Sigmund no llevaba bien los cambios, pero en esa ocasión había tenido que aguantarse con ellos. Desde que Thomas se fue de Dumstrang había disfrutado de un periodo corto donde él era el rey del colegio, pero como todo lo bueno se había acabado pronto. La noticia de que viajarían a Londres no le hizo muchas gracia, pero menor fue la idea de que sus último meses de estudio los tendría que pasar en Hogwarts. Podría ver a Thomas de nuevo, pero pasaría de ser un rey a ser el chico nuevo y eso era una molestia. Claro que el sombrero seleccionador le pareció un chiste, pero el color rojo le gustaba así que intentaría no sentirse demasiado ofendido al respecto.

El ataque estaba sonando en todas las emisoras de radio, su padre no dejaba de tener reuniones en el estúpido ministerio y él había decidido que las normas eran demasiado para su escultural cuerpo. Así que tras dejar una nota en manos de su elfa doméstica salió por una de las chimeneas hacia el callejón. Ver la mitad de los negocios con los cristales aún rotos fue una decepción, pero por fortuna la tienda que buscaba estaba operativa. Aparte, eran unos exagerados, no todo el callejón había quedado en ruinas.

Entró en la tienda de pociones, acercándose a la zona de cabello para buscar sus favoritas, el idiota que había llevado el transporte volcó una de sus maletas y se encontró las pociones vertidas sobre su ropa de seda. Maldito idiota, al menos el precio no era muy dispar con las que él conocía.

27/12/19 + Tienda de pociones para el cuidado del cabello y barba

No tenía demasiadas ganas de salir de casa desde el ataque, pero era consciente de que encerrarse no iba a servirle para nada. Aprovechó que Cynthia había decidido acercarse a casa de Carrie para embarcarse en su propia aventura... Al final, todos los botes y pociones que había comprado durante el festival en el Callejón Diagon acabaron rotos en su bolsa tras el ataque. Si no tuviera tantos galeones en Gringotts, seguramente habría puesto una demanda por daños y perjuicios para que le reemplazaran todo lo que se había gastado.  

Estar en el Callejón le producía una tensión difícil de explicar, como si el estómago se le revolviera y el pecho empezara a apretarle. Seguramente una reacción del estrés tras el ataque. Aun así, se obligó a caminar por el lugar que ya habían conseguido reorganizar... Todo ventajas de la magia. Algunas tiendas seguían en claro mal estado, suponía que también tenía que ver con los recursos que sus dueños pudieran invertir en recuperarlo todo, pero poco a poco iban dejando las consecuencias del ataque atrás.

Entró en su tienda favorita, y escaneó todas las estanterías en busca de sus productos favoritos. Y allí lo vio, a alguien que no reconocía de nada, pero que le daba la impresión de ser de su edad.

—¿Tienes alguna pregunta sobre las pociones? Se me da bien dar consejos— dijo, solamente esperando que el hombre se diera la vuelta para poder intentar ubicarlo en su cabeza. No lo reconocía, pero la sorpresa al ver su rostro fue bastante agradable, y se evidenció en la satisfacción plasmada en su expresión.
 

27/12/19 + TIENDA DE POCIONES PARA EL CUIDADO DEL CABELLO Y BARBA

Uno de los dependientes intentó acercarse para ofrecer su ayuda y la mirada de Sigmund dejó bastante claro que no quería conversaciones estúpidas. Sabía muy bien que quería comprar como para que le intensasen vender algo más, si no estuviese de tan mal humor por el estúpido viaje podría dejar que le comiesen la oreja, pero ni ganas. Simplemente quería los productos para la barba, porque odiaba que no se quedase perfectamente recortada y sobre todo que no brillase como correspondía.

Estaba comparado dos de los botes cuando finalmente le habían dejado solo y no fue hasta que escuchó otra voz que sintió que tenía ganas de tirarles el bote a la cabeza. Al menos hasta que desvió la vista, los ojos del vikingo repasaron al hombre frente a él — que no parecía trabajar en la tienda — y sonrió casi sin darse cuenta. No había duda que la mirada del chico se había fijado en él, ¿cómo negar ese repentino interés?

