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Myshella
The sleeping sorceress
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Recuerdo del primer mensaje :
Sólo que no hay príncipes que trepen por las enredaderas encantadas.
Sólo reinas.
Y no hay sirvientes dormidos.
Sólo una anciana, taciturna y enigmática, que no atiende a preguntas.
No hay besos largos y suaves que despierten a la bella durmiente, aun cuando se den con calidez.
Hay una sala oculta, llena de espejos que reflejan tan sólo la más estricta realidad.
Y un persistente olor a magia, que no acierta uno a saber de dónde procede.
Hay un hechizo, por supuesto.
Y una promesa ambiciosa que podría resultar terriblemente tentadora.
Si de ambición se tratara, claro.
Este no es un cuento a la usanza.
Sin embargo, todo en él nos resulta tremendamente familiar.
ϟ ϟ ϟ ϟ
The lost spindle
and the girl into the mirror
Esta historia tal vez os resulte familiar: hay una joven reina a punto de casarse. Hay algunos enanos buenos, fuertes y valientes; hay un castillo rodeado de una maraña de espinos; y hay una princesa a la que, según se rumorea, una bruja condenó al sueño eterno
Sólo que no hay príncipes que trepen por las enredaderas encantadas.
Sólo reinas.
Y no hay sirvientes dormidos.
Sólo una anciana, taciturna y enigmática, que no atiende a preguntas.
No hay besos largos y suaves que despierten a la bella durmiente, aun cuando se den con calidez.
Hay una sala oculta, llena de espejos que reflejan tan sólo la más estricta realidad.
Y un persistente olor a magia, que no acierta uno a saber de dónde procede.
Hay un hechizo, por supuesto.
Y una promesa ambiciosa que podría resultar terriblemente tentadora.
Si de ambición se tratara, claro.
Este no es un cuento a la usanza.
Sin embargo, todo en él nos resulta tremendamente familiar.
PERSONAJES
Aurora Princesa encantada- Marina Ruy Barbosa - Timelady |
Blanca Reina andante - Marina Moschen - Myshella |
Medelia Durmiente - Tamsin Egerton - Pnj |
Ella Anciana - Beverley Elliott - ¿? |
CAPITULOS
1x1 - Inspired - Libros
Neil Gaiman, La joven durmiente y el huso
Neil Gaiman, La joven durmiente y el huso
XIII
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- Código:
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<div class="rsx2txt">Tu texto por aquí...</div>
</div><div class="rsx2datsq"><div class="rsx2dat">¿Quién? - ¿Dónde? - ¿Con quién?</div></div>
<br>[url=https://www.treeofliferpg.com/u967]<div class="creditosxiii">XIII</div>[/url]
</center>
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Capítulo 4
Blanca recibió a Aurora con una risa franca, alegre, diríase que contagiosa, si quien la oía se dejaba guiar por el instinto.
Y si percibió cierto pudor, rubor o incluso timidez en la princesa, hizo por ignorarlo todo con la soltura de quien no está dispuesto a permitir que la necesidad de un breve instante para ganar confiazan vaya a alargarse por evidenciar algo que no es preciso indicar.
Tomó la mano de Aurora. Tan delicada, los finos dedos, la piel suave, y la atrajo hacia sí.
Mutada la risa en sonrisa endulzada, estiró de ella, acercándola a si misma, hasta que de nariz a nariz de una a otra distaban apenas cuatro dedos. Entonces empezó a caminar, de espaldas, dirigiéndolas a ambas hacia el centro del río y la corriente.
Pasito seguro a pasito seguro, alargó la otra mano, haciéndose con la contraria también.
Y, cuando el agua empapaba ya a las dos jóvenes hasta la altura de la cintura...entonces se dejó caer de espaldas, con suavidad, arrastrándola con ella.
-¡Alza los pies!- le pidió- álzalos y muevelos, suavemente, como si se tratara de la cola de un pez
Ella había dejado de tocar el suelo, en un gesto idéntico al que le pedía a Aurora.
Y el agua helada, cristalina, las empapó a las dos.
Y la reina procuró guiarla.
Guiarla, al tiempo en que dejaba que no sólo el agua la envolviera. También la dulce sensación de que la felicidad debía atesorarse en instantes como ese, sin duda alguna.
Un tanto más allá, se detuvo. De puntillas, alcanzaba a tocar el suelo.
-Lo haces muy bien-aseguró.
Estiró otro poquito de Aurora. De nuevo, hacia sí.
Y en esa nueva ocasión, al aproximarse el rostro de la una al de la otra, depositó un breve, cálido, superficial, beso en los labios sonrosados de la princesa.
Y si percibió cierto pudor, rubor o incluso timidez en la princesa, hizo por ignorarlo todo con la soltura de quien no está dispuesto a permitir que la necesidad de un breve instante para ganar confiazan vaya a alargarse por evidenciar algo que no es preciso indicar.
Tomó la mano de Aurora. Tan delicada, los finos dedos, la piel suave, y la atrajo hacia sí.
Mutada la risa en sonrisa endulzada, estiró de ella, acercándola a si misma, hasta que de nariz a nariz de una a otra distaban apenas cuatro dedos. Entonces empezó a caminar, de espaldas, dirigiéndolas a ambas hacia el centro del río y la corriente.
Pasito seguro a pasito seguro, alargó la otra mano, haciéndose con la contraria también.
