Como el segundo hijo de la familia Byrne, Alistair, siempre estuvo a la sombra de su hermano mayor. Aquel que parecía ser la perfección en persona, con el que todos estaban encantados según entraba por la puerta. Tenía un extraño magnetismo, uno en el que no importaba lo que hiciese terminaba ganándose a todos a su alrededor. Tal era su habilidad para contentar a sus padres, que cuando nació Alistair esperaban lo mismo, cuando su hermano conseguía un logro automáticamente caía un peso sobre sus hombros para hacer lo mismo.

Durante los primeros años el chico intentó cumplir las expectativas que estaban puestas sobre su cabeza, creyendo que en algún momento alcanzaría a su hermano y finalmente podría descansar. Fue en su adolescencia cuando despertó del sueño, que no importaba lo que intentase imitar a su hermano, jamás sería él y aunque consiguiera un logro similar no estarían satisfechos. Desde ese momento, el segundo hijo de los Byrne se convirtió en razón de cuchicheo.

Fuera de su mente, visionario o simplemente un loco. Si había una nueva tendencia en ropa la probaba antes que nadie, si había una opinión controversial que le pareciese lógica la discutía, fue gracias a sus intensos arrebatos que una de sus hermanas pudo ir a estudiar. Nada de lo que sus padres querían llegó a encajar con él, pero eso tampoco lo volvió un hombre de poco provecho cuando se marchó a estudiar arte, forjándose un nombre en la escuela.

Por su parte Alfred era el hijo de una de las damas de servicio, cuando perdieron a su padre la familia Byrne fue la más amable con ellos. Permitiendo que la mujer viviese en el hogar y dándole un trabajo con un hijo a sus espaldas, uno que pudo vivir en la mansión desde una corta edad. Allí creció rodeado de las personas de servicio, al igual que los señores de la casa. Viendo los altercados que la familia tenía.

Fue cuestión de tiempo que el mismo empezase a trabajar en diferentes posiciones dentro del lugar, ganándose sus ascensos poco a poco y sin darse cuenta forjando una relación con el segundo hijo rebelde.

Ahora que Alistair ha vuelto de sus años de estudio, de forjarse un nombre para ir empezando, el juego entre ellos parece quitar la pausa que tenía en el reloj.  

Esa era la vida que ellos merecían, sin necesidad de esconderse, sin pensar quien podría pasar por la puerta y verlos. Ellos, sin ataduras ni miedos, tenía claro que lo cuidaría, quedaba tan poco para poder contarle porque había tenido que alejarse tanto tiempo. Le había costado poder sustentarse solo, hacer que su arte valiese la pena, pero lo consiguió y podrían ser libre en esa sociedad que no los merecía.

— Puede, pero me gusta escucharlo — tuvo que reír, acercando su rostro al contrario y besando sus labios de manera breve. Apartó un mechón de cabello de su frente, húmedo por el sudor —. Pero, por fin estoy en casa y está vez no pretendo marcharme sin ti — aseguró, en una promesa que pensaba cumplir.

La palma de su mano se colocó sobre el pecho de Alfred, queriendo sentir su corazón, tomando su mano para colocarla sobre el propio. Ellos eran uno, sus corazones latían al unísono y era todo lo que le importaba a Alistair. Tendría tiempo para lamentar, para descubrir que no todo era tan fácil como quería.

La vida siempre se encargaba de joderle.

Si la vuelta de Alistair había hecho que su corazón se estremeciera de amor y pasión. La vida tuvo a bien recordarle que había mucho más a su alrededor aparte del hombre que parecía llenar sus pensamientos.

Unos días después del regreso de su amante, su madre había enfermado gravemente. Alfred tenía mucho que agradecer al señor Lawrence y a la señora Townsend, que habían ayudado en lo posible, modificando sus horarios y apartándole algo de comida que poder llevar a casa para cuidar de ella. Mientras una parte de sus ahorros se iba en pagar las visitas del médico y sus remedios que casi parecían hacer más mal que bien.

