Aurora sostenía con fuerza el huso entre sus manos.
Era ajena a la conversación de las dos mujeres a sus espaldas.
Solo podía centrarse en aquel objeto de aspecto inofensivo.
El poder que poseía pesaba en sus manos, como un encantamiento.
Apenas un pinchazo le había hecho tanto daño...

Medelia pareció cansarse de jugar con Blanca.
Acudió a su lado y la ayudó a levantarse, algo que sus huesos agradecían.
El susurro en su oído la desconcertó, pero consiguió que no pudiera salvo obedecer, mostrando el objeto que sostenía en sus manos.

La bruja la manipulaba como si fuera un títere en sus manos, haciéndola girar y encarar a la otra mujer.
Todo lo que decía, todo lo que prometía... conseguía tentarla. Hasta cierto punto. Sabía que si hacía lo que Medelia quería su gente, sus padres, sus súbditos, todos ellos estarían a salvo y quizá incluso despertaran de aquel sueño aunque fuera para obedecerla.

Pero la magia del huso estaba en sus manos y hacía que tuviera una sensación de fortaleza que no estaba segura de haber sentido nunca.
No quería que Blanca pasara por lo mismo que ella había padecido. No se lo merecía, había sido buena y gentil. La había escuchado, comprendido incluso... La había llevado hasta allí para terminar con aquella maldición.
¿Podía acaso pagar tanta generosidad con la mayor traición?

Cerró los ojos, al tiempo que una lágrima resbalaba por su mejilla y alzó el huso.
Sin embargo, en el último momento, la afilada aguja no perforó el corazón de Blanca, sino el de Medelia.
Aurora había conseguido mantenerse firme y librarse lo suficiente de su embrujo como para no sucumbir a la tentación que suponía.
Quizá al matarla a ella terminaría con su propia vida, pero si los demás despertaban no le importaba. Les salvaría a ellos al menos.

Una parte de sí quería verla. A Medelia. Quería verla sufrir y agonizar después de todos los años de abandono y sufrimiento que la había hecho padecer.
Pero se sentía tan cansada, mareada... que terminó derrumbándose en el suelo.

-No lo hagas- había dicho Blanca, negando con la cabeza, los iris fijos en Aurora.

Eran desasosiego y tristeza los que se reflejaba en ellos, en lugar de miedo.

No, no quería sentir como la vida escapaba de ella a través de aquel huso para alimentar la de ella. Pudiera haber cedido con gusto años de su vida si había de recuperarlos Aurora, sí.

Pero Medelia era de la misma calaña que su madrastra.
Y con aquellos seres, nada resultaba un don, o una salida. Todo comportaba sumisión, a ellas. Pérdida y dolor.
Sabía hasta qué punto resultaba hueca esa promesa de poder.
De igual modo, sabía que, de haber querido otro servicio de ella, no le habría arrebatado su juventud.

Ellas, las hechiceras, nunca rectificaban.

Pero la vio alzar el huso. Vio la lágrima que caía por su mejilla. Vio a la bruja alzar el mentón, victoriosa ya, sonrisa envenenada. La vio caminar un tanto, hacerse un poco a un lado.

Y cerró los ojos, esperando la llegada de esa aguja endemoniada con resignación.

Sin embargo, no llegó. Lo que llegó fue el grito agudo de Medelia, que halló rápida respuesta en Blanca.

La reina abrió los ojos de golpe, justo a tiempo de ver cómo el huso se clavaba en el corazón de la bruja y ésta empezaba a consumirse a una velocidad pasmosa, como si el Tiempo mismo se cobrara venganza por todos los años robados a otras.

No se regodeó en ese desvanecer de su Malignidad, porque otra cuestión resultó más urgente. Aurora se desvaneció en el instante en que el hilo, entonces plateado, que había envuelto del huso a su muñeca, empezaba a brillar.

Blanca se apresuró a tomarla en brazos antes de que llegara al suelo y, alzándola con cuidado, la llevó a descansar sobre el lecho.

Era el mismo momento en que los enanos atravesaban raudos, espada en mano, el portal de la alcoba.

-¡Mi reina!-exclamó Doc

La reina alzó un dedo, en señal de silencio, y colocó el huso sobre el pecho de Aurora, enlazado en su mano.
Luego se volvió hacia ellos.

-Id a ver si el castillo ha despertado de verdad esta vez. Y poneos cómodos. Vamos a quedarnos aquí por unos…-volvió a observar el rostro de la durmiente. Las arrugas que lo surcaban empezaban a tensarse, y la raíz de su cabello tomaba brío- unas semanas. Probablemente.

Ellos se miraron, los unos a los otros, sin acabar de entender.

-¿Y vuestro reino?-preguntó el enano.

Blanca colocó bien un mechón del cabello de Aurora, acabó de descorrer las cortinas del dosel, y acercó una butaca al lado de la cama.

Se sentó.

-Enviad a alguien a limpiar esta alcoba, nos sobran telarañas y nos faltan flores. Y, sobre todo, tenemos justo ahí- e indicó el suelo, delante de Sneezy-una mancha bastante molesta que debe desaparecer.

Más que mancha en sí, eran las cenizas de la bruja consumida.


Once días más tarde el castillo había recobrado su luz original. Los grandes ventanales góticos abiertos, los estandartes brillantes ondeando al viento, los tapices limpios luciendo sobre las paredes y, sobre todo, ese ir y venir de pasos y voces risueñas por los pasillos.

En la alcoba que coronaba la torre más alta, la reina descorría los blancos cortinajes para dejar paso a la los rayos dorados de la mañana.

Las enredaderas que entonces cubrían los muros aparecían salpicadas de pequeñas flores pálidas y hojas verde esmeralda. Ni una sola espina trepaba.

Blanca se acercó al lecho en el que aún dormía Aurora.

Tez suave, dorados cabellos y respirar pausado, la princesa había recuperado la juventud robada.

-Es tiempo de despertar-musitó.

Más la magia tiene sus leyes.

La joven de blanca piel y oscuro cabello acercó su rostro al de la que dormía. Se inclinó, con suavidad, y posó sus labios rosados sobre los de la otra. Le dio un beso largo y fuerte.

El sueño de Aurora fue profundo y apacible.
No hubo sueños o pesadillas.
Había convivido durante años con las segundas hasta agotarlas.
Y poco destino tienen los primeros para quien se ha destinado a la muerte o una vida de profundo letargo.

No.
Mientras su cuerpo se recuperaba y revivía, Aurora no sentía nada. No había dolor, ni tampoco consciencia del paso del tiempo a su alrededor.
Se había rendido en cierto modo, creyendo que con Medelia terminaría también ella. Pero con la esperanza de que al menos rompería ese hechizo que pesaba sobre todos los que alguna vez la amaran.

Pero no sucedió de tal modo, no al menos en lo que implicaba al fin de su vida.
Pasaron once días hasta que unos labios se posaron sobre los suyos, haciendo que el rubor regresara a sus mejillas y su respiración se volviera más natural.

Abrió los ojos, parpadeando un par de veces.
Sus orbes se movieron por la estancia, acostumbrándose a aquella luz y reconociendo el lugar en que se encontraba.
Tuvo miedo por un instante, hasta que encontró el rostro de Blanca. Muy cerca del propio, pero tan hermosa como había sido cuando se había dormido.

- Reina Blanca. -Pronunció y pareció que el movimiento regresó a ella con toda fuerza, de manera repentina llevó una mano a su garganta.
¡Había hablado!
Hacía tantos años que no escuchaba su voz.
Ya ni siquiera la recordaba apenas.
La emoción implicó que las lágrimas acudieran a sus ojos.

