Waltheof había salido pronto de su castillo, su carruaje tirado por thestrals le llevaría sin dilación hasta el castillo que había abandonado unos años atrás. Había recibido la invitación personal de Salazar Slytherin para acudir a la festividad del Solsticio.
Iban a recibir la visita de otros magos del continente y parecía la oportunidad perfecta para conocer otras técnicas, nuevos hechizos y hacer contactos en la comunidad mágica fuera de la isla en la que vivían.
Pero no podía evitar darse cuenta que si su corazón latía con más fuerza, era sin duda porque volvería a ver a Helena. Sin duda era lo que más deseaba de su vuelta a Hogwarts. Poder verla y hablar con ella, quizá convencerla de la sinceridad de sus sentimientos y ver que era correspondido.

Finalmente las altas torres y las grises murallas se fueron haciendo más visibles, hasta que llegó a la entrada y se sintió como en casa de nuevo. El castillo tenía ese efecto entre quienes habían pasado allí los mejores años de su vida.
Capa a un lado para dejar a la vista sus elegantes vestiduras, ordenó a un elfo que anunciara su presencia y le dijera a dónde debía dirigirse.

Nada más ser conducido al salón, el joven Barón buscó a la hermosa dama en la que había pensado desde que aquella invitación cayera en sus manos. Pues no había duda alguna de que Helena estaría allí junto a su madre.
No obstante, al no encontrarla en el primer vistazo a la sala, decidió acercarse a su mentor, el gran Salazar Slytherin, que siempre había sido para él una figura a la que admirar e imitar y deseaba compartir sus progresos y quizá lograr su aprobación.

Hasta que finalmente, el deseo que guardaba su corazón se vio cumplido y sus ojos pudieron contemplar la serena belleza de la joven dama. Bella como siempre lo había sido, con los oscuros cabellos enmarcando el pálido y delicado rostro, donde los ojos de curiosidad e inteligencia incomparable se abrían paso hasta el alma de uno.

No se ruborizó cuando esos ojos se posaron en él, sino que realizó una cortés inclinación de cabeza a modo de saludo, acompañado de una discreta sonrisa. Guardar las apariencias era algo requerido por los suyos, y trataba de cumplir con su posición, pese a que deseara saltar al ver a Helena alejarse de su madre para llegar a su presencia.

Cuando finalmente estuvo a su lado, se tomó el atrevimiento de esperar a que ella le permitiera besar su mano.- Lady Helena, me siento afortunado de que me honréis con vuestra compañía. -Saludó, agradecido por contar con su atención.
Aquel gesto solo podía significar que era recordado con cierta estima, cosa que le emocionaba de más.- ¿Puedo acompañaros con una copa de vino especiado? -Ofreció, viendo que se estaban sirviendo en una mesa cercana.- Así quizá podáis hablarme de vuestros últimos descubrimientos. Recuerdo que cuando nos despedimos estabais investigando sobre... -Dejó las palabras en el aire para que fuera ella misma quien completara la frase. No porque hubiera olvidado aquel tema, en verdad lo recordaba e incluso había enviado algún mensaje con información obtenida en sus tierras sobre el asunto. Pero deseaba oírla hablar, oír su voz en cualquier forma, pero recordaba el tono que empleaba cuando hablaba de algo que la interesaba realmente.
Además, qué mejor forma de comprobar que ella también tenía recuerdo, triste quizá, del momento de la separación.

El joven Barón solo podía sonreír ante la presencia de Lady Helena, pero más aún cuando la joven dama anunció su alegría por el reencuentro. Podía pensar que sus mejillas habían enrojecido solo por un comentario tan dulce de su parte, pero de momento el más afectado por las atenciones era su corazón que palpitaba con tal fuerza que temía fuera a delatarle.