Y, cuando el agua empapaba ya a las dos jóvenes hasta la altura de la cintura...entonces se dejó caer de espaldas, con suavidad, arrastrándola con ella.
-¡Alza los pies!- le pidió- álzalos y muevelos, suavemente, como si se tratara de la cola de un pez
Ella había dejado de tocar el suelo, en un gesto idéntico al que le pedía a Aurora.
Y el agua helada, cristalina, las empapó a las dos.
Y la reina procuró guiarla.
Guiarla, al tiempo en que dejaba que no sólo el agua la envolviera. También la dulce sensación de que la felicidad debía atesorarse en instantes como ese, sin duda alguna.
Un tanto más allá, se detuvo. De puntillas, alcanzaba a tocar el suelo.
-Lo haces muy bien-aseguró.
Estiró otro poquito de Aurora. De nuevo, hacia sí.
Y en esa nueva ocasión, al aproximarse el rostro de la una al de la otra, depositó un breve, cálido, superficial, beso en los labios sonrosados de la princesa.
Blanca- Bosque - con Aurora
XIII
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Capítulo 4
La princesa no estaba segura de si su personalidad le daba facilidad para dejarse guiar o si era un simple don de aquella bella reina el conseguir que los demás la obedecieran. Quizá fuera una mezcla de ambas, o de la confianza que despertaba Blanca en ella y que la hacía pensar que la seguiría a cualquier lugar que decidiera.
Y en aquel momento, ese lugar era el río.
De la mano se dejó llevar, apoyándose en la otra para ganar seguridad en que no tropezaría.
No caería. No se ahogaría más que en los ojos ajenos.
Se sorprendió, eso sí, cuando una vez que el agua las cubría un tanto más, Blanca decidió dejarse caer hacia atrás y arrastrarla con ella.
Sus cabellos flotaban en la superficie y ella no sabía bien lo que hacer, pero al escuchar las instrucciones trató de seguirlas y mover los pies así como ella le decía.
Poco a poco notaba que se quedaba en la superficie sin esfuerzo mayor que ese. Y de la mano de aquella mujer se iba moviendo, ambas avanzando por el agua.
¿Sería cierto que estaba nadando?
Sonrió, aunque algo de agua alcanzó su boca por hacerlo demasiado ampliamente, cuando Blanca dijo que lo estaba haciendo bien. Le gustaba lo mucho que aprendía a su lado, lo mucho que se divertía y descubría.
Como había descubierto hacía tiempo que no le molestaba que ella tirase de su mano para guiarla.
Como no le molestó tampoco el beso con el que selló sus labios.
Quiso corresponder el beso, dado que las caricias de los labios suaves y tersos le parecían las más dulces que jamás podría sentir. Pero entonces se hundió en el agua. Ella que no había puesto los pies en el suelo, se había olvidado por un instante de moverlos para mantenerse a flote.
Consiguió reponerse como pudo y ponerse de pie asomando la cabeza entonces, maraña de pelos y mirada de vergüenza, por sobre la superficie.- Lo siento. -Se disculpó.- Supongo que todavía tengo que aprender mucho. -De nadar y de dar besos sin descuidarse.
Y en aquel momento, ese lugar era el río.
De la mano se dejó llevar, apoyándose en la otra para ganar seguridad en que no tropezaría.
No caería. No se ahogaría más que en los ojos ajenos.
Se sorprendió, eso sí, cuando una vez que el agua las cubría un tanto más, Blanca decidió dejarse caer hacia atrás y arrastrarla con ella.
Sus cabellos flotaban en la superficie y ella no sabía bien lo que hacer, pero al escuchar las instrucciones trató de seguirlas y mover los pies así como ella le decía.
Poco a poco notaba que se quedaba en la superficie sin esfuerzo mayor que ese. Y de la mano de aquella mujer se iba moviendo, ambas avanzando por el agua.
¿Sería cierto que estaba nadando?
Sonrió, aunque algo de agua alcanzó su boca por hacerlo demasiado ampliamente, cuando Blanca dijo que lo estaba haciendo bien. Le gustaba lo mucho que aprendía a su lado, lo mucho que se divertía y descubría.
Como había descubierto hacía tiempo que no le molestaba que ella tirase de su mano para guiarla.
Como no le molestó tampoco el beso con el que selló sus labios.
Quiso corresponder el beso, dado que las caricias de los labios suaves y tersos le parecían las más dulces que jamás podría sentir. Pero entonces se hundió en el agua. Ella que no había puesto los pies en el suelo, se había olvidado por un instante de moverlos para mantenerse a flote.
Consiguió reponerse como pudo y ponerse de pie asomando la cabeza entonces, maraña de pelos y mirada de vergüenza, por sobre la superficie.- Lo siento. -Se disculpó.- Supongo que todavía tengo que aprender mucho. -De nadar y de dar besos sin descuidarse.
Blanca- Castillo - Con los espejos
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Capítulo 4
La calidez en los labios de la princesa, al devolverle el beso, habría sido más que suficiente para que Blanca se dejara envolver en un plácido sueño del que, párpados bien cerrados, no habría precisado despertar nunca más.
Fue un instante tan breve como un suspiro, tan eterno como el nacer de una estrella. Sólo que, en lugar de iluminar el firmamento, aquella iluminaba su pecho.
Porque le había correspondido.
Pero todo sueño tiene su despertar, y el de la reina llegó salpicándole el rostro, en el mismo momento en que Aurora se hundía en el agua.
Primero sobresaltada, por supuesto, estiró de ella enseguida.