Se incorporó, solo para tomar las manos de la dama morena entre las suyas.- Muchas gracias, mi señora. -Acercó sus nudillos a sus labios y los besó con devoción.- Gracias por salvarme. -No podía sino agradecer el momento en que decidió acudir a socorrer a su reino, ella había conseguido que aquella tortura terminase por fin.

Quizá esperaba el cuento sorpresa en el rostro de Blanca. Un destello exaltado y una exclamación escapando de sus labios, al ver abrir los ojos a Aurora.

Pero no fue así.

Blanca sonrió, y esa sonrisa, al ampliarse, iluminó su mirada. Una mirada serena y segura.

Porque si se cumple con lo demandado, el hechizo cae, ¿no es así?

Ella sabía bien qué sentimiento albergaba ese beso restaurador.

Sonrió, y la dejó hacer, cuando, tomando sus manos, besó los nudillos, en gesto de agradecimiento.

Reina Blanca, la había llamado, justo antes de que sus ojos brillaran, presas de la emoción.

Y pensó la reina en que la voz de ella era justamente como cabría imaginar. Melódica, dulce e hipnótica.

-No es preciso ese agradecimiento- le dijo, negando con la cabeza, en gesto suave- cada acontecimiento tiene un porqué, y nos salva de distintos destinos.

A todos. A ella también.

-Pero puedes prescindir del reina, y me sentiré pagada-propuso.

Soltó, despacio y con cuidado, las manos de la princesa. Alzó el rostro, a contemplar el de la joven por un instante.

La había visto ir transformándose, un poco cada uno de los días en que veló su sueño, hasta ser la misma que reflejara el espejo.

Se inclinó hacia ella y, cruzando los brazos entorno a su espalda, a la altura de su cintura, la abrazó.

Crujió entonces la puerta tras ellas, y siete pares de atentos ojos las rodearon.

Blanca se reincorporó, vuelta la atención a los enanos.

-¡Habéis despertado ya, mi señora!-exclamó Happy, acercándose al costado del lecho que ocupaba Aurora.

Y todos le dedicaron una reverencia sentida.

-Sois la última en hacerlo. Por supuesto, en vos se centraba el maleficio. El resto del castillo hace días que ha recuperado la normalidad.

Doc asintió.

-Os aguardan impacientes.

Grumpy chasqueó los dientes, reclamando la atención de su señora Blanca.

—Bien —dijo el enano de la barba castaña—. Pues ya está todo hecho. Si caminamos hacia el oeste, podríamos llegar a las montañas a final de semana y en diez días estar de vuelta en vuestro palacio de Kanselaire.

Blanca asintió despacio, sin perder esa sonrisa, que iba tomando un matiz distinto. Ligeramente divertido.

-Sí-respondió.

Sin embargo, se volvió a Aurora.

-¿Habéis viajado al este alguna vez, princesa?

A Aurora le pareció que la gran humildad que dejaban entrever las palabras de Blanca no se correspondía con la verdad o con la posición de Reina de la dama que tenía frente a sí. Pero no dijo nada, simplemente sonreía. Porque parecía que no podía hacer otra cosa más que mirar con emoción a esa hermosa mujer y sonreír como jamás lo había hecho.

- Blanca. -Concedió, cuando le pidió que prescindiera de títulos. Le gustaba el sonido de su nombre, Le gustaba el sonido de su voz. Lo repetiría cuantas veces fuera posible. Sin embargo, no lo hacía. Quizá porque perdiendo su voz tanto tiempo ahora valoraba más el significado de sus palabras.

Sentir que las manos de la morena la abandonaban, la dejaron con una sensación algo triste. Aunque se vio compensada al sentir el abrazo de la mujer, que habría correspondido, de no ser por la interrupción.
Los enanitos que hacía unos días la habían intentado aterrar ahora se mostraban encantadores con ella, pero no había rencor en su corazón, pues su confusión había sido comprensible.

Les dirigía una sonrisa luminosa y alegre, que se amplió al saber que su gente y los habitantes del castillo habían despertado.- ¿Se encuentran todos bien? -Preguntó, pasando por alto que la estuvieran esperando.

Mientras Doc le daba detalles, alcanzó a escuchar un poco por encima las palabras de Grumpy hacia Blanca. Su sonrisa se difuminó al pensar que partirían pronto.
Volvió su atención a la reina y su mirada se volvió confusa al escuchar su pregunta.

- Me temo que no, mi señora. Nunca salí de los alrededores de este castillo. -Sabía que pasado su cumpleaños habían previsto una gira más amplia para que su reino la conociera y para que pudiera llamar la atención de algún príncipe cercano, o un buen noble a su altura.
Pero no era algo que quisiera mencionar.

Bajó la mirada y se mordió el labio unos instantes.- ¿Debéis partir tan pronto, Blanca? -Preguntó, con cierta esperanza en una respuesta negativa.- Esperaba... Me gustaría que pudierais quedaros unos días más... celebrar que por fin se ha acabado todo. -Expuso, con cierta inseguridad. Porque recordaba lo que había pasado en su primer día.- Sé... sé que Medelia os propuso lo mismo, con intenciones muy oscuras. Pero os prometo que no es el caso, que deseo que seáis mi invitada, unos días más al menos. -Buscó su mirada y en sus ojos había cierta súplica, no deseaba perder tan pronto a alguien que significaba tanto.- Por favor.

Lo había supuesto.

No sólo por la maldición, desde luego. Aun cuando la bruja durmiente no la hubiera mantenido cautiva dentro de un cuerpo envejecido y cansado, y atada a los muros de su propio castillo, Aurora no había tenido demasiada oportunidad de viajar más allá de su reino.

Si acaso, hasta las puertas de algún pretendiente que valiera tal esfuerzo, a criterio de su padre, el rey.

Y mucho debía prometer el príncipe aspirante a su mano, para que se diera el caso…que lo habitual era justo al revés: que fueran los príncipes los que acudieran a agasajar princesas.

Blanca lo sabía bien, porque antes de las manzanas y el bosque, ella tampoco había abandonado las almenas y los patios del propio.

Los enanos se habían apartado un poco, ampliando el círculo entorno a las dos jóvenes. Doc apoyó la mano sobre el hombro de Bashful, que a su vez dio un codazo a un Sleepy a quien se le cerraban los ojos.

Todos ellos empezaron un discreto desfile hacia la salida de la alcoba.

-¿No teníamos una boda pendiente, en Kanselaire?-preguntó Happy, en voz bajita
-Parece que ya no-respondió Grumpy, de igual modo.

Pero Blanca no se dio cuenta de esa retirada, porque el tono en la voz de la princesa había cambiado y, al verla bajar la mirada, la reina se encontró, perpleja, con que sin querer se había prestado a confusión.

Y, desde luego, lo último que quería era disgustar a Aurora.

-Por supuestísimo que no tiene nada que ver vuestra invitación con nada que viniera de la bruja-protestó, arrugando la nariz.

Tomó el rostro de Aurora del mentón, cuando ésta alzó la mirada, y acarició con el pulgar la mejilla sonrosada.
-Lo que pretendía preguntarte es si os gustaría viajar al este, conmigo. Pero si deseáis que me quede por un tiempo, lo haré con gusto.

Quizá, en todo caso, pudiera convencerla en esos días. El este parecía un buen destino.

No estaba muy segura de dónde venía la desazón de su corazón al imaginarse despidiendo a la reina Blanca para volver a su vida de princesa anterior a la maldición.
Después de todos esos años, ni siquiera estaba segura de que pudiera volver a ello, había tenido que cambiar mucho, aprender por sí misma a hacer ciertas cosas poco agradables... ya no era la delicada rosa que ellos conocían.
Quizá fuera eso, Blanca la había conocido en ese momento, no tenía otro recuerdo de ella, y por eso se sentía unida a esa mujer. Mientras que la idea de ver a los demás, de pensar en cómo actuar ante todos después de tantos años sola la hacía estremecerse.

