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Freyja
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Ma dove si trova la felicità?
Vogliamo stare bene
Villa Biondi es una residencia de los alrededores de la ciudad de Pistoya, en Italia, donde reciben tratamiento psicológico y psiquiátrico mujeres con problemas, en un ambiente cercano, dedicado y cálido. No todas las personas son iguales, ni tienen la misma historia y origen, aunque vayan a parar a un destino similar. Este es el caso de las dos amigas más improbables que pudieran encontrarse.
Beatrice es de origen acomodado y clase alta, si bien ella adorna su historia más de lo que por sí lo está. Se encuentra en Villa Biondi por padecer un trastorno bipolar, además de porque su erotomanía la hace vivir continuamente ensalzada y creyéndose la persona más importante y amada del mundo. Podría decirse que es muy feliz en su mundo paralelo... Pero no es agradable darte cuenta de que la gente no te quiere y te valora tanto como tú te piensas.
Donatella, por su parte, trae una historia turbulenta de la que prefiere no dar muchos datos. Reservada y callada, es de las que "prefieren escuchar" mientras personas como Beatrice hablan y hablan hasta el cansancio. Pero cuando te lo guardas todo para ti misma, la tempestad acaba consumiéndote por dentro, así como todos tus fantasmas del pasado, que no son pocos.
Toda la importancia que se da la una, se la resta la otra. Todo lo que una expresa, la otra lo inhibe. Quizás Beatrice necesite a alguien como Donatella para poner los pies en la tierra y ser consciente de lo que es el mundo real. Quizás Donatella necesite de una Beatrice en su vida, alguien que le ayude a sanar sus heridas. Aunque sea a base de vivir la alegría loca.
Beatrice es de origen acomodado y clase alta, si bien ella adorna su historia más de lo que por sí lo está. Se encuentra en Villa Biondi por padecer un trastorno bipolar, además de porque su erotomanía la hace vivir continuamente ensalzada y creyéndose la persona más importante y amada del mundo. Podría decirse que es muy feliz en su mundo paralelo... Pero no es agradable darte cuenta de que la gente no te quiere y te valora tanto como tú te piensas.
Donatella, por su parte, trae una historia turbulenta de la que prefiere no dar muchos datos. Reservada y callada, es de las que "prefieren escuchar" mientras personas como Beatrice hablan y hablan hasta el cansancio. Pero cuando te lo guardas todo para ti misma, la tempestad acaba consumiéndote por dentro, así como todos tus fantasmas del pasado, que no son pocos.
Toda la importancia que se da la una, se la resta la otra. Todo lo que una expresa, la otra lo inhibe. Quizás Beatrice necesite a alguien como Donatella para poner los pies en la tierra y ser consciente de lo que es el mundo real. Quizás Donatella necesite de una Beatrice en su vida, alguien que le ayude a sanar sus heridas. Aunque sea a base de vivir la alegría loca.
Beatrice Morandini 40 años - Valeria Bruni Tedeschi - Freyja |
Donatella Morelli 28 años - Micaela Ramazzotti - Ivanka |
1x1 - Inspired - Películas (La pazza gioia)
XIII
- Post de rol:
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<div class="sigswdt" style=" background:#E4A4EC;">¿Quien? - ¿Dónde? - ¿Cuando?</div></div>
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- La eternidad es nuestra:
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CAPITULO 1:
Senza fine
No se acababa. No se acababa nunca. El dolor, en algún momento tenía que parar. La angustia de respirar, de notar esa losa en su pecho, como si algo no quisiera que ella siguiera adelante. Ahora la llevaban a "un sitio mejor". Claro, qué graciosos. Peor que los sitios donde había vivido no podía ser. Esa gente (la gente que le trataba, unos otros, que iba y venían, que siempre eran diferentes y a ella le parecían todos iguales) no sabía en qué sitios haba vivido y trabajado ella, y aún creían que se podía vivir peor que como lo hacía, y por eso siempre le decían "en tal sitio vas a estar mejor" "esta medicación te va a ir mejor", pero Donatella había tocado fondo, y en el fondo se había quedado. Y allí pensaba quedarse hasta que le dieran la solución de verdad, la de poder ver a Elia.
De entrada la habían llevado en un autobús por la campiña, pero no todo lo lejos de su ciudad que a ella le gustaría. Solo estaba en el campo, y el campo era deprimente. Siempre hacía demasiado sol y a Donatella no le gustaban las flores, ni el trigo, ni los árboles, porque son muy bonitos pero luego, avanzando el otoño, se mueren, y eso la hacía llorar. Y solían regañarla por llorar. El sitio donde entró el minibús era una villa de esas de gente rica, que se llena de turistas, solo que esta estaba llena de locas. Y nada era más deprimente que un palacio que alguna vez fue bonito y grandioso, que ahora ese caía a desconchones y lleno de locas y monjas. Ojo, que las monjas eran buena gente, pero es que ella no quería estar con nadie, y quería silencio, y las locas eran ruidosas...
Claro, obviamente esa gente creía que una villa con aquel terrenazo, lejos de todo y con eso que llamaban el encanto de la Toscana, le haría estar mejor, pero, la verdad, Donatella viviría en un vertedero, si allí hubiera alguien que la escuchase. Solo pedía eso. No un doctor o doctora más de "esa gente", si no alguien que escuchase su caso, que le prestara atención y no simplemente la oyera hablar de fondo para al final decir "no puede ser" y recetarle la próxima tanda de pastillas.
Cuando llego, el conductor del autobús la ayudó a bajar, porque iba con escayola. Dos monjas la recibieron y la hicieron pasar hacia dentro del edificio, porque la doctora la iba a recibir nada más llegar. "Gracias, señor" "Gracias, hermanas" Eso debería decir. Debería ser amable y considerada, pero no quería gastar palabras, no aún. Le costaba mucho pensarlas, estructurarlas bien (o al menos de manera coherente) y soltarlas sin trabarse. Y llevaba todos el discurso que le iba a dar a la doctora pensado durante el camino, no podía distraerse en gastar energías con aquella gente, que seguro que pensarían que era una loca más del asilo y ya está. No se había fijado ni en las internas. Al menos en la habitación que hacía de consulta había silencio, hasta que entró la doctora. Era una mujer claramente decidida y entendida, que venía muy bien vestida, mejor de lo que Donatella se hubiera vestido en su vida, y tenía una energía admirable. Claro, que si era la jefa ahí, más le valía. — Bueno días, doctora, yo quería hablar con usted porque necesito que me ayude... — Entró de cabeza. En su cabeza no sonaba tan desesperado. Pero es que estaba desesperada.
De entrada la habían llevado en un autobús por la campiña, pero no todo lo lejos de su ciudad que a ella le gustaría. Solo estaba en el campo, y el campo era deprimente. Siempre hacía demasiado sol y a Donatella no le gustaban las flores, ni el trigo, ni los árboles, porque son muy bonitos pero luego, avanzando el otoño, se mueren, y eso la hacía llorar. Y solían regañarla por llorar. El sitio donde entró el minibús era una villa de esas de gente rica, que se llena de turistas, solo que esta estaba llena de locas. Y nada era más deprimente que un palacio que alguna vez fue bonito y grandioso, que ahora ese caía a desconchones y lleno de locas y monjas. Ojo, que las monjas eran buena gente, pero es que ella no quería estar con nadie, y quería silencio, y las locas eran ruidosas...
Claro, obviamente esa gente creía que una villa con aquel terrenazo, lejos de todo y con eso que llamaban el encanto de la Toscana, le haría estar mejor, pero, la verdad, Donatella viviría en un vertedero, si allí hubiera alguien que la escuchase. Solo pedía eso. No un doctor o doctora más de "esa gente", si no alguien que escuchase su caso, que le prestara atención y no simplemente la oyera hablar de fondo para al final decir "no puede ser" y recetarle la próxima tanda de pastillas.
Cuando llego, el conductor del autobús la ayudó a bajar, porque iba con escayola. Dos monjas la recibieron y la hicieron pasar hacia dentro del edificio, porque la doctora la iba a recibir nada más llegar. "Gracias, señor" "Gracias, hermanas" Eso debería decir. Debería ser amable y considerada, pero no quería gastar palabras, no aún. Le costaba mucho pensarlas, estructurarlas bien (o al menos de manera coherente) y soltarlas sin trabarse. Y llevaba todos el discurso que le iba a dar a la doctora pensado durante el camino, no podía distraerse en gastar energías con aquella gente, que seguro que pensarían que era una loca más del asilo y ya está. No se había fijado ni en las internas. Al menos en la habitación que hacía de consulta había silencio, hasta que entró la doctora. Era una mujer claramente decidida y entendida, que venía muy bien vestida, mejor de lo que Donatella se hubiera vestido en su vida, y tenía una energía admirable. Claro, que si era la jefa ahí, más le valía. — Bueno días, doctora, yo quería hablar con usted porque necesito que me ayude... — Entró de cabeza. En su cabeza no sonaba tan desesperado. Pero es que estaba desesperada.
