El sol brillaba con más intensidad sobre el cielo cerúleo, se derramaba sobre el verdor del césped, colmaba de oro las hojas de los árboles que Benedict Bridgerton veía desde su ventana. Su encuentro con la señorita Stanhope lo había llenado de expectativas, había hecho florecer la admiración que sentía por las obras de su hermano, le había dado algo que anticipar.

Esperaba con impaciencia noticias de su nueva socia comercial, aprendió a identificar sus cartas solo por el sobre que las contenían. Mantuvo con ella una correspondencia fluida, le agradaba recibir sus noticias. Al cabo de unas semanas, Benedict mencionó en sus misivas un evento al que acudirían los grandes señores del condado, aquellos con fortunas tan gruesas que jamás podrían gastar, y para su sorpresa supo que la señorita Stanhope también estaría allí, supuso él, para tratar de cerrar alguna alianza comercial.

A la llegada del día, previamente marcado en su calendario, se colocó uno de sus más formales atuendos y pasó el viaje en carruaje oteando el horizonte a través de la ventana. El camino se le hizo algo más largo de lo que habría esperado. Cuando alcanzaron su destino, Benedict bajó presto del carruaje, hizo los saludos protocolarios correspondientes y se aseguró de ser absolutamente encantador con todos los asistentes al evento, aunque su mirada buscaba una y otra vez a su compañera de negocios entre la abrumadora mayoría masculina que llenaba las estancias.

— ¿Necesita usted algo, señor Bridgerton? — inquirió uno de los caballeros que lo habían atrapado en una conversación.

— Oh, no, tan solo me encuentro ligeramente acalorado —. La mentira era uno de sus muchos talentos y el que más le servía de todos ellos —. Si me disculpan, voy a buscar un refrigerio. Regresaré enseguida.

Zenobia había empezado a trabajar con diligencia en el encargo que el señor Bridgerton había hecho. Lo cuál había influido en su ausencia a algunos de los eventos menores realizados por todos esos aristócratas entre los que tenía que moverse para subsistir. Pero ahora que tenía un mecenas, podía liberarse de algunos de esos compromisos sin que su economía se viera gravemente afectada.

La poca necesidad de socialización se veía colmada gracias a los dos criados a los que mantenía y, sobre todo, a las cartas con el caballero, donde le hablaba de los progresos que se estaban haciendo y solventaba cualquier duda. El joven Benedict era una persona cautivadora, tenía que admitirlo, capaz de aportar cierta luz a cualquier evento o comentario. Resultaba tan agradable en sus cartas como en persona y cuando deslizó aquella información sobre el siguiente evento, Zenobia supuso que no le haría ningún daño asistir y quizá conseguir más encargos.

Así que se puso uno de sus trajes claros, un color que casi nunca utilizaba el crema, dado que tenía entendido que el evento se realizaría en parte en los jardines. Y el calor empezaba a resultar asfixiante en aquella época. Así que parecía el mejor atuendo para subsistir sin llamar en demasía la atención.

Se la recibió de buena gana, gracias a la fama que se había labrado, y empezó a mezclarse con la gente. Lady Dansbury la llamó para decirle que se alegraba de que hubiera encontrado un patrón en el joven Bridgerton, cómo se había enterado aquella mujer no era precisamente un misterio. Seguramente ya lo sabría media ciudad, aunque sospechaba que a ella no le pasaba desapercibido absolutamente nada.

Estuvo contemplando por un momento la decoración del interior, antes de decidirse a salir fuera. No es que esperase que el señor Bridgerton le dedicase todo su tiempo cuando a bien seguro tenía asuntos que atender, pero al menos deseaba saludarle. Parecía lo mínimo que marcaba la educación. Si bien no lo encontraba. En los jardines había menos gente, pero el escenario era más hermoso, naturaleza salpicada de elegantes esculturas que imitaban a las de la antigüedad, en un blanco impoluto.

Un criado pasó con una bandeja que llevaba varias copas de refrescante limonada, le detuvo para coger una y aprovechó el momento para preguntar.- ¿Ha visto al señor Benedict Bridgerton? -Para su mala suerte, no había sido así, pero le indicó que si le distinguía, se aseguraría de que supiera de que le buscaban. Zenobia rodó los ojos ante la mirada cómplice que el criado pretendía compartir con ella, como si sus intenciones fueran más allá de lo correcto.

