Orpheo tenía la idea de que dejaban que pasara tanto tiempo en la cafetería porque creían que no tenía donde caerse muerto. No era que estuviesen muy lejos de la realidad, porque el piso de veinte metros cuadrados no podía considerarse un gran lugar para vivir, pero teniendo en cuenta sus ingresos era suficiente. Tenía donde guardar su guitarra, un sitio para dormir y unos baños públicos no muy lejos para poder asearse todos los días. Era suficiente mientras caminaba hacia su sueño, si es que en algún momento la inspiración volvía a tocar su puerta, ese era otro tema con el que tendría que tratar.

— Hasta las dos, ni un minuto más que hoy tengo a un par de personas nuevas — advirtió el dueño y no pudo hacer más que asentir, aquel día no tenía nada nuevo que tocar o al menos que él supiese. A veces la inspiración venía, pero hacía días que no pasaba por allí.

Vio como su jefe, si es que podía llamarlo así, se daba la vuelta para atender a una de las personas contratadas y caminó hacia el pequeño escenario. Aquel lugar era el que era, si tenía algo de suerte podría sacarse unos dólares, pero el turno de la mañana nunca era uno bueno para ello. Lamentablemente habían restringido sus noches a dos a la semana, así que tenía que ver como sacarse las castañas del fuego.

Se sentó en la banqueta correspondiente, empezando a tocar una canción conocida y viendo como algunos se daban la vuelta para observarlo. No fue hasta que iba por la tercera canción que sus ojos captaron una figura, una melena rubia moviéndose al ritmo de la música, limpiando una de las meses que se habían quedado libres. Sus ojos se encontraron y fue como si una presencia hubiese traspasado su cuerpo. Nunca antes había tenido la sensación de que la inspiración pasase a través de él, pero allí estaba.

La música empezó a cambiar en sus manos, la canción se transformó en la magia que él sentía cuando tocaba y todo estaba concentrado en ella. Sus ojos se quedaron sobre la mujer, como si quisiera que lo supiese, que la música que estaba tocando en ese instante era para ella.

No fue hasta que todo se detuvo que sintió que volvía a la realidad, las personas que había ahí empezaron a aplaudir y  vio más de una propina generosa que le dejo sin aliento, y a pesar de dar las gracias su vista estaba ante aquella mujer . Bien, tendría que pedir tarta para saber su nombre.

Había tenido que cogerse un segundo trabajo para poder pagar sus gastos de estudios, la cosa en casa no estaba boyante precisamente, así que había que hacer lo posible por ayudar. Había cogido el trabajo de camarera porque los turnos eran adaptables, aunque no fuera lo que más beneficio iba a darle. Además, se le daba bien tratar con la gente, quizá pudiera conseguir algunas propinas extra con su simpatía.

El primer día se presentó con algo de tiempo extra para cambiarse el uniforme y saludar al jefe, que iba a darles instrucciones a ella y otro chico que también entraba a trabajar esa mañana. Aunque ya había estado allí para las entrevistas, no se había fijado en el pequeño escenario que había en una de las paredes, o no esperaba que nadie tocase en directo por la mañana.
Pero había ahí un chico con su guitarra. Y había que reconocer que no lo hacía mal.

Atendió las mesas lo mejor que pudo, sintiendo que mejoraba y cogía confianza poco a poco. Después de despedir a unos clientes, se dedicó a limpiar la mesa y al incorporarse vio que el chico de la guitarra la estaba mirando. Dibujó una sonrisa, dándose cuenta de que era muy muy guapo.
Y entonces la música cambió y empezó a convertirse en una canción que no conocía de nada, pero que resultaba increíblemente buena.

La verdad es que se habría quedado plantada allí delante si no la hubieran dado un toque de atención para regresar al trabajo. Atendió a las mesas, que le comentaron lo bueno que era el chico haciendo alguna pregunta a la que ella no podía responder, porque ni siquiera sabía cómo se llamaba.
Aplaudió cuando terminó, como todos los que estaban allí, y regresó a la cocina para llevar unos pedidos. El jefe estaba allí diciendo que ya era hora de que el chico tocara algo bueno de verdad, al final iba a merecer la pena el tenerle por allí rondando.