Aunque tampoco es que fuera preciso. La princesa encantada había reaccionado a tiempo.
Eso sí, el susto no se lo quitaba nadie.
Así, cuando ambas afianzaron los pies en el suelo sumergido-la una- y las manos entorno a los brazos contrarios-la otra- se encontró el bosque con dos doncellas de cabellos revueltos y mejillas encendidas, por motivos distintos.
Y Blanca echó a reír.
-Tanto como yo, o como cualquiera ¡La vida consiste en eso, en un montón de cosas que aprender, una tras otra!-conteniendo esa risa hasta transformarla en sonrisa, centró la atención en recomponer la melena dorada de su compañera- Lo haces muy bien. Pero podemos dejarlo hasta mañana, si te parece oportuno. Mejor nos secamos antes de que el agua resulte demasiado fría y enfermemos las dos.
Antes de que la luz empezara a caer.
Fuera, la hoguera aguardaba. Y las mantas de viaje que venían acompañándolas en las alforjas de sus monturas. Y la muda de recambio, que iba a ser toda una bendición entonces.
Se cambió de espaldas a Aurora, más por otorgarle privacidad a ella que porque la precisara Blanca.
Prepararon la cena juntas, sin que la reina supiera entonces de qué hablarle. No aún, al menos.
Suponía que el tiempo de descanso invitaría mejor al fluír de las palabras; las historias cuchicheadas aquí y allá, o los recuerdos, lejanos e irreales. O recientes, y fuertes.
Una vez listos los cuencos, se encaramaron ambas al improvisado refugio entre las ramas.
Y una vez alli, humeante el caldo espeso, Blanca alargó el extremo de su manta sobre la espalda propia, de un lado. Y sobre la de Aurora, del otro extremo.
-Cuando era niña-empezó- me dijo mi aya que sobre las copas de los árboles habitaban las hadas. Pero cuando quise subir a comprobar si era cierto, mi madre, que aún vivía, me agarró del extremo de la falda y me alzó, en volandas, para devolverme al suelo. Las princesas no trepan me dijo. Que bajen las hadas aquí, si quieren verte. ¿Te dejaban jugar en las alturas, a tí, cuando eras pequeña?
No habian entonces hadas diminutas entorno a las dos. Pero las estrellas sí empezaban a alzarse sobre sus cabezas, y los sonidos del bosque se transformaban.
Fue un instante tan breve como un suspiro, tan eterno como el nacer de una estrella. Sólo que, en lugar de iluminar el firmamento, aquella iluminaba su pecho.
Porque le había correspondido.
Pero todo sueño tiene su despertar, y el de la reina llegó salpicándole el rostro, en el mismo momento en que Aurora se hundía en el agua.
Primero sobresaltada, por supuesto, estiró de ella enseguida.
Aunque tampoco es que fuera preciso. La princesa encantada había reaccionado a tiempo.
Eso sí, el susto no se lo quitaba nadie.
Así, cuando ambas afianzaron los pies en el suelo sumergido-la una- y las manos entorno a los brazos contrarios-la otra- se encontró el bosque con dos doncellas de cabellos revueltos y mejillas encendidas, por motivos distintos.
Y Blanca echó a reír.
-Tanto como yo, o como cualquiera ¡La vida consiste en eso, en un montón de cosas que aprender, una tras otra!-conteniendo esa risa hasta transformarla en sonrisa, centró la atención en recomponer la melena dorada de su compañera- Lo haces muy bien. Pero podemos dejarlo hasta mañana, si te parece oportuno. Mejor nos secamos antes de que el agua resulte demasiado fría y enfermemos las dos.
Antes de que la luz empezara a caer.
Fuera, la hoguera aguardaba. Y las mantas de viaje que venían acompañándolas en las alforjas de sus monturas. Y la muda de recambio, que iba a ser toda una bendición entonces.
Se cambió de espaldas a Aurora, más por otorgarle privacidad a ella que porque la precisara Blanca.
Prepararon la cena juntas, sin que la reina supiera entonces de qué hablarle. No aún, al menos.
Suponía que el tiempo de descanso invitaría mejor al fluír de las palabras; las historias cuchicheadas aquí y allá, o los recuerdos, lejanos e irreales. O recientes, y fuertes.
Una vez listos los cuencos, se encaramaron ambas al improvisado refugio entre las ramas.
Y una vez alli, humeante el caldo espeso, Blanca alargó el extremo de su manta sobre la espalda propia, de un lado. Y sobre la de Aurora, del otro extremo.
-Cuando era niña-empezó- me dijo mi aya que sobre las copas de los árboles habitaban las hadas. Pero cuando quise subir a comprobar si era cierto, mi madre, que aún vivía, me agarró del extremo de la falda y me alzó, en volandas, para devolverme al suelo. Las princesas no trepan me dijo. Que bajen las hadas aquí, si quieren verte. ¿Te dejaban jugar en las alturas, a tí, cuando eras pequeña?
No habian entonces hadas diminutas entorno a las dos. Pero las estrellas sí empezaban a alzarse sobre sus cabezas, y los sonidos del bosque se transformaban.
Blanca- Bosque - con Aurora
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Capítulo 4
La risa de Blanca le arrancó una sonrisa, porque Aurora no temía ni por un momento que se estuviera burlando de ella. Conocía ya lo suficiente de la mujer que tenía delante como para saber que no era algo propio de ella reírse a costa de los demás. Era por la situación, que sí que había resultado un poco divertida.
