Marie, con aquella energía que desbordaba siempre, empezó, como de costumbre, a guiar sus pasos. Primero hacia la salida de nuevo, después de dejar sus alforjas en un lugar seguro, para así poder llevar a Grizzel hasta el garaje.

Galahad se dejó acompañar del brazo, a pesar de que era una confianza que pocas damas mostraban tan abiertamente con un caballero ajeno a su linaje. Y usó aquel artilugio para cubrir sus cabezas en lo que se dirigían a las grandes puertas.- Así pues, tenéis un establo, pero no caballos. -Por supuesto no era un establo al uso, no había tierra ni paja. Pero sí parecía una estancia destinada para las monturas. En el caso de Marie, allí se encontraba su artilugio de dos ruedas. La bicicleta.

La acompañó después, de vuelta a la vivienda. Y obedeció cuando ofreció asiento. En una silla a su lado dejó su preciada carga. Mientras ella hablaba de una misteriosa bebida que no conocía. Agradeció la deferencia hacia la preparación con un asentimiento, sin comprender del todo a lo que se refería.

Marie le sirvió con diligencia un desayuno frugal a su parecer, pues todo era pan y dulces. Sin embargo, no quiso poner queja alguna, pues lo tomaba como un gesto de generosidad y confiaba en que era lo apropiado para aquellos tiempos.

Ante sus preguntas, enderezó la espalda. Quizá era el momento de hablar de su misión.- No, no he visitado otros tiempos. Mi gesta es la búsqueda del grial y a tal me he dedicado desde hace años. -Explicó.- Desde que el ángel me designara la he buscado en nuestro reino y otros lejanos, mas nunca encontrándolo hasta que Merlín usó su magia para traerme hasta aquí. Hasta el lugar donde reposa el sagrado caliz. -El tono al hablar del objeto místico era completamente reverencial, pues no podía ser menos.

- Sé que tú tienes la misión de guardarlo en este tiempo, pero es necesario que lo lleve hasta Camelot. -Expuso.- Por ello, me han ofrecido varias de las maravillas que guardamos en las cámaras para ofrecerte un intercambio que sea justo. ¿Considerarías al menos escucharme? -Preguntó, pues sabía que su deber de guardiana era sagrado y no iba a renunciar al grial sin más. Y él no iba a forzarla a hacerlo, quería su permiso antes de exponer los tesoros que podía ofrecerle.

Ella iba tomando nota, desde luego. Entre mordisquito y sorbito, puesto que ya había empezando a desayunar.

No había visitado otros tiempos.

-Vaya

Habría que reconocer que, entonces, no se desenvolvía nada mal, dadas las diferencias en...todo.

Toda una vida dedicada a una noble misión. Qué...honorable, y que terrible al mismo tiempo.

Es decir, estaba muy bien eso de tener objetivos en la vida. Pero que todas tus energías se centraran en algo tan...tan...tan intangente como el Santo Grial, lo mismo era un poco fustrante, ¿no? ¿Donde quedaban los sueños de Gallahad?

Porque, a ver...tendría sueños, ¿no? Más allá de perseguir una copa, por interesante que fuera la historieta que la acompañaba.

-Comprendo- comprender no es compartir, que quede claro.

Era un hombre de mundo, eso sí. Había visitado varios reinos.
Ah, debía ser eso. Le gustaba viajar.


Estaba rellenándose la taza de café-la de ella y la de Gallahad- cuando llegaron a la parte de ofrecerle otros cachivaches para suplir el Grial.

Alzó las cejas.

Desde luego, podía escucharle. Por escucharle nadie perdía nada. Pero el cáliz del que hablaban quedaba muy bien en la repisa de su chimenea, y allá iba a seguir.

-No soy una mercader- le advirtió, aun cuando era completamente consciente de que, siendo justos, si se la podría definir así. Tenía una tienda- que por alguna...-iba a decir extraña, pero decidió cambiar el término- mística razón- sí, mejor, más en la línia de él, estaba segura- haya objetos que van a parar a mis estanterías, y yo los custodie hasta que encuentran el hogar adecuado no tiene nada que ver con ser una usurera.

Vaya la dignidad y el orgullo por delante.

-Podría escucharte- concedió, sobre todo porque, como bien había decidido antes, escuchar es una cosa y considerar otra.- pero en lugar de oír hablar de una retahila de cosas que no me interesan, o al menos no a priori, lo que me encantaría es ir a dar un paseo en Grizzel, en cuanto deje de llover.

¿Había parado ya?

