Johanna contuvo una media sonrisa al escuchar la frase incompleta de Sirius. Podía adivinar lo que había querido decir, porque tenía razón. Sí que agradecía estar ahí con él. Para el poco tiempo que les quedaba...

—Tanto como tu aprecias poder tener algunas de mis últimas noches antes... antes de la arena —dudó un momento en qué decir, porque lo primero que pensó en decir fue "antes de que termine todo" o "antes de que sea tarde".

Sirius no aceptaría escucharla hablar en esos términos.

Sin embargo, ahora era él quien traía el tema de la Arena a colación. Suspiró y se alejó de él. Le había quitado el apetito con el comentario.

—Sirius, hablas de esto como si fueran a ser unos Juegos normales. ¿Vas a patrocinarme? No habrá un ganador —le recordó con amargura.

Sin embargo, era cierto que debían hablarlo previamente. Suspiró y se cruzó de brazos, dándole la espalda.

—Todo lo que necesito de mi patrocinador es que me ayude a llegar viva al día del escape —añadió.—Comida, agua... Eso es todo lo que voy a necesitar, para mí y para los de Distrito 3 que me toca cuidar.

No le hacía nada de gracia estar de niñera de un par de geniecitos. Sabía que debían poder defenderse solos o no serían vencedores, pero no dejaba de sentir que solo estaba cumpliendo un capricho de Katniss Everdeen. La frustración se le coló en el tono de voz.

Sirius lamentó haber usado el término patrocinador porque aquella reacción en Johanna era completamente predecible. Apretó los labios, porque no quería discutir, sobre todo porque ella tenía toda la razón. No habría un ganador, iban a sacar a todos los rebeldes de la arena, pero eso no significaba que no tuvieran que ponerse de acuerdo. Johanna tenía que saber con qué recursos iba a contar para que pudiera actuar acorde a ello.

Él no iba a tener acceso directo a la arena, pero que tuviera conocimientos por anticipado también la ayudaría. Sirius necesitaba estar al pendiente de ella, no creía que pudiera dormir desde el momento en que Johanna se fuera a la arena de los juegos del hambre. También quería decirle qué tanto era cierto que se quedaría atrás, la última, y única, vez que tocaron ese tema, Johanna se molestó muchísimo. Claro que en ese entonces estaban en una situación muy diferente, habían discutido y en esa ocasión acababan de volver a verse luego de ese incidente.

Sirius quería creer que ahora podían tener una conversación distinta.

—Sé que no son unos juegos normales, por eso es necesario que hablemos. Quiero que nos pongamos de acuerdo por anticipado… —dijo con la voz más calmada que tenía en su repertorio. O eso creía, Sirius no estaba tan seguro de poner mantener la entereza en un momento como éste—. Voy a enviarte raciones de comida, para que no necesites buscar nada en el bosque para alimentarte. Pero también te enviaré armamento, para demasiado llamativo porque serán los primeros días y eso podría levantar sospechas. Si te mando un hacha todo el mundo se volvería loco.

Sirius pronunció apenas la sonrisa, pues recordó cuando él vio con emoción cómo Johanna se convertía en una chica despiadada que acababa con todos los tributos que quedaban en pie. Sin embargo, no era momento para espectáculos, había que ser prácticos. Sirius la sostuvo de ambas manos, mientras desviaba su mirada por un instante.

No estaba seguro de cómo continuar.

—Johanna… lo que dijo Plutarch en la reunión que tuvimos es cierto. Me tengo que quedar atrás para asegurarme de que todos los vencedores salgan de la arena… —dijo, mordiéndose el labio inferior. Tenía todo planeado, era demasiado riesgoso, pero no podría él ponerse a salvo sin saber que Johanna estaba de camino, a salvo, hacia el distrito trece.

Johanna sabía que Sirius tenía razón. Tenían que ponerse de acuerdo, pero no le gustara nada la idea. En especial esa estupidez de que él se quedaría atrás.

Lo de que le enviara comida estaba bien, la verdad.

—Tal vez lo más importante sea el agua —le recordó.

