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Una charla entre caballeros
En la hacienda de los Sinclair
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El carruaje había dejado atrás los senderos pedregosos que habían estado torturando sus ruedas durante la última hora y media. La suerte era que la noche anterior no había llovido. El pasto había tenido tiempo de absorber el agua que habían dejado los chubascos por los caminos así que, en general, el viaje de regreso de Edwin había sido tranquilo.
Llevaba fuera unas semanas, de visita familiar. Él era el encargado de mantener la relación con sus tíos y sus primos, charlaba con ellos con cierta frecuencia, se enteraba de los chismes de otros condados y nutría la red de información que llevaba años tejiendo. El menor de los Sinclair se asomó a la ventana del carruaje para observar cómo se iba formando la silueta de su ciudad en el horizonte. Sonrió al distinguir la arquitectura de las afueras y continuó observando el camino hasta llegar a casa.
— Hola, querido — Edwin se agachó para que su madre pudiera darle un beso en la mejilla —. ¿Cómo te ha ido?
— Bien, madre. Tus hermanas te mandan saludos, y también tus sobrinos. Henry ya es más alto que yo — se irguió para que pudiera imaginarlo —. Danielle se ha prometido con el señor Kensington, sospecho que por un descuido, porque sus vestidos eran demasiado holgadaos, si sabéis a lo que me refiero.
La señora Sinclair chasqueó la lengua, disgustada por el comportamiento de su sobrina, pero complacida por tan jugoso cotilleo.
— Hermano — saludó a Christopher, que también había acudido a su encuentro, y le hizo un gesto al servicio para que le entregase un baúl —. Un regalo.
A su madre le había traído varios vestidos. Para su padre había comprado el mejor tabaco de importación que el dinero podía comprar. A Christopher le había regalado útiles de escritura: papel, pergamino, tintas, plumas, sobres, cintas, lacre, objetos de magnífica factura que podría desperdiciar con sus amadas cuentas.
— ¿Cómo ha ido todo por aquí, pues? — preguntó cuando terminó de contarle a su madre las novedades del otro lado del camino. — ¿Qué me he perdido en mi ausencia?
Llevaba fuera unas semanas, de visita familiar. Él era el encargado de mantener la relación con sus tíos y sus primos, charlaba con ellos con cierta frecuencia, se enteraba de los chismes de otros condados y nutría la red de información que llevaba años tejiendo. El menor de los Sinclair se asomó a la ventana del carruaje para observar cómo se iba formando la silueta de su ciudad en el horizonte. Sonrió al distinguir la arquitectura de las afueras y continuó observando el camino hasta llegar a casa.
— Hola, querido — Edwin se agachó para que su madre pudiera darle un beso en la mejilla —. ¿Cómo te ha ido?
— Bien, madre. Tus hermanas te mandan saludos, y también tus sobrinos. Henry ya es más alto que yo — se irguió para que pudiera imaginarlo —. Danielle se ha prometido con el señor Kensington, sospecho que por un descuido, porque sus vestidos eran demasiado holgadaos, si sabéis a lo que me refiero.
La señora Sinclair chasqueó la lengua, disgustada por el comportamiento de su sobrina, pero complacida por tan jugoso cotilleo.
— Hermano — saludó a Christopher, que también había acudido a su encuentro, y le hizo un gesto al servicio para que le entregase un baúl —. Un regalo.
A su madre le había traído varios vestidos. Para su padre había comprado el mejor tabaco de importación que el dinero podía comprar. A Christopher le había regalado útiles de escritura: papel, pergamino, tintas, plumas, sobres, cintas, lacre, objetos de magnífica factura que podría desperdiciar con sus amadas cuentas.
— ¿Cómo ha ido todo por aquí, pues? — preguntó cuando terminó de contarle a su madre las novedades del otro lado del camino. — ¿Qué me he perdido en mi ausencia?
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Los días pasaban en su anodina monotonía. El cambio quizá era que Christopher cada día era más consciente de que tal era el caso, de que sus días pasaban uno tras otro sin apenas cambios. Era imposible no pensar en aquellos momentos en que hubo algún pequeño cambio en su tranquila rutina. Era imposible no pensar en la sonrisa de Lilibet Fairbanks, en su encuentro en el prado o en cualquier conversación compartida con ella. Incluso en su propia casa encontraba retazos de ella, como en la biblioteca en la que tan animadamente habían conversado o en ese cajón de su cuarto donde ocultaba el retrato que ella le había hecho.
Quizá por eso casi agradeció que Edwin regresara de su viaje. Él solía llenarlo todo de sonido con sus conversaciones con madre o sus risas. En ocasiones lo había encontrado molesto, ahora precisaba de esas distracciones.
Por eso salió a recibirle junto a su madre, escuchando, aún así, con rostro impertérrito las noticias que traía de sus familiares, los cotilleos que no le venían a cuento, como la conducta disoluta de su prima Danielle.
- No debías haberte molestado. -Mencionó al recibir su regalo incluso antes de abrirlo y descubrir un buen cargamento de útiles de escritura.- Gracias, lo usaré bien. -Christopher era el tipo de persona que apreciaba especialmente los regalos útiles, que no se quedarían acumulando polvo en una estantería. Como aquel horroroso faisán disecado que presidía la mesita del rincón y que fue un regalo que envió su tío cuando aún eran niños, un trofeo de caza al parecer... espantoso.
- Tremendamente aburrido, Edwin querido. -Respondió su madre a sus preguntas.- Con las lluvias que nos han asolado, apenas se han celebrado eventos. Aunque sé de buena tinta que los caballeros han comenzado a visitar a algunas de las jovencitas locales a fin de conseguir el beneplácito para poder cortejarlas. -Christopher había hecho lo imposible por mantenerse al margen de ese tipo de asuntos solo por no escuchar que la señorita Fairbanks tenía pretendientes en exceso, como su persona merecía.- Es sabido que la bella señorita Brydges es una de las más ocupadas estos días. -Añadió e incluso el mayor de los Sinclair fue capaz de ver con qué intención.
