Edwin había regresado a casa tras una encantadora jornada charlando con antiguas amistades que habían regresado a la localidad a causa de las festividades que tendrían lugar durante el periodo estival. El joven Sinclair pensó que tendría que ir incluyendo a su Lilibet en algunos de estos eventos sociales. Aunque su amiga no se lo dijera, él estaba seguro de que tendría que sentirse sola allá donde estaba, alejada de las amistades que había forjado durante su ausencia.

Cuando regresó a casa, percibió en el ambiente un aroma a flores que le resultaba familiar. Frunció el ceño, pensativo, y preguntó al servicio si había ido alguna muchacha preguntando por él. «Solo ha venido la señorita Fairbanks», le respondió su ama de llaves. «Se encuentra charlando con vuestro hermano en la biblioteca», apostilló. Edwin la miró durante unos instantes de prolongado silencio hasta que fue capaz de responderle con un simple «oh» que de seguro lo habría hecho parecer un idiota.

«¿Chris charlando con una mujer?», pensó. «¿Voluntariamente?»

Algo había en aquella sencilla declaración que no terminaba de cuadrarle. Subió las escaleras, llamó cortésmente a la puerta y asomó por ella antes de preguntar.

— Hola, Lilibet — esbozó una sonrisa —. Me habían dicho que estabas aquí, ¿querías verme?

— ¡Hola, Edwin! — replicó ella con alegría. — Pues… — se sumergió un instante en sus pensamientos antes de responder. — ¡Ah, sí! Venía a traerte tu cuaderno, te lo has olvidado esta mañana, en el lago.

— ¡Ah! Sí, es cierto. Pero no tendrías que haberte molestado. Una mujer como tú no debería ir sola por las calles ahora que es tan tarde.

Ella frunció el ceño, como sin comprender a qué se refería, y abrió mucho los ojos cuando comprobó a través de la ventana que, efectivamente, los había alcanzado el ocaso.

— ¡Madre mía! ¡Qué tarde es ya! Ay, y yo aquí sin darme ni cuenta… — dejó la tacita de té en su sitio y procedió a prepararse para su marcha. El joven dejó que se despidiera cordialmente de su hermano y la acompañó hasta el vestíbulo. — Qué vergüenza, por favor, y qué bueno es tu hermano, que no me ha dicho nada, aunque seguro que le haya molestado.

— Pero… ¿cuánto tiempo llevas aquí? — quiso saber Edwin.

— Unas horas, toda la tarde… — suspiró. — ¿por qué?

— Pero… — volvió a repetir, deteniéndose frente a ella. — ¿Con Christopher?

Ella lo miró como si le hubiese preguntado por qué la lluvia cae hacia abajo.

— ¿Con quién iba a estar si no?

Edwin dejó por imposible tratar de comprender la situación y la guardó hasta que llegó a su casa. Al día siguiente, se encontró pensando en cómo había podido mantener una conversación con Christopher de más de dos minutos, siendo él parco en palabras como era, y se sorprendió a sí mismo haciendo sus propias averiguaciones al respecto de lo que había ocurrido.


Al cabo de la semana comenzaron a florecer los rumores sobre un baile organizado por una de las más boyantes fortunas del condado. Damas y caballeros comenzaban a elucubrar con quién se encontrarían en el evento y a quién podrían atrapar. Poco después llegó a casa de los Sinclair la invitación a una velada que se anticipaba prometedora.

Lilibet hizo notar a Christopher que aquella zona junto a las bebidas se estaba volviendo más concurrida por momentos, algo que no era agradable para él, pero al parecer tampoco para la mujer que le acompañaba.
Así que asintió ofreciéndole el brazo para caminar hacia un espacio más abierto. Uno de los salones laterales.

La joven comentó que hacía tiempo que no tenía ocasión de asistir a un evento de aquella magnitud, y por ende a bailar en el mismo. Lo que convirtió en una autoimposición el invitarla a la danza cuando la situación lo propiciase. Pero en primer lugar quiso acallar ese posible temor de que la juzgara si erraba algún paso.
- Os aseguro que tampoco soy un gran bailarín, así que a buen seguro seré más torpe que vos. -Dado que le era imposible imaginar la posibilidad de torpeza alguna en la señorita Fairbanks.- Además, podríamos esperar a que se toque una melodía más lenta y sencilla de seguir. O tal vez a que la zona de baile se llene tanto que nuestros pasos errados no puedan captar la atención de nadie en la sala. -Ofreció como alternativa, queriendo liberarla de cualquier presión posible al respecto.