Los días pasaron muy rápido entre cuidar de su madre y trabajar, sin apenas descansar entre medias porque no era capaz de dormir mientras a la buena mujer parecía costarle respirar o toser sin ahogarse. Estaba agotado, pero gracias a dios aquella enfermedad había vuelto a remitir. No era la primera vez y Alfred siempre temía que no hubiera muchas más. No poder hacer más.
El médico solía referir que debería llevarla a la ciudad para que un especialista la viera, pero eso suponía un viaje caro y largo, días sin trabajar y un montón de cosas más que no podía permitirse. Por mucho que intentase ahorrar no creía que alcanzara jamás la cuenta que hacía falta. Y no se sentía en posición de pedir favores a nadie.

Apenas había podido ver a Alistair aquellos días, pues él también había estado ocupado. No había podido prestar atención a dónde o en qué. Estaba demasiado cansado. Pero sentía que ya iba recuperando fuerzas, un par de días de dormir con normalidad habían hecho milagros.

La felicidad de su vuelta no había durado tanto como le hubiese gustado. Alistair había tenido que hacer frente a una familia que seguía empeñada en hacerlo participe de sus actividades. Su hermano seguía con un ojo sobre él y Alistair hizo bien en ignorarlo. No estaba allí para hacer feliz a sus padres, menos para hablar de las familias que estaban en la ciudad tomando más que ellos. Tenían sus propios problemas y Alistair tenía los suyos, la esperaba en aquella casa infernal solo tenía que ver con que estaba esperando a que el abogado el diese el visto bueno a los papeles.

La casa que había comprado era una fantasía, no demasiado grande, lo suficiente para poder vivir cómodamente. Tenía sus inversores y un edificio para poder seguir con su arte mientras vivían lejos de aquel barullo. Donde Alistair nunca sería suficiente y Alfred seguiría siendo considerado un criado al que no debían mirar más de dos veces.

Una molestia indescifrable lo consumió sobre todo porque Alfred llevaba unos días con mala cara, pero como Alistair también debía estar ausente no fue capaz de preguntarle que estaba sucediendo. Quería ayudarlo y esperaba que sus esfuerzos dieran frutos.

Viendo que ya estaba volviendo un poco a la normalidad dejó una nota en su habitación. Una cita ahora que ya había terminado de firmar los papeles. Se vería en la salida este de su hogar. El camino hacia la pequeña elevación donde veían las estrellas estaba a una media hora y Alistair había preparado los caballos.

Tras vestirse con ropa oscura y salir a hurtadillas esperó. Tenía a su caballo a su lado y lo único que faltaba era que su amado llegara. Esperaba que la nota hubiese acabado en sus manos y sobre todo, que no estuviese tan cansado como para no querer acompañarlo.  

Cuando terminó de sus tareas ese día, estaba más que dispuesto a tumbarse en la cama abrazando la almohada hasta el amanecer del día siguiente.
Pero cuando abrió la puerta de su cuarto, un papel llamó su atención. A pesar de que se había sentido rendido de cansancio unos instantes antes, la caligrafía y las palabras le hicieron recuperar fuerzas. Se quitó el uniforme y se puso su ropa de diario, algo desgastada, pero oscura, apropiada para una escapada en mitad de la noche.

Escabullirse fue un poco más complicado. El señor Lawrence aún estaba en su despacho y cabía la posibilidad de que le viera pasar por aquella rendija que iluminaba todo el pasillo oscuro. Intentó ser lo más rápido y silencioso posible, por poco tropezándose con un cesto de la ropa que habían dejado junto a la puerta de las cocinas. Pero logró sostenerlo y estabilizarlo antes de que cayera al suelo.

Salió por la puerta de las cocinas y llegó de la forma más discreta posible a la salida este, donde ya estaba Alistair con su caballo.- Lo siento, no he podido venir antes. -No importaba si llevaba esperando tres horas o cinco minutos, no le gustaba tenerle esperando.- ¿Vamos? -Quería preguntarle por aquellos días en que no se había visto, hablarle de lo que había pasado en casa... pero no era aquel el lugar, donde podrían descubrirlos.

