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All I want is to fall with you
Inspired — Otros — Assassin's Creed II — 1X1
La familia Auditore se había convertido, bajo el amparo de los Medici, en una de las más importantes y reconocidas de Florencia. Quizá eso fue lo que atrajo a los enemigos del Magnífico contra ellos. O así podría pensar cualquiera que no supiera que el patriarca de la familia pertenecía a la hermandad de los Asesinos y pretendía desvelar un complot templario contra los Medici.
Ahora Ezio ocupa su lugar en la hermandad y busca venganza contra aquellos que planearon la ruina de los suyos.
Mientras tanto, su familia permanece en Monteriggioni bajo el amparo de su tío Mario.
Claudia apenas soporta esta vida, no solo está dolida por la pérdida de su familia, es que ha perdido todo lo que siempre había tenido. La joven que había sido mimada tanto por sus padres como por sus hermanos, ahora se ve sometida a las obligaciones de mantener la administración de una villa empobrecida y alejada de la esfera social que tanto disfrutaba.
Desearía al menos poder ayudar a su hermano en la venganza, más allá de enviarle el dinero necesario para pagar sus facturas.
Pero la vida en la Toscana tiene sus atractivos, aunque ella aún no los ha descubierto. Llegan nuevos habitantes a la villa que sienten curiosidad por la joven florentina. ¿Logrará alguno de ellos conseguir su atención?
Ahora Ezio ocupa su lugar en la hermandad y busca venganza contra aquellos que planearon la ruina de los suyos.
Mientras tanto, su familia permanece en Monteriggioni bajo el amparo de su tío Mario.
Claudia apenas soporta esta vida, no solo está dolida por la pérdida de su familia, es que ha perdido todo lo que siempre había tenido. La joven que había sido mimada tanto por sus padres como por sus hermanos, ahora se ve sometida a las obligaciones de mantener la administración de una villa empobrecida y alejada de la esfera social que tanto disfrutaba.
Desearía al menos poder ayudar a su hermano en la venganza, más allá de enviarle el dinero necesario para pagar sus facturas.
Pero la vida en la Toscana tiene sus atractivos, aunque ella aún no los ha descubierto. Llegan nuevos habitantes a la villa que sienten curiosidad por la joven florentina. ¿Logrará alguno de ellos conseguir su atención?
Adriano Amato Mercenario — Eoin Macken — Mahariel | Claudia Auditore Dama noble — Rose Williams — Timelady |
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CAPÍTULO V
De día — En la mina
Sonrió divertida ante la respuesta que le dio Adriano, mencionando los ejercicios de calentamiento que solían repetir antes de practicar, para que sus músculos no se vieran demasiado afectados y le provocasen dolor más tarde. Aunque a veces ni siqueira así podía evitarlo, pero le gustaba... era un pequeño recordatorio de que había hecho algo nuevo y diferente.
Intentó no distraerse demasiado, contar las veces que hacía tal o cuál cosa la obligaba a estar concentrada en algo diferente a aquella carta y todos los cambios que podía traer a su vida de nuevo. Recordaba detestar aquel lugar, sus nuevas obligaciones, todo lo que la rodeaba, pero ahora que tenía la oportunidad no dejaba de preguntarse si de verdad quería abandonarlo.
Se había vuelto a distraer hasta que encontró la mano frente a ella, aceptó como de costumbre aquella ayuda para poder volver a ponerse de pie. También le gustaba aquella sensación de no necesitar seguir los protocolos sociales con alguien.
Y su pregunta la hizo sonreír de lado.
- Primero me enseñáis algo nuevo y después podemos recordar alguna técnica anterior. -Respondió, como siempre hacía, pidiendo que le enseñara algo nuevo. Tenía que concentrarse en algo y las cosas nuevas siempre exigían mayor atención.
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CAPÍTULO V
De día — En la mina
El hecho de que la señorita Auditore mostrara interés en aprender nuevas técnicas de combate le recordó a la joven con la que había compartido el resto de las lecciones, así que decidió dejar de preocuparse por su señora y comenzó a enseñarle posiciones de defensa que no habían practicado hasta el momento. Lo cierto es que la señorita Auditore estaba aprendiendo deprisa, cosa que no tendría que haber sorprendido a su instructor conociendo su carácter despierto, pero el suyo era un caso excepcional: muy pocas mujeres aprendían a luchar, y menos todavía si eran de alta cuna, dado que entonces tenían a su disposición ejércitos que lo harían en su lugar.
