Su vida en Hogwarts siempre fue mejor que lo que le ocurría en Beauxbatons, pero eso no significaba que el accidente ocasional no ocurriera. Parecía que daba igual donde estuviera, siempre había un grupo de personas al que podía provocar para que quisieran hacerla sufrir. No esperaba que ese día tardarse un poco más en recoger sus cosas de pociones fuera a acabar en un grupo de chicos entrando en el aula y arrastrándola para dejarla encerrada en el armario de calderos.

Tocó la puerta en repetidas ocasiones, pero al ser la hora que era dudaba que alguien fuera a llegar hasta allí. ¿Tendría que pasar la noche encerrada allí? No, se negaba. Sentía su pecho apretarse con el paso de los segundos, como si las paredes a su alrededor se estuvieran haciendo más y más pequeñas, y en un intento desesperado empezó a gritar para que alguien la sacara de ahí, la puerta estaba cerrada desde fuera.

Si la profesora de pociones la encontraba allí al día siguiente tendría muchas explicaciones que dar, y seguramente le iría peor si decía quién la había metido allí.
 

02.12.19 + Armario de calderos

La reunión había ido mejor de lo esperado. Una vez finalizada, habían tomado caminos separados para no llamar la atención. Mikaela había decidido dar un rodeo antes de volver a la sala común de Gryffindor, a veces le gustaba pasear sin rumbo, le ayudaba a pensar y la tranquilidad del colegio a aquellas horas era agradable. No obstante, el silencio se vio roto pronto por unos gritos amortiguados que parecían venir de lejos. Confusa y algo preocupada siguió la dirección, no pudiendo evitar recordar la leyenda que le habían contado sobre el espíritu que chillaba. No obstante, cuando se fue acercando al aula de pociones, los gritos parecían pedir auxilio.

—¿Hola? —alzó la voz para hacerse oír sobre los gritos.—¿Hay alguien ahí? — la puerta del armario de los calderos estaba cerrada pero los grito parecían venir del otro lado y como Mikaela dudaba mucho que fueran los calderos solo había una explicación.— ¡Voy a abrir esto, espera un momento!

La cerradura parecía atascada, por lo que tuvo que hacer una buena cantidad de fuerza hasta poder moverla y, por fin, abrir la puerta. Del otro lado se encontró no sólo los acostumbrados viejos calderos, si no también una chica rubia y llorosa.
 

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Sentía que se ahogaba, y estaba pensando en que la encontrarían seguramente muerta al día siguiente. Seguramente su ansiedad estaba hablando por ella, pero le daba la impresión de quedarse sin oxígeno y gritar no ayudaba. Pero ¿si no hacía ruido cómo se darían cuenta de que estaba ahí?

Escuchó movimiento al otro lado, y una voz que no le sonaba muy familiar. Se alejó de la puerta al escucharla, cubriéndose por si esta saltaba mientras la chica la forzaba del otro lado. Eventualmente pudo abrirla, y Adelaide salió disparada por la puerta, apoyando las palmas de sus manos sobre uno de los escritorios mientras inhalaba profundamente, aferrándose al oxígeno de forma desesperada.

Le ardía el pecho, tenía las mejillas empapadas con lágrimas que llevaba horas derramando. La cabeza le dolía, pero aun así se giró en dirección a la chica que la estaba mirando: —Gracias... Gracias...— dijo, en un hilo de voz que seguramente a la chica le costaría escuchar. Llevaba tanto gritando que tenía la garganta en llamas.
 

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Tuvo que apartarse para no ser arrollada por la chica, que salió como un cohete del pequeño armario. Mikaela la examinó durante un momento, dándose pronto del ataque de ansiedad que estaba teniendo. Ya lo había visto antes, su madre los había tenido varias veces antes de… Agitó la cabeza, apartando esos recuerdos y se concentró en la chica.