— No muchas, en realidad — respondió, con un tono más jovial del esperado —, nos hemos mudado hace poco y las pociones que traía se vertieron en la maleta, estoy intentando reemplazarlas sin querer golpear a quien trajo el equipaje — explicó, como si realmente estuviese hablando con algún amigo que entendiese la obsesión de Sigmund por hacer brillar su cabello —. La gama de Royal Phoenix es muy buena con mi tipo de barba, me sorprende que sea más barata que en mi país — mejor para él, así podía gastar los galeones en algo más y hacerse el inocente frente a su madre.

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¿Se esperaba algo interesante de parte de un desconocido? En un mundo donde sentía que ya tenía visto a todo el que podía resultarle importante entre los suyos, siempre lo era. Sin embargo, su acento hizo que, si ya de base sentía una curiosidad, se viese ligeramente atraído a sus respuestas. Efectivamente, acababa de mudarse.

—¿De dónde eres?— preguntó, intentando registrar de alguna forma el tono de su voz en su cabeza, le sonaba un poco más fuerte de lo que había escuchado en otros alumnos que habían venido recientemente —. Es una auténtica pena la falta de cuidado que se tiene a veces, espero que no se echara a perder nada importante— dijo, con una empatía que era mas auténtica de lo que cualquiera se creería: las pociones de verdadera calidad costaban lo suyo, y también podían dejar manchas muy feas.

—Esta tienda tiene buenas ofertas, cada tres meses te regalan un pequeño bote si compras tres unidades. Además... Desde el ataque en el callejón, algunas tiendas están dejando sus productos un poco más baratos para poder vender mas rápido y costear algunos de los arreglos— Al menos esa tienda en particular parecía no haberse llevado demasiados golpes, suerte para él, porque no encontraría los productos que necesitaba antes de la fiesta.

—Se ve que no necesitas ayuda para elegir tus productos, pero... Si necesitas un tour del Londres Mágico, no dudes en preguntar— dijo, acercándose un par de pasos a la estantería de Zwangs, la marca que usaba él para su cabello —. Mi nombre es Maddock Lancaster— se presentó, para que supiera cómo llamarlo.
 

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Jugar la carta del extranjero misterioso era una que iba a dejar caer en más de una ocasión. Sigmund estaba bastante convencido que su compromiso con alguna de las hijas de la familia Freyton estaba en camino, teniendo poco tiempo para seguir disfrutando de su sexualidad libremente. Tendría que vivir como sus padres, en esa perfecta armonía de haber tenido cuatro hijos y yacer con sus amantes a puerta cerrada. El cambio repentino haría que hasta ese pequeño detalle se retrasase, hasta podrían tener una idea diferente para su matrimonio. Así que si, cuando un chico o chica guapa le hablase seguiría la corriente.

— Noruega, un pequeño pueblo mágico lleno de encanto, una pena que ahora solo mis hermanos puedan disfrutar del frío — resopló, aunque hasta eso parecía encantador. Casi dio la impresión que Sigmund marcaba un poco más su acento —. ¿Todas mis pociones de cuidado facial no te parecen una gran pérdida? — Teniendo en cuenta su cercanía, la forma en la que había preguntado si podía ayudarle, creía firmemente que tenía la misma idea que él sobre lo que aquellas pociones podían lograr.

El tema del callejón dando vueltas otra vez, no podía creer que fuese tan difícil encargarse de reparar unos cuantos negocios. El ministerio debería encargarse, tenían magia para solucionar ese tipo de incidentes. Sigmund creía firmemente que la gente quería hacer eco de lo que había pasado en lugar de mover página y enfocarse en encontrar a los idiotas que habían montado aquel paripé.

— ¿A dónde me llevarías? — Preguntó, alzando una ceja y mostrando una sonrisa ladeada que buscaba ser completamente coqueta. Extendió su mano hacia él —. Sigmung Wangberg — apretó la mano del chico con firmeza, acercándolo un poco a él para coger de su otra mano el bote que había tomado del estante —. Si te parece bien, a cambio del tour te pago la poción — marcar terreno era una actividad que a Sigmund se le daba muy bien.