Pero no podía ser de otra forma, no solo disfrutaba de la compañía de la más bella e inteligente de las damas, sino que también podía escucharla hablar con un entusiasmo en la voz que solo había podido recordar en los últimos tiempos. Adoraba volver a oírlo y, hasta cierto punto, ser el artífice del mismo.- Por supuesto que lo recuerdo, mi señora. No podría olvidar algo tan estimulante como vuestra investigación. -Aseguró, esperando que pudiera apreciar lo muy en cuenta que la tenía, pues así era y así sería.- Creo recordar que incluso intenté hacerme con algunos huevos para poder ayudaros con ella una vez regresé a mi hogar, lamentablemente no prosperó la búsqueda. -Algo que el mago al que se la encargó lamentó terriblemente.

- ¿Hicisteis pues algún progreso? Sería un alivio poder tener un modo de acercarme en inteligencia a vuestra persona. -Trató de bromear.- O quizá haya una nueva investigación que nos deslumbre a todos.

No podía sino regocijarse en la atención que Lady Helena le estaba prestando, la forma en que le escuchaba y a buen seguro apreciaba el interés que mostraba por su trabajo. Pues Waltheof sabía que mientras a cualquier mujer se la engatusa con joyas o regalos, la dama Ravenclaw tenía como único acceso a su corazón su brillante mente.

- Cómo no mostrarlo, Lady Helena. -Respondió, casi exclamando, a su agradecimiento por el interés mostrado.- Sin duda sois la más extraordinaria de las brujas de nuestra generación o quizá de todas, pero eso lo demostraréis con el tiempo.

Se sentaron a una mesa, sendas copas en las manos. El Barón alargó el brazo para tomar una de las exquisitas pastas de nueces y miel mientras la joven saciaba su curiosidad sobre aquel proyecto o cualquier otro que deseara explicarle. Pues era sin duda la única persona en aquella sala que merecía su atención en exclusiva, salvo quizá por sus antiguos profesores.

- Entiendo que vuestra madre quiera tomar precauciones, pero no habrá progreso sin intentos. Quizá podáis probarla en alguna criatura, un elfo doméstico tal vez. -Expuso, no dándole la mayor importancia a la posibilidad de que funcionara, en esas criaturas de mente vacía de poco serviría salvo para demostrar que no era letal. Y si quería un humano, seguro que podría conseguirle a alguien dispuesto a cambio de una buena suma para su familia…

Mas lo que ganó, sin duda alguna, su atención no fue solo que se inclinase hacia él aumentando la cercanía entre ambos, sino que le hiciera aquella pregunta en confidencia.- Tenéis mi palabra de caballero de que podéis confiarme cualquier secreto y éste jamás, ni bajo tortura, saldrá de mis labios. -Expresó, mano en el corazón para dar mayor seguridad a sus palabras.

El joven Barón no podía sino esperar, haciendo acopio de la poca paciencia que poseía, conocer ese secreto que su amada Helena deseaba compartir con su persona. No cabían en su mente las diferentes posibilidades y su corazón albergaba en silencio la esperanza de que no se tratara de que estaba interesada en otro caballero, porque seguramente le mataría en ese mismo momento.

Sin embargo, el secreto que quedó compartido entre ambos, en aquella confiada cercanía, fue la singular ubicación en la que la bella Ravenclaw había empezado a experimentar a espaldas de su restrictiva madre.

- No puedo sino maravillarme ante tan curioso descubrimiento y preguntarme cómo fue que disteis con esa cabaña que tan buen servicio os presta. -Se interesó, únicamente por el placer de compartir más confidencias con ella.- Si bien, ahora que soy partícipe de tan preciado secreto, os extiendo una vez más mi oferta de ayudaros a conseguir cualquier cosa que pueda haceros falta. Siendo a través de mi persona vuestra madre jamás sospecharía, desde luego. -Deseaba estar más cerca de ella, recuperar la continua compañía que el final de sus estudios le había robado, solo así obtendría de una vez por todas el corazón de la dama.