- Si me disculpáis. -Se levantó antes de que su madre tuviera a bien hacer algún comentario que se refiriese a él de algún modo retorcido- Creo que madre es la más indicada para ponerte al tanto de los asuntos. -Mencionó, la señora Sinclair asintió complacida por el reconocimiento.- Pero deberías venir después al despacho, he guardado tu correspondencia. -Y se había cuidado de que su madre no pusiera los ojos sobre cierto paquete que le habían enviado. Pensaba que Edwin querría mantenerlo en privado de momento.
Quizá por eso casi agradeció que Edwin regresara de su viaje. Él solía llenarlo todo de sonido con sus conversaciones con madre o sus risas. En ocasiones lo había encontrado molesto, ahora precisaba de esas distracciones.
Por eso salió a recibirle junto a su madre, escuchando, aún así, con rostro impertérrito las noticias que traía de sus familiares, los cotilleos que no le venían a cuento, como la conducta disoluta de su prima Danielle.
- No debías haberte molestado. -Mencionó al recibir su regalo incluso antes de abrirlo y descubrir un buen cargamento de útiles de escritura.- Gracias, lo usaré bien. -Christopher era el tipo de persona que apreciaba especialmente los regalos útiles, que no se quedarían acumulando polvo en una estantería. Como aquel horroroso faisán disecado que presidía la mesita del rincón y que fue un regalo que envió su tío cuando aún eran niños, un trofeo de caza al parecer... espantoso.
- Tremendamente aburrido, Edwin querido. -Respondió su madre a sus preguntas.- Con las lluvias que nos han asolado, apenas se han celebrado eventos. Aunque sé de buena tinta que los caballeros han comenzado a visitar a algunas de las jovencitas locales a fin de conseguir el beneplácito para poder cortejarlas. -Christopher había hecho lo imposible por mantenerse al margen de ese tipo de asuntos solo por no escuchar que la señorita Fairbanks tenía pretendientes en exceso, como su persona merecía.- Es sabido que la bella señorita Brydges es una de las más ocupadas estos días. -Añadió e incluso el mayor de los Sinclair fue capaz de ver con qué intención.
- Si me disculpáis. -Se levantó antes de que su madre tuviera a bien hacer algún comentario que se refiriese a él de algún modo retorcido- Creo que madre es la más indicada para ponerte al tanto de los asuntos. -Mencionó, la señora Sinclair asintió complacida por el reconocimiento.- Pero deberías venir después al despacho, he guardado tu correspondencia. -Y se había cuidado de que su madre no pusiera los ojos sobre cierto paquete que le habían enviado. Pensaba que Edwin querría mantenerlo en privado de momento.
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No esperaba grandes festejos por los regalos que había traído, puesto que se daba por sentado que cuando un miembro de la familia se ausentaba durante un tiempo traería algún detalle más o menos caro para compensar los días o semanas que hubiese estado fuera. Sin embargo, Edwin se permitió un momento de complacencia al observar la comedida y agradable sorpresa en el rostro de su hermano: ofrecerle útiles de escritura a cualquier otro caballero o una dama a cortejar habría sido aceptado, mas no apreciado; pero el menor de los Sinclair estaba convencido de que su hermano disfrutaría de los útiles que le había regalado, aunque fuera para desperdiciarlos elaborando libros de cuentas, misivas para socios del negocio familiar y todas aquellas cosas tremendamente aburridas que Edwin aborrecía.
— Estoy seguro de ello, hermano — asintió y volvió su atención hacia su madre.
Edwin no mostró más interés del que le habría despertado una charla sobre el calor en el periodo estival cuando su madre mencionó el inicio del periodo de cortejo. Él ya tenía aquellas cuestiones en mente y no necesitaba ningún recordatorio, de la misma manera que prefería evitar las agudas observaciones de su progenitora al respecto de las damas del condado en la medida de lo posible. El viaje lo había cansado: necesitaba poner en orden sus ideas antes de tener conversaciones como aquella.
Para sorpresa de nadie, su hermano mayor decidió abandonar la sala poco después de que su madre mencionase el nombre de una señorita, preveyendo, quizá, el enésimo sermón sobre las cualidades de todas las jovencitas que había en edad casadera y que nunca habían atraído de ninguna de las maneras la atención del joven Christopher. A Edwin lo asombró, no obstante, que su hermano hubiese tenido el detalle de guardar las comunicaciones que había recibido en su ausencia, dado que lo habitual era que se ocupase de ello el servicio. Le pareció intuir una suerte de advertencia subyacer en sus palabras; lo intrigó descubrir de qué se trataba.
— De acuerdo. Gracias, hermano.
Al cabo de un par de horas de intenso intercambio de información, la señora Sinclair se dio por satisfecha con las novedades que su hijo le había traído del otro lado del país. Tras terminar la última taza de té, que ya había quedado tibio, Edwin se excusó para dejar el salón e ir al despacho. Aunque la idea de retirarse a sus aposentos se le había antojado tentadora, tenía cierta curiosidad.
El despacho, en principio, era una zona común: podía ser usado por cualquiera de los hombres de la familia, mas Edwin tuvo a bien golpear la puerta con los nudillos para avisar de su presencia. Alguna que otra vez, especialmente cuando habían sido adolescentes, los hermanos habían discutido por haber interrumpido las sesudas reflexiones del mayor.
— Bueno — dijo cuando entró, cerrando la puerta tras de sí —. ¿Qué tienes para mí?
— Estoy seguro de ello, hermano — asintió y volvió su atención hacia su madre.