Donatella - Villa Biondi - 10 de septiembre de 2016
XIII
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
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CAPITULO 1:
Senza fine
- A ver, por favor, señoritas, adoptad una posición un poco más decente. ¡Cerrad las piernas, por el amor de Dios! - Si es que tenía que estar en todo. Por favor, con lo bonito que era aquel recinto (pequeño para ella, pero en fin, su familia lo subvencionaba, era prácticamente suyo) y tenía que estar viendo bragas ajenas continuamente. ¿Por qué siempre tenía que haber mujeres revolcándose por el césped como si fueran puercas en el barro? ¿En qué momento su Villa Biondi había caído tan bajo? - La maldición que tenemos las personas de cierta clase, que tenemos que hacer obras de caridad. - Fue diciendo mientras caminaba, con su precioso foulard de chasmere y su parasol. - ¡Oh, por el amor del cielo! ¡A VER! Por favor, si estás gorda no te pongas esa falda, mujer, si es que así no se puede. Me daña la vista. - ¡Señora Morandini! - De repente se le pasó todo el modo dictatorial.
Se giró hacia la voz del hombre con la mejor de sus sonrisas, recolocándose el pelo. - Ay, Señor Ferro. Qué feliz me pone cada vez que lo veo. - Qué va. Solo era un jardinero, pero el pobre hombre estaba enamorado de ella hasta las trancas. Que menos que ser amable, pobrecillo. - Me manda llamarla la Doctora Zappa. Dice que no puede estar usted por aquí. - Ella soltó una carcajada musical, como si le hubieran contado el mejor chiste de su vida. O el peor, pero necesitaba hacer el teatro de que le había hecho mucha gracia. - Señor Ferro, qué cosas me dice. Cualquiera diría que me quiere llevar usted a otra parte. - El hombre parecía un poco agobiado. - Señora, se lo digo en serio. - ¡Ay, ay, pero qué tontería, hombre! Como no voy a poder andar yo por donde quiera en mi propia villa, qué cosas tiene... - ¡Beatrice eres una puta! -¡¡OH!! -Se indignó automáticamente, llevándose la mano al pecho y buscando con la mirada a la que había osado gritarle eso. Cuanta vulgaridad, de verdad. Lástima que le daba tener eso en su propia casa. Si es que había gente que no sabía comportarse, no estaba hecha la miel para la boca del asno.
- ¡Tú! ¡Sí, tú, te he visto! - Empezó a señalar a la desquiciada que se estaba riendo de ella. Y otra vez volvió la tipa a la carga. ¡Beatrice eres una puta! - ¡¡Mírala!! ¡Envidia que me tienes, envidia de la mala! ¡Qué soez, qué vulgar, usar semejante vocabulario! ¡Solo mi vestido vale más que toda tu familia! - Y la otra que se seguía riendo. ¡No iba a conseguir semejante insulto a su persona! Con paso decidido, se acercó a ella sin dejar de bramar. - ¡No me llamas puta más! ¿Me oyes? ¡Sucia asquerosa arrabalera! - El jardinero se apresuró tras ella, antes de que tuvieran que lamentar una desgracia. - ¡Señora, por fav...! - NO ME TOQUE. - Bramó automáticamente, asustada y zafándose en seguida. El hombre echó un paso atrás, pero ella también puso distancia y empezó a alejarse. - Ya sé que está usted enamorado de mí, pero no me toque. - ¡Beatrice! - Hala, la doctora. Pues ya estaban todos.
- ¡Le digo que no tengo por qué aguantar semejantes insultos a mi persona! - A ver, lo primero, cálmate. - ¡¡Yo estoy muy calmada!! - Dijo roja de ira y con el tono considerablemente elevado. Así no parecía precisamente calmada. - ¡Pero es que en esta villa se me falta el respecto continuamente! Cuando me dejen salir de aquí... - Soltó una carcajada de superioridad y sentenció. - Cuando me dejen salir de aquí, se van a acordar de mi nombre. Todos vosotros. Van a caer uno a uno, ustedes no sabéis con quién estáis hablando. - Beatrice, esto no puede seguir así. - Dijo la doctora, aunándose de paciencia, mientras ella se retocaba el pelo y respiraba hondo con dignidad. - Esto es un hogar tranquilo, necesitamos que haya buen ambiente... - Díselo a las feas esas que me tienen envidia y no consienten ni que pase por el jardín... - Es importante que socialices. Y que socialices bien. - Abrió los ojos con indignación e hizo un gesto de incomprensión total. - ¡Pero qué más quieren que haga! Si les dejo mis perchas y mis perfumes y ellas siguen ahí, en mitad del césped con las piernas abiertas, es que es dantesco. - Pero algo interrumpió su perfecta justificación.
La furgoneta. Ya estaban todas como gallinitas parloteando para ver quien era. Pues una nueva, qué iba a ser. Menos mal que a ella no le importaba lo más mínimo. - Tengo que irme. Por favor, Beatrice... - ¡Ay, por Dios, pareces mi madre! - Despachó con un gesto soberbio de la mano, y se quedó mirando a otra parte. Pero de reojo observaba a la nueva que salía. No porque le interesara, faltaría más. Pero es que era su casa. Tenía que ver quien entraba... Y, oh, por favor, cada día entraba una calaña peor, pero qué pintas... Uf, aunque se la veía triste a la pobre chica. Y cuantos moratones. Agh, y tatuajes, de verdad, la vida se ensañaba con algunas personas de una manera... Se la llevaron como pudieron porque encima venía con una pierna rota. Se acercó a pasito ligero a la monja que venía en la furgoneta y preguntó. - ¿Tentativa de suicidio? - La monja suspiró y rodó los ojos. - ¿Qué te tenemos dicho de cotillear sobre todo el que viene? - ¡Yo no cotilleo! - Dijo indignada. - ¡Me dicen que socialice, y ahora no puedo ni preocuparme por quien entra en mi casa! - Adios, Beatrice. - Y ahí la dejó, con la palabra en la boca.
- ¡Esto es un trato humillante a mi persona! - Se quejó, ya con las lágrimas saltadas. De verdad, es que no podía ser, ¿nadie se daba cuenta de quien era ella? ¿Por qué la trataban tan mal? ¿Por qué había tanta envidia en la humanidad? Es que así no se podía vivir. ¡Que ella tampoco tenía la culpa de ser la grandiosa mujer que era! Y encima tenía ella la culpa porque no socializaba, ¡si es que no la dejaban! ¡Todos la trataban mal! Llena de rabia, indignación y frustración, se fue apretando los dientes al interior del edificio, dispuesta a... Algo. Ya se le ocurriría cuando llegara al cuarto, pero vaya, que la iban a escuchar. Iba a llamar a Berlusconi. Sí señor, Silvio la adoraba, si hasta la quería de concubina, pero claro, ella le rechazó. No iba a rebajarse a eso, una tenía un mínimo de dignidad, ¡pero podía haberlo sido de haber querido! Una palabra a Silvio, y la Villa estaba cerrada mañana mismo y todas esas haraposas en la calle. ¡Se acabó ya!
Y justo por mitad del pasillo iba cuando oyó que alguien la llamaba. Se detuvo en seco y se secó las lágrimas. Quizás no la llamara a ella, pero... ¿No querían que socializara? Se giró. Oh, era la nueva. Pobre chica, daba penita verla. Mantendría la distancia, a ver si iba a traer hasta pulgas, porque vaya pintas. Pero al menos se iba a acercar. Ay, y pobre chica, se creía que era la doctora. Pero le estaba pidiendo ayuda, ¿la iba a dejar ahí? Si es que... Era demasiado buena una, estaba hecha para la caridad. Entró decididamente en la consulta y... Había una carpeta en la mesa. Lo mismo era su expediente. - Sí... Sí. - Dijo, contestando de aquella manera a lo que la otra decía. Miró por encima los papeles. - Ay, espera... - Se sacó unas gafas del bolsillo y, mientras se las ponía, dijo con una risa cómplice. - La edad no nos perdona a ninguna, ¿eh? - Ay, si mírala, estaba la pobre como ida, ni siquiera le pillaba las bromas. - En fin... - Suspiró, mirando el informe. Pues no, no era cosa de la vista, era que no entendía una palabra de lo que ponía ahí. Bueno, una palabra sí entendió. - Ay, no no... - Empezó a chistar y a negar con la cabeza. - Antipsicóticos... Claro, claro... - Claro. A ella también se los daban. Pues así estaba la chica. - Pues esto hay que quitarlo pero ya mismo. - Suspiró y se sentó en la silla delante de ella. - Eres... Donatella Morelli, ¿sí? - Mientras miraba el informe por encima, preguntó. - Cuéntame, ¿por qué has venido a Villa Biondi? -
Se giró hacia la voz del hombre con la mejor de sus sonrisas, recolocándose el pelo. - Ay, Señor Ferro. Qué feliz me pone cada vez que lo veo. - Qué va. Solo era un jardinero, pero el pobre hombre estaba enamorado de ella hasta las trancas. Que menos que ser amable, pobrecillo. - Me manda llamarla la Doctora Zappa. Dice que no puede estar usted por aquí. - Ella soltó una carcajada musical, como si le hubieran contado el mejor chiste de su vida. O el peor, pero necesitaba hacer el teatro de que le había hecho mucha gracia. - Señor Ferro, qué cosas me dice. Cualquiera diría que me quiere llevar usted a otra parte. - El hombre parecía un poco agobiado. - Señora, se lo digo en serio. - ¡Ay, ay, pero qué tontería, hombre! Como no voy a poder andar yo por donde quiera en mi propia villa, qué cosas tiene... - ¡Beatrice eres una puta! -¡¡OH!! -Se indignó automáticamente, llevándose la mano al pecho y buscando con la mirada a la que había osado gritarle eso. Cuanta vulgaridad, de verdad. Lástima que le daba tener eso en su propia casa. Si es que había gente que no sabía comportarse, no estaba hecha la miel para la boca del asno.
