La primera carta fue una sorpresa, primero porque parecía una respuesta y segundo porque el tono de la misma parecía puntiagudo. Por alguna razón, le hizo gracia, tanta que no pudo evitar responder con esa misma altanería que lo caracterizaba, como si fuese un juego que no pudiese perder. Le respondieron, volvió a responder y así hasta que esas respuestas se convirtieron en una necesidad. La cara que estaba al otro lado se la imaginó una y mil veces, viendo a las personas por los pasillos y pensando si ese era su amigo secreto. Sabía que era un alumno, que iban al mismo curso y que por el amor de todo, no era un maldito sangre sucia.

Finalmente habían dado el paso, los dos con extremo cuidado, quedando en un lugar donde tan solo ellos pudiesen verse, como si el hecho de que hubiesen compartido palabras más subidas de tono de lo normal fuese un misterio entre adolescentes. Poco tenían entendido que esa misma presión que ellos sentía era habitual. Para Rowan, que siempre debía cumplir con el estándar, aquella era la mayor adrenalina. Así que subió pronto al lugar de reunión, sin saber muy bien como su compañero había dado con ese lugar.

Se sentó a esperar, mirando por la ventana hasta que la puerta volvió a sonar. Rowan intentó verse natural, casi como una escena de libro donde las personas se van a conocer por primera vez. Se giró hacia su acompañante y tuvo que quedarse sin aliento unos segundos cuando se dio cuenta a quien lo estaba mirando.

— Vaya, esto si que no me lo esperaba — bromeó, sin saber si debía moverse de donde estaba o simplemente dejar que fuese Kaspar quien caminase hasta él.

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Decir que Kaspar era aburrido era lo mismo que jurar que los basiliscos volaban. Claro, si se piensa que esas criaturas se expulsan y cruzan grandes espacios impulsándose por medio de un salto, sí, volaban, pero el caso era que Kaspar era todo lo opuesto a alguien apático. Sabía bien reír y hacer que los otros también disfrutaran de la vida a su lado. No siempre obtenía una sonrisa sincera de parte de otros, porque no todos tenían su tan buen humor y ellos sí les faltaba aprender un poco a reírse, pero eso eran detalles que no le importaban.

Por lo mismo, suponer que él estaría tantos meses encerrado en un castillo estudiando como un condenado, era un imposible máximo. Lo que menos hacía era tomar sus libros, y de paso, eso se reflejaba directamente en sus paupérrimas calificaciones. Sin embargo, si no se estaba vivo para disfrutar, entonces carecía de sentido estar en este mundo. Kaspar buscaba con esmero actividades distintas que lo sacaran del aburrimiento que significaba ser estudiante.

Aunque esta vez fue mera casualidad, eso no se tornó monótono, todo lo contrario. Era lo más emocionante que había experimentado en mucho tiempo, porque dejaba a que su imaginación fuese lejos y que nadie lo detuviera o pusiera límites. Y lo cierto era que esperaba con gran ansiedad cada carta que le llegaba. Llevaba bastante tiempo intercambiando lechuzas con alguien que no sabía su identidad, lo que le otorgaba un no sé qué excitante, porque era un juego coqueto que por fin había concretado revelar el secreto cara a cara.

Había llegado un tanto tarde a la cita, con el propósito expreso de la creencia que lo bueno se hace esperar. Y aunque de haber cedido a la tentación, habría corrido, llegó con gran calma hasta el destino indicado con anterior. Kaspar se rio hasta que se dobló hacia adelante, doblándose en dos por el esfuerzo. Fue una reacción obvia por la sorpresa de ver a su misterioso y galante escritor era nada más ni nada menos que... — ¡Rowan! ¡Si vieses tu rostro!— Logró pronunciar, pero una vez que se limpió las lágrimas, reaccionó. — Debería tomarme esto como una ofensa.— Dijo caminando en círculo alrededor de él a paso lento. — ¿Por qué no podría ser yo? Soy el mago más genial que podrías encontrar en este aburrido castillo.— Le señaló con toda la falta de humildad del mundo.

