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Myshella
The sleeping sorceress
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Ni Jimena ni Aurora hubieran cruzado nunca una mirada.
Mucho menos una conversación compuesta por más de dos palabras seguidas, si no resultaba absolutamente imprescindible.
No podían ser más distintas, y no tan sólo por su condición social, por la educación recibida, por la realidad que conformaba su mundo.
No.
También habia que dejar bien claro que no se parecían en nada y que ambas podrían haber puesto la mano en el fuego sin pestañear a la hora de jurar ante Dios mismo que no se tragaban.
Así, de lejos.
Esas primeras impresiones, basadas en la mera observación del comportamiento ajeno, diría Aurora.
Ese gusanillo en el pecho, es pálpito intuitivo, diría Jimena.
Pero resulta que el destino es caprichoso.
Y, cuando menos te lo esperas, le da por retorcer caminos paralelos destinados a no cruzarse ni por casualidad, hasta tornarlos encrucijada.
Los unifica y te da una única salida digna.
Una sola, compartida. Para las dos.
El ferrocarril levanta pasiones.
Más concretamente, pasiones enervadas por la avaricia y acunadas por la crueldad.
Las fincas del padre de Aurora, terrateniente mexicano, resultan ser el recorrido natural para la siguiente expansión del caballo de hierro.
Y, de hecho, el pequeño terrenito que cultiva el padre de Jimena, pues también está precisamente en medio.
Un hombre cabal- o dos, especialmente el que tiende a estar muerto de hambre- sabría que contra el progreso no se puede luchar.
Pero parece que estos dos sí tienen algo en común: no se qué anticuado apego a la tierra.
Tierra a la que van a ir a parar, más pronto que tarde, asesinados por una banda de pistoleros que, curiosamente, han ido a perder su tiempo y sus balas en estos dos objetivos.
No hace falta ser muy lista para darse cuenta de que tiene que haber un pájaro de más alto vuelo detrás del desafortunado asesinato, a manos de esos vulgares delincuentes salidos de la nada.
Tampoco hace falta mucho tino para llegar, a desgana, eso sí, a la conclusión de que si otra ha sufrido la misma injustícia que tú...si otra ha visto como le mataban a su familia...quizá lo más sensato sea dejar las diferencias de lado y unir esfuerzos, para cobrarse venganza.
Aunque para lograrlo haga falta, ya de paso, saltarse una ley. O dos. O tres.
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Solo había una persona a la que se había alegrado de ver, y era su primo Joaquín, con quien había trabado más cercanía en Europa, pero que había vuelto hacía años ya para hacerse cargo de las posesiones de su familia.
Al menos esperaba disfrutar de su compañía en aquella recepción que organizaba el gobernador de la zona. Habría esperado que se reuniera lo mejor de la zona e incluso algunas personas importantes del norte, pero supo al llegar que el festejo incluía a todos los estratos sociales y, aunque separados, eso la hizo arrugar la nariz.
Caminó por la sala del brazo de su padre, que se veía hinchado como un pavo real y presumiendo de hija. Sus ojos buscaban entre los presentes a su primo, que de seguro le daría una buena conversación.
- Joaquín llegará más tarde, si es que viene. La puntualidad no es una de sus virtudes. -Mencionó su padre, con ese tono divertido con el que hablaba de su sobrino, sin llegar a reprobar su conducta algo díscola.
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Había empezado quejándose ya en el mismo momento en que le contó su padre, Jaime Herrero, que se iba a montar una fiesta en La Casa, y que había que ir.
Todos.
Había dicho.
Empezó a quejarse entonces. Primero, porque a ver desde cuando se mezclaba su padre más de lo necesario con ninguno de los jornaleros del señor, don Salazar. Luego, porque que el don en cuestión mandara acudir a una fiesta en honor del gobernador ese recién estrenado a sus hombres, pues mira. Pero ellos tenían la tierra a su nombre. El ranchito era suyo. No tenían porqué obedecer.
Luego, cuando supo que es que la hija de Salazar llegaba de Europa, porque no aguantaba a las niñas ricas, empolvadas y vestidas cual pastel.
Dicho de otro modo, porque le daba rabia ir ella, por mucho que se pusiera- que no pensaba hacerlo- su vestido de los domingos echa unos cirios para ver pavonearse a otras envueltas en seda.
-¿Qué pasa, necesita doncellas extra y no sabe de dónde sacarlas?- habia proseguido su retahíla de negativas.
Pero nada funcionó.
Que decía su padre que uno no puede dejar de acudir a estas cosas, con toda la comunidad, sin parecer un traidor.
¿Traidor, a qué?
Bufó.
Y se resignó. Aproximadamente, cosa de una hora antes de que la recepción empezara. Aunque dejar de mascullar, prendida del brazo de su señor padre, dejó de mascullar cuando tuvo la bandeja de los pastelillos delante.
