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Freyja
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Elpríncipe
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Inspirado en el mito de Pigmalión, la leyenda de Susillo y esta canción
Érase una vez un talentoso rey que intentaba poner el alma en su reino, dar toda su vida por sus súbditos y seguir al corazón, eligiendo a la reina que éste le dictaba. La reina era extremadamente buena y solidaria y quería acercar al rey a su pueblo. Pero entonces, la reina madre y los malvados consejeros quisieron acabar con la joven reina, pues ellos solo practicaban la codicia y el aprovechamiento del pueblo. Cegaron al rey con mentiras y veneno en sus oídos y él desterró a la pobre reina, sin saber que en ella portaba al fruto de su amor. Y así la reina dio a luz a un príncipe melancólico, con el talento de su padre y la tristeza del corazón de su madre, que siempre le criaría en la bondad y el respeto a los demás. Pero la reina nunca se recuperó de su corazón roto por el hombre que había amado y al final, se apagó, dejando al príncipe solo ante el mundo.
Pero el príncipe había heredado el talento de su padre para el arte, así que decidió expresarlo, para que el rey supiera de su existencia, que viera a su hijo en sus obras de arte, pero la reina madre y los consejeros lo interceptaron antes, y se dedicaron a hacerle la vida imposible al príncipe, echándole de los salones de arte, impidiendo que pudiera ganarse la vida con su talento innato, y haciendo creer a los demás que era mediocre y desgraciado.
Solo en el mundo, la vida castigó con la enfermedad al reino de tan odiosa corte, y el príncipe se retiró, se escondió del horror y la inmundicia, y se dedicó a su arte, y entonces, entendió la solución. Él enmendaría los errores de su padre. Él amaría a una princesa bondadosa, digna de las atenciones de un príncipe como él, y él sí la escucharía y cuidaría como no hizo su padre. Pero ¿cómo encontrar una elegida? No había mujeres buenas y virtuosas dispuestas a amar a un príncipe melancólico. ¡Ah! Pero él tenía aquel mágico talento, él esculpiría a su princesa y, de hermosa que sería, los dioses y la tierra le conferirían vida. Y así vivirían él y su princesa, hasta que pudiera recuperar lo que era suyo, y se aseguraría de ser el mejor gobernante con una reina insuperable a su lado.
O quizá no. Devan Bécquer fue un bastardo nacido en un hospicio de beneficencia. Su madre aseguraba que era la criada de los Bécquer, la influyente familia de comerciantes, y que el hijo, el bohemio que había viajado por todas partes y que se dedicaba a pintar, era quien la había dejado embarazada y que le habían obligado a dejarla. Nadie quiso llevarle la contraria, era una pobre muchacha sola con un bebé recién nacido, ¿qué malo podía hacer su historia?
Pero esa historia caló en su hijo tanto que, después de su muerte, Devan comenzó su aventura en el mundo, convencido de que había heredado el talento de su padre para el arte y que se haría famoso, pero también se estrelló en ello, convencido de que su falta de éxito era un complot contra él por portar aquel apellido maldito. Así que, aprovechando la epidemia de cólera en la ciudad, se retiró a una finca abandonada en el campo y la arregló como su taller. Sintiéndose tan solo, buscando el amor y el reconocimiento desesperadamente, creó la más bella escultura de una mujer, Grisella, tan bella que solo el mármol pudiera crearla y cuando, ante sus propios ojos, cobró vida, decidió que la haría tan buena como su madre pero mucho menos desgraciada, que le daría el reino que su madre nunca pudo tener. Y así vivirían, en aquella casa, que ella creería que era un palacio, y así Grisella nunca conocería el mal, nunca sufriría lo que sufrió su madre, y él siempre tendría alguien que le amara, su princesa perfecta.
Devan Becquer Escultor. 34 años. Domhnall Gleeson. Freyja | Grisella Escultura. 18 años aparentes. Elle Fanning. Ivanka |
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- La eternidad es nuestra:
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Ivanka
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Meager defenses
Dos días enteros llevaba sola. Dos días en los que había pasado tanto frío y miedo. Podían haber capturado a Devan, tenía tantos enemigos… ¿Y si los malvados consejeros averiguaban dónde se escondían e iban a por ella? Su palacio estaba alejado de la ciudad maldita… Oh, la maldición, ¿y si Devan había cogido la maldición? Esos fueron sus primeros pensamientos. Pero luego empezó a tener otros.