Orpheo bajo del escenario con el corazón latiendo a toda velocidad, sentía sus mejillas sonrosadas por el calor que había subido repentinamente. La conexión que había sentido en el escenario era una que nunca antes había abrazado. Los grandes artistas siempre hablaban de esos momentos, de cuando la verdadera inspiración conectaba con el cuerpo de uno, haciéndolo vibrar como nunca antes hubiese imaginado. Algunos encontraban eso por si solos, otros hablaban de que el amor los llevaba a ellos y los pocos que encontraban a la persona capaz de canalizarlo.

Estaba seguro que acababa de encontrar a esa persona, aquella rubia de ojos azules que lo había mirado directamente mientras tocaba. Si estaba seguro de algo en la vida era que no pensaba irse de aquel restaurante sin su número.

Tras guardar la guitarra en la funda se movió hacia una de las mesas libres, asegurándose que era la chica la que estaba atendiendo y no el joven de sonrisa radiante que tenía encandiladas a un par de amas de casa. Esperó pacientemente, con las manos entrelazadas sobre la mesa y cuando la chica se acercó a ponerle el vaso de agua de cortesía sonrió como un idiota.

— ¿Cómo te llamas? — Y ahí estaba él, directo como nunca había sido en su vida, su idea era pedir el trozo de tarta y dar un poco de conversación, pero es que el ansía de saber su nombre le podía.

Salió de la cocina con el pedido de una de las mesas, a las que sirvió, llevando la cuenta a otra y dándose cuenta a la vuelta de que el chico de la guitarra estaba sentado en una de sus mesas.

Puso su mejor sonrisa y se acercó llevándole un vaso de agua- ¡Hola! -Saludó alegremente, mientras preparaba la libretita.- ¿Quieres... ? -La pregunta se quedó sin terminar, porque él la interrumpió con otra.

A la chica se le escapó una risa por la situación, le resultaba gracioso que los dos hubiesen hablado al mismo tiempo.- Me llamo Eurydice. -Respondió cuando se calmó un poco, pero aún sonriendo divertida.- Soy nueva, así que aún no tengo mi plaquita. -Todavía estaba en periodo de prueba así que tocaba esperar y quedar bien con los jefes.- Por lo que me han contado, tú eres cliente habitual... -O bueno, cantante habitual, no estaba segura de cuál era el término.- ¿Me dices cómo te llamas? -Preguntó también con una sonrisa más dulce, pensando que si se iban a seguir viendo valía la pena darle un trato más familiar y cercano. Y, por qué no, el chico era guapo y él había preguntado primero.

¿Era ridículo pensar que el sonido de su nombre pareció venir con melodía incluida?

La ilusión en los ojos de Orpheo era más que evidente, la risa que había escuchado de su parte hizo que su corazón latiese de manera más acelerada. Se fijo en cada pequeño detalle de su rostro, la forma en la que arrugó la nariz, el hoyuelo que apareció cuando sonrió, el brillo de sus ojos. Todo grabado en su memoria para que ese momento no pudiese perderse, no sabía como explicarlo, pero tenía claro que evocar esa memoria lo haría escribir, componer la mejor de las canciones que jamás hubiese existido en el mundo.

—O-Orpheo — tartamudeó, teniendo que negar con la cabeza y alcanzando el vaso de agua para intentar hidratar su garganta, calmando sus nervios en el proceso —. Perdón, me llamo Orpheo y si suelo venir bastante, me permiten tocar un par de veces a la semana — y sin embargo el hombre no dejaba de aparecer allí. El jefe le había dicho que tan solo lo aceptaría una noche a la semana, pero los mediodías estaban más despejados, así que no le quedó otra que permitirle aparecer allí por el día.

Estaba retorciendo sus manos sin darse cuenta, mariposas revoloteando en su estómago como nunca las había sentido hasta soltó una risita nerviosa. Parecía un adolescente, pero no le importaba.

— Tienes el nombre más bonito que he escuchado en mi vida — la halagó, dándose cuenta que estaba cogiéndole más tiempo del necesario —.Me gustaría un zumo de naranja con un par de hielos, un trozo de tarta de zanahoria y tu número de teléfono para pedirte una cita — y ahí lo soltó, nunca había sido bueno para ligar, pero en ese instante se estaba saliendo de estadio con lo atrevido que había sido.