Ahí ya...la cosa se suavizó.
Soltó el brazo de su progenitor, y escogió uno de limón. Buenísimo.
Tanto que se lo zampó en dos mordiscos.
Luego, miró a un lado primero; al otro después. Cogió un segundo, y un tercero que fue derecho al bolsillo del delantal, blanco, bien planchado y bastante nuevo, que se había puesto.
Iba a repetir la operación, que en el bolsillo cabían más...pero al alzar la mirada para asegurar cierta discreción, así, recorriendo al público asistente, fue a toparse con el rostro- a cierta distancia, sí, pero ella juraría que la había visto- de una mujer peripuesta, que iba del brazo de un orgulloso don Salazar.
Debía ser la niñata, pensó.
Sonrió, ampliamente.
Y se metió otro par de pasteles en el bolsillo sin dejar de mirarla.
Tampoco es que a ella fuera a importarle mucho, ¿verdad? Esas no comen con tal de que les quepa el corsé.
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Llegaba educadamente tarde, lo que es mucho más de lo que cualquiera le podía pedir teniendo en cuenta la ajetreada noche que había pasado robando ese almacén del ejército sin que le pillaran. Por desgracia, nadie lo sabía.
Como tampoco sabían, o fingían no saber, que esa reunión no era más que un espectáculo para las masas. El gobernador quería contentar a los más humildes y tranquilizar a los ricos. Había intentado investigar durante un tiempo sus reuniones con los del norte, que siempre iban a intentar sacar provecho a costa de los demás. Pero no había averiguado nada.
Ese tipo que le seguía como si fuera un perro leal se lo ponía demasiado difícil.
Así que en su intento por conseguir más información, se había enfundado de nuevo en uno de esos trajes lujosos que le hacían parecer una mariposa y se había dirigido al festejo. Sabía que su tío y Aurora también estarían, por lo que cuanto menos se entretendría si todo lo demás no funcionaba.
Pero nadie decía que tuviera que presentarse ante todos los demás de su misma clase sin dar un rodeo por aquellos por quienes sentía verdadera simpatía.
Se fijó en una joven muy bonita que se guardaba pasteles en el bolsillo.- Vaya, veo que he encontrado a alguien a quien le gustan estos pastelillos tanto como a mí. -Bromeó, acercándose a ella.- Aunque siempre los hacen demasiado pequeños, demasiado francés para mi gusto. -Los pasteles de bocado nunca llegaban a saciar a nadie.
Cogió una servilleta de la mesa y se lo ofreció.- Si los envuelve en esto no le mancharán ese bonito delantal.
Joaquín, Recepción, Casa del Gobernador, Con gente
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Pero el nuevo gobernador, don Rafael Costa, ya le había echado el ojo.
De hecho, hacía rato que le buscaba. A él, precisamente.
-Señor Salazar- le saludó, al acercarse, seguido de un hombre de piel oscura- que agradable, verle aquí- le dijo, al tiempo en que dirigía su atención a Aurora, y hacía ademán de tomar la mano de la joven, para besársela- señorita...
Dio un paso atrás, y colocó las manos a su espalda, enderezándola, de tal modo que su ya de por sí prominente barriga sobresalió un tanto más.
Era el gobernador un hombre de edad considerable; sobre todo, si se tenía en cuenta lo que habian sido las expectativas de la población, de cara a un nuevo nombramiento, y tras la muerte del anterior indiano que ocupara tan honorable cargo.
Y sin embargo de las Españas habían escogido, justamente, a este caballero. Cabellos canos, piel curtida, y poca paciencia ya. Un claro ejemplo de cómo la autoridad, si se ostenta con la cabeza bien alta, llega a ser un aura inquebrantable.
- Tengo entendido que también usted ha cruzado el océano hace poco- le dijo a la muchacha, aun cuando ya volviera la atención al padre- deje que le presente- siguió, indicando a esa otra figura a su espalda- este es mi hijo, Louis.
Su hijo portaba un cigarrillo encendido, del que emanó una ristra de óes grises, diligentemente enviadas a un costado entonces, por no ofender a la señora.
-Louis Valentine- puntualizó el hombre, al tiempo en que procuraba imitar el gesto de aquel, su padre declarado- aun cuando él no llevara, pues era claramente bastardo- su apellido- un placer, señorita.
Al caballero, Salazar, de momento, Louis pareció ignorarle por completo.
Sobre todo porque era el gobernador quien, tomando al buen señor del brazo, le dirigía dos pasos por delante de los respectivos hijos, al tiempo en que iniciaba la conversación que le había llevado a buscarle con tanta premura.
-Dígame, Salazar. ¿Se ha formado usted ya una opinión sobre el progreso que conlleva el ferrocarril?
