentaron a la mesa, él junto a Alberto en su sitio de siempre, y en frente de Giulia. Se comió casi medio plato de una sentada. - Está impresionante, Massimo. Santo boquerón, cuánto lo he echado de menos. - El hombre volvió a reír, con esa carcajada profunda de garganta, sin abrir los labios. - Sigues siendo el mismo que cuando llegaste el primer día, ¿eh, Luca? - Es que es venir aquí y acordarse de ciertas cosillas. - Le dijo Giulia con tonillo travieso y una sonrisita, mirando de reojo a Alberto. Luca negó y siguió comiendo, aunque sonriendo... Y mirando a su amigo de reojo también. Sí, estar allí le sentaba bien.
Abrió los ojos y dibujó una iluminada e ilusionada sonrisa. ¿Tenía cosas para él? Pues ya estaba muerto de curiosidad por saber cuáles. Lo que volvió a despistarle ligeramente fue el roce en su brazo. Miró al lugar de soslayo, sin perder la sonrisilla, aunque esta era más ligera y menos infantil que la anterior, y luego le miró a él. Se sentía las mejillas un poco sonrosadas por lo que le había dicho, pero bueno, tampoco eso era raro en él. Era bastante blanquito, se le notaba el rojo en seguida. - Ya me... - Fue a contestar, pero se detuvo, porque quizás eso sonaba raro. Y falso, porque a ver, arrepentirse no se arrepentía, no era ese el verbo exacto. Era más bien... Que ojalá pudiera estar todo en el mismo sitio. Su colegio, o su universidad para el caso del año que viene, y... Todo lo que Portorosso tenía. Alberto... Y, sí, Giulia, Machiavelli, Massimo, sus padres... - Tampoco son tan fantásticos y estilosos. - Dijo entre risas, lo cual al menos desviaba ligeramente el hecho de que se había quedado cortado a mitad de la frase. Hizo una posturita cómica y dijo. - No son como Ercole. - Se burló, echándose a reír con su amigo. Nunca iban a dejar de burlarse de ese idiota de Ercole que casi les hace la vida imposible nada más llegar allí.
Se le cortó la risa cuando su amigo le lanzó al colchón otra vez, y esta vez, no había bromita que disimulara esa intensidad. Se quedó mirándole mientras le hablaba. Le gustaban sus ojos verdes y su desparpajo, y ese tupé que siempre llevaba despeinado y que cada vez parecía más alto. Sonrió, y podría jurar que se había ruborizado otra vez. - Ah ¿sí? - Preguntó con timidez, como si le pillara por sorpresa que Alberto le dijera que el pueblo se veía diferente sin él. Bajó un poco los párpados. - Génova es... Muy diferente a esto. Y sí... En parte es... Porque tú no estás. - Volvió a mirarle a los ojos. - Si quisieras... Venir... - Empezó, pero no se atrevía a continuar. Otras veces que le había sugerido a Alberto ir con él, ir al colegio y estudiar, vivir en la ciudad, le había dado la sensación de que se había puesto a la defensiva, como si... A Luca no le gustara el Alberto real y quisiera ver en él a uno de esos estirados como él le llamaba. No era para nada eso, era más bien... Que quería tenerle a su lado. Pero a ver cómo decía eso sin espantarle en el proceso.
Giulia les cayó encima con esa nula delicadeza natural en ella, haciéndoles reír y sacándole un poco del embotamiento, lo cual le vino bien. Quizás no se había espabilado del todo, porque antes de que pudiera reaccionar, Alberto cayó sobre Giulia y él y empezó a atacarles de nuevo con cosquillas. - ¡Ah! ¡Socorro! - Dijo entre risas, casi sin aire de tanto reír por las cosquillas. - ¡Bruto, que eres un bruto, te vas a enterar! - Gritó Giulia. - ¡Luca! ¡Somos dos contra uno! - ¡A por él! - Y, entre los dos, le dieron la vuelta a Alberto y devolvieron el ataque. Seguían peleándose a cosquillas cuando el señor Marcovaldo entró en la habitación. - ¿Quién quiere spaghetti al pesto? - ¡Yo! - Saltó la chica automáticamente, pegando tal salto de la cama y cayendo al suelo de pie que dejó a Alberto y Luca prácticamente en el aire. El hombre rio entre dientes. - Pues vamos, que ya está en la mesa. - ¡Yuhu! - La chica salió como un rayo, adelantando a su padre.
Luca, que aún recuperaba el aliento, se puso de pie como pudo y le tendió la mano a Alberto para ayudarle a levantarse. - Venga, que tú estarás muy acostumbrado, pero yo no como esto desde hace años y buf, me muero de ganas. - Solo de recordarlo le rugía el estómago. Se sentaron a la mesa, él junto a Alberto en su sitio de siempre, y en frente de Giulia. Se comió casi medio plato de una sentada. - Está impresionante, Massimo. Santo boquerón, cuánto lo he echado de menos. - El hombre volvió a reír, con esa carcajada profunda de garganta, sin abrir los labios. - Sigues siendo el mismo que cuando llegaste el primer día, ¿eh, Luca? - Es que es venir aquí y acordarse de ciertas cosillas. - Le dijo Giulia con tonillo travieso y una sonrisita, mirando de reojo a Alberto. Luca negó y siguió comiendo, aunque sonriendo... Y mirando a su amigo de reojo también. Sí, estar allí le sentaba bien.
CAPÍTULO 1 — 20 de junio —Con Alberto
XIII
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Se rio de lo de Ercole. — Ese pobre besugo no es ni una cosa ni la otra. Es un paleta que solo se cree especial por ser el rico del pueblo. Si viviera en tu gran ciudad, no sería ni un pobre placton. — No, encima eso, se quedaba solo y de las pocas compañías que habían eran Ercole y sus secuaces. Vamos, que al final estaba la mayor parte del tiempo solo con Massimo y su silencio y Machiavelli cuando tenía ganas de mimos.
Pero ahora tenía a su amigo allí, sobre el colchón mirándole… Oh, había cosas que se le cruzaban por la cabeza al ver aquellos ojos tan expresivos brillando… Sonrió cuando le dijo que era porque él no estaba, pero luego se apartó y se tumbó a su lado. No le gustaba aquel tema. — Alberto pertenece a Porto Rosso, Luca… ¿Qué voy a hacer yo en otra parte? Puedo ir y venir pero… No sé hacer otra cosa que estar aquí. — Esa era la verdad, y si Luca no le quería así… Bueno, simplemente se quedarían como ahora, viéndose cuando se pudiera y… Ya está.
Para aliviar la tensión y hacer el loco, siempre se podía contar con Giulia. — ¡No! ¡Estaos quietos! ¡Porca misseria! ¡Sois unos tramposos, niños finos de ciudad! — Rio, tratando de escabullirse de las manos de ambos, con los tres haciendo el bruto en la cama hasta que vino Massimo y Giulia, tan rápido como había llegado, bajó. Qué llena de energía estaba siempre. Él se incorporó y le tendió la mano a Luca para levantarse. — ¿Ves? Aquí las cosas no cambian nunca. — Ni siquiera Alberto. No podía evitar ese cariño, esa fijación por Luca… Dijera él lo que dijese, Alberto no cambiaría, no podría. — Y los spaghetti de Massimo es una de esas cosas que solo mejora cada vez que la pruebas. — Dijo con media sonrisa chulesca, antes de bajar.
Se sentaron a la mesa, y Machiavelli se encaramó a su regazo, como había tomado la costumbre de hacer, y cualquiera se lo impedía. Se dedicó a simplemente mantener una sonrisilla mientras los demás hablaban y miró de reojo a Giulia. ¿Había querido decir…? Bueno, no habría querido decir nada, si Giulia iba loca por la vida y no pensaba mucho las cosas. — Alberto tiene una sorpresa para vosotros. — Soltó Massimo sin más. Había que fastidiarse, no hablaba nunca y ahora… Sentía los ojos de su hermana y su amigo sobre él. — Bueno… Ehm… Es una chorrada, pero vamos a acabar de comer y… — ¡SI HOMBRE! ¿Dónde está? ¿A que la busco por toda la casa? — Alberto carraspeó incómodo. — Bueno está... Ehm… — Suspiró y cogió con delicadeza a Machiavelli para que no le clavara las uñas al asustarse porque se estaba levantando. — Venid, anda… —
Salieron al patio y les condujo a donde estaban las tres bicis que llevaba todo el año montando. La de Giulia estaba lacada de rojo, nuevecita, con el sillín cambiado también y un gran foco. La de Luca era azul y tenía conchitas pegadas, y la suya un letrerito de vespa tras el sillín, además del color verde menta característico de las mismas. — Las he arreglado y dejado a punto para que podamos usarlas este verano todo lo que queramos… — ¡QUÉ DICES! ¡PERO QUÉ CHULADA! ¡QUÉ HERMANO MÁS APAÑADO TENGO! — Chilló la chica, encaramándose a él y casi tirándole, mientras él intentaba buscar los ojos de Luca. — Y ahora, el tiramisú y el espresso. — Sentenció Massimo desde la puerta, con su tono habitual.