En cualquier modo, se sintió aliviada al escuchar que la morena comprendía que su petición no nacía de una intención oscura y malvada como la que había tenido Medelia para retenerla.

Contuvo el aliento al notar la mano de Blanca en su rostro, elevando la mirada hacia ella como le pedía, viendo esa sonrisa preciosa y sus ojos oscuros y brillantes, mostrando una sorpresa inusitada al entender lo que quería decir.- ¿Viajar al este? ¿Yo? -Casi exclamó, emocionada por la idea y al mismo tiempo tratando de recordar qué había al este de su reino y con cierto miedo a preguntar, ya que no quería parecer tan ignorante. Si bien era cierto que aún cuando recordara posiblemente todo hubiera cambiado tanto en ese tiempo en que habían estado malditos.

- Me... me gustaría. Mucho. -Asintió con una sonrisa tímida, porque no podía evitar que la propuesta la entusiasmara un poco.- Pero... -A pesar de todo, de sus deseos de ir, su mirada se perdió en los muros que la rodeaban.- No sé si podría. -Reconoció con pesar.- Mis padres, todas esas personas, el reino... Después de lo que ha sucedido con Medelia, necesitarán ayuda. No creo que permitan que me marche. -Todo había permanecido desplazado en el tiempo, dormido durante años, era cierto. Eso no podía haberles arruinado, pero... no sabía si todo seguiría como hasta el momento o si algo cambiaría o si necesitarían que ella tomara responsabilidades por lo que había pasado.

-¡Oh, claro que sí! Por supuesto que os lo permitirían- la sonrisa de Blanca se había ampliado, iluminando el pálido rostro de la reina.
Porque, sorpresa y emoción de por medio, había dicho que sí. Que le encantaría.

Y con eso era más que suficiente para poner todo empeño y más en emprender ese viaje.

Blanca se puso en pie, al tiempo en que la tomaba de la mano y estiraba de la princesa hacia sí. Volteó sobre sus pasos, llevándola consigo hasta la ventana de la alcoba, en la alta torre.

La dejó apenas un instante, descorriendo los pesados cortinajes y abriendo el ventanal de par en par.

A la diestra de Aurora, llevó Blanca la mano sobre la cintura de la doncella, y avanzaron juntas un paso más hacia esa brisa que, clara y fría, venía a acariciar sus rostros.

Ante ambas, se extendía bosque y prado, tejados apilados una legua más allá, y montañas enmarcándolos.

-Hacia el este- repitió, volviendo, sin embargo, índice y atención al lado contrario- al oeste se encuentra mi reino- señaló- mandaria un emisario, con una misiva. La reina, les diría, ha de emprender un viaje, y deja el trono en manos de sus fieles consejeros.

Hizo una pausa, para admirar los brillantes iris de la joven retornada.

Esa misma brisa, la que las acunaba, se empecinaba en revolver los bucles dorados de la una y las negras hebras de la otra, enredándolos.

-Esos son mis enanos- puntualizó- hay allá quien ocupará mi lugar, como regente, aconsejado por ellos.

Ese príncipe que no vería ya llegar día de boda alguna.

-Aquí, sin embargo, sería mucho más sencillo, puesto que el rey es vuestro padre. Dudo mucho que no entendiera que, tras lo vivido, recorrer nuevas tierras y vivir un poco lejos de los muros de vuestro encierro habría de sentaros bien.

Ellos no necesitarían regente alguno, ni consejos extraordinarios. Y Aurora podría olvidar la soledad, las manos ajadas y la figura durmiente que lo sumía todo en pesadilla, tan presente en cada uno de sus días.

Recolocó uno de esos mechones al vuelo tras la oreja de la princesa, acercándola un tanto más a sí.

-Un año. Transcurrido ese tiempo, regresaríamos.

Un año no era tanto, en el devenir de un reino ¿cierto? Y, sin embargo, para ellas dos, podría ser más que suficiente. Podría permitirles ser libres, recorrer esas tierras desconocidas. Podrían dedicar mimo y esfuerzo a conocerse. Y a crear vínculos que duraran para siempre.

-Yo se lo pediré- sentenció- al rey, vuestro padre- ¿No eran los caballeros quienes pedían la mano de las princesas? Pues ella no era un caballero, ni iba a pedir que le organizaran una boda. O no todavía. Pero sí era reina, una igual. Y sí tenía una importante petición que dirigirle al soberano. Además...¿si la hubiera despertado ese príncipe, se lo habrían negado? ¿O se la habrían dado en matrimonio directamente?

Pues eso.

La reina Blanca hablaba con una seguridad que conseguía aplacar sus temores o inseguridades, desde que la conoció por vez primera lo notó. No solo tenía el porte de una hermosa doncella, mostraba el poder que la corona le otorgaba al hablar y al moverse, casi hipnótico.
La atrapaba en sus ideas y la hacía desear vivir las aventuras que dibujaba para ella. Dejarse guiar por alguien así era tremendamente sencillo, sin carga alguna que soportar y en cierto modo no deseaba nada tanto como eso.

Se dejó guiar pues hacia la ventana. Fino camisón resbalando por sus piernas con suavidad hasta rozar el suelo con la misma delicadeza que sus pies descalzos. No había telarañas ya que rodearan la estancia, lo había notado y dejó que sus ojos se acostumbrasen a la clara luz de la mañana sintiendo aquella brisa despertar su sonrisa al traer a sus oídos el dulce trinar de los pájaros que también fueron silenciados en la época del sueño.

Observó el paisaje, tal como Blanca le indicaba, notando la calidez de su mano en su cintura y la forma en que hablaba.- ¿Dejaréis vuestro reino en manos de consejeros? ¿Solo para acompañarme en este viaje que me queréis obsequiar? -Le parecía un gesto tan tierno y conmovedor que no le quedaría vida para agradecerlo. La forma en que aquella mujer quería ayudarla mecía su corazón con una dulzura que no recordaba haber sentido antes.

¿Cómo podía decir que no? Resultaba imposible negarse a algo que la hacía vibrar de emoción.- Sois demasiado generosa conmigo, Blanca. -Expuso, pese a lo evidente que resultaba.- Pero temo que debo aprovecharme de vuestra bondad y aceptar este regalo que me dais. -Aceptó sin condiciones y abiertamente.

Aunque tomó su mano para llamar su atención de nuevo.- Si bien, me gustaría... Me gustaría ser yo quien haga la petición a mi padre. -Se atrevió a pedir, mordiéndose el labio y tratando de controlar su inseguridad, pues dudaba que fuera posible lograrlo, pero aún así, no quería depender hasta ese grado de ella.- Quizá, si se negase... vos podríais intervenir y convencerle. -Añadió un poco más bajo el tono de voz y la mirada gacha.

Dejaría su reino sin dudarlo. Estaba harta de manzanas envenenadas, de espinas, espejos y hechiceras ávidas de poder, sierpes que tejían redes aquí y allá para robar vidas ajenas.

Dejaría su reino sin dudarlo y, sobre todo, lo dejaría por ella.

Blanca sonrió.

-Pero no es sólo un regalo para vos- corrigió, puesto que era una mujer absolutamente sincera- ese tiempo sería un regalo para ambas. Compartido.

Recogió uno de los dorados mechones, recolocándolo tras la oreja de Aurora. Inclinándose hacia ella, alcanzó a dejar un ténue beso, apenas un roce suave, bajo el lóbulo de su oreja.