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Rowan no era la clase de persona a la que le gustase que le tomasen el pelo, pero admitía que aquella sorpresa estaba removiendo emociones en la boca de su estómago. La persona con la que había estado intercambiando cartas bien podía ser ficticia y que aquello fuese una gran broma en la que ambos tuviesen que salir hechos jirones tras un duelo o que su acompañante hubiese utilizado su personalidad para llegar a conocerlo y estar ahí.

— Si estuviese hablando con la magnifica persona que ha estado escribiendo conmigo — dijo moviendo una de las últimas cartas delante de su rostro —, en efecto diría que eres uno de los más magníficos del castillo — aseguró. La sonrisa ladina apareció en su rostro, avanzando hacia él, como un depredador que analiza su presa, aunque desde otro punto de vista al que habían atrapado había sido a él —. En caso contrario, debo decir que ha sido de muy mal gusto y que tengo un apellido que proteger — aclaró, con la voz más dulce que podía utilizar.

No podía dejar que las emociones se llevasen lo mejor de él, pues ante el mundo la perfección que destilaba era la que cualquier familia pura necesitaría. Por mucho que estuviese bien de acuerdo con ellos en casi todo o que su mente caótica buscase formas de meterse con todo el mundo mientras seguía pareciendo el perfecto principito.

— No es por mal, tu prosa es tan perfecta como tu rostro, pero estoy aquí por una razón y no me gustaría que tú hayas venido por una diferente, querido — terminó en el momento en que quedaron cara a cara. La intensidad de su mirada sobre el contrario, esperando, viendo cual sería el camino que decidiría tomar.

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Y aunque le gustasen las emociones nuevas, las sorpresas y todo ese tipo de elementos que se salían de la regla, no tenía un manual para comportarse igual en cada ocasión. En realidad, eso era lo que le atraía a Kaspar, lo nuevo y lo que lo ponía a prueba, ya sea para poner en práctica su histrionismo u otra habilidad afín. Le gustaba que lo pusieran al límite, eso en resumidas cuentas.

¿Y qué más extremo que coquetear con un desconocido por cartas y juntarse con él, finalmente? Esta aventura estaría en los primeros lugares de esta lista misteriosa. No había tenido forma de enterarse de la verdadera identidad del escritor anónimo, lo intentó buscando con disimulo, pero jamás llegó ni cerca a sospechar de alguien. Sin embargo, que fuese Rowan, le gustaba de una manera que estaba tratando de concretar en ese preciso momento.

— No sé cómo tomarme esa respuesta...— Frunció el ceño. Era demasiado intrincada para su gusto, porque no estaba seguro de que tenía que tomar en serio y qué lado era sarcástico. — ¿Me halagas o me estás ofendiendo?— Preguntó, acercándose a él. — De cualquier modo, me parece de lo más sexy de tu parte.— Terminó cediendo a la tentación y le lanzó un beso, pero no sin sonreírse divertido por todo el asunto.

Sin embargo, estaban ahí reunidos, impulsados por motivos diferentes, y eso no era una opción que Kaspar había tomado en considerado. Contemplar que existía una razón extra a la obvia de pasar un buen rato, no se le había pasado por la cabeza y eso que no tenía problemas para usar su imaginación. — Tendrás que iluminarme con lo que te trajo hasta aquí.— Respondió, mirándolo con fijeza. — Yo, y te seré sincero, estoy aquí porque quería descubrir la sorpresa. Intenté hacer trampa y saber tu identidad antes de esta cita, pero no obtuve nada.— Se confesó. No le apenaba reconocerlo, al contrario. — Después de todo lo que compartimos en esa correspondencia... Era lo mínimo...— Concluyó con tono meloso.