Aquella excusa era tan buena como cualquier otra para apartarse de las intrascendentes conversaciones que lo distraían de su objetivo, que no era otro que encontrarse con la señorita Stanhope para charlar sobre los negocios que se traían con su hermano. Benedict trató de localizar a la mujer entre el gentío, mas tuvo el infortunio o tal vez la suerte de encontrar en primer lugar a uno de los criados que se paseaban por el lugar portando bandejas con bebidas para el refresco de los asistentes.

— ¿Es usted el señor Bridgerton? — Benedict asintió tras escoger el vaso más lleno de limonada. — Una dama lo estaba buscando.

— ¿Una dama? — inquirió, alzando las cejas. — ¿De porte elegante y cabellos cobrizos, quizá? — El criado asintió y él sonrió. — ¿Sería usted tan amable de indicarme dónde podría encontrarla?

No precisó instrucciones precisas para lanzarse a la aventura. Se abrió paso entre los asistentes a la fiesta sin derramar una sola gota de su bebida. Tuvo el suficiente cuidado de esquivar aquellas amistades de su familia que podían demorarlo en su búsqueda y, al fin, encontró a Zenobia Stanhope.

— Señorita Stanhope, me alegra veros aquí — la saludó alzando su copa —. ¿Estáis disfrutando del evento?

Tras el encuentro con aquel criado, decidió confiarse en que el joven o la casualidad terminarían llegando a reunirla con el segundo de los Bridgerton. Mientras tanto ella podía dedicarse a apreciar las esculturas del jardín. Era aquella una rama del arte en la que no había probado suerte pero que admiraba.

Una voz conocida hizo que cesara por un momento en su intento de distinguir si el joven que se representaba frente a ella era Apolo o Eros, dado que ambos portaban arco y solían ser ilustrados con un aspecto muy similar.
Sonrió al encontrarse con el hombre a quien había buscado.

- Señor Bridgerton, también me alegro de encontrarle. -Respondió, realizando la debida reverencia como saludo.- Lo cierto es que no soy muy amiga de las aglomeraciones, por eso he decidido salir a los jardines, donde es más fácil respirar. -Explicó. También había personas allí, pero se encontraban más distanciadas unas de otras, lo que favorecía sus introspecciones habituales.- Además, me ha permitido admirar las esculturas que adornan este paraje. -Señaló con la copa la estatua que observaba antes.- Parece que a nuestros anfitriones les agrada el tema mitológico, pero no logro discernir si este caballero en concreto es Apolo o Eros. ¿Qué opinión le merece? -Preguntó con interés, dudaba que un hombre como él no supiera también de escultura o mitología, así que su opinión parecía perfectamente válida.

La encontró en un lugar del jardín lo suficientemente alejado de las puertas de la mansión para no estar demasiado concurrido. Algunos asistentes paseaban por el lugar, pero en términos generales estaban demasiados absortos en sus propias conversaciones para prestarles atención, lo cual no dejaba de ser un alivio.

— Son unos jardines preciosos —. En ellos habría podido encontrar todos los tonos de verde que se le hubieran ocurrido, salpicados por flores brillantes de diferentes colores que alzaban sus hojas y abrían los pétalos hacia el cielo —. Debí imaginar que estaríais aquí — añadió, sonriente. ¿Cómo no se le había ocurrido buscar a la artista donde reposaba el arte de los Clarendon —. No sabía que también os interesaba la escultura.

Era una disciplina interesante, desde luego. Benedict no era capaz de imaginar cómo podían obtener imágenes a partir de bloques de pura roca. Podría pasar horas observando los detalles que hacían a la escultura parecer viva: los cabellos, los pliegues de la ropa, los eslabones de las cadenas.