Tener sed en la arena era lo peor. El hambre debilitaba, pero la sed no se podía aguantar demasiado tiempo. Menos si tenía que tener la mente clara y centrarse en cuidar a otros.

¿Por qué había que cuidar a alguien? Si a fin de cuentas todos eran Vencedores. Pero a quién engañaba...

Frunció el ceño. No pensaba dar a entender ni por un momento que estaba de acuerdo con aquella estupidez.

—¿Piensas seguirnos eventualmente? —preguntó con aprensión. —Una vez que todos los Vencedores nos hayamos marchado, ¿podrás ir con nosotros?

Lo dudaba. Realmente lo dudaba. El Capitolio no iba a quedarse quieto si le hacían volar la Arena. Querría hacer pagar a alguien. Y temía que Sirius fuera ese alguien.

—¿Cómo sabes que vas a poder escapar de ellos?

Porque tenía que saberlo. Tenía que asegurarle que tenía cómo salir del Capitolio, y que no se iba a atrasar por nada. Al menos tenía que decirle eso antes de separarse. Debía irse a laaarena con la idea de que Sirius lograría escapar y tal vez, tal vez, si podrían verse de nuevo.

Sirius se sintió aliviado de que Johanna aceptara hablar sobre la Arena. Tampoco era su tema favorito, pero no podían ignorarlo y negarse una buena estrategia. Sabía que no estaba hablando con una novata y que Johanna haría todo lo posible por sobrevivir, pero sería más sencillo si sabía con qué recursos contaba o, mejor, si le decía a Sirius de antemano qué era lo que necesitaba. Él no quería llamar la atención, a pesar de que estaba dispuesto a dejarse parte de su fortuna para que ella tuviera buen armamento.

Sin embargo, sabía que no podían ser imprudentes. Sobre todo si pensaba quedarse atrás, no podía levantar sospechas, no podía verse más que como un buen patrocinador que estaba apostando a los juegos con su Vencedora favorita. Sabía que ese gesto nadie lo vería extraño, dudaba muchísimo que a sus conocidos le resultaba sospechoso que apostara precisamente por Johanna luego de que todo el Capitolio sabía que tenía predilección por ella. Era un secreto a voces en su círculo social, así que sería de lo más natural que la patrocinara.

Pero ellos no sabían, como sí que lo sabía Sirius, era que en estos juegos no habría un ganador.

—Te enviaré agua y comida durante los primeros dos días. Te enviaré armamentos a partir del tercer día, pero nada demasiado extremo, no voy a levantar sospechas —dijo Sirius, esperando que ella le creyera.

Sin embargo, la pregunta de Johanna lo hizo sentir culpable. Sabía que no podían evadir el tema, él mismo lo deseaba, pero tampoco quería que Johanna estuviera en la Arena preocupada por su destino. Sirius sabría cuidarse, conocía los riesgos, pero no estaba dispuesto a inmolarse a sí mismo por la rebelión.

Creía que debía mantenerse vivo en honor a su padre. Alguien tenía que contar la historia de Flavius Dovecote y él no dejaría que todo el esfuerzo que había hecho quedara en el olvido. Se lo debía.

—Tengo un refugio seguro para esconderme, nadie tiene acceso a esa dirección, está bajo tierra. Porque es arriesgado movilizarme, de seguro cuando explote la arena van a poner triple de vigilancia y van a querer rastrear a los traidores —comentó Sirius. No quería sonar muy dramático, pero tenía que ser realista. Suspiró hondo y tomó con cuidado la mano de Johanna, acariciándola con firmeza—. Cuando tenga claro que las líneas de comunicación son imposible de rastrear, haré contacto con el distrito trece. No quiero que te preocupes por eso en la Arena. Trazaré un plan para llegar hasta el distrito trece, me cuidaré, lo prometo. Pero piensa que me quedaré tranquilo sabiendo que estás a salvo.