En la mina eso no parecía importar, así que Adriano ignoró aquella idea, de la misma manera en la que su señora estaría ignorando el hecho de que él era un subordinado suyo y aun así estaba dándole órdenes mientras practicaban. Mientras peleaban, el soldado volvió a notar la falta de reflejos de su aprendiz. Aunque había incorporado algunas de las técnicas que habían ensayado a lo largo de su instrucción, estaba más lenta que de costumbre, como si hubiera perdido la audacia que había cultivado clase tras clase.
— No podéis dejar abierto este flanco — le explicó, señalando su costado —. Podría atacaros y haceros perder el equilibrio — trazó con el arma la maniobra de ataque mencionada para que la señorita Auditore pudiera verla —. Tal que así — le dio un golpecito en la cintura y volvió a mirarla —. Probemos otra vez.
Retomaron la clase desde su práctico inicio. Aunque la joven se esforzaba en seguir las indicaciones, con cada repetición sus movimientos se volvían más caóticos y tras un par de equivocaciones, Adriano se detuvo.
— ¿Estáis bien, señora? — se decidió a preguntar. — ¿Hay algo que os preocupe?
En la mina eso no parecía importar, así que Adriano ignoró aquella idea, de la misma manera en la que su señora estaría ignorando el hecho de que él era un subordinado suyo y aun así estaba dándole órdenes mientras practicaban. Mientras peleaban, el soldado volvió a notar la falta de reflejos de su aprendiz. Aunque había incorporado algunas de las técnicas que habían ensayado a lo largo de su instrucción, estaba más lenta que de costumbre, como si hubiera perdido la audacia que había cultivado clase tras clase.
— No podéis dejar abierto este flanco — le explicó, señalando su costado —. Podría atacaros y haceros perder el equilibrio — trazó con el arma la maniobra de ataque mencionada para que la señorita Auditore pudiera verla —. Tal que así — le dio un golpecito en la cintura y volvió a mirarla —. Probemos otra vez.
Retomaron la clase desde su práctico inicio. Aunque la joven se esforzaba en seguir las indicaciones, con cada repetición sus movimientos se volvían más caóticos y tras un par de equivocaciones, Adriano se detuvo.
— ¿Estáis bien, señora? — se decidió a preguntar. — ¿Hay algo que os preocupe?
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CAPÍTULO V
De día — En la mina
Claudia solo quería olvidarse de las cartas, del despacho, de las responsabilidades y obligaciones que la esperaban. Siempre había sido muy consciente de todas ellas, le gustaban incluso, era a lo que quería dedicar su vida, igual que su madre... Pero su madre había perdido el espíritu, su mundo se había vuelto del revés, no quería volver.
Y los entrenamientos le ofrecían eso, una alternativa. Puede que solo fuera temporal, pero era una oportunidad de ser otra persona, de vivir como otra persona, de dejar de ser la Claudia que solo pensaba en bonitos vestidos, fiestas y cumplidos... Ya no podía ser esa joven nunca más.
Pero la cuerda que tiraba de ella hacia la realidad era más fuerte ese día y la distraía, la hacía perder la concentración y cometer errores. Eso no había cambiado, nunca le había gustado cometer errores. Trató de repararlos, volver a estar atenta cuando Adriano llamaba su atención. Imposible.
Respiraba agitadamente cuando él se detuvo y le hizo aquella pregunta. ¿Algo la preocupaba?- ¡No! -Respondió, demasiado rápido, demasiado efusiva, demasiado insincera. Resopló, adoptando una postura de reposo.- Sí... -Reconoció al final.
El problema es que ahora tenía que explicarse.- Ha llegado una carta esta mañana, de Florencia. -Expuso.- Un antiguo amigo de la familia, de mi hermano mayor... está interesado en cortejarme. -Terminó por decir, sin ánimo. Un cortejo no era un compromiso matrimonial, claro, pero incluso de eso debería mostrarse agradecida, después de que su familia hubiera caído en desgracia nadie querría hablar con ellos. Y sin embargo... no quería.