Edwin no mostró más interés del que le habría despertado una charla sobre el calor en el periodo estival cuando su madre mencionó el inicio del periodo de cortejo. Él ya tenía aquellas cuestiones en mente y no necesitaba ningún recordatorio, de la misma manera que prefería evitar las agudas observaciones de su progenitora al respecto de las damas del condado en la medida de lo posible. El viaje lo había cansado: necesitaba poner en orden sus ideas antes de tener conversaciones como aquella.
Para sorpresa de nadie, su hermano mayor decidió abandonar la sala poco después de que su madre mencionase el nombre de una señorita, preveyendo, quizá, el enésimo sermón sobre las cualidades de todas las jovencitas que había en edad casadera y que nunca habían atraído de ninguna de las maneras la atención del joven Christopher. A Edwin lo asombró, no obstante, que su hermano hubiese tenido el detalle de guardar las comunicaciones que había recibido en su ausencia, dado que lo habitual era que se ocupase de ello el servicio. Le pareció intuir una suerte de advertencia subyacer en sus palabras; lo intrigó descubrir de qué se trataba.
— De acuerdo. Gracias, hermano.
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Al cabo de un par de horas de intenso intercambio de información, la señora Sinclair se dio por satisfecha con las novedades que su hijo le había traído del otro lado del país. Tras terminar la última taza de té, que ya había quedado tibio, Edwin se excusó para dejar el salón e ir al despacho. Aunque la idea de retirarse a sus aposentos se le había antojado tentadora, tenía cierta curiosidad.
El despacho, en principio, era una zona común: podía ser usado por cualquiera de los hombres de la familia, mas Edwin tuvo a bien golpear la puerta con los nudillos para avisar de su presencia. Alguna que otra vez, especialmente cuando habían sido adolescentes, los hermanos habían discutido por haber interrumpido las sesudas reflexiones del mayor.
— Bueno — dijo cuando entró, cerrando la puerta tras de sí —. ¿Qué tienes para mí?
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Tras un asentimiento ante el agradecimiento de su hermano, Christopher regresó al despacho. No colocó allí, como era de esperar, el regalo que Edwin había traído consigo, sino que pidió que lo subieran a su habitación. Después de eso, estuvo revisando que las cuentas y fechas de los arrendatarios estuvieran al día.
Terminó bastante rápido, dado que todo parecía correcto, pero aún debía esperar la visita de su hermano, por lo que tomó uno de sus libros y se dedicó a la lectura hasta que el sonido de la puerta le hizo alzar la vista.
Una de sus comisuras se alzó al escuchar la pregunta, dejó el libro de lado e hizo un gesto para que se sentara. Después, abrió uno de los cajones.- Espero que no te moleste que me haya tomado la libertad de guardar yo tu correspondencia. -Era sabido que el mayordomo se encargaba de eso.- Pero creimos que sería inevitable que nuestra madre lo descubriera si no lo ocultábamos. -Expresó, poniendo ante él una moderada cantidad de cartas sobre la que reposaba una que iba acompañada de una sencilla y alargada cajita de madera oscura rodeada por una fina cinta de encaje.
- No me permito juzgarte, Edwin, mas no estoy seguro de cuánto puedes ocultar esto de madre. -Expuso. No conocía el contenido ni de la cajita, ni de la carta que lo acompañaba. Pero si la señorita Brydges se tomaba el atrevimiento de escribirle y enviarle un regalo, era una notoria muestra de interés por la que su madre no tardaría en empezar a planear la boda.
Terminó bastante rápido, dado que todo parecía correcto, pero aún debía esperar la visita de su hermano, por lo que tomó uno de sus libros y se dedicó a la lectura hasta que el sonido de la puerta le hizo alzar la vista.
Una de sus comisuras se alzó al escuchar la pregunta, dejó el libro de lado e hizo un gesto para que se sentara. Después, abrió uno de los cajones.- Espero que no te moleste que me haya tomado la libertad de guardar yo tu correspondencia. -Era sabido que el mayordomo se encargaba de eso.- Pero creimos que sería inevitable que nuestra madre lo descubriera si no lo ocultábamos. -Expresó, poniendo ante él una moderada cantidad de cartas sobre la que reposaba una que iba acompañada de una sencilla y alargada cajita de madera oscura rodeada por una fina cinta de encaje.
- No me permito juzgarte, Edwin, mas no estoy seguro de cuánto puedes ocultar esto de madre. -Expuso. No conocía el contenido ni de la cajita, ni de la carta que lo acompañaba. Pero si la señorita Brydges se tomaba el atrevimiento de escribirle y enviarle un regalo, era una notoria muestra de interés por la que su madre no tardaría en empezar a planear la boda.
Estimado señor Sinclair,
Me tomo el atrevimiento de escribiros para enviar un pequeño presente que os debía. Lamento el tiempo que he tardado en conseguirlo, ya que quizá no recordéis ya que me hicisteis ganar una apuesta hace ya un tiempo. Tal como era mi deseo, esta es vuestra justa recompensa.
Confío en que sea de vuestro agrado y os acompañe en nuestro próximo encuentro, que espero sea pronto.
Un afectuoso saludo,
Margerite Brydges
M
F a n i a h h / L a l a / C y a l a n a
- El mencionado regalo:
Un alfiler para el corbatín con un diseño floral
(pongamos que parece más margarita que en la foto XD)
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Edwin estaba genuinamente intrigado por la actitud de su hermano. Siempre se había caracterizado por lo reservado de su carácter, y a menudo Edwin se preguntaba qué estaba pasando por su cabeza, porque ni siquiera con años de convivencia estaba seguro de poder descifrar sus medidas expresiones con certeza. Era extraño que hubiera solicitado verlo en privado, tanto como el hecho de que hubiese guardado él su correspondencia en lugar de dejar que se encargase de ello el servicio, pero más todavía lo era el hecho de que lo hubiera recibido en su despacho con el amago de una sonrisa.
