Sigmund estaba adaptándose de la mejor forma posible a aquel colegio infernal. Las clases le parecían tan condenadamente descafeinadas que era imposible no aburrirse. Dumstrang tenía un poderío diferente, enseñaban a sus alumnos a ser fuertes e ir contra las adversidades. La magia negra era parte de la vida igual que de la historia. Odiaba que en aquel colegio intentasen blanquear lo que sucedió y lo tratasen todo con tanta delicadeza que ninguno de los alumnos fuese capaz de tener estómago cuando saliesen al mundo real.

Por otra parte estaba haciendo amigos. Encontrarse nuevamente con Cepheus fue algo agradable, que tuviesen en común su desagrado por Thomas también le parecía bien. Claro que una conversación entre caballeros siempre se quedaban implícitas ciertas cosas y Sigmund seguiría en esa relación tensa que había tenido con Thomas por años. No eran del todo amigos, como tampoco llegaban al nivel de ser enemigos, se soportaban e intentaban pisar el cuello del otro cuando no estaba mirando. Lo que era un negocio de toda la vida.

Y luego estaba Audney.

La perfección que la perseguía era única, plantada en el universo para hacer feliz a su prometido y no iba a negar que le gustaba. Ese brillo travieso en sus ojos, esa liberación tan ansiada. Esperaba poder arrastrarla a su terreno, que la careta que sus padres fabricaron quedase atrás y supiese que su matrimonio no tendría que seguir las estricta —y estúpidas— reglas de los puros británicos. Además, sus promesas quedaban un poco vacías, pues había estado lanzando miradas a más de un alumno en su estancia allí.

¿Era un bribón? Podía ser, pero no dejaría que Audney se enterase, al menos hasta que estuviese preparada para entender la libertad de la que hablaba cuando compartieron ese bonito tour ese primer día. Donde pudo saborear sus labios y darse cuenta que había más deseo acumulado del que ella pretendía mostrar. Claro que debía agradecerle ese mismo tour porque de otra no hubiese sabido encontrar la sala donde Mad le esperaba.

Había esperado por ese encuentro desde la fiesta de compromisos, donde una invitación suculenta lo hizo terminar en su cama. Recordaba bien el juego y como había tanteado el terreno, con su prometida cegada y escuchándolos divertirse. Fue curioso que hubiese tenido más de él esa noche que su propia chica, pero no iba a negar que Mad le había llamado la atención desde su primer encuentro.

— Ya pensaba que no te habían agradado mis servicios — comentó al cerrar la puerta tras él, dándose cuenta del pestillo que se cerraba para darles intimidad. La sala lo sabía, curioso. Dejó su bolsa a un lado y avanzó hacia donde estaba su compañero con esa sonrisa de depredador.

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— ¿Sigue enfada por la falta de contacto en su dirección? — Sigmund fue un invitado a unirse a la diversión en esa fiesta de compromiso. No se hubiese podido negarse. Tenía que hacer nuevos amigos ahora que estaba entrando en Hogwarts y Mad había sido la primera persona en caer en su red. Que estuviesen dispuestos a compartir su cama en su noche de compromiso le pareció interesante, aunque no tanto como la actitud de aquella chica. Odiaba que le llevasen la contraria y sobre todo parecía que estaba esperando que Sigmund la adorase a ella.

Por favor, como si Sigmund fuese tan fácil de encandilar. Sobre todo, cuando tenía los ojos puestos en su prometido. Había decidido que su atención estaba mejor ofrecida sobre Mad y no dudo en aplicar el juego que más le convenía. Aquella chica atada a una silla, con los ojos vendados y los oídos receptivos. Y joder si le había dado un espectáculo, porque su parte más tóxica había decidido que hacer que Mad gritase como una puta era la mejor forma de acelerar a la pareja.

— ¿Cómo podría negarme a tan bonita invitación? — Preguntó el vikingo, con esa sonrisa encantadora en los labios. Dio un paso hacia él, empujándolo hacia la cama redonda que la buena habitación había puesto para ellos.

Ese lugar parecía encantador, un bonito secreto que parecía que no todos conocían. Y si lo hacían, bueno, puede que hubiese un orden para poder estar en la habitación o que la misma se fuese abriendo a personas diferentes al mismo tiempo por estar en un espacio tiempo diferente.

— Es interesante, pensaba que todos los matrimonios de aquí serían en ese aburrido clima en el que una vez tomas una esposa ya no puedes hacer nada más que fingir adorarla — y por las caras que había visto en aquella fiesta de compromiso no le extrañaría.

Sigmund no se cortó, tomando el rostro de Mad entre sus manos se inclinó a besarlo. Disfrutando un poco de ese néctar que le ofrecía, fingiendo que no había hecho promesas dulces a una inocente niña que debía casarse con él. En fin, esperaba que con el tiempo estuviese dispuesta a probar con otra gente.

Decidió que apartar a Audney de su cabeza y centrar en los bien que se sentían los labios de Mad contra los suyos era lo mejor.

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— Una historia muy bonita — respondió, con una sonrisa casi lobuna ante la experimentación que había en aquel castillo. Dumstrang era bastante más severo con lo que hacían sus alumnos, encontrar un espacio o lugar para poder tocar a otra persona, en fin, un trabajo que merecía la pena. Allí todo iba mucho más libre, casi diría que los más mayores sabían exactamente donde escabullirse para que nadie los escuchara, alguien con una mala mente podría hasta aprovecharse de ello —. También te digo, Cath tiene pinta de ser una persona un poco especial — por no poner la palabra tóxica en el vocabulario. Tenía intención de follarse a Mad, no que lo echará por hablar mal de su amorcito.

Ese tono de voz era suficiente para que Sigmund se sintiese satisfecho, sobre todo cuando veía al joven tan echado hacia delante. Con toda la soberbia que poseía en el cuerpo alzó el mentón y sonrío de medio lado. Tenía esa presencia, lo sabía, era un maldito vikingo que cuidaba muy bien de si mismo para verse esplendido delante de los demás.

— Bueno, que bien, porque la verdad es que no tengo intención de volver a mencionarla en este bello encuentro — dijo, empujando al Hufflepuff hacia él sus cuerpos encajando uno sobre el otro como dos piezas perfectas.

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