Luego asintió, firme y despacio. Si esa era su voluntad, así lo harían. Después de todo, un día Aurora portaría también la corona sobre su bucles de sol. Quizá aquel fuera el menor de los retos al que enfrentarse: convencer a un padre solícito de que su hija, recién despierta de una maldición horrible, deseaba dedicar sus próximos días a los caminos y la aventura.

-Está bien, pedídselo vos.

Si el rey se negaba, entonces sería momento de hacer valer ella su derecho.

Blanca la dejó ir, con la misma dulzura sostenida con que los pasos de una y de otra habían ido sucediéndose en la estancia.

-Iré ne busca de mis enanos, para que estén preparados. Y todos en el castillo, no sólo yo, estaremos esperando abajo.


El castillo engalanado, los músicos eufóricos y la sonrisa a flor de piel. Prestos a celebrar.

Porque no todos los días se vence a una de las viejas hechiceras.

No había sido tan fácil de convencer su padre, tal como ella pensaba, pero finalmente sus argumentos, apoyados por los que ofrecía la Reina Blanca, que sería su acompañante, habían ganado la partida. Una reina debía conocer su reino y también los que la rodeaban. Era importante para el futuro gobierno y ella deseaba ser una buena reina en el futuro.
De algún modo, sus padres parecieron enorgullecidos por su noble propósito.

Si bien, no era tan altruista como podría pensarse, cierto.
Porque la joven dama también deseaba explorar aquel mundo por sí misma y especialmente en compañía de la mujer que la había ayudado a rescatar su reino de la terrible maldición.
Así pues, se preparó para su partida.

Recordaba en su niñez, haber visto a sus padres salir del palacio en un viaje real hacia algún reino vecino o lugar del reino en una fecha importante. Recordaba los miles de carros y carruajes que les acompañaban, los caballeros a caballo, los lanceros en hilera alrededor. El gran revuelo que se armaba.
Su salida, por el contrario, fue discreta. Solo llevaría consigo lo que pudieran cargar las alforjas de su caballo y el de Blanca, que no tenía demasiadas pertenencias por haber acudido sin más pretensión que la de ayudarles. Tampoco la acompañarían sirvientes y doncellas, había insistido en que quería viajar como lo haría cualquier persona de su pueblo, solo así podría saber cómo vivían sus gentes. Y Blanca había estado de acuerdo en que marcharían solas.

Así pues, habían pasado ya algunas jornadas, visitando las aldeas cercanas al castillo, pasando la noche en posadas que estaban muy lejos de parecerse a cualquier estancia del castillo.
Aurora cada vez admiraba más a Blanca, su modo de moverse, de hablar con los demás... desearía parecerse más a ella.
O al menos colaborar con el viaje.

Aquel día se habían detenido en el bosque, Blanca sabía cocinar la caza que lograse, una habilidad que Aurora no se explicaba en una reina. Pero ante su petición de que fuera a recoger más ramitas para el fuego, la princesa frunció un poco los labios.- ¿No puedo ayudarte con la caza? Me gustaría aprender a usar el arco tan bien como tú, Blanca. -Le pidió, esperanzada en que no se lo negase.

Quizá fuera la misma sensación de tiempo perdido, la que llevaba al soberano de aquel reino a mostrarse receloso, a la hora de permitir que su hija viajara por un tiempo.

Puede que el temor, por supuesto fundado, hacia los peligros añadidos que pudieran aguardar a la heredera de su trono.

Convencerle para otorgar ese permiso, tan preciso para Aurora y, a decir verdad, preferible des del punto de vista de Blanca, llevó algo más de trabajo de lo que quizá había supuesto la princesa de rubios bucles.

Pero tanto su decisión como lo que pudo aportar Blanca llevó, al fin, al rey a ceder.

Porque todos habían sido hechizados por la bruja. Todos habían perdido parte de sus vidas, sumidos en un sueño maligno. Todos los habitantes del reino, excepto ella, la princesa.

Aurora había permanecido despierta día tras día, atrapada en una apariencia que no era la suya, sino la correspondiente a la auténtica edad de aquel ser de poder oscuro. Había sufrido sola la desazón, la tristeza, el agotamiento. Y, probablemente, incluso se había culpado a sí misma por su incapacidad para despertarles. Por ser fuente de energía para que el hechizo permaneciera.

Y, nadie sujeto a tamaña tortura, ha de verse precipitado a la aceptación de nuevas cargas -las correspondientes a su rango- sin un tiempo antes. Un tiempo propio, para reencontrarse. Para olvidar, y para aprender. Olvidar horro. Aprender fuerza y determinación, que sirvan de base a un nuevo poder propio. El preciso para afrontar futuros desafíos, el día en que la corona se ciñera a su cabeza.

Evidentemente, le dirían las dos, llevar consigo una guarda de caballeros y sirvientes, tal como el rey sugería, no iba a ayudar precisamente a que Aurora conociera a su futuro pueblo. Y aún menos a mantener su anonimato y, en consecuencia, evitar asaltos añadidos a los de por si posibles encuentros con bandoleros corrientes.

La discreción era importante.

Finalmente, el rey dio su consentimiento y las dos, joven reina y futura soberana, dejaron aquel castillo por el período acordado de un año completo.

Antes de eso, y mientras las diversas noches de réplica mantenían en batalla dialéctica a padre e hija, Blanca se había dedicado a escribir algunas cartas y a despachar con ellas, de vuelta a su propio reino, a sus fieles enanos.

Sería la primera vez que se separaba de ellos en muchos, muchos años. Desde que era una chiquilla asustadiza, recién entrada en la pubertad, y abandonada, alarde de bondad y compasión de un pobre cazador de por medio, en mitad de un bosque que le resultaba extraño y amenazador.

Por fortuna, de aquella niña no quedaba nada. Por fortuna, el bosque era ahora un aliado. Para su regocijo, los enanos habían resultado ser, en su conjunto, el mejor de los maestros, cuando del arte de la autosuficiencia se trataba.

Llevaban unos días de viaje, y Blanca no dejaba de admirarse por la rapidez con que Aurora podía acostumbrarse a todo. La sencillez con que podía dirigirse a los que en su camino se cruzaban, sin que nadie sospechara diferencia alguna de cuna.

Aquel día y aquella noche lo pasarían en el bosque.
Porque la intención de Blanca era alcanzar pronto la frontera del reino. Viajar, un poco más allá de lo que habían insinuado...hasta el país del este.

Le había encomendado ocuparse de alimentar el fuego, mientras tensaba su arco, con intención de procurar el almuerzo para los dos.

Pero, por lo visto, Aurora no estaba de acuerdo con la división de las tareas.

Quería aprender a usar el arco.

Y Blanca alzó la mirada, primero sorprendida, al instante concentrando en una amplia sonrisa cuanta satisfacción le producía aquella petición.

-Claro- asintió, de inmediato, adelantando el arco, al extender su brazo, ante ella. Llevó la otra mano al frente, invitándola a acercarse- ven-le pidió.

Cuando Aurora se acercó, dejó el arco en manos de la princesa.

Poniéndose a su espalda, llevó las propias sobre las de la contraria, colcando en el lugar adecuado diestra y siniestra de la aprendiz de arquera, y ayudandola a tensar la cuerda.

-Esta es la postura que necesitas- musitó, a su lado- mantenerlo tenso, fijar bien la mirada en tu objetivo, calmar tu respiración, y saber que tu presa no podrá escapar de tí. Porque, en efecto no puede.

Seguridad, ante todo.

Deslizó los dedos, en una suave carícia, hasta la muñeca de la mano izquierda de Aurora; la que mantenía arco, que no cuerda tensa.

Y al tiempo en que se retiraba medio pasito, para que ella se sintiera señora de aquel arma, susurró de nuevo, ahora a su oído, sonrisa y tono endulzado.