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El tono juguetón del contrario hizo que Rowan soltase una carcajada divertida. Extendió la mano para tomar el beso volador que había sido lanzado en su dirección y la cerró como si el proceso fuese lo que más importaba. Sus ojos estaban clavados en la figura contraria, admirando el material como algunos de sus amigos dirían. Siendo puros siempre había limitaciones, lo que se esperaba de ello tenía sus barreras, pues no podían poner el pie en el lugar incorrecto y decepcionar a aquellos que los estaban criando. En ese momento las paredes de piedra esconderían cualquier desliz que ellos desearan y no negaba que eso era una ventaja.

— ¿A qué te refieres? — Preguntó, al darse cuenta que su discurso se parecía mucho al suyo, al intentar descubrir quien era el contrario. No supo muy bien a que se refería o si realmente había un juego doble en aquello —. ¿No fuiste tú quien envío la primera carta? — Preguntó, dando una vuelta a su alrededor —. Creía que tú habías sido quien me contacto la primera vez y aunque pensé en descartar ese mensaje tan extraño una parte de mi creyó que sería divertido responder — aseguró, dando un paso más en su dirección, como si el espacio personal de ambos fuese el mismo.

Había descubierto que el humor contrario le gustaba, que sus mensajes parecían fluir con mucha facilidad y que hasta las conversaciones subidas de tono para dos adolescentes habían sido entretenidas. No mentiría y diría que no estaba observando su cuerpo, que ver sus labios entreabiertos pedían que dejase esos estúpidos preludios donde parecían ponerse al día. Kaspar era una tentación y Rowan sabía que también lo era, ¿importaba quién hubiese mandado la primera carta? Lo que si importaba era si había sido él quien respondió todas las siguientes.

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— Sí, creo que fui yo... Espero.— Respondió, más negó enérgicamente al plantearse que no estaba siendo claro y eso daba para malas interpretaciones. Y por supuesto que no estaba en plan de arruinar nada con Rowan, mas si estaban recién en la etapa temprana de tantear terreno. Y siendo sincero, esta era el nivel que más le gustaba disfrutar a Kaspar, porque nadie diría lo contrario que concretar las pasiones era atrayente, pero todo el juego previo en donde se jugaban las mejores cartas para querer agradar al otro y llegar a avanzar, eso era un desafío. Él era un buen jugador e innato, y por lo que había demostrado Rowan, no lo hacía nada de mal, tampoco.

— A lo que me refiero es que supongo que todo esto comenzó como un error casual. Una lechuza despistada, que dio una carta equivocada y ¡zass! Nos regaló a que nos cruzáramos.— Se explicó haciendo los sonidos correspondientes para darle realce a su discurso. — Me gustaría atribuirme esta idea tan maravillosa, pero no es así. Fue casualidad, querido, pero aun así no hay que desanimarse. Yo estimo que es más maravilloso.— Ronroneó. Por más perfecto que hubiese sido adjudicarse la autoría de semejante plan para que se conociesen, no iba a mentir y pisarse la cola a medio camino.

Se paseó pensativo, mas lo que estaba haciendo era disfrutar de ese silencio, y pavonearse delante del contrario. Sabía a la perfección que su personalidad era arrolladora, pero su cuerpo lo era aún más y así se lo habían hecho saber con quienes perdía el tiempo tan útilmente. Sentía perfectamente su mirada sobre él y por ello no se detuvo, sino que le dio más para que no alegara que era un egoísta o algo parecido. Kaspar era el ser más dadivoso del mundo mágico.

— ¿O es que estás sospechando algo de mí? Porque podría pensar lo mismo de ti y que estás en plan de usarme para metas que desconozco.— Jugueteó, paseando alrededor de Rowan. — ¿O es que crees que no fui quien te escribió y leyó esas cartas?— Se aventuró, tras detenerse peligrosamente delante de sus ojos. — Podría recordarte que me confesaste que pierdes la cabeza cuando te muerden el cuello o el lóbulo de la oreja.— Le sonrió y en vez de hacer esa indagación, cruzó los brazos detrás de la espalda.