Sirius se sentía expuesto al decir aquello, pero si se habían reunido allí, era para ser sinceros. Después de haberse besado, Sirius no tenía por qué seguir ocultando sus sentimientos. Quería a Johanna, no comprendía del todo qué significaba esa revelación para los dos, pero iba a cuidarla hasta las últimas consecuencias.

Asintió ante los planes de Sirius sobre qué mandarle. Con agua, comida y algo para defenderse tendría más que suficiente. Su objetivo no solo era sobrevivir, sino sacar a los genios del Distrito 3 también. Esa era la misión que le habían dejado.

Pero la respuesta de Sirius sobre lo que haría él le preocupaba más.

—¿Estás seguro de que el refugio no lo conoce nadie ni te pueden encontrar allí? —preguntó, odiando la ansiedad que se le sentía en la voz.

Ese era el peligro de estas cosas. De las emociones. Iba a estar en la Arena preocupada por Sirius. Totalmente preocupada. No podía solo olvidarse de él y de lo que iba a pasar.

—Cuando dices que trazarás un plan para llegar al Distrito 13, ¿quiere decir que no lo tienes todavía? —preguntó con suspicacia. —Necesito saber que vas a poder llegar hasta nosotros de nuevo o me quedaré en el Capitolio.

Era una amenaza vaga. Era imposible que se quedara, tenían que extraerlos a todos de la Arena o el gobierno de Panem iba a interrogarlos y torturarlos. No podía arriesgarse a eso. Menos sabiendo la identidad de Sirius. No podía arriesgarse a que la interrogaran y la hicieran delatarlo.

Su única opción era huir y creer que Sirius volvería a encontrarla.

Odiaba la impotencia que sentía ante esa idea.

Sirius la escuchó con mucha atención, Johanna parecía muy angustiada por la idea de tener que separarse. Él, aunque estaba tratando de mantener la entereza, le pasaba exactamente igual. Separarse era lo que menos deseaba, pero tenía que actuar por practicidad y menos con el corazón. Alguien tenía que quedarse detrás y Sirius era la persona ideal para hacerlo. Sabía que incluso Plutarch estaba reticente, a pesar de que Johanna no le iba a creer. Pero conocía a Plutarch de toda la vida y sabía que, justo en este momento tan crítico, no deba de pensar que Sirius era hijo de su querido amigo.

"La rebelión es importante, pero Flavius jamás me habría perdonado si algo te sucediera".

Sirius cortó la conversación justo ahí porque temía que hablar de su padre lo destrozara y no podía permitirse un derroche de sentimentalismo ahora.

—El refugio es seguro, he cuidado todos mis pasos. Sólo me preocupa… —Sirius se humedeció los labios, pues sabía que Johanna no aprobaría lo que iba a decir, pero tampoco podía mentirle—: Tan sólo me preocupa mi madre y Pollux.

Sirius no había querido compartir sus planes con su familia, sabía que era un riesgo. Su madre se escandalizaría con sólo escucharlo y Pollux era demasiado voluble como para confiar en él. Suspiró hondo, mientras negaba despacio. Esos eran sus problemas, Johanna no tenía por qué pensar en ello, mucho menos cuando la Arena estaba tan cerca.

—Pero no tienes que preocuparte por eso —dijo, mientras la tomaba por la barbilla para unir sus miradas—. Cuando estés en la Arena, no quiero que te preocupes por nada más que sobrevivir. Voy a enviarte todo lo que necesites, tienes que concentrarte en sobrevivir. La extracción es lo único que importa. ¿Entiendes?

Esperaba que comprendiese y que no se enfadara con él. Pero Sirius llevaba danzando el juego del Capitolio durante mucho tiempo, estaba seguro de que podría sobrevivir. Johanna, en cambio, estaría jugándose la vida en los próximos días y no podía darse el lujo de pensar en nadie más que ella. Sirius lo entendía.

Johanna entendía que Sirius quería tranquilizarla, pero sus palabras no hacían más que inquietarla.

—¿Crees que alguien sospeche de tu madre o de Pollux? —preguntó, torciendo el gesto.