-Así que recién llegada- señaló Louis a Aurora.- ¿Ya ha tenido tiempo de visitar el pueblo?
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- Ten cuidado, no querrás que tu primo te confunda con su institutriz. -Negó con la cabeza y exageró el movimiento de su abanico. Tampoco tenía intención de ser tan estricta... como tampoco la tenía de quedarse demasiado tiempo allí. Su lugar estaba en Europa, un sitio mucho más refinado.
Donde, por ejemplo, no había doncellas robando pastelitos con todo el descaro del mundo. Ni siquiera se había inmutado cuando ella la había visto. Esperaba que no fuera una de las trabajadoras de su hacienda, o tendría que asegurarse de librar a su padre de ella.
Pero tuvo que apartar su atención cuando una voz grave llamó la de su padre.
El nuevo gobernador, asumió al instante.- Señor... -Saludó, permitió que tomase su mano y la besara.
Aurora sabía que a veces, aunque hicieran un comentario en su dirección, no se esperaba que abriese la boca. Los hombres ancianos y poderosos como aquel solían preferir a las mujeres calladas.
Trató de mantener su rostro impetérrito cuando presentó al hombre de piel oscura que había tras él como su hijo. Así que allí no eran mal vistos los hijos tenidos con esclavas. Esclavas cuya existencia algunos círculos negaban en España, como si fueran invisibles.
Le saludó con una inclinación educada, pero poco más. Bastante tenía con no arrugar la nariz ante el olor que desprendía ese cigarro.
Aún así iba a verse obligada a hablar con el joven, dado que el gobernador había tomado a su padre del brazo y avanzaba con él delante, hablando de ferrocarriles.
- Sí, de España. -Respondió Aurora, mientras empezaba a caminar tras su padre. La pregunta sobre el pueblo la hizo pensar que no lo había hecho.- Me temo que no he tenido ocasión, dado que he estado instalándome en la hacienda estos días. Pero lo haré pronto. -Aseguró, ya le había llegado alguna invitación de la parroquia, por supuesto se esperaba que colaborase con las obras de caridad locales.- Aunque, hasta donde sé, no ha cambiado demasiado en los últimos años. -Mencionó, ¿quizá hubiera algo de interés que su padre olvidase mencionar?
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Claro que en cuanto se giró y vio la mano tendida, ofreciéndole la servilleta...en cuanto oyó la frasecilla del tipo que se le dirigía, la expresión de Jimena cambió de inmediato.
Ladina la sonrisa, primero se fijó, y bien, en el porte del hombre.
Guapo, sin duda. Bien vestido. Eso le colocaba en el otro extremo de la casa, en el otro grupo de invitados. Los de verdad, los señores.
Aún así, acabó de ampliar esa sonrisa suya y recogió, sin bajar la mirada, fijos los ojos entonces en los contrarios, la servilleta ofrecida.
-Franceses- repitió- ¿no queda eso muy lejos?
Metió la mano, con disimulo, en el bolsillo, y recolocó los pastelillos.
-Vamos, que son una delicia, de eso no hay duda. Pero no mejores que mis gorditas de azúcar, eso se lo aseguro.
Recogió otro de los pastelitos, de sobre la mesa, y ese se lo metió, enterito, en la boca. Porque sí; eran de mordisco justito. Una pena, que los hicieran tan pequeños.
-Puefde usted venir a compfrofarlo cuando gufte- le dijo, aún con la boca llena.
Y, tras limpiársela en el delantal, le tendió la mano.
-Si es que le dejan mezclarse con el populacho, claro. Jimena. Un gusto conocerle, señor...
Jimena, Recepción, Casa del Gobernador, Con a saber quién
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Se permitió disfrutar de la sorpresa en el rostro de la muchacha, de su forma rápida de preparar un ataque. Buenos reflejos, no cabía duda.
Pero esa misma pose defensiva se extinguió como una llama en cuanto le vio y comprobó que estaba lejos de ser un maleante, al menos con aquel atuendo tan caro.
Sonrió al escuchar su respuesta.- Al otro lado del gran océano. -Aplaudió sus conocimientos sobre geografía.- Y aún así los muy ladinos se han colado en nuestras mesas. -Se quejó no sin cierta diversión en el tono. Correspondía a su forma de actuar mantenerse en esa distensión del ambiente, como si nada de cuanto le rodeara pudiera llegar a importarle.
Alzó una ceja cuando mencionó los dulces que ella preparaba e incluso recibió una invitación a probarlas con su boca llena de pastelito.- Sería un placer catar esa delicia. -Aunque no podía evitar que se pudiera entrever en su tono que la cocinera también se lo parecía.