Los nervios siempre se revolucionaban en la boca de su estómago cuando se trataba de esperar a Alfred. Tenía completa confianza en su amado, después de todo lo había esperado aquellos largos años, sin embargo siempre temía que pudiera haberse cansado. Alistair había tenido que tomar muchos sacrificios para poder llegar a ese punto, el esfuerzo que finalmente daba sus frutos. Quería creer que finalmente podría darle la paz que merecía, la confianza de que ambos serían iguales en un lugar donde no deberían esperar porque todos los ojos pudieran estar sobre ellos.

Era el deseo que tenía, así que cuando lo vio avanzar por el camino de piedra, un poco apresurado y con las mejillas algo rosadas no pudo evitar sonreír tontamente. Tan hermoso como siempre.

— Tranquilo, lo importante es que has podido venir — susurró en su dirección, con una gentileza sin igual en la mirada.

Lo ayudó a montar primero, subiéndose detrás para poder animar a su cabello a avanzar en noche profunda. Su caballo conocía ese camino, lo habían recorrido cientos de veces. Sentir la calidez de Alfred en su pecho lo hacía sentirse un poco más tranquilo, lo que debía proponerle, bueno, podía sonar a disparate, pero esperaba que por fin viese la razón por la que había tenido que alejarse tanto tiempo.

— He traído algo de beber — comentó al llegar al que habían considerado su árbol tiempo atrás. Bajó del caballo, volviendo a extender sus manos para ayudar a Alfred a bajar. La cesta que traía tenía una manta y un poco de queso, fruta, además de las copas con una botella de vino.

Alistair acomodó todo para que pudiesen sentarse y sirvió las copas entregándole una a Alfred.

— Me alegra que hayas aceptado mi invitación.

Alistair bajo la luz de la luna era todavía más atractivo de lo que podía serlo con un chaqué preparándose para una cena de gala, opinaran las señoritas refinadas lo que opinaran. Era él quien lo podía ver como era realmente, en aquel momento, siendo como siempre había querido.
Asintió a sus palabras.- Creo que el señor Lawrence se ha quedado dormido en su despacho, eso o he tenido suerte de que no me viera al pasar. -Que el mayordomo trabajaba hasta bien entrada la noche era sabido, como también que no podía evitar tomarse alguna siestecilla de vez en cuando.

Montaron juntos en el caballo y se adentraron en la noche por el camino que ya les pertenecía. Alfred podía recordar las primeras veces que había montado aquel animal, enredándose su pie en el estribo tanto al subir como al bajar. Una imagen un poco lamentable si se paraba a pensarlo ahora.
Pero habían merecido la pena aquellos momentos de vergüenza cuando sentía a Alistair en su espalda, su calor envolviéndole con sus brazos sosteniendo las riendas rodeándole. Y la visión casi mágica de su árbol esperándoles, siendo el escenario de tantas cosas que habían compartido juntos.

Asintió cuando dijo que había traído algo de beber y sonrió para sí mismo. Suponía que lo había comprado fuera, robarle algo de la despensa a la cocinera era aún más imposible que despistar al mayordomo.
Tras bajar del caballo, ayudó a extender la manta y colocar la cesta en un lugar accesible para ambos.
Rio un poco, tomando la copa que le ofrecía, cuando dijo alegrarse de que aceptara la invitación.- Has tenido suerte, me han cancelado el baile con la duquesa en el último momento. -Como si él tuviera algo más que hacer aquella noche que dormir.- Sabes que no puedo resistirme a verte. -Reconoció sin pudor, pues tal cosa ya no existía para ellos, no en aquel lugar.- Y menos después de tantos días sin poder vernos. -Entre sus visitas al pueblo y las ocupaciones de él, había sido casi imposible.- ¿Te han mantenido demasiado ocupado? -Preguntó, pensando que era su familia la que le estaba obligando a hacer algún tipo de cosa.

— Esperemos que siga así cuando volvamos — comentó, esperando que la vuelta fuese más ligera para Alfred. Saber que podría dejar de pasear por los pasillos de aquella mansión con cuidado de que no lo viesen debía ser un peso que cayese de sus hombros. Era lo que Alistair quería pensar, aunque le gustaría poder decirle a aquel mayordomo que había requerido los servicios de Alfred sabía que no lo respetaría e iría directamente a hablar con su padre o hermano.