- ¡Tú! ¡Sí, tú, te he visto! - Empezó a señalar a la desquiciada que se estaba riendo de ella. Y otra vez volvió la tipa a la carga. ¡Beatrice eres una puta! - ¡¡Mírala!! ¡Envidia que me tienes, envidia de la mala! ¡Qué soez, qué vulgar, usar semejante vocabulario! ¡Solo mi vestido vale más que toda tu familia! - Y la otra que se seguía riendo. ¡No iba a conseguir semejante insulto a su persona! Con paso decidido, se acercó a ella sin dejar de bramar. - ¡No me llamas puta más! ¿Me oyes? ¡Sucia asquerosa arrabalera! - El jardinero se apresuró tras ella, antes de que tuvieran que lamentar una desgracia. - ¡Señora, por fav...! - NO ME TOQUE. - Bramó automáticamente, asustada y zafándose en seguida. El hombre echó un paso atrás, pero ella también puso distancia y empezó a alejarse. - Ya sé que está usted enamorado de mí, pero no me toque. - ¡Beatrice! - Hala, la doctora. Pues ya estaban todos.
- ¡Le digo que no tengo por qué aguantar semejantes insultos a mi persona! - A ver, lo primero, cálmate. - ¡¡Yo estoy muy calmada!! - Dijo roja de ira y con el tono considerablemente elevado. Así no parecía precisamente calmada. - ¡Pero es que en esta villa se me falta el respecto continuamente! Cuando me dejen salir de aquí... - Soltó una carcajada de superioridad y sentenció. - Cuando me dejen salir de aquí, se van a acordar de mi nombre. Todos vosotros. Van a caer uno a uno, ustedes no sabéis con quién estáis hablando. - Beatrice, esto no puede seguir así. - Dijo la doctora, aunándose de paciencia, mientras ella se retocaba el pelo y respiraba hondo con dignidad. - Esto es un hogar tranquilo, necesitamos que haya buen ambiente... - Díselo a las feas esas que me tienen envidia y no consienten ni que pase por el jardín... - Es importante que socialices. Y que socialices bien. - Abrió los ojos con indignación e hizo un gesto de incomprensión total. - ¡Pero qué más quieren que haga! Si les dejo mis perchas y mis perfumes y ellas siguen ahí, en mitad del césped con las piernas abiertas, es que es dantesco. - Pero algo interrumpió su perfecta justificación.
La furgoneta. Ya estaban todas como gallinitas parloteando para ver quien era. Pues una nueva, qué iba a ser. Menos mal que a ella no le importaba lo más mínimo. - Tengo que irme. Por favor, Beatrice... - ¡Ay, por Dios, pareces mi madre! - Despachó con un gesto soberbio de la mano, y se quedó mirando a otra parte. Pero de reojo observaba a la nueva que salía. No porque le interesara, faltaría más. Pero es que era su casa. Tenía que ver quien entraba... Y, oh, por favor, cada día entraba una calaña peor, pero qué pintas... Uf, aunque se la veía triste a la pobre chica. Y cuantos moratones. Agh, y tatuajes, de verdad, la vida se ensañaba con algunas personas de una manera... Se la llevaron como pudieron porque encima venía con una pierna rota. Se acercó a pasito ligero a la monja que venía en la furgoneta y preguntó. - ¿Tentativa de suicidio? - La monja suspiró y rodó los ojos. - ¿Qué te tenemos dicho de cotillear sobre todo el que viene? - ¡Yo no cotilleo! - Dijo indignada. - ¡Me dicen que socialice, y ahora no puedo ni preocuparme por quien entra en mi casa! - Adios, Beatrice. - Y ahí la dejó, con la palabra en la boca.
- ¡Esto es un trato humillante a mi persona! - Se quejó, ya con las lágrimas saltadas. De verdad, es que no podía ser, ¿nadie se daba cuenta de quien era ella? ¿Por qué la trataban tan mal? ¿Por qué había tanta envidia en la humanidad? Es que así no se podía vivir. ¡Que ella tampoco tenía la culpa de ser la grandiosa mujer que era! Y encima tenía ella la culpa porque no socializaba, ¡si es que no la dejaban! ¡Todos la trataban mal! Llena de rabia, indignación y frustración, se fue apretando los dientes al interior del edificio, dispuesta a... Algo. Ya se le ocurriría cuando llegara al cuarto, pero vaya, que la iban a escuchar. Iba a llamar a Berlusconi. Sí señor, Silvio la adoraba, si hasta la quería de concubina, pero claro, ella le rechazó. No iba a rebajarse a eso, una tenía un mínimo de dignidad, ¡pero podía haberlo sido de haber querido! Una palabra a Silvio, y la Villa estaba cerrada mañana mismo y todas esas haraposas en la calle. ¡Se acabó ya!
Y justo por mitad del pasillo iba cuando oyó que alguien la llamaba. Se detuvo en seco y se secó las lágrimas. Quizás no la llamara a ella, pero... ¿No querían que socializara? Se giró. Oh, era la nueva. Pobre chica, daba penita verla. Mantendría la distancia, a ver si iba a traer hasta pulgas, porque vaya pintas. Pero al menos se iba a acercar. Ay, y pobre chica, se creía que era la doctora. Pero le estaba pidiendo ayuda, ¿la iba a dejar ahí? Si es que... Era demasiado buena una, estaba hecha para la caridad. Entró decididamente en la consulta y... Había una carpeta en la mesa. Lo mismo era su expediente. - Sí... Sí. - Dijo, contestando de aquella manera a lo que la otra decía. Miró por encima los papeles. - Ay, espera... - Se sacó unas gafas del bolsillo y, mientras se las ponía, dijo con una risa cómplice. - La edad no nos perdona a ninguna, ¿eh? - Ay, si mírala, estaba la pobre como ida, ni siquiera le pillaba las bromas. - En fin... - Suspiró, mirando el informe. Pues no, no era cosa de la vista, era que no entendía una palabra de lo que ponía ahí. Bueno, una palabra sí entendió. - Ay, no no... - Empezó a chistar y a negar con la cabeza. - Antipsicóticos... Claro, claro... - Claro. A ella también se los daban. Pues así estaba la chica. - Pues esto hay que quitarlo pero ya mismo. - Suspiró y se sentó en la silla delante de ella. - Eres... Donatella Morelli, ¿sí? - Mientras miraba el informe por encima, preguntó. - Cuéntame, ¿por qué has venido a Villa Biondi? -
Beatrice - Villa Biondi - 10 de septiembre de 2016
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CAPITULO 1:
Senza fine
La doctora era una de esas personas que brilla. Brilla tanto que al mismo tiempo que te agobia de tanto que te ciega, y a la vez no quieres dejar de mirarla, porque no puedes evitar pensar: ojalá yo brillara así. No he debido brillar así jamás. Parecía que iba un poco acelerada, cuando la mayoría de los doctores que la habían tratado lucían como plantas sin regar, agotados de lidiar con una loca más. Si ella loca no estaba, solo estaba mal, triste, pero ellos siempre se empeñaban en medicarla y no escucharla ni ayudarla. Esta al menos parecía tener más vitalidad. El comentario de lo de la edad la dejó un poco extrañada. — Solo tengo veintiocho. — Dijo simplemente, sin comprender. Vaya, cuando fue madre, que haba que ver que qué joven, que cómo no iba a perder el rumbo, y ahora que la edad no perdonaba. No se aclaraban.
La vio leer el informe con empeño, y eso también era otra novedad, porque generalmente, paseaban los ojos por él y ya la diagnosticaban. Bueno etso pintaba mejor que otras veces. Eso sí, lo de que había que quitarle la medicación sí que la dejó sin palabras. — Pero, doctora... Toda la vida me han dicho que necesito la medicación. Yo no puedo ponerme mal otra vez, doctora, yo le estaba diciendo que... — Pero la señora parecía tenerlo muy claro, y si algo había aprendido en la vida es que batallar no solía servir para mucho, y más con la inmensa cantidad de fuerzas que le estaba costando. — Sí, soy Donatella Morelli. — Contestó sin más, si ya lo acababa de leer en el informe, ¿no? Más frunció el ceño ante aquella pregunta. — No he venido, me han traído. Después del último sitio, me dijeron que aquí estaría mejor, que necesitaba ocuparme y socializar. — Vamos lo de siempre. Pero aprovechó un hueco, el primero que había tenido en años, para soltar su discurso.
— Doctora, si cree usted que no necesito medicación es porque cree que tan mal no estoy, y es usted médico y buena persona. — Se aclaró la garganta y tragó saliva. — Necesito que me ayude usted a escribir una carta para que me hablen de Elia. Esos es lo que yo necesito para estar mejor, ¿sabe? — Nunca lo habían entendido. Que para ella, abrazar a su niño, besarle, oír su risa... Todo eso, quitaba el dolor durante unos segundos, y eran segundos mágicos. — Porque no fue culpa mía, doctora. Es que nunca me han escuchado, y empiezo a creer que es porque no me explico bien, entonces, si usted me ayuda, porque usted es doctora y se expresa mejor, a escribirles una carta, ellos quizás entiendan... — Igual estaba yendo un poco rápido y aturullada, pero no iba a desperdiciar esa oportunidad, obviamente, y ella se había leído su informe, seguro que entendía de qué le estaba hablando.