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—Nunca he tenido el placer de visitar Noruega— comentó, aunque no le parecía un mal lugar para parar durante las vacaciones. Tendrían bastante tiempo cuando terminaran sus estudios en Hogwarts, y si hacían amigos en los lugares correctos seguramente lo pasarían todavía mejor —. Son una gran pérdida, pero no es algo que no pueda reemplazarse— explicó, porque él mismo acabaría terriblemente enfadado si le pasara algo así, pero peor sería perder algo de auténtico valor sentimental.

—Un placer, Sigmund.— Tomó la mano del contrario, sus palmas se sentían suaves al tacto y ese simple hecho le agradó. Rara vez encontraba gente tan dispuesta como él mismo a cuidar de su apariencia, en especial siendo del género masculino y con la concepción en sus cabezas de que si no eran auténticos machos, no llegarían a ninguna parte.

—Podemos conocer lo que queda del Callejón, hay un par de tiendas que tal vez te llamen la atención... Y si tienes más tiempo, hay una cafetería en la zona residencial donde venden unas tartas que están muy buenas— comentó, pensando en ese lugar que quedaba relativamente cerca de su casa —. Hay mucho más para ver en Hogsmeade, ¿vas a venir con nosotros a clase?— preguntó, caminando hacia el mostrador.
 

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— Deberías, hablan mucho del encanto que tienen las villas mágicas en Reino Unido, pero para ser honesto tan solo he visto mansiones que parecen cubrir falencias — explicó el chico, soltando un pequeño suspiro. Prefería su hogar en Noruega, la forma en la que todo estaba repartido, la protección contra los muggle era mucho más pura. Allí reclamaban mucho su pureza, pero de alguna forma vivían todos en una cercanía ridícula con aquellos que despreciaban.

Negó, porque el valor sentimental estaba ahí o más bien el tener que salir a comprar a primera hora tras haber tenido un viaje movido. No había sido largo, era la parte buena de aparecerse, pero si cansado.

— Si — respondió, sin muchas ganas de dar demasiados detalles —. Tuvimos que acercarnos al llegar, para que todo estuviese preparado para mi al volver de las festividades — un suspiro obvio escapó de sus labios —. He caído en la casa de Gryffindor, aunque no creo que haya ninguna diferencia —. Se daría cuenta que la mayoría de puros estaban en Slytherin y parecían tener un palo de escoba entre las nalgas.

Se acercaron a pagar, Sigmund permitió que Mad pusiera sus pociones para poder entregar los galeones al tendero, el cual parecía satisfecho al darse cuenta que el rubio había cogido la mitad de la balda. Uno no tenía un brillo como el suyo por compasión, había un trabajo detrás.

— Lo de las tartas sonaba bien, por cierto — no le vendría bien tomar algo y fingir que no estaba incomodo en un nuevo continente. Además, la confitería siempre era digan de probar fuese donde fuese.  

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—¿Es demasiado decirle a un desconocido que espero que eso sea una invitación?— preguntó, con la suficiente cordialidad como para que si el chico frente a él no se encontraba lo suficientemente despierto no notaría ese intento de coqueteo. Maddock se conocía lo suficientemente bien como para saber que podía camuflar sus intenciones debajo de una capa de amabilidad, siempre había sido de la misma manera y cualquiera que lo conocía podía justificarlo de esa manera. Solo Cynthia podía llegar a imaginarse los juegos que a veces pasaban por su mente, lo atractivo que podía resultarle el hombre frente a él y cómo no se lo diría porque ese era el orden de las cosas en aquella sociedad.

Para el Hufflepuff el tema de las casas era lo menos importante. La mayoría de sus pares se encontraban en Slytherin, pero él no se sintió decepcionado al entrar en la casa de los tejones, consideraba que decía bastante sobre su personalidad: juraba lealtad a los suyos, y esperaba que su confianza estuviera siempre depositada en las personas correctas.

—Yo estoy en Hufflepuff, que nadie te diga que es menos por no estar en Slytherin— aseguró, también decía algo de él que hubiese caído en la casa de los valientes, esperaba simplemente que no lo fuera tanto como para considerarlo temerario y estúpido.

