Darle vueltas a lo sucedido en las fiestas de navidad era un hecho. La rueda seguía girando y Gideon no podía hacer nada por impedirlo. Su hermano estaba en una situación complicada, le preocupaba lo callada que había estado Eleanor y el colegio parecía estar lleno de fantasmas. Las muertes de compañeros y profesores, tan marcadas en esas listas que cuando se veían daba miedo pensarlo. No era justo ser un nombre en una pared cuando tenías toda la vida por delante.

Poder contarle a Mikaela todo lo sucedido lo había calmado un poco, pero todavía tenían mucho que hacer y la vuelta al colegio no era tan sencilla como le gustaría pensar. No con todos esos rumores sobre los puros haciendo pruebas para pertenecer a su sociedad secreta, como si tuviesen que ser un club privado de perturbados. Además de añadir a la mezcla que Nick había seguido prometido a la chica que no era más que sonrisas envenenadas. Temía que no viese lo que tenía delante, a pesar de que la nube que estaban formando fuese gigantesca.

Finalmente estaba Orion. Lo había visto en la fiesta de compromiso, aunque no supo muy bien cuando se marchó. Sus hermanos habían sido más importantes y sin duda este lo entendería. La luna de aquella noche, bueno, era una de esas que preocupaban. La luna del lobo la llamaban algunos. Parecía que habían separado a Orion de la otra persona con la que a veces debía pasar las noches, aunque Gideon no tenía ni idea de quien era. Había secretos que era mejor seguir manteniendo.

Salió del castillo, acompañado del señor Stark, que lo dejó en una parte de la casa de los gritos. Los habían hecho tomar la poción como siempre, pero en ese caso la habitación estaba dividida en hechizos de protección. Gideon vio la barrera que ninguno de los dos sería capaz de traspasar cuando se sentó en una caja de madera. Stark le avisó que iría a buscarlo en caso de que la situación se complicara y Gideon asintió suavemente.

— Pensé que necesitarías compañía para hoy, así que he pedido permiso — sonrió en su dirección, al final, eran amigos desde hacía demasiado tiempo y Gideon era incapaz de no extender la mano hacia Orion.

11.01.20 + Charlando con la luna amenazante

Aquella luna era peligrosa, el lobo se sentía más atraído hacia ella, tiraba de la bestia con un magnetismo poderoso haciéndola hurgar y rascar las paredes de su celda de carne pugnando por salir. Cada año, cada Enero, sucedía y cada año era peor.

Lo habían encerrado en aquella habitación mucho antes de que el sol se ocultase. Uno de los profesores lo había ido a buscar, excusándolo de sus clases de la tarde, y lo había conducido hasta la casa de los gritos por el pasaje secreto. Normalmente, con la poción, podía quedarse en alguna estancia del castillo simplemente pasándolo mal. Pero con la luna del lobo no querían arriesgarse, por lo que le tocaba encerrarse.

Orion odiaba la sensación opresora de las paredes de la vieja casa. Con los sentidos desarrollados del lobo podía escuchar zumbar los hechizos que lo rodeaban para asegurarse de que no escapase. Aumentaban su dolor de cabeza, aunque había pocas partes de su cuerpo que no le doliesen. Los músculos los sentía agarrotados, la piel le picaba como si estuviese cubierto por un jersey de lana mala, le dolían los dientes como si unos nuevos estuvieran empujando para tomar su lugar (así era realmente), los ojos le ardían ante la luz, había tenido que pedir a los profesores que la atenuasen…

Cuando se abrió la puerta no supo bien qué esperaba, seguramente algún profesor preguntando cómo estaba. No esperaba que ese profesor fuera el señor Stark, tampoco que tras él entrase Gideon. Si no le doliese todo tanto, habría fruncido el ceño.

— Vaya, muy amable por tu parte, pero si no soportabas pasar tanto tiempo sin verme simplemente podrías habérmelo dicho. —bromeó en un intento de fingir que estaba bien aunque se veía a la legua que no era así.— Esa chica gryffindor tuya va a acabar poniéndose celosa.
 

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Conocer a Orion desde que eran dos mocos tenía sus ventajas, empezando por saber cuando su sarcasmo escondía un agradecimiento. Gideon podría haber hecho hincapié en la imagen terrible que estaba dando, sus ojeras estaban pronunciadas y el cansancio general en su postura era evidente. En su defecto terminó sentado en uno de los taburetes al otro lado de las guardas mágicas. Era consciente que la luna del lobo era la más peligrosa, pero todas aquellas guardas, bueno, parecían exageradas.

— ¿Tú crees? — Preguntó, encogiéndose de hombros —. Diría que quien tiene que estar preocupado eres tú, puede que apareciese para hacerte compañía conjunta y te leyese sus libros de leyendas sin parar — quería mucho a Mikaela. Cada día parecía que ese sentimiento latía con más fuerza, que ella estuviese segura era una prioridad, pero sabía que sería la primera en saltar hacia delante si debía hacerse.

Suspiró, pues el colegio estaba en ese estado de alerta continuo, con el quidditch recuperado y muchos alumnos que se habían quedado en casa tras las navidades. No estaba siendo una época fácil y lo peor es que veía el camino, el que su padre recorría cada vez con más seguridad. Las imágenes de lo sucedido en su casa volvieron como flashes.