La vio leer el informe con empeño, y eso también era otra novedad, porque generalmente, paseaban los ojos por él y ya la diagnosticaban. Bueno etso pintaba mejor que otras veces. Eso sí, lo de que había que quitarle la medicación sí que la dejó sin palabras. — Pero, doctora... Toda la vida me han dicho que necesito la medicación. Yo no puedo ponerme mal otra vez, doctora, yo le estaba diciendo que... — Pero la señora parecía tenerlo muy claro, y si algo había aprendido en la vida es que batallar no solía servir para mucho, y más con la inmensa cantidad de fuerzas que le estaba costando. — Sí, soy Donatella Morelli. — Contestó sin más, si ya lo acababa de leer en el informe, ¿no? Más frunció el ceño ante aquella pregunta. — No he venido, me han traído. Después del último sitio, me dijeron que aquí estaría mejor, que necesitaba ocuparme y socializar. — Vamos lo de siempre. Pero aprovechó un hueco, el primero que había tenido en años, para soltar su discurso.
— Doctora, si cree usted que no necesito medicación es porque cree que tan mal no estoy, y es usted médico y buena persona. — Se aclaró la garganta y tragó saliva. — Necesito que me ayude usted a escribir una carta para que me hablen de Elia. Esos es lo que yo necesito para estar mejor, ¿sabe? — Nunca lo habían entendido. Que para ella, abrazar a su niño, besarle, oír su risa... Todo eso, quitaba el dolor durante unos segundos, y eran segundos mágicos. — Porque no fue culpa mía, doctora. Es que nunca me han escuchado, y empiezo a creer que es porque no me explico bien, entonces, si usted me ayuda, porque usted es doctora y se expresa mejor, a escribirles una carta, ellos quizás entiendan... — Igual estaba yendo un poco rápido y aturullada, pero no iba a desperdiciar esa oportunidad, obviamente, y ella se había leído su informe, seguro que entendía de qué le estaba hablando.
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CAPITULO 1:
Senza fine
Hizo un gesto con la mano, quitándole importancia y sin dejar de mirar el informe. - Si yo te dijera lo que me han dicho a mí toda la vida. Hay médicos que no tienen preparación ninguna. Solo hacen... - Hizo un gesto despectivo con la mano. - ...Firmar papeluchos y poco más. - Cerró el informe y la miró, esperando su respuesta. No pudo evitar una leve risotada entre triste y despectiva. - Socializar. Es que, vaya cosas. - Suspiró teatralmente, reajustándose las gafas y removiéndose un poco en su asiento. - Todo mal en tu tratamiento. Pobre chica. - Como si ella supiera como enfocar su tratamiento mejor.
Y claro, la pobre estaba tan desesperada que empezó a hablar mucho, y Beatrice quiso aparentar que estaba escuchando como una profesional, pero lo cierto es que iba un poco rápido y atropellada y no se estaba enterando. ¡Es que, claro! A esa muchacha debería estar viéndola un sanador de verdad, no ella, ¡pero es que como en esa casa tenía que hacerlo ella todo! Ahí la tenían, abandonadita a la pobre y atiborrada a pastillas, y ya tiene que venir Beatrice a solucionarle los problemas a la gente. De verdad, si no fuera por ella, se venía abajo la casa.
Oh, la muchacha tenía un hijo. Y algo había pasado porque no lo tenía con él. A ver, no le extrañaba, con las pintas que tenía... Esperaba que no se le hubiera notado mucho que le había echado una mirada de arriba abajo. Tomó aire y empezó a preguntar. - Y, exactamente, ¿por qué motivo no...? -¡Beatrice! Pero bueno, ¡no puedes estar aquí! - Después del desagradable sobresalto inicial que no solo había interrumpido su pregunta sino que la había alarmado (qué manía tenía todo el mundo de gritar en ese sitio), puso expresión de desconcierto y se encogió de hombros, señalando a Donatella. - Pues estoy socializando, como me habéis dicho. - Esto no es socializar, Beatrice, esto es romper la confidencialidad de la gente. - Bueno, a ver. - Dijo con una risa superior, parando con un gesto de la mano. - Será romper la confidencialidad si se mete aquí cualquiera, pero es que yo soy la dueña de esta villa, en mi caso no es romper nada. - Beatrice, venga, no te lo digo más, tienes que salir de aquí. - ¡No me toque! - Tomó distancia otra vez, porque ya la iban a tocar, y se alejó sin levantarse de su asiento como un animal acorralado.
Se levantó con reticencias de la silla por el lado contrario al de la doctora e insistió. - Ya sé que es muy tentador tocarme pero no me toquéis. - Pues venga, salte de aquí y vuelve al patio. - ¡No! - Aseveró con un dedo amenazante. - Me voy a mi dormitorio. Porque esto no es manera de tratar a alguien de mi posición, de verdad que no. - Aseguró indignada, revolviéndose en su chal y pasando por al lado de la doctora hacia la puerta, aunque a una distancia prudencial para que no se le echara encima. - Encima que me preocupo por el bienestar de la gente, a pesar de que sean desarrapadas y todo. - Beatrice, ese lenguaje. - ¡Esto va a tener consecuencias! Pienso hablar con el conde, ¡no os va a dar ni un duro! - Soltó una risa sarcástica, mientras salía ya al pasillo. - Vamos, es que pienso llevármelo todo de aquí. ¡¡Y ese tratamiento está mal!! - Atacó por última vez, antes de dirigirse dignamente a su habitación.
Y claro, la pobre estaba tan desesperada que empezó a hablar mucho, y Beatrice quiso aparentar que estaba escuchando como una profesional, pero lo cierto es que iba un poco rápido y atropellada y no se estaba enterando. ¡Es que, claro! A esa muchacha debería estar viéndola un sanador de verdad, no ella, ¡pero es que como en esa casa tenía que hacerlo ella todo! Ahí la tenían, abandonadita a la pobre y atiborrada a pastillas, y ya tiene que venir Beatrice a solucionarle los problemas a la gente. De verdad, si no fuera por ella, se venía abajo la casa.
Oh, la muchacha tenía un hijo. Y algo había pasado porque no lo tenía con él. A ver, no le extrañaba, con las pintas que tenía... Esperaba que no se le hubiera notado mucho que le había echado una mirada de arriba abajo. Tomó aire y empezó a preguntar. - Y, exactamente, ¿por qué motivo no...? -¡Beatrice! Pero bueno, ¡no puedes estar aquí! - Después del desagradable sobresalto inicial que no solo había interrumpido su pregunta sino que la había alarmado (qué manía tenía todo el mundo de gritar en ese sitio), puso expresión de desconcierto y se encogió de hombros, señalando a Donatella. - Pues estoy socializando, como me habéis dicho. - Esto no es socializar, Beatrice, esto es romper la confidencialidad de la gente. - Bueno, a ver. - Dijo con una risa superior, parando con un gesto de la mano. - Será romper la confidencialidad si se mete aquí cualquiera, pero es que yo soy la dueña de esta villa, en mi caso no es romper nada. - Beatrice, venga, no te lo digo más, tienes que salir de aquí. - ¡No me toque! - Tomó distancia otra vez, porque ya la iban a tocar, y se alejó sin levantarse de su asiento como un animal acorralado.
Se levantó con reticencias de la silla por el lado contrario al de la doctora e insistió. - Ya sé que es muy tentador tocarme pero no me toquéis. - Pues venga, salte de aquí y vuelve al patio. - ¡No! - Aseveró con un dedo amenazante. - Me voy a mi dormitorio. Porque esto no es manera de tratar a alguien de mi posición, de verdad que no. - Aseguró indignada, revolviéndose en su chal y pasando por al lado de la doctora hacia la puerta, aunque a una distancia prudencial para que no se le echara encima. - Encima que me preocupo por el bienestar de la gente, a pesar de que sean desarrapadas y todo. - Beatrice, ese lenguaje. - ¡Esto va a tener consecuencias! Pienso hablar con el conde, ¡no os va a dar ni un duro! - Soltó una risa sarcástica, mientras salía ya al pasillo. - Vamos, es que pienso llevármelo todo de aquí. ¡¡Y ese tratamiento está mal!! - Atacó por última vez, antes de dirigirse dignamente a su habitación.
Beatrice - Villa Biondi - 10 de septiembre de 2016
XIII
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- La eternidad es nuestra:
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CAPITULO 1:
Senza fine
Parpadeó alucinada a la parrafada sobre los médicos que le estaba soltando aquella mujer. Carraspeó y se movió en el asiento. Era la primera doctora que veía que se metía con los de su profesión y que no le decía de entrada que tenía que cambiar por su bien, que tenía que comprenderlo. No, ella solo la escuchaba tranquilamente, y eso era más de lo que Donatella sentía habitualmente. Sí parecía estar mirándola de arriba abajo, pero la habían mirado mucho peor en muchas ocasiones.