—Pues es un plan, entonces— dijo, cogiendo su bolsa y llevándola en la mano mientras salían al callejón para empezar con su tour —. Háblame un poco de ti ¿qué te gusta? Así me aseguro de no llevarte a lugares que te vayan a aburrir a muerte— pidió, mientras empezaba a moverse por el lugar. Estaba claro que el ministerio ya había hecho una buena intervención para limpiar y retirar los escombros, pero suponía que no todo el mundo tenía los recursos para repararlo todo en un abrir y cerrar de ojos, aun se notaba el impacto del ataque en el lugar.
 

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El tono implícito estaba ahí y Sigmund lo cogió al vuelo. Era fácil darse cuenta cuando una persona estaba haciendo un movimiento cuando uno no dejaba de hacerlos. Al rubio le gustaba tentar a la gente, ver hasta donde eran capaces de presionar sus límites y disfrutar del resultado. La libertad de expresión debía ser valorada, era uno de los pilares fundamentales de su familia, aunque otros no lo viesen de la misma forma.

— Cuando quiera, señorito — respondió, con ese mismo tono, ese juego que prometía ser un poco más si se usaban las palabras correctas. Sigmund no tendría problema de ver hasta donde le llevaba aquello, pero sin duda el interés por aquel joven acababa de escalar posiciones en su cabeza, más si estaba en el colegio también.  

Una risa obvia escapó de los labios del vikingo al escuchar las palabras de su acompañante. Había cierto resquemor en su tono, casi como si estuviese acostumbrado a que la gente le diese de menos por no quedar en la casa correcta.

— Me importa una mierda la casa en la que este, para ser completamente honesto, un sombrero viejo no me puede decir donde soy mejor y donde peor — aseguró, porque tenía la misma idea de su casa en Dumstrang, ganas de etiquetarse, cuando un mago podía tener muchas cualidades y no necesitaba enfrentarse a los demás. Solo los magos de mente abierta podían entender que aquellos sistemas existían para limitar lo que las personas eran capaces de hacer.

— Pues tengo algo de hambre, me gustaría probar algún dulce o confección digna de un mago de Londres — su mirada se quedó fija en el chico —. ¿Alguna idea? — Sobre todo teniendo en cuenta que el callejón no estaba como en su mejor momento, le parecía una suerte que alguien con una tienda llena de botes de cristal apenas hubiese tenido desperfectos. El dueño de la tienda de pociones debía comprar lotería.

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Maddock no estaba para nada acostumbrado a dejarse llevar de esa manera, pero podía excusar su comportamiento en el intento de ser cordial con alguien que acababa de conocer, y que evidentemente estaba a su misma altura. No se comportaría de la misma manera si sospechara que Sigmund no era digno de su atención. No respondió, pero hizo una nota mental de su ofrecimiento para no dejarlo pasar.

—Ojalá el resto del colegio pensara lo mismo, te vas a topar con muchos complejos de superioridad.— Muchos dirían que él mismo tenía uno, pero Maddock siempre había sido bastante honesto respecto a sí mismo, no creaba expectativas que no fuera a ser capaz de cumplir.

—Una buena idea, si— dijo, haciendo un gesto para que se movieran hacia el lado norte del callejón. Era evidente que se había llevado una buena paliza para cuando llegaron allí, pero el dueño de Sugarplum's Sweetshop parecía haberse dedicado a restaurar todo para abrir en cuanto fuera posible, y de todos los negocios de la zona era de los que más brillaba porque daba la impresión de que nada lo había tocado.

Maddock entró, y quizá se debía a que no había mucha gente en el interior, pero recibieron un saludo cálido desde el principio. Se acercó a la pequeña barra para que Sigmund pudiera ver todas las tartas y pequeños postres que tenían, junto con algunos helados de degustación para acompañar.

—El té está particularmente bueno aquí, si quieres probar alguno— dijo, señalando la tarta de moras para que le pusieran un trozo y esperando a que su acompañante se decidiera por algo antes de pedirlo también. Se adelantó para pedir que le cobraran antes de elegir una mesa.

Estaba claro que no mucha gente había decidido recuperar la normalidad, no había muchos visitantes en el callejón, y desde allí podía ver a través de la ventana que habían reforzado considerablemente las guardias por la cantidad de aurores que se paseaban por allí andando en parejas.