Pero ahora tenía a su amigo allí, sobre el colchón mirándole… Oh, había cosas que se le cruzaban por la cabeza al ver aquellos ojos tan expresivos brillando… Sonrió cuando le dijo que era porque él no estaba, pero luego se apartó y se tumbó a su lado. No le gustaba aquel tema. — Alberto pertenece a Porto Rosso, Luca… ¿Qué voy a hacer yo en otra parte? Puedo ir y venir pero… No sé hacer otra cosa que estar aquí. — Esa era la verdad, y si Luca no le quería así… Bueno, simplemente se quedarían como ahora, viéndose cuando se pudiera y… Ya está.
Para aliviar la tensión y hacer el loco, siempre se podía contar con Giulia. — ¡No! ¡Estaos quietos! ¡Porca misseria! ¡Sois unos tramposos, niños finos de ciudad! — Rio, tratando de escabullirse de las manos de ambos, con los tres haciendo el bruto en la cama hasta que vino Massimo y Giulia, tan rápido como había llegado, bajó. Qué llena de energía estaba siempre. Él se incorporó y le tendió la mano a Luca para levantarse. — ¿Ves? Aquí las cosas no cambian nunca. — Ni siquiera Alberto. No podía evitar ese cariño, esa fijación por Luca… Dijera él lo que dijese, Alberto no cambiaría, no podría. — Y los spaghetti de Massimo es una de esas cosas que solo mejora cada vez que la pruebas. — Dijo con media sonrisa chulesca, antes de bajar.
Se sentaron a la mesa, y Machiavelli se encaramó a su regazo, como había tomado la costumbre de hacer, y cualquiera se lo impedía. Se dedicó a simplemente mantener una sonrisilla mientras los demás hablaban y miró de reojo a Giulia. ¿Había querido decir…? Bueno, no habría querido decir nada, si Giulia iba loca por la vida y no pensaba mucho las cosas. — Alberto tiene una sorpresa para vosotros. — Soltó Massimo sin más. Había que fastidiarse, no hablaba nunca y ahora… Sentía los ojos de su hermana y su amigo sobre él. — Bueno… Ehm… Es una chorrada, pero vamos a acabar de comer y… — ¡SI HOMBRE! ¿Dónde está? ¿A que la busco por toda la casa? — Alberto carraspeó incómodo. — Bueno está... Ehm… — Suspiró y cogió con delicadeza a Machiavelli para que no le clavara las uñas al asustarse porque se estaba levantando. — Venid, anda… —
Salieron al patio y les condujo a donde estaban las tres bicis que llevaba todo el año montando. La de Giulia estaba lacada de rojo, nuevecita, con el sillín cambiado también y un gran foco. La de Luca era azul y tenía conchitas pegadas, y la suya un letrerito de vespa tras el sillín, además del color verde menta característico de las mismas. — Las he arreglado y dejado a punto para que podamos usarlas este verano todo lo que queramos… — ¡QUÉ DICES! ¡PERO QUÉ CHULADA! ¡QUÉ HERMANO MÁS APAÑADO TENGO! — Chilló la chica, encaramándose a él y casi tirándole, mientras él intentaba buscar los ojos de Luca. — Y ahora, el tiramisú y el espresso. — Sentenció Massimo desde la puerta, con su tono habitual.
CAPíTULO 1 — 20 de junio —Con Luca
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Desde luego, los spaghetti de Massimo solo mejoraban a medida que los comías, en eso Alberto tenía totalmente la razón... En eso... ¿Y en lo demás? ¿Realmente él pertenecía únicamente a Porto Rosso? A Luca le gustaba pertenecer a cuantos más sitios, mejor. Luca era el que pensaba que solo pertenecía al mar, y Alberto quien le enseñó que podía pertenecer a más de un sitio. Al mar y a la tierra. Alberto fue quien le animó a pertenecer también a Génova. Alberto era el que quería recorrer el mundo... con él... Sueños infantiles, al parecer, como cuando pensaban que las vespas volaban. Qué tontos, pensó con una sonrisa, mientras terminaba el plato. Sí... eran muy tontos... pero eran tan felices...
Abrió mucho los ojos y miró a todos los presentes conforme hablaban cuando Massimo destapó que Alberto tenía una sorpresa para ellos. Ya notaba el cosquilleo en el estómago y esa sensación tan agradable en el corazón, mientras miraba a su amigo con ojos brillantes. Se levantó de un golpe, solo mirándole a él y pensando qué podía ser esa sorpresa, pero dio un leve sobresalto al toparse a Machiavelli en el suelo ante él. Ah, ese maldito gato siempre le gruñía, daba igual que oliera a colonia o a su olor natural, el cual claramente confundía con pescado. Pasó por su lado de puntillas, con una muequecita que parecía rogar por su vida, hasta que se pudo poner a la altura de los otros dos y salir, ileso.
Nada más salió y las vio, se quedó clavado en el sitio, con los ojos y la boca muy abiertos. Escuchó las palabras de Alberto sin quitar los ojos de las bicis... Bueno, puede que le mirara a él un segundo con profunda admiración, hasta volver a mirar las bicis. Giulia reaccionó más rápida, por supuesto. Ni siquiera escuchó al pobre Massimo, solo podía mirar a Alberto, y cuando la chica le soltó, dijo con voz emocionada. - ¿De verdad has hecho esto tú? - Le brillaban los ojos y ya le asomaba la sonrisa hasta con la boca abierta. - ¡Es increíble, Alberto! - Se dirigió a su bici y la miró con cariño. - Le has puesto conchitas... - Miró la del otro. - Una vespa... - Le miró a él, con la ilusión brillando en sus ojos. - Me encanta. - Apenas duró un segundo el silencio, en el que solo miraba a Alberto, pero pareció pararse el tiempo, hacerse muy largo. Al menos lo suficientemente largo como para que Giulia lo rompiera. - Bueno, yo voy a por el tiramisú. - Dijo cantarina y, por supuesto, con ese tono que ponía cuando quería tirar OTRO tirito.
Se quedó en silencio y sonriendo, admirando su bici con cara de bobo. - Me encanta. - Musitó. Luego miró a Alberto. - De haber tenido unas tan guais cuando nos conocimos... - Rio con un par de carcajadas mudas y emocionadas. - ¿Te acuerdas cuando pensábamos que las vespas vivían en el prado? - Rio con su amigo y, ya sí, se acercó a él. - Es... Es un gran trabajo. - Se lo pensó un segundo, pero... Ah, no aguantaba más. Le abrazó con cariño y se quedó ahí, simplemente en silencio, cerrando los ojos. Alberto pertenece a Porto Rosso, Luca… ¿Qué voy a hacer yo en otra parte? Sus palabras resonaban en su cabeza y hacían que su sonrisa se perdiera... Pero no, no podía hacer eso, así que volvió a pensar en las bicis, y con ello volvió la sonrisa. - Te he echado mucho de menos. - Dijo en voz baja, aún abrazado al otro, en una frase que le salió directamente del corazón, con total sinceridad. ¿Se lo había dicho ya desde que llegó? No lo recordaba, pero... Bueno. Quería que lo supiera. Que había echado de menos a ese Alberto. El Alberto con el que podría surcar el cielo en bicicleta.
Abrió mucho los ojos y miró a todos los presentes conforme hablaban cuando Massimo destapó que Alberto tenía una sorpresa para ellos. Ya notaba el cosquilleo en el estómago y esa sensación tan agradable en el corazón, mientras miraba a su amigo con ojos brillantes. Se levantó de un golpe, solo mirándole a él y pensando qué podía ser esa sorpresa, pero dio un leve sobresalto al toparse a Machiavelli en el suelo ante él. Ah, ese maldito gato siempre le gruñía, daba igual que oliera a colonia o a su olor natural, el cual claramente confundía con pescado. Pasó por su lado de puntillas, con una muequecita que parecía rogar por su vida, hasta que se pudo poner a la altura de los otros dos y salir, ileso.
Nada más salió y las vio, se quedó clavado en el sitio, con los ojos y la boca muy abiertos. Escuchó las palabras de Alberto sin quitar los ojos de las bicis... Bueno, puede que le mirara a él un segundo con profunda admiración, hasta volver a mirar las bicis. Giulia reaccionó más rápida, por supuesto. Ni siquiera escuchó al pobre Massimo, solo podía mirar a Alberto, y cuando la chica le soltó, dijo con voz emocionada. - ¿De verdad has hecho esto tú? - Le brillaban los ojos y ya le asomaba la sonrisa hasta con la boca abierta. - ¡Es increíble, Alberto! - Se dirigió a su bici y la miró con cariño. - Le has puesto conchitas... - Miró la del otro. - Una vespa... - Le miró a él, con la ilusión brillando en sus ojos. - Me encanta. - Apenas duró un segundo el silencio, en el que solo miraba a Alberto, pero pareció pararse el tiempo, hacerse muy largo. Al menos lo suficientemente largo como para que Giulia lo rompiera. - Bueno, yo voy a por el tiramisú. - Dijo cantarina y, por supuesto, con ese tono que ponía cuando quería tirar OTRO tirito.