Pero de repente empezó a oír voces alrededor, de gente que gritaba. ¿Ya le iba a caer bronca nada más llegar? Dejó caer los hombros. Bueno, pues la drogaran por lo menos. Abrió mucho los ojos y miró a la doctora. ¿Su villa? ¿Era su casa? Pero sin más ni más, se la empezaron a llevar, entre gritos de ella y exigencias. E insistía en que iba a hablar con un conde. Parpadeó y se frotó las sienes. Aquello era demasiado para ella, no quería ruidos, no quería gritos, solo necesitaba estar tranquila. Alguien la había llamado desarrapada. Bueno, sí, lo de siempre. Finalmente, se sentó ante ella la doctora de verdad. — A ver, Morelli… — Pues qué bien, la otra ya la había alterado. Vale, claramente era paciente de allí y había puesto de mal humor a la doctora. — Doctora… Quería hacer una petición… — Ahora no, Morelli. — Dijo resoplando. — Mañana empezamos en terapia y vamos viendo lo que necesites, esto es solo admisión. — Firmó unos papeles y, claramente, se olvidó de que ella estaba ahí.
Como el ser inservible que era, se acomodó en la cama que le asignaron y se hizo una bolita, subiéndose la capucha de la sudadera. Aún le quedaba un rato antes de la cena, y prefería quedarse allí en la cama, así, simplemente sintiendo el peso de la existencia. En aquel sitio parecái que la dejaban bastante a su aire, mira qué bien. Pero oyó un taconeo que iba hacia su habitación. Solo se le ocurría una interna que fuera con tacones, y esa era la doctora-no-doctora. Pues mira tú por dónde, no quería hablar con ella. Menuda era, ya había cabreado a todo el mundo con su llegada. Aunque le había dicho que no necesitaba pastillas y la había escuchado, que ya era más que lo que hacían siempre… Bueno, al carajo, ella no quería hablar con nadie y ya está. Ah, que encima era su compañera de cuarto. Pues qué bien. Se dio la vuelta en la cama y se cerró más en su nudo.
Pero de repente empezó a oír voces alrededor, de gente que gritaba. ¿Ya le iba a caer bronca nada más llegar? Dejó caer los hombros. Bueno, pues la drogaran por lo menos. Abrió mucho los ojos y miró a la doctora. ¿Su villa? ¿Era su casa? Pero sin más ni más, se la empezaron a llevar, entre gritos de ella y exigencias. E insistía en que iba a hablar con un conde. Parpadeó y se frotó las sienes. Aquello era demasiado para ella, no quería ruidos, no quería gritos, solo necesitaba estar tranquila. Alguien la había llamado desarrapada. Bueno, sí, lo de siempre. Finalmente, se sentó ante ella la doctora de verdad. — A ver, Morelli… — Pues qué bien, la otra ya la había alterado. Vale, claramente era paciente de allí y había puesto de mal humor a la doctora. — Doctora… Quería hacer una petición… — Ahora no, Morelli. — Dijo resoplando. — Mañana empezamos en terapia y vamos viendo lo que necesites, esto es solo admisión. — Firmó unos papeles y, claramente, se olvidó de que ella estaba ahí.
Como el ser inservible que era, se acomodó en la cama que le asignaron y se hizo una bolita, subiéndose la capucha de la sudadera. Aún le quedaba un rato antes de la cena, y prefería quedarse allí en la cama, así, simplemente sintiendo el peso de la existencia. En aquel sitio parecái que la dejaban bastante a su aire, mira qué bien. Pero oyó un taconeo que iba hacia su habitación. Solo se le ocurría una interna que fuera con tacones, y esa era la doctora-no-doctora. Pues mira tú por dónde, no quería hablar con ella. Menuda era, ya había cabreado a todo el mundo con su llegada. Aunque le había dicho que no necesitaba pastillas y la había escuchado, que ya era más que lo que hacían siempre… Bueno, al carajo, ella no quería hablar con nadie y ya está. Ah, que encima era su compañera de cuarto. Pues qué bien. Se dio la vuelta en la cama y se cerró más en su nudo.
Donatella - Villa Biondi - 10 de septiembre de 2016
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- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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CAPITULO 1:
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- A ver... Berlusconi... No, no, qué va. Que luego empiezan las insinuaciones y... - Suspiró, hablando para ella mientras seguía comprobando la agenda de su móvil con las gafas en la nariz. - Ah, con Michelle no se puede hablar de estas cosas. Americanos... - Volvió a suspirar. Además, seguro que doña Obama estaba en algún viajecito de los suyos. Menuda vida. - Ay, el cardenal. - Miró su reloj. Chistó. - No, no no, ahora va a estar en misa y... - Beatriceeeee cállateeeee hablas solaaa. - Gritó una de esas locas que tenía que tener acogida en su propia villa. Es que, de verdad, con lo buenísima persona que era ella, ¿por qué le tenían que pasar estas cosas? Se giró de malos modos y bramó de vuelta. - ¡Tú a tus cosas, desgraciada! ¡Dai, tómate las pastillas que te tengas que tomar y vete a dormir! - Pero claro, como cada vez que abría la boca, griterío al canto. A ella le faltaban el respeto continuamente pero luego no tenía derecho hablar. Bueno, iba a llamar al cardenal pero ya mismo, vamos. Ese hombre le tenía un gran aprecio, además, era capaz de cancelar la misa solo por ver su llamada entrante. Pero claro, una era buena persona y no lo quería interrumpir al pobre hombre de Dios, pero es que vamos. Tremendo avasallamiento no se podía consentir ni un minuto más.
Entre gritos e improperios, se fue taconeando a la tranquilidad de su habitación. Si es que solo se le ocurría a ella irse a la sala de estar, tenía que haberse ido a su habitación desde el primer momento, pero nada, es que una no aprendía. - Socializa, socializa... - Iba murmurando, de malos monos. - Con la jungla esta voy a socializar yo, si es que no tienen clase ninguna, no saben ni hablar, y encima la culpa es mía... - Y, al entrar, la vio. Por un momento hasta se sobresaltó, pensó que alguna de esas tipejas había tenido el mal gusto de ir a morirse a su cuarto o algo, porque vamos, poco menos que un bulto desagradable en la cama era eso. Pero no, solo era la nueva. Se quitó las gafas y se las guardó en el escote, soltando un profundo suspiro. - Bueno... - Pues lo que le faltaba, ahora tenía compañera de cuarto, y una que claramente a su estatus no pertenecía. Lo dicho... Tenía el cielo ganado con esa paciencia que Dios le había dado y había sido su castigo divino, vamos.
- Tengo que hacer una llamada muy importante así que por favor te pido que no interrumpas, ¿eh? - Dijo, segura y altiva como siempre, mientras se dirigía a su cama y se preparaba muy bien preparada para llamar al cardenal. Marcó el número. Teléfono no operativo. Volvió a marcar. - Ay, estos hombres. - Suspiró, mientras esperaba el tono. Nada, teléfono no operativo. Chistó, mientras lo colgaba de malas maneras. - Indignante las pruebas que le pone a una la vida, vamos, es que vaya trato, no se puede confiar ya en nadie. - Siguió repasando la agenda, a ver a quién encontraba. Entre los teléfonos que le daban apagados y los que misteriosamente, no sabía por qué, solo les aparecía el nombre del contacto pero no tenía el número... Era desesperante.
Miró a la otra, y no había movido ni una pestaña de su sitio. Estiró el cuello. Tenía los ojos abiertos, lo veía desde su posición aunque le estuviera dando la espalda. La miró unos instantes porque de verdad parecía que estaba muerta, pero no, respiraba. A duras penas, pero respiraba. Suspiró otra vez. - Qué desgraciadas son algunas personas... - Beatrice pensaba en voz alta sin ser consciente de si lo que estaba diciendo podía ofender o no, encima se hacía la ofendida ella si provocaba ese efecto. Miró a su alrededor. Apenas traía un bulto, eso no se le podía llamar ni equipaje, era una mochila que ella no tocaría ni con un palo. La señaló y, mirando la espalda de la chica, preguntó. - ¿Tu ropa sigue ahí? - Iba más lenta de lo que ella necesitaba para su energía vital así que se levantó y abrió el armario. Pues sí, debía seguir con sus cosas en la maleta porque ahí no había colgado nada de ella, solo sus vestidos. - Ay, pues como no saques de ahí ya las cosas, las vas a tener como un acordeón. - Sacó varias perchas. - Toma. Solo me quedan de madera, lo siento, así que si tienes algo de seda, no lo cuelgues ahí. - Como si esa mendiga fuera a tener algo de seda, pero en fin, Beatrice no concebía lo contrario. - Y ahí tienes hueco para tus cremitas y tus cosas. Pero que no se mezclen con las mías, por favor. - Que ella daba y daba, pero que le dejaran su espacio.