Si Devan sabía que tenía que ir a la ciudad maldita, ¿por qué no le había enseñado qué hacer si no volvía? No quería pensarlo, pero podía ocurrir. Devan le había dicho muchas veces que ella no tenía a nadie más que a él… Pero si él no volvía… Tendría que cuidar del reino y no iba a poder hacerlo sola. Con la primera luz del tercer día, salió a la parte externa del palacio. Era pleno invierno y no había ni una sola flor, ni prácticamente plantas vivas, los árboles estaban sin hojas, solo ramas desnudas y retorcidas. Devan solo le tenía permitido salir a la finca si estaba él, en primavera y verano lo hacían, cuando tenía cestas de comida y fruta y hacían picnics bajo los árboles. Esos eran los días buenos, cuando Devan se inspiraba y estaba contento, pero cuando volvía de la ciudad solía estar malhumorado, gritón… Pobrecillo, la maldición dubai afectarle. De tal forma, que si la encontraba en los terrenos, aunque fuera por el camino, se iba a enfurecer… Pero no podía más. Necesitaba hacer algo, que le diera el aire, asomarse siquiera para ver por dónde podía empezar…
Y entonces le vislumbró abriendo la valla y corrió hacia él. — ¡Devan! ¡Devan, mi príncipe! — Según llegó a su altura se apoyó en en él. — No sabes qué miedo he pasado, ha sido horrible. Tres días sola, no sabía encender el fuego, no me has enseñado, y los ruidos de la noche eran horribles. — Le miró con lágrimas de rabia en los ojos. — Me he sentido tan sola e indefensa… Creí que te había pasado algo y yo no sabía qué hacer. — Estaba entre aliviada y enrabiada, quería abrazar a Devan y abroncarle se sentía más confusa y agobiada que en toda su vida.
Si Devan sabía que tenía que ir a la ciudad maldita, ¿por qué no le había enseñado qué hacer si no volvía? No quería pensarlo, pero podía ocurrir. Devan le había dicho muchas veces que ella no tenía a nadie más que a él… Pero si él no volvía… Tendría que cuidar del reino y no iba a poder hacerlo sola. Con la primera luz del tercer día, salió a la parte externa del palacio. Era pleno invierno y no había ni una sola flor, ni prácticamente plantas vivas, los árboles estaban sin hojas, solo ramas desnudas y retorcidas. Devan solo le tenía permitido salir a la finca si estaba él, en primavera y verano lo hacían, cuando tenía cestas de comida y fruta y hacían picnics bajo los árboles. Esos eran los días buenos, cuando Devan se inspiraba y estaba contento, pero cuando volvía de la ciudad solía estar malhumorado, gritón… Pobrecillo, la maldición dubai afectarle. De tal forma, que si la encontraba en los terrenos, aunque fuera por el camino, se iba a enfurecer… Pero no podía más. Necesitaba hacer algo, que le diera el aire, asomarse siquiera para ver por dónde podía empezar…
Y entonces le vislumbró abriendo la valla y corrió hacia él. — ¡Devan! ¡Devan, mi príncipe! — Según llegó a su altura se apoyó en en él. — No sabes qué miedo he pasado, ha sido horrible. Tres días sola, no sabía encender el fuego, no me has enseñado, y los ruidos de la noche eran horribles. — Le miró con lágrimas de rabia en los ojos. — Me he sentido tan sola e indefensa… Creí que te había pasado algo y yo no sabía qué hacer. — Estaba entre aliviada y enrabiada, quería abrazar a Devan y abroncarle se sentía más confusa y agobiada que en toda su vida.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
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Freyja
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Meager defenses
Volvió a casa a toda prisa, con los rollos de proyectos bajo los brazos, que se desparramaban con su andar atropellado y a veces le obligaban a interrumpirse para recogerlos, y otras simplemente a abandonarlos a su suerte. Oh, lo que harían con ellos, sería un fuerte arma en su contra. Pero no podía pararse tanto: le seguían, estaba seguro. Dos días enteros fuera eran demasiado riesgo, se había dejado ver mucho, ya mismo la noticia de que andaba por allí correría como la pólvora. Había cubierto el cupo de dejarse ver hasta nueva orden, hasta que olvidaran su rostro, y ahora tenía que volver, y a ser posible sin ser visto. Si descubrían dónde se alojaba... Oh, si lo descubrieran, estarían perdidos. Él y su princesa. No quería pensarlo, imaginar lo que le harían a ella le hacía estremecerse, querer llorar con desconsuelo y angustia.