-Estoy muy orgullosa de tí.

Si no se encontrara a su espalda, si pudiera ella ver el modo en que Blanca la miraba, hubiera sabido entonces que no sólo era orgullo lo que brillaba en sus pupilas.

Hubo una parte de ella, que, nada más hacer su petición, pensó que Blanca se negaría.
Sabía que no era el caso de la dama de oscuros cabellos, pero la mayoría la seguía viendo como la niña frágil e ingenua que había caído en manos de la bruja. La princesa delicada que jamás había realizado tarea alguna.
Era como si, borrado el paso de los años de su piel, se borrase también ese tiempo que había estado sobreviviendo a duras penas en el castillo. Más de una vez, quizá por la falta de cordura, puso a prueba su resistencia para comprobar que la magia la mantenía viva pero que si deseaba seguir fuerte tendría que hacer lo necesario y comer lo que encontrase.

Pero, como había acostumbrado a hacer desde que apareció en su vida, la reina la sorprendió con una respuesta amable. Invitándola a acercarse y tomar el arma en sus manos.

Aurora jamás había empuñado un arco, pero su instinto fue el de hacerlo imitando a Blanca, a quien había observado en aquellos días.
La reina se acercó a ella, por su espalda. Podía sentir el calor de su cuerpo y el olor de su cabello en el viento que mecía los propios y ajenos. Al corregir ella su postura, se dio cuenta de que se estaba distrayendo y sintió sus mejillas colorearse.
Trató de prestar atención a las indicaciones y aunque surgió alguna duda, porque las presas se mueven y pueden huir, en aquel instante era como si su voz hubiera sido robada de nuevo, pero no por una magia oscura, sino por otra mucho más cálida y suave, como la caricia que Blanca estaba dejando en su muñeca.

Al escuchar sus últimas palabras, aquel susurro a su oído, la cuerda del arco escapó de sus dedos.- Ay... -Pronunció ante su propia torpeza. O quizá ante la facilidad que Blanca tenía para acelerar su corazón.- Creo que todavía no merezco tu orgullo, Blanca. -Comentó, intentando sonar divertida para que sus errores no fueran tan notables.- Lo volveré a intentar. Pero creo que aún no estoy preparada para las flechas. -Porque de haber tenido una, posiblemente la habría perdido en el horizonte, no quería ni pensar lo que pasaría si alguien estuviera caminando justo por allí.

Retomó la posición inicial, pensando en la forma en que Blanca la había colocado, elevando el codo que tensaba la cuerda.- ¿Cómo aprendiste tú? -Preguntó curiosa, como de costumbre, por saber más de aquella mujer extraordinaria.- No parece algo sencillo y creo que los brazos se resienten por el esfuerzo de tirar. -Lo estaba notando, aunque era muy leve.

La sonrisa de Blanca se amplió, un tanto producto de la apreciación apresurada que sobre si misma emitía Aurora, un tanto porque se sabía causante de aquel destensar del arco y, sin duda, le agradaba el modo en que podía la princesa volver su atención a ella. El ligero turbor que causaban sus susurros al oído de la doncella.

Y, aun así, seguía pudiendo afirmar, lejos de mentira alguna, que se sentía plenamente orgullosa de ella. Aunque el arco hubiera bajado repentinamente. Porque era su tenacidad y su disposición para aprender lo que admiraba en ella.

Blanca se había visto antaño en la necesidad de adquirir toda una serie de habilidades que, otrora, no hubieran adornado a la reina. Y se snetía agradecida por ello, la verdad. Se prefería a sí misma así, autosuficiente.

Pero Aurora...nada había empujado a Aurora a aquel bosque. Ella había escogido, en plena libertad, aceptar su ofrecimiento y emprender aquella aventura. De haberse sentado en su trono, al lado de su padre, no hubiera necesitado nunca sentir el tensar del arco marcando en líneas rosadas la palma de su mano. No habría señal en su mano.

Blanca tomó esa mano, y la volteó, observando los trazos ligeros, que pronto desaparecerían. Pero que, de momento, indicaban dónde había reposado la cuerda.

-Por supuesto que estás preparada-le aseguró- lo haces bien. Posees paciencia y firmeza.

Resiguió con la yema de los dedos la marca, antes de alzarla hasta sí, y dejar un beso apenas preceptible sobre la pálida piel.
Soltó entonces su mano.

Alegre, se alejó unos pasos mientras recuperaba el cuchillo que pendía de su cinto.

-¡Verás! Vamos a marcar una diana.

Eso hizo. Ponerse a tallar un par de círculos concéntricos en un árbol cualquiera; aquel con el que se topó a diez pasos de distancia, en línea recta.

E ir contestándole, mientras.

-Aprendí con los enanos, en el tiempo en que me escondí en su casa. Fueron unos años...curiosos- realmente lo fueron. Y entrañables, a fin de cuenta. Un tiempo que agradecía muchísimo- en realidad, se lo debo todo a ellos.

Se volvió. Círculos marcados en el tronco del árbol.

Regresó, recogiendo el arco y volviéndoselo a tender. Le dio también una flecha de su carcaj.

-Quizá la pregunta correcta no sea cuándo aprendí, sino cuánto tiempo tardé- añadió, sonrisa ligeramente enigmática, ligeramente maliciosa- Si la flecha alcanza uno de los tres círculos...no necesariamente el central, te lo explicaré- le prometió.

Se sentía un poco avergonzada por su forma de actuar y sentirse. Por cómo Blanca afectaba a sus sentidos.
Pero no iba a negar que todas aquellas sensaciones eran agradables y dulces. Como también lo eran las palabras de Blanca hacia ella, alabando su paciencia y firmeza.
Mas fue la forma en que tomó su mano, acariciando aquellas marcas e incluso besándolas, lo que dio color a sus mejillas.

La siguió con la mirada para ver cómo dibujaba una diana en el árbol que había escogido.
Mientras tanto, le relataba cómo había hecho para adquirir esas habilidades que a ella le faltaban.
Lo cierto es que Aurora sabía muy poco de la historia de Blanca, dado que ésta había sucedido mientras su reino y su castillo estaban sumidos en la maldición y no llegaban noticias del resto. Lo poco que sabía era lo que la propia reina le había contado.

Y le gustaba ir descubriendo todo poco a poco.

- ¿Curiosos? Lo cierto es que me gustaría escuchar más de esa historia. -Claro que no pensaba forzar en nada a la mujer a contarle algo que no quisiera, por resultar un recuerdo amargo o doloroso. Pero era tanto su interés por ella, que no sabía cómo podía medirlo.

Su sonrisa se volvió enigmática cuando dijo aquello sobre el tiempo que tardó en lograr dominar el arco en su momento. Quizá no lo decía para no desanimarla. Era difícil de descifrar.
Pero Aurora se sorprendió al encontrarse con una flecha.- ¿Segura? -Preguntó, dudando. Aunque como de costumbre, seguridad no faltaba en aquellos ojos oscuros.- De acuerdo.

Se preparó lo mejor que pudo. Apuntó a la diana tratando de seguir las indicaciones. Y disparó cerrando los ojos después.
Cuando los abrió, descubrió que no se había equivocado en su suposición. La flecha no había dado en el árbol. Parecía haberse quedado corta, ya que reposaba en la tierra sin haber llegado al blanco siquiera.

¿Segura?
Habia preguntado Aurora

Y Blanca había asentido, un par de veces.

Completamente. Tan segura como del distinto latir en su corazón, cuando la princesa estaba a su lado.