— ¿”Creímos”? ¿Quiénes? — frunció ligeramente el ceño porque no sabía si se refería a su padre o al mayordomo, y eran escenarios muy distintos.
Levantó las cejas al ver las cartas que Christopher había dejado sobre la mesa. Eran más de las que esperaba. En un primer vistazo pudo distinguir distintos tamaños, envoltorios, colores y caligrafías. Vendrían de distintos remitentes que habrían tratado de llamar su atención a través de gramajes, grabados y sellos de lacre aromáticos y, sin embargo, lo que captó su curiosidad fue la pequeña caja de madera que su hermano le mostró en último lugar. No tenía ni idea de quién se la había enviado, pero su corazón le susurró un nombre, y él supo que no estaba equivocado.
— Déjame ver — le pidió la carta y comenzó a leer. Pensaría después en los comentarios que sin lugar a dudas tendría su madre al respecto. Era una misiva breve, mas cargada de significado: la señorita Brydges había pensado en él durante su ausencia y había tenido a bien enviarle un presente en recuerdo del agradable día que habían pasado en el hipódromo. Abrió la cajita y logró contener la sorpresa, aunque una sonrisa floreció en sus labios de todas maneras —. Vaya — carraspeó, cerró la cajita y recuperó la compostura para dirigirse a su hermano —. Gracias, Christopher. Me has evitado una incómoda conversación con nuestra madre aunque no tenías por qué hacerlo y te lo agradezco de veras. Tendré que llevar más cuidado a partir de ahora.
— ¿”Creímos”? ¿Quiénes? — frunció ligeramente el ceño porque no sabía si se refería a su padre o al mayordomo, y eran escenarios muy distintos.
Levantó las cejas al ver las cartas que Christopher había dejado sobre la mesa. Eran más de las que esperaba. En un primer vistazo pudo distinguir distintos tamaños, envoltorios, colores y caligrafías. Vendrían de distintos remitentes que habrían tratado de llamar su atención a través de gramajes, grabados y sellos de lacre aromáticos y, sin embargo, lo que captó su curiosidad fue la pequeña caja de madera que su hermano le mostró en último lugar. No tenía ni idea de quién se la había enviado, pero su corazón le susurró un nombre, y él supo que no estaba equivocado.
— Déjame ver — le pidió la carta y comenzó a leer. Pensaría después en los comentarios que sin lugar a dudas tendría su madre al respecto. Era una misiva breve, mas cargada de significado: la señorita Brydges había pensado en él durante su ausencia y había tenido a bien enviarle un presente en recuerdo del agradable día que habían pasado en el hipódromo. Abrió la cajita y logró contener la sorpresa, aunque una sonrisa floreció en sus labios de todas maneras —. Vaya — carraspeó, cerró la cajita y recuperó la compostura para dirigirse a su hermano —. Gracias, Christopher. Me has evitado una incómoda conversación con nuestra madre aunque no tenías por qué hacerlo y te lo agradezco de veras. Tendré que llevar más cuidado a partir de ahora.
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Alzó una ceja, intrigado, cuando su hermano pareció querer asegurarse de quiénes estaban al tanto de su correspondencia. Bien era cierto que había considerado digno de ocultar aquel presente a su madre, por decoro y consideración hacia la señorita Brydges, pero no creía que Edwin tuviera mayores secretos.
- El mayordomo y yo, tranquilo. -Aclaró finalmente, esperando que esa fuera la respuesta que deseaba escuchar.- No parecía tan importante como para poner al corriente a nadie más.
Permitió que su hermano revisara la correspondencia, lanzándole aquel consejo cuando llegó a la cajita y la carta que habían iniciado todo. Pero también le dio cierta privacidad para atender sus asuntos, volviendo sus ojos a las páginas que había estado leyendo con anterioridad a su llegada.
- No hay nada que agradecer. -Respondió quitándole importancia.- Pero no me extrañaría que ella misma te sacara el nombre de la señorita Brydges en alguna conversación. Alguna vez ha hablado del interés que has mostrado hacia ella. -Le dejó caer. Su madre no había conseguido que la conversación fluyera con los dos caballeros que habían quedado en su casa tras la marcha de su hijo menor, pero eso no significaba que no lo hubiera intentado.
Pero su madre no había hablado solo de Edwin, claro. El recuerdo hizo que sus ojos se posaran sobre las cartas que su hermano aún no había abierto.- ¿Puedo preguntarte si has recibido alguna de la señorita Fairbanks? -Inquirió, quizá siendo más descuidado de lo que le gustaría.
- El mayordomo y yo, tranquilo. -Aclaró finalmente, esperando que esa fuera la respuesta que deseaba escuchar.- No parecía tan importante como para poner al corriente a nadie más.
Permitió que su hermano revisara la correspondencia, lanzándole aquel consejo cuando llegó a la cajita y la carta que habían iniciado todo. Pero también le dio cierta privacidad para atender sus asuntos, volviendo sus ojos a las páginas que había estado leyendo con anterioridad a su llegada.
- No hay nada que agradecer. -Respondió quitándole importancia.- Pero no me extrañaría que ella misma te sacara el nombre de la señorita Brydges en alguna conversación. Alguna vez ha hablado del interés que has mostrado hacia ella. -Le dejó caer. Su madre no había conseguido que la conversación fluyera con los dos caballeros que habían quedado en su casa tras la marcha de su hijo menor, pero eso no significaba que no lo hubiera intentado.
Pero su madre no había hablado solo de Edwin, claro. El recuerdo hizo que sus ojos se posaran sobre las cartas que su hermano aún no había abierto.- ¿Puedo preguntarte si has recibido alguna de la señorita Fairbanks? -Inquirió, quizá siendo más descuidado de lo que le gustaría.