Entre gritos e improperios, se fue taconeando a la tranquilidad de su habitación. Si es que solo se le ocurría a ella irse a la sala de estar, tenía que haberse ido a su habitación desde el primer momento, pero nada, es que una no aprendía. - Socializa, socializa... - Iba murmurando, de malos monos. - Con la jungla esta voy a socializar yo, si es que no tienen clase ninguna, no saben ni hablar, y encima la culpa es mía... - Y, al entrar, la vio. Por un momento hasta se sobresaltó, pensó que alguna de esas tipejas había tenido el mal gusto de ir a morirse a su cuarto o algo, porque vamos, poco menos que un bulto desagradable en la cama era eso. Pero no, solo era la nueva. Se quitó las gafas y se las guardó en el escote, soltando un profundo suspiro. - Bueno... - Pues lo que le faltaba, ahora tenía compañera de cuarto, y una que claramente a su estatus no pertenecía. Lo dicho... Tenía el cielo ganado con esa paciencia que Dios le había dado y había sido su castigo divino, vamos.
- Tengo que hacer una llamada muy importante así que por favor te pido que no interrumpas, ¿eh? - Dijo, segura y altiva como siempre, mientras se dirigía a su cama y se preparaba muy bien preparada para llamar al cardenal. Marcó el número. Teléfono no operativo. Volvió a marcar. - Ay, estos hombres. - Suspiró, mientras esperaba el tono. Nada, teléfono no operativo. Chistó, mientras lo colgaba de malas maneras. - Indignante las pruebas que le pone a una la vida, vamos, es que vaya trato, no se puede confiar ya en nadie. - Siguió repasando la agenda, a ver a quién encontraba. Entre los teléfonos que le daban apagados y los que misteriosamente, no sabía por qué, solo les aparecía el nombre del contacto pero no tenía el número... Era desesperante.
Miró a la otra, y no había movido ni una pestaña de su sitio. Estiró el cuello. Tenía los ojos abiertos, lo veía desde su posición aunque le estuviera dando la espalda. La miró unos instantes porque de verdad parecía que estaba muerta, pero no, respiraba. A duras penas, pero respiraba. Suspiró otra vez. - Qué desgraciadas son algunas personas... - Beatrice pensaba en voz alta sin ser consciente de si lo que estaba diciendo podía ofender o no, encima se hacía la ofendida ella si provocaba ese efecto. Miró a su alrededor. Apenas traía un bulto, eso no se le podía llamar ni equipaje, era una mochila que ella no tocaría ni con un palo. La señaló y, mirando la espalda de la chica, preguntó. - ¿Tu ropa sigue ahí? - Iba más lenta de lo que ella necesitaba para su energía vital así que se levantó y abrió el armario. Pues sí, debía seguir con sus cosas en la maleta porque ahí no había colgado nada de ella, solo sus vestidos. - Ay, pues como no saques de ahí ya las cosas, las vas a tener como un acordeón. - Sacó varias perchas. - Toma. Solo me quedan de madera, lo siento, así que si tienes algo de seda, no lo cuelgues ahí. - Como si esa mendiga fuera a tener algo de seda, pero en fin, Beatrice no concebía lo contrario. - Y ahí tienes hueco para tus cremitas y tus cosas. Pero que no se mezclen con las mías, por favor. - Que ella daba y daba, pero que le dejaran su espacio.
Beatrice - Villa Biondi - 10 de septiembre de 2016
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CAPITULO 1:
Senza fine
Estaba mirando el techo, abombado, así como los que salían en los carteles que anunciaban palacios y grandes obras de artes en las ciudades. Donatella a veces se quedaba mirándolos y pensaba que dónde estarían todas cosas maravillosas, que ella solo conocía lugares sucios, cochambrosos y sin ningún encanto. Y más aún desde que le quitaron a Elia. Pero ahora estaba en uno de esos lugares, porque aquel palacio era finísimo y una obra de arte, pero no dejaba de ser… Un pozo para gente que… En fin, que estaba hasta peor que ella. Y el cambio, como ella preveía, a mejor había sido, pero a más ruidoso y cansado, también.
Encima, estaba un poco enfadada con su compañera, porque le había puesto las esperanzas arriba para luego estrellarlas estrepitosamente. Y no iba la tía y le decía que por favor se callara. si la que no callaba era ella… Se hizo un ovillo en la cama y la dejó con sus cosas, que se apañara ella. Pero hablaba taaaaan alto. Alzó las cejas a lo de desgraciadas… ¿Lo diría porque ese hombre al que llamaba no le cogía el teléfono? Pero menuda desgracia, ya la quisiera ella para sí… Ah, pero ahora sí que se dirigía a ella directamente. Se giró y miró la maleta que le señalaba encogiéndose de hombros. — No tengo cosas que se arruguen mucho. — Contestó sin más, y volvió a darse la vuelta. No, pero que la otra seguía hablando. Y diciendo que si tenías algo de seda. Si hasta hace prácticamente nada no tenía más que pijamas… Bueno, pues tendría que colocar las cosas, ¿no? Si no la otra no se iba a callar. Miró a donde le señalaba el hueco y volvió a encogerse de hombros. — No tengo nada. Solo el cepillo de dientes y la pasta, y los llevo en esa bolsita. — Dijo señalándola en la maleta. Mientras seguía colgando las cosas y dejándolas lánguidamente en el armario… — ¿A quién llamas y…? — Le costaba hablar, así que se encogió de hombros otra vez suspirando. — ¿Por qué te hace sentir desgraciada? — Igual, si podía ayudarla en algo, la mujer se callaba, o se iba a otra parte a hablar y la dejaba tranquila. — Y… ¿Por qué te has hecho pasar por mi doctora? — Tragó saliva. — Creía que me ibas a ayudar de verdad… —
Encima, estaba un poco enfadada con su compañera, porque le había puesto las esperanzas arriba para luego estrellarlas estrepitosamente. Y no iba la tía y le decía que por favor se callara. si la que no callaba era ella… Se hizo un ovillo en la cama y la dejó con sus cosas, que se apañara ella. Pero hablaba taaaaan alto. Alzó las cejas a lo de desgraciadas… ¿Lo diría porque ese hombre al que llamaba no le cogía el teléfono? Pero menuda desgracia, ya la quisiera ella para sí… Ah, pero ahora sí que se dirigía a ella directamente. Se giró y miró la maleta que le señalaba encogiéndose de hombros. — No tengo cosas que se arruguen mucho. — Contestó sin más, y volvió a darse la vuelta. No, pero que la otra seguía hablando. Y diciendo que si tenías algo de seda. Si hasta hace prácticamente nada no tenía más que pijamas… Bueno, pues tendría que colocar las cosas, ¿no? Si no la otra no se iba a callar. Miró a donde le señalaba el hueco y volvió a encogerse de hombros. — No tengo nada. Solo el cepillo de dientes y la pasta, y los llevo en esa bolsita. — Dijo señalándola en la maleta. Mientras seguía colgando las cosas y dejándolas lánguidamente en el armario… — ¿A quién llamas y…? — Le costaba hablar, así que se encogió de hombros otra vez suspirando. — ¿Por qué te hace sentir desgraciada? — Igual, si podía ayudarla en algo, la mujer se callaba, o se iba a otra parte a hablar y la dejaba tranquila. — Y… ¿Por qué te has hecho pasar por mi doctora? — Tragó saliva. — Creía que me ibas a ayudar de verdad… —
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Miró de reojo la bolsita que le señalaba, arrugó la nariz y luego miró a su compañera, retirando la mirada a sus cosas y suspirando. ¿Por qué la habían puesto con "esa"? Le daba pena la chica, sí, pero podía usar la caridad de día, no tenía por qué compartir habitación con... En fin. Es que era indignante que en su propia casa, en sus propias propiedades, no pudiera tener una habitación para ella sola. Si es que una daba la mano y le cogían todo el brazo. Eso le pasaba por dadivosa.
Lanzó un suspiro hondo y resignado. - Al cardenal. - Respondió, tras lo cual hizo un gesto con la mano. - Pero nada, línea ocupada. Estará hablando con Dios, que se ha debido poner muy moderno porque le tiene todo el día colapsado el teléfono. - Porque la posibilidad de que le hubiera bloqueado, Beatrice no la contemplaba. La miró con una ceja arqueada. - Porque no soy una desgraciada. No soy... Bueno, no te quiero ofender. - Comentó con tono altanero y cambiando de nuevo la mirada a su móvil, al que miraba a través de los cristales, alzando la cabeza por tener las gafas colocadas en el puente de la nariz. - Y, sin embargo... no me... Oy ¿todavía tengo este teléfono? Ay, no no, yo con esta persona no quiero nada. Fuera. - Comentó mientras borraba uno de los contactos cuya presencia le había desagradado. Estaba haciendo caso a la conversación de la otra andrajosa. Entre otras cosas porque le había pedido que no la interrumpiera, que tenía cosas importantes que hacer.
Pero lo siguiente que dijo sí la dejó un tanto parada, alzando la mirada a un punto indefinido. Tragó saliva. Vale, ahí... No había estado muy fina. - Bueno, no... Ha sido un... - Empezó a decir, con tono de quitarle importancia. Suspiró, aún con el móvil en las manos y sin devolverle la mirada. Estaba incómoda. - No te he dicho en ningún momento que fuera tu doctora, realmente. - Dejó caer, no en tono hostil, sino como quien dice "en verdad prefería manzana en vez de fresas". Se tocó un poco el pelo, en un gesto que pretendía ser normal pero, sobre todo, trataba de disimular que se había visto pillada y puesta en cuestión en cuanto a modales. - Es que... Aquí hay gente que no tiene ni idea. - La miró. Si es que en el fondo le daba pena. Ay, por Dios, ¿por qué tenía que ser ella tan caritativa? Es que se perdía por un animalillo desvalido.
