De un momento a otro la vida que ambos habían conocido desde niños había sido arrebatada.

El colegio había desaparecido en un abrir de ojos, ante ellos. Años de dedicación y de preocuparse de vivir en la mayor normalidad posible habían sido arrebatados por un puñado de personas que simplemente no entendían que, por más que fueran diferentes, no eran peligrosos para nada. Los mutantes o, por lo menos quienes integraban aquella plantilla, estaban preocupados en el bienestar de todo el mundo y no solo el propio, pero para el gobierno parecía que eran demasiado peligrosos.

No muchos habían logrado escapar, quienes lo hacían sabían bien el destino que les deparaba que podía ser la muerte o terminar en prisión como a todos los que habían atrapado. Solo sabían que podían confiar en otros de su misma especie, terminaban pensando que de manera irremediable los humanos terminaban traicionando, como al director lo había traicionado uno de sus mejores amigos habiendo dado la ubicación secreta del colegio al gobierno para que los atacara sin darles tiempo a nada.

Lo poco que telepáticamente les habían podido decir era que, quienes pudieran, escaparan, que ya encontrarían la manera de reencontrarse y formar nuevamente un lugar seguro. Solo tenían que sobrevivir un tiempo, nada más.

Sin embargo, sobrevivir un tiempo lejos de todo lo que era su vida no era fácil, mucho menos teniendo que esconderse y tener cuidado que nadie los reconociera cuando eran intensamente buscado por las autoridades. No se conocían bien, jamás habían tenido realmente trato, pero solo podían confiar el uno en el otro para poder sobrevivir. Eran su última esperanza.