Se quedó en silencio y sonriendo, admirando su bici con cara de bobo. - Me encanta. - Musitó. Luego miró a Alberto. - De haber tenido unas tan guais cuando nos conocimos... - Rio con un par de carcajadas mudas y emocionadas. - ¿Te acuerdas cuando pensábamos que las vespas vivían en el prado? - Rio con su amigo y, ya sí, se acercó a él. - Es... Es un gran trabajo. - Se lo pensó un segundo, pero... Ah, no aguantaba más. Le abrazó con cariño y se quedó ahí, simplemente en silencio, cerrando los ojos. Alberto pertenece a Porto Rosso, Luca… ¿Qué voy a hacer yo en otra parte? Sus palabras resonaban en su cabeza y hacían que su sonrisa se perdiera... Pero no, no podía hacer eso, así que volvió a pensar en las bicis, y con ello volvió la sonrisa. - Te he echado mucho de menos. - Dijo en voz baja, aún abrazado al otro, en una frase que le salió directamente del corazón, con total sinceridad. ¿Se lo había dicho ya desde que llegó? No lo recordaba, pero... Bueno. Quería que lo supiera. Que había echado de menos a ese Alberto. El Alberto con el que podría surcar el cielo en bicicleta.
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Todo el trabajo de todo el año merecía la pena por ver aquella luz en los ojos de Luca, se perdería en aquella mirada de emoción. Tampoco es que tuviera mucho más que hacer mientras echaba el año en Portorosso. Se giró a su hermana, porque se veía venir su reacción. — Antes de que digas nada, Giulietta, sí, todo lo que le he puesto a la tuya es reglamentario para la triple carrera, si es que aún quieres presentarte. — ¡Pues claro que quiero! Papá ya me ha dicho que va a hacer grandes cantidades de pasta y he estado entrenando estómago, mente y cuerpo en Génova, ¡ya verás! ¿Aún sigue presentándose Ércole? — Alberto se encogió de hombros. No le apetecía hablar de ese precisamente. Pero, como hacía todo siempre Giulia, ya había cambiado el foco y se volvió adentro. POR FIN.
Se acercó lentamente, con las manos en los bolsillos y una leve sonrisa en el rostro. — Sabía que te iba a encantar. — Dijo todo chulesco. — Lo he hecho expresamente para ti — continuó ya más bajadito —, pero no podía dejar a Giulia sin otra, no habría quién la aguantara todo el verano. —Entornó los ojos y amplió la sonrisa, acercándose un poco más al oír aquella suposición. — ¿Te hubieras escapado a ver el mundo conmigo? — Rio y negó con la cabeza. — Luca, si fui yo quien te metió todas esas tonterías en la cabeza… No entiendo nada del mundo. — Se encogió de un hombro y sacó el labio. — Pero sí entiendo algo de bicis, sí. —
Y entonces, le sintió sobre él de golpe, y le rodeó por puro instinto, porque así debían estar, ese era su estado natural, ni el agua ni la tierra, juntos. Acarició su espalda y su costado y susurró, junto a su cuello. — Y yo a ti, Luca. Te he echado tanto de menos que no te haces una idea. — Sin dejar de rodearle, se separó un poco, para enfocar su mirada, clavándole los ojos. — Luca… ¿Quieres aprovechar y que vayamos a la playa? Aunque sea solo por recordar los viejos tiempos sin que Giulia nos salte encima veinte veces y Massimo intente matarte… Así… Estrenamos las bicis y… Nos contamos las cosas… Lo que nos tengamos que contar… — Había pasado tanto miedo de que Luca se hubiera enamorado de alguien en Genova… Era un temor real, y no es que hubiera definido nada, pero… Le rompía el corazón pensarlo. Pero no era eso lo que veía en los ojos del chico, y solo quería constatarlo con la intimidad que necesitaba. Solo que no se había enamorado. Solo que sentía algo por él, aunque fuera lo más mínimo que le diera esperanza.
Se acercó lentamente, con las manos en los bolsillos y una leve sonrisa en el rostro. — Sabía que te iba a encantar. — Dijo todo chulesco. — Lo he hecho expresamente para ti — continuó ya más bajadito —, pero no podía dejar a Giulia sin otra, no habría quién la aguantara todo el verano. —Entornó los ojos y amplió la sonrisa, acercándose un poco más al oír aquella suposición. — ¿Te hubieras escapado a ver el mundo conmigo? — Rio y negó con la cabeza. — Luca, si fui yo quien te metió todas esas tonterías en la cabeza… No entiendo nada del mundo. — Se encogió de un hombro y sacó el labio. — Pero sí entiendo algo de bicis, sí. —
Y entonces, le sintió sobre él de golpe, y le rodeó por puro instinto, porque así debían estar, ese era su estado natural, ni el agua ni la tierra, juntos. Acarició su espalda y su costado y susurró, junto a su cuello. — Y yo a ti, Luca. Te he echado tanto de menos que no te haces una idea. — Sin dejar de rodearle, se separó un poco, para enfocar su mirada, clavándole los ojos. — Luca… ¿Quieres aprovechar y que vayamos a la playa? Aunque sea solo por recordar los viejos tiempos sin que Giulia nos salte encima veinte veces y Massimo intente matarte… Así… Estrenamos las bicis y… Nos contamos las cosas… Lo que nos tengamos que contar… — Había pasado tanto miedo de que Luca se hubiera enamorado de alguien en Genova… Era un temor real, y no es que hubiera definido nada, pero… Le rompía el corazón pensarlo. Pero no era eso lo que veía en los ojos del chico, y solo quería constatarlo con la intimidad que necesitaba. Solo que no se había enamorado. Solo que sentía algo por él, aunque fuera lo más mínimo que le diera esperanza.
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Soltó por la boca el aire que parecía llevar un rato almacenando en el pecho. No es que pensara... que Alberto no le había echado de menos. Eran amigos, por supuesto que le echaría de menos, se lo pasaban muy bien juntos. Aunque... también era cierto que Alberto siempre estaba muy ocupado allí, ayudando a Massimo en la pesca y en todas sus tareas, y probablemente haciéndose amigo de la gente del pueblo, con ese don de gentes que tenía y su simpatía... Mientras Luca estudiaba. Dudaba que echara de menos una vida que ni había tenido nunca ni era su estilo para nada, y Luca iba unido a esa vida. Pero bueno... podían disfrutar juntos los veranos en Portorosso.
El otro le miró a los ojos, sin soltar del todo el abrazo, y su propuesta hizo a Luca ampliar una sonrisa iluminada. - ¡Claro! - Se separó con una breve risa y dijo. - Estoy deseando estrenar estas bicis. Y tengo un montón de cosas que contarte. - Se dirigió a esta y se montó. El rostro de Luca se iluminaba entero cuando cogía una bici, le traía tan buenos recuerdos. Miró a Alberto, con la mirada brillante y agradecida. Había sido... un regalo tan especial. Que ni siquiera tenía palabras para describir lo que significaba para él. - ¡Vamos! -
Mientras pedaleaba al lado del otro empezó a narrar que en el último año de instituto había aprendido más sobre los sistemas de poleas y cadenas y ahora podía darle un sentido mecánico no solo a las bicis sino a cualquier máquina, por lo que fue poniéndole la cabeza como un bombo a su amigo con un montón de datos tecnológicos que a su vez ramificaban en otra cosa, y otra cosa, y otra cosa. Llegaron a la playa, donde aparcaron las bicis en la misma arena y en esta se sentaron. - Es que en cuanto los hicieran compatibles con el agua, ¡se solucionaría! Robot pescador, ¿te imaginas? - Se echó a reír y puso las manos en la arena, reclinándose y aspirando la brisa del mar, cerrando los ojos al sol. - Echaba de menos esto... - Y sí, se refería a la arena, al mar, a la tranquilidad. Pero también a estar con él y hablarle sin parar, escuchando su risa y sus comentarios graciosos.
Tras reflexionar esto, tras dejarse empapar por el sol y por el sonido de las olas unos instantes, en silencio, abrió los ojos. Le miró, y por un segundo, su sonrisa tambaleó. - ¿De verdad lo dudas? - Con la emoción de la bici había dejado ese comentario ahí apartado, pero... en su cabeza seguía dando vueltas. - ¿Que quería recorrer el mundo contigo de verdad? - Que seguiría queriendo, de hecho. Por supuesto eso último no lo dijo, porque si lo anterior no lo tenía claro... - Para mí nunca fueron tonterías. - Ladeó una sonrisa tierna y se encogió de un hombro. - Y, bueno... siempre has sabido de la vida más que yo. Y en cuanto al mundo, antes no sabíamos nada ninguno de los dos, pero yo ahora... sé bastante. - Arqueó las cejas, divertido, y dijo. - Sé de robots. Y tú de bicis. ¿Cómo te suena una bici robot? - Rio. - Es broma... pero... - Frunció los labios en una sonrisilla y, bajando la mirada, dijo con voz más suave. - A mí me sigue encantando estar contigo... sea donde sea. -
El otro le miró a los ojos, sin soltar del todo el abrazo, y su propuesta hizo a Luca ampliar una sonrisa iluminada. - ¡Claro! - Se separó con una breve risa y dijo. - Estoy deseando estrenar estas bicis. Y tengo un montón de cosas que contarte. - Se dirigió a esta y se montó. El rostro de Luca se iluminaba entero cuando cogía una bici, le traía tan buenos recuerdos. Miró a Alberto, con la mirada brillante y agradecida. Había sido... un regalo tan especial. Que ni siquiera tenía palabras para describir lo que significaba para él. - ¡Vamos! -
Mientras pedaleaba al lado del otro empezó a narrar que en el último año de instituto había aprendido más sobre los sistemas de poleas y cadenas y ahora podía darle un sentido mecánico no solo a las bicis sino a cualquier máquina, por lo que fue poniéndole la cabeza como un bombo a su amigo con un montón de datos tecnológicos que a su vez ramificaban en otra cosa, y otra cosa, y otra cosa. Llegaron a la playa, donde aparcaron las bicis en la misma arena y en esta se sentaron. - Es que en cuanto los hicieran compatibles con el agua, ¡se solucionaría! Robot pescador, ¿te imaginas? - Se echó a reír y puso las manos en la arena, reclinándose y aspirando la brisa del mar, cerrando los ojos al sol. - Echaba de menos esto... - Y sí, se refería a la arena, al mar, a la tranquilidad. Pero también a estar con él y hablarle sin parar, escuchando su risa y sus comentarios graciosos.