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CAPÍTULO V
De día — En la mina
La señorita Auditore no tenía por qué compartir sus preocupaciones con un siervo y, sin embargo, lo hizo. Quizá fuera porque habría sido imposible ocultar cuán alterada estaba, o quizá porque lo que quiera que fuera que rondaba sus pensamientos ocupaba demasiado espacio en su mente y necesitaba escaparse por sus labios.
Cuando la señorita reveló el motivo de su incomodidad, Adriano tardó un instante en comprender lo que le había dicho, y después se reprendería a sí mismo por haber vacilado: era una joven de buena familia, en perfecta condición física, de rostro amable y perfectos modales y estaba en edad casadera, ¿cómo iba a sorprenderlo que alguien la pretendiera? Lo raro sería la ausencia de hombres dispuestos a proponer matrimonio a una mujer como ella.
— Ah, ya veo — asintió con cierta cautela. Estaba claro que la idea de contraer nupcias con el conocido de su familia no le hacía demasiada gracia. A Adriano no le parecían aquellos los nervios de una mujer anticipando su boda, sino más bien la contrariedad de una joven a la que no entusiasmaba compartir su vida y sus pertenencias con el primero que lo propusiera —. ¿Conocéis a ese amigo? ¿Alguna vez habéis coincidido con él? — En ocasiones, especialmente en los más altos estamentos de la sociedad, se daban matrimonios entre desconocidos con toda naturalidad. — ¿Qué opina de esto vuestro hermano?
Cuando la señorita reveló el motivo de su incomodidad, Adriano tardó un instante en comprender lo que le había dicho, y después se reprendería a sí mismo por haber vacilado: era una joven de buena familia, en perfecta condición física, de rostro amable y perfectos modales y estaba en edad casadera, ¿cómo iba a sorprenderlo que alguien la pretendiera? Lo raro sería la ausencia de hombres dispuestos a proponer matrimonio a una mujer como ella.
— Ah, ya veo — asintió con cierta cautela. Estaba claro que la idea de contraer nupcias con el conocido de su familia no le hacía demasiada gracia. A Adriano no le parecían aquellos los nervios de una mujer anticipando su boda, sino más bien la contrariedad de una joven a la que no entusiasmaba compartir su vida y sus pertenencias con el primero que lo propusiera —. ¿Conocéis a ese amigo? ¿Alguna vez habéis coincidido con él? — En ocasiones, especialmente en los más altos estamentos de la sociedad, se daban matrimonios entre desconocidos con toda naturalidad. — ¿Qué opina de esto vuestro hermano?
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CAPÍTULO V
De día — En la mina
La muchacha empezó a caminar, no por nervios, sino más bien porque no quería ver la expresión que pusiera Adriano. Estaba segura de que solo estaría de acuerdo en que era una buena oportunidad, que no debía dejarlo pasar sin más, que al menos se preocupara de conozcer al caballero...
Pero se dio cuenta, por sus preguntas, que solo estaba anticipándose, que él no era parte de ese mundo al que no estaba segura de querer regresar. No debía esperar de él esa misma insistencia.
Pensó un instante en su primera pregunta.- Sé que coincidimos en algún momento, pero no puedo decir que recuerde haber hablado con él más de dos palabras. -Sinceramente, los amigos de sus hermanos no estaban interesados en ella en ese momento y ella tenía la cabeza en el estúpido de Duccio hasta poco antes de que su vida diera un vuelco.
Frunció el ceño ante su otra pregunta.- ¿Ezio, opinar? Demasiado ocupado en Venecia, Milán o donde quiera que esté ahora mismo como para pensar en esto. -Espetó con brusquedad y enfadada, se sentía un poco abandonada por su hermano allí, porque rara vez le veía y cuando regresaba era para encerrarse con su tío en su estudio. No era ya el mismo muchacho florentino al que ella adoraba.
Pero bajó los hombros y suspiró.- Lo lamento, no tenéis que soportar mi enfado. -Le dijo, algo arrepentida por sus arrebatos.- De todos modos, no era amigo suyo. Era amigo de Federico, nuestro hermano más mayor... -Le contó sin poder evitar la pena tiñendo su voz al pensar en él, siempre alegre, aventurero, demasiado aguerrido como para dedicarse a la banca.