— En fin, ¿cómo vas? No te voy a negar que esperaba encontrar alguna de tus pelirrojas aquí — pues era evidente que había estado pasando más tiempo con ellas. Su compromiso con Lise era una responsabilidad que llevaba atada al pecho, como si necesitase salvarla de un final peor y bueno, Rosie también había sido su amiga; por muy estirada que le pareciese a Gideon a veces, no creía que fuese de las que se inclinaban en la balanza hacia el mal, al menos no mucho.

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Dejó ir una carcajada ante su comentario, pero con los dolores el sonido que salió de su garganta pareció casi más un ladrido que una risa humana. No conocía a la chica de Gideon más que de vista, ni siquiera estaba seguro de haber intercambiado alguna palabra con ella, ni unos buenos días. Tal vez era mejor así. Aquella chica era una de las pocas cosas buenas que parecían haberle pasado a Gideon y contra menos se mezclase con sus problemas, mejor.

— ¿Es que no me ves? —aguantando los tirones de sus músculos se señaló a si mismo con teatralidad.— Estoy fresco como una lechuga. —si esa lechuga llevase más de tres días pudriéndose en la despensa.

— Les dije que no vinieran. —no quería que lo vieran así. Además, con el conjuro de vinculación no estaba seguro de si ellas podrían sentir su dolor, él había podido sentir el de Lise. Así que pensó que, contra más lejos estuvieran, mucho mejor.

— Tú tampoco deberías haber venido. Es peligroso. —lo cierto es que le sorprendía que los profesores, especialmente Stark, lo hubieran dejado llegar hasta allí.— Dicen que, si la poción no hace efecto y me transforme las barreras me contendrán, pero yo no estoy tan seguro de eso. —no se había transformado desde que tenía diez años, pero todavía recordaba lo aterrado que se sentía los momentos antes de la transformación, sintiendo como la bestia tomaba posesión de todo lo que era por mucha fuerza que pusiera e impedírselo el monstruo era demasiado fuerte.

 

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— Fresquísimo si, como si hubiese encontrado un dulce que sabe a medicina — indicó, negando suavemente con la cabeza aún con una sonrisa en el rostro. Prefería que Orion se tomase la situación con humor a que estuviese lamentándose de la situación, odiaría tener que levantarle el animo a golpes.

Asintió suavemente, dejando su sorpresa enterrada en lo más profundo de su pecho, no parecía que las chicas fuesen personas a las que se pudiese convencer fácilmente. A veces Orion tendía a empujar a la gente lejos de él, como si de esa forma estuviesen mejor y no hiciese falta nada de ellos porque era lo suficientemente fuerte para aguantar. Se preguntaba si sabía que se merecía que se preocupasen de él, que lo quisieran y apreciaran.

— Una suerte que se me den tan bien los encantamientos y la defensa de esa forma si falla alguien podrá estar aquí para ayudarte y quedarse contigo — indicó, ignorando la advertencia de que no debía estar ahí —. ¿Crees que Stark me hubiese dejado venir si no tuviese mis propias capacidades? Vamos Orion, ese hombre es el más estricto del lugar y ambos sabemos que un poco de buena conversación y una cara no hostil puede ayudar en estos casos.

No quería sacar a colación a Mikaela, porque lo que pasó en el callejón fue diferente, Gideon no sabía si iba a funcionar cuando extendió la mano hacia ella y le pidió que volviera. Sabía bien que podía lidiar con Orion, no iba a dejarlo solo tampoco.

— Acepta que soy tu amigo y que no puedes deshacerte de mi, mendrugo — dijo con esa sonrisa que Orion llevaba conociendo años —. Si te portas bien igual te doy algo del chocolate que he traído.

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Rodó los ojos, o por lo menos lo intentó, ante las palabras de Gideon. Le habría gustado mofarse un poco de él por lo subidito que había sonado sobre sus habilidades, por mucho que supiera que tenía razones para ello, pero se encontraba demasiado mal para pensar una mofa mínimamente ingeniosa.

— Bien, bien quédate. Tú verás. —lo dijo cómo si realmente tuviera voz y voto o pudiese hacer algo para sacar a Gideon de ahí. Estaba en una jaula y se encontraba como una miseria, seguramente no podría darle ni un empujón, aunque pusiera todas sus fuerzas en ello.

— Dicen que estoy así porque la luna es distinta. —soltó el comentario de pronto, pese a que nadie le había preguntado. Pero ya que Gideon estaba allí bien podía formar parte de sus preocupaciones.— También dicen que puede ser porque llevo tomando la poción demasiado tiempo. —su cuerpo se había acostumbrado, por eso tenían que ir aumentando la cantidad poco a poco. Orion se temía el día en que la dosis ya no pudiera aumentarse más.

— Si llego a transformarme hoy, o una noche dentro de diez años, la que sea… —tragó saliva y un gemido de angustia, clavó la mirada en el techo, avergonzado de mirar a su amigo.— Si eso pasa y llego hacer daño a alguien mientras estoy transformado… Párame antes de que suceda. —una de las cosas que más odiaba de la transformación, aparte de los dolores, era la completa falta de elección.

 

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