Christopher se veía a menudo en la obligación de asistir a aquellos eventos, claro, pero eludía en la medida de lo posible la idea de bailar si no era por obligación. Por tanto su práctica era más bien poca o nula. Pero era cierto que no solía equivocarse, más por miedo a hacer el ridículo que por deleite en la danza. Si bien, sería capaz de dar un paso en falso y equivocarse si con ello libraba a la señorita Fairbanks de cualquier bochorno. Una dama tan dulce no merecía que las miradas y comentarios malintencionados se posaran sobre ella.

Ante su mención a la música, prestó atención. En el salón a su lado ya había parejas moviéndose al compás y podía distinguir entre ellos a su hermano y su sonriente acompañante.- Parece que han iniciado los bailes. -Anunció, a pesar de la evidencia.- ¿Desea que nos unamos en la siguiente pieza o quiere pasear por el salón un poco más? Supongo que podríamos continuar nuestra última conversación. -Ofreció. Por su cabeza pasó la idea de hacer una incursión a la biblioteca Denham, pero seguramente sería hoy una sala solitaria y no cometería el atrevimiento de ofrecerle tal cosa a una dama.

La señorita Brydges le ofreció su comprensión y el joven Sinclair esbozó una sonrisa al saber que no había errado suponiendo que a su pareja de baile no le molestaría su manera de intervenir en los designios del azar para evitar una injusticia. Ah, ¡qué agradable resultaba compartir una conversación con alguien que hablaba su mismo idioma!

— Cierto es — comentó, esperando el resto de su respuesta. Contuvo una risa ante la idea de la compensación de su hipotética traición —. Resulta más sensato no perder vuestro favor para empezar.

La pareja se deslizó sobre la pista como piezas perfectamente coordinadas en el engranaje de una caja musical. Ambos eran excelentes bailarines, se movían en perfecta sincronía.

— Oh, no os preocupéis por ella, estará perfectamente — entrelazó sus manos con las de ella —. ¿Qué puedo decir? No me puedo resistir a ayudar a una dama en apuros, menos si resulta así de cautivadora — la separó de sí, dándole espacio para ejecutar un giro, sin soltar su mano —. Estaba seguro de que lo seríais, os lo garantizo — paseó la vista por la mirada de la joven y después observó el resto de la sala —. Tendríais que ver con qué cara nos miran — le dijo con una sonrisa.

Las circunstancias no habían permitido que conociera a Edwin Sinclair más que por algunos intercambios fugaces en conversaciones intrascendentes. Pero, por supuesto, había juzgado su caracter en ellos y por todo lo que oía de su persona y daba por hecho que sería una compañía agradable para cualquier dama.
Le alegraba tener al fin ocasión de comprobarlo y recibir sus atenciones por sí misma.

Sonrió al escuchar que consideraba más sensato mantener su favor, asintiendo suavemente.- Os aseguro que os beneficiará más estar de mi lado que en mi contra. -No es que Margerite tuviera un poder real, pero sí podía hablar con otras damas y hacer que su reputación entre ellas se viera dañada, aunque viendo el encanto con el que se manejaba, no serviría de mucho.

Siguieron moviéndose con la música. La dama dejó escapar una risita al escuchar cómo la llamaba "doncella en apuros".- Sois todo un caballero andante, señor Sinclair. Aunque vuestro hermano creo que no es un dragón convincente. -Pese a que su compañía no era de su agrado, tampoco le consideraba amenazante ni mucho menos. Los Sinclair eran caballeros, bien educados y gentiles, a pesar de que solo uno de ellos supiera manejarse en una conversación.

Ante sus palabras sobre las miradas ajenas, no pudo evitar deslizar sus ojos por la sala discretamente y sin perder el ritmo requerido. Una sonrisa de suficiencia pronto apareció en sus labios. No era Margerite una dama que se sonrojase por estar siendo el centro de atención.- Habrá muchas damas envidiándome ahora mismo por estar en compañía del caballero más atento de la noche, ciertamente. -Le halagó, esperando, por supuesto, una respuesta a la altura.- Las compadezco, mas me temo que acapararé vuestra compañía durante toda la velada gracias al juego de las cintas. -Sonrió de lado, dado que aquello les ataba en cierto modo durante la velada. No como en otras ocasiones donde una podía huir de una compañía intratable para buscar a otros. Un motivo más para agradecer la jugada que había llevado a cabo el caballero.