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Ahí estaba, el lado juguetón que tanto le había gustado en sus cartas. Todo lo anterior podía verse como una pequeña prueba, una donde ambos estaban midiendo lo que sucedía entre ellos. La diversión de escribirle había llenado sus noches, visto en momentos donde nadie podría saber en que estaba trabajando, poniendo cuidado en cada palabra entregada a su ligue misterioso.

— ¿Y me creíste? — Inquirió, dando un paso hacia él, la sonrisa obvia en sus labios —. Podría haberte mentido, se me da mejor de lo que crees — ronroneó.

Jugar con fuego era algo que Rowan disfrutaba, estaba ahí por esa misma razón. No sabía quien se escondía tras aquellas cartas tan elaboradas, aun así, arriesgó a aparecer. Ser el niño perfecto de su familia tenía sus ventajas, pues escondía bien sus actos en privados, la diversión que podía sacar de ellos.

— Dime — murmuró, alzando la mano para trazar el contorno de la mandíbula contraria con la punta del índice —. ¿Te gustaría comprobarlo? ¿Besarme hasta quedarte sin aliento? ¿Fundirte conmigo en esta fría noche de invierno? — Las preguntas salían una tras otra, haciendo alusión a lo que ellos mismos habían compartido en sus cartas.

Si se paraba a pensar en ello, que alguien hubiese encontrado aquella correspondencia podría haber sido un problema. Aquel juego hubiese costado tanto como los rumores de Zephyr en los pasillos. Quería pensar en que sabía cubrirse las espaldas, aquella habitación secreta de frías paredes no era un lugar público donde podrían verlos.

La mano libre de Rowan se colocó en la cintura de Kaspar y empujó contra la suya, sus cuerpos tan cerca como podían estar en ese momento. Sonrió a escasos centímetros de su rostro, rozando la nariz contraria con la propia. Una provocación, un deseo ocultó que lo retaba a empezar.

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La mayoría tendía a ponerse muy nervioso cuando Kaspar era tan directo. Tanto jugueteo previo, cuando pasaba un límite, terminaba haciéndole perder el interés. Prefería mil veces dejar sus intenciones extremadamente claras para que así no le salieran con la sorpresa de que estaba intimidándolos, acosándolos o peor. Había aprendido de sus errores pasados, por lo que su estilo era no dejar mucho a la imaginación, sin perder la gracia, por supuesto.

— La cuestión no es si te creí o no, porque en el fondo me da igual que seas sincero.— Respondió sonriente. — Lo importante lo sé y arriesgaría a apostar hasta mi alma que los dos buscamos diversión de primer nivel.— Y eso era lo que quería recalcar. El riesgo de estar asistiendo a una cita a ciegas y que no tenía idea cuánto era realidad y el resto inventado era una aventura que jamás iba a rechazar, aunque ya estuviese encaprichado con otra persona. La fidelidad en esos aspectos era un asunto que olvidaba con bastante facilidad.

Y le estaba gustando como se estaba conduciendo esta charla, no iba a hacerse muchas preguntas, eso era una pérdida de tiempo que iría enlazada al arrepentimiento y Kaspar no sentía ni una gota de ese veneno de la diversión. — Ya veo que eres un romántico.— Estipuló cuando escuchó esas preguntas que no iban en una dirección opuesta para esconder lo que estaban sintiendo en ese instante. — Me gustaría comprobar eso y mucho más.— Respondió con voz grave, mientras le mantenía la mirada sin ningún miedo de lo que pudiese suceder.

Soltó un leve quejido de sorpresa al ser estampado contra la pared, lo cual le agradó aún más. Sin embargo, se dejó querer quedándose quieto y atento a los movimientos ajenos. No iba a negar que la expectación estaba derritiéndolo y ya su cuerpo estaba preparado para recibir el fruto de esta tentación. Esperó que Rowan tomara el mando, mas esto no ocurrió y con un gruñido estampó los labios sobre los ajenos, tomándole el rostro sin cuidado alguno. La ansiedad de tanto soñar despierto por una serie de nada poco inocentes cartas.  

