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    2 participantes

    Phoenix
    Mahariel
    Phoenix
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    Miér Mayo 15, 2024 6:12 pm
    Una correspondencia ininterrumpida
    Cartas
    Aunque Edwin se había marchado al norte del país, él y Lilibet mantuvieron el contacto. Al fin y al cabo, estaban más que acostumbrados a comunicarse a través de cartas, por lo que no les supuso problema alguno retomar la costumbre de escribirse que habían cultivado durante tantos años. A Lilibet no la avergonzó admitir ante Edwin que lo estaba echando de menos. Lo cierto era que su vida social se veía sustancialmente mermada sin su brillante presencia.

    Lilibet tenía otras amistades, por supuesto, pero ninguna tan íntima como la que tenía con el menor de los Sinclair y, además, se encontraba especialmente triste por el hecho de que Christopher, el mayor de los hermanos, hubiera decidido poner fin a su simpatía debido a los rumores que se extendían por el condado tan rápido como lo haría un incendio por un campo de paja completamente seco. Lilibet decidió no compartir su descontento con Edwin, creyendo que sería del todo inaceptable que hablase de aquellas cuestiones sabiendo que existía la posibilidad de emponzoñar la ya de por sí compleja relación entre dos hermanos, y dado que él era la persona en la que más confiaba, Lilibet terminó por guardarse para sí la tristeza que le había provocado la pérdida de su amistad con Christopher Sinclair.

    Aún no era capaz de comprenderse del todo, debido a que sus emociones variaban impredeciblemente de un día para el otro: a veces sentía pena por haber perdido un vínculo que se remontaba tantos años atrás; a veces estaba furiosa con el señor Sinclair por no haber tenido la valentía de la que hacía gala su hermano menor continuamente al desoír los cuchicheos crueles que corrían por el pueblo; a veces comprendía por qué había decidido poner fin a su relación y pensaba en que, en realidad, era lo mejor para los dos; a veces pensaba en cuál había sido su error para no alcanzar ninguna conclusión. Lo que no había visto venir en ninguno de los escenarios que había imaginado a ese respecto era que un día cualquiera, muchos días después de su visita a la galería de arte, recibiría una carta dirigida a ella que no era de Edwin, sino de Christopher, y cuando la joven sostuvo el sobre entre sus manos, se quedó mirándolo con extrañeza.

    La calidad del sobre, lo pulcro del sellado y la bonita caligrafía que indicaba el destinatario de la misiva bastaron para sorprender a Lilibet. El papel era grueso, pero también suave, y si lo ponía a contraluz podía ver sus fibras. La carta no se la había enviado Edwin, porque habría reconocido su letra en cualquier parte, pero el material se le antojó parecido. Al romper el sobre y leer el primer párrafo, notó Lilibet que su corazón daba un salto para subírsele a la garganta, como si quisiera ver por sí mismo las palabras que había leído. Leyó la misiva en diagonal para evitar alterarse más de lo debido y, después, fue párrafo a párrafo, deteniéndose en prácticamente todas las frases. Un rubor adolescente ascendió a sus mejillas y la hizo agradecer que no hubiera nadie allí para verla, porque se habría sentido sumamente ridícula.

    Pensó en lo que había leído lo que restaba de jornada e incluso después de que hubieran apagado todas las velas de la hacienda cuando llegó la hora de acostarse. Lilibet se encontró desconcertada y, de la misma manera que no había sabido cómo sentirse hasta recibir la carta, sus emociones volvieron a negarse a alcanzar ningún acuerdo. Quería escribirle para decirle que estaba encantada de retomar sus conversaciones, lo cual no sería mentira, y también para fingir indiferencia y pedirle educadamente que guardase su promesa, dado que tanto interés había mostrado en su honra anteriormente, pero también la tentaba la idea de responderle mandándolo al infierno, así como la de no responderle en absoluto para que se desesperase anticipando una carta que nunca recibiría. Al término del tercer día reflexionando al respecto, decidió que no era lo suficientemente mezquina para rechazar de pleno la misiva del señor Sinclair, así que aguardó a que sus padres salieran a ocuparse de sus asuntos para escribirle una respuesta.




    Estimado señor Sinclair,

    No esperaba recibir ninguna comunicación por vuestra parte tras nuestra conversación en la galería de arte. Pese a que el abrupto final de nuestra amistad hirió mi ánimo profundamente, por el aprecio que le tengo a vuestra familia y también hacia usted como individuo, estoy dispuesta a retomar nuestras conversaciones, aunque sea a través de este medio, dado que también a mí me resultaban muy agradables. Acepto sus disculpas y aprecio su iniciativa.

    Con mis mejores deseos hacia usted y hacia su familia,
    Lilibet Fairbanks.

    L. F.

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    Mahariel
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    Dornish Sun
    Timelady
    Dornish Sun
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    Vie Jun 14, 2024 8:19 pm
    Una correspondencia ininterrumpida
    Cartas
    Se arrepintió de enviar aquella carta en cuanto abandonó sus manos y salió de su hogar.
    Había cometido una audacia impropia de él al escribir a la señorita Fairbanks y esperar que le respondiera. Estaba claro que no merecía tal referencia, ni siquiera tenía el derecho de pedir su perdón cuando era consciente de hasta que punto debía haberla decepcionado.
    Sin duda no debería haber hecho caso a Edwin.