Tras reflexionar esto, tras dejarse empapar por el sol y por el sonido de las olas unos instantes, en silencio, abrió los ojos. Le miró, y por un segundo, su sonrisa tambaleó. - ¿De verdad lo dudas? - Con la emoción de la bici había dejado ese comentario ahí apartado, pero... en su cabeza seguía dando vueltas. - ¿Que quería recorrer el mundo contigo de verdad? - Que seguiría queriendo, de hecho. Por supuesto eso último no lo dijo, porque si lo anterior no lo tenía claro... - Para mí nunca fueron tonterías. - Ladeó una sonrisa tierna y se encogió de un hombro. - Y, bueno... siempre has sabido de la vida más que yo. Y en cuanto al mundo, antes no sabíamos nada ninguno de los dos, pero yo ahora... sé bastante. - Arqueó las cejas, divertido, y dijo. - Sé de robots. Y tú de bicis. ¿Cómo te suena una bici robot? - Rio. - Es broma... pero... - Frunció los labios en una sonrisilla y, bajando la mirada, dijo con voz más suave. - A mí me sigue encantando estar contigo... sea donde sea. -
CAPÍTULO 1 — 20 de junio —Con Alberto
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Bueno, podía estar seguro de que a Luca le había gustado su regalo, y, sinceramente, si esperaban más para estrenarlo, Giulia se les encalomaría y no habría forma de quitársela de encima, así que ni se lo pensó antes de montarse en la bici. De camino a la playa, solo podía poner una sonrisa, una sonrisa amplísima al oír a Luca tan entusiasmado hablando de cosas que ni siquiera su mente hubiera podido imaginar, dándole sentido al mundo… De hecho… Ya no le necesitaba a él para darle sentido a las cosas, ahora lo hacía con informaciones de verdad y no con chifladuras salidas de la cabeza de Alberto. Rio un poco y ladeó la cabeza. — Pues como inventen un robot pescador, ya me puedo volver al agua, porque ya sí que no habría sitio para mí aquí. — Y lo había dicho de risas, pero… Era verdad. Si Massimo no le necesitaba de pescador, quien sabe si le seguiría manteniendo allí… A ver, se cuidaban y querían muchísimo, pero… En fin, no ganaba nada pensando en ello.
Bajaron a la arena y se dejó caer sobre ella. Empezaba a estar fresquita, y el atardecer anaranjado era genial… Aquel lugar siempre le hacía sonreír y dejar las cosas malas fuera, aunque solo fuera por el ratillo que estuviera allí. Y entonces esa pregunta, dicha por aquel chico que le desarmaba entero. Trató de poner su sonrisita habitual. — Bueno, quién sabe, no sé cómo son los chicos de ciudad, que no son peces y no pescan todo el día… Quizá esto te aburría, ¿tan descabellado es? Solo puedo ofrecer una bici y una playa. — Tragó saliva y le extendió la mano para que se tumbara junto a él. — Bueno, es que de momento no puedo ofrecerte el mundo. Solo esta playa. Y a mí, a mí siempre para ti. — Se inclinó hacia él y dejó el rostro muy cerca, mirándole a los ojos. — Quiero que me enseñes todo lo que sabes, aunque lo único que pueda ofrecerte yo sea una bici no robot. — Rozó su nariz un segundo, cariñosamente con la de él. — Y a mí me encanta estar contigo pero… No en todas partes, más bien donde podemos estar un poco más solos, hablando con tranquilidad y dejando los problemas atrás. — Bajó la mirada pero dejó la sonrisa. — ¿A ti te gusta estar solo conmigo? —
Bajaron a la arena y se dejó caer sobre ella. Empezaba a estar fresquita, y el atardecer anaranjado era genial… Aquel lugar siempre le hacía sonreír y dejar las cosas malas fuera, aunque solo fuera por el ratillo que estuviera allí. Y entonces esa pregunta, dicha por aquel chico que le desarmaba entero. Trató de poner su sonrisita habitual. — Bueno, quién sabe, no sé cómo son los chicos de ciudad, que no son peces y no pescan todo el día… Quizá esto te aburría, ¿tan descabellado es? Solo puedo ofrecer una bici y una playa. — Tragó saliva y le extendió la mano para que se tumbara junto a él. — Bueno, es que de momento no puedo ofrecerte el mundo. Solo esta playa. Y a mí, a mí siempre para ti. — Se inclinó hacia él y dejó el rostro muy cerca, mirándole a los ojos. — Quiero que me enseñes todo lo que sabes, aunque lo único que pueda ofrecerte yo sea una bici no robot. — Rozó su nariz un segundo, cariñosamente con la de él. — Y a mí me encanta estar contigo pero… No en todas partes, más bien donde podemos estar un poco más solos, hablando con tranquilidad y dejando los problemas atrás. — Bajó la mirada pero dejó la sonrisa. — ¿A ti te gusta estar solo conmigo? —
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Le miró, con las cejas arqueadas y una sonrisa divertida, y dijo. - Aburridos. - Rio, mirando al cielo, y ya habló más en serio. - No sé... Hay de todo. Hay mucho estirado, como Ercole, también hay chicos tímidos como yo, y hay otros más sociables, como Giulia... Bueno, no tan locos como Giulia. - Dijo entre risa. - Pero... no hay ningún Alberto Scorfano, eso seguro. - Dijo con una sonrisita tierna, tratando de sonar amistoso... en vez de como querría sonar, que era enamorado como un idiota. Por todos los tritones, ¿por qué le tenía que pasar eso a él? Alberto era un espíritu libre, y era su amigo. Un día iba a aparecer del brazo de una chica y se iba a pegar un palmo de narices. Suspiró para sí. De verdad que no había aprendido nada de lo que debería haber aprendido en su estancia en Génova...
Le miró, frunciendo el ceño. - ¿Bromeas? - Rio otra vez, pero luego se encogió de hombros. - Esto es... mi vida, Alberto, el inicio de mi vida. Mi infancia, mis mejores recuerdos. Quiero decir... soy un pez. - Rio de nuevo. - Y sí, también soy un chico que quiere saber más y más, conocer mundo. Pues como tú ¿no? El miedica era yo, el que me sacó al mundo fuiste tu. - Trataba de tener un tono distendido, a ver si eso relajaba a Alberto, porque de verdad que parecía preocupado de que fuera a aburrirse en Portorosso. - A mí me encanta estar en Génova, pero también me encanta estar aquí. Son... encantares distintos. - Dijo risueño. Esperaba que le relajara.
Se dejó tumbar y le miró mientras le decía esas cosas. ¿En serio, Alberto? ¿En serio siempre estarías para mí? ¿Aunque sea un universitario aburrido que pasa nueve meses al año en Génova? Tragó saliva, mirándole, escuchando sus palabras. El roce de su nariz mandó escalofríos por todo su cuerpo y le hizo cerrar los ojos, abriéndolos lentamente. Se sentía... tan tonto. A veces, cuando Alberto hacía esas cosas, se hacía ilusiones. Pensaba... que tanta cercanía, solo podía significar que... al menos, le atraía, aunque fuera un poquito ¿no? No haría esas cosas si no, los chicos solían ser bastante distantes entre sí cuando... Bueno, cuando solo le gustaban las chicas. Pero luego le veía tan libre, alocado y desenfadado, que oírle hablar de amor hacia él se le antojaba una utopía cuanto menos. Y no se veía capaz de... cruzar ciertas líneas con Alberto y, simplemente, dejarlo pasar. Su corazón no lo aguantaría. Para eso, prefería quedarse como estaba. No quería arriesgarse a romper lo que habían construido todos esos años, fuera lo que fuera.