Aquel chico era de lo más tierno, o por lo menos lo parecía a simple vista. Solo había que ver esa sonrisa que se dibujaba en sus labios, limpia y clara, Eurydice decidió que no le importaría verle a menudo si siempre iba a ser tan simpático.

- Orpheo. -Repitió sonriente.- Estupendo, entonces nos veremos a menudo. -Asintió para sí misma. No había esperado el cumplido sobre su nombre.- Vaya, gracias. La verdad es que siempre me ha gustado. El tuyo también es muy bonito. -Mencionó a su vez, de forma espontánea.

Cuando empezó a decir su pedido, apuntó todo en la libreta, aunque se detuvo al darse cuenta de lo del número de teléfono y levantó la mirada hacia él un poco sorprendida.- Ahora te lo traigo. -Respondió con una sonrisa divertida.

No tardó mucho en volver con el trozo de tarta, el zumo y un papel doblado que le dejó junto al plato. Se alejó de él dedicándole una sonrisa más.
En la nota se podía leer:

— No tanto como el tuyo — respondió, con la sonrisa más grande y tonta que podría haber tenido plantada en la cara. De verdad que lo estaba halagando, no podía creerlo, menos al ver la forma en la que ella se comportaba. Era como un ángel caído del cielo y de alguna manera parecía estar fijándose en él tanto como en ella.

Había soltado la proposición de manera muy abrupta y por el ligero gesto que le devolvió sintió que el mundo se le caía encima. Seguro que la había cagado, pero bien. No esta acostumbrado a ligar, su conexión con la música no le permitía tener ojos para nadie más, tan solo vivir atado de lo que quería. Euridyce había sido el mayor flechazo que jamás había caído sobre él.

— La has cagado — se dijo a sí mismo, completamente ido, bajó la cabeza hasta que su frente estuvo apoyada en la mesa y no pudo evitar maldecir por lo tonto que podía llegar a ser.

¿Qué chica aceptaría a un saco de nervios como él? Si es que había tartamudeado como ninguno al presentarse.  Volvió a sonreír al escucharlo, pero no fue hasta que casi se estaba terminando que vio la nota que le había dejado y su emoción saltó disparada por completo. La velocidad a la que dejó el dinero en la mesa con una buena propina para la chica fue casi imposible, saliendo de la cafetería a toda velocidad.

Corrió hacia una de las floristerías a comprar unos narcisos y un par de detalles más, volviendo a la cafetería. Habiendo estado allí tantas veces sabía cual era la salida de servicio, así que espero pacientemente el tiempo que hizo falta hasta que el turno de la chica terminó. Según saliese por la puerta se pondría de rodillas y le pediría salir, si ese era el plan.

— Entonces… — Empezó cuando la vio, inclinándose sobre su rodilla y ofreciendo el ramo de flores que le había costado todas las propinas de ese buen día —. ¿Quieres salir a cenar conmigo? — Por favor, que la respuesta fuese que si.  

No había podido evitar estar pendiente de las acciones de Orpheo desde el momento en que dejó su pedido y la nota frente a él. Esperaba que la llamara y le preguntase si quería salir o algo. Pero al parecer no iba a ser el día. Además, parecía del todo apesadumbrado.

Se metió en la cocina porque le tocaba aprender a cargar el lavavajillas y cuando salió de nuevo había desaparecido completamente. Solo había dejado el dinero sobre la mesa.- Vaya, ni siquiera se ha despedido. -Murmuró para sí, con una sonrisa ladeada al ver la propina.
Quizá la próxima vez que le viera podría explicarle que todo era un poco broma y darle su número para que hiciera las cosas a su manera. Aunque no entendía del todo el problema.

Siguió con su turno dándole vueltas al extraño encuentro. Es verdad que hubo otro par de chicos que se interesaron por su nombre y su número, pero ni de lejos le interesaron lo suficiente como para olvidarse de Orpheo.
Terminó sus horas de trabajo y el jefe parecía contento con ella, así que salió con una sonrisa solo para encontrarse al músico arrodillándose delante de ella con un ramo de flores y aquella pregunta.