Le dio la espalda y dio un par de pasos más, serenándose.- Sé que debería estar agradecida de que alguien como él se interese por mí, incluso después de cómo se manchó el nombre de nuestra familia. -Aunque Ezio y Lorenzo de Medici se hubieran encargado de limpiarlo, la imagen de su padre y sus hermanos en la horca no debería haber desaparecido de la mente de los florentinos.- Sería mi oportunidad de regresar a Florencia, a lo que era antes... -Se estaba abrazando a sí misma más que cruzándose de brazos mientras hablaba.
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CAPÍTULO V
De día — En la mina
Tal y como había supuesto, los pretendientes de la señorita Auditore eran perfectos desconocidos, y ella no parecía particularmente entusiasmada por conocer a ninguno de ellos. Adriano no podía culparla. A él la idea de contraer matrimonio con una mujer a la que no conociera de absolutamente nada le producía urticaria. No es que fuera un romántico empedernido, pero saber con quién iba a compartir su vida antes de su boda le parecía un mínimo más que aceptable teniendo en cuenta las historias de terror que había oído sobre cómo habían pasado ciertos cónyuges sus noches de bodas.
A Adriano no le sorprendió el disgusto de su señora, pero sí su vehemencia. Jamás la había visto salirse de la educada diplomacia que le había dado su posición aristocrática. No era propio de ella, ni de ninguna mujer, expresar su malestar de una manera tan explícita. La señorita Auditore pareció darse cuenta de ello por sí misma, porque se disculpó inmediatamente después con Adriano, aunque no tendría por qué haber tenido tal cortesía con un subordinado. Él no dijo nada y ella continuó hablando. Cuando se interrumpió, Adriano se atrevió a intervenir.
— No sabía que vuestra familia había tenido problemas — le dijo con cautela. Le pareció que había algo que la joven no le estaba contando, así que insistió —. ¿Pero?
A Adriano no le sorprendió el disgusto de su señora, pero sí su vehemencia. Jamás la había visto salirse de la educada diplomacia que le había dado su posición aristocrática. No era propio de ella, ni de ninguna mujer, expresar su malestar de una manera tan explícita. La señorita Auditore pareció darse cuenta de ello por sí misma, porque se disculpó inmediatamente después con Adriano, aunque no tendría por qué haber tenido tal cortesía con un subordinado. Él no dijo nada y ella continuó hablando. Cuando se interrumpió, Adriano se atrevió a intervenir.
— No sabía que vuestra familia había tenido problemas — le dijo con cautela. Le pareció que había algo que la joven no le estaba contando, así que insistió —. ¿Pero?
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CAPÍTULO V
De día — En la mina
Claudia por un momento se dio cuenta de su propio egocentrismo cuando Adriano dijo que no sabía lo que había sucedido con su familia. Y tenía todo el sentido, porque él no era florentino, porque no había llegado a su vida hasta varios meses después, porque nunca había preguntado ni la había mirado con pena...
- Pero no sé si quiero volver a ser esa persona. -Concluyó la frase, tal como él le pedía.- No sé si quiero volver a esa sociedad, a esas personas que nos dieron la espalda. A tener que mirar por encima de mi hombro a cada rato pensando en que habrá una nueva conspiración y volveré a perderlo todo. -Las emociones empezaron a inundarla y se acercó hasta una piedra para sentarse y respirar hondo.
- Mi padre era un banquero importante de Florencia, muy cercano a Il Magnifico. -Empezó a contarle.- Le acusaron de traicionar a la ciudad, acusaron a toda mi familia. Los guardias asaltaron nuestra casa y se llevaron a padre, a Federico y a Petruccio, que solo tenía trece años. -Apretaba sus manos, mientras le contaba aquello.- Mi madre dejó de hablar ese día, perdió toda la luz. -Le explicó, porque el estado de su madre sí lo había visto y cómo ella seguía recogiendo plumas como Petruccio, como si eso pudiera traerle algo de felicidad.- Ezio no había estado en ese momento, pero nos consiguió un refugio con unos amigos y trató de aclarar la situación. Pero llegó tarde. -Su voz se ahogó un instante y tuvo que suspirar.- Los tres fueron ejecutados y juzgados al día siguiente, antes de que Lorenzo de Medici pudiera regresar a la ciudad o interceder por ellos. Todo era una conspiración, pero nadie habló en su favor. -Recordaba el modo en que Ezio había vuelto a ellas, cómo ella había preguntado ingenuamente dónde estaban los demás... hasta que la realidad la golpeó como un mazo.- Por eso vinimos aquí, con tio Mario... era el único que podía protegernos.
