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Lilibet y Christopher, en la Hacienda Sinclair
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Desde que su familia regresara al condado, Lilibet había tenido tiempo de pasear por la villa para desempolvar viejos recuerdos de su más tierna infancia. Lo hizo acompañada del menor de los Sinclair, Edwin, que estuvo encantado de poder guiarla a través de sus memorias para mostrarle cómo habían cambiado por allí las cosas. Era extraño, pensó Lilibet, sentir un lugar tan propio y a la vez tan ajeno, en el que todo seguía igual, pero de una manera diferente.
— Cuando era pequeña, el lago me parecía más grande — la superficie del agua era lisa, como la de un espejo —. Claro que cuando vi el mar por primera vez… me di cuenta de que era como un charquito — sonrió, rasgando las hojas de papel de su cuaderno con el carboncillo.
Edwin se echó a reír, tumbado como estaba en la hierba, con unas flores silvestres entre las manos que luego guardaría entre las páginas de su libreta.
— Supongo que es parte de esto de crecer.
— Supongo que sí.
Edwin y Lilibet habían pasado la mañana disfrutando de su compañía, antes de tener que retirarse a atender sus respectivos quehaceres. Los Fairbanks tenían aún por organizar unos cuantos asuntos pendientes antes de poder decir que se habían asentado en su nueva vivienda. Los Sinclair, por su parte, los habían invitado a una cena para celebrar su regreso y recuperar la amistad entre ambas familias con la promesa de sucesivos eventos en los que encontrarse.
Fue poco después del mediodía cuando Lilibet se dio cuenta de que se había quedado con la libreta de Edwin cuando se marcharon del lago. Sabía que su amigo la echaría de menos en cuanto se diese cuenta de su ausencia, y marchó hacia la hacienda de los Sinclair para devolvérsela.
Alcanzó el lugar en el que la recordaba y observó las viviendas que allí se alzaban, con la mirada llena de curiosidad, contenida por la cautela. Al final, decidió probar suerte en la que más familiar le resultaba, y golpeó la puerta tres veces antes de esperar una respuesta.
El portón se abrió con un quejido y tras él apareció el hermano mayor de Edwin.
— Christopher — lo saludó con una sonrisa en los labios. — Me alegro de volver a verte — lo cierto es que desde su regreso no había tenido oportunidad de intercambiar con él más de un par de palabras —. Venía a traerle esto a Edwin — le explicó, mostrándole la libreta.
— Cuando era pequeña, el lago me parecía más grande — la superficie del agua era lisa, como la de un espejo —. Claro que cuando vi el mar por primera vez… me di cuenta de que era como un charquito — sonrió, rasgando las hojas de papel de su cuaderno con el carboncillo.
Edwin se echó a reír, tumbado como estaba en la hierba, con unas flores silvestres entre las manos que luego guardaría entre las páginas de su libreta.
— Supongo que es parte de esto de crecer.
— Supongo que sí.
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Edwin y Lilibet habían pasado la mañana disfrutando de su compañía, antes de tener que retirarse a atender sus respectivos quehaceres. Los Fairbanks tenían aún por organizar unos cuantos asuntos pendientes antes de poder decir que se habían asentado en su nueva vivienda. Los Sinclair, por su parte, los habían invitado a una cena para celebrar su regreso y recuperar la amistad entre ambas familias con la promesa de sucesivos eventos en los que encontrarse.
Fue poco después del mediodía cuando Lilibet se dio cuenta de que se había quedado con la libreta de Edwin cuando se marcharon del lago. Sabía que su amigo la echaría de menos en cuanto se diese cuenta de su ausencia, y marchó hacia la hacienda de los Sinclair para devolvérsela.
Alcanzó el lugar en el que la recordaba y observó las viviendas que allí se alzaban, con la mirada llena de curiosidad, contenida por la cautela. Al final, decidió probar suerte en la que más familiar le resultaba, y golpeó la puerta tres veces antes de esperar una respuesta.
El portón se abrió con un quejido y tras él apareció el hermano mayor de Edwin.
— Christopher — lo saludó con una sonrisa en los labios. — Me alegro de volver a verte — lo cierto es que desde su regreso no había tenido oportunidad de intercambiar con él más de un par de palabras —. Venía a traerle esto a Edwin — le explicó, mostrándole la libreta.
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Lilibet y Christopher, en la Hacienda Sinclair
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Las obligaciones se sucedían, día tras día. Al menos en aquella ocasión podía mantenerse en el ocupado despacho familiar, terminando de redactar unas cartas y documentos.