Odiaba ser esa oveja negra, aquel que parecían no tener en consideración, mas siempre había sido así. No era su hermano, nunca lo había sido y cuando decidió que no podía perseguir la perfección de este su vida había empezado a derrumbarse poco a poco. En realidad, eso solo le abrió el camino a lo que ahora tenía, a lo que podía ofrecerle a Alfred que se había ganado con su propio sudor.

— Vaya, esa invitación se debió traspapelar porque no sabía que hubiese un baile — indicó, siguiendo la broma del hombre.

Verlo más relajado lo animaba, sobre todo cuando no había podido estar cerca después de tener que estar ultimando detalles. Se acercó para dejar un beso en la sien, chocando las copas por un brindis rápido para probar el liquido dulce que le daría un poco de valor.

— Te he echado de menos, siento que ahora que tengo todo atado es más difícil que cuando me marcha para poder tener el dinero para respaldar mis deseos — indicó, posando sus ojos en él —. Te prometí que volvería, que me iba para poder tener una vida mejor para ambos y por fin puedo decirte que lo he conseguido.

» He comprado una casa, no muy lejos de aquí, a dos horas en carruaje — respiró profundamente —. Es lo suficientemente grande para tener una vida cómoda sin sirvientes, siendo nosotros los que llevamos todo, espacio para que tu madre pueda venir si lo deseas, una colina como esta con vistas hacia el hogar, una caballeriza, todo lo que querías, lo que te prometí.

Se rió cuando le siguió la broma del baile de la duquesa. Podría continuarla si quisiera, decir que le había robado la invitación o cualquier tontería semejante. Pero eran tan pocos los momentos a solas que tenían que no quería perder esos preciados minutos diciendo tonterías sobre una mujer imaginaria.

Alistair le hizo poner una sonrisa boba cuando besó su sien de ese modo. Era inevitable, cada vez que hacía ese tipo de cosas su corazón empezaba a latir con fuerza y esa calidez le invadía. Le hacía sentir que pertenecía a ese momento y a ningún otro.

Su amado le habló de cómo ahora que todo estaba más atado les era más difícil verles. Alfred se fue notando confuso a medida que él hablaba de lo que había hecho, de haber conseguido esa vida mejor para ellos.
La emoción le invadió en cuanto Alistair declaró que había comprado una casa, podía sentir la ilusión en su tono y en sus palabras, la descripción era tan nítida que podía imaginarla a la perfección. Un sueño que habían compartido, un deseo cumplido para ambos.
Una felicidad tan inmensa no podía ser posible y, de algún modo, se lo demostró a sí mismo cuando toda esa preciosa imagen se vio envuelta en sombras cuando escuchó mencionar a su madre.

Su madre que quizá no se recuperase totalmente de esa enfermedad que la había atacado sin piedad, que quizá jamás pudiera ver con sus ojos aquella casa de la que él le hablaba. Su madre a la que no podía dejar sola en aquellos momentos y quién sabía por cuánto tiempo. CUyos tratamientos eran demasiado caros y solo tenía como ingreso el dinero que él ganaba en el servicio.

- Alistair, yo... -Cuando alzó la vista para mirarle sus ojos estaban nublados por las lágrimas que se le agolpaban en los ojos.- Lo siento mucho. No puedo. -Negaba con la cabeza, pero no sabía si para acompañar a sus palabras o para negarse a sí mismo todo aquello.- No puedo ir contigo ahora. No puedo dejar el trabajo ahora.

Las lágrimas en los ojos de Alfred fueron el equivalente a un puñetazo en la boca del estómago. Alistair había esperado que ese momento estuviese lleno de alegría, algunas lágrimas, pero no de las que daban a entender que no era bueno. Toda su batalla por conseguirse un hueco en sociedad por si mismo, tener prestigio y perfeccionar su técnica había sido por é. Sus promesas, tener una vida para ellos que nadie pudiese pisar.