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Lo cierto era que si la señora Sinclair hubiese llegado a ver u oír algo sobre la correspondencia del menor de sus hijos, la conversación que habrían mantenido al regreso de Edwin habría sido muy distinta a la que habían tenido. No habrían hablado sobre los tejemanejes de la familia que tenían al otro lado del país. Aun así, Edwin se sintió aliviado al oír de la boca de su hermano que nadie más que él habían visto aquel regalo.
— Bien, bien.
Christopher no habría dicho nada por no tener que aguantar a su madre; el mayordomo tenía una obligación contractual de permanecer en silencio, y en cualquiera de los casos el joven Sinclair estaba agradecido por haber ganado algo de tiempo. La observación de su hermano lo hizo ladear una sonrisa. Podría haberlo dejado pasar, pero como a pesar de todo estaba de buen humor, decidió decir algo al respecto.
— Tengo mis trucos — le explicó —. Es tan sencillo como redirigir el interés de madre a otros asuntos menos peliagudos: le hablo de muchas mujeres, pero también de muchos hombres, y le cuento historias lo suficientemente jugosas como para saciar su sed de cotillear. Entiendo que para ti no será sencillo, porque no te interesan esas cosas, pero… así lo hago yo — se encogió de hombros —. Aunque me ha mencionado a la señorita Brydges, claro, también me ha hablado de otras damas en edad casadera, por lo que en ese sentido estoy a salvo. Tanto da la falta como el exceso.
En ese sentido, como en otros tantos, Christopher y Edwin adoptaban posturas diametralmente opuestas: el primero no tenía escándalos del estilo porque no mostraba interés por ninguna mujer; el segundo hablaba con tantas jóvenes que habría sido imposible centrar los rumores en una sola.
La pregunta de Christopher le frunció ligeramente el ceño.
— ¿De Lilibet? Sí. Hemos estado hablando durante mi ausencia. ¿Por qué lo preguntas?
— Bien, bien.
Christopher no habría dicho nada por no tener que aguantar a su madre; el mayordomo tenía una obligación contractual de permanecer en silencio, y en cualquiera de los casos el joven Sinclair estaba agradecido por haber ganado algo de tiempo. La observación de su hermano lo hizo ladear una sonrisa. Podría haberlo dejado pasar, pero como a pesar de todo estaba de buen humor, decidió decir algo al respecto.
— Tengo mis trucos — le explicó —. Es tan sencillo como redirigir el interés de madre a otros asuntos menos peliagudos: le hablo de muchas mujeres, pero también de muchos hombres, y le cuento historias lo suficientemente jugosas como para saciar su sed de cotillear. Entiendo que para ti no será sencillo, porque no te interesan esas cosas, pero… así lo hago yo — se encogió de hombros —. Aunque me ha mencionado a la señorita Brydges, claro, también me ha hablado de otras damas en edad casadera, por lo que en ese sentido estoy a salvo. Tanto da la falta como el exceso.
En ese sentido, como en otros tantos, Christopher y Edwin adoptaban posturas diametralmente opuestas: el primero no tenía escándalos del estilo porque no mostraba interés por ninguna mujer; el segundo hablaba con tantas jóvenes que habría sido imposible centrar los rumores en una sola.
La pregunta de Christopher le frunció ligeramente el ceño.
— ¿De Lilibet? Sí. Hemos estado hablando durante mi ausencia. ¿Por qué lo preguntas?
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Christopher atendió con discreto interés la explicación de su hermano. El modo en que siempre parecía tener ventaja y salir airoso en cuanto a los nada sutiles intentos de su madre se trataba.
Por supuesto, todo se veía favorecido por su carácter extrovertido y sociable, que le permitía tener con qué desviar la atención de cualquiera sin dejar de resultar encantador. Y, por descontado, no había en tal estrategia nada que Christopher pudiera aplicar por sí mismo.
- ¿Y no te parece grosero entablar conversaciones con tantas damas solo para poder eludir los rumores? -Inquirió, no juzgándole con tanta dureza como en otras ocasiones, sino más bien genuinamente intrigado.- Teniendo en cuenta que la mayoría de las jovencitas se encuentran en disposición de estar buscando un esposo... No parece correcto permitir que puedan hacerse ilusiones. -No lo era, por supuesto. Y, desde su punto de vista, que una dama cometiera el atrevimiento de hacerle un regalo a un caballero con el que no estaba unida por ningún lazo, era algo a tener en cuenta.
Pero cómo podía él juzgar las acciones de su hermano cuando debido a su causa podría haberse visto arruinada la reputación de una respetable joven que solo podía merecer su admiración...
Alzó las cejas al saber que Lilibet había seguido manteniendo correspondencia con él durante su ausencia. Por una parte extrañado de que su hermano no hubiera sacado el tema, y al mismo tiempo aliviado por la misma razón. Pero una punzada de desasosiego formándose en su pecho al pensar que la joven no padeciera la misma inquietud que él ante la ruptura de sus conversaciones, dado que no la había comentado con quien él creía que era su amigo más cercano.
Por supuesto, Edwin ahora requería una respuesta.- Hace un tiempo que no coincidimos. -Sabía los días exactos que habían transcurrido desde que se encontraron en la exposición de arte, pero no iba a reconocer tal cosa ante su hermano menor.- Me preguntaba cómo se encontraba y al ser tú un buen amigo de su persona... ¿Está bien, pues? -Inquirió.
Por supuesto, todo se veía favorecido por su carácter extrovertido y sociable, que le permitía tener con qué desviar la atención de cualquiera sin dejar de resultar encantador. Y, por descontado, no había en tal estrategia nada que Christopher pudiera aplicar por sí mismo.
- ¿Y no te parece grosero entablar conversaciones con tantas damas solo para poder eludir los rumores? -Inquirió, no juzgándole con tanta dureza como en otras ocasiones, sino más bien genuinamente intrigado.- Teniendo en cuenta que la mayoría de las jovencitas se encuentran en disposición de estar buscando un esposo... No parece correcto permitir que puedan hacerse ilusiones. -No lo era, por supuesto. Y, desde su punto de vista, que una dama cometiera el atrevimiento de hacerle un regalo a un caballero con el que no estaba unida por ningún lazo, era algo a tener en cuenta.