Esa condescendencia con la que le hablaban siempre no era más que fachada. Esa forma de echarle de los talleres, una ficción. Aún no había encontrado el lugar que no estuviera gobernado por esa gente, los enemigos de su familia. Pero lo encontraría. Encontraría a los aliados que necesitaba, y ese día, se haría justicia. Se honraría la memoria de su madre, se le daría el lugar que le corresponde, y llegaría hasta su padre, y juntos gobernarían, mano a mano... ¡No! Sería su príncipe, claro. Tenía que formarse. Su padre era un excelente gobernador y estaba seguro de que andaba desesperado buscando a su hijo, o a saber si no le había dado por muerto. Lloraría de emoción cuando le viera, y le formaría como su sucesor. Que Dios le diera muchos años, él no ansiaba a ser rey, solo a hacer justicia. Y Grisella... como princesa... La veía en sus sueños. Tan hermosa, con una corona de flores, sentada a su lado en el palacio de la familia. Con esa sonrisa llena de felicidad, en vez de vivir con miedo. Las novelas de caballería contarían su historia. Y sus enemigos se arrepentirían de haberse puesto en su contra.
Con la respiración agitada, llegó a un claro el bosque en el que, al fin, estuvo bastante seguro de que nadie le seguía. Miró a los lados. No, no le seguían ya. Había cierto punto en el camino en el que todos parecían despistarse. Dios y la naturaleza le favorecían su escondite. Sabía detectar las señales, era donde más cantaban los pájaros. Era donde empezaba a haber mariposas en las flores. Cuando escuchara el cantar de los pájaros por ambos oídos, y las mariposas volaran en la misma dirección... ahí. A partir de ahí, no podían seguirle. A partir de ahí, estaba a salvo.
Esa, esa era la flor, con ella obsequiaría a Grisella por tanto tiempo de ausencia. Tenía dos mariposas encima, debía ser esa. Se acercó y la arrancó, pero no perdió más tiempo: si en algún momento los animales se espantaban, sería una inequívoca señal. No quería malograr ese lugar secreto a partir del cual empezaba a estar seguro. Siguió caminando y, en pocos minutos, divisó su humilde palacio. Algún día... Algún día tendrían el que le correspondía por derecho.
Tan pronto abrió la valla, la vio correr hacia él. La desesperación inundaba su pecho, así como el alivio por verla, paradójicamente y casi a partes iguales. Soltó aire por la boca y la miró espantado con lo primero que dijo. - ¿Cómo hacerlo? - Preguntó, incrédulo ante semejante propuesta. - ¿Qué haríais si la columna de humo virara hacia el oeste en lugar de hacia el este? No, no, solo yo sé hacer ese efecto. Prefiero que paséis frío a que os descubran. - Agarró sus manos. - ¡Tenía que ir! El destino de nuestro reino está en mis manos. Pero ya estoy de vuelta. No podía ausentarme más tiempo sin correr riesgos. - Sí que tenía las manos frías... Pero era el efecto del mármol, al fin y al cabo.