Finalmente los había terminado y podía dedicarse a la lectura de una de las últimas novelas que habían caído en sus manos. Había esperado durante bastante tiempo ya en sus estanterías.
Cruzaba la entrada de la casa con intención de llegar a la biblioteca cuando, de repente, la puerta fue golpeada suavemente por alguien al otro lado, por descontado.
Uno de los sirvientes apareció puntualmente en la puerta, mas le hizo gesto de que él mismo podía encargarse, abriendo la puerta y sorprendiéndose al encontrar a Lilibet al otro lado.
- Señorita Fairbanks, qué sorpresa. -Saludó en primer lugar. El asombro acompañó a su rostro cuando escuchó las palabras sobre el cuaderno. Sus ojos bajando hasta sus manos con el ceño ligeramente fruncido por no comprenderlo totalmente.- Por supuesto, un detalle por su parte venir en persona. -Reconoció, haciéndose a un lado para permitir que entrase.- Le ruego que entre, ¿puedo ofrecerle un té mientras alguien busca a Edwin? -La invitó con un gesto en dirección a la biblioteca, no leería, pero al menos estarían tranquilos. Seguramente su madre terminaría llevando la conversación a un lugar inadecuado si llegaba a sus oídos la presencia de la joven en su casa.
Finalmente los había terminado y podía dedicarse a la lectura de una de las últimas novelas que habían caído en sus manos. Había esperado durante bastante tiempo ya en sus estanterías.
Cruzaba la entrada de la casa con intención de llegar a la biblioteca cuando, de repente, la puerta fue golpeada suavemente por alguien al otro lado, por descontado.
Uno de los sirvientes apareció puntualmente en la puerta, mas le hizo gesto de que él mismo podía encargarse, abriendo la puerta y sorprendiéndose al encontrar a Lilibet al otro lado.
- Señorita Fairbanks, qué sorpresa. -Saludó en primer lugar. El asombro acompañó a su rostro cuando escuchó las palabras sobre el cuaderno. Sus ojos bajando hasta sus manos con el ceño ligeramente fruncido por no comprenderlo totalmente.- Por supuesto, un detalle por su parte venir en persona. -Reconoció, haciéndose a un lado para permitir que entrase.- Le ruego que entre, ¿puedo ofrecerle un té mientras alguien busca a Edwin? -La invitó con un gesto en dirección a la biblioteca, no leería, pero al menos estarían tranquilos. Seguramente su madre terminaría llevando la conversación a un lugar inadecuado si llegaba a sus oídos la presencia de la joven en su casa.
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Lilibet y Christopher, en la Hacienda Sinclair
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A Lilibet todavía le resultaba extraño ver al mayor de los Sinclair como el hombre que ya era. Lo recordaba menudo, de cabellos brillantes y ojos grandes, vivísimos, que observaban su alrededor llenos de curiosidad. El tiempo había sido amable con él, lo había convertido en todo un caballero, de porte regio, gesto amable y buenos modales, aunque había algo en él que todavía recordaba al niño que la joven Fairbanks había conocido.
— Oh, no es nada — replicó, quitándose importancia —. Así recuerdo cómo era esto — paseó la mirada por la hacienda Sinclair y le pareció la misma de siempre, pero algo diferente —. Recordaba las flores más pequeñas, así — puso la mano a la altura de su rodilla —, y míralas ahora — sonrió —. Eres muy amable, gracias — aceptó así su invitación, reparando luego en sus formas —. Ay, ¿dónde me he dejado los modales? — Christopher la trataba con la acorde distancia entre conocidos, mientras que ella seguía pensando en él como el chiquillo amigo de los vecinos —. Disculpadme, todavía se me hace un poco raro todo esto — esbozó la más conciliadora de sus sonrisas antes de desviar el tema —. Parece que todo sigue igual, ¿no es cierto? — inquirió ya en un tono más acorde al interior de la vivienda.
Desconocía si había alguien allí que pudiese molestarse por ello, mas ya estaba acostumbrada a mantener baja la voz en su casa. Lo cierto es que de pequeña no tuvo demasiado tiempo para corretear por su hogar. La enfermedad de Audrey le hacía difícil descansar, por lo que todos los miembros de su familia hacían lo posible por ayudarla a conciliar el sueño, y entre esas obligaciones estaba la de no hacer ruido sin un muy buen motivo.