Sus palabras la hicieron darse cuenta de que no debía avergonzarse por todas las cosas que no sabía hacer y que debía ir aprendiendo conforme siguiera avanzando en su vida. Pues todas las personas iban aprendiendo unas cosas u otras.
Y solo pudo asentir cuando propuso salir del agua antes de que hiciera demasiado frío.
La siguió hasta la orilla y se quedó aaprtada para vestirse esforzándose para que sus ojos no buscasen la figura femenina que tenía justo enfrente y cuyas ropas se pegaban a ella por la humedad de su piel.
Por suerte, en la preparación de la cena, sí que pudo ayudar. Después de todo había aprendido a sobrevivir durante largos años en un castillo sin más provisión que las alimañas que la rodeaban. Había sido una suerte para ella que de niña le gustase visitar las cocinas y la buena jefa de las mismas hubiera querido instruirla en algunas cosas útiles, si bien siempre había preferido la repostería, no le había quedado otra que aprender más.
Cuanto todo estuvo listo, hubieron de subir hasta su refugio en las ramas de los árboles. Aurora no temía a las alturas, pero sí trepó con cuidado pues no era algo que hubiera hecho demasiado y su falda no ayudaba especialmente. Pero lo logró y se sentó junto a Blanca preparada para comer.
Agradeció con una dulce sonrisa la manta que pasó por sus hombros y que las cubría a ambas en aquel momento y escuchó con atención su historia.
Pensó un poco su respuesta.- Nada como trepar, me temo. -Reconoció.- Pero siempre me gustó recorrer las altas murallas y torres. Al menos hasta que... -Hasta que le robaron su torre y su castillo y su vida. Mas no quería pensar en eso en una noche tan bonita.- Tuve un tutor que me habló de las estrellas y la astronomía, de cómo se puede encontrar el camino a través de ellas. Por desgracia, se marchó poco después de que me encontraran pasando la noche en una de las torres de vigilancia para poder observar el cielo nocturno con claridad. -Ahora era consciente de que seguramente le expulsaran por su imprudencia.
Sus palabras la hicieron darse cuenta de que no debía avergonzarse por todas las cosas que no sabía hacer y que debía ir aprendiendo conforme siguiera avanzando en su vida. Pues todas las personas iban aprendiendo unas cosas u otras.
Y solo pudo asentir cuando propuso salir del agua antes de que hiciera demasiado frío.
La siguió hasta la orilla y se quedó aaprtada para vestirse esforzándose para que sus ojos no buscasen la figura femenina que tenía justo enfrente y cuyas ropas se pegaban a ella por la humedad de su piel.
Por suerte, en la preparación de la cena, sí que pudo ayudar. Después de todo había aprendido a sobrevivir durante largos años en un castillo sin más provisión que las alimañas que la rodeaban. Había sido una suerte para ella que de niña le gustase visitar las cocinas y la buena jefa de las mismas hubiera querido instruirla en algunas cosas útiles, si bien siempre había preferido la repostería, no le había quedado otra que aprender más.
Cuanto todo estuvo listo, hubieron de subir hasta su refugio en las ramas de los árboles. Aurora no temía a las alturas, pero sí trepó con cuidado pues no era algo que hubiera hecho demasiado y su falda no ayudaba especialmente. Pero lo logró y se sentó junto a Blanca preparada para comer.
Agradeció con una dulce sonrisa la manta que pasó por sus hombros y que las cubría a ambas en aquel momento y escuchó con atención su historia.
Pensó un poco su respuesta.- Nada como trepar, me temo. -Reconoció.- Pero siempre me gustó recorrer las altas murallas y torres. Al menos hasta que... -Hasta que le robaron su torre y su castillo y su vida. Mas no quería pensar en eso en una noche tan bonita.- Tuve un tutor que me habló de las estrellas y la astronomía, de cómo se puede encontrar el camino a través de ellas. Por desgracia, se marchó poco después de que me encontraran pasando la noche en una de las torres de vigilancia para poder observar el cielo nocturno con claridad. -Ahora era consciente de que seguramente le expulsaran por su imprudencia.
Blanca- Castillo - Con los espejos
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Capítulo 4
La risa escapó de los rojos labios, sobre la blanca piel.
-Probablemente una cosa guarde relación con la otra-insinuó, porque sin duda habría sido así. O bien el maestro se alarmó por la devoción de su alumna por las estrellas, más allá quizá de lo que él imaginara de entrada, o bien quien se alarmó por la imprudencia de la joven princesa fue uno de sus progenitores.
- Aun así, aunque ligado a la marcha de tu maestro, es un hermoso recuerdo. ¿Has seguido estudiando las estrellas?-después, de modo autodidacta.
Al modo de ver de Blanca, los recuerdos de la una y de la otra rimaban; formaban parte de una misma melodía.
- Tú en tus torres y yo en mis árboles. A todas nos enseñan a comportarnos, y a ordenar nuestras prioridades en base a lo que se espera de nosotras a lo largo y ancho de nuestras vidas. Porque hasta el más pequeño de nuestros actos, magnifica sus consecuencias a causa de nuestra condición-esto es, ser de casa noble, herederas de reyes- Pero la cuestión es...¿es distinta la libertad que se le otorga a un varón?
Blanca dejó el cuenco a un lado de la improvisada tarima. Soltó, cuidadosa, su lado de la manta, para no descubrir a Aurora al dejarse caer ella, de espaldas.