La sonrisa que Helena le dirigió en la fiesta al saber de su opinión sobre los valientes experimentos que estaba realizando acompañó al joven barón durante numerosas jornadas. Habíase impuesto no escribir la mencionada carta a la joven de sus sueños al menos hasta una semana después de aquel encuentro. Y a los pocos minutos de decidirlo ya había escrito un primer borrador que se contuvo, Merlín sabría cómo, de enviar.

Si por el fuera, bien le habría dejado una nota en aquel mismo banquete para informar de sus deseos de ayudarla, especialmente si un sujeto vivo podía ponerla en peligro durante sus experimentos. Quién si no él estaría más dispuesto a protegerla con su vida si fuera preciso.
En cuanto se cumplió una semana de su visita a Hogwarts, una lechuza de plateadas plumas emprendió vuelo hacia el castillo portando la carta en la que expresaba de nuevo su admiración y deseo de serle de utilidad.

Helena respondió prontamente, cosa que avivó el fuego pasional de su corazón, creyéndose correspondido en sus ansias de volver a encontrarse. Anuló todo compromiso que pudiera entorpecerle para estar disponible enteramente para ella y partió hacia la cabaña que le había indicado.

Un golpe de varita y Waltheof apareció en aquel claro del bosque, frente a una cabaña de aspecto acogedor. A primera vista, poco apropiada para personas de su alcurnia y poder. Pero en cuanto la bella Helena hizo acto de presencia en aquella puerta de madera, el lugar obtuvo un mágico brillo de encanto romántico a su alrededor. La sola presencia de la joven bruja era capaz de iluminar el más lúgubre de los páramos a su entender.

Realizó una profunda reverencia cuando estuvo a la altura de su persona y sonrió a sus palabras.- Como os dije en nuestro último encuentro, ardo en deseos de poder seros de ayuda. Y de conocer un poco más de vuestro notable trabajo. -Añadió, pues ya conocía que era más efectivo en ella halagar la brillantez de su mente que su belleza.

Aceptó la taza al tiempo que tomaba asiento tras hacerlo ella en su espacio. Observó el lugar, parecía cómodo, sin demasiados lujos, pero con lo imprescindible, suponía, para las experimentaciones que Helena deseaba llevar a cabo.- Veo que estáis creando un espacio acogedor en esta cabaña. Es... agradable. -Supuso que ese era el término propicio para describir el interior.

El Barón asintió ante la descripción que Helena hacía de aquella cabaña, más funcional que cómoda, pero que contaba con lo que ella necesitaba para sus prácticas y creación. Era admirable como alguien que había nacido para la grandeza, como aquella dama, se podía conformar con tan poco siempre que pudiera cumplir con su propósito.
No veía en la joven Ravenclaw ni una sola pega. Su carácter y comportamiento, unido a su belleza, la hacían perfecta. Tan perfecta como para dar lugar a una enfermiza obsesión de la que no podía ser consciente.

No obstante, sí lo fue del modo en que su corazón se conmovió ante su interés por su persona. Siempre resultaba tan atenta que era imposible no dar por supuesto que su interés se debía a unos sentimientos creciendo en su bello corazón. La cortesía no explicaba que alguien como Helena dejase de lado sus importantes asuntos por otro tema de conversación.

- Temo que os aburriría saber mis ocupaciones de estas semanas de separación. -Expuso, tratando de mostrarse humilde.- Ha habido una pequeña plaga de gnomos en los terrenos que rodean el castillo, pero se ha resuelto rápido, y salvo algún compromiso social nada que me haya entretenido lo suficiente como para ser mencionado. -Argumentó.- Si he de ser sincero, tener noticias vuestras ha sido lo más emocionante estos días. Pensando en lo cuál me veo tentado a ofreceros acomodo en mis tierras, podría encontrar algún espacio más confortable, por muy funcional que resulte esta cabaña, no creo que esté a la altura. -Si ella se lo pidiera, le construiría un castillo junto al de su familia. Solo antes de ofrecerle mudarse al propio.