No iba a ser fácil para Sirius irse y dejarlos. En especial si estaban en peligro. Johanna recordaba lo que era tener una familia. Y el miedo que daba perderla. El dolor que dejaba después. No quería eso para Sirius. Pero su familia eran gente del Capitolio, no habían compartido nunca su causa ni la de su padre.

—Voy a centrarme en sobrevivir, puedes estar seguro de eso: nunca he servido para víctima —le aseguró. —Pero no puedes creer que soy tan indiferente como para poder no pensar en ti del todo mientras esté allí.

¿Creía tan poco en sus sentimientos? ¿No se había expuesto ella lo suficiente para que supiera que tenía fuertes sentimientos hacia él? ¿Acaso creía que era algo pasajero porque estaba en peligro de muerte?

Johanna no era así. Podía ser egoísta, pero cuando quería lo hacía apasionadamente. Por eso Sirius era un peligro para ella. Si Snow tan solo creyera que había algo real entre ellos dos, más allá del dinero que Sirius invertía en ella... Lo usaría para hacer con ella lo que quisiera.

No podía exponerse a eso, ni exponerlo a eso tampoco.

Sirius negó con la cabeza apenas Johanna sugirió que alguien podría sospechar de su familia. La simple idea era absurda. Tanto su madre como Pollux representaban la viva imagen del Capitolio, nadie se le ocurriría que estaban conspirando contra el gobierno. Él en cambio, sí que se salía un poco de la norma, por eso había hecho lo posible por aparecer en las aburridas reuniones de su madre últimamente y acompañar a los eventos sociales a Pollux aunque su hermano a veces lo sacara de quicio.

Las apariencias, como bien le había dicho Plutarch, eran primordiales en este momento.

—No… no creo que nadie sospeche, ni tampoco creo que les estén prestando demasiada atención. Luego de la muerte de mi padre, creo que perdimos el interés para Snow. Yo era demasiado joven para que creyera que era peligroso, así que supongo que tuve suerte.

Suerte. Sirius se sintió miserable al decir aquello, pues estaba hablando de la muerte de su padre. Últimamente pensaba en él todo el tiempo. Cuánto le hubiera gustado que su padre le confiara lo que estaban haciendo.

Se humedeció los labios, mientras escuchaba las palabras de Johanna.

—No quise… no quise decir eso. Aunque me halaga confirmar que sí estarás pensando en mí —Sirius se inclinó hasta rozar sus narices, viendo cómo Johanna se estremecía ante su agarre. Le acarició la espalda y, antes de que ella pudiera refutar, volvió a besarla. Fue un beso suave, como si de verdad tuvieran todo el tiempo del mundo—. Tan sólo quiero que también confíes en mí, que voy a estar bien. No pienso hacer nada imprudente. Quiero sobrevivir. Hemos luchado demasiado por ver caer al gobierno, quiero estar vivo para poder contarlo.

Sirius acarició el rostro de Johanna con suavidad, pues quería que este momento durara para siempre. Había sido sincero en todo lo que había dicho, pero creía que todavía hacía falta ser más enfático. Era algo que quería decirle desde aquel beso que se dieron, luego de aquella apresurada reunión.

—Además, no quiero un Panem nuevo si no estás conmigo.

Era doloroso escuchar a Sirius hablar de la muerte de su padre. Era cierto que había sido muy joven entonces. Ella era más joven que él en ese momento. La muerte de su tío había sido uno de los momentos más impactantes de su vida. Los habían perdido a la vez, y solo se habían tenido el uno al otro en ese momento, pero Johanna no creía que hubiera sido algún apoyo para él. Ella estaba furiosa y recluida en el Distrito. Se había vuelto rabiosa después de eso y muy poco maleable para Snow.

No le gustaba pensar en esa época.

—Tuviste suerte —le confirmó.

Ella sí había sido puesta en alta vigilancia después de lo de su tío. De hecho, no dejaba de extrañarle que Snow hubiera permitido que siguiera viendo a Sirius, pero realmente debía creer que él no era ningún peligro.

Ambos habían tenido suerte en ese sentido.