El mayor de los Sinclair demostraba ser un acompañante de lo más encantador. Parecía dispuesto a facilitarle las cosas a Lilibet. Buscaba su aprobación para las distintas opciones que le proponía para pasar el tiempo y parecía dispuesto a oír sus propuestas. Resultaba agradable, pensaba ella, estar con alguien que tuviera en cuenta su opinión de esa manera.

— Oh, no creo que nadie nos esté mirando — echó un fugaz vistazo a su alrededor —. Parecen pocas las parejas que se vayan a quitar los ojos de encima. No creo que nadie se preocupe por nosotros. Además, las faldas disimulan los tropiezos.

Allá donde mirase veía risas, cuchicheos, miradas cómplices. Damas y caballeros estaban demasiado ocupados estudiando las parejas que el azar había formado como para preocuparse de una sola de ellas. Seguro que habría coincidencias más interesantes que llamasen mejor la atención de aquellos pendientes de los cotilleos de la alta sociedad inglesa. Al poco tiempo comenzó a sonar la música y la sala se llenó de bailarines deslizándose sobre una brillante pista.

— Si se trata de pragmatismo… — comenzó, creyendo que sería ese enfoque el que preferiría Christopher. — Creo que deberíamos unirnos ahora al baile. Al ser la primera pieza, habrá más parejas en la pista y, por tanto, menos ojos sobre nosotros, así que podremos descuidar los tropiezos. Además, así tendremos tiempo libre más adelante, para pasear por la hacienda o descubrir los jardines, o para seguir bailando, ¿por qué no? — ladeó una sonrisa. — Puede que hasta nos acabe gustando. En cualquier caso, la decisión es vuestra, señor Sinclair.

Ciertamente, no le podía quitar la razón a su acompañante. Para alivio suyo, la mayoría de los asistentes se encontraban emparejados y más pendientes de hacer un buen papel que de desestimar a los demás. Quizá no fuera el caso de los acompañantes, pero estaba seguro de que habría emparejamientos más curiosos y llamativos que el suyo, al tratarse ambos de conocidos.

Así pues, cuando sonó la música decidió proponer a la joven un baile, para así darle el gusto tras haber expresado su interés por la actividad. Además, incapaz sería de negarse ante los más que correctos comentarios y apreciaciones que ella formulaba. Ciertamente el pragmatismo obligaba a no desaprovechar la ocasión.

- En tal caso, señorita Fairbanks. -Pronunció al tiempo que extendía su mano hacia ella.- ¿Querríais hacerme el honor de acompañarme en esta pieza? -Preguntó, con una sonrisa apareciendo tímidamente en su rostro, confiando en que ella tomase su mano para así poder dirigirse hacia la zona donde todos tomaban posición.

Lo hicieron en un lugar central, donde sería su presencia más discreta y no tardaron en comenzar a moverse. Christopher no apreció ningún error en los pasos de la dama, él por tanto tampoco los cometió.- Creo que me habéis intentado engañar. -Pronunció cuando los pasos les obligaban a estar a una distancia más corta en la que se podía entablar conversación.- A fe mía que no se aprecia ninguna torpeza en vuestra forma de bailar. Más bien todo lo contrario. -Se tomó el atrevimiento de halagarla, si bien lo que decía era completamente cierto.

Con la cantidad de novelas, poemarios y profesorado que tenía a su disposición la alta sociedad inglesa, uno creería que damas y caballeros tendrían temas de conversación con los que deleitar a sus iguales, mas Edwin sabía que no era así. Eran tantos los hombres obsesionados con los negocios o con las bajezas de la carne que resultaba imposible tratar de charlar, de la misma manera que eran muchas las mujeres que solo prestaban atención a los señores que deleitaban sus inflados egos con fingido interés radicado en intereses completamente deshonestos. Cuando se encontraba en otra persona el delicado equilibrio entre la educación y el juego del que disfrutaban en especial los jóvenes en edad casadera era, desde luego, motivo de celebración.