Tomó la mano de ella con delicadeza y en lugar de estrecharla la acercó a sus labios.- Joaquín Hidalgo, para servirla, señorita Jimena. -Se presentó él- Puedo asegurarle que hace tiempo que no tengo una niñera que me impida conocer a quien desee. -Aclaró entretenido.- Y menos cuando nuestro buen gobernador nos anima a compartir nuestros días en tan animada compañía. Un ejemplo. -Mintió descaradamente, porque el gobernador tenía otras razones para aquella celebración más que el encuentro entre clases.
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De haber llegado ella a hablar con cualquier otro antes que con el bastardo, de haber sido él un hombre de esos en cuyas expresiones se lee con claridad, o incluso si llevara ya la señorita un rato oyendo hablar al nuevo gobernador, sabría que para él, para Louis, ser admitido abiertamente tenía tanto de miel como de hiel.
Le agradaba la extraña posición que este hecho le confería. Y se sentía, al tiempo, tratado como un perro guardián más que como un hijo en si.
Pero eso no venía a cuento entonces. Ni mucho menos. Y él no iba a perder ocasión de ser mordaz. O mordazmente educado, si es que tal cosa era posible.
-¿Cómo se les ocurre meterla en esta...-se detuvo, a mirarla- dígame, ¿cómo le llaman?¿Recepción, festividad, festival...? Lo que sea. Antes de permitirle instalarse debidamente y reconocer el entorno.
Enumeraba la ristra de nombres por remarcar cuan inusual era. La mezcla de gentes, por supuesto.
Le ofreció el brazo.
-Ya que vamos a caminar tras nuestros respectivos padres, y si no le molesta a usted que la vean conmigo.- indicó- permítame.
Un momento. Olvidaba algo.
Ah, sí, el cigarrillo.
Lo lanzó al suelo, y lo apagó con la punta del zapato.
-Depende de cuantos sean los años de los que habla usted- contestó, en referencia al pueblo- algo sí que ha cambiado. ¿Quiere que la escolte mañana, para dar esa vuelta de reconocimiento? La acompañaré encantado a donde necesite ir. Estoy seguro de que su padre estará atareado- de eso se encargaba el suyo, de progenitor- y no es nada apropiado que vaya usted sola, aunque la acompañaran un par de criados. Necesita usted quien la proteja.
Sabía que la señorita Salazar no tenía hermanos. Y a él no le constaban otros parientes cerca, en aquel momento.
Y, siendo honrados, ¿quien mejor que él, quien sino de una posición social...parecida, aunque fuera de modo ilícito? No la iban a mandar de paseo con los campesinos, oliendo a estiércol y paja húmeda.
Louis, Recepción, Casa del Gobernador, con la señorita Aurora
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Comprendió poco después a qué se refería. A no haber podido instalarse correctamente y conocer el pueblo antes de verse metida en aquella recepción.- Oh, no debe preocuparse por eso. -Añadió ella quitando importancia.- Aún si acabara de regresar ayer, habría insistido en acompañar a mi padre. Es necesario que esté a su lado en los eventos de importancia. -Explicó, aunque no pensaba que fuera necesario. Seguro que entendía que una mujer de su posición debe poner por delante la reputación familiar y las formalidades de la sociedad antes incluso que su propia comodidad. Quizá hubiera sido diferente si su podre madre siguiera en el mundo de los vivos, pero era una ausencia que suplía de la mejor forma que podía.
Además, estaba convencida de que no habían hecho ningún cambio sustancial en aquel sitio. Nada que lo convirtiera en un lugar más refinado.
Sus ojos se abrieron de más al escuchar su propuesta de acompañarla. No había imaginado que tal cosa podría suceder. Tampoco sabía cómo debía tomarse la idea de verse acompañada por alguien como él, de su clase. Pese a que agradecía que hubiera apagado el cigarro, sin tanto humo y teniendo que aguantar la tos era más fácil pensar.
- Entiendo... -Dijo cuando habló de que necesitaba quien la protegiera, tratando de no rodar los ojos ante el comentario.- Le aseguro que los criados de mi padre son muy capaces. -Alguien que decía ese tipo de cosas no estaba preparado para aceptar que una mujer pudiera defenderse sola.- Pero si insiste, será un placer aceptar su guía. -A pesar de todo sabía que no podía negarse a aceptar la compañía del hijo del gobernador.- Si bien, tal vez mañana resulte un poco precipitado. -Si aquella recepción se alargaba, estaría bastante cansada.- Además, se me acaba de ocurrir que quizá pueda animar a acompañarnos en nuestro paseo a mi primo, Joaquín Hidalgo. ¿Le conoce usted? -Si Joaquín les acompañaba se sentiría más cómoda que dando aquel paseo con un completo desconocido. Pero también tenía primero que encontrar a su dichoso primo y convencerle de ese plan...
Aurora, Recepción, Casa del Gobernador, Con gente
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