- Sé a qué ruidos os referís, y sé que aterran. Pero no debéis pensar así, mi princesa. Esos ruidos nos protegen. Es la naturaleza avisando a los traidores de que por aquí no pueden pasar. Los lobos les devorarían y los pájaros les arrancarían los ojos por orden de Dios. Suficiente hemos ya sufrido. - Pero la chica parecía enfadada con él. Parpadeó, desconcertado. - Debía ir. ¿Cómo si no recuperaremos el reino? ¿Cómo os haré princesa? Cuando estemos en nuestro palacio, habrá merecido la pena... - Aseguró, mirándola sin entender muy bien el enfado, con tono obvio, un tanto agitado por la carrera, pero desde la normalidad de exponer lo más lógico del mundo. También temeroso: no quería la ira de Grisella. ¿Qué haría sin ella? - Mirad. - Con torpeza, buscó un rollo en su zurrón, tirando otros en el proceso, y lo desdobló. - ¿Veis este proyecto? Es una puerta. Las puertas de nuestro palacio. - La miró. - Era arriesgado, pero debía mostrarlo. Si había algún aliado de mi padre... lo vería y lo reconocería en el acto. Nos ayudaría a salir. - Sonrió, con agitación, entusiasmado, pidiéndole que mirara bien. - Mirad, mirad qué figuras. Mirad qué talla. Es mío, es mi creación. La de mi palacio. ¿Qué os parecen? Es nuestro salvoconducto, es la vía a nuestra salvación. -
Esa condescendencia con la que le hablaban siempre no era más que fachada. Esa forma de echarle de los talleres, una ficción. Aún no había encontrado el lugar que no estuviera gobernado por esa gente, los enemigos de su familia. Pero lo encontraría. Encontraría a los aliados que necesitaba, y ese día, se haría justicia. Se honraría la memoria de su madre, se le daría el lugar que le corresponde, y llegaría hasta su padre, y juntos gobernarían, mano a mano... ¡No! Sería su príncipe, claro. Tenía que formarse. Su padre era un excelente gobernador y estaba seguro de que andaba desesperado buscando a su hijo, o a saber si no le había dado por muerto. Lloraría de emoción cuando le viera, y le formaría como su sucesor. Que Dios le diera muchos años, él no ansiaba a ser rey, solo a hacer justicia. Y Grisella... como princesa... La veía en sus sueños. Tan hermosa, con una corona de flores, sentada a su lado en el palacio de la familia. Con esa sonrisa llena de felicidad, en vez de vivir con miedo. Las novelas de caballería contarían su historia. Y sus enemigos se arrepentirían de haberse puesto en su contra.
Con la respiración agitada, llegó a un claro el bosque en el que, al fin, estuvo bastante seguro de que nadie le seguía. Miró a los lados. No, no le seguían ya. Había cierto punto en el camino en el que todos parecían despistarse. Dios y la naturaleza le favorecían su escondite. Sabía detectar las señales, era donde más cantaban los pájaros. Era donde empezaba a haber mariposas en las flores. Cuando escuchara el cantar de los pájaros por ambos oídos, y las mariposas volaran en la misma dirección... ahí. A partir de ahí, no podían seguirle. A partir de ahí, estaba a salvo.
Esa, esa era la flor, con ella obsequiaría a Grisella por tanto tiempo de ausencia. Tenía dos mariposas encima, debía ser esa. Se acercó y la arrancó, pero no perdió más tiempo: si en algún momento los animales se espantaban, sería una inequívoca señal. No quería malograr ese lugar secreto a partir del cual empezaba a estar seguro. Siguió caminando y, en pocos minutos, divisó su humilde palacio. Algún día... Algún día tendrían el que le correspondía por derecho.
Tan pronto abrió la valla, la vio correr hacia él. La desesperación inundaba su pecho, así como el alivio por verla, paradójicamente y casi a partes iguales. Soltó aire por la boca y la miró espantado con lo primero que dijo. - ¿Cómo hacerlo? - Preguntó, incrédulo ante semejante propuesta. - ¿Qué haríais si la columna de humo virara hacia el oeste en lugar de hacia el este? No, no, solo yo sé hacer ese efecto. Prefiero que paséis frío a que os descubran. - Agarró sus manos. - ¡Tenía que ir! El destino de nuestro reino está en mis manos. Pero ya estoy de vuelta. No podía ausentarme más tiempo sin correr riesgos. - Sí que tenía las manos frías... Pero era el efecto del mármol, al fin y al cabo.