— ¿De veras lo pensáis o solo tratáis de adularme por haberos acompañado? No me lo digáis, prefiero vivir con el misterio —. Sabía la respuesta, por supuesto, pero todo aquello formaba parte de la diversión —. No sintáis pena por ellas, al menos no por esta noche — continuaron brillando sobre la pulida pista, perfectamente sincronizados —. ¿Qué diría de mí que penséis en otras personas mientras os acompaño? No, no. De esta velada nos pertenece el ahora. Mañana podréis fingir que os apena que el destino no haya sido tan generoso con vuestras compañeras. Yo no me molestaré en sentir lo mismo por el resto de caballeros, ni siquiera cuando concluya la fiesta.

Margerite disfrutaba de aquel baile y de poder mostrar libremente la facilidad que tenía para la danza y lo bien invertido que había sido sus tiempos practicando con diferentes institutrices y tutores.
Una pequeña y alegre risa brotó de sus labios como el trinar de un bello pájaro ante la pregunta que Edwin no quiso que respondiera.

Fácilmente podía afirmar que le consideraba realmente un buen caballero. Y no se debía solo a su actuar de aquella noche, aunque lo agradecía enormemente, por descontado.- Debéis saber que uno de mis defectos es que intento evitar decir cosas que no pienso, salvo cuando la situación lo requiere. Y en este momento, la compañía me anima a hablar libremente. -Tal como había pedido, no había dado una respuesta clara a aquella pregunta retórica. Y, aún así, de sus palabras podría sacarse la misma. Segura estaba de que el caballero era más que capaz de descifrar sus sencillos enigmas.

Margerite colocó la mano sobre el hombro de Edwin mientras desfilaban y hablaban, cambiando de dirección con una media vuelta elegante para repetir el paso en la otra dirección. La sonrisa se perfilaba en los labios de la dama al escuchar sus palabras, miraba al frente, pudiendo distinguir a algunas de las jóvenes. No, desde luego que no iba a perder su tiempo pensando en ellas, como mucho se cubriría las espaldas para esquivar los futuros puñales que intentaran clavarle por envidia.

- ¿Debo entender que soy tan buena compañía que no tendré que depender de un juego para poder disfrutar de la vuestra? -Preguntó, con toda la intención y una sonrisa divertida.- Reconozco abiertamente que no me molestaría. -Puesto que no tenía sentido negarlo.

Un poco más allá se fijó en que el otro Sinclair y la encantadora señorita Fairbanks se acercaban también a la pista, por lo que hizo un gesto para que Edwin también se fijase en la pareja.

El mayor de los Sinclair se mantuvo en un pensativo silencio mientras ella enumeraba las ventajas que les supondría comenzar a bailar al inicio de la pieza, y tras unos breves instantes de reflexión, dio por buena su teoría y le ofreció su mano para llevarla hacia el centro de la sala, donde otras tantas parejas comenzaban su danza. Lilibet alumbró su rostro con una sonrisa sincera y tomó la mano de su acompañante.

— Por supuesto que sí, señor Sinclair —. La música los acompañó en su viaje hacia el centro del salón. Algunas parejas ya habían comenzado a bailar, otras tantas aún estaban buscando los ánimos para hacerlo, mientras que Christopher y Lilibet comenzaron a seguir el ritmo de los compases en una posición discreta. La pieza que sonaba era una de las favoritas de la señorita Fairbanks. Podía anticipar la cadencia de los instrumentos, la entrada de las cuerdas, el ascender de los tonos —. ¿Oh? — La observación de su acompañante la hizo arquear las cejas. Rio cuando recibió la explicación pertinente. — Sois demasiado amable. Nunca trataría de engañaros. De hecho, no creo que pudiera hacerlo —. Christopher era demasiado inteligente para siquiera intentarlo —, pero he de deciros que tampoco yo veo la torpeza que mencionábais por ningún lado —. Estaban ejecutando una rutina de baile sencilla, mas para hacerlo sin errores también se requería cierta destreza que, desde luego, ambos tenían —. Os considero un buen compañero de baile, tanto que no me importaría pasar el resto de la velada de esta manera.