— ¡La biblioteca! — exclamó en un susurro preñado de fascinación. Edwin y ella se habían visto ya varias veces desde que estuviera en el condado, pero nunca en la hacienda de los Sinclair, de la que Lilibet no había vuelto a ver nada más que el vestíbulo. — Qué bonito — esperó a que Christopher le indicase el lugar donde debía tomar asiento y una vez hecho lo miró con el rostro brillante de curiosidad —. Qué bien que tengamos un momento para charlar. ¿Cómo os encontráis después de tanto tiempo?
— Oh, no es nada — replicó, quitándose importancia —. Así recuerdo cómo era esto — paseó la mirada por la hacienda Sinclair y le pareció la misma de siempre, pero algo diferente —. Recordaba las flores más pequeñas, así — puso la mano a la altura de su rodilla —, y míralas ahora — sonrió —. Eres muy amable, gracias — aceptó así su invitación, reparando luego en sus formas —. Ay, ¿dónde me he dejado los modales? — Christopher la trataba con la acorde distancia entre conocidos, mientras que ella seguía pensando en él como el chiquillo amigo de los vecinos —. Disculpadme, todavía se me hace un poco raro todo esto — esbozó la más conciliadora de sus sonrisas antes de desviar el tema —. Parece que todo sigue igual, ¿no es cierto? — inquirió ya en un tono más acorde al interior de la vivienda.
Desconocía si había alguien allí que pudiese molestarse por ello, mas ya estaba acostumbrada a mantener baja la voz en su casa. Lo cierto es que de pequeña no tuvo demasiado tiempo para corretear por su hogar. La enfermedad de Audrey le hacía difícil descansar, por lo que todos los miembros de su familia hacían lo posible por ayudarla a conciliar el sueño, y entre esas obligaciones estaba la de no hacer ruido sin un muy buen motivo.
— ¡La biblioteca! — exclamó en un susurro preñado de fascinación. Edwin y ella se habían visto ya varias veces desde que estuviera en el condado, pero nunca en la hacienda de los Sinclair, de la que Lilibet no había vuelto a ver nada más que el vestíbulo. — Qué bonito — esperó a que Christopher le indicase el lugar donde debía tomar asiento y una vez hecho lo miró con el rostro brillante de curiosidad —. Qué bien que tengamos un momento para charlar. ¿Cómo os encontráis después de tanto tiempo?
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Desde que había sabido del regreso de los Fairbanks podía decirse que Christopher y Lilibet no habían intercambiado más que escuetos saludos, de tal modo que el joven Sinclair no había tenido ocasión de notar si la muchacha había cambiado demasiado en ese tiempo, si bien parecía que su relación con Edwin permanecía inalterable.
Y tal como pudo comprobar, el caracter de la joven no había mutado.
Sus comisuras se elevaron ligeramente ante esa apreciación, y la forma en que describía las flores señalando el tamaño que habían llegado a alcanzar, lo que le hizo bastante gracia, aunque tuvo la deferencia de disimularlo.
Sin embargo, su actitud cambió quizá por su causa, al darse cuenta de que su trato no correspondía con el que alguien de su edad debería tener. Christopher no se había sentido ofendido por ello, pero tampoco quiso corregirla.
- No se disculpe, es comprensible. -Aclaró él, al menos quitándole importancia al asunto para aliviar cualquier peso que pudiera haber generado en la dama.- Así es, no ha cambiado gran cosa. -Asintió acerca de la hacienda y la decoración de la misma, su madre parecía no tener la necesidad que mostraban otras damas en cambiar todo cada cierto tiempo y Christopher lo agradecía incluso más que los ahorros familiares.
Dado que le pareció buena idea y lo demostró abiertamente, le señaló el camino hacia la biblioteca, aunque no había duda de que lo conocía de sobra. Sofás confortables frente a la chimenea, estanterías de caoba cubriendo las paredes soportando una buena cantidad de libros y una decoración acorde al lugar y su uso. Posiblemente la habitación preferida del mayor de los Sinclair a excepción de su propia alcoba.
Señaló uno de los sofás frente a la chimenea, esperando que tomara asiento para hacerlo él en el contrario, pudiendo mirarse cara a cara y respetando la distancia que debía existir entre ambos.- Estoy seguro que de mi querido hermano ya la ha puesto al corriente. -Aseguró, imaginando lo que Edwin podría haberle contado sobre él y su aburrida y monótona vida.- Pero sería descortés no responder, por lo que diré que me encuentro bien y tratando de hacer frente a mis responsabilidades, como se espera que haga. -Poca cosa más se podía decir de su persona, al menos para responder a una pregunta general no creía que hicieran falta más datos.- ¿Puedo devolverle la pregunta? Intuyo que regresar ha podido hacer que los recuerdos la embarguen, y a su familia. -La intuición, desde luego, no era la mayor de sus virtudes, pero en este caso no era tan difícil adivinar cuál podría ser la situación.