-Yo no he montado nunca en caballo- se explicó- pero podrías llevarme tú. Así salimos ganando los dos; tú me dejas montar contigo, y a cambio yo te hago de guía y te enseño los alrededores del pueblo. También puedo explicarte cualquier cosa de este siglo que te hayan llamado la atención.

Se puso en pie, risueña y dedidida.

-¿No te parece una buena idea? Llevaremos algo de comer, por supuesto. Voy a cambiarme, necesitaré unos pantalones. He visto en las películas medievales a las damas montando de costado y, la verdad, debe ser muy incómodo. ¡No tardo! Puedes comerte otro trozo de tarta mientras regreso.

Sobre la repisa de la chimenea, el Sant Grial brilló un poquito. Como si el objeto tuviera sentido del humor y se lo estuviera pasando divinamente.

Galahad confiaba en, al menos, lograr que Marie le escuchara y permitiera hablar de las maravillas que podían suplir al Grial sobre su repisa y en su vida. Reconocía que era un poco frustrante pasar la mayor parte de su vida buscando algo y no poder alcanzarlo al tenerlo tan cerca.
Por supuesto jamás lo tomaría por la fuerza. Marie no era un sarraceno, ni un brujo, ni un enemigo de su causa... solo era demasaido protectora con su tesoro. Quizá tuviera sangre de dragón.

Sin embargo, su oferta parecía haberla ofendido, cosa que le preocupó en exceso.- Lamento si mis palabras te han ofendido, Marie. Te aseguro que no te considero una usurera. -Esperaba que lo supiera, siempre había sido respetuoso con su papel de Guardiana del Cáliz.

Alzó la cabeza, esperanzado, cuando ella le dijo que le escucharía. Al menos le concedería su atención.
Pero le decepcionó escuchar que no quería escuchar su oferta sino que la llevase a dar un paseo a caballo. Y, como ya era una costumbre en ella, de nuevo le aturdió con su forma de hablar rápida e impaciente, tomando decisiones sin que él pudiera mediar.
Antes de darse cuenta la veía marcharse ofreciéndole otro trozo de tarta.

Se pasó una mano por el cabello, sopesando sus opciones, y al final terminó levantándose para acercarse a la sala donde se encontraba el Grial, sobre la chimenea, como si fuera un pequeño trofeo expuesto. Necesitaba la iluminación divina más que nunca para poder saber cómo lidiar con ella y dar por finalizada aquella misión sagrada.

Cuando Marie volvió a asomar la nariz en su sala de estar, llevaba, en efecto, unos pantalones, la chaqueta puesta y una cesta en la mano.

Pero...

Al ver a Gallahad frente al Grial, dedicó un momento de más a observar aquel rostro tan serio, tan compungido. Tan...desconcertado, incluso.

Era evidentísimo que veneraba de verdad el objeto que brillaba ante él.

Por un momento, se sintió ligeramente preocupada. Por él.

Soltó la cesta en el suelo, sin hacer ruido alguno.

Dio un par de pasitos, en su dirección -  a su espalda - y carraspeó entonces, para hacer notar su presencia.

- El plato...- le pidió - yo lo dejaré en la cocina.

Y se lo recogió de las manos, sin prestar atención a si se había acabado el segundo pedazo de tarta o no.

- Se que no me consideras una usurera - le respondió, con respecto a la disculpa anterior - Aunque podrías, porque no me conoces de nada. Pero el Grial está en mis manos, y tú no debes preocuparte. Por nada. Mucho menos porque no me he ofendido.

Mentira; de entrada, sí lo había hecho, ofenderse.
Y si ahora cambiaba de opinión cual viento de Poniente, era justamente por la congoja en la mirada de él.

Se volvió a mirar el cáliz, ella también.

- ¿Qué habrías hecho? - le preguntó - si no llevaras toda la vida buscándolo, ¿a qué la habrías dedicado?

¿Lo habia pensado alguna vez?

Inspiró, y torció el gesto.

- ¿Has considerado la posibilidad de que estuvieras tan, tan preocupado por encontrarlo, que precisamente por eso se haya ido apartando de tu camino? Porque puedo hacerte una pregunta más. Si yo te lo diera, y finalizara tu búsqueda así...¿qué harías el resto de tu vida?

En eso tampoco había pensado, estaba segurísima.

- No se va a mover de ahí - prosiguió - así que, por una vez, olvídalo un ratito. Vamos a dar ese paseo. Responde a mis dos preguntas, y yo escucharé todo lo que tengas que decir acerca de esos intercambios que consideras justos. Y, luego, te explicaré porqué no los necesito, porqué no es eso lo que quiero. Y, a lo mejor, encontramos un punto a partir del que entendernos. ¿Qué te parece?¿Podemos hacerlo así?