Los negros mechones de su cabellera se esparcieron, de la madera hasta las hojas, formando una curiosa tela de araña.
- Te diría que sí, pero la verdad es que sólo en parte. Ante nuestros parientes varones también se extiende un largo camino de aprendizaje. Actos simples que provocan consecuencias sobredimensionadas. No te subas a un árbol, porque si te caes y te dañas, el reino se quedará sin heredero, por ejemplo.
O no dejes plantado a tu prometido al pie del altar, para descubrir que te has enamorado de la princesa del reino vecino...
- Sin embargo, deben educarnos asi...imagino. Porque en realidad todos somos mucho más conscientes de que cada decisión que tomamos tiene un precio. Y, por tanto, elegimos mejor. Eso es lo que creo.
Volvió la mirada, buscando la de Aurora, y sonrió, con dulzura.
¿Cuál sería el precio que le tocaría pagar a ella? No le importaba demasiado, ciertamente. Lo había asumido antes de conocerlo.
- Cuando este viaje acabe deberemos regresar. En unos años, tú serás reina, como yo ahora.-hizo una pausa, antes de proseguir.
No deseaba importunarla; de hecho, su principal interés residía en ese momento en el tiempo que pasarían juntas, en esa aventura que habían emprendido.
Y...sin embargo, no pudo evitar preguntar.
- ¿Habrá un rey, entonces?
Se incorporó un tanto, apoyando la cabeza sobre la mano, el codo sobre la tarima, las piernas ligeramente encogidas, los iris brillantes, buscando los contrarios.
- Quizá pudiéramos ocuparnos de ese destino nuestro juntas. Tu hogar y el mío no distan tanto, el uno del otro. Podríamos ser una corte itinerante. Medio año en un reino, medio año en el otro.
-Probablemente una cosa guarde relación con la otra-insinuó, porque sin duda habría sido así. O bien el maestro se alarmó por la devoción de su alumna por las estrellas, más allá quizá de lo que él imaginara de entrada, o bien quien se alarmó por la imprudencia de la joven princesa fue uno de sus progenitores.
- Aun así, aunque ligado a la marcha de tu maestro, es un hermoso recuerdo. ¿Has seguido estudiando las estrellas?-después, de modo autodidacta.
Al modo de ver de Blanca, los recuerdos de la una y de la otra rimaban; formaban parte de una misma melodía.
- Tú en tus torres y yo en mis árboles. A todas nos enseñan a comportarnos, y a ordenar nuestras prioridades en base a lo que se espera de nosotras a lo largo y ancho de nuestras vidas. Porque hasta el más pequeño de nuestros actos, magnifica sus consecuencias a causa de nuestra condición-esto es, ser de casa noble, herederas de reyes- Pero la cuestión es...¿es distinta la libertad que se le otorga a un varón?
Blanca dejó el cuenco a un lado de la improvisada tarima. Soltó, cuidadosa, su lado de la manta, para no descubrir a Aurora al dejarse caer ella, de espaldas.
Los negros mechones de su cabellera se esparcieron, de la madera hasta las hojas, formando una curiosa tela de araña.
- Te diría que sí, pero la verdad es que sólo en parte. Ante nuestros parientes varones también se extiende un largo camino de aprendizaje. Actos simples que provocan consecuencias sobredimensionadas. No te subas a un árbol, porque si te caes y te dañas, el reino se quedará sin heredero, por ejemplo.
O no dejes plantado a tu prometido al pie del altar, para descubrir que te has enamorado de la princesa del reino vecino...
- Sin embargo, deben educarnos asi...imagino. Porque en realidad todos somos mucho más conscientes de que cada decisión que tomamos tiene un precio. Y, por tanto, elegimos mejor. Eso es lo que creo.
Volvió la mirada, buscando la de Aurora, y sonrió, con dulzura.
¿Cuál sería el precio que le tocaría pagar a ella? No le importaba demasiado, ciertamente. Lo había asumido antes de conocerlo.
- Cuando este viaje acabe deberemos regresar. En unos años, tú serás reina, como yo ahora.-hizo una pausa, antes de proseguir.
No deseaba importunarla; de hecho, su principal interés residía en ese momento en el tiempo que pasarían juntas, en esa aventura que habían emprendido.
Y...sin embargo, no pudo evitar preguntar.
- ¿Habrá un rey, entonces?
Se incorporó un tanto, apoyando la cabeza sobre la mano, el codo sobre la tarima, las piernas ligeramente encogidas, los iris brillantes, buscando los contrarios.
- Quizá pudiéramos ocuparnos de ese destino nuestro juntas. Tu hogar y el mío no distan tanto, el uno del otro. Podríamos ser una corte itinerante. Medio año en un reino, medio año en el otro.
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Capítulo 4
Asintió con cierta pena cuando Blanca dijo que la marcha de su tutor y su noche bajo las estrellas podrían estar relacionadas.- Lo sé. -Respondió tiñendo sus palabras con cierto grado de culpabilidad.
Cuando aquello ocurrió la habían mantenido encerrada en sus aposentos recuperándose de la enfermedad que el frío le había causado y al volver a poder salir su tutor ya no estaba, ni siquiera se había despedido. Y no había pensado que pudiera ser su culpa en aquel momento, como no había pensado en aquel recuerdo durante tantos años. Ahora era más consciente de todo.