Blanca permaneció quieta, pendiente de ella. Del modo en que enderezaba la espalda, alzaba los brazos, flexionaba el codo, acercaba la cuerda del arco a su rostro. También del instante en que cerró los ojos. Justo antes de disparar.

En cada detalle de su movimiento, la reina olvidaba cualquier otro sonido entorno a ambas, desdibujaba cualquier otra sombra o silueta.

Por un instante, en el perfil de Aurora, recordó al del príncipe al que había dejado al pie del altar.

Era un joven bueno, sin duda. También atractivo. Suponía.

Pero en su mirada, en sus cabellos, en su voz o en su aroma, no encontraba nuestra reina ese todo hipnotizante que poseía Aurora.

La sonrisa, que entonces no alcanzaba nadie a ver, se fue apagando en pos de una expresión melancólica y embelesada.

La sacó de su ensoñación el golpe de la flecha al caer, y el ligero aleteo de los pies de Aurora, al cambiar de posición.

El tiro no había alcanzado la diana; pero la flecha se había clavado en el suelo, cerca de su destino...

Aunque la princesa pareciera decepcionada, lo cierto es que no resultaba un mal comienzo.

Blanca se adelantó, a arrancarla de la tierra y recuperarla.

-Había también una vez...-le dijo, mientras regresaba con ella- un cazador con una puntería exquisita, y una señora terrible.

Mientras hablaba, volvió de nuevo a colocarse a su espalda. Cerró la mano de Aurora entorno al arco, y la suya propia entorno a los dedos de ella.

-Un cazador al que esa soberana había ordenado tomar como presa a la hija de su esposo, el rey- Blanca la guió alzando de nuevo el arco, tensando por segunda vez esa cuerda- pero cuando se topó con la mirada de la niña, el cazador, que no supo cómo eludir esa mirada, se apiadó de ella y no la mató.

La reina fruncio un tanto el ceño, sosteniendo la postura de Aurora, moviéndola un tanto, un poco tan sólo, hacia su izquierda.

-Cuando se debe quitar una vida, dijo el cazador, debe quien la arrebata tener el valor de sostener la mirada. Y así, en los iris del otro, sabrá ver su alma. Y si esa vida no ha de perderse, no disparará. Y si ha de arrebatarla por motivo justificado, al menos se disculpará por tomarla y agradecerá, si es el caso, el alimento que le procura.

Mentó apoyado en el hombro de Aurora, indicó en un gesto al frente, al árbol.

-Así que no cierres los ojos- le musitó.
Y la dejó ir, suavemente, para que la flecha que cortara el aire tomara la fuerza y la dirección que ella le diera.

Aurora no podía evitar que un poco de decepción se notase en su rostro mientras miraba a la flecha como si la hubiera traicionado al caer. Pero sabía en el fondo que había sido por su causa, posiblemente por la escasa fuerza que poseía o porque había dudado. Porque si su flecha fallaba podría dañar a alguien que apareciera de la nada. Poco probable, pero posible.
Antes de que pudiera moverse, fue la propia Blanca quien recuperó la saeta y se la devolvió.

La tomó en sus dedos con cierto pesar, pero sin perder detalle de las palabras de la reina que la acompañaba. Sus historias eran importantes, le gustaba conocerlas y en aquel momento sentía que solo las compartía con ella. Sus palabras eran solo para ella.

Como también lo eran sus movimientos.
Aurora sentía que su corazón palpitaba con más fuerza al notar a la mujer rodeándola, al sentir su mano sobre la propia guiando sus movimientos. La suave caricia que dejaba de nuevo sobre su piel mientras sus palabras llegaban a su oído, como un eco.
Era una historia terrible y al mismo tiempo parecía hermosa.
El cazador perdonó a la niña y la salvó a pesar de todo.
Porque en los ojos de una niña hay una pureza que no se puede arrebatar de un modo tan cruel.

La calidez la inundó, sacándola de la historia, cuando Blanca apoyó su mentón en su hombro.
La flecha había quedado preparada sin que ella se hubiese dado apenas cuenta.

Mantuvo los ojos abiertos, tal y como se lo había dicho.
No fue una diana limpia, pero sí logró dar en uno de los círculos exteriores.
Una risa nerviosa se escapó de la boca de Aurora, una que destensaba todo su cuerpo.

- Lo he hecho. Blanca, lo he hecho. -Le dijo, girándose, a la mujer, como si no lo hubiera visto con sus propios ojos. En aquella alegría que sentía no se contuvo y abrazó el cuerpo de la reina, estrechándola contra el suyo.- ¿Puedo volver a intentarlo? -Ahora que había probado una vez, no podía dejar de querer hacerlo, una y otra vez, hasta que mejorase de verdad.

Los iris de la reina habían seguido la linea trazada al cortar el viento de aquella flecha, al tiempo en que la curva de sus labios iba alzándose, esbozando una sonrisa de orgullo ajeno exactamente en el mismo ángulo que dibujaba el proyectil.

Hasta clavarse en uno de los círculos concéntricos, justo por encima del centro de la diana. Pero en ella.

Mordió ese labio inferior carmesí, los dientes blancos, dejando escapar un silbido de aprobación.

¡Magnífico! Era una alumna excepcional. Sería, sin duda, una arquera insuperable ya, si en el castillo hubieran considerado oportuno poner un arco en sus manos, antes del embrujo.

Y así iba a alabarla, cuando se encontró con que la princesa de bucles dorados la abrazaba y la estrechaba, en un arrebato de alegría, contra sí.
Por supuesto, las palabras murieron antes de ser pronunciadas.

Porque el suave contacto de Aurora vino a eclipsar toda posible elocuencia didáctica. Y Blanca se dejó arrullar por el aroma que desprendía ella.

Cruzó los brazos tras su cintura, inclinó el rostro, mentón sobre su hombro, nariz vuelta hacia el ápice de piel entre el lóbulo de su oreja y la fina línea de la clavícula, y se limitó a endulzar esa sonrisa.

-Por supuesto que lo has hecho-musitó, a su oído- no hay nada en este mundo que tú te propongas y no puedas conseguir.

Se acercó...un tanto más. Rozaron sus labios el cuello de la princesa, cálidos y etéreos a un tiempo.

Y soltó un poco el agarre, para enderezarse, encararla y, siempre brillantes las pupilas, asentir.

- ¡Tantas veces como quieras! Eres una arquera excelente. Tan sólo se trata de...que este don tuyo también necesita despertar.

O algo así. Porque, a fin de cuentas, no era ella la que había dormido, ¿verdad? A pesar de lo que contaran los titiriteros de camino, de entonces en adelante.

- Eso sí- puntualizó, tomándola de la mano y volteándose ya a ver en donde quedaba el otro arco- No podemos demorarnos...todo el día. Ni es preciso que tus dedos acaben amoratados hoy, de tanto tensar las cuerdas...

Que tan entusiasmada la veía, y con tanto tesón, que temía fuera a perder la noción del tiempo o a desoír su propio cansancio.

En su emoción, Aurora había abrazado a Blanca sin pensar demasiado. Sin ser consciente. Pero cuando el abrazo le fue devuelto pudo notar la calidez del cuerpo ajeno. Junto con esa sensación de seguridad, tan dulce y confortable que le ofrecían los brazos de aquella mujer.
No era la primera vez que la abrazaba. Tampoco era la primera vez que la hacía sentir como si algo despertase en su interior. Su corazón latiendo con más fuerza, como si buscase encontrarse con el ajeno.
Especialmente al sentir sus palabras en el oído. Al sentir el suave roce de sus labios contra la piel de su cuello.