—Así que Sigmund, ¿por qué no te han dejado terminar tu educación en Durmstrang?— preguntó, yendo quizá por algo personal sin saberlo, pero decidiendo apuntar por lo que le producía curiosidad.
 

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La mueca de cansancio que hizo el rubio tuvo que ser muy evidente. Había vivido esa experiencia en más de una ocasión, algunos tenían un concepto un poco enturbiado de lo que era pertenecer a alguna de las casas. No eras mejor mago porque un sombrero te seleccionara en un lugar u otro.

— Por mi experiencia pueden comer tierra — aseguró, rodando los ojos de manera obvia ante ello —. Cuando quieran demostrar que son mejores que yo que lo hagan con acciones, estaré encantado de observarlos fracasar — y la sonrisa lobuna que ofreció era suficiente para saber que no había que jugar mucho con la paciencia de Sigmund.

Siguió al joven, manos en los bolsillas y bolsa colgando de una de sus muñecas. No tenía intención de parecer un señorito, su fuerte acento ya indicaba que no era de por ahí. Debía ser agradable y su madre diría que tenían que causar la mejor de las impresiones, pero Sigmund suponía que si habían hecho aquel cambio tan abrupto era exactamente porque tenían contactos que los respetaban.

— No soy muy fan del té, creo que es una costumbre muy inglesa — aseguró, tampoco era como si fuese a poner cara de asco, pero dudaba que realmente fuese a cogerle gusto al té de la misma forma que ellos.

Se sentó junto a Mad, dejando la bolsa en una de las sillas vacías, el lugar no estaba muy concurrido, pero nuevamente vendría del hecho del ataque previo. Eran débiles, si esto hubiese pasado en Noruega todos habrían sabido ponerse en pie sin temer el ataque. Era lo malo cuando criaban a los magos para ser delicadas flores en lugar de estar curtidos en los peligros que podrían atravesar.

— Mi padre ha sido trasladado, empieza a trabajar en el ministerio de Londres en breves y mi familia ha querido que este con ellos — a diferencia de sus hermanos —. Supongo que seré algún tipo de moneda de cambio para sus propósitos — los matrimonios funcionaban de esa forma en aquella sociedad.

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¿Debería resultarle atractivo que el hombre hiciera afirmaciones que denotaban su egocentrismo? Maddock no estaba seguro, puesto que en muy pocas ocasiones prestaba tanta atención a alguien de su mismo género. Sin embargo, los últimos meses habían abierto una puerta para él que no habría considerado bajo ningún otro concepto, y no iba a negarse que si, lo encontraba atractivo. ¿Sería tan bueno en lo que hacía como decía? No estaría de más probarlo.

—Es una costumbre muy inglesa— afirmó, sin dar espacio a la duda —. Pero, cuando sabes tomarlo, no todos saben a césped— afirmó, sin hacer ninguna recomendación en particular mientras esperaba a que sacaran su pedido. Pidió una de las galletas para acompañar, y que pudiesen dividir el postre.

Su honestidad debería tomarlo por sorpresa, pero no lo hizo. Maddock entendió perfectamente a qué se refería al escucharlo y empujó la tarta en su dirección, como si eso fuera a hacerlo olvidar por un momento la cruel afirmación que había hecho. Era la realidad para ellos, Mad simplemente había tenido suerte al enamorarse antes de alguien que sus padres aceptaran.

—Supongo que si estás aquí es porque no tienes demasiado inconveniente con que te usen para formar alianzas, ¿no?— preguntó, entregándole uno de los cubiertos para que pudiera probar la tarta. Esa le gustaba en particular porque el sabor de las moras balanceaba bastante bien el azúcar.
 

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— Puede ser, pero no voy a negar que un poco de fuerza no le vendría mal — explicó. Debía acostumbrarse a él, si iba a tener que dar buenas impresiones significaba tener que aceptar los gustos extraños del país. Seguía pensando que un poco de alcohol le vendría bien a la bebida, al menos si sabía mal podrían sacar algo a cambio, no sabía muy bien que se sacaba cuando era agua con un par de hojas.