Pero cómo podía él juzgar las acciones de su hermano cuando debido a su causa podría haberse visto arruinada la reputación de una respetable joven que solo podía merecer su admiración...
Alzó las cejas al saber que Lilibet había seguido manteniendo correspondencia con él durante su ausencia. Por una parte extrañado de que su hermano no hubiera sacado el tema, y al mismo tiempo aliviado por la misma razón. Pero una punzada de desasosiego formándose en su pecho al pensar que la joven no padeciera la misma inquietud que él ante la ruptura de sus conversaciones, dado que no la había comentado con quien él creía que era su amigo más cercano.
Por supuesto, Edwin ahora requería una respuesta.- Hace un tiempo que no coincidimos. -Sabía los días exactos que habían transcurrido desde que se encontraron en la exposición de arte, pero no iba a reconocer tal cosa ante su hermano menor.- Me preguntaba cómo se encontraba y al ser tú un buen amigo de su persona... ¿Está bien, pues? -Inquirió.
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Christopher, por supuesto, no comprendió la explicación que le dio su hermano. A Edwin no lo sorprendió que preguntara, pero sí el hecho de que su curiosidad pareciera auténtica. Chris nunca había mostrado ningún interés en los escarceos amorosos de Edwin, y los idilios del hermano pequeño lo habían separado del hermano mayor desde el práctico inicio de su adolescencia. Decidió tomar aquella pregunta como una oportunidad para charlar.
— No, no me lo parece — le dijo —. No te confundas: no me dedico a ilusionar a damas a las que sé que jamás voy a pretender. Sencillamente hablo con jóvenes que, de casualidad, están en edad casadera. Soy gentil con ellas, les doy buena conversación y son los demás quienes creen que algo así de simple corresponde a una declaración de intenciones. Jamás le he roto el corazón a una mujer de aquella manera.
» No voy a insultar tu inteligencia. He tenido relaciones con varias mujeres, pero siempre consentidas. En el momento en el que no hemos podido continuar con nuestro idilio, le hemos puesto fin con más o menos dramatismo, pero como ves soy un hombre honesto, aunque a nuestra madre le escandalizase enterarse de algo como esto que, por supuesto, si llegase a salir de esta habitación negaría con toda rotundidad haber dicho».
Tomó las cartas y se sentó en el sillón que había dejado libre su hermano. No era su favorito. A Edwin le gustaba mirar a través de la ventana y dejar que sus pensamientos corrieran con libertad mientras se le perdía la vista en el horizonte. Lo dejó estar. En aquel momento le interesaba mucho más escudriñar el gesto de Christopher en busca de alguna certeza.
— Ajá… — apoyó la mejilla en la mano y volvió a levantar una ceja. Lo desconcertaba lo descolocado que parecía Christopher. No comprendía qué estaba haciendo. — Pues sí, está bien. Pensé que la habrías visto en estos días. Me consta que no te irrita especialmente su presencia, como sí lo hace la del resto del mundo.
— No, no me lo parece — le dijo —. No te confundas: no me dedico a ilusionar a damas a las que sé que jamás voy a pretender. Sencillamente hablo con jóvenes que, de casualidad, están en edad casadera. Soy gentil con ellas, les doy buena conversación y son los demás quienes creen que algo así de simple corresponde a una declaración de intenciones. Jamás le he roto el corazón a una mujer de aquella manera.
» No voy a insultar tu inteligencia. He tenido relaciones con varias mujeres, pero siempre consentidas. En el momento en el que no hemos podido continuar con nuestro idilio, le hemos puesto fin con más o menos dramatismo, pero como ves soy un hombre honesto, aunque a nuestra madre le escandalizase enterarse de algo como esto que, por supuesto, si llegase a salir de esta habitación negaría con toda rotundidad haber dicho».
Tomó las cartas y se sentó en el sillón que había dejado libre su hermano. No era su favorito. A Edwin le gustaba mirar a través de la ventana y dejar que sus pensamientos corrieran con libertad mientras se le perdía la vista en el horizonte. Lo dejó estar. En aquel momento le interesaba mucho más escudriñar el gesto de Christopher en busca de alguna certeza.
— Ajá… — apoyó la mejilla en la mano y volvió a levantar una ceja. Lo desconcertaba lo descolocado que parecía Christopher. No comprendía qué estaba haciendo. — Pues sí, está bien. Pensé que la habrías visto en estos días. Me consta que no te irrita especialmente su presencia, como sí lo hace la del resto del mundo.
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Una charla entre caballeros
En la hacienda de los Sinclair
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A pesar de sus caracteres opuesto, Edwin y Christopher habían sido educados como caballeros bajo la tutela de las mismas personas. Por lo que cabía esperar de él que su comportamiento jamás careciera de la caballerosidad que se les atribuía. Especialmente cuando se trataba de jugar con la reputación de cualquier dama.
Por mucho que ahora, por propia experiencia, fuera consciente de que la intencionalidad no siempre importa para poner en peligro un tesoro tan delicado.
- No he querido ofenderte, hermano. -Expuso a modo de disculpa en caso de que sus palabras le hubieran llegado a pensar que le tenía en tan bajo concepto.- Tampoco me corresponde preguntar si la señorita Brydges entra en la categoría de las damas a las que pretendes o no de forma sincera. Pero un regalo puede malinterpretarse con más fuerza que una conversación gentil. -Le recordó, pidiéndole prudencia en cualquier caso, tanto por su parte como por la de la joven, que parecía tener el mismo carácter resuelto que Edwin.
Christopher asintió cuando su hermano resolvió su duda y expuso que Lilibet se encontraba bien. Aunque aún no estaba seguro de cómo se sentía con respecto a que su hermano no supiera lo que había sucedido.