—Q-q-qu… — Las palabras no estaban saliendo, su corazón parecía haberse roto ante esa negativa. Como si su vida hubiese tenido un propósito y ahora que lo tenía al alcance de su mano este hubiese desaparecido.

Puso distancia entre ellos, temiendo que si Alfred lo tocaba pudiese romperse, no quería dar esa imagen si realmente todas las palabras de amor hasta ese momento habían sido una gran mentira.

— Pensaba que esto era lo que queríamos, que deseábamos tener un lugar fuera de la sociedad — consiguió reponerse, aún cuando su tono fue mucho más tirante de lo que había sido en ese momento —. ¿Era todo mentira? ¿Por qué?

Y no quería sonar desesperado, pero fue casi imposible no notar su voz rompiéndose en esa última pregunta. El deseo de que fuese mentira, que todo tuviese lógica y que no hubiese puesto su corazón en una bandeja para nada.

Ver el rostro contrariado de Alistair al escucharle le dolió. Pero no tanto como sentir la forma en que se alejaba de él, el modo en que se apartaba como si no pudiera aceptar lo que le estaba diciendo.
No podía acompañarle en aquellos momentos, necesitaba tiempo, necesitaba estar con su madre. Esa mujer había dado todo en su vida por él, por criarle y cuidarle, no iba a hacer nada que pudiera significar abandonarla. Y estaba dispuesto a explicárselo. De verdas quería contárselo a Alistair...

Pero en aquel momento, al verlo alejarse, las palabras se atascaron en su garganta.
Una sensación desagradable escalaba por su cuerpo al escucharle hablar de sus deseos, de lo que habían planeado, como si no existiera nada más allá de ellos mismos. Como si no hubiera más problemas que atender. Pero fue su pregunta, su acusación velada... eso fue lo que le rompió.

- ¿De verdad crees que todo este tiempo ha sido una mentira? -Le preguntó. Su voz rota, por el nudo que tenía en la garganta y por aquella sensación que le asfixiaba. La traición a su corazón, a sus sentimietos. ¿Cómo podía Alistais dudar de él?- Con todo lo que hemos pasado, lo que hemos arriesgado... cada día, cada hora... ¿Crees que sería capaz? -Su rostro era una mueca de dolor.

Se levantó y buscó alejarse. Las lágrimas ya corrían por su rostro para ese momento, incapaz de contenerlas- Lamento que no puedas esperar, Alistair. Pero no puedo acompañarte en esa vida ahora. -Y esperaba de verdad no poder hacerlo en mucho tiempo, porque dudaba que su madre fuera a recuperarse, pero deseaba que pudiera estar a su lado durante mucho tiempo más.- Yo no puedo abandonarlo todo sin más.

Tragó saliva de manera pesada, el dolor no le dejaba pensar con claridad. Cada palabra de Alfred se sentía como un ataque en lugar de un medio para dialogar como adultos. Mierda, no era justo, no después de todo. ¿Qué había estado haciendo todo ese tiempo?

— No me hables de arriesgar cosas, como si no hubiese sido yo el que se fue para cumplir mis malditas promesas — inquirió, señalándolo de repente, no como un aliado sino como un enemigo. Era injusto, en el fondo lo sabía, pero ¿por qué?

Sus sueños eran tan claros, ¿tantos años había tardado que los había olvidado? Ni una sola noche, aún en soledad había dejado de pensar en Alfred. En lo importante era que su nombre creciese y alejarse de su familia para darle justo lo que necesitaba.

Al verlo levantarse también lo hizo, mirándole con cierta impotencia, rabia y tristeza, todo junto en unas lágrimas que no comprendía. ¿Era él quién lloraba? ¿Después de rechazarle? Claro que sí, tenía mucho sentido.

— ¿Qué no puedo esperar? ¡HE ESPERADO HASTA TENER UN LUGAR SEGURO! — Terminó por gritar —. ¡LO QUE ME PEDISTE! ¡¿AHORA NO ES SUFICIENTE?! — Un puñal tras otro, sentimientos encontrados que ninguno entendía, estaban teniendo una discusión desde dos puntos que no podrían encontrarse. Alfred usaba la razón mientras que Alistair sus emociones. Era imposible entenderse cuando los lenguajes eran distintos —. Claro, vive para siempre como un simple lacayo…

Negó, dando un paso hacia atrás, guardando todo ese odio injustificado que podría hacer más daño que bien.