No pudo controlarlo y se le escapó la risa mientras se acercaba y cogía las flores.- ¿Me puedo quedar el ramo si te digo que no? -Bromeó un poco, solo para sonreírle más ampliamente.- Me encantará salir a cenar contigo, Orpheo. -Terminó por decir antes de dar pie a algún otro malentendido.

Aquello era lo que decían los poetas y escritores. Sus palabras tan bien redactadas en esos antiguos tomos. La primera vez que leyó sobre el amor a primera vista sintió que vomitaba, no podía ser que hubiese personas que creyesen en esos cuentos de hada. Si, la ciencia había demostrado que había cierta química entre la gente, podía creer en papeles científicos y tesis elaboradas, pero estaba claro que lo otro no podía probarse.

No podía, pero ahora tampoco dudaba de ello.

Porque una solo intercambio había sido suficiente. Estaba enamorado. Completa y absolutamente. Eurídice era la mujer que había esperado toda su vida, la diosa más grande puesta sobre la tierra. Destinada a grandes hazañas y sobre todo había abierto una puerta en su corazón, una que le enseñaba las melodías más bellas y como dedicárselas todas. Mentiría si dijese que no había llegado a su casa tras aquella aceptación a componer, a poner en música las emociones que palpitaban con tanta intensidad.

Habían quedado dos días más tarde, pero fue suficiente para que le diese tiempo a hacerle arreglos, grabarla y meterla en su teléfono. Puede que fuese tonto, pero esa noche querría que la escuchara, que viese lo que era capaz de hacer con él. Por alguna razón sentía su arte completamente seguro cuando se trataba de ella.

— Todo irá bien — se dijo a sí mismo, sentado en el restaurante, un ramo de flores esperando en el plato contrario. Ella llegaría, no era su culpa que Orpheo hubiese sido extremadamente puntual, deseoso de verla. Quería conocerla más, pero sobre todo quería que viese su conexión, lo que seguramente solo ellos podían entender.

No podía ser el único que lo sintiese, ¿verdad? Esas corrientes eléctricas circulaban en ambas direcciones, sin lugar a dudas.

Habían tenido que retrasar la cita un par de días, por sus turnos en la cafetería. Pero a Orpheo no parecía haberle molestado y eso solo demostraba que era un encanto, tal y como parecía.
Con todo, quería ir con cuidado. Ya había salido con un par de chicos que tampoco tenían un trabajo estable y nada había terminado bien. Solo que cuando estaba delante de él parecía olvidar cómo había sido todo antes. Como si con su brillante sonrisa fuera capaz de darle luz a toda su vida, como si la calidez se extendiera hacia ella y solo pudiera ver las cosas buenas.

Habían quedado en el restaurante y ella le había tenido que pedir un vestido prestado a su mejor amiga, porque el que pensaba ponerse, uno de los pocos que tenía, apareció con una mancha bastante fea que esperaba que se quitara para la próxima. Porque sí que sabía que había una próxima.
Entre eso y que el metro se había quedado parado por una avería, tuvo que empezar a correr escaleras arriba cuando llegó a la parada y luego por la calle que no estaba demasiado abarrotada al menos.

Se tomó un rato para recuperar el aliento en la puerta y trató de verle a través de las ventanas, estirándose para distinguirle entre las muchas cabezas que había. De todos modos, cuando entró, una camarera la acompañó hacia "el chico de las flores".

- ¡Hola! -Saludó al llegar, sin evitar siquiera el entusiasmo en su voz.- Siento mucho el retraso, el metro es una locura. -Eso lo sabía cualquiera que viviera en la ciudad. Se dejó caer en la silla, algo cansada y sonrió al ver más flores.- ¡Son preciosas! Muchas gracias. -Sonrió alegremente, acariciando algunos pétalos mientras veía las flores. Siempre le gustaron, pero apenas podía permitírselas, le daba pena verlas morir tan pronto.- ¿Qué tal estás? -Preguntó. No parecía molesto por esperarla, pero no le había gustado dejarle allí solo tantos minutos.