No rompieron el abrazo, pero se separaron lo necesario para poder verse las caras.
Los ojos de Aurora encontraron los oscuros de Blanca, pero descendieron contemplando esa amplia y brillante sonrisa que le regalaba, rodeada por los llamativos labios que poseía la mujer. Los que ya la habían besado en otra ocasión.
Esos labios que le dedicaban palabras de apoyo. Que la hacían creer que podría hacer cualquier cosa.

- Sí, creo que tengo que practicar mucho todavía. No vas a estar siempre a mi espalda. -Sonrió con cierta timidez. Porque le gustaba tenerla cerca, pero no podía depender de ella a cada momento.

Blanca tomó su mano y le advirtió que tampoco podía estar haciendo intentos demasiado tiempo, porque debían seguir el camino y porque a falta de entrenamiento terminaría haciéndose daño.

- Sí, eso es cierto. No quiero retrasarnos. -Asintió, dado que en su emoción no había sido consciente de que tenían cosas por hacer.- Quizá hasta que me acerque un poquito más a la diana. ¿Te parece? -Propuso alegremente.- Y algún día, espero poder acompañarte a cazar. No es justo que te encargues siempre de las tareas más pesadas. -Ella quería colaborar en la misma medida, quería ser igual a Blanca, quería estar a su altura.

- Me parece excelente-concedió Blanca, la sonrisa iluminando su rostro y la mano resistiéndose a dejar ir a la contraria.

Lentamente, el contacto se deshizo y ambas mujeres volvieron a la tarea de afinar la puntería de Aurora.

Una cuerda bien tensada, un arco que iba ganando firmeza al ser alzado, y sutileza y precisión al dirigir las flechas, que cortaban el aire en dirección a la improvisada diana.

Un poco más tarde, Blanca consideró que iba siendo hora de recuperar ese arco y recordarle a Aurora que debían alimentarse, en primer lugar, y el camino a seguir, en segundo.

Encendieron al fin la hoguera entre las dos, asaron algo de carne que quedaba en las alforjas, además de recoger algunas hierbas comestibles (porque al final, los conejos habían tenido la suerte de seguir con vida, dado que las dos se habían dedicado a otras tareas distintas al hecho de darles caza) y, tan pronto como dieron cuenta de ello, Blanca se preparó para seguir.

Había dejado un suave ¿vamos?, al llevar de las riendas hasta la princesa su montura.

Luego, subió a la propia y aguardó a que estuviera lista.

Volvió la atención hasta los pajarillos que cantaban sobre los árboles, por encima de sus cabezas.

Y emprendieron la marcha.

Si esos pajarillos pudieran píar impresiones al cielo, cantarían al viento cuánta atención atraía el contraste entre la melena dorada y la melena oscura, avanzando entre el verde espesor de las ramas altas, teñidas de un sinfín de matices, de uno a otro árbol.

Llevaban recorrido un buen trecho más cuando Blanca aminoró el paso.

Estaban en un estrecho claro, apenas un huequecillo amplio entre árboles. Las aguas cristalinas de un riachuelo, de una profundidad suficientemente escasa como para no alcanzar más allá de las rodillas de las jóvenes si entraba en él, trasncurría pacíficamente a su izuierda.

Blanca bajó del caballo y se acercó a tomar las riendas del de Aurora.

- Es un buen sitio para el almuerzo, y para establecer el campamento. Hoy no nos dará tiempo a llegar hasta pueblo alguno, si no me equivoco. Así que...¿qué árbol te gusta más?

Rió, un tanto, aguardando a que Aurora desmontara.

- Vamos a hacer una plataforma entre sus ramas. No es buena idea, si se duerme en el bosque, hacerlo a ras de suelo. Entre esas copas, en el que te parezca más robusto, estaremos protegidas de animalillos indeseables.

A resguardo, si es que hubiera lobos. U otros depredadores.

-Y además, las estrellas se ven mejor-aseguró.

Como Blanca estuvo de acuerdo, Aurora pudo practicar un poco más.
Sus resultados fueron mejorando, pero era cierto que empezaba a notar el dolor en su brazo y dedos cuando decidieron seguir el camino después de comer un poco de carne que aún tenían. Porque en su pequeño capricho había impedido que la mujer cazara nada más.

Avanzaron por el bosque, rodeadas por la maravillosa naturaleza del reino.
Los árboles altos y frondosos lo cubrían todo con sus ramas, protegiendo el suelo del sol más fuerte, pero sin impedir que crecieran todo tipo de arbustos. Daban cobijo a pájaros alegres y ardillas traviesas que saltaban de una rama a otra.
El bosque era tal y como Aurora lo había imaginado cuando solo podía verlo desde su alta torre. Era incluso más hermoso aún de lo que podría haber soñado.

Se detuvieron en un lugar un poco más espacioso. Un bonito claro en el que se podía disfrutar del buen día que hacía.
Miró a Blanca visiblemente confusa cuando le preguntó qué árbol de aquellos que las rodeaban prefería. Por supuesto, hasta que se lo explicó, no entendió a qué se refería exactamente.

- Oh, entiendo. -Asintió lentamente antes de observar los árboles a su alrededor, poniendo especial interés en sus ramas, para ver cuáles serían más fuertes y resistentes. Pero sin perder tampoco de vista que se pudiera ver el cielo, queriendo disfrutar de la vista de las estrellas que la reina había mencionado.

Miró y miró hasta que se le ocurrió algo.- ¿Qué tal ahí? -Señaló.- Esos dos árboles entrecruzan sus ramas como si se estuvieran dando la mano. Eso nos da más espacio, ¿no es cierto? -Consultó, ya que no estaba demasiado segura.

Blanca volvió la atención hacia donde le indicaba Aurora; a las ramas de los árboles, sobre sus cabezas.

Y asintió, lenta y complacida.

- Perfecto. Es, efectivamente, nuestra mejor opción. Porque como bien has dicho tú, esas ramas que ya se entrelazan nos servirán de base y nos facilitarán el trabajo

No dejaba de resultar refrescante y gratificadora la predisposición de la princesa en todo, y para todo. Tenía mucho empeño, mucho interés, y no poca maña.

Blanca pensó enseguida en cuantas otras princesas, de unos u otros reinos, solían ser jovencitas demasiado delicadas, demasiado consentidas, demasiado dependientes. Y de lo paradójico que resultaba que, precisamente éstas, fuesen las más codiciadas por los príncipes de otros reinos.

Aunque, la verdad, lo que los príncipes deseaban a ella le importaba tirando a nada.

Rebuscó en las alforjas cuchillo y cuerda.

-Mira, ven-le pidió- lo que ahora necesitaremos serán troncos medianamente sólidos, para atarlos unos con otros, como quien une una esterilla- empezó a mirar entorno, en busca de madera caída que pudiera serles útil. Mejor ésta primero, que hacer el sobreesfuerzo de cortar ramas ya de entrada.

Pero antes de iniciar esa recogida de material, aún extrajo una larga y estrecha tela enrollada, de las mismas alforjas.

Incluso había, le contaron una vez, una princesa en concreto que persisitía en asegurar que le molestaba un guisante puesto bajo nosecuántos colchones, en una cama altísima que le habían preparado. ¿Cómo puede alguien vanagloriarse de tamaño sinpropósito? Madre mía, había musitado la cocinera a quien se lo oyó contar en palacio, ¿qué pasaría con esa princesa, el día que hubiera de dar a luz a un heredero para su reino?

Otra cosa es que a ella tampoco le hiciera particularmente ilusión, encontrarse en tal tesitura. Pero razón, a la mujer, no le faltaba.

Sonrió a Aurora, absolutamente orgullosa de poder asegurar que ella, la de los rubios bucles, no tenía nada que ver con esas otras. Pero, aun así, se acercó a ella, tomó su mano y, tras rasgar la tela, se dedicó a enrollarla entorno a la pálida palma.