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CAPÍTULO V
De día — En la mina
Cuando la señorita Auditore empezó a hablar, Adriano se limitó a escucharla. Ya había oído historias sobre la aristocracia: sabía que algunos nobles eran profundamente desgraciados encorsetados como estaban en un papel que no se alineaba con sus verdaderos deseos, y a veces sentía lástima por ellos. Los veía prisioneros de sus apellidos, de su honra, del deber. Algunos tenían más dinero del que jamás podrían gastar y sin embargo eso no les servía de nada cuando querían perseguir sus verdaderas pasiones: no podrían vivir como quisieran y su existencia siempre estaría condicionada por una serie de factores que escapaban a su control.
En el caso de los Auditore, los rumores se habían unido a la mala fortuna. La familia había caído en desgracia. Los fantasmas de los muertos perseguirían a los vivos. Los Auditore tendrían que reconstruir todo cuanto les habían arrebatado.
Adriano miró a su señora y se sintió profundamente conmovido. De pronto, comprendió por qué siempre la veía con el ceño ligeramente fruncido, por qué la encontraba trabajando en el despacho a altas horas de la noche, por qué cuando veía a su madre se veía algo ausente, por qué parecía que perdía los nervios cuando venían de visita sus familiares, por qué quería llevar ella misma los asuntos de la villa, por qué vacilaba al hablar sobre un posible matrimonio, por qué estaba allí con él aprendiendo a defenderse.
— ¿Es por eso por lo que queréis aprender a luchar? ¿Por si os veis en una situación parecida, para poder defenderos? — se le hizo un nudo en el estómago al volver a imaginarla en esas circunstancias.
El aire en las minas se volvió denso, cargado con el peso de la historia que la joven Auditore le había contado. Aún quedaban preguntas por responder. En un arranque de valentía, Adriano decidió hablar.
— No tenéis por qué casaros todavía.
En el caso de los Auditore, los rumores se habían unido a la mala fortuna. La familia había caído en desgracia. Los fantasmas de los muertos perseguirían a los vivos. Los Auditore tendrían que reconstruir todo cuanto les habían arrebatado.
Adriano miró a su señora y se sintió profundamente conmovido. De pronto, comprendió por qué siempre la veía con el ceño ligeramente fruncido, por qué la encontraba trabajando en el despacho a altas horas de la noche, por qué cuando veía a su madre se veía algo ausente, por qué parecía que perdía los nervios cuando venían de visita sus familiares, por qué quería llevar ella misma los asuntos de la villa, por qué vacilaba al hablar sobre un posible matrimonio, por qué estaba allí con él aprendiendo a defenderse.
— ¿Es por eso por lo que queréis aprender a luchar? ¿Por si os veis en una situación parecida, para poder defenderos? — se le hizo un nudo en el estómago al volver a imaginarla en esas circunstancias.
El aire en las minas se volvió denso, cargado con el peso de la historia que la joven Auditore le había contado. Aún quedaban preguntas por responder. En un arranque de valentía, Adriano decidió hablar.
— No tenéis por qué casaros todavía.
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CAPÍTULO V
De día — En la mina
Aquella había sido la primera vez que Claudia había relatado su historia en voz alta. Siempre la había escuchado en labios de otros y eso la hacía sentir como si solo fuera un recuerdo, un mal sueño o un horrible cuento. Pero ser ella quien lo narrara lo volvía demasiado real.
Mantuvo la mirada baja para no ver la compasión o la pena en los ojos de Adriano, no soportaba que los demás la mirasen de ese modo.
Pero alzó la vista al escuchar la pregunta que le hizo. La comprensión que vio en él. Asintió.- Sí, no quiero depender solo de que los demás me protejan. -Estar indefensa y no poder hacer nada para impedir que otros tomaran su vida y la destrozaran.- Además, nada ha terminado todavía. -Suspiró. Ezio seguía investigando lo que había sucedido, eliminando a todos los conspiradores. No dudaba que en algún momento alguien querría tomar represalias y que quizá les salpicara a ellos allí.