Cerró los ojos mientras Sirius la besaba y la abrazaba. Luego se abrazó a él, escondiendo la cara en su pecho. Este era el último momento de debilidad que se podría permitir en mucho tiempo. Tendría que ser fuerte en la Arena para mantenerse viva y a otras dos personas. Tendrían que huir del Capitolio después y pelear una guerra que se iba a desatar. Al fin.

En ninguno de esos momentos Johanna podía permitirse ser débil.

—No hagas caso a nada de lo que tenga que hacer o decir en cámaras —le recordó. —Solo ten presente que lo hago para verte de nuevo. ¿De acuerdo? Tenemos que sobrevivir ambos. Es la única forma de que todo esto valga la pena.

No sabía si por "todo esto" se refería a este plan, o a los últimos años, o a la muerte de su padre y su tío también. Solo sabía que era cierto lo que decía.

Suerte.

Sirius no estaba seguro de que hubiera tenido tanta suerte como decía Johanna, pero no era el momento de contradecirla. Los dos habían estado en posiciones completamente diferentes, pero tenían en común la pérdida de un ser querido. Johanna tenía la añadidura de que había perdido a la única familia que le quedaba.

Él últimamente estaba pensando en ello. Si los planes de Plutarch prosperaban, declararían la guerra al Capitolio. ¿Dónde iba a dejar eso a su familia? Se angustiaba de sólo pensarlo, porque no podía salvar su propio pellejo y al mismo tiempo poner a salvo a su madre ni a su hermano. Se sentiría miserable, pero no podía hacerlo todo. Se preguntaba si su padre hubiera podido perdonárselo, si él hubiera encontrado otra manera.

Pero su padre no estaba, había muerto en nombre de esta rebelión.

—No te preocupes, sé que la Johanna que posa para las cámaras sólo está intentando sobrevivir. Creo que desde que nos conocimos nunca me he tomado personal que hayas dicho, ¿o acaso lo olvidas? —dijo con una sonrisa, recordando la época en que se habían conocido. Johanna siempre parecía amargada, pero Sirius no se lo tomaba tan personal. Había sido enviada como tributo y obligada a matar a personas porque de lo contrario, sería ella quien moriría. Si él hubiera estado en su lugar, de seguro habría tenido una reacción bastante similar—: Así que no te preocupes. No voy a creer nada de lo que digas en la arena. Sólo procura estar atenta a mis patrocinios y recuerda que estaré contigo, sabré cuidarme hasta que podamos reunirnos en el Distrito Trece.

Sirius quería creer cada una de sus propias palabras, pero sabía que era difícil. Esto no era un juego, la situación era crítica y si no cuidaban hasta el mínimo detalle, algo podría salir mal.

Cuando abrazó de nuevo a Johanna, cerró los ojos, concentrándose en su cercanía. Quería recordarla así, cerca de él, en caso de que algo malo sucediese.

Sonrió para sí mientras escuchaba a Sirius decir que sabía que estaría actuando para las cámaras. La verdad era que Johanna no siempre actuaba, solo canalizaba su enojo a formas productivas de sobrevivir. Y esta vez iba a estar muy enojada. Terriblemente enojada de tener que separarse de Sirius en un momento así. Pero no podía dejar que sospecharan su razón siquiera.

Tendría que actuar perfectamente como quien no tiene a nadie.

Escondió la cara contra el pecho de Sirius cuando este la abrazó de nuevo.

—Espero que tengas planes para el Distrito 13 —comentó.

Puso una mano en su brazo. Había intentando imaginar cómo sería, pero no tenía idea. No conocía el Distrito 13 ni sabía qué esperar allí. Tan solo sabían que era un lugar muy estricto y organizado.

—Nunca hemos pasado tanto tiempo juntos —añadió, conteniendo una risita. —Día tras día encerrados en un mismo lugar... ¿Seguro que podrás manejarlo?

Sabían también que el Distrito se manejaba bajo tierra. Ella no se imaginaba tanto tiempo sin estar entre los árboles, pero si era el precio que había que pagar por estar a salvo, lo haría. No le quedaba otra.