— Veamos… — dirigió la mirada a la imagen, arrugando la nariz a causa de la intensa luz solar. Observó la anatomía de la estatua, los elementos que la integraban y tras un minuto se detuvo en su rostro. — Diría que en esta ocasión estamos observando a Eros, no a Apolo. Fijaos en la expresión de la escultura. El ceño fruncido, la mandíbula tensa, el orgullo herido por la afrenta de otro dios. Apolo tendría otro aspecto, tendría el orgullo intacto o mostraría el más profundo de los desasosiegos al haber perdido a su amor. En los ojos de esta imagen veo un deseo de venganza, ¿no os parece?

Asintió a su opinión sobre los jardines sin ver necesario opinar más al respecto, pues su belleza quedaba a la vista de cualquiera, desde luego. Tampoco hizo alusión a si debería haberla buscado allí o en otro lugar, dado que no quería desvelar su más que evidente atracción hacia cualquier exposición de patrimonio artístico. A pesar de que ya debía ser bien conocida por el joven Bridgerton.

- Ciertamente me gusta contemplarla. -Mencionó sobre la escultura.- Me resulta asombrosa la habilidad para tallar la roca de forma tan magistral en algunos casos. Pensar en la posibilidad de intentarlo, en un trazo mal realizado... imposible. -Mencionó negando con la cabeza.- En mi opinión el modelado y, por supuesto, el dibujo y la pintura son artes mucho más benignas con sus artistas. -Permitían rectificar, lo que siempre era un alivio.

Esa cuestión de lado, planteó la posibilidad de que el caballero discerniera qué dios era aquel que les vigilaba con su pétrea mirada. Debía decir que tenía cierta tendencia a hacer que Benedict Bridgerton pusiera aquella cara de concentración que hacía aparecer una sonrisa en su rostro al contemplarlo.
Él decidió que aquel no podía ser otro que Eros, por los rasgos que se perfilaban en su rostro.

- Creo que tenéis toda la razón, señor. Debí haber notado antes esa expresión malhumorada. -Mencionó, reconociendo que de haberse fijado, no habría siquiera planteado el enigma, ya que ahora parecía demasiado sencillo de resolver.- Pero en ese caso, os ruego que sigamos paseando y buscando alguna otra escultura que nos ampare. No quisiera que Eros sintiera la necesidad de alcanzarme con una de sus flechas, sea ésta de oro o de hierro.

— No creo que ningún maestro haya llegado a serlo sin equivocarse unas cuantas veces — respondió —. Los fallos forman parte del aprendizaje. La gente habla mucho del talento de un artista para componer sus obras, pero yo… Yo pienso que el talento es algo que se trabaja, ¿sabe? Algo que se logra con perseverancia, con constancia, con determinación. Sí es cierto, y no lo niego, que hay ciertos individuos más diestros con las artes que otros, pero sería ingenuo pensar que alcanzaron la perfección sin ni siquiera buscarla. Seguro que antes de esta maravillosa estatua hubo otras llenas de fallos, por mal uso de las herramientas, por utilizar los materiales equivocados, por desconocer la anatomía humana, pero el autor de esta obra siguió practicando hasta traernos la escultura que ahora nos observa desde su pedestal — la volvió a mirar con los ojos brillantes —. Yo necesitaría un milenio de práctica para conseguir una pieza así de detallada, pero esa es cuestión aparte.

Asintió ante su propuesta y con un gesto le indicó el camino. Eran varias las obras repartidas por los jardines y, por suerte para ambos, no todo el mundo apreciaba de la misma manera el noble arte de la escultura. Benedict se alegró de poder deleitarse de la cuidada belleza natural de aquel lugar en compañía de la señorita Stanhope. Las conversaciones que lo aguardaban en el interior de la hacienda podían esperar un rato más.

— ¿A quién tenemos aquí? — La escultura estaba agrietada, oscurecida por el paso de los años. — Parece una pieza antigua — aventuró Benedict, esperando la opinión de su acompañante.