Se reincorporó para sentarse en la cama, mirándola. - Yo te quería ayudar. - Dijo con profundidad, poniendo una mano en su pecho. Mano con la que hizo una floritura despectiva justo después. - ¿Pero no has visto cómo me tratan aquí? Me han echado. ¿Y sabes por qué? Porque quería quitarte la medicación. No te hace bien, ya te lo digo. - Se encogió de hombros. - ¿Por qué te han traído? -
Lanzó un suspiro hondo y resignado. - Al cardenal. - Respondió, tras lo cual hizo un gesto con la mano. - Pero nada, línea ocupada. Estará hablando con Dios, que se ha debido poner muy moderno porque le tiene todo el día colapsado el teléfono. - Porque la posibilidad de que le hubiera bloqueado, Beatrice no la contemplaba. La miró con una ceja arqueada. - Porque no soy una desgraciada. No soy... Bueno, no te quiero ofender. - Comentó con tono altanero y cambiando de nuevo la mirada a su móvil, al que miraba a través de los cristales, alzando la cabeza por tener las gafas colocadas en el puente de la nariz. - Y, sin embargo... no me... Oy ¿todavía tengo este teléfono? Ay, no no, yo con esta persona no quiero nada. Fuera. - Comentó mientras borraba uno de los contactos cuya presencia le había desagradado. Estaba haciendo caso a la conversación de la otra andrajosa. Entre otras cosas porque le había pedido que no la interrumpiera, que tenía cosas importantes que hacer.
Pero lo siguiente que dijo sí la dejó un tanto parada, alzando la mirada a un punto indefinido. Tragó saliva. Vale, ahí... No había estado muy fina. - Bueno, no... Ha sido un... - Empezó a decir, con tono de quitarle importancia. Suspiró, aún con el móvil en las manos y sin devolverle la mirada. Estaba incómoda. - No te he dicho en ningún momento que fuera tu doctora, realmente. - Dejó caer, no en tono hostil, sino como quien dice "en verdad prefería manzana en vez de fresas". Se tocó un poco el pelo, en un gesto que pretendía ser normal pero, sobre todo, trataba de disimular que se había visto pillada y puesta en cuestión en cuanto a modales. - Es que... Aquí hay gente que no tiene ni idea. - La miró. Si es que en el fondo le daba pena. Ay, por Dios, ¿por qué tenía que ser ella tan caritativa? Es que se perdía por un animalillo desvalido.
Se reincorporó para sentarse en la cama, mirándola. - Yo te quería ayudar. - Dijo con profundidad, poniendo una mano en su pecho. Mano con la que hizo una floritura despectiva justo después. - ¿Pero no has visto cómo me tratan aquí? Me han echado. ¿Y sabes por qué? Porque quería quitarte la medicación. No te hace bien, ya te lo digo. - Se encogió de hombros. - ¿Por qué te han traído? -
Beatrice - Villa Biondi - 10 de septiembre de 2016
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¿Al cardenal? ¿Pero quién era esa tía? Menuda pregunta Donatella, otra loca como todas las demás, aunque esa en concreto hablaba tan firmemente que le daba por creérsela… Vamos, como que se la había creído de doctora y se la había colado… Pero vaya, culpa suya por escuchar siquiera, si es que el mundo le funcionaba mejor cuando lo ignoraba. De hecho, ¿acababa de llamarla desgraciada? Bueno, si ella no se conociera a sí misma y leyera su historial también se consideraría una desgraciada, la verdad. Afortunadamente, aquella mujer parecía más preocupada por mirar su teléfono. Pues nada.
Por fin pareció haberla pillado en un renuncio porque, por primera vez, dudó antes de decir algo. Pero le duró nada, porque ya aseguró que es que allí había gente incompetente. Donatella se dejó caer sobre la cama y dijo. — Ya, como en todas partes. — Ojalá a ella hubiera sabido decirle algo de utilidad alguna vez, ojalá alguno se hubiera parado a escucharla cuando hablaba de Elia y de lo que sentía. Giró los ojos para enfocar a la mujer. — Si te dijera cuántas veces en la vida me han dicho que me querían ayudar… Y aquí estoy. Igual que tú, por cierto. — Dejó salir un sonido seco de garganta desde la garganta. — Serías la primera en mucho tiempo que quiere hacer eso. — Contestó a lo de la medicación. No había medicación que borrara el pasado o le trajera a Elia de vuelta, así que en verdad le daba bastante igual. De hecho esa señora le daba igual también. Se giró en la cama dándole la espalda y dijo. — Por lo mismo que a todas. — Y cerró los ojos. Aislarse de todo, crear el silencio a su alrededor, solía ser la mejor opción, con diferencia y eso pensaba hacer allí. Como siempre.
Por fin pareció haberla pillado en un renuncio porque, por primera vez, dudó antes de decir algo. Pero le duró nada, porque ya aseguró que es que allí había gente incompetente. Donatella se dejó caer sobre la cama y dijo. — Ya, como en todas partes. — Ojalá a ella hubiera sabido decirle algo de utilidad alguna vez, ojalá alguno se hubiera parado a escucharla cuando hablaba de Elia y de lo que sentía. Giró los ojos para enfocar a la mujer. — Si te dijera cuántas veces en la vida me han dicho que me querían ayudar… Y aquí estoy. Igual que tú, por cierto. — Dejó salir un sonido seco de garganta desde la garganta. — Serías la primera en mucho tiempo que quiere hacer eso. — Contestó a lo de la medicación. No había medicación que borrara el pasado o le trajera a Elia de vuelta, así que en verdad le daba bastante igual. De hecho esa señora le daba igual también. Se giró en la cama dándole la espalda y dijo. — Por lo mismo que a todas. — Y cerró los ojos. Aislarse de todo, crear el silencio a su alrededor, solía ser la mejor opción, con diferencia y eso pensaba hacer allí. Como siempre.
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CAPITULO 1:
Senza fine
Soltó una carcajada casi aristocrática. Mira por dónde se iban a entender. - Indudablemente. - Contestó mientras seguía ojeando su teléfono. El mundo estaba lleno de gente incompetente, toda la razón. Y por eso, entre otras cosas, la boicoteaban siempre, porque claro, los incompetentes no soportaban que se lo hicieran saber. Estaba asintiendo con una risa de resignación y comprensión a lo de las veces que le habían dicho que querían ayudarla, cuando le lanzó ese comentario tan maleducado. La miró de repente, con el ceño fruncido, y se quitó las gafas de golpe. - Yo soy la dueña de este sitio. - ¡Vamos! Había que ver lo que tenía que aguantar.
Y encima se metía en la cama y le daba la espalda. Dejó la mandíbula caer, y acto seguido soltó una carcajada incrédula y despectiva. - ¿Eso es todo lo que tienes que decirme? - Volvió a soltar su risa desdeñosa. - ¿Tú con quién te crees que estás hablando? - Pero nada, ya no le contestaba. Otra vez la carcajada ofendida. ¿Se iba a dormir sin más? No, esa la iba a oír.
Y vaya si la oyó, porque se pasó un buen rato refunfuñando y hablando de lo importante que era su persona y lo mucho que había hecho por las gentes de esa institución, para encima recibir semejante trato. Que así se lo pagaban todas y que estaban todas cortadas por el mismo patrón, no eran más que una panda de desagradecidas y maleducadas. Pero en vistas de que ni siquiera recibía respuesta, por no, ni se giraba a mirarla, bufó y se tumbó en la cama. - Ya me pedirás ayuda, ya. Y ya veré si te la doy. - ¡Beatrice! Venga, a callar, que vamos a apagar las luces. - ¡¡Esto es lo que tiene que aguantar una en su propia casa!! ¡Que le digan hasta la hora a la que se tiene que acostar! - Se metió bruscamente en la cama, diciendo. - Pues mira, sí, a dormir me voy, porque me tenéis ya cansada todas. Cuánta tontería... - Y, sin dejar de protestar, en la cama se metió. - Cuánta incomprensión... - Fue lo último que dijo en voz alta, aunque se pasó bastante tiempo rumiando. En el fondo, ella se sentía también una desgraciada. Peor que eso. Había caído hasta lo más bajo, pudiendo ser ella una gran señora de estatus. Luego decían que los pobres eran más empáticos, ¡y le ponían al ser más desarrapado del planeta en la cama de al lado y le daba la espalda! No se lo merecía, no se merecía esa vida. Pero, algún día, se haría justicia con ella.
Y encima se metía en la cama y le daba la espalda. Dejó la mandíbula caer, y acto seguido soltó una carcajada incrédula y despectiva. - ¿Eso es todo lo que tienes que decirme? - Volvió a soltar su risa desdeñosa. - ¿Tú con quién te crees que estás hablando? - Pero nada, ya no le contestaba. Otra vez la carcajada ofendida. ¿Se iba a dormir sin más? No, esa la iba a oír.