-Extiende la otra--le pidió- hasta los leñadores protegen sus manos. -

No era preciso que ellas fueran más descuidadas que alguien acostumbrado a las tareas propias del bosque.

-A evitar heridas innecesarias, me enseñaron los enanos nada más instalarme con ellos-le explicó.

Y entonces sí, Las dos pudieron dedicarse a, cuerda y madera, formar una especie de esterilla sólida y relativamente gruesa, que luego alzaron, polea improvisada, hasta las ramas escogidas.

Blanca trepó, cuidado y tiento, y se dedicó aun a fijarla, tensándola bien entre esas ramas a las que pudo ligarla.

-¡Ya está!- anunció satisfecha.

El atardecer empezaba a dejar notas anaranjadas en el cielo.

-Ahora podríamos encender hoguera, aprovechar el río para nadar un poco- más bien refrescarse y asearse, puesto que era más arroyo que río- y preparara la cena.

Y para cuando el sol cayera del todo, estar instaladas arriba.

Se volvió a mirarla.

-Aurora...-preguntó-¿cuándo fue la última vez que te bañaste en un río?

La sonrisa de ilusión que apareció en el rostro de Aurora cuando Blanca confirmó que no se equivocaba en sus suposiciones fue brillante.
La siguió para saber cuál sería el siguiente paso, dispuesta a colaborar porque no soportaba la idea de estar siempre dependiendo de ella cuando podía hacer más. Había sobrevivido muchos años encerrada en aquel castillo, pero jamás había tenido ocasión de estar en un bosque, de hacer nada como aquello y le entusiasmaba probar todo lo posible en aquella nueva oportunidad de vivir.

Se dispuso a buscar los troncos que había mencionado la reina, viendo un par de ellos no muy lejos. Pero se detuvo cuando la volvió a llamar y tomó su mano para envolverla en aquella tela. No se apartó, pero no lo comprendió hasta que dijo que era una forma de protegerse las manos, como los leñadores, que habían enseñado los enanos con los que vivió.- Claro, gracias. -Asintió alegre.

Fue recogiendo las ramas que pensó útiles, dejando a Blanca la tarea de crear aquella esterilla y vio con algo de preocupación cómo trepaba para colocarla y sujetarla correctamente. Durante un instante le preocupó la posibilidad de cómo subiría ella aquella noche, pero pronto tuvo otra cosa en la que pensar, ya que era cierto que la tarde avanzaba y debían prepararse para la cena.

La idea del río no le disgustó. Podrían llenar sus botellas de agua clara y quizá incluso pescaran algo.
Pero se detuvo en su hilera de pensamientos al escuchar la pregunta de Blanca: ¿cuándo fue la última vez que te bañaste en un río?

Bajó la mirada y se mordió el labio.- Nunca lo he hecho. -Musitó. Aquellas cuestiones aún la avergonzaban un poco. A pesar de haber vivido hasta ser una anciana durante más años de los que se podrían haber imaginado nadie, sus experiencias eran bastante escasas en cualquier cosa que implicase algo fuera del castillo. No podía compararse de ningún modo con la valiente reina Blanca.- ¿No es peligroso? -Preguntó, algo preocupada, porque así lo imaginaba.- Si no sabes nadar, supongo que lo es, ¿cierto? -Porque la cuestión es que ella tampoco había aprendido a hacerlo. Nadie había considerado necesario que una princesa supiera nadar. Se preguntaba en ese momento si las princesas de reinos de costa sí aprenderían a hacerlo.

Había supuesto que mucho. Que desde niña.

Precisamente por eso, por algo que, en principio, tendía una a olvidar, y corregía enseguida, al primer pensamiento lógico.

Aurora había extendido su existencia por varias décadas. Pero a causa de una maldición, y sujeta por esta a los muros del palacio. Así que, en  realidad, decir que había vivido era absolutamente incorrecto. No había tenido tiempo de nada.

Por fortuna, o más bien porque hay ocasiones-no muchas, pero las hay- en las que el mundo decide ser justo, una vez roto el encantamiento la princesa había recuperado el aspecto y la edad que tenía al sufrirlo. Y estaba a tiempo de coleccionar todas esas vivencias que merecía tener.

En consecuencia, Blanca había asentido así, con ese puntito de autosuficiencia de quien conoce de antemano la respuesta a su pregunta.

Pero...en lo que no había caído ella era en la posibilidad de que no supiera nadar.

-¡No sabes nadar!-exclamó, parpadeando.

En un revuelo, la tomó de la mano y casi la arrastró a orillas del río.

Se detuvo allí, se volvió a mirarla, y llevó una mano a cada uno de los hombros de la princesa, sujetándola de cara a sí.

-No pasa nada. Lo arreglaremos. Enseguida- anunció, vehemente ella. Cualquiera hubiera dicho que ese era el aprendizaje más importante de la vida de la otra- este río no es profundo, y estoy yo aquí. No habrá nada que temer

Soltó a Aurora y, eficiente y concentrada, empezó a desvestirse.
Botas fuera, casaca desanudada, pantalones abandonados de cualquier modo a sus pies, trenzas rápidamente deshechas.
Se hubiera quitado todas las prendas sin un sólo pestañeo, más sabiendo que estaban solas en el claro y, probablemente en varias leguas.

Pero...pero al quedarse en camisa, y apenas habiendo deshecho la lazada del escote- de lino blanco, larga hasta sus muslos- tuvo un momentito de lucidez.
Miró de reojo a Aurora y supuso que quizá para ella resultara un poco indebido. Que quizá la incomodaría, sobre todo si se sentía en la necesidad de imitarla.

Así que conservó esa camisa.

Entró al agua, un buen par de pasos, hasta que la cubrió esta a la altura de las rodillas.

Y se volvió, a aguardar a Aurora, brazo extendido, palma de la mano vuelta al cielo.

-Vamos, ¡estoy segura de que te encantará!- Nadar. El frescor de las ligeras corrientes de agua dulce. Los peces, en su incansable ir y venir.

Aurora dio un respingo ante la sorpresa de Blanca cuando supo que no sabía nadar. Pero aún así dejó que la guiase hasta la orilla del río y se dejó sujetar por los hombros, observando el rostro ajeno como un cervatillo observa la punta de la flecha que busca atravesarle. Ojos muy abiertos y sin parpadear.

La reina había decidido que aprendería a nadar y ella ni siquiera abrió la boca para poner un solo pero.
Pero sí que la abrió cuando vio que comenzaba a desvestirse, girándose ligeramente para darle la privacidad que consideraba necesaria. Sin entender demasiado bien la forma acelerada en que latía su corazón o el deseo de mirar hacia atrás.

Ni siquiera fue capaz de pensar que quizá la mujer esperaría que también ella se desvistiera del mismo modo hasta que pasó por su lado para meter los pies en el agua. Sus ojos bajaron hasta los mismos, pasando por sus gemelos, las rodillas, la parte de los muslos que quedaba aún a la vista.- ¿Qué...? Oh... sí. -Desde luego no fue su comentario más elocuente.

La princesa comenzó a desvestirse también, desanudando corpiño y faldas, quitándose las botas, medias y enaguas, hasta quedar también en una camisa, similar a la que vestía Blanca. Podía sentir la brisa a su alrededor y se sintió desnuda a pesar de aquella fina prenda.
Mas se mordió el labio y acudió a la llamada de la otra dama que le ofrecía la mano, asiéndose a ella con fuerza para dar el primer paso en el agua.- Está un poco fría. -Comentó, pero sin que su tono dejase ver incomodidad por ello o queja.

Dos pies dentro y comenzaron a avanzar en aquel terreno irregular, hasta que el agua las fue cubriendo un poco más.