- Sí. - Contestó sin pensar, en voz baja. - Mucho... - Demasiado íntimo, reconduce. Carraspeó, sacudió un poco la cabeza y sonrió de nuevo. - Lo que más, realmente. Eso ya lo sabes. - Enterneció la sonrisa. - Somos... distintos, Alberto. Has sido mi primer y mejor amigo desde siempre, gracias a ti... tengo lo que tengo y conozco el mundo. Y bueno, lo que somos, solo lo somos nosotros. O somos muy pocos así... Me siento más cómodo contigo que con las ancianitas que se pasean por la plaza comiendo helado. - Rio a carcajadas. - O las jugadoras de bingo compulsivas como mi abuela. - Rio un poco más, y cuando paró, dijo. - Lo que tú me enseñas no viene en los libros, Alberto... Nunca voy a dejar de aprender de ti. - Se removió un poco, apoyando el codo en la arena y la cabeza en su mano, y miró a Alberto, con una sonrisa tranquila y los ojos brillantes. - Dime, ¿qué quieres que te enseñe? Son muchas asignaturas. Tú me dirás de qué quieres hablar. -
Le miró, frunciendo el ceño. - ¿Bromeas? - Rio otra vez, pero luego se encogió de hombros. - Esto es... mi vida, Alberto, el inicio de mi vida. Mi infancia, mis mejores recuerdos. Quiero decir... soy un pez. - Rio de nuevo. - Y sí, también soy un chico que quiere saber más y más, conocer mundo. Pues como tú ¿no? El miedica era yo, el que me sacó al mundo fuiste tu. - Trataba de tener un tono distendido, a ver si eso relajaba a Alberto, porque de verdad que parecía preocupado de que fuera a aburrirse en Portorosso. - A mí me encanta estar en Génova, pero también me encanta estar aquí. Son... encantares distintos. - Dijo risueño. Esperaba que le relajara.
Se dejó tumbar y le miró mientras le decía esas cosas. ¿En serio, Alberto? ¿En serio siempre estarías para mí? ¿Aunque sea un universitario aburrido que pasa nueve meses al año en Génova? Tragó saliva, mirándole, escuchando sus palabras. El roce de su nariz mandó escalofríos por todo su cuerpo y le hizo cerrar los ojos, abriéndolos lentamente. Se sentía... tan tonto. A veces, cuando Alberto hacía esas cosas, se hacía ilusiones. Pensaba... que tanta cercanía, solo podía significar que... al menos, le atraía, aunque fuera un poquito ¿no? No haría esas cosas si no, los chicos solían ser bastante distantes entre sí cuando... Bueno, cuando solo le gustaban las chicas. Pero luego le veía tan libre, alocado y desenfadado, que oírle hablar de amor hacia él se le antojaba una utopía cuanto menos. Y no se veía capaz de... cruzar ciertas líneas con Alberto y, simplemente, dejarlo pasar. Su corazón no lo aguantaría. Para eso, prefería quedarse como estaba. No quería arriesgarse a romper lo que habían construido todos esos años, fuera lo que fuera.
- Sí. - Contestó sin pensar, en voz baja. - Mucho... - Demasiado íntimo, reconduce. Carraspeó, sacudió un poco la cabeza y sonrió de nuevo. - Lo que más, realmente. Eso ya lo sabes. - Enterneció la sonrisa. - Somos... distintos, Alberto. Has sido mi primer y mejor amigo desde siempre, gracias a ti... tengo lo que tengo y conozco el mundo. Y bueno, lo que somos, solo lo somos nosotros. O somos muy pocos así... Me siento más cómodo contigo que con las ancianitas que se pasean por la plaza comiendo helado. - Rio a carcajadas. - O las jugadoras de bingo compulsivas como mi abuela. - Rio un poco más, y cuando paró, dijo. - Lo que tú me enseñas no viene en los libros, Alberto... Nunca voy a dejar de aprender de ti. - Se removió un poco, apoyando el codo en la arena y la cabeza en su mano, y miró a Alberto, con una sonrisa tranquila y los ojos brillantes. - Dime, ¿qué quieres que te enseñe? Son muchas asignaturas. Tú me dirás de qué quieres hablar. -
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Ah, o sea, que encima tenía dónde elegir, pues nada, los había para lo que quisiera, y Alberto solo era… Alberto. Pero Luca mismo decía que no había ninguno como él, y él sintió un escalofrío de satisfacción, unas cosquillitas en el estómago y el pecho lleno, aunque no dijo nada y simplemente se rio de lo de Giulia. — Estaba demasiado alto el nivel de locura como para superarlo. — Y ambos se rieron, manteniendo esa intimidad tan especial que les caracterizaba.
El corazón le latía desbocado cuando le dijo que él era su principio. La diferencia era simplemente que para Luca todo aquello era su principio y para Alberto era… Simplemente, todo. El mundo era tan pequeño como Monterosso. Y concretamente, el mundo era tan pequeño en ese momento como donde pudiera estar a solas con Luca, donde poder hablar abiertamente de sus sentimientos. Y le veía, le sentía, notaba cómo cerraba los ojos y sentía esas corrientes eléctricas por las venas, como él. Y si Luca lo quería… Podían tener aún más intimidad.
Ese “sí” susurrado casi le hace lanzarse a besar sus labios, pero menos mal que no lo hizo, porque el chico pareció dar marcha atrás, y poner cierta distancia metafórica, volviendo a un tono mucho menos… En fin, de otra cosa que no fuera de amigos. Y a la vez le decía que ellos eran únicos… — Yo también lo creo. — Dijo de corazón, manteniendo la sonrisa, pero un poco cortado, porque el iba derecho a besar a Luca y ahora sentía que se había equivocado. — A mí me vale con seguir siendo parte de tu vida, Luca, no intento competir con nadie. — No es como que pudiera competir tampoco. Eso sí, se rio a lo de los libros. — Puedo enseñarte muchas cosas sobre pescar, o sobre cotilleos de Monterosso o… — Carraspeó porque se le había ocurrido una cosa y no era cuestión de espantar a Luca. — De playas en las que poder alejarnos del mundo. — Lo dejarían así, sí. Se echó para atrás y se puso a juguetear con los dedos en la arena, peligrosamente cerca de la mano y la pierna del chico. — Pues mira, podrías enseñarme sobre cómo funcionan las bicis y los motores de las motos. Sabes que es lo que más me gusta. Y de paso podrías enseñarme a volar, seguro que te han enseñado cómo. — Dijo con una risa, dejando un toquecito en su nariz. — Nadar ya sé, y en la tierra tan mal no me va. Solo me queda volar o… Convertirme en fuego. —
El corazón le latía desbocado cuando le dijo que él era su principio. La diferencia era simplemente que para Luca todo aquello era su principio y para Alberto era… Simplemente, todo. El mundo era tan pequeño como Monterosso. Y concretamente, el mundo era tan pequeño en ese momento como donde pudiera estar a solas con Luca, donde poder hablar abiertamente de sus sentimientos. Y le veía, le sentía, notaba cómo cerraba los ojos y sentía esas corrientes eléctricas por las venas, como él. Y si Luca lo quería… Podían tener aún más intimidad.
Ese “sí” susurrado casi le hace lanzarse a besar sus labios, pero menos mal que no lo hizo, porque el chico pareció dar marcha atrás, y poner cierta distancia metafórica, volviendo a un tono mucho menos… En fin, de otra cosa que no fuera de amigos. Y a la vez le decía que ellos eran únicos… — Yo también lo creo. — Dijo de corazón, manteniendo la sonrisa, pero un poco cortado, porque el iba derecho a besar a Luca y ahora sentía que se había equivocado. — A mí me vale con seguir siendo parte de tu vida, Luca, no intento competir con nadie. — No es como que pudiera competir tampoco. Eso sí, se rio a lo de los libros. — Puedo enseñarte muchas cosas sobre pescar, o sobre cotilleos de Monterosso o… — Carraspeó porque se le había ocurrido una cosa y no era cuestión de espantar a Luca. — De playas en las que poder alejarnos del mundo. — Lo dejarían así, sí. Se echó para atrás y se puso a juguetear con los dedos en la arena, peligrosamente cerca de la mano y la pierna del chico. — Pues mira, podrías enseñarme sobre cómo funcionan las bicis y los motores de las motos. Sabes que es lo que más me gusta. Y de paso podrías enseñarme a volar, seguro que te han enseñado cómo. — Dijo con una risa, dejando un toquecito en su nariz. — Nadar ya sé, y en la tierra tan mal no me va. Solo me queda volar o… Convertirme en fuego. —
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Soltó una risita casi infantil. - ¿Competir? No... Tú no podrías competir con nadie, Alberto, eso sería... - Competencia desleal. Tú lo tienes ya todo ganado, pensó, pero volvió a parar, aunque con una sonrisita disimulada en los labios. - ...Absurdo. Como cuando Ercole quería competir con nosotros. - Encogió un hombro, sin perder la sonrisa. - Y tú y yo siempre estamos en el mismo equipo, que es lo que importa ¿no? - Ah, aquella primera vez que compitieron por algo. ¿Acaso todo lo que querían no era esa flamante vespa con la que recorrer el mundo juntos? Siempre habían querido eso: lo que fuera, pero juntos. Y entonces... él se fue a estudiar... Alberto se quedó allí... Suspiró para sí. Qué fácil se veía todo en aquella época, cuando tu mayor problema era el estúpido de Ercole haciendo trampas.