- Sé a qué ruidos os referís, y sé que aterran. Pero no debéis pensar así, mi princesa. Esos ruidos nos protegen. Es la naturaleza avisando a los traidores de que por aquí no pueden pasar. Los lobos les devorarían y los pájaros les arrancarían los ojos por orden de Dios. Suficiente hemos ya sufrido. - Pero la chica parecía enfadada con él. Parpadeó, desconcertado. - Debía ir. ¿Cómo si no recuperaremos el reino? ¿Cómo os haré princesa? Cuando estemos en nuestro palacio, habrá merecido la pena... - Aseguró, mirándola sin entender muy bien el enfado, con tono obvio, un tanto agitado por la carrera, pero desde la normalidad de exponer lo más lógico del mundo. También temeroso: no quería la ira de Grisella. ¿Qué haría sin ella? - Mirad. - Con torpeza, buscó un rollo en su zurrón, tirando otros en el proceso, y lo desdobló. - ¿Veis este proyecto? Es una puerta. Las puertas de nuestro palacio. - La miró. - Era arriesgado, pero debía mostrarlo. Si había algún aliado de mi padre... lo vería y lo reconocería en el acto. Nos ayudaría a salir. - Sonrió, con agitación, entusiasmado, pidiéndole que mirara bien. - Mirad, mirad qué figuras. Mirad qué talla. Es mío, es mi creación. La de mi palacio. ¿Qué os parecen? Es nuestro salvoconducto, es la vía a nuestra salvación. -
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Grisella parpadeó, paralizada. Claro, ¿cómo no se le había ocurrido a ella? Tonta, niña tonta, el humo debe ser muy importante para él, quizá si lo vieran, podrían descubriros, ¿acaso sabes tú controlar los vientos? Seguro que él sí. No obstante, le miró aterrada cuando le describió la conducta de los animales, sintiendo cómo temblaba todo su cuerpo. — ¿Y si no estás para protegerme, cómo sabes que no me lo harán a mí? — Sacó un puchero y las lágrimas resbalaron por su rostro. — No sé estar aquí sin tí, mi príncipe. — Y se dejó escapar un pequeño llanto. Qué malas noches había pasado.
Entonces se sintió temblar, pero por haberlo enfadado, cuando tiró el zurrón y los rollos. Pero resopló tranquila cuando decidió enseñarle uno de sus dibujos. Sus lágrimas desaparecieron y sus ojos se llenaron de emoción. — ¿De veras puedo verlo? — Y amplió la sonrisa cuando vio que le ofrecía su obra. — ¿Cómo sois capaz de realizar tal belleza? — Preguntó emocionada. Se enganchó a su brazo, mirando, impresionada. — ¿Y decís que es nuestro salvoconducto? ¡Qué gran alegría! ¿A cuántos lo habéis enseñado? — Tomó su rostro entre las manos y le acarició. — ¿Os ha afectado la maldición? Oh, mi pobre príncipe… — Dejó un beso en sus manos. — Vayamos dentro, y al fuego me lo contareis… — Era tan hermoso y virtuoso… Si es que era normal que le entrara miedo de tantos peligros que había fuera, pero… — No debéis dejarme tanto tiempo sin vos, os necesito a mi lado… Y ahora no quiero que os separéis de mí… — Le recogió los planos y se agarró de su brazos. — ¿Habéis traído comida? Os atenderé como es debido y me contaréis cómo ha sido vuestro viaje. —
Quería abrazar a Devan y abroncarle se sentía más confusa y agobiada que en toda su vida.
Entonces se sintió temblar, pero por haberlo enfadado, cuando tiró el zurrón y los rollos. Pero resopló tranquila cuando decidió enseñarle uno de sus dibujos. Sus lágrimas desaparecieron y sus ojos se llenaron de emoción. — ¿De veras puedo verlo? — Y amplió la sonrisa cuando vio que le ofrecía su obra. — ¿Cómo sois capaz de realizar tal belleza? — Preguntó emocionada. Se enganchó a su brazo, mirando, impresionada. — ¿Y decís que es nuestro salvoconducto? ¡Qué gran alegría! ¿A cuántos lo habéis enseñado? — Tomó su rostro entre las manos y le acarició. — ¿Os ha afectado la maldición? Oh, mi pobre príncipe… — Dejó un beso en sus manos. — Vayamos dentro, y al fuego me lo contareis… — Era tan hermoso y virtuoso… Si es que era normal que le entrara miedo de tantos peligros que había fuera, pero… — No debéis dejarme tanto tiempo sin vos, os necesito a mi lado… Y ahora no quiero que os separéis de mí… — Le recogió los planos y se agarró de su brazos. — ¿Habéis traído comida? Os atenderé como es debido y me contaréis cómo ha sido vuestro viaje. —
Quería abrazar a Devan y abroncarle se sentía más confusa y agobiada que en toda su vida.
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