Zenobia había investigado antes de aceptar cualquier propuesta del Bridgerton. Se había sorprendido un poco al escuchar que la mayoría veía a Benedict como alguien despreocupado y cómico, sin ataduras o intereses que durasen demasiado. Sin embargo, en sus conversaciones, la mujer había notado una sensibilidad para el arte y la retórica poco común en los hombres como él.
Ahí estaba, en aquel momento, hablando sobre la importancia de la práctica por encima del talento natural que pudiera poseer una persona. Y era ella incapaz de quitarle la razón.- También debe incluirse la predisposición y paciencia en tal ecuación, señor Bridgerton. Sé que alguien perfeccionista no habría consentido tanta práctica sin caer en la frustración. -Y hablaba de si misma en tal caso. Aún cuando contaba con las enseñanzas de su padre cada fallo le suponía un disgusto. Gracias daba de haber mejorado tanto la técnica que ya no los cometía como algo normal.

Al seguir caminando llegaron a una zona menos transitada, quizá no esperaban que los invitados recorrieran aquella zona y por ello la estatua que tenían frente a sí no estaba tan cuidada como aquellas que dotaban de esprendor la salida a los jardines.

- Oh. -Murmuró, observando los rasgos que podrían haber sido distinguibles y apropiados para su identificación en otro tiempo.- Es evidente que se trata de una mujer. -Las formas elegantes y curvas la delataban más que el rostro agrietado.- Faltan algunos elementos, pero juraría que se trata de Diana, la cazadora. -Decidió.- A pesar de no quedar rastro de sus flechas, se puede distinguir lo que debía ser la cinta de cuero que las sujetase. Y este montículo a sus pies... -Añadió posando la mano en lo que había quedado tras desaparecer la cabeza.- Diría que en otro tiempo fue uno de los animales que la acompañan. -Se giró hacia el caballero, intentando adivinar si compartía su opinión o tenía otra teoría.

Benedict se preguntaba cómo sería vivir con un artista como el señor Stanhope en casa. Sentía mucha curiosidad por su rutina: ¿sería un hedonista, carente de preocupaciones, cuya única motivación fuera rendirse a los placeres terrenales que tuviera a su alcance? ¿Sería, tal vez, un genio incomprendido, con horarios absolutamente erráticos, dominados por lo caprichoso de su inspiración? ¿Sería un trabajador incansable, de rutinas férreas y decenas de bosquejos descartados bajo un prisma en extremo perfeccionista? ¿Cómo sería tener a un genio de la pintura en la habitación contigua?

— Eso por descontado — asintió antes de volver a encauzar la conversación hacia su entorno.

El joven Benedict escudriñó la piedra, a la que el tiempo y los elementos habían maltratado deformándola hasta dejarla prácticamente roma, pero ello no amedrentó a la dama que lo acompañaba y la escuchó atreverse a dar un veredicto.

—Quizá… — entrecerró los ojos para tratar de distinguir mejor los rasgos de la figura. — Sois muy perspicaz, desde luego. No veía más que una piedra desgastada por los años, pero ahora que lo decís, puedo ver a Diana apuntando al cielo con su arco antes de que el sol y la lluvias la despojasen de su privilegiada vista.

Jugar a las adivinanzas con la señorita Stanhope era, de lejos, lo más entretenido a lo que podría aspirar durante la velada.

Las dotes de observación de Zenobia se habían ido entrenando con su habilidad para la pintura. Le gustaba atender a los detalles, incluirlos en sus obras. Adoraba los pequeños detalles de un tejido o encaje, poder añadirlos en último lugar, utilizando los pinceles más finos. Se abstraía con el cuidado que requerían.
Y en aquel caso, los detalles no eran tan delicados, pero sí importantes. La existencia de un animal, posiblemente una cierva, a los pies de la diosa. La cinta del carcaj, la previsible posición que habían ocupado sus brazos elevados y tensos.

- Así lo creo. -Afirmó cuando Benedict indicó que era posible que estuviera apuntando hacia los cielos en el pasado.- O quizá es solo lo que ambos queremos ver en este trozo de piedra. Resulta increible el poder que posee la imaginación humana. -Comentó.

Hizo un gesto al caballero, para continuar con el paseo. Aunque lo hizo en dirección hacia la residencia, dado que alejarse tanto de una fiesta podría traerles severas consecuencias a la reputación de ambos. Si debían ser vistos en público, mejor que fuera rodeados de otros.
Eso sí, lo hizo por un camino diferente, para tratar de descubrir otras esculturas entre los arbustos que adornaban aquella naturaleza artificiosa.