Y tal como pudo comprobar, el caracter de la joven no había mutado.
Sus comisuras se elevaron ligeramente ante esa apreciación, y la forma en que describía las flores señalando el tamaño que habían llegado a alcanzar, lo que le hizo bastante gracia, aunque tuvo la deferencia de disimularlo.
Sin embargo, su actitud cambió quizá por su causa, al darse cuenta de que su trato no correspondía con el que alguien de su edad debería tener. Christopher no se había sentido ofendido por ello, pero tampoco quiso corregirla.
- No se disculpe, es comprensible. -Aclaró él, al menos quitándole importancia al asunto para aliviar cualquier peso que pudiera haber generado en la dama.- Así es, no ha cambiado gran cosa. -Asintió acerca de la hacienda y la decoración de la misma, su madre parecía no tener la necesidad que mostraban otras damas en cambiar todo cada cierto tiempo y Christopher lo agradecía incluso más que los ahorros familiares.
Dado que le pareció buena idea y lo demostró abiertamente, le señaló el camino hacia la biblioteca, aunque no había duda de que lo conocía de sobra. Sofás confortables frente a la chimenea, estanterías de caoba cubriendo las paredes soportando una buena cantidad de libros y una decoración acorde al lugar y su uso. Posiblemente la habitación preferida del mayor de los Sinclair a excepción de su propia alcoba.
Señaló uno de los sofás frente a la chimenea, esperando que tomara asiento para hacerlo él en el contrario, pudiendo mirarse cara a cara y respetando la distancia que debía existir entre ambos.- Estoy seguro que de mi querido hermano ya la ha puesto al corriente. -Aseguró, imaginando lo que Edwin podría haberle contado sobre él y su aburrida y monótona vida.- Pero sería descortés no responder, por lo que diré que me encuentro bien y tratando de hacer frente a mis responsabilidades, como se espera que haga. -Poca cosa más se podía decir de su persona, al menos para responder a una pregunta general no creía que hicieran falta más datos.- ¿Puedo devolverle la pregunta? Intuyo que regresar ha podido hacer que los recuerdos la embarguen, y a su familia. -La intuición, desde luego, no era la mayor de sus virtudes, pero en este caso no era tan difícil adivinar cuál podría ser la situación.
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Lilibet y Christopher, en la Hacienda Sinclair
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Lilibet sintió cierto alivio al comprobar que Christopher no le otorgaba la importancia al hecho de que se hubiese equivocado en la forma de dirigirse a él que para otros caballeros habría sido poco menos que una ofensa imperdonable. Supuso que la deferencia que se tiene hacia los viejos conocidos la ayudó en ese momento, y pudieron continuar con la conversación que había interrumpido como si nada hubiese pasado.
Christopher creía que la joven ya sabría de él por la boca del menor de los Sinclair. Sin embargo, desde que los Fairbanks hubieran regresado a su hogar, no habían hablado de él, al carecer de la oportunidad. Edwin y Lilibet habían estado ocupados buscando memorias compartidas en el exterior, pero decidió no contárselo a su interlocutor. Lo que hizo en su lugar fue escucharlo con atención y, aunque le sorprendió la brevedad de su respuesta, asintió cuando se la hubo dado.
— Oh, ya entiendo —. Sobre ella también había recaído la responsabilidad de ser la única hija de los Fairbanks. La responsabilidad que caía sobre los hombres era distinta a la de las mujeres, pero Lilibet podía imaginar el tipo de presión al que el joven Sinclair estaba sometido —. A veces es complicado, ¿verdad? Lidiar con ello, con la responsabilidad — matizó. — Me alegra que os encontréis bien. Al final, es lo único que importa.
Quizá la última declaración quedó algo más omniosa de lo que ella habría pretendido, por lo que se alegró cuando Christopher tuvo a bien devolverle la pregunta que había formulado.