Miró a Adriano cuando dijo que no tenía que casarse todavía y asintió con los labios apretados en una fina línea.- Gracias. -Por opinar como ella. Se pasó una mano por el cuello.- Pero algún día tendré que hacerlo de todos modos. -Ese era su destino, por haber nacido mujer.
Se levantó de nuevo.- Lamento haber echado a perder nuestro entrenamiento... -Lo cierto es que no le apetecía retomarlo ahora.- ¿Podemos dar un paseo a caballo? ¿Una carrera? -Propuso, tratando de animarse. El ejercicio le haría bien, de todos modos.
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CAPÍTULO V
De día — En la mina
Aunque Adriano no necesitaba que la señorita Auditore dijera nada, asintió cuando le confirmó cuál había sido la razón por la cual se había interesado en aquellas lecciones de defensa personal. Cualquier habría dicho que una mujer de su posición no las necesitaría, y en teoría quizá era así, puesto que ningún caballero debería ponerle una mano encima a una dama, pero tanto él como ella habían descubierto por sus propios medios que la realidad podía depararles alguna sorpresa.
— Mis hombres os defenderán — respondió a su observación con un destello en la mirada —. Aunque eso ya lo sabíais, claro.
Adriano restó importancia a las preocupaciones de su señora con un gesto.
— No importa — le dijo —. Hoy hemos hecho lo que hemos podido. Mañana será otro día.
Estaba dispuesto a acompañarla de vuelta a la hacienda y retomar sus quehaceres cuando la señorita Auditore lo sorprendió con una propuesta.
— El paseo a caballo suena bien — no aceptó la carrera, pero tampoco la rechazó, dejando abierta la puerta a la posibilidad de competir. Recogió los útiles de entrenamiento, que tampoco habían tenido tiempo de desperdigar, y señaló la salida de las minas —. Mi señora.
— Mis hombres os defenderán — respondió a su observación con un destello en la mirada —. Aunque eso ya lo sabíais, claro.
Adriano restó importancia a las preocupaciones de su señora con un gesto.
— No importa — le dijo —. Hoy hemos hecho lo que hemos podido. Mañana será otro día.
Estaba dispuesto a acompañarla de vuelta a la hacienda y retomar sus quehaceres cuando la señorita Auditore lo sorprendió con una propuesta.
— El paseo a caballo suena bien — no aceptó la carrera, pero tampoco la rechazó, dejando abierta la puerta a la posibilidad de competir. Recogió los útiles de entrenamiento, que tampoco habían tenido tiempo de desperdigar, y señaló la salida de las minas —. Mi señora.
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De día — En la mina
Claudia le dedicó al hombre una sonrisa leve al escucharle decir que ellos la defenderían, aunque ya lo supiera. Quería pensar que por su parte no lo decía solo porque era su trabajo. Pero su padre había tenido guardias, su hermano había sido fuerte y peleaba constantemente... ninguno de ellos había podido liberarse de quienes los capturaron y protegerlas. Porque el mayor mal no lo habían hecho las armas, sino la conspiración, la traición...
Pero no quería seguir pensando en ello. Necesitaba despejarse.
Adriano estuvo de acuerdo en dar un paseo con los caballos. Así que cuando estuvieron preparados se alejaron de la fortaleza hacia los campos aledaños. Claudia trató de respirar hondo, de dejar todas sus preocupaciones dentro de las murallas de Monteriggioni.
Miró un momento a Adriano y después al frente antes de espolear al caballo para que pasara al trote y fuera acelerando su marcha hasta galopar por esos campos despejados y abiertos. Por unos minutos, tan solo unos minutos, podía sentirse libre y olvidarlo todo. Sentir que era otra persona, con otras opciones.
Se detuvo cuando llegó a la cima de la colina. Su corazón estaba acelerado y sus mejillas sonrojadas. Empezó a reír al ver la cara de Adriano al llegar. La risa que le era tan esquiva.- Si siguieramos en esa dirección llegaríamos al mar. -Recordó que se lo había dicho cuando se conocieron, que si era algo que extrañaba podía ir hasta Livorno.- Algún día... -Suspiró, se daba cuenta de que no podía afirmar que fuera a hacerlo, no podía obligarle.- ¿Podríamos ir? -Fue una petición originada por el arrebato de aquel momento, por esa sensación de libertad y de falta de responsabilidades. Una vocecita en su cabeza le decía que no podía alejarse tanto, que no debía hacerlo. Pero podía permitirse pensar que era posible, aunque nunca sucediera.