- Decidme, ¿conocéis bien a los Claredon? -Imaginaba que sí. O todo lo bien que se puede conocer a alguien en sociedad, donde solo ves lo que ellos desean que veas, ya que la situación a puerta cerrada puede ser un universo totalmente diferente.

A la señorita Stanhope no le faltaba razón. Aquella estatua no era más que una roca medio derruida por el tiempo y, sin embargo, allí estaban los dos, buscando continuar las líneas que se habían perdido a lo largo de los años.

— Quizá — volvió a mirar la estatua, en esa ocasión con cariño —. Es cierto eso que dicen de que la belleza está en los ojos del que mira. Creo que tenemos la necesidad de buscarla en aquello que nos rodea. Sucede con todas las artes, ¿no es cierto? Con la escultura, con la pintura, con la literatura… No son más que trazos sobre un lienzo en blanco y solo eso basta para llenarnos la cabeza de ideas.

Reanudó el paseo y recorrieron los jardines bajo las miradas vacías de las estatuas que iban dejando por el camino. En alguna parte debía haber una fuente, Benedict oía el piar de los pájaros que habitaban los árboles de los alrededores sobre el murmullo del curso del agua.

— Oh, sí. Gente encantadora, desde luego. La familia es conocida mecenas de varios artistas, aunque las estatuas de su jardín hayan vivido tiempos mejores — le dedicó una sonrisa cómplice a la señorita Stanhope —. ¿Qué queréis saber?

El señor Bridgerton parecía compartir su visión de la imaginación y el extraordinario poder que otorgaba al ser humano. Una de esas virtudes que le diferenciaban de los animales. Quizá aquella más importante, la que les había permitido soñar y progresar gracias a ello.

- No os falta razón. -Se mostró de acuerdo con sus palabras.- Y lo más interesante es que no habrá dos personas que descubran la misma historia o idea a pesar de estar contemplando la misma obra. Y ninguno de ellos será capaz de adivinar con exactitud la que había en la mente del artista que la elaboró. -Así algunos de los cuadros que para ella eran más lóbregos por los recuerdos que encerraban, solían considerarse los más hermosos, románticos, soñadores... nadie se había aproximado nunca a la verdadera historia que había tras algunos de ellos.

Al reanudar el paseo, decidió alejarse de esos pensamientos dirigiendo la conversación hacia los anfitriones que les acogían en aquel soleado día. Asintió ante las buenas palabras que les dedicó y se interesó por la idea de que fueran conocidos mecenas de artistas.

- Como adivinaréis, me interesa la segunda parte de vuestra descripción. -Señaló, a pesar de que quizá no era necesario hacerlo.- Y supongo que a ello se debía el interés que mostrasteis por presentarnos. -A no ser que solo pretendiera que se dejase ver en sociedad para así también obtener otros contactos.- Ya conocéis las... singularidades de mi hermano como artista. -Siendo la más importante que jamás se dejaba ver.- ¿Creéis que estarán interesados en hacer algún encargo y que respetarán nuestras formas? -Siempre era importante saberlo.

Benedict había pasado muchos años leyendo a filósofos teorizar sobre la naturaleza humana. Él, por su parte, no creía tener la autoridad suficiente para enunciar ninguna conjetura al respecto. Le parecía que los hombres estaban llenos de contradicciones: destinados a la guerra, pero unidos por su propia naturaleza; capaces de destruir ciudades y también de levantarlas de entre sus ruinas; de hacer el arte de la guerra y los de la arquitectura, la pintura, la literatura, la danza, la música.

— Supongo que eso es precisamente lo que distingue estas disciplinas. Las matemáticas, por ejemplo, responden a verdades objetivas e inalterables, pero jamás encontraremos dos pinturas iguales, porque a través de cada uno de sus trazos veremos a su autor. Es bonito, en cierta manera, poder conocer a alguien a través de sus obras.

Por el momento, era la única forma que tenía Benedict de acercarse al artista que tanto admiraba. Aunque su hermana le parecía una mujer interesante, querría haber tenido la oportunidad de conocerlo también a él en persona.