Alistais no le escuchaba. Estaba tan cegado por la idea de la traición que no se daba cuenta de la situación en que le estaba poniendo. Alfred no podía escoger, no entre las dos personas que más amaba en el mundo. No podía pedirle eso.
Sí, Alistair se había marchado para cumplir con el sueño que compartían, para poder ser independiente de su familia y cumplir esas promesas que se habían hecho. Pero Alfred también se había arriesgado al sentir sus sentimientos por él, si le hubieran descubierto en alguna de sus escapadas, de sus encuentros, cualquier momento pasado con él ponía en peligro toda su subsistencia.
Los dos habían hecho sacrificios. Que ahora pensara que él le había mentido durante tanto tiempo solo porque necesitaba esperar antes de compartirlo todo...

- ¡Y yo te he esperado a ti! -Devolvió, porque escucharle alzar la voz de ese modo estaba convirtiendo su dolor en rabia. Porque no podía contener lo mucho que le dolía aquella reacción. Lo cegado que estaba por sus propios deseos como para ver que él solo le rechazaba porque necesitaba tiempo. Solo tiempo.- ¡NO HE DICHO ESO! -Claro que era suficiente, más que suficiente, su sueño, el que no pensaba que sería posible cumplie, el que tenía que aplazar un poco más.

Pero cuando Alistair le despreció de aquel modo, aludiendo a su vida como lacayo, se quedó paralizado. Su cuerpo se enfrió de repente por el golpe. Y lo entendió... Alistair jamás vería el mundo como él, porque a pesar de todo, a pesar de una familia que no le aceptaba, siempre lo había tenido todo. No había pasado necesidades, ni enfermado de nada que su médico no pudiera curar a base de remedios que no estaban al alcance del resto.
La división sus mundos fue más grande en aquel instante.

Alfred había dejado de llorar. Se tensó y ajustó su postura a una formal.- Es lo que haré. Si me disculpa, señor. -Le dedicó una reverencia apropiada y se giró para alejarse de allí con paso ligero. Le quedaba un buen camino hasta la casa, pero no le importaba, quizá le sirviera para despejarse, para llorar todas sus penas, para enterrar ese dolor en lo más hondo de su pecho... porque con nadie podía compartirlo.
Pero durante días, todos le notarían más triste y serio que de costumbre, aunque pensarían que se debía al estado de su madre. ¿Qué otra cosa podía romper el alma tanto como aquello?

El humor de perros de Alistair era notorio para cualquiera que lo conociese. Ver marchar a Alfred tras su pelea lo dejó congelado por unos minutos, tardó un rato en recogerlo todo y volver a su hogar. Ahogar las penas en alcohol era una lección que aprendió de su hermano y que normalmente no llevaba a la práctica. Una pena que sus emociones estuviesen tan en la mierda que el alcohol pudiese dormirlas así.

Y tras una semana era un desastre, fingía ser la persona más funcional, pero sentía que no servía para nada. Tantos años malgastados para al final quedarse solo. ¿Si ese iba a ser el premio no podía haberlo dicho antes? No habría vuelto, se habría quedado con sus contactos y residido allí donde tenía importancia.

¿Lo peor? Ser consciente que debían verse todos los días. A pesar de la traición y lo dolido que estaba, no deseaba causarle problemas o que perdiese su trabajo. Era su ayudante de cámara y quitarle esa posición significaría que dudarían de lo eficiente que era.

— No necesito ayuda con el cambio de ropa — anunció según apareció por la puerta. Sus saludos habituales cortados por completo —. Puedes esperar junto a la puerta para que de la impresión que has hecho tu trabajo.

Alfred estaba agotado, física y emocionalmente. Apenas podía dormir más que los pequeños descansos que le concedían en la casa. La comida no le sabía a nada y le costaba mantener la imagen animada que siempre había tenido. Un velo de tristeza le cubría en todo momento.
Para todos los que le rodeaban, esperaba, solo era el reflejo de la preocupación de un hijo.