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CAPÍTULO V
De día — En la mina
Dejaron atrás la mina y montaron sus caballos no para volver a la villa, sino para alejarse de ella todo cuanto pudieran. Apenas hablaron durante el camino. La señorita Auditore espoleó a su caballo para que trotase por las colinas, sin importarle que hubiera un sendero que seguir o no, y Adriano la siguió. Lo preocupó la velocidad con la que su señora perseguía el horizonte, porque la sola idea de que la joven Auditore desapareciera de su vista bastaba para que se le pusiera el corazón en el gaznate, así que instó a su caballo para que fuera más deprisa y escaló tras ella un montículo desde el cual se veían los caminos reales, el bosque que los rodeaba y muy a lo lejos, pequeña como una casa de muñecas, la villa.
— Ah, ¿sí? — le preguntó Adriano, tratando de recuperar el aliento. La señorita Auditore se rio, mostrándole todos los dientes, y por algún motivo él notó que se le escapaba el aire de los pulmones y se le encogía el corazón a pesar de que hubieran detenido la carrera que los había llevado hasta allí.
Adriano reconoció en la mirada de la señorita Auditore su melancolía. La alegría que había mostrado corriendo por las colinas montada a caballo había desaparecido. La seriedad de la que siempre hacía gala le empañó la vista, volvió a retraerse sobre sí misma, recuperó la compostura y con ella las preocupaciones que la esperaban en la villa.
— ¿Y por qué no vamos ahora? — le propuso. — Podemos ir cuando queráis, siempre y cuando me dejéis acompañaros para asegurarme de que no os ocurre nada mientras visitáis la costa. Ahora es un momento tan bueno como cualquier otro, pero si lo preferís… Podemos ir otro día, claro. Hace mucho que no veo el mar tampoco yo.
— Ah, ¿sí? — le preguntó Adriano, tratando de recuperar el aliento. La señorita Auditore se rio, mostrándole todos los dientes, y por algún motivo él notó que se le escapaba el aire de los pulmones y se le encogía el corazón a pesar de que hubieran detenido la carrera que los había llevado hasta allí.
Adriano reconoció en la mirada de la señorita Auditore su melancolía. La alegría que había mostrado corriendo por las colinas montada a caballo había desaparecido. La seriedad de la que siempre hacía gala le empañó la vista, volvió a retraerse sobre sí misma, recuperó la compostura y con ella las preocupaciones que la esperaban en la villa.
— ¿Y por qué no vamos ahora? — le propuso. — Podemos ir cuando queráis, siempre y cuando me dejéis acompañaros para asegurarme de que no os ocurre nada mientras visitáis la costa. Ahora es un momento tan bueno como cualquier otro, pero si lo preferís… Podemos ir otro día, claro. Hace mucho que no veo el mar tampoco yo.
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CAPÍTULO V
De día — En la mina
Había peligro en dejarse llevar. En olvidar durante un instante tan solo quién era ella y cuál era su vida. El peligro de que cuando regresara a su realidad, cayera sobre ella con el doble de su peso. Casi lo que había sucedido cuando había pensado en alejarse demasiado. Monteriggioni era ahora el lugar donde debía estar. Su jaula.
Por eso se sorprendió cuanado Adriano preguntó por qué no ir en ese momento. La tristeza colándose en su mirada solo de pensar en cuánto le gustaría poder hacer algo así. Por simple que fuera.
Negó con la cabeza cuando él terminó, aunque agradecía su disposición a acompañarla.- Quizá otro día. -Respondió, no queriendo pronunciar la palabra "nunca".
Su caballo empezó a caminar, de regreso, lentamente.- Pero no podría marcharme ahora. No sin prepararlo todo. -Empezó a justificarse, a pesar de que él no le había pedido tal cosa. Quizá solo se estaba poniendo barreras a sí misma.- Aunque lo parezca, Livorno no está a menos de media jornada de camino. Tendríamos que permanecer allí durante al menos una noche... No puedo dejar a mi madre tanto tiempo sola. -Su madre que no hablaba y apenas la conocía. Que solo pensaba en su hermano pequeño y en la familia que había perdido y se había cerrado tanto en sí misma que era imposible acceder a su mundo.