También asintió cuando preguntó si había seguido estudiando, miró de nuevo hacia las estrellas.- Han sido muchos años y era algo que me gustaba. Aunque no tenía a nadie para regañarme o preocuparse si pasaba demasiado frío en la torre. -Había aprendido de los libros de la biblioteca real, buscando en el cielo lo que había escrito, no siempre con éxito. Pero eso no la había hecho feliz.
La voz de Blanca la guió para que dejara aquellos pensamientos tristes y solitarios y volviera a la conversación. A la educación que recibían, las consecuencias de sus actos, la forma en que trataban de protegerles.- Pero a los varones les educan para la guerra, les enseñan a usar armas, a defenderse y atacar. Creen que son más fuertes y resistentes -A ningún príncipe le habría pasado lo mismo que a ella, a quien siempre habían tratado como si fuera de una fragilidad extrema y el más mínimo soplo de viento pudiera romperla.
Pero quizá la reina a su lado tenía razón y el fin de todo aquello fuera, precisamente, hacerles conscientes del peligro a su alrededor y de la gran responsabilidad que tenían de proteger el legado que les sería heredado y a sus gentes.
Después, mencionó el fin de su viaje, cuando ella regresaría a su castillo y Blanca marcharía a su reino. Ella no tenía ningún deseo de ser reina todavía, pero sabía que tarde o temprano llegaría el momento.
Se tensó un poco al escuchar mencionar a un futuro rey, no era algo que realmente deseara. No como lo había hecho de niña, imaginando que un apuesto príncipe llegaría para pedir su mano. O cuando confiaba en que alguno de los pretendientes que acudían a rescatar a la supuesta princesa dormida se daría cuenta de quién era ella en verdad y la salvaría. Algo así había sucedido... pero no precisamente había sido un príncipe.
Y la propuesta de Blanca, de compartir sus reinos, de ser una corte itinerante, era tan hermosa. Deseó poder decir que sí. Sin embargo, la pregunta sobre el posible rey aún flotaba en su mente, ante ella, como una barrera- Nuestros reinos seguirían necesitando un heredero o heredera.
Cuando aquello ocurrió la habían mantenido encerrada en sus aposentos recuperándose de la enfermedad que el frío le había causado y al volver a poder salir su tutor ya no estaba, ni siquiera se había despedido. Y no había pensado que pudiera ser su culpa en aquel momento, como no había pensado en aquel recuerdo durante tantos años. Ahora era más consciente de todo.
También asintió cuando preguntó si había seguido estudiando, miró de nuevo hacia las estrellas.- Han sido muchos años y era algo que me gustaba. Aunque no tenía a nadie para regañarme o preocuparse si pasaba demasiado frío en la torre. -Había aprendido de los libros de la biblioteca real, buscando en el cielo lo que había escrito, no siempre con éxito. Pero eso no la había hecho feliz.
La voz de Blanca la guió para que dejara aquellos pensamientos tristes y solitarios y volviera a la conversación. A la educación que recibían, las consecuencias de sus actos, la forma en que trataban de protegerles.- Pero a los varones les educan para la guerra, les enseñan a usar armas, a defenderse y atacar. Creen que son más fuertes y resistentes -A ningún príncipe le habría pasado lo mismo que a ella, a quien siempre habían tratado como si fuera de una fragilidad extrema y el más mínimo soplo de viento pudiera romperla.
Pero quizá la reina a su lado tenía razón y el fin de todo aquello fuera, precisamente, hacerles conscientes del peligro a su alrededor y de la gran responsabilidad que tenían de proteger el legado que les sería heredado y a sus gentes.
Después, mencionó el fin de su viaje, cuando ella regresaría a su castillo y Blanca marcharía a su reino. Ella no tenía ningún deseo de ser reina todavía, pero sabía que tarde o temprano llegaría el momento.
Se tensó un poco al escuchar mencionar a un futuro rey, no era algo que realmente deseara. No como lo había hecho de niña, imaginando que un apuesto príncipe llegaría para pedir su mano. O cuando confiaba en que alguno de los pretendientes que acudían a rescatar a la supuesta princesa dormida se daría cuenta de quién era ella en verdad y la salvaría. Algo así había sucedido... pero no precisamente había sido un príncipe.
Y la propuesta de Blanca, de compartir sus reinos, de ser una corte itinerante, era tan hermosa. Deseó poder decir que sí. Sin embargo, la pregunta sobre el posible rey aún flotaba en su mente, ante ella, como una barrera- Nuestros reinos seguirían necesitando un heredero o heredera.
Blanca- Castillo - Con los espejos
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Capítulo 4
Nuestros reinos seguirían necesitando un heredero o heredera.
Si esa era toda la objeción que Aurora podía encontrarle a su propuesta, Blanca podía considerarse más que satisfecha.
Porque eso no apuntaba a un no...
No iba acompañado de un rechazo...
De hecho, había notado cómo su expresión mudaba cuando le había preguntado por un posible futuro rey.
Y no, en cambio, cuando había sugerido que compartieran reinos.
Un tanto envalentonada, otro tanto confiada, alargó la mano hasta Aurora, y la asió por la cintura, acercándola hasta ella.
- ¿Cuántos huérfanos, cuantas huérfanas, pueden precisar una madre, en nuestros reinos? Un hijo no necesariamente ha de llevar tu sangre. Sí tu legado, aquel que tú le otorgas, los valores que tú le enseñas. El amor que tú le das.
Otros reinos habían sentado en sus tronos hijos de matrimonios anteriores a un rey o una reina nuevamente desposados.