Alzó las cejas al escuchar su forma de definir su relación con la dama.
- No creo que la señorita Fairbanks pudiera irritar a nadie jamás. -Expuso, con ademán defensivo ante sus palabras. Si bien no las negó. Su compañía era mucho más agradable que la de cualquier otra persona.- Pero me temo que no es adecuado que siga disfrutando de su compañía. -Confesó y no pudo reprimir el suspiro que escapó de su pecho al pensar en cómo de miserable se sentía al respecto.- Hace diez días que puse fin a nuestra amistad, a fin de evitar que pudieran propagarse viles rumores sobre su persona. No podría perdonarme perjudicar en modo alguno a una joven que merece todos mis respetos. -Expuso, siendo honesto con lo que pensaba. Había hecho lo honorable, lo que se esperaba de él, lo correcto. Aunque le doliera.
Por mucho que ahora, por propia experiencia, fuera consciente de que la intencionalidad no siempre importa para poner en peligro un tesoro tan delicado.
- No he querido ofenderte, hermano. -Expuso a modo de disculpa en caso de que sus palabras le hubieran llegado a pensar que le tenía en tan bajo concepto.- Tampoco me corresponde preguntar si la señorita Brydges entra en la categoría de las damas a las que pretendes o no de forma sincera. Pero un regalo puede malinterpretarse con más fuerza que una conversación gentil. -Le recordó, pidiéndole prudencia en cualquier caso, tanto por su parte como por la de la joven, que parecía tener el mismo carácter resuelto que Edwin.
Christopher asintió cuando su hermano resolvió su duda y expuso que Lilibet se encontraba bien. Aunque aún no estaba seguro de cómo se sentía con respecto a que su hermano no supiera lo que había sucedido.
Alzó las cejas al escuchar su forma de definir su relación con la dama.
- No creo que la señorita Fairbanks pudiera irritar a nadie jamás. -Expuso, con ademán defensivo ante sus palabras. Si bien no las negó. Su compañía era mucho más agradable que la de cualquier otra persona.- Pero me temo que no es adecuado que siga disfrutando de su compañía. -Confesó y no pudo reprimir el suspiro que escapó de su pecho al pensar en cómo de miserable se sentía al respecto.- Hace diez días que puse fin a nuestra amistad, a fin de evitar que pudieran propagarse viles rumores sobre su persona. No podría perdonarme perjudicar en modo alguno a una joven que merece todos mis respetos. -Expuso, siendo honesto con lo que pensaba. Había hecho lo honorable, lo que se esperaba de él, lo correcto. Aunque le doliera.
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Edwin desechó las preocupaciones de su hermano con un ademán. No era preciso que se disculpara, puesto que no había interpretado sus preguntas como nada más que eso. Sus quejas, en todo caso, estarían dirigidas a las miradas indiscretas que buscaban algo de lo que hablar en la más inocente de las interacciones.
No obstante, Christopher tenía razón. Edwin caminaba en la cada vez más difusa frontera entre lo platónico y lo romántico. Tarde o temprano tendría que decidir de qué lado quería estar. No podría recorrer siempre aquel agreste sendero. Volvió a mirar la cajita que le había regalado la señorita Brydges y suspiró.
— Es toda una declaración de intenciones, ¿verdad? — le dio un toquecito a la caja y se encontró pensando en los atuendos con los que combinaría mejor el pasador.
Era costumbre preguntar por nuevas adquisiciones para iniciar conversaciones. Si alguien veía al joven Sinclair portando el regalo de una dama en edad casadera, no habría especulaciones, sino certezas. Edwin decidió que pensaría en ello más tarde, a solas, cuando se encontrase más tranquilo.
La observación de Chris lo hizo sonreír.
— No, eso es cierto. Lilibet es una joven encantadora — Edwin nunca había tenido reparos en decirlo, mas decidió no añadir nada para no interrumpir a su hermano. Cuando reveló el motivo de sus zozobras, Edwin levantó las cejas. Esperó a que dijese algo más. Al no darse el caso, preguntó —. Vaya. Es una lástima. No me han llegado esos rumores, pero puedo imaginar de qué se trata. Es una verdadera pena. Estoy seguro de que no tienes intenciones deshonestas con Lilibet — de hecho, Edwin creía que su hermano era físicamente incapaz de tenerlas —, pero ya sabes cómo son aquí las cosas. No hace falta más que una chispa para encender una hoguera.
No obstante, Christopher tenía razón. Edwin caminaba en la cada vez más difusa frontera entre lo platónico y lo romántico. Tarde o temprano tendría que decidir de qué lado quería estar. No podría recorrer siempre aquel agreste sendero. Volvió a mirar la cajita que le había regalado la señorita Brydges y suspiró.
— Es toda una declaración de intenciones, ¿verdad? — le dio un toquecito a la caja y se encontró pensando en los atuendos con los que combinaría mejor el pasador.
Era costumbre preguntar por nuevas adquisiciones para iniciar conversaciones. Si alguien veía al joven Sinclair portando el regalo de una dama en edad casadera, no habría especulaciones, sino certezas. Edwin decidió que pensaría en ello más tarde, a solas, cuando se encontrase más tranquilo.
La observación de Chris lo hizo sonreír.
— No, eso es cierto. Lilibet es una joven encantadora — Edwin nunca había tenido reparos en decirlo, mas decidió no añadir nada para no interrumpir a su hermano. Cuando reveló el motivo de sus zozobras, Edwin levantó las cejas. Esperó a que dijese algo más. Al no darse el caso, preguntó —. Vaya. Es una lástima. No me han llegado esos rumores, pero puedo imaginar de qué se trata. Es una verdadera pena. Estoy seguro de que no tienes intenciones deshonestas con Lilibet — de hecho, Edwin creía que su hermano era físicamente incapaz de tenerlas —, pero ya sabes cómo son aquí las cosas. No hace falta más que una chispa para encender una hoguera.