Christopher por lo general prefería mantenerse ajeno a ese tipo de actividades y tampoco intentaba prestarles demasiada atención, no fuera a ser malinterpretado como una muestra de interés por su parte.
Pero tenía la obligación de reconocer que no era en absoluto desagradable bailar junto a alguien que cuenta con tu simpatía y, además, resulta grácil en el desenvolvimiento de la tarea. Y tal era el caso de Lilibet.

- En ese caso, quizá ambos hemos pecado de exceso de modestia. -Respondió cuando ella negó la posibilidad de poder engañarle y dejó en evidencia que no era ni de lejos tan torpe como se había acusado de ser.- Aunque sí creo que tenía más deseos de bailar de lo que me había hecho entender. Temo que podría haberla decepcionado de no haberme decidido a invitarla. -Y la verdad es que sí que le preocupaba ahora pensar que no habría sido un buen compañero para la señorita Fairbanks, que con su amabilidad seguramente jamás habría hecho notar sus deseos.

Sonrió al realizar un giro tras escuchar que no le importaría pasar la noche bailando en su compañía.- Lo considero un cumplido, señorita Fairbanks. Y permítame que se lo devuelva, ya que a pesar de mi resistencia al baile, admito que estoy disfrutando de este por ser en su compañía. -Era honesto en sus palabras, no era posible que Christopher Sinclair realizara un halago sin pensar verdaderamente en lo que estaba diciendo. Consideraba a Lilibet una dama agradable y con la que se podía entablar conversación e incluso bailar sin temer que se malinterpretaran sus palabras o intenciones. Un soplo de aire fresco en la opresiva sociedad en que se veía obligado a moverse.

La señorita Brydges era tan diestra en el arte de las palabras como lo era deslizándose sobre el salón como si pudiera elevarse sobre el suelo que pisaban el resto de los mortales. Era, desde luego, fruto de la combinación entre años de práctica y un talento personal de lo más encantador.

— Me alegra, pues, que os sintáis cómoda en mi presencia — asintió —. Es todo un honor.

Continuó la música y la pareja siguió bailando desde el centro hacia los extremos del salón. No les hacía falta ubicarse en una posición concreta para seguir atrayendo miradas. Muchas parejas los seguían con la mirada. Ellos fingían no percatarse de ello, aunque ambos disfrutaban de la atención recibida. Edwin recibió la pregunta de su acompañante con cierta curiosidad.

— Lo que debéis saber es que ningún hombre sería tan necio como para rechazar la oportunidad de pasar una velada con vos — respondió, sosteniendo su mirada —, y que no seré yo el primero en hacerlo, mucho menos después de contar con vuestra compañía hoy.

Alzó la vista hacia el lugar que le indicó su dama. Al principio, no vio nada que fuese merecedor de su atención, pero al fijarse con un poco más de cuidado reconoció los brillantes cabellos de Lilibet. La acompañaba su hermano, hecho un perfecto caballero, bailando junto a ella con una sonrisa en los labios.

— Vaya — arqueó las cejas y parpadeó varias veces —. Fijaos en eso.

Edwin no salía de su asombro. No era el hecho de que su hermano estuviese bailando, porque Dios sabía que tenía pies y manos para hacerlo, sino que pareciese disfrutar de ello. Lilibet era, desde luego, una mujer extraordinaria si había conseguido que la acompañara.

La caballerosidad y cumplidos entretejidos con suma elegancia entre las palabras de Edwin, conseguían con facilidad que la sonrisa de la joven Brydges fuera sincera. Y para alguien acostumbrado a llevar una máscara de perfección, la sinceridad era algo realmente valioso en la expresión.

- Os sorprenderíais, querido señor Sinclair. -Respondió cuando él aludió a que no habría hombre que deseara rechazar su compañía.- Hay quienes me describen como demasiado altiva, exageradamente habladora y de mente sobradamente inquisitiva. -Estaba convencida de que el otro Sinclair era uno de ellos.- Cualidades que no todo el mundo sabe apreciar, me temo. -Para ella eran cualidades, la hacían destacar por encima de los demás y eso era lo que más deseaba.- Pero solo significa que esas personas no están a la altura. Quienes saben apreciarme, como lo hacéis vos, demuestran mejor disposición y ser merecedores de mi atención. -Porque estaba claro que ella no deseaba perder su tiempo con quien no sabía apreciarla por entero.