Pero no podía evitar sentirse a punto de derrumbarse cada vez que debía acudir a atender a Alistair. Lo que antes habían sido minutos robados de puro deleite, ahora eran similares a una tortura. En su presencia, Alfred mantenía la pose, le costara lo que le costara tenía que hacerlo. Las palabras de Alistair todavía le dolían y a ellas se tenía que aferrar.
No le hablaba si no era para hacer las preguntas precisas sobre su vestuario o alguna otra cosa. Y Alistair parecía poco dispuesto a hacer más que eso.

Colocó la ropa sobre la cama, como de costumbre y esperó con las manos a la espalda, las indicaciones. Apretó la mandíbula al escuchar su orden de mantenerse al margen.- No me gusta fingir que trabajo sin hacerlo, señor. -Respondió, serio.- Con su permiso, lustraré los zapatos que utilizó ayer. -Dicho lo cual, se retiró hacia el vestidor. En toda su vida al servicio de Alistair, jamás se había esmerado tanto en mantener sus zapatos impolutos. Pero aquel sitio era un escondite tan bueno como cualquier otro para no verle.

— Y a mi no me gusta que me lleven la contraria, si te digo que te quedes en la puerta, te quedas en la puerta — indicó, sin casi emoción en la voz, pues hasta ese momento Alistair nunca había sido alguien que diese ordenes directas.

La relación que tenían era mucho más profunda, a pesar de esa ayuda a la hora de elegir atuendo, no era de los que necesitase a su ayuda de cámara en todo momento. Conversar, reír y estar un rato a solas eran mayores tesoros que como abotonarse una camisa.

— Limpiaste los zapatos ayer y no he salido de la casa familiar para nada, créeme que no necesitas verte reflejados en ellos. Ya haces un buen trabajo y si no quieres verme la cara el armario no te ayudará a dejar de verla. — Tampoco debía preocuparse pues Alistair ya estaba organizando su marcha.

No aguantaría dos semanas más con el gesto prepotente de su hermano juzgándolo o sus padres queriendo que conociese a damas en la próxima temporada. Tenía un amor, roto, pero lo tenía. No iba a cambiar aquello por nadie, por mucho que doliese. Se iría a su casa, a pintar y seguir recaudando fondos de su reputación. Tal vez adoptar unos cuantos gatos para que le hiciesen compañía, con los años moriría solo y sus últimas palabras serían: que te den.

Se detuvo al escuchar la voz de Alistair, tensándose por su frío tono de voz y por sus palabras. Lejos estaba el cariño que ambos habían compartido, ahora eran incluso más distantes de lo que era normal para un señor y su ayuda de cámara.
- Como ordene el señor. -Respondió, servicial. Tomando posición junto a la puerta, tal como le había mandado con la espalda recta y la mirada baja. Con la sumisión que nunca había tenido que mostrar en su presencia.

Alistair le aclaró que no necesitaba que limpiara sus zapatos, aunque era algo que él ya sabía. Solo era un modo de evitarse mutuamente. Pero al parecer él no tenía la misma necesidad que él de dejar de estar en su presencia. Después de todo, no se sentiría humillado por el trato o la situación.

- Le agradezco sus palabras sobre mi trabajo, señor. -Respondió, esforzándose por contener su lengua, con escasos resultados.- Pero solo soy un lacayo, -recordó con amargura sus palabras de aquella noche que no era capaz de alejar de su mente, como una condena- no me atrevería a poner mis deseos por encima de los suyos. -Porque sí que era cierto que no quería verle. No quería hacerlo porque dolía. Cada gesto, cada palabra fría y expresión de su rostro. Le dolía porque no podía tener lo que siempre había querido.

Pero, ¿qué otra cosa podía hacer?
Alistair se estaba comportando como un crío enfadado porque alguien se ha comido el último dulce de la bandeja. No había querido saber más de su rechazo, no le había interesado si había algún motivo más importante. Porque, al parecer, para él no había nada más importante que él mismo.