Aunque se volviera loca de estar encerrada.

Cuando Johanna mencionó al Distrito Trece, él no supo bien qué responder. Sobre todo porque no había pensado más allá de sobrevivir y poder llegar a un sitio seguro. Plutarch tampoco había visto el Distrito Trece, o lo que quedaba de él, sólo tenía de referencia lo que los infiltrados en el Capitolio le podían decir. Por lo que entendía, habían sobrevivido bajo tierra durante todo este tiempo.

¿Cuánto tiempo había pasado desde los Días Oscuros? Probablemente toda la gente que estaba en el Distrito Trece había vivido durante toda su vida bajo tierra. Eso sonaba aterrador, Sirius no podía imaginarse en esas circunstancias. Cuando escuchó las primeras historias, al principio le resultaba muy difícil creerlo. Que esa gente hubiera sobrevivido y además todavía tuviera el poder militar suficiente para estar planeando una rebelión contra el Capitulo durante todos estos años.

Sonaba increíble. Era aterrador, por supuesto, pero al mismo tiempo le daba algo de esperanza. Quizás todo lo que habían vivido por lo menos valiera un poco la pena. Sirius sabía que salir vivos, él y Johanna, tendría que ser lo suficiente para agradecer. Pero no podía evitar que una parte de sí mismo deseara venganza.

—La verdad es que no estoy seguro qué tipo de planes pueda tener para mí Plutarch, pero estoy seguro que encontrará trabajo para mí. No sé qué tan avanzados estén en tecnología allá abajo, pero supongo que deben tener muchos recursos dado todo lo que han conseguido hasta ahora.

Sin embargo, la conversación dejó de tener un tono tan serio cuando escuchó a Johanna meterse con él. Sirius pronunció la sonrisa, sintiéndose un poco ligero, mientras pensaba en lo que podría significar pasar tanto tiempo bajo tierra. Juntos. Todo el día.

—Seguro que no vas a encontrar divertido tener que aguantar mis encantos todo el tiempo. Si no hay muchos recursos, diré que podemos compartir cama. Será algo voluntario, seguro que nadie se quejará —dijo de pronto, mientras se inclinaba para darle un abrazo. Acarició la espalda de Johanna, mientras suspiraba hondos y cerraba los ojos, concentrándose en el momento. Sirius quería creer que, si su padre lo encontrara en este instante, estaría contento con lo que estaba sucediendo.

Él le pidió, desde el principio, que por favor protegiese a Johanna en la medida de sus posibilidades.

Intentó memorizar lo que Sirius le estaba diciendo. Realmente tenían muy poca información sobre el distrito 13. Iban a huir porque el Capitolio era terrible, pero no sabían siquiera a lo que iban.

Las siguientes palabras de Sirius, sin embargo, la hicieron sonreír. Estaba bromeando, por supuesto. Escondió la sonrisa contra su pecho mientras lo abrazaba.

—Vamos a ver si eres tú quien me aguanta tanto tiempo —replicó.

En el fondo era unda duda real que tenía. Sirius y ella nunca habían tenido una relación fácil, pero siempre se habían visto por momentos cortos. No era lo mismo compartir una tarde o una noche cada ciertos meses, a vivir juntos.

¿Realmente eso era lo que venía? ¿Si salían vivos de esto, tendrían esa posibilidad? ¿Una vida juntos? ¿Una cama juntos?

—Te adelantas mucho en el tiempo —le advirtió. —A lo mejor dividen a la población por género para evitar que se reproduzca.

No tenía idea cómo podían mantener una población bajo tierra. Cómo podían cuidar bebés en medio de una amenaza de guerra y destrucción. Johanna nunca había pensado en nada de eso. Hasta antes de esta revolución nunca había pensado en un futuro como algo posible, más allá de los juegos del hambre.

No sabía si Sirius pensaba en eso. Si realmente él visualizaba un futuro para ellos. Porque ella no terminaba de hacerlo.