Arqueó las cejas. - Uh, ¿cotilleos? ¿Por qué no hemos empezado por ahí? - Puso cara de interesante. - Ah, que yo también tengo de eso... Tengo uno sobre tu hermana con el que la podemos atormentar toda las vacaciones, de hecho. - En verdad era una tontería, pero para picar a Giulia les iba a servir más que de sobra. Siguió oyéndole, embelesado, sin dejar de sonreír. A lo último frunció el ceño con curiosidad. - ¿Fuego? ¿Para qué quieres tú ser fuego? Quemarías tu barca. Te apagarías en cuanto tocaras el agua. - Bromeó, aunque justo después notó su mano cerca de la de él y... - Y yo no quiero que te apagues nunca, Alberto. - Maldita sea, el tono íntimo le había traicionado otra vez, y se había quedado mirando su mano cerca de la suya, casi rozándole...
- ¡¡AHÁ!! - Dio un respingo en la arena, y Alberto también. Casi se le sale el corazón por la boca. - ¡¡Dos monstruitos marinos!! ¡Ahora mismo os doy caza! ¡¡TANTATATÁÁÁÁÁN! - ¡Giulia! - Riñó. Bah, para qué, si la chica estaba ya muerta de risa como siempre, doblada sobre sí misma. - ¿Puedes ser un poquito menos escandalosa? Un día, solo un día. - La contestación de la otra fue una pedorreta que hizo que Luca mirara a Alberto con cara de cansancio. - Desde luego que he visto peces de verdad más fáciles de pescar que vosotros, sí que sois escurridizos. - Señaló atrás con el pulgar y miró primero a Alberto y luego a él. - A ti te busca papá para que le ayudes con la cena, y a ti para que deshagas tu maleta aunque sea, don ordenado, que has llegado y lo has dejado todo por medio. - ¡No me ha dado tiempo! - Pues a mí síííííí y ahora me voy a ver a mis amiiiiiiiigas. - ¿Qué amigas? - ¡Que me voy y ahí os quedáis haciendo cosas de la casa, señoritos escurridizos! ¡Venga, andando, que preferís que os lleve yo a que os lleve mi padre, os lo aseguro! - Lo dudo... - Le masculló bromista Luca a Alberto, riendo después. Con Giulia a la cabecera, volvieron a casa. - Sistemas mecánicos entonces ¿eh? - Se encogió de hombros. - Supongo que puedo. Cuando yo acabe con la maleta y tú con la cena, antes de que CIERTA LOCA NOS INTERRUMPA OTRA VEZ. - Cerrad con pestillo a la próxima. - Bromeó la otra, y Luca se puso colorado del tirón, mirándola con ojos asesinos. Mirando su nuca, porque la muy descarada seguía caminando como si nada. Fingió él también que nada había ocurrido. - En fin. - Recondujo, colorado todavía. - Que después de la cena, si quieres, te enseño unos libros que tengo y charlamos un rato. En la casa del árbol frente a la ventana de Giulia, como en los viejos tiempos. - Y ya no podía pensar en otra cosa que no fuera esa noche.
Arqueó las cejas. - Uh, ¿cotilleos? ¿Por qué no hemos empezado por ahí? - Puso cara de interesante. - Ah, que yo también tengo de eso... Tengo uno sobre tu hermana con el que la podemos atormentar toda las vacaciones, de hecho. - En verdad era una tontería, pero para picar a Giulia les iba a servir más que de sobra. Siguió oyéndole, embelesado, sin dejar de sonreír. A lo último frunció el ceño con curiosidad. - ¿Fuego? ¿Para qué quieres tú ser fuego? Quemarías tu barca. Te apagarías en cuanto tocaras el agua. - Bromeó, aunque justo después notó su mano cerca de la de él y... - Y yo no quiero que te apagues nunca, Alberto. - Maldita sea, el tono íntimo le había traicionado otra vez, y se había quedado mirando su mano cerca de la suya, casi rozándole...
- ¡¡AHÁ!! - Dio un respingo en la arena, y Alberto también. Casi se le sale el corazón por la boca. - ¡¡Dos monstruitos marinos!! ¡Ahora mismo os doy caza! ¡¡TANTATATÁÁÁÁÁN! - ¡Giulia! - Riñó. Bah, para qué, si la chica estaba ya muerta de risa como siempre, doblada sobre sí misma. - ¿Puedes ser un poquito menos escandalosa? Un día, solo un día. - La contestación de la otra fue una pedorreta que hizo que Luca mirara a Alberto con cara de cansancio. - Desde luego que he visto peces de verdad más fáciles de pescar que vosotros, sí que sois escurridizos. - Señaló atrás con el pulgar y miró primero a Alberto y luego a él. - A ti te busca papá para que le ayudes con la cena, y a ti para que deshagas tu maleta aunque sea, don ordenado, que has llegado y lo has dejado todo por medio. - ¡No me ha dado tiempo! - Pues a mí síííííí y ahora me voy a ver a mis amiiiiiiiigas. - ¿Qué amigas? - ¡Que me voy y ahí os quedáis haciendo cosas de la casa, señoritos escurridizos! ¡Venga, andando, que preferís que os lleve yo a que os lleve mi padre, os lo aseguro! - Lo dudo... - Le masculló bromista Luca a Alberto, riendo después. Con Giulia a la cabecera, volvieron a casa. - Sistemas mecánicos entonces ¿eh? - Se encogió de hombros. - Supongo que puedo. Cuando yo acabe con la maleta y tú con la cena, antes de que CIERTA LOCA NOS INTERRUMPA OTRA VEZ. - Cerrad con pestillo a la próxima. - Bromeó la otra, y Luca se puso colorado del tirón, mirándola con ojos asesinos. Mirando su nuca, porque la muy descarada seguía caminando como si nada. Fingió él también que nada había ocurrido. - En fin. - Recondujo, colorado todavía. - Que después de la cena, si quieres, te enseño unos libros que tengo y charlamos un rato. En la casa del árbol frente a la ventana de Giulia, como en los viejos tiempos. - Y ya no podía pensar en otra cosa que no fuera esa noche.
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“No quiero que te apagues”. ¿Qué había querido decir Luca con aquello? Se había pasado todo el camino de vuelta a casa pensando en ello. Pensando en cómo hablarle, en cómo preguntar… Tanto se estaba rayando, que ni había participado en el pique con Giulia, y en la cena simplemente había sonreído y aprotado aquí y allá, dirigiendo intensas miradas a Luca, como queriendo decir “quiero que llegue ya el momento de volver al árbol”. Recogió más rápido que nunca y sugirió varias veces que Giulia estaría cansadísima (sobre todo porque llevaba toda la noche hablando, sin duda), mientras que él estaba con los ojos como platos. Al día siguiente no había que faenar, así que podía quedarse toda la noche en el árbol con Luca.
Cuando todos se distribuyeron en las habitaciones, dejó la puerta solo entornada, encendió el farolillo y se salió al árbol poniéndose un jersey, esperando a Luca. Recordaba las historias que se imaginaba para él al principio, y ahora… Ahora veía a ese mismo chico, mil veces más guapo que entonces, entrar con un montón de libros por ahí y su estómago se encogía de emoción, de pensar que había entendido sus miradas, sus deseos… Al menos parte de ellos.
Le hizo hueco a su lado y sonrió. — Madre mía, ¿te has leído todos estos libros? — A Alberto leer se le daba… Regular. Suponía que era falta de práctica, pero es que casi no tenía tiempo de practicar más, y solo leía las cartas de Luca y carteles por ahí, y a veces el periódico, pero estaba positivamente seguro de no ser capaz de leerse un libro de ese calibre. — Yo es que ya sabes que no sirvo mucho para los estudios, soy más de peces… — Vaya broma de mierda. Se abrazó las rodillas. — Pero si me lo explicas tú, seguro que lo entiendo mejor… Eres… Único haciéndome entender cosas. — Se mordió los labios y miró al cielo. ¿Desde cuando se le hacía tan difícil hablar con Luca? Desde la última vez que temió perderle, claro. Y aquella vez tenía que haber hablado.
— Oye… Si te pregunto una cosa no… Que no te parezca raro. Solo es por saberlo y… — Se encogió de hombros, mientras miraba distraídamente un motor en la portada de un libro. — Vamos, saberlo, porque no me parece una cosa que me salga bien escrita, entonces prefiero decirla… — PERO DILA YA, ALBERTO SCORFANO. — ¿Tienes… Alguien especial en Génova? Algo más que Giulia… — Tragó saliva. — Que yo. —
Cuando todos se distribuyeron en las habitaciones, dejó la puerta solo entornada, encendió el farolillo y se salió al árbol poniéndose un jersey, esperando a Luca. Recordaba las historias que se imaginaba para él al principio, y ahora… Ahora veía a ese mismo chico, mil veces más guapo que entonces, entrar con un montón de libros por ahí y su estómago se encogía de emoción, de pensar que había entendido sus miradas, sus deseos… Al menos parte de ellos.