Y vaya si la oyó, porque se pasó un buen rato refunfuñando y hablando de lo importante que era su persona y lo mucho que había hecho por las gentes de esa institución, para encima recibir semejante trato. Que así se lo pagaban todas y que estaban todas cortadas por el mismo patrón, no eran más que una panda de desagradecidas y maleducadas. Pero en vistas de que ni siquiera recibía respuesta, por no, ni se giraba a mirarla, bufó y se tumbó en la cama. - Ya me pedirás ayuda, ya. Y ya veré si te la doy. - ¡Beatrice! Venga, a callar, que vamos a apagar las luces. - ¡¡Esto es lo que tiene que aguantar una en su propia casa!! ¡Que le digan hasta la hora a la que se tiene que acostar! - Se metió bruscamente en la cama, diciendo. - Pues mira, sí, a dormir me voy, porque me tenéis ya cansada todas. Cuánta tontería... - Y, sin dejar de protestar, en la cama se metió. - Cuánta incomprensión... - Fue lo último que dijo en voz alta, aunque se pasó bastante tiempo rumiando. En el fondo, ella se sentía también una desgraciada. Peor que eso. Había caído hasta lo más bajo, pudiendo ser ella una gran señora de estatus. Luego decían que los pobres eran más empáticos, ¡y le ponían al ser más desarrapado del planeta en la cama de al lado y le daba la espalda! No se lo merecía, no se merecía esa vida. Pero, algún día, se haría justicia con ella.
Beatrice - Villa Biondi - 10 de septiembre de 2016
XIII
We are
- La eternidad es nuestra:
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Ivanka
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CAPITULO 2:
You are the lucky one
La verdad es que el jardín le gustaba. Al menos no se sentía una inútil, y podía hacer algo más que en los otros lugares donde había estado, paseando por pasillos, rodeada de zombies todo el día. Al menos así sentía que no era una completa inútil viendo la vida pasar, y aunque sí que lo fuera, por lo menos concentrarse en plantar los tomates o la albahaca le daba un foco de atención que no fuera el sinsentido y lo gris de todo.
Claramente era la única que se sentía de esa forma, porque su compañera de trabajo y habitación no parecía tener ninguna intención de trabajar en el jardín. Pero claro, también es que parecía importante dentro de ese sitio, así que quizás solo estaba allí para vigilar que todo se hacía a su gusto, paseándose con aquellos zapatos nada apropiados por la tierra y la sombrilla siempre encima.
A Donatella le daba igual, había tenido jefes y compañeros mucho peores, aunque esta era la que más hablaba con diferencia, pero siempre hablaba de sus movidas y no de lo que le interesaba a ella: por qué se había hecho pasar por doctora y por qué le permitían hacerlo. Pero lo que más le inquietaba es por qué había sentido que era la persona que más la entendía desde hacía mucho tiempo.
Y a ver, esa mujer no dejaba de hablar, podría preguntárselo, la haría feliz, sin duda. — Oye. — Dijo sin más, solo parando de echar tierra para mirarla. — ¿Por qué el primer día me dijiste que había que quitarme las pastillas? —
Claramente era la única que se sentía de esa forma, porque su compañera de trabajo y habitación no parecía tener ninguna intención de trabajar en el jardín. Pero claro, también es que parecía importante dentro de ese sitio, así que quizás solo estaba allí para vigilar que todo se hacía a su gusto, paseándose con aquellos zapatos nada apropiados por la tierra y la sombrilla siempre encima.
A Donatella le daba igual, había tenido jefes y compañeros mucho peores, aunque esta era la que más hablaba con diferencia, pero siempre hablaba de sus movidas y no de lo que le interesaba a ella: por qué se había hecho pasar por doctora y por qué le permitían hacerlo. Pero lo que más le inquietaba es por qué había sentido que era la persona que más la entendía desde hacía mucho tiempo.
Y a ver, esa mujer no dejaba de hablar, podría preguntárselo, la haría feliz, sin duda. — Oye. — Dijo sin más, solo parando de echar tierra para mirarla. — ¿Por qué el primer día me dijiste que había que quitarme las pastillas? —
Donatella - Villa Biondi - 15 de septiembre de 2016
XIII
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
- Juntos, somos el Todo:
- 16 de enero de 2002:
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Freyja
Alchemist
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CAPITULO 2:
You are the lucky one
Soltó una indignada y muy teatralizada exclamación. - ¡A mí no me eches tierra! Sucia desarrapada andrajosa... - ¡Beatrice! - Le gritó la enfermera, la muy verdulera, desde la otra punta del jardín. Mucho titulito mucho "la que sabe de la medicación soy yo", pero no tenía la educación justita para acercarse a hablarle como una persona, en vez de gritarle como si fueran barriobajeras. - ¡Sé más amable con tus compañeras! - ¡Yo soy una mujer MUY educada! - Respondió, indignada. No, si al final la hacían rebajarse al barro de gritar ella también. - Pero estas... señoras... - Para como dijo "señoras", hubiera sido más respetuoso seguir llamándolas "desarrapadas". - ...Me lanzan de esa... porquería, encima que las permito cultivar aquí y les doy mis mejores consejos. - Bajó la voz e, indignada y arrebujada en su chal, se fue mascullando. - Si yo hablara... si yo dijera, oh, con lo que me muerdo la lengua, já... las zorras asquerosas... -
A Beatrice le costaba muchísimo entender que, habiendo cedido ella su maravillosa finca para que semejante grupito de mujeres sin media neurona (las pobres, en el fondo quería ser caritativa con ellas, pero es que la sacaban de sus casillas, y además ella tenía un estatus como para que la vieran mezclarse con semejante gente, cosa que por supuesto allí nadie valoraba), no se la permitiera hablar. La realidad era que llevaba, como cada día que tocaba jardín, más de una hora dando directrices como si fuera la capataz de aquello. Lo que ella veía era un cúmulo de desagradecimientos a sus bienintencionados (y mucho menos crueles de lo que podrían ser) consejos.
En su autodiscurso indignado estaba, sentada en uno de los bancos (bien sucio, por cierto, pero en fin, una ya es que pierde la esperanza) con las piernas cruzadas y pose recta y digna, cuando ese alma en pena a la que habían puesto de compañera se acercó a hablarle. Ni buenos días ni nada. De verdad, qué pena de chica, parecía un trapo con patas... y muy sucio, no entendía la manía de la gente de tatuarse tanto. - Porque te hace falta. - Respondió con absoluta y aplastante obviedad y expresión de dignidad en la cara. La pobre se notaba que no tenía dónde caerse muerta, y era bastante maleducada, pero al menos le preguntaba cosas con algo parecido a interés. No abundaba por allí. - ¿Es que no ves cómo estás? Si te hicieran bien, no estarías así. - Se giró en el banco para mirarla un poco más de frente, pero sin perder su elegante postura. - A ver, chica, ¿tú desde cuándo te tomas eso? ¿Y cuánto te tomas al día? Mira, yo me tomo una pastillita, nada, poca cosa, yo creo que es más un remedio natural, flores, pero me... - Respiró profunda y teatralmente, llenando los pulmones de aire y soltándolo por la boca. - Estabilizan, ¿sabes? Luego me dicen que estoy nerviosa, pero en fin, ¿tú has visto esta ganadería? Esto es lo que me pone nerviosa. Pero mi pastillita, bueno, me hace, me hace, algo me hace. ¿Pero y a ti? Porque en fin... Muy bien no estás que digamos. -
A Beatrice le costaba muchísimo entender que, habiendo cedido ella su maravillosa finca para que semejante grupito de mujeres sin media neurona (las pobres, en el fondo quería ser caritativa con ellas, pero es que la sacaban de sus casillas, y además ella tenía un estatus como para que la vieran mezclarse con semejante gente, cosa que por supuesto allí nadie valoraba), no se la permitiera hablar. La realidad era que llevaba, como cada día que tocaba jardín, más de una hora dando directrices como si fuera la capataz de aquello. Lo que ella veía era un cúmulo de desagradecimientos a sus bienintencionados (y mucho menos crueles de lo que podrían ser) consejos.
En su autodiscurso indignado estaba, sentada en uno de los bancos (bien sucio, por cierto, pero en fin, una ya es que pierde la esperanza) con las piernas cruzadas y pose recta y digna, cuando ese alma en pena a la que habían puesto de compañera se acercó a hablarle. Ni buenos días ni nada. De verdad, qué pena de chica, parecía un trapo con patas... y muy sucio, no entendía la manía de la gente de tatuarse tanto. - Porque te hace falta. - Respondió con absoluta y aplastante obviedad y expresión de dignidad en la cara. La pobre se notaba que no tenía dónde caerse muerta, y era bastante maleducada, pero al menos le preguntaba cosas con algo parecido a interés. No abundaba por allí. - ¿Es que no ves cómo estás? Si te hicieran bien, no estarías así. - Se giró en el banco para mirarla un poco más de frente, pero sin perder su elegante postura. - A ver, chica, ¿tú desde cuándo te tomas eso? ¿Y cuánto te tomas al día? Mira, yo me tomo una pastillita, nada, poca cosa, yo creo que es más un remedio natural, flores, pero me... - Respiró profunda y teatralmente, llenando los pulmones de aire y soltándolo por la boca. - Estabilizan, ¿sabes? Luego me dicen que estoy nerviosa, pero en fin, ¿tú has visto esta ganadería? Esto es lo que me pone nerviosa. Pero mi pastillita, bueno, me hace, me hace, algo me hace. ¿Pero y a ti? Porque en fin... Muy bien no estás que digamos. -
Beatrice - Villa Biondi - 15 de septiembre de 2016
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