— Sí, es… extraño regresar después de tanto tiempo. Cuando yo me fui de aquí era tan pequeña que apenas había alcanzado la consciencia. Al crecer en otro sitio pensé que esto no sería más que un vago recuerdo que se acabaría perdiendo en mi memoria, pero no. ¡Al volver he recordado tantas cosas! Y sobre todo cosas pequeñas, como el murmullo de los árboles junto al lago o cómo olía y todavía huele el interior de esta hacienda — sonrió —. Pensé que había perdido todas esas cosas cuando nos mudamos y siguen estando ahí. Es curioso. Y esperanzador — agregó —. Seguimos acordándonos de Audrey, claro, pero… hay más cosas que recordar.
Christopher creía que la joven ya sabría de él por la boca del menor de los Sinclair. Sin embargo, desde que los Fairbanks hubieran regresado a su hogar, no habían hablado de él, al carecer de la oportunidad. Edwin y Lilibet habían estado ocupados buscando memorias compartidas en el exterior, pero decidió no contárselo a su interlocutor. Lo que hizo en su lugar fue escucharlo con atención y, aunque le sorprendió la brevedad de su respuesta, asintió cuando se la hubo dado.
— Oh, ya entiendo —. Sobre ella también había recaído la responsabilidad de ser la única hija de los Fairbanks. La responsabilidad que caía sobre los hombres era distinta a la de las mujeres, pero Lilibet podía imaginar el tipo de presión al que el joven Sinclair estaba sometido —. A veces es complicado, ¿verdad? Lidiar con ello, con la responsabilidad — matizó. — Me alegra que os encontréis bien. Al final, es lo único que importa.
Quizá la última declaración quedó algo más omniosa de lo que ella habría pretendido, por lo que se alegró cuando Christopher tuvo a bien devolverle la pregunta que había formulado.
— Sí, es… extraño regresar después de tanto tiempo. Cuando yo me fui de aquí era tan pequeña que apenas había alcanzado la consciencia. Al crecer en otro sitio pensé que esto no sería más que un vago recuerdo que se acabaría perdiendo en mi memoria, pero no. ¡Al volver he recordado tantas cosas! Y sobre todo cosas pequeñas, como el murmullo de los árboles junto al lago o cómo olía y todavía huele el interior de esta hacienda — sonrió —. Pensé que había perdido todas esas cosas cuando nos mudamos y siguen estando ahí. Es curioso. Y esperanzador — agregó —. Seguimos acordándonos de Audrey, claro, pero… hay más cosas que recordar.
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Lilibet y Christopher, en la Hacienda Sinclair
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Intuyó, evidentemente después de hablar, que su forma de expresarse y palabras habían sido un poco toscas para con la muchacha que tenía frente a sí, solía ocurrir que no era consciente de ello hasta el cambio de expresión, al menos cuando no lo pretendía.
Así pues, la comprensión sincera que mostró Lilibet llegó a causarle cierta sorpresa. Porque lo cierto es que no lo había tenido en cuenta, pero ella también debía estar recibiendo responsabilidades correspondientes a una heredera.- Así es la responsabilidad, una tarea que puede pesar, pero necesaria. -Cierto es que normalmente no se trataba a las mujeres del mismo modo que a varones, pero estaba convencido de que sus padres querrían que pudiera defenderse, o al menos saber lo que su esposo estaba haciendo con los terrenos que se le legaran en un futuro, que esperaba lejano. Al menos es lo que él haría.
Al escucharla hablar, con la atención debida, sobre lo que había supuesto regresar, con los recuerdos acudiendo a su mente a pesar de ella creerlos tan difusos, se preguntó si también lo sería en su caso. Por suerte o por desgracia, Christopher no había tenido ocasión de alejarse del hogar más que para completar sus estudios, brevemente y en temporadas que terminaban con su regreso a casa. No podía comparar sus experiencias con las de la dama, y aún así sus palabras y descripciones le hicieron más sencillo imaginarlo.
- Por supuesto. -Asintió ante la mención a su hermana.- Pero me alegro de que vuestros recuerdos os traigan alegría y esperanza, por lo que decís. -Era lo que había entendido de sus palabras, cierta felicidad por el regreso.- Y sé que Edwin es quien se ha encargado de haceros sentir bienvenida, pero os aseguro que toda la familia Sinclair se alegra de vuestro regreso. -Temía estar sonando como su madre una vez lo expresó en voz alta, aunque al menos no había hecho mención a cenas, bailes ni compromisos.- Quiero decir, -carraspeó- que si alguna vez necesitáis ayuda en algo donde os pueda ayuda, no tenéis más que decirlo.