Algunos habían cambiado de dinastias, incluso.
Ellas sólo debían tomar un camino ligeramente distinto, cuando fuera el momento de formar una família.
Claro que existía además otro modo.
Pero Blanca no tenía intención de pasar por eso.
Y aún así, si esta otra fuera la opción de Aurora...lo permitiría.
Siempre que no conllevara el peligro de perderla.
- Olvidemos por el momento ese detalle. Sólo deseo saber si querrías. Si vivirías conmigo - musitó - Porque es lo que yo querría, Aurora. Regresar, al fin de este viaje. Pero regresar contigo. Quedarme a tu lado, por el resto de mis días.
Si esa era toda la objeción que Aurora podía encontrarle a su propuesta, Blanca podía considerarse más que satisfecha.
Porque eso no apuntaba a un no...
No iba acompañado de un rechazo...
De hecho, había notado cómo su expresión mudaba cuando le había preguntado por un posible futuro rey.
Y no, en cambio, cuando había sugerido que compartieran reinos.
Un tanto envalentonada, otro tanto confiada, alargó la mano hasta Aurora, y la asió por la cintura, acercándola hasta ella.
- ¿Cuántos huérfanos, cuantas huérfanas, pueden precisar una madre, en nuestros reinos? Un hijo no necesariamente ha de llevar tu sangre. Sí tu legado, aquel que tú le otorgas, los valores que tú le enseñas. El amor que tú le das.
Otros reinos habían sentado en sus tronos hijos de matrimonios anteriores a un rey o una reina nuevamente desposados.
Algunos habían cambiado de dinastias, incluso.
Ellas sólo debían tomar un camino ligeramente distinto, cuando fuera el momento de formar una família.
Claro que existía además otro modo.
Pero Blanca no tenía intención de pasar por eso.
Y aún así, si esta otra fuera la opción de Aurora...lo permitiría.
Siempre que no conllevara el peligro de perderla.
- Olvidemos por el momento ese detalle. Sólo deseo saber si querrías. Si vivirías conmigo - musitó - Porque es lo que yo querría, Aurora. Regresar, al fin de este viaje. Pero regresar contigo. Quedarme a tu lado, por el resto de mis días.
Había un príncipe, al que la reina dejó al pie del altar.
Una reina debe casarse
Oh, sí, dijo entonces a su consejo. Pero no mientras te maldicen el reino.
Una reina debe casarse...pero, ¿en qué ley se especifica que debe hacerlo con un príncipe?
Ninguna lo hace. Por desidia u omisión, no se especifica.
El reino ya no estaba maldito.
Y la reina había escogido.
Sólo restaba saber si era correspondida
Una reina debe casarse
Oh, sí, dijo entonces a su consejo. Pero no mientras te maldicen el reino.
Una reina debe casarse...pero, ¿en qué ley se especifica que debe hacerlo con un príncipe?
Ninguna lo hace. Por desidia u omisión, no se especifica.
El reino ya no estaba maldito.
Y la reina había escogido.
Sólo restaba saber si era correspondida
Blanca- Bosque - con Aurora
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Capítulo 4
Pensar que tendría que renunciar a ese bello sueño que había pintado Blanca para ella la entristecía. Pero la reina siempre era resuelta e incluso en ese escollo veía una posible solución.
Si bien no sería fácil, estaba segura de que la estabilidad política de un reino exigía de algún modo que la sangre del futuro heredero fuera real. Por más que la idea de acoger a un huérfano fuera hermosa... estaba convencida de que no sería tan aceptada.
Mas Blanca aún exigía una respuesta. Un deseo, formulado entre ellas, un susurro que se convirtiera en secreto hasta que pudiera ser una realidad.
Aurora se perdió en la inmensa oscuridad de aquellos ojos por un instante, su rostro se alejó al ajeno y sus labios acariciaron los rojos de aquella mujer con la delicadeza de los pétalos de una rosa. Solo entonces decidió dar su respuesta, con los ojos cerrados, sobre aquellos labios.
- Sí, Blanca. Sin obstáculos como ese, sería mi deseo estar a vuestro lado. -Respondió ella, con una sonrisa jugando en sus labios, con ese deseo formulado desde el corazón: que no hubiese obstáculos para ellas.- Querría vivir el resto de mi vida junto a quien me pudo ver más allá de los hechizos y maleficios que.
Si bien no sería fácil, estaba segura de que la estabilidad política de un reino exigía de algún modo que la sangre del futuro heredero fuera real. Por más que la idea de acoger a un huérfano fuera hermosa... estaba convencida de que no sería tan aceptada.
Mas Blanca aún exigía una respuesta. Un deseo, formulado entre ellas, un susurro que se convirtiera en secreto hasta que pudiera ser una realidad.
Aurora se perdió en la inmensa oscuridad de aquellos ojos por un instante, su rostro se alejó al ajeno y sus labios acariciaron los rojos de aquella mujer con la delicadeza de los pétalos de una rosa. Solo entonces decidió dar su respuesta, con los ojos cerrados, sobre aquellos labios.
- Sí, Blanca. Sin obstáculos como ese, sería mi deseo estar a vuestro lado. -Respondió ella, con una sonrisa jugando en sus labios, con ese deseo formulado desde el corazón: que no hubiese obstáculos para ellas.- Querría vivir el resto de mi vida junto a quien me pudo ver más allá de los hechizos y maleficios que.