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No pudo sino asentir cuando Edwin dejó ver que comprendía lo que ese regalo podía significar. Incluso aunque la señorita Brydges hubiera tenido las más inocentes intenciones, el resto del mundo vería en ello algo diferente. Lo deformarían de tal modo que se convertiría en algo vulgar y sucio.
Lamentaba poder decirlo por experiencia propia.
Tendría que confiar en la prudencia de Edwin para solventar la situación.
En cuanto a Lilibet... el recuerdo de su última conversación permanecía con él y le pesaba. Era consciente de que seguramente la había decepcionado al no anteponer su amistad creciente a los viles rumores de los demás. Pero si era lo mejor para su persona, debía actuar en consecuencia.
Le sorprendió que Edwin no conociera esos rumores, aunque le agradó saber que no habían ganado tanta importancia. Supuso que al haber cortado de raíz aquel problema había favorecido que las atenciones se desviaran hacia cualquier otro lugar. Un pequeño alivio dentro de la situación. Como que su hermano fuera consciente de que sus intenciones no eran deshonestas.- Por supuesto que no. Jamás haría nada para dañar la reputación de ninguna dama, especialmente de la señorita Fairbanks.
Asintió al escuchar su reflexión sobre lo poco que hacía falta para que los rumores comenzaran.- Y no seré yo quien añada leña a la pira en la que puedan quemar a la dama en cuestión. -Continuó con su simil.- Me alegra que lo entiendas y de que al menos la señorita Fairbanks pueda contar con tu amistad sin que los rumores se desaten. -Porque en su caso había una historia familiar que todo el mundo conocía. Y en recuerdo de la hermana mayor de Lilibet se respetaba que ambos compartieran esa cercanía de la que ahora se descubría sintiendo cierta envidia.
Lamentaba poder decirlo por experiencia propia.
Tendría que confiar en la prudencia de Edwin para solventar la situación.
En cuanto a Lilibet... el recuerdo de su última conversación permanecía con él y le pesaba. Era consciente de que seguramente la había decepcionado al no anteponer su amistad creciente a los viles rumores de los demás. Pero si era lo mejor para su persona, debía actuar en consecuencia.
Le sorprendió que Edwin no conociera esos rumores, aunque le agradó saber que no habían ganado tanta importancia. Supuso que al haber cortado de raíz aquel problema había favorecido que las atenciones se desviaran hacia cualquier otro lugar. Un pequeño alivio dentro de la situación. Como que su hermano fuera consciente de que sus intenciones no eran deshonestas.- Por supuesto que no. Jamás haría nada para dañar la reputación de ninguna dama, especialmente de la señorita Fairbanks.
Asintió al escuchar su reflexión sobre lo poco que hacía falta para que los rumores comenzaran.- Y no seré yo quien añada leña a la pira en la que puedan quemar a la dama en cuestión. -Continuó con su simil.- Me alegra que lo entiendas y de que al menos la señorita Fairbanks pueda contar con tu amistad sin que los rumores se desaten. -Porque en su caso había una historia familiar que todo el mundo conocía. Y en recuerdo de la hermana mayor de Lilibet se respetaba que ambos compartieran esa cercanía de la que ahora se descubría sintiendo cierta envidia.
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Los hermanos Sinclair siempre habían sido muy distintos, incluso desde pequeños, pero no fue hasta que Edwin alcanzó la adolescencia que comenzó a advertir los problemas que le derivarían a su hermano de su crónica incapacidad para la socialización. Cuando los señaló, resultó que Christopher también se había fijado en el completo desinterés de Edwin por las cuentas, los documentos y la gestión de cualquiera de sus propiedades, por sencilla que fuera, y discutieron sobre ello en más ocasiones de las que ninguno de los dos podría contar.
Con los años habían aceptado sus diferencias y evitaban el tema, pero en aquel momento Edwin comprendió que, efectivamente, había tenido razón. La inexperiencia de Christopher le había impedido anticipar lo que ocurriría cuando se acercase a Lilibet y ahora estaba pagando las consecuencias de tantos años ignorando a caso hecho los delicados entresijos de la alta sociedad inglesa. Aunque Edwin podría haberse regocijado por que el tiempo le hubiera dado la razón después de tantos años, se contuvo.
— Ya sé que no, Chris — asintió —. Aunque hablasen sobre mí y sobre Lilibet, no renunciaría a su amistad por nada del mundo. Ni por los chismes, ni por los escándalos, ni por nadie. Valoro más nuestra relación que mi reputación. Siempre lo he hecho — miró por la ventana y chasqueó la lengua —. Qué lástima, de verdad, qué lástima. Estoy seguro de que Lilibet también disfrutaba de tu compañía, pero bueno. Si no puede ser, no puede ser. Son cosas que pasan.
Con los años habían aceptado sus diferencias y evitaban el tema, pero en aquel momento Edwin comprendió que, efectivamente, había tenido razón. La inexperiencia de Christopher le había impedido anticipar lo que ocurriría cuando se acercase a Lilibet y ahora estaba pagando las consecuencias de tantos años ignorando a caso hecho los delicados entresijos de la alta sociedad inglesa. Aunque Edwin podría haberse regocijado por que el tiempo le hubiera dado la razón después de tantos años, se contuvo.
— Ya sé que no, Chris — asintió —. Aunque hablasen sobre mí y sobre Lilibet, no renunciaría a su amistad por nada del mundo. Ni por los chismes, ni por los escándalos, ni por nadie. Valoro más nuestra relación que mi reputación. Siempre lo he hecho — miró por la ventana y chasqueó la lengua —. Qué lástima, de verdad, qué lástima. Estoy seguro de que Lilibet también disfrutaba de tu compañía, pero bueno. Si no puede ser, no puede ser. Son cosas que pasan.
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