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— En efecto, ¿qué podría haber mejor que esa diversión? — Alzó las cejas en su dirección, pues aquel encuentro demostraba lo fácil que era caer en ciertas tentaciones. Debían probar de los frutos más prohibidos para sacar todo el sabor, tener esas experiencias que los dejasen continuar con sus enmascaradas vidas.

Rowan tenía el cuidado suficiente para que aquello no saliese a la luz, siempre con aquellos que tenían sus mismas limitaciones, que si se conociesen los secretos no sería una ruina simplemente para él. Se había arriesgado a aparecer allí, sin estar seguro de quien encontraría. No negaba que tenía un plan b, si hubiese sido una persona de baja cuna o que hubiese podido comprometerlo se habría burlado. Habría hecho todo lo posible para dejar claro que eran unos ilusos estúpidos, pero con Kaspar era diferente.

Los labios contrarios terminaron por estamparse contra los suyos y Rowan reaccionó al instante. Lo besó con la misma intensidad, presionando para explorar su boca, para dominar el beso y quedarse con el sabor contrario impregnado en sus papilas gustativas. Durante unos segundos nada diferente a sus bocas chocando se escuchó en la estancia, un intercambio de lengua y dientes que no dejaba nada a la imaginación.

No tuvo cuidado, no cuando sus manos tiraron de la túnica de su compañero y la tiraron al suelo, siguiendo por la corbata y tomándose poco tiempo para empezar a deshacer los botones de su camisa. Compartir habitación hacia que ya hubiese visto ese cuerpo desnudo más de una vez, apreciar esos músculos ligeramente marcados. Volvió a dar un paso para pegarlo a la pared.

— ¿Te gusta más arriba o abajo? — Preguntó cerca de su oído, moviendo sus manos hacia arriba en esa piel que acababa de exponer sin permiso.  

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La tendencia que es mejor ir despacio para disfrutar con deleite los placeres de la vida era una tontería para Kaspar. Lo tildaban de impulsivo e incluso, inmaduro, pero a él le daba igual, porque no había comparación con el hecho de seguir los instintos a rienda suelta. Y si su cuerpo le exigía obtener más de lo que tenía a su disposición, no existía nada que lo detuviera. Claro, sí habían excepciones, mas puntualizando que si se daban las condiciones para que la interacción fuese mutua.

Y como no había intuido limitaciones, muy por el contrario, dejó de pensar con claridad, lo cual era una verdadera adicción para Kaspar, ni que fuera un animal que no pudiese razones, aunque existían instantes en la vida que había que dejar de darle tantas vueltas. No iba a echarse para atrás cuando la tentación estaba ahí tan a su alcance, no cuando se caracterizaba por ser muy llevado a sus predilecciones que tanto escándalo causaban dentro de su familia.

Tener a Rowan entre sus brazos, sus labios ardientes explorándolo generaba una explosión de sensaciones a las que no quería renunciar. Más si ver a su compañero de habitación tan desatado lo encendía hasta un punto que podía resultar doloroso, mas ese dolor que era adictivo. Dejó que lo despojara de sus ropas sin ayudarlo mucho, porque no quería perderse el espectáculo que resultaba que este experimento sorpresivo los había llevado hasta a ese instante.

— Tan considerado que eres.— Le susurró debido a que la falta de aire le impedía subir más la voz. Lo miró directamente, sintiendo que la mirada ajena lo quemaba. — Creo que puedo ser multifacético.— Respondió, tomando el mando, ya que era el turno de que estuviesen en igual de condiciones. Arrancó las prendas ajenas, una a una, sin ningún tino de delicadeza, ni tampoco alejarse demasiado de los labios de Rowan. Sin embargo, no se detuvo al tenerlo con el torso al descubierto, sino que se acuclilló y con una sonrisa sugerente, soltó el botón del pantalón.   

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Rowan estaba satisfecho con el resultado.