Verla entrar en la estancia calmó cualquier nervio que pudiese estar sintiendo. Su simple rostro parecía tallado por los ángeles, el movimiento de su cabello y la forma en la que batía sus pestañas. Todo era un ritmo en el corazón de Orpheo, le picaban las manos por ponerse a trabajar, por componer la melodía más perfecta para que ella la escuchase. Su cuerpo temblaba ante la idea y quería dejarse llevar, ponerse de rodillas y confesarle el profundo amor que latía en su interior, pero todavía quedaba un poco de sentido común en su ser, así que tan solo ofreció las flores que con tanto cuidado había seleccionado.

— Tranquila, hubiese esperado toda la noche por una sola de tus sonrisas — aseguró, sintiéndose enamorado como nunca. Ella era la fantasía que había esperado, la mujer que nunca creyó que podía encontrar, pero que estaba frente a él como un sueño de lavanda —. Bien, han sido un par de días difíciles, tu jefe me ha dejado claro que no tengo permitidas más actuaciones en el local, así que buscando alternativas — explicó, pues sabía bien que para músicos sin mucho renombre encontrar esos lugares era más difícil.

Al menos tenía un buen colchón, al menos lo que Orpheo consideraba un buen colchón. Su piso estaba pagado por dos meses, tenía comida para pasar el mes y había podido comprarse algo de ropa nueva. La camisa que se había puesto aquella noche era una de sus nuevas adquisiciones y no negaría que había intentando impresionar a la mujer.

— ¿Y tú? — Preguntó, queriendo saber más de ella —. Espero que no te estén haciendo trabajar en exceso, sé que el jefe no siempre tiene paciencia — había visto a más de una persona llorar en aquel restaurante, renunciar por las exigencias y no volver.

Aquel cumplido sobre su sonrisa hizo que ésta se ampliase más mientras sus mejillas se coloreaban un poco. ¡Era adorable! ¿Qué chico te dice ese tipo de cosas en la primera cita? Ella no había conocido a ninguno. O bueno, sí, estaban los que decían esas cosas solo para asegurarse meterse en tu cama, pero algo le impedía pensar que aquel fuera el caso.

Hizo una mueca al escuchar lo de sus días duros.- Lo siento mucho. -Respondió con sinceridad. Claro que se había enterado de que no iba a poder actuar de nuevo en la cafetería. Y le parecía una pena, porque tocaba realmente bien.- Pero estoy segura de que pronto encontrarás algún local. Y siempre tienes las noches de micrófono abierto. -Había bastantes sitios donde se organizaban.- Yo creo que tocas muy bien, así que muy pronto será el jefe el que te pida que vuelvas. -Le guiñó un ojo.

Tomó un poco de agua cuando él le preguntó por su semana y se rió un poco al escuchar lo del trabajo.- No, no la tiene. -Recordó ella.- Pero no es mi primer trabajo de camarera, así que estoy acostumbrada y sé cómo llevarlo. -Intentaba adelantarse a las peticiones que le hicieran y mostrar su mejor sonrisa para que no pudiera ser demasiado duro con ella.- Aunque esta semana ha sido un poco más caos por los cambios de turno, claro que eso ya lo sabes. -Después de todo su cita se había tenido que retrasar por eso.- Espero que no sea así siempre, porque pronto empiezan los exámenes también.

— Que tú pienses que tengo potencial hace que este todavía más motivado — aseguró, mostrando esa sonrisa que hablaba por si sola, Orpheo no podía evitar estar tan enamorado. Fue un flechazo, uno que lo había atravesado de pies a cabeza, la veía y sabía que toda su inspiración crecía, quería tocar, componer y hablar de esa sonrisa y esos rizos dorados durante el resto de su vida —. No estoy muy seguro, tu jefe dice que acaparo demasiado tiempo, que la gente ya está aburrida de la misma música de siempre y que debería ir buscándome otra cosa que hacer — tuvo que rascarse la parte de atrás de la cabeza, intentando no mostrarse muy jodido ante esa idea, pero era lo que había. Su vida no dejaba de ser la que era y por mucho que intentase salir de ahí, había muchas excusas, nunca parecía brillar con suficiente fuerza, pero no importaba.

No brillar con esa fuerza, lo había llevado hasta ella y eso era más que suficiente, porque viéndola se le cortaba el aliento y se daba cuenta que todo merecía la pena. Su vida le pertenecía, lo poco que tenía se lo daría, arrodillado o en el suelo, sin importar cuantas veces lo pisaran sabía que siempre la seguiría.