Le hizo hueco a su lado y sonrió. — Madre mía, ¿te has leído todos estos libros? — A Alberto leer se le daba… Regular. Suponía que era falta de práctica, pero es que casi no tenía tiempo de practicar más, y solo leía las cartas de Luca y carteles por ahí, y a veces el periódico, pero estaba positivamente seguro de no ser capaz de leerse un libro de ese calibre. — Yo es que ya sabes que no sirvo mucho para los estudios, soy más de peces… — Vaya broma de mierda. Se abrazó las rodillas. — Pero si me lo explicas tú, seguro que lo entiendo mejor… Eres… Único haciéndome entender cosas. — Se mordió los labios y miró al cielo. ¿Desde cuando se le hacía tan difícil hablar con Luca? Desde la última vez que temió perderle, claro. Y aquella vez tenía que haber hablado.
— Oye… Si te pregunto una cosa no… Que no te parezca raro. Solo es por saberlo y… — Se encogió de hombros, mientras miraba distraídamente un motor en la portada de un libro. — Vamos, saberlo, porque no me parece una cosa que me salga bien escrita, entonces prefiero decirla… — PERO DILA YA, ALBERTO SCORFANO. — ¿Tienes… Alguien especial en Génova? Algo más que Giulia… — Tragó saliva. — Que yo. —
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¿Sería un poco tonto cambiarse de ropa? Sí, iba a parecer tonto, iba a parecer un pijito de ciudad y a echar para atrás a Alberto. Pero es que quizás tenía un poco de frío con las mangas cortas... Se pondría un jersey. Y se cambiaría el pantalón corto por uno largo. ¡Eso es cambiarse entero de ropa, Luca! ¡Bueno! Se dejaría la camiseta que tenía con una sudadera encima. Eso. Y se dejaría el pantalón. Total, tanto frío no hacía.
Ahora tocaba seleccionar los libros. Luca tenía un pequeño problema, y era que... todos le parecían interesantes. Así que se vio con los brazos cargados por encima de sus posibilidades cuando se quiso dar cuenta. Resopló. Fantástico, prueba de la ropa superada, seguro que no piensa igualmente que eres TONTO cuando te vea con esa torre de libros. Así no iba a ninguna parte, aunque por lo pronto intentaría ir a la casa del árbol. Si es que no la echaba abajo con tanto libro...
Salió como pudo por la ventana, y el comentario de Alberto le hizo reír tímidamente. Lo dicho: tonto. - Sí... No sabía por cuál decantarme. Todos son buenos a su manera. - Los dejó en el suelo, queriendo dar un golpetazo de seguridad pero haciendo que los primeros de la torre se resbalaran y cayeran, uno de ellos en su pie. Disimuló. Vaya pringado... - Además, he visto que te has tomado una coca cola cenando y con un hiperactivo en casa tenemos suficiente, aunque esté ahora "con sus amigas". Igual con esto consigo provocarte el sueño suficiente como para contrarrestar. - Bromeó entre risas, sentándose a su lado.
Lo de los peces le hizo reír genuinamente. - Si te soy sincero, la primera vez que vi algo sobre mecánica, casi me estalla la cabeza... Igual en vez de darte sueño te altero más. - Rio otra vez. ¿Por qué hablar con Alberto le despertaba esa felicidad tan natural? Se sentía... tan diferente que con el resto... Sonrió a lo último. - Empezaré por... hacerte entender que las cosas se te dan mejor de lo que piensas. Eres muy listo. - Tragó saliva. Tampoco es como que le hubiera dicho... el gran piropo del mundo... pero ahora la moda era avergonzarse como un idiota con cada cosa que le dijera, al parecer.
Fue a abrir el primer manual, uno que tenía bastantes dibujos e iba a ser mucho más orientativo de entender, pero Alberto tenía una duda. - ¿Hm? - Preguntó sonriente y con normalidad, mirando las páginas que pasaba, buscando el dibujo concreto que llevaba en mente. Pero Alberto se estaba trabando, y Luca estaba tan en lo suyo que no estaba siendo consciente. No, al menos, hasta que emitió la pregunta. Paró súbitamente de buscar y alzó la mirada a él, un tanto bloqueado. - ¿Yo? - Le salió espontáneo y casi sin querer, un poco agudo incluso. - ¿Especial? Especial de... ¿En qué sentido? - ¿En qué sentido va a ser? Le dijo una voz en su cabeza en cuanto dejó a la misma respirar, porque había reaccionado tan rápidamente que ni había pensado. Sacudió un tanto la cabeza y se serenó, y al hacerlo rio levemente, con timidez. - Dices... ¿pareja? Nooo no, no no, qué va. - Se estaba riendo demasiado mientras lo decía. Relajó, aunque no perdió la sonrisa tímida, sonrojándose levemente. - Qué va, no. Para nada. - Bajó la mirada, sonrisa residual en los labios, negando. - No hay... nadie. Nadie como tú. Como... vosotros. - Tragó saliva, paseando distraidamente los dedos por el libro, sin atreverse a mirarle directamente. - Portorosso es mi hogar. Aquí soy... yo. En Génova hay gente muy divertida y guay, tengo buenos amigos. Pero... no son Giulia, y no son tú. - Sobre todo no son tú. Nadie es tú.
Ahora tocaba seleccionar los libros. Luca tenía un pequeño problema, y era que... todos le parecían interesantes. Así que se vio con los brazos cargados por encima de sus posibilidades cuando se quiso dar cuenta. Resopló. Fantástico, prueba de la ropa superada, seguro que no piensa igualmente que eres TONTO cuando te vea con esa torre de libros. Así no iba a ninguna parte, aunque por lo pronto intentaría ir a la casa del árbol. Si es que no la echaba abajo con tanto libro...
Salió como pudo por la ventana, y el comentario de Alberto le hizo reír tímidamente. Lo dicho: tonto. - Sí... No sabía por cuál decantarme. Todos son buenos a su manera. - Los dejó en el suelo, queriendo dar un golpetazo de seguridad pero haciendo que los primeros de la torre se resbalaran y cayeran, uno de ellos en su pie. Disimuló. Vaya pringado... - Además, he visto que te has tomado una coca cola cenando y con un hiperactivo en casa tenemos suficiente, aunque esté ahora "con sus amigas". Igual con esto consigo provocarte el sueño suficiente como para contrarrestar. - Bromeó entre risas, sentándose a su lado.
Lo de los peces le hizo reír genuinamente. - Si te soy sincero, la primera vez que vi algo sobre mecánica, casi me estalla la cabeza... Igual en vez de darte sueño te altero más. - Rio otra vez. ¿Por qué hablar con Alberto le despertaba esa felicidad tan natural? Se sentía... tan diferente que con el resto... Sonrió a lo último. - Empezaré por... hacerte entender que las cosas se te dan mejor de lo que piensas. Eres muy listo. - Tragó saliva. Tampoco es como que le hubiera dicho... el gran piropo del mundo... pero ahora la moda era avergonzarse como un idiota con cada cosa que le dijera, al parecer.
Fue a abrir el primer manual, uno que tenía bastantes dibujos e iba a ser mucho más orientativo de entender, pero Alberto tenía una duda. - ¿Hm? - Preguntó sonriente y con normalidad, mirando las páginas que pasaba, buscando el dibujo concreto que llevaba en mente. Pero Alberto se estaba trabando, y Luca estaba tan en lo suyo que no estaba siendo consciente. No, al menos, hasta que emitió la pregunta. Paró súbitamente de buscar y alzó la mirada a él, un tanto bloqueado. - ¿Yo? - Le salió espontáneo y casi sin querer, un poco agudo incluso. - ¿Especial? Especial de... ¿En qué sentido? - ¿En qué sentido va a ser? Le dijo una voz en su cabeza en cuanto dejó a la misma respirar, porque había reaccionado tan rápidamente que ni había pensado. Sacudió un tanto la cabeza y se serenó, y al hacerlo rio levemente, con timidez. - Dices... ¿pareja? Nooo no, no no, qué va. - Se estaba riendo demasiado mientras lo decía. Relajó, aunque no perdió la sonrisa tímida, sonrojándose levemente. - Qué va, no. Para nada. - Bajó la mirada, sonrisa residual en los labios, negando. - No hay... nadie. Nadie como tú. Como... vosotros. - Tragó saliva, paseando distraidamente los dedos por el libro, sin atreverse a mirarle directamente. - Portorosso es mi hogar. Aquí soy... yo. En Génova hay gente muy divertida y guay, tengo buenos amigos. Pero... no son Giulia, y no son tú. - Sobre todo no son tú. Nadie es tú.
CAPÍTULO 1 — 20 de junio —Con Alberto
XIII
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Il cuore mio non dorme mai
Ma stare con te finirà che mi darà alla testa
Sí, si Alberto no dudaba que buenos eran, si el problema era entender más de dos palabras, pero no iba a admitir eso en voz alta, y menos ahora, que por fin volvían a estar solos y no quería darle a Luca motivos para echarse para atrás con él. Pero sí rio un poco a lo hiperactivo y dijo. — Yo si estoy contigo, quiero sacar cada hora que pueda. — Y sonrió con tristeza a lo de que era listo. Bueno, qué poco le iba a durar ese pensamiento.