— Por supuesto — asintió —. Como os decía, esta familia tiene una amplia experiencia financiando a todo tipo de artistas: que yo sepa, han tenido tratos con pintores y escultores, y me consta que su hija mayor tiene una especial sensibilidad por la escritura. Tienen recursos de sobra para invertir en arte.

El joven Bridgerton hizo una pausa para reflexionar sobre la pregunta de la señorita Stanhope. No todos los mecenas aceptarían las condiciones impuestas por el artista. Muchos de ellos consideraban que, dado que era suyo el dinero, también debían serlo los términos del acuerdo.

— Quizá el hecho de que patrocinen a varios artistas le dé más libertad a vuestro hermano, dado que no sería él su único proveedor de cuadros — elucubró —. Supongo que no habría problema, siempre y cuando estas condiciones sean discutidas al inicio del acuerdo, y no después. Podría ayudaros con ello, si me lo permitís. Tal vez os ayude a convencerlos.

Solo pudo asentir a la reflexión del Bridgerton, acorde a la suya. No estaba segura de si disfrutaba más de la conversación con el caballero porque era agradable y educado o simplemente porque parecían compartir líneas de pensamiento de un modo en que resultaba sorprendente. Ya que hasta la fecha su experiencia con los hombres nunca había resultado amistosa.

De cualquier modo, prefirió de momento orientar la conversación hacia sus posibles nuevos clientes. Le gustó escuchar que ya tenían experiencia con artistas variados, eso podía significar que no sería la suya la primera "excentricidad" que escuchasen. Y que una de sus hijas tuviera libertad para escribir la hizo sentir más confortable en su posición como representante, al menos indicaba que podría lograr que la escuchasen a pesar de ser mujer.

Aún así, prefirió saber la opinión de Benedict sobre cómo tomarían su caso en concreto. Él pensó que el número de patrocinados ayudaría a que tuvieran algo más de margen. Asintió a las ideas que propuso.- Por supuesto, creo que sabeis ya que soy una mujer franca y directa, prefiero exponer las condiciones primero para ahorrarnos quebraderos de cabeza a cualquiera de las dos partes. -Con él mismo había sido así, poniendo algo de reticencia incluso por no confiar todavía en su persona.- Pero agradeceré cualquier ayuda que deseéis prestar. -No iba a negar su participación, siendo él además quien le estaba consiguiendo nuevos encargos.

Tomó su brazo para poder ascender por los escalones que llevaban hacia el interior, donde presumiblemente estarían sus anfitriones.- Creo que es el momento de hacer las presentaciones. -Propuso con una sonrisa.

Benedict le había ofrecido su ayuda a la señorita Stanhope con toda honestidad. No pretendía demostrar presumir de nada, ni subestimar las capacidades de la joven para gestionar sus propios negocios, sino poner a su servicio los recursos que tenía para cerrar tratos en la alta sociedad. El joven Bridgerton no iba a negar cuánto disfrutaba de saberse útil para la hermana de su artista predilecto, ni cuánto disfrutaba en eventos sociales como aquellos. A cambio no esperaba nada en particular, salvo la satisfacción, quizá, de tener el agradecimiento de una hermosa dama.

— Eso, desde luego, os ahorrará muchos problemas — convino él, recordando cómo unos meses atrás le habían contado que una joven había querido llevar a juicio a un artista del condado vecino por no sacarla favorecida en el retrato que le había encargado y que, para desgracia de la muchacha, era tan fiel al modelo que no se podía negar la referencia —. Creo que siempre hay un punto a mitad de camino entre los deseos de un artista y de su mecenas. He cerrado los suficientes acuerdos como para saber más o menos por dónde se ubica. Os ayudaré a encontrarlo.

La acompañó al interior y por el camino comenzó a trazar una estrategia para proponer un acuerdo que beneficiara a ambas partes. En el salón vio a los Claredon charlar animadamente en un grupito de matrimonios de lo más influyente, pero Benedict decidió cambiar de dirección para ir en busca de la hija de aquellos, la señorita Eleanor, a la que abordaron una vez terminó de hablar con un caballero que era conocido por no captar las sutilezas. Ella, por su parte, pareció feliz de ver un rostro conocido con el que pudiera contar como aliado por si a su pretendiente le daba por volver, y Benedict comenzó con las presentaciones.