- Mas podríais ir vos, con algunos hombres, si así lo queréis. Sé que lo dejaríais todo organizado para nuestra protección. -Podía darle esa oportunidad. Él no tenía por qué estar atado a ese lugar. Él podía gozar de más libertad.
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CAPÍTULO V
De día — En la mina
La señorita Auditore rechazó el ofrecimiento de Adriano y él trató de disimular su decepción. Comprendía que su señora tuviera obligaciones que le impidieran desaparecer un día entero sin dar ninguna explicación, pero lo apenaba haberla visto observar el horizonte con tamaña añoranza y no poder hacer nada para aliviar la tristeza que afligía a la señorita Auditore.
— Quizá otro día — convino Adriano con cautela.
Ella le propuso que fuera a Livorno por su cuenta y él sacudió la cabeza. No se le había perdido nada en la costa. Sería un viaje agradable, desde luego, y un lugar hermoso en el que pasar el día, pero también Adriano tenía obligaciones ineludibles que no pensaba descuidar, ni aunque tuviera el permiso de su señora para hacerlo.
— Vuestro hermano me mataría si supiera que he dejado la hacienda sin otra justificación que la de ver el mar — respondió —. No me sentiría tampoco a gusto yo dejándoos sola, por más que confíe en mis hombres, así que no os preocupéis. Quizá otro día, como vos decís, tengamos la oportunidad de visitar Livorno — miró a la señorita Auditore y le dedicó una sonrisa —. ¿Queréis regresar a la hacienda?
Aún no era tarde y, si no podía ir a Livorno, al menos podía retrasar su vuelta a sus obligaciones un rato más.
— Quizá otro día — convino Adriano con cautela.
Ella le propuso que fuera a Livorno por su cuenta y él sacudió la cabeza. No se le había perdido nada en la costa. Sería un viaje agradable, desde luego, y un lugar hermoso en el que pasar el día, pero también Adriano tenía obligaciones ineludibles que no pensaba descuidar, ni aunque tuviera el permiso de su señora para hacerlo.
— Vuestro hermano me mataría si supiera que he dejado la hacienda sin otra justificación que la de ver el mar — respondió —. No me sentiría tampoco a gusto yo dejándoos sola, por más que confíe en mis hombres, así que no os preocupéis. Quizá otro día, como vos decís, tengamos la oportunidad de visitar Livorno — miró a la señorita Auditore y le dedicó una sonrisa —. ¿Queréis regresar a la hacienda?
Aún no era tarde y, si no podía ir a Livorno, al menos podía retrasar su vuelta a sus obligaciones un rato más.
₊˚⊹ 27·03·2023 ⊹˚₊
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CAPÍTULO V
De día — En la mina
Cuando había propuesto a Adriano que fuera él quien visitara la ciudad costera, no le había mirado. No quería que viera lo mucho que deseaba poder hacerlo. Pero se giró al percibir el movimiento con el que negaba con la cabeza.
Iba a decir que no tenía que temer a Ezio, no se enteraría. Y si alguno de los hombres de su familia se atrevía a decir algo, ella misma se encargaría de dejarles claro que no podían abandonarla allí y luego quitarle la autoridad de dejar que un par de hombres descansaran libremente y disfrutaran de su tiempo como quisieran.
Pero Adriano no se preocupaba solo por el qué dirían ellos, sino por ella. No quería dejarla sola. Quería estar pendiente de su seguridad personalmente. Algo que agradecía y que la hacía sentir más cercana a ese hombre a quien mostró una sonrisa leve.- Otro día entonces. -Quizá fuera posible. Si insistía lo suficiente.
Antes, con su padre, se le daba bien conseguir todo lo que deseara a base de insistir. Pero eso era antes.
Ante su pregunta, miró de nuevo hacia la villa y respiró hondo. Desear regresar ya y tener que hacerlo eran dos cosas diferentes. Se mordió el labio, intentando decidir.- ¿Vos y vuestros hombres habéis podido recorrer los alrededores? -Preguntó entonces, con curiosidad.- El arquitecto me habló de unas ruinas romanas, pero no sé dónde se encuentran. -Quizá ellos las hubieran visto en sus reconocimientos.
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