No había esperado ver al hermano de Edwin allí junto a la señorita Lilibet, por eso llamó la atención de su acompañante cuando les vio. Y la sorpresa en el rostro del menor de los Sinclair demostraba que no se equivocaba en que era un hecho extraordinario.- Debo decir que creo que es la primera vez que veo a vuestro hermano bailar. -Admitió, tratando de hacer memoria. Tampoco es que fuera muy común verle sonreír, y allí estaba, haciendo ambas cosas a la vez.- Me inclino a pensar que vuestra querida Lilibet Fairbanks es una joven capaz de obrar maravillas. Dudo sinceramente que, de haber tenido la poca fortuna de estar en su posición y no en la que tengo ahora, hubiera conseguido tal proeza.

La señorita Fairbanks estaba disfrutando del baile con Christopher Sinclair tanto como lo hacía de la conversación de la que la proveía. Era un hombre encantador, desde luego, tal vez parco en palabras, pero no así en sus gestos, que estaban dotados de una discreta consideración.

— No podríais decepcionarme — replicó ella, separándose momentáneamente de su acompañante para ejecutar uno de los giros que correspondían a la parte central del baile. En el rostro de Christopher vio una sonrisa sincera e iluminó su rostro de la misma manera —. ¡Qué halagador! — exclamó en un susurro cómplice. — Os confieso que me alivia saberlo, puesto que no querría ser yo quien hiciera de esta experiencia algo desagradable para los dos. Por lo menos, en lo que a la integridad de vuestros zapatos respecta, podéis estar tranquilo: hace muchos años que no me tropiezo mientras danzo, al menos no si no es lo que pretendo — concluyó, dándose un aire de misterio.

No iba a negar que había dado algún que otro pisotón a acompañantes que no eran en absoluto de su agrado, bien por sus escasos modales o por otras cuestiones. Continuaron bailando hasta que concluyó la pieza, sin lesiones fortuitas o intencionadas que lamentar por el camino, y prolongaron su charla durante unos compases más, para asombro de quien los observaba, aunque ambos permanecieron ajenos a ello, enfrascados como estaban en disfrutar de su mutua compañía.

Christopher no era amigo de los halagos y los cumplidos, los consideraba normalmente faltos de verdad, ya que la mayoría tendía a regalarlos con exagerada ligereza. Sin embargo, se sentía conmovido por cómo le apreciaban los ojos de Lilibet, que parecía solo capaz de ver sus bondades.
Y él se sentía inclinado a corresponder del mismo modo, dado que la joven no merecía salvo buenas palabras y toda su atención en aquel momento.

- Dudo mucho que vos pudierais hacer desagradable cualquier experiencia, más bien lo contrario. -Quién no disfrutaría de la compañía de una joven tan dulce como la señorita Fairbanks.- Y debo decir que me alegra no provocar que deseéis pisar mis zapatos. -Extraño en él bromear de ese modo hasta el punto de reír por lo bajo en público.

Siguieron bailando, disfrutando de un par de piezas más para contentar el deseo que Lilibet había expresado. Pero más tarde pasearon un poco por la sala mientras reponían fuerzas con una copa de licor suave y una conversación agradable.


Muchos podrían haberse sorprendido al reconocer el perfil del mayor de los Sinclair entre los participantes del baile, y mirando con agrado a la encantadora dama que tenía frente a sí. La primera en notarlo, posiblemente, fuera su madre, bien pendiente de las acciones de sus hijos para saber si podía animarse con la suerte de aquel baile o temer el descontento de alguno, sobre todo de Christopher.
Pero la suerte la había sonreído y tenía a bien comentarlo animadamente con los Fairbanks. ¿Acaso sus hijos no hacían una pareja maravillosa?
Y qué decir del menor, no podía haber tenido mejor suerte. La señorita Brydges provenía de una de las mejores y más adineradas familias de la zona y parecían estar disfrutando tanto de la compañía ajena.

Desde luego, todas aquellas velas que había encendido en la parroquia los domingos estaban dando sus frutos, Aunque se cuidaría de comentarlo, bien sabía que sus hijos tendían a refrenarse si sabían que ella estaba interesada en algo, solo para fastidiarla sin duda alguna. Pero ya les daría un empujón si lo consideraba necesario.

Mas sin duda, podía afirmar que había sido aquella una velada prometedora.