— Ah, sí, el señor Stanhope… — Eleanor se tomó un momento para sumergirse en su memoria. — Me parece que he visto alguna de sus obras, sí. Tiene mucho talento, desde luego.

— ¿Verdad que sí? — Benedict dio una discreta palmadita a la mano de Zenobia, que aún permanecía en su brazo. — ¿No os recuerda su estilo al de la prosa de William Thomas? En la última de sus exposiciones estaba viendo un dormitorio y veía a través de la ventana los campos que describía en El camino de las amapolas, cuando su protagonista abandonaba el hogar familiar para marchar a un pueblecito a ejercer la medicina.

Asintió despacio cuando señaló que su forma directa de abordar los negocios les ahorraría problemas futuros. Así lo consideraba ella que había tenido que lidiar con más de un momento desagradable como representante de sus propias obras. De ahí que siempre sentara las directrices en primer lugar.

Agradeció silenciosamente el apoyo de Benedict Bridgerton, pues parecía lo suficiente afable como para suavizar la dureza con la que ella afrontaba las negociaciones, y la vida en general.
Al entrar se encontraron con los Claredon ocupados, por lo que sus pasos se dirigieron hacia su hija.- Un placer conocerla, señorita. -La saludó ella con una leve reverencia antes de que la joven tratase de recordar a "su hermano", alabando acto seguido su talento.- Le comunicaré a mi hermano sus palabras, se sentirá honrado de que tal sea su apreciación.

El Bridgerton propuso entonces un simil con la obra de William Thomas y algunas de sus obras. Sin duda una estratagema para que la joven se sintiera atraída por el asunto dada su vena literaria.- Ciertamente, las obras de mi hermano pueden acoplarse a un texto de tema nostálgico, y no podría negar que la obra del señor Thomas haya pasado por sus manos. -En realidad, no había llegado a leer aquella novela, pero la había oído mencionar en algún momento.
- Lo cierto es que más de una vez me ha confesado que gran parte de su inspiración brota de las páginas de un libro. -Reconoció ella, aunque siempre estaba esa parte propia que trasladaba a sus pinturas. Un trozo de su alma en cada lienzo, tratando así de deshacerse de aquellas sensaciones.- El señor Bridgerton me ha comentado que usted también es una literata, ¿su inspiración brota también de lugares insospechados?

Aunque la señorita Eleanor no estaba especialmente interesada en la obra de Stanhope, las comparaciones con una de las obras que consumía como la ávida lectora que era llamaron su atención. Benedict tenía la certeza de que podría convencer a quien fuera de lo que fuese menester con una conversación bien encaminada. Por fortuna, no hizo falta que le recordase a la señorita Stanhope cuál era su estrategia: ella vio rápidamente por dónde iban los tiros y, si no conocía al autor mencionado, lo disimuló.

— Ciertamente, ciertamente — asintió con entusiasmo. Le agradó descubrir nuevas facetas de su artista favorito mientras las dos jóvenes charlaban sobre los enlaces entre ambas disciplinas que, aunque radicalmente distintas, se fundamentaban en la misma necesidad humana de expresarse a través de los medios que tuviera disponibles.

— No soy ninguna artista — intervino la señorita Claredon —, así que no me atrevería a decir que los momentos de claridad que me regala la casualidad de vez en cuando sean en realidad visitas de las musas. Si de verdad han venido a verme, no he entendido sus arrullos, por lo que no creo que se hayan molestado en seguir intentándolo — soltó una risita encantadora —. Siento mucha curiosidad por el proceso creativo de los artistas. Algunos se dejan llevar por esos instantes de genialidad que conocemos como inspiración y otros logran someterla a su voluntad, y en ambos casos es una suerte de batalla entre el artista y sus musas: unos sufren su ausencia y otros luchan con ella como un guerrero lucharía contra una bestia para lograr transformarla en algo hermoso.

La señorita Eleanor Claredon miró a la señorita Zenobia Stanhope. Ladeó ligeramente la cabeza y uno de los bucles en los que se había recogido el pelo amenazó con salirse del sitio. A ella no le importó. Entrecerró los ojos y preguntó:

— Me pregunto a qué clase de artista pertenece vuestro hermano, si a la primera o a la segunda — volvió la vista a Benedict —. ¿No os parece interesante?