— ¿Estás bien? ¿Quieres ir a la enfermería? —se adelantó a preguntar, con cuidado de no asustarla y ponerla en un peor estado. No obstante, no se le daba bien, ella nunca sabía cómo consolar a la gente, se sentía insegura y no le gustaba sentirse así.— Tal vez te iría bien sentarte un momento. —agarró una de las sillas y la sacó de debajo del pupitre, dándole lugar a que se sentara si lo deseaba.

— ¿Cómo has acabado ahí encerrada? —lo cierto es que era fácil imaginárselo, el armario solo se cerraba por fuera. Pero no le gustaba saltar a conclusiones sin más.— ¿Alguien te ha encerrado? —de ser así deberían decírselo a algún profesor, alguien merecía un buen castigo por eso.

 

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Negó con la cabeza ante su pregunta, todavía luchando porque el oxígeno hiciera su trabajo y entrara en sus pulmones para tranquilizarla. Sin embargo, si tomó su segundo ofrecimiento y se sentó en uno de los taburetes altos mientras procuraba concentrarse en inhalar y exhalar.

Pasaron tan solo unos minutos antes de que dejara de sentirse mareada, y entonces levantó la mirada para enfocarla en la chica que la había sacado del armario. No le resultaba familiar, pero aquello podía ser porque eran de casas distintas, y seguramente cursos distintos también.

—Si, estábamos en una de las clases adicionales de pociones— explicó —. Estaba recogiendo mis cosas y me empujaron dentro del armario— agregó, consciente de que fue más de una persona. No les había visto bien, pero tampoco le hacía falta para imaginarse quien se encontraba detrás de las risas al otro lado de la puerta.
 

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Le dio espacio para poder recuperarse un poco, no la presionó para que hablase, solo esperó hasta que la chica estuvo lista. La explicación fue justo lo esperado, aunque no por eso se sintió satisfecha. ¿Qué clase de idiotas se dedicaban a ir por ahí encerrando a la gente en armarios? No se abstuvo de verbalizar el pensamiento.

— ¿Pero que clase de imbéciles hacen eso? —masculló, rabiosa.— ¿Les has visto la cara? ¿Sabes quiénes son? Deberías ir a hablar con un profesor, un prefecto tal vez, merecen un castigo por hacerte algo así. —se acercó a ella, quizás con demasiada energía pero siempre había odiado esa clase de comportamientos de matón.

Mikaela nunca había sido el blanco de bromas crueles, tal vez porque se mantenía siempre alejada, tal vez porque, según decían, su cara era aterradora cuando se enfadaba (podía ser cosa del Nundu, probablemente). Pero había visto a otros atormentando a compañeros, la mayoría de las veces niños más pequeños y siempre lo había odiado.

 

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Les había visto la cara, claro que lo hizo. Sabía perfectamente de quien se trataba, y aunque no les hubiera visto la cara en esa ocasión se lo podría imaginar porque siempre eran los mismos. Cepheus y sus amigos, que parecían tener una vendetta en su contra simplemente por ser nacida de muggles... Como si ella hubiera elegido llegar al mundo mágico a perturbar su orden. Si hubiera sabido cuando tenía once años que su vida acabaría siendo esa, se habría quedado en el instituto, preferiría haberse quedado completamente ignorante del mundo mágico.

—No, no les he visto la cara... Era más de uno, y no tenía ni idea de a dónde enfocarme...— mintió, porque no quería que Mikaela la llevara a hablar con un prefecto, dudaba muchísimo que eso fuera a mejorar su situación teniendo en cuenta que el prefecto de su curso también era un puro, y se cubrían entre ellos.

—Pero, gracias por sacarme... Tendré más cuidado la próxima vez— dijo, limpiándose las lágrimas con la camisa y tomando una inhalación profunda, intentando que su pecho dejara de arder por la falta de aire.
 

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Torció ligeramente el gesto ante las explicaciones de la chica, molesta de saber que los matones no iban a tener que pagar las consecuencias. No es que estuviera del todo convencida de aquello de que no había visto nada, le parecía un poco difícil que no hubiera visto ni siquiera a uno. Pero no presionó más, en el estado en el que estaba la chica no le pareció correcto.