— Intenta no excederte, cuando trabajamos de más terminamos agotados y nuestros cuerpos saben lo jodido que puede llegar a ser — dijo, sonriendo en su dirección. quería darle un poco de animo, pero se centró en el tema de sus estudios —. ¿A qué quieres dedicarte? Diría que con tu aspecto podrías ser una actriz fabulosa — halagó una vez más, sin darse cuenta que cada vez que abría la boca parecía tener algo bueno que decirle.

¿Y cómo no iba a hacerlo? Pensar en ella de esa forma estaba haciendo que sonriese como un tonto. Dios, ojala poder saberlo todo de ella automáticamente, pero tendría que hacer demasiadas preguntas y tampoco quería quedar como un autentico loco.

Le dedicó una sonrisa radiante cuando dijo que lo que ella opinaba le daba más ánimos. No siempre encontrabas a alguien que te hiciera sentir que podías influir en algo hasta ese punto.
Negó con la cabeza al escuchar lo que su jefe le había dicho. Normal que estuviera un poco desmotivado al respecto si había sido tan duro con él.

- Bueno, creo que mi jefe no parece un experto en música precisamente. -Se atrevió a bromear.- Seguro que hay sitios donde se valorará mejor tu talento. -Quiso animarle. No dudaba que había locales que agradecerían tener a un artista como él.- En uno de mis anteriores trabajos, uno de mis compañeros era también músico algunas noches. Quizá puedas encontrar algo así, para irte manteniendo en lo que triunfas con tu guitarra. -Le propuso como idea después de haber recordado a Jordan.

Agradeció el consejo sobre no cansarse demasiado. Pero estaba tan acostumbrada al trabajo que apenas se daba cuenta hasta que llegaba a casa solo para fundirse con las sábanas. Cosa que no pensó que fuera un buen comentario para una primera cita.
Se rió entonces cuando él dijo que podría ser actriz.

- La verdad es que he participado en algunas audiciones para musicales. -Le confesó. Siempre le había gustado la música y la actuación, pero era un mundo muy complicado y ella tenía que sobrevivir mientras tanto.- Pero en realidad estudio administración. Ya sabes, algo donde nunca me va a faltar trabajo... -Se encogió de hombros. No era su pasión, por supuesto que no, pero de algo tenía que vivir y era mejor eso que seguir de camarera.

— No sé me da muy bien estar entre trabajos — tuvo que rascarse la parte trasera de la cabeza, un poco incómodo —. A ver como lo explicó, es como si la música me llamara para todo, sé que estoy hecho para esto y cuando intento dedicarme a otro trabajo no puedo dejar de pensar en la música. — Y era un problema, sobre todo cuando tus jefes te miraban fijamente por estar mirando a las musarañas

Se daba cuenta de que todos los pequeños pasos que había dado en su vida le conducían a ese instante. Pasar por situaciones desagradables, vergonzosas o imposible de contar. Creía que era extraño, que estaba siguiendo una línea dorado brillante que no terminaba de entender, la música lo guiaba, lo llenaba y el final de ese hilo dorado era ella.

Lo sabía, dentro de su pecho había una fiesta, explosiones y latidos tan potentes que no sabía como explicar. Era incapaz de no sonreír, mirándola como si hubiese bajado la luna para él. Tan cerca las melodías seguían formándose, sería capaz de coger la guitarra y componer la oda más hermosa que ningún dios hubiese escuchado alguna vez. ¡Haría llorar al mismo Hades si lo dejasen!

— ¿Y eres feliz con eso? — Preguntó interesado, sus ojos azules brillando de pura curiosidad —. Soy de los que piensa que si uno quiere triunfar tiene que saltar hacia lo que quiere o su segunda opción se convertirá en la primera por ser más fácil — soltó, un poco por el fogonazo del momento.

Apretó los labios y bajó un poco la cabeza, avergonzado. Viniendo de alguien que era incapaz de mantener un trabajo porque la música lo carcomía no era lo más verídico. Realmente creía que cuando uno tenía un sueño debía tirarse de cabeza hacia él.