Él asintió, pero no dijo nada. Si la señorita Stanhope requería su ayuda, intervendría; si no lo necesitaba, no. Prefería dejarle cierta indepencia al respecto del rumbo que habría de tomar aquella conversación.

Si Zenobia tenía alguna duda sobre la inclinación literaria de la señorita Claredon, sin duda quedó solventada cuando ella comenzó a hablar de las musas. Las palabras salian de sus labios con el perfecto tono y cadencia, casi podía decirse que parecían enseyadas. Y quizá es que al conocerse sus inclinaciones hacia la escritura aquel fuera un tema recurrente para ella.

Pero para alguien cuya habilidad era más visual, le pareció que abusaba en exceso de las palabras para lo poco que parecía querer decir en realidad. Si no fuera porque la estaba mirando a ella directamente casi temería que fuera aquel un despliegue por ganar la atención del caballero a su lado, dado que había visto a jovencitas soltar discursos de todo tipo por tratar de generar un mínimo de interés.

- Supongo que me resultaría más interesante si no conociera la respuesta. -Intervino con una sonrisa.- Pero creo que realmente no se podría englobar en ninguno de esos dos tipos, sino quizá un punto intermedio. Es cierto que las musas no siempre se encuentran a su disposición, pero no por ello hay que librar ninguna guerra contra ellas para capturarlas y retenerlas... -Tenía un espíritu luchador en su interior, pero prefería emplearlo donde realmente lo necesitaba.- Es más sencillo y agradable atraerlas con dulzura, con aquello que se sabe que disfrutan. A veces un paseo, un pasaje inspirado en un libro, una pintura de otro artista... Solo se necesita una pequeña chispa para que la inspiración comience a fluir adecuadamente. -Concluyó, con una sonrisa.

En términos generales, Benedict estaba de acuerdo con la teoría de la señorita Claredon. Él no tenía el valor de considerarse a sí mismo un artista, puesto que carecía de las extraordinarias capacidades de pintores y escultores para transformar lo cotidiano en una obra maestra, pero disfrutaba del proceso creativo de bosquejar alguna cosa o escribir piezas sueltas y, por su experiencia, la inspiración era de lo más caprichosa. A veces se quedaba como una complaciente invitada y a veces se marchaba dando un portazo, por lo que entendía la perspectiva de la señorita Claredon.

Sin embargo, la intervención de la joven Stanhope lo hizo reconsiderar su postura. Ella tampoco era una artista, pero colaboraba estrechamente con uno, y tenía una perspectiva privilegiada sobre el proceso creativo de un genio.

— Es una bonita forma de verlo la suya, señorita Stanhope — asintió Benedict —. Supongo que eso es lo que distingue a un artista de alguien que pinta o escriba de manera ocasional: la constancia, la… profesionalidad, supongo que lo podríamos llamar. Es fácil desesperarse cuando la inspiración no acompaña. Lo que importa es la perseverancia.

— Ah, no sabría deciros — la señorita Claredon hizo un mohín para mostrar su desacuerdo —. Encuentro muy romántica la noción de la batalla. ¿No se han escrito las mejores historias sobre guerras? La guerra de Troya, mismamente, ha sido quizá la más comentada a lo largo de la historia.

— También es cierto que hay artistas que se pasan la vida batallando consigo mismos, y que usan sus obras como testigos de dichas batallas, aunque no sé si concebir algo tan bello como el arte de una manera tan agresiva es lo más adecuado.

— ¿Y por qué no? — repuso la joven Claredon con una sonrisita. — Al fin y al cabo, del sufrimiento salen los sentimientos más intensos. ¿No son acaso las mejores obras teatrales tragedias sin remedio? ¿No es la historia de Romeo y Julieta el perfecto ejemplo de un buen drama?

— Lo es, pero Shakespeare escribió otras cosas, además de la tragedia de Verona. Y estoy seguro de que su extensa producción teatral responde a las responsables pautas señaladas por la señorita Stanhope, de cuya experiencia lidiando con los humores de un artista no tengo ninguna duda.