Pero lo que más nervioso le ponía era la respuesta a esa pregunta que por fin se había lanzado a hacer, todo para que Luca se pusiera nervioso también, ya la estaba liando. ¿Por qué todo parecía tan difícil? Cuando se fueron de casa, entre Luca y él, las cosas fluían sin más… Iba a explicarle, de todas formas, en qué sentido, pero él solo respondió y… Bueno, al menos la respuesta era no. Aunque en fin, pareja como tal no, pero… “No hay nadie como tú”. Ahí se giró y le miró intensamente, esperanzado, como diciendo “Luca si no dices nada más, me voy a tomar esto como una señal para besarte”. Pero sí lo dijo. De hecho, le metió en el mismo saco que Giulia. Suspiró muy flojito. Vale, quedémonos con lo positivo, Alberto, se dijo a sí mismo, no hay nadie así de especial, no hay nadie como tú… Al menos sigues siendo especial. Tenía dos meses para convencerle que ellos podían ser más especiales todavía.
En un arranque de ternura subió la mano y tiró flojito de uno de los rizos de Luca, con una sonrisa. — Tu también eres insustituible. Y me alegra oírte decir que este es tu hogar. — Se mordió el labio inferior. — Tenemos todo el verano para aprovechar este hogar. — Amplió la sonrisa y se armó de sus mejores neuronas, acercándose a él. — A ver, explícame ese libro de mecánica, que esa coca cola me ha sentado de vicio y me veo capaz hasta de entenderlo. —
Pero lo que más nervioso le ponía era la respuesta a esa pregunta que por fin se había lanzado a hacer, todo para que Luca se pusiera nervioso también, ya la estaba liando. ¿Por qué todo parecía tan difícil? Cuando se fueron de casa, entre Luca y él, las cosas fluían sin más… Iba a explicarle, de todas formas, en qué sentido, pero él solo respondió y… Bueno, al menos la respuesta era no. Aunque en fin, pareja como tal no, pero… “No hay nadie como tú”. Ahí se giró y le miró intensamente, esperanzado, como diciendo “Luca si no dices nada más, me voy a tomar esto como una señal para besarte”. Pero sí lo dijo. De hecho, le metió en el mismo saco que Giulia. Suspiró muy flojito. Vale, quedémonos con lo positivo, Alberto, se dijo a sí mismo, no hay nadie así de especial, no hay nadie como tú… Al menos sigues siendo especial. Tenía dos meses para convencerle que ellos podían ser más especiales todavía.
En un arranque de ternura subió la mano y tiró flojito de uno de los rizos de Luca, con una sonrisa. — Tu también eres insustituible. Y me alegra oírte decir que este es tu hogar. — Se mordió el labio inferior. — Tenemos todo el verano para aprovechar este hogar. — Amplió la sonrisa y se armó de sus mejores neuronas, acercándose a él. — A ver, explícame ese libro de mecánica, que esa coca cola me ha sentado de vicio y me veo capaz hasta de entenderlo. —
CAPíTULO 1 — 20 de junio —Con Luca
XIII
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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Bici di diamanti
Uno fra tanti
Empezó a tocar el timbre de la bicicleta insistentemente, con expresión pilla, debajo de su ventana. Sabía que Alberto madrugaba mucho para ir con Massimo a pescar, y luego volvía y, a veces, se acostaba de nuevo. Pero lo cierto era que ya se estaba excediendo con la siesta, y Luca tenía muchísimas ganas de probar esas bicis nuevas. El día que llegó no le dio tiempo, y al siguiente se les fue el día. De ese ya no pasaba.
Estaba tocando tanto el timbre que le iba a echar fuego el dedo. Finalmente, Alberto se asomó por la ventana. - ¡Mira qué bici más chula me he encontrado por ahí! ¡Voy a ir a estrenarla sin ti! - Le picó, sin quitar la sonrisilla pilla. El chico se escondió de nuevo para salir apenas un minuto después por la puerta. Luca debía tener una sonrisa radiante en la cara solo con verle.
- Creía que eras un pez, no una marmota. - Siguió metiéndose con él. Se subió a la bici, sin dejar de mirarle. - Te recuerdo que fui coronado el más rápido a bici de todo Portorosso. Y he mejorado desde entonces. - Arqueó una ceja. - Podemos dar un apacible paseo, o podemos ver quién es más rápido. O ambas. - Rio y echó a pedalear, gritándole. - ¡Venga, y menos quejas! ¡No he hecho más ruido que el que hace Giulia solo hablando! -
Estaba tocando tanto el timbre que le iba a echar fuego el dedo. Finalmente, Alberto se asomó por la ventana. - ¡Mira qué bici más chula me he encontrado por ahí! ¡Voy a ir a estrenarla sin ti! - Le picó, sin quitar la sonrisilla pilla. El chico se escondió de nuevo para salir apenas un minuto después por la puerta. Luca debía tener una sonrisa radiante en la cara solo con verle.
- Creía que eras un pez, no una marmota. - Siguió metiéndose con él. Se subió a la bici, sin dejar de mirarle. - Te recuerdo que fui coronado el más rápido a bici de todo Portorosso. Y he mejorado desde entonces. - Arqueó una ceja. - Podemos dar un apacible paseo, o podemos ver quién es más rápido. O ambas. - Rio y echó a pedalear, gritándole. - ¡Venga, y menos quejas! ¡No he hecho más ruido que el que hace Giulia solo hablando! -
CAPÍTULO 2 — 22 de junio —Con Alberto
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Bici di diamanti
Uno fra tanti
Adoraba dormir en las mañanas de verano. Había algo que no sabía explicar en echarse a la cama, con la brisa mañanera, cuando ya olía el café y los dulces del desayuno, y él echaba la persiana y se dejaba caer sobre el colchón, dejando que el sueño le invadiera dos o tres horas de la forma más plácida y satisfactoria.
Pero tampoco le importaba nada escuchar aquel sonido. Si algo podía mejorar una mañana de verano, era Luca. Se levantó lentamente con una sonrisa, que procuró quitar antes de levantar la persiana y asomarse, rascándose el pelo y con un ojo guiñado. — Oh, Luca, ¡qué sorpresa! Casi suena como si estuvieras de vacaciones… Qué lástima que yo no entienda qué son. — Se dejó caer un poco en el alféizar y dijo. — Bueno, te nombraron eso antes de ser un señorito de ciudad y colegio. — Se echó hacia atrás y dijo. — Ve calentando que te voy a ganar. —
Pasó por delante de la habitación de Giulia y vio que estaba cerrada. Bien, tenían que aprovechar, y Massimo estaba preparando alguno de esos guisos para la pasta que llevaban una mañana de trabajo, mientras cantaba bien alto, así que decidió no molestarle. Luca estaba… Guapísimo. Y él debía parecer pues lo que era, un pescador pueblerino, pero había ido a buscarle a él, así que por qué iba a rayarse por eso. Lánguidamente, se puso las zapatillas, que tenía allí mismo en el patio, sin dejar de mantener el contacto visual con su amigo, y se acercó a él lentamente, cogiendo la bici. — Mira, pescadito, voy a llevarte a un sitio que no has visto, y vas a alucinar. — Mejor no mentaba todavía la isla, era un sitio demasiado… Importante, especial, intenso. Mejor empezar por un sitio más neutro. Se sentó en el sillín y dijo. — Y yo voy a correr, a ver el más rápido de Portorosso qué hace. — Y empezó a pedalear rápido, aunque no tanto, camino de los acantilados, sintiendo la brisa de la mañana y una alegría y plenitud que hacía mucho que no tenía.
Pero tampoco le importaba nada escuchar aquel sonido. Si algo podía mejorar una mañana de verano, era Luca. Se levantó lentamente con una sonrisa, que procuró quitar antes de levantar la persiana y asomarse, rascándose el pelo y con un ojo guiñado. — Oh, Luca, ¡qué sorpresa! Casi suena como si estuvieras de vacaciones… Qué lástima que yo no entienda qué son. — Se dejó caer un poco en el alféizar y dijo. — Bueno, te nombraron eso antes de ser un señorito de ciudad y colegio. — Se echó hacia atrás y dijo. — Ve calentando que te voy a ganar. —
Pasó por delante de la habitación de Giulia y vio que estaba cerrada. Bien, tenían que aprovechar, y Massimo estaba preparando alguno de esos guisos para la pasta que llevaban una mañana de trabajo, mientras cantaba bien alto, así que decidió no molestarle. Luca estaba… Guapísimo. Y él debía parecer pues lo que era, un pescador pueblerino, pero había ido a buscarle a él, así que por qué iba a rayarse por eso. Lánguidamente, se puso las zapatillas, que tenía allí mismo en el patio, sin dejar de mantener el contacto visual con su amigo, y se acercó a él lentamente, cogiendo la bici. — Mira, pescadito, voy a llevarte a un sitio que no has visto, y vas a alucinar. — Mejor no mentaba todavía la isla, era un sitio demasiado… Importante, especial, intenso. Mejor empezar por un sitio más neutro. Se sentó en el sillín y dijo. — Y yo voy a correr, a ver el más rápido de Portorosso qué hace. — Y empezó a pedalear rápido, aunque no tanto, camino de los acantilados, sintiendo la brisa de la mañana y una alegría y plenitud que hacía mucho que no tenía.
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