Blanca- Castillo - Con los espejos
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If you say yes
Capítulo 5
Una reina debe casarse...pero, ¿en qué ley se especifica que debe hacerlo con un príncipe?
Ninguna lo hace. Por desidia u omisión, no se especifica.
El reino ya no estaba maldito.
La reina había escogido, a una princesa de cabellos bendecidos por el sol.
Una princesa que tampoco estaba maldita ya.
Y la princesa, bajo las estrellas, había respondido con un sí
Ninguna lo hace. Por desidia u omisión, no se especifica.
El reino ya no estaba maldito.
La reina había escogido, a una princesa de cabellos bendecidos por el sol.
Una princesa que tampoco estaba maldita ya.
Y la princesa, bajo las estrellas, había respondido con un sí
Hubo otros besos, y otras sonrisas susurradas al oído.
Besos y sonrisas optimistas, que aseguraban, convencidísimas, que el futuro que a ambas aguardaba compensaría con creces la infancia de la una y la adolescencia robada de la otra.
Que juntas protegerían no uno, sino dos reinos. Y ambos serían prósperos. Y ambos quedarían unidos en el futuro, así como sus corazones quedaban unidos entonces.
Con la llegada del alba el camino siguió. Las dos, custodias de esas tierras afortunadas por tenerlas a ellas al frente, alcanzaron aldeas primero, y una ciudad después.
En tierras extrangeras, que les eran desconocidas por igual. Y, sin embargo, tan cercanas al reino de Aurora que una no dejaba de sorprenderse ante el hecho de no haberlas visitado antes.
La ciudad construía sus calles, empinadas, entorno a una colina coronada por un castillo cuya silueta podía verse desde cualquier punto. Las puertas de la muralla permanecían abiertas, y ambas las cruzaron, en sus monturas, sin que nadie se detuviera a mirarlas.
Dentro, las calles aparecían decoradas con banderines de colores, flores y algunas guirnaldas.
Se oía música.
Blanca bajó de su caballo, lo tomó de las riendas y aguardó a que Aurora hiciera lo mismo, antes de seguir por el camino central, hasta alcanzar una plaza en la que había mercado.
En el centro de la misma, un bardo cantaba, encaramado a un pilar, cancioncillas aprendidas en sus viajes, que pretendian traer las nuevas de aquí y de allá.
Justo entonces anunciaba una. Una acerca de cierta princesa dormida que acababa de despertar.
- Vamos a ver qué dice...-sugirió, en un susurro bajo, Blanca.
Blanca- reino vecino - con Aurora
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If you say yes
Capítulo 5
Aurora había sido educada desde bien niña para pensar que su condición de mujer y princesa hacía de ella alguien de constitución débil. Alguien que jamás podría soportar las inclemencias de un viaje como el que estaba haciendo junto a la bella Blanca. Pero tampoco ninguno de aquellos que le habían hablado de aquel modo la habrían imaginado sobreviviendo durante años en la soledad de su castillo, como un anciana sin fuerzas.
Sin embargo, ella misma se sorprendía descubriendo que los días transcurrían como si fueran suspiros al lado de la morena. Junto a ella sentía la fuerza que jamás había imaginado poseer, la creencia de que era capaz de todo. Por eso cada día la idea de compartir su vida junto a aquella mujer maravillosa la convencía más.
Ese era su mayor deseo, hacer que fuera posible.
Así, poco a poco, llegaron a un reino vecino. Era de suponer que de él hubieran procedido algunos de los caballeros que había visto morir en sus fracasados intentos de rescate. Pensar en ello le daba cierta pena, pero también sabía que ellos jamás habrían visto más allá de las terribles apariencias.
La capital del reino, por lo que parecía aquella ciudad, se preparaba para las fiestas. Había mercado y todos estaban reunidos en la plaza, la mayoría alrededor de un bardo que parecía estar a punto de empezar una historia. Una historia sobre una bella princesa durmiente.
Le dedicó una mirada divertida a Aurora cuando dispuso que escucharan.
Fue el huso maldito el que sumió a la bella princesa en un profundo sueño junto con todos los habitantes de su castillo.
Cientos de años pasaron en los que innumerables y valientes príncipes se acercaron con el honorable deseo de ser los portadores del beso de amor verdadero que habría de terminar con la terrible maldición.
El castillo y su historia, así como el reino de la bella princesa, cayó poco a poco en el olvido.
Hasta que llegó el brillante día en que un joven y apuesto rey llegó hasta sus puertas. Movido por la insaciable curiosidad destruyó los espinos que habían crecido alrededor de la fortaleza y accedió a su interior. Todo permanecía congelado en el tiempo, como si no hubieran pasado los años. Fue la luz divina la que le guió hasta lo más alto de la más alta torre y allí halló a la más hermosa criatura que nadie pudiera nunca imaginar.
La princesa de rostro ovalado y mejillas sonrosadas lucía el más hermoso cabello dorado jamás visto, pero eran sus labios rojos como la grana los que hicieron que el rey sintiera el impulso de besarla, movido por el más noble de los afectos.
Su sorpresa fue mayúscula al contemplar los bellos ojos abrirse para él y a la bella princesa dibujando la más brillante sonrisa al tiempo que todos los seres que habitaban su castillo salían de su letargo.
- Un rey... -Suspiró Aurora, mirando a la Reina que tenía a su lado, la verdadera heroína de aquella historia, que era la suya.
Aurora - reino vecino - con Blanca
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