    Y aún en el caso de haber seguido con aquel plan... ¿Qué clase de mentecato no hace una copia de una carta de tal importancia?
    Necesitaba estar seguro de haber expuesto sus intenciones con claridad, de no haber fallado en ninguna palabra o expresión que pudiera malinterpretarse. Solo podía confiar en no haber olvidado o una coma o, dios no lo permitiera, cometido una falta de ortografía. ¿Sería su caligradía lo bastante elegante? ¿Facilitaría la lectura para la señorita Fairbanks?

    Estas fueron las ideas que durante tres días y medio cruzaron la mente de Christopher a cada rato. Puede que hubiera momentos donde consiguiera concentrarse lo suficiente para dejarlos a un lado. Pero eran como los asaltadores del camino, sus pensamientos esperaban embozados tras cualquier puerta o esquina para lanzarse sobre él y apresarle.
    Era seguro que el librero se habría sorprendido al no verle aquella mañana en su establecimiento para recoger el ejemplar que esperaba, tanto que lo envió a su casa con una nota para desearle que se recuperase pronto, pues solo la enfermedad podría haber retenido a alguien tan estricto con sus citas.

    Pero no podía tachar aquello de enferemedad. Sería una indecencia asociar tal término a cualquier pensamiento relacionado con la señorita Fairbanks, desde luego. Ella que era todo luz y bondad, su compañía en todo caso resultaría sanadora a quien tuviera el placer de ella.

    Convencido estaba de que jamás volvería a ser él cuando el criado trajo el correo y entre las cartas pudo reconocer una que era de todo punto diferente. Aquella caligrafía delataba una elegancia y belleza de espíritu que solo podía asociar a una persona. Hubo de cerciorarse al menos tres veces de que era su nombre y no el de Edwin el que figuraba en el destinatario.
    A pesar de su deseo de terminar de cuadrar las cuentas que tenía sobre la mesa y de que éstas no eran difíciles, tardó más de una hora en lo que debían haber sido quince minutos a lo sumo, porque sus mente parecía demasiado propensa a redactar la carta de respuesta más que a lo que debía hacer antes de poder escribir...

    Y, sin embargo, cuando se sentó en el escritorio privado de su habitación, se halló en blanco durante otra hora... Pero había decidido que la carta no tardara más de un día en llegar a su destinataria.




    Estimada Señorita Fairbanks,
    No hay palabras con las que pueda agradecer la bondad de su corazón al aceptar mis disculpas, de las que sé que no soy merecedor pues soy consciente de la decepción que he podido causarle. Soy consciente de que a pesar de mis buenas intenciones, provoqué un daño en quien menos deseaba perjudicar. De nuevo, gracias por permitirme continuar con nuestra relación por este medio.

    Sin embargo, le pido disculpas nuevamente, ya que temo haber perdido cualquier rastro de mi, ya de por sí mermada, capacidad para la conversación. Pues ningún tema se me antoja lo suficientemente interesante para usted y no quisiera que estos nuevos coloquios empezaran haciendola sentir algún tedio.
    Quizá pueda pues preguntar si en los últimos días ha podido pasear o quizá si ha incluido alguna nueva pieza de arte en su colección.

    Le ruego dispense mi falta de originalidad, trataré de mejorar en el futuro.

    Con mis mejores deseos,
    Christopher Sinclair

    C. S.

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    Phoenix
    Mahariel
    Phoenix
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    Jue Jul 11, 2024 8:56 pm
    Una correspondencia ininterrumpida
    Cartas
    Lilibet no había quedado del todo satisfecha con el contenido de su misiva. Le pareció que quizá había sido demasiado breve, demasiado formal, demasiado correcta. Si el señor Sinclair le había escrito con la esperanza de retomar las informales charlas de las que habían disfrutado hasta su desaire en la galería de arte, la respuesta de la joven Fairbanks lo decepcionaría, puesto que era completamente inocua y estaba desprovista de cualquier pista que revelase otro significado. De todas formas, pensó ella, era la única respuesta que le podía dar, así que procuró no pensar en ello hasta que recibió una respuesta unos días más tarde.

    El joven Sinclair se mostró agradecido por su consideración a la hora de responderle y reiteró sus disculpas por su comportamiento, lo cual la sorprendió y, por fortuna, para bien. Lilibet volvió a leer la misiva mientras pensaba en cómo responder. Lo cierto es que se había planteado la posibilidad de que el señor Sinclair no volviera a ponerse en contacto con ella. Ahora no sabía cómo lidiar con su contestación. Al cabo de un tiempo prudencial de reflexión, pudo sentarse a escribir una carta que disimularía entre las decenas que enviaba su familia al término de cada semana.




    Estimado señor Sinclair,

    No es menester que os disculpéis de nuevo por lo que ocurrió en la galería de arte. Preferiría que nuestras conversaciones sean sobre cuestiones más agradables. No mencionaré de nuevo aquel desagradable incidente si vos hacéis lo mismo. Espero que estéis de acuerdo con esto.

    Los últimos días los he pasado en casa, practicando con el piano y con las acuarelas. Vuestro hermano me trajo de su último viaje unos papeles de excelente gramaje. Es una lástima que no tenga unos pigmentos dignos de tan excelente materia prima. No obstante, hago lo que puedo con lo que tengo, y me encuentro relativamente satisfecha con los resultados.

    ¿Puedo preguntaros a qué os habéis dedicado últimamente? ¿Asistiréis al evento de caridad que se celebrará en breve?

    Sin otro particular,
    Lilibet Fairbanks.

    L. F.

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    Mahariel
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