Aunque la frase de Johanna lo hizo reír en un principio, luego Sirius se preguntó si ella lo decía en serio. Si lo pensaba con detenimiento, no habían pasado mucho tiempo juntos. El tiempo que compartían sí que había sido intenso, Sirius no podía describirlo de otra manera, pero no había sido prolongado. Compartían mucho, tenían que confiar plenamente uno en el otro para poder sobrevivir en esta doble vida, para alcanzar sus objetivos de acabar con el gobierno de Snow.

Conocía a Johanna lo suficiente para saber que su forma de ver la vida no era precisamente optimista. Sirius no la culpaba, sabía que dadas las circunstancias que la rodeaban era imposible pedirle que lo fuera, pero quería que empezara a creer que esto podía funcionar. Que una vez que derrocaran a Snow, podían darse un tiempo para conocerse de verdad, para no robarse besos a escondidas o a contar los minutos que les quedaban juntos.

La tomó por la cintura de nuevo, acariciándole el rostro.

—Hey, Johanna, escúchame… —dijo, sin dejar de acariciarle la mejilla—. No hay otra persona con la que quisiera pasar el tiempo, incluso si nos dividen por género o si no nos dejan ver la luz del sol de nuevo, ¿entiendes? Eres la única persona con la que puedo permitirme mostrarle todo lo que soy. Con el resto, incluso con mi familia, siempre estoy fingiendo. Pretendo ser quien no soy porque es la única manera de que no sepan que soy un traidor. Pero tú… tú sabes realmente cómo soy. Eso me mantiene a flote.

Sirius no se consideraba una persona sentimental. De hecho, él creía que era bastante práctico y que hasta ahora había hecho lo necesario para poder sobrevivir. Pero en los últimos días, con la rebelión a punto de explotar, se daba cuenta de lo angustiado que estaba al tener que dejar atrás a su madre y a Pollux. Sirius sabía que no era una opción real, que tenía que dejarlos atrás para salvaguardar su vida, pero tenía esta extraña sensación de que los estaba traicionando por una causa que ni siquiera sabía si llegaría a buen puerto.

No dejaba de preguntarse qué haría su padre de estar en su lugar. Cómo le gustaría poner tenerlo frente a frente para preguntarle.

Pero sólo tenía a Johanna, era la única persona que confiaba en que entendería sus decisiones, incluso si éstas no le gustaban.

—Te quiero, de verdad que te quiero… —confesó de pronto, sintiéndose como un niño pequeño—. No… no me tienes que decir nada. Pero creo que era buena idea que lo supieras.

A veces Johanna se preguntaba qué estaban haciendo. Una parte de ella, la que había ganado los juegos del hambre y había aprendido a sobrevivir como Vencedora, le decía que tener esperanza era peligroso. Que la única forma de sobrevivir era no aspirar a más de lo que era posible tener.

Pero otra parte de ella, la que había tenido el valor de pensar que podía sobrevivir los juegos igual que su tío, le decía que iban a poder sacar esto adelante. Que estaban empezando una revolución y no iban a parar hasta que Snow cayera. Y que, por tanto, podían imaginar un futuro juntos.

Tal vez sí que sabían lo que estaban haciendo, aunque no supieran cuál sería el resultado.

Mientras Sirius acariciaba su rostro, ella no podía hacer más que mirarlo a losojos. Sus palabras le encogieron el corazón. Lo entendía mejor de lo que él podía creer.

Johanna tenía claro que nadie más aceptaba su lengua venenosa y su humor ácido. La toleraban porqu eno les quedaba otra, pero quererla, así... Tal vez solo Sirius podía hacerlo.

Cuando lo escuchó decirle que la quería, se abrazó a él, hundiendo la cara en su pecho.

—Te amo, Sirius —dijo con suavidad.

Inspiró profundo, tomando valor para separarse de él y mirarlo a los ojos.

—Nunca pensé que tuviera la oportunidad de amar a alguien. El Capitolio no tiene esto entre sus planes para nosotros —le advirtió. —Así que más nos vale terminar con ellos.

Era la única salida. Hacer caer al Capitolio. Vivir en un Panem donde pudieran ser libres.