Kaspar no era la persona que esperaba al pasar la puerta, tampoco podía decir a quien señalaría con el dedo después de leer las cartas. Una parte insegura de él le había susurrado que podía ser una broma, pero él se aferraba bien a su apellido para no aceptar esa debilidad. Nadie jugaría de esa manera con Rowan, no lo permitiría y aun así estaba allí. Jugando con los límites impuestos y divertido de ver como Kaspar se arrodillaba frente a él.

¿Cómo llegaba a ser tan irresistible? No lo diría en voz alta, menos cuando su imaginación se había disparado. La ropa había caído a su alrededor y estaba dispuesto a saborear un poco más. Veía claramente el final del juego, lo bien que se sentiría ese intercambio y la necesidad de tener un poco más de esa fruta prohibida.

— ¿Necesitas una invitación? — Preguntó, en ese tono jocoso que era incapaz de retirar. Rowan siempre tenía ese timbre altanero, casi parecía que le habían inculcado mirar por encima de los demás, pero cuando se era tan perfecto como él no había mucho que hacer. La sonrisa fue clave, al igual que las yemas de sus dedos perdiéndose en el grueso cabello de Kaspar cerrándose a su alrededor sin llegar a tirar —. Muéstrame lo que puedes hacer, vamos — incitó a que continuara, a que bajases la ropa que le quedaba para mostrarse ante él como vino al universo y de paso, que lo disfrutara.  

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Si esperara que todo se desarrollara como su mente maquinaba con antelación, el mundo sería un caos. Todo surgiendo con naturalidad y sin ningún impedimento para seguir los instintos más básicos. ¿No sería hermoso que las trabas se esfumaran? El joven gryffindor no veía nada de malo con que se fuese más espontáneo, pero la mayoría lo trataría de insurgente. Kaspar era reacio a seguir las reglas, porque le aburrían y no porque se esforzara por querer ser un rebelde de tomo y lomo.

Jugar a nadar contra la corriente era demasiado desgastante, cuando tenía otro tipo de actividades para suplir una gran cantidad de tiempo. Era una respuesta coherente, y la defendería dando argumentos concretos, como dejarse llevar por recorrer un cuerpo que le era nuevo.

No significaba que sus otros momentos de pasión fuesen todos iguales, siempre existía un elemento que hacía la diferencia, aunque el amante fuese el mismo. Sin embargo, tampoco le había pasado nunca el obsesionarse con un solo hombre. Le gustaba la variedad, lo cual quedaba claro y este inesperado encuentro con Rowan estaba escalando en la dirección correcta.

— ¿Tan ansioso estás?— Ronroneó jugando con la expectación. Se imaginaba la tortura, que era no sentir el roce en la zona de su cuerpo, que se lo pedía a gritos, y en cierto modo, él también estaba sufriendo de lo mismo. Lo que sucedía es que al estar a cargo en esta fase, lo obligaba a dilatar un poco más lo inevitable. — Quizás si me lo pides, por favor...— Continuó acercando sus labios a la tela, pero sin tocarla aún. Y sus manos se desplazaron desde el cierre del pantalón que había bajado al borde de la prenda, sobre las caderas de Rowan.

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Aquel reparo en empezar conseguía crispar los nervios de Rowan. No era la persona más paciente, pero el juego ya había comenzado y Kaspar se estaba tomando muchas libertades para hacerlo delirar lentamente. Un gruñido más que obvio escapó de sus labios mirándolo desde su posición para entrelazar sus dedos en las hebras de su cabello y tirar suavemente hacia atrás.

— No juegues con mi paciencia, Kaspar — advirtió Rowan, porque era imposible no querer más en esa situación. Solo tenía que presionar un poco más para acercarlo a su cuerpo, pero en lugar de ello soltó su cabello, dejando la advertencia entre ellos y esperando que fuese suficiente para que Kaspar decidiese darle un poco de atención y calor  en su necesitada intimidad.