Así pues, la comprensión sincera que mostró Lilibet llegó a causarle cierta sorpresa. Porque lo cierto es que no lo había tenido en cuenta, pero ella también debía estar recibiendo responsabilidades correspondientes a una heredera.- Así es la responsabilidad, una tarea que puede pesar, pero necesaria. -Cierto es que normalmente no se trataba a las mujeres del mismo modo que a varones, pero estaba convencido de que sus padres querrían que pudiera defenderse, o al menos saber lo que su esposo estaba haciendo con los terrenos que se le legaran en un futuro, que esperaba lejano. Al menos es lo que él haría.
Al escucharla hablar, con la atención debida, sobre lo que había supuesto regresar, con los recuerdos acudiendo a su mente a pesar de ella creerlos tan difusos, se preguntó si también lo sería en su caso. Por suerte o por desgracia, Christopher no había tenido ocasión de alejarse del hogar más que para completar sus estudios, brevemente y en temporadas que terminaban con su regreso a casa. No podía comparar sus experiencias con las de la dama, y aún así sus palabras y descripciones le hicieron más sencillo imaginarlo.
- Por supuesto. -Asintió ante la mención a su hermana.- Pero me alegro de que vuestros recuerdos os traigan alegría y esperanza, por lo que decís. -Era lo que había entendido de sus palabras, cierta felicidad por el regreso.- Y sé que Edwin es quien se ha encargado de haceros sentir bienvenida, pero os aseguro que toda la familia Sinclair se alegra de vuestro regreso. -Temía estar sonando como su madre una vez lo expresó en voz alta, aunque al menos no había hecho mención a cenas, bailes ni compromisos.- Quiero decir, -carraspeó- que si alguna vez necesitáis ayuda en algo donde os pueda ayuda, no tenéis más que decirlo.
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Lilibet y Christopher, en la Hacienda Sinclair
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Aquella charla, aunque breve, fue de lo más reveladora. Lilibet pudo comprobar cómo el niño de ojos grandes y mejillas sonrosadas se había convertido en todo un adulto dispuesto a hacerse cargo de sus responsabilidades. El tiempo había pasado para todos, pero no todos lo asumían de la misma manera, y a la joven le gustó la categoría del hombre con el que compartía mesa.
— Sí — concedió con el amago de una sonrisa —. Me alegro de estar aquí.
En el aire quedó si se refería al condado o a la biblioteca de los Sinclair. Al fin y al cabo, ambos emplazamientos estaban llenos de significado. Tantas horas había pasado en la hacienda de aquella familia que bien podría haberla reconocido como suya propia. Sintió una genuina alegría cuando Christopher compartió con ella sus pensamientos.
— Gracias — quizá se le habían encendido las mejillas —. Sois demasiado amable, pero no os preocupéis. De momento no necesito nada. Con su compañía me basta — añadió —. Es como si no me hubiera ido.
Continuó la charla mientras disfrutaban del té y las pastas. Antes de que se dieran cuenta, el sol había terminado de cruzar el firmamento y ya se ocultaba tras las montañas. La señorita Fairbanks abandonó la hacienda de los Sinclair antes de que el crepúsculo dejara paso a la noche, y lo hizo con la promesa de no dejar pasar demasiados días antes de regresar. Quizá en otro momento podría hablar con la señora Sinclair; apenas había podido intercambiar un par de palabras con ella y sabía que querría saber de ella.
— Sí — concedió con el amago de una sonrisa —. Me alegro de estar aquí.
En el aire quedó si se refería al condado o a la biblioteca de los Sinclair. Al fin y al cabo, ambos emplazamientos estaban llenos de significado. Tantas horas había pasado en la hacienda de aquella familia que bien podría haberla reconocido como suya propia. Sintió una genuina alegría cuando Christopher compartió con ella sus pensamientos.
— Gracias — quizá se le habían encendido las mejillas —. Sois demasiado amable, pero no os preocupéis. De momento no necesito nada. Con su compañía me basta — añadió —. Es como si no me hubiera ido.
Continuó la charla mientras disfrutaban del té y las pastas. Antes de que se dieran cuenta, el sol había terminado de cruzar el firmamento y ya se ocultaba tras las montañas. La señorita Fairbanks abandonó la hacienda de los Sinclair antes de que el crepúsculo dejara paso a la noche, y lo hizo con la promesa de no dejar pasar demasiados días antes de regresar. Quizá en otro momento podría hablar con la señora Sinclair; apenas había podido intercambiar un par de palabras con ella y sabía que querría saber de ella.
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