— Está bien, tranquila. —un poco insegura sobre lo que hacer, apoyó una de sus manos en el hombro de la chica, como intentando dar algo de ánimos, ¿debería darle unas palmaditas? Mejor no, aquello era para los perros, ¿no? Dar consuelo decididamente no era lo suyo, pero lo estaba intentando.

— ¿Quieres que te acompañe hasta tu sala común? —ofreció.— Ya sabes, por si acaso. —si quien le había hecho eso todavía rondaba por los pasillos podrían tener ganas de hacerle una segunda jugarreta si la veían libre.— Soy Mikaela, por cierto. —se presentó con una sonrisa suave, entre todo el alboroto se había olvidado de algo tan simple como aquello.

 

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¿Podía estar realmente tranquila? Su vida era una completa pesadilla, era incapaz de caminar por los pasillos del colegio sin sentirse aterrorizada. Cepheus no hacía más que perseguirla, le sonreía incluso cuando no se acercaba a ella como si de alguna manera supiera que solo le produciría infinitas ganas de desaparecer. Estaba cansada.

—Si no te importa— susurró, intentando no sentirse culpable porque alguien más tuviera que cargar con ella. Era un peso muerto, independientemente de lo que su pareja le dijera, sabía bien que ella no estaba hecha para el mundo mágico.

—Yo soy Adelaide— dijo, extendiendo su mano para darle un apretón, presentándose de manera formal—. Siento molestarte... A los chicos de Slytherin les suele gustar gastar bromas y no siempre estoy de humor— comentó, intentando restarle importancia a la situación, una que estaba muy lejos de ser normal.
 

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Estrechó la mano de Adelaide, tras lo cual sacó un pañuelo de su túnica y se lo pasó. Supuso que no quería que nadie se diera cuenta de que había estado llorando y aunque las lágrimas habían cesado todavía quedaba algún rastro en sus mejillas, con los ojos rojos no iba a poder hacer nada. Pero tal vez para cuando llegasen a destino el efecto se habría atenuado.


— Ya, bueno, yo para los imbéciles nunca estoy de buen humor. —refunfuñó, sintiendo que volvía a enfadarse a pensar en los imbéciles sin cara que le habían hecho eso.— Y no te preocupes, no me importa acompañarte, lo tomaré como una oportunidad para conocer más el colegio. —aunque ya llevaba bastante en Hogwarts como para no perderse intentando ir a alguna clase, todavía sentía que le quedaban muchos recovecos por descubrir del colegio.

— ¿Vamos? —preguntó al llegar junto a la puerta, esperando que la chica se pusiera a su vera.— ¿A qué curso vas? —preguntó, de pronto. Pero andar en silencio sería probablemente más incómodo y se recordó, de nuevo, que estaba intentando no ser tan retraída. Además, aquella chica parecía que necesitaba hablar y aunque no fuese sobre lo que le había pasado, tener una conversación normal y tranquila tal vez la ayudara.

 

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Quizá en otro momento le habría sonreído, pero en ese instante solo podía agradecerle en silencio la compañía y el pañuelo. No podía negar que se sentía un poco mas segura caminando con alguien después de lo acontecido, todavía sentía que le ardía el pecho y aunque había dejado de llorar, los ojos le ardían tanto que le costaba enfocarlos.

—¿Eres nueva?— preguntó, tomándose un momento para observar a la chica. No le daba la impresión de que compartieran ninguna clase, pero asumió que simplemente sería porque estarían en cursos diferentes, no porque hubiera llegado hace poco tiempo al colegio.

—Estoy en sexto, de Hufflepuff— dijo, aunque su uniforme era suficiente señal de a qué casa pertenecía. Se movió por los pasillos, bajando las escaleras hasta acercarse a las cocinas. La puerta de su casa no estaba muy lejos.
 

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