Verlo de rodillas era un buen aliciente, descaradamente pensó que le sentaba bien, estar justo ahí, observando hacia arriba y dándole un buen uso a esa boquita. Bien se conocía que su hermano no era la persona más sutil, con su novia siempre colgada del brazo mientras le sonreían conjuntamente a todos los que querían tener un momento privado con ellos. Se preguntaba si su hermano sería igual, esa doble cara de ser tan buen puro puertas hacia fuera y no saber estarse quieto cuando nadie lo observaba.

— Hazlo de una vez — masculló, sin ninguna intención de rogar, estaba ahí por una sola razón, las provocaciones de las cartas fueron suficiente para tenerlos en aquel juego. Si fuese mejor persona sería más amable, pero lamentablemente Rowan solo sabía pensar en si mismo y en lo que sería divertido para él.

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— Oh, ya veo. No te gustan los juegos.— Dijo en tono de burla. En realidad, le entretenía bastante verlo tan al borde de la desesperación. Se había pillado con amantes impacientes, lo cual era bastante común cegarse por saciar esa necesidad tan básica y primitiva. Kaspar le gustaba jugar con esos límites, ya quedaba claro, sin embargo, la prueba clave de que no lo obligase a darle lo que quería, decía bastante de Rowan y por esa razón, no continuó presionando.

Pudo perfectamente haberse dado vueltas sin llegar a concretar con lo que había prometido, pero hasta alguien como él, sin compromisos con nadie en particular y que se movía cumpliendo su egoísmo, tenía su corazoncito blando y que latía con fuerza dentro de su pecho. Y lo cierto era que la curiosidad de lo acontecería, lo mantenía en un vilo, aunque supiera contenerse. — De acuerdo. Tú ganas.— Dijo con una sonrisa pícara, levantando los ojos para encontrarse con los ajenos que demostraban perfectamente ese estado que no podía esconderse.

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— Me gusta jugar, querido, lo que odio es que te quedes de rodillas como si necesitases una invitación firmada por el ministro para continuar — contestó, con esa sonrisa lobuno en los labios. Kaspar estaba jugando a dar una visión que no terminaba por cumplir y había un tiempo limitado en el que Rowan podía esperar.

El movimiento brusco fue una invitación o una orden, como Kaspar prefiriese tomarlo. Estando en aquella sala tenían un poco de privacidad, pero tampoco sabían si alguien subiría a molestar. Hogwarts era un lugar amplío y para la lógica de cualquiera faltaba personal. Era imposible que los profesores estuvieran a todo, dejaban cierta responsabilidad sobre los prefectos, como si todos ellos fuesen unos estirados que vigilaban lo que sucedía: mentira.

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Quedaba claro, Rowan no era de los chicos tímidos que se tragaban sus verdaderos pensamientos para ser examinados en privado. No, él era alguien con una seguridad admirable y que hacía que Kaspar se sintiese automáticamente atraído a un nivel que le costaba explicar. Lo cierto era que no tenía muchos miramientos para meterse bajo las sábanas de otro, lo que lo tildaba de ser fácil y cuestión que tenía pocos argumentos para negarlo.

Sin embargo, eso no significaba que sintiese por todos lo mismo y en ese caso sí era selectivo, aunque no se notara a simple vista. No iba a dejar que cualquiera lo deslumbrara, eso sería peligroso y estúpido, lo que pasaría rápidamente a transformarse en obsesión y había visto los efectos de ese caos en muchos casos dentro de este mismo castillo.

Escándalos del corazón que quedaban en boca de todos, ya que los chismes corrían más rápido que el viento, y Kaspar no se arriesgaría a ser manchado con la desgracia de verse como alguien débil. Lo que irónicamente no era lo que consideraba como falta de fortaleza y autoestima, quedarse arrodillado delante de un chico. Era una posición denigrante para muchos, pero había que saber jugarlo para que los implicados pudiesen disfrutarlo, y ahí estaba el truco que el resto pasaba por alto.

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