La pregunta del chico hizo que los ojos de Sigmund lo mirasen de arriba abajo, puede que se hubiese parado más tiempo del necesario a mirar sus anchos hombros, la forma que tomaba su cuerpo. Podría disfrutarlo, Sigmund lo sabía.

— Es el destino de todos los puros, no hay más razones por las que no me hayan permitido quedarme en Dumstrang — aseguró —. Me necesitan aquí y no hay una razón diferente a una alianza, tampoco es que me preocupe, que me case con alguien no significa nada — aseguró, sabiendo que no había mucha gente allí —. Mis padres están casados entre ellos, se deben al otro ante la sociedad, pero su libertad en otros ámbitos es diferente — y eso hacía que su papel estuviese más claro.

Su libertad no estaba condicionada por un matrimonio, lo sabía, lo había visto toda su vida.

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Le respondió con una sonrisa, imaginando por un instante la expresión de su madre si viera a Maddock adulterando el té para que supiera a algo diferente a hierbas. Había aprendido a apreciar el sabor con los años, pero tampoco iba a quitarle razón al vikingo.

El escrutinio de su mirada no lo puso incómodo, de hecho tuvo el efecto contrario. El moreno lo dejó mirar, seguramente manifestando la misma curiosidad en su mirada mientras este lo observaba. No podía imaginar lo que estaba pensando de él, pero una parte de él desearía poder adivinarlo.

—¿Y sabes con quién piensan casarte o aun no te han dado las noticias?— preguntó, consciente de que seguramente se trataría de alguien que él conociera aunque fuera de vista. Tenía estudiadas a todas las familias puras, no se juntaba con nadie que no lo fuera, y a aquellos cuyo origen era desconocido prefería ignorarlos.

Su afirmación hizo que Mad ladeara la cabeza ligeramente, un poco confundido por sus palabras tan claras.

—¿A qué te refieres?— preguntó, intentando tantear el terreno, tampoco pretendía que el rubio le contara todos sus secretos familiares, pero no podía negar que sus palabras habían despertado cierta curiosidad en él.
 

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La pregunta hizo que Sigmund suspirase, acababan de llegar y dudaba que no tuviesen ya planeadas varias reuniones para discutir a las mejores candidatas. Ese era el espíritu de las familias, las uniones que importaban por encima de todo lo demás. Se preguntaba si lo tendrían para el baile o los tramites tardarían un poco más, su madre no había parado de mirar ropa cara para el primer evento en público tras su llegada.

— Desconozco esa información, al menos de momento, espero de todo corazón que la persona con la que deba compartir mi vida tenga un poco de personalidad — era lo único que pedía de la vida. No le gustaría tener que atarse a una persona incapaz de pensar o ser diferente a lo que le habían enseñado. La actuación existía para lo que los demás esperaban ver, no para lo que uno era realmente.

La curiosidad brillando en los ojos ajenos hizo que sonriera, su mano se dirigió sin precaución alguna a la barbilla del joven. Dos de sus dedos acariciando y terminando por alzar su mentón para que sus miradas se quedasen una sobra la otra.

— Significa que, si deseara tenerte para mi en privado, no importaría a quien le debo lealtad en público — respondió, su voz ronca lo suficientemente baja para que solo él lo escuchase. Apartó la mano, volviendo a su bebida y fingiendo que no había dejado la semilla de la discordia en su acompañante.

Pronto se sorprendería de lo que había encontrado, alguien en aquella sociedad que no temía jugar a esos mismos juegos. Saber separar lo que era simple entretenimiento del deber, tener uno no significaba renunciar al otro.

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—Es lo mínimo que se puede esperar— afirmó, aunque él tenía perfectamente claro que había tenido suerte. Se enamoró como un niño, de una persona que le permitía explorar si era lo que su corazón deseaba. Su relación se basaba en la confianza y Maddock estaba tan convencido de que no había nada que Cynthia pudiera esconderle, él tampoco tenía motivos para no confiar en ella.

Su consciencia sobre su relación también hacía que supiera que no era la norma. Su estilo de vida con Cynthia escandalizaría a la mitad de la comunidad mágica, por eso se aseguraban de asociarse solamente con personas que fueran exactamente como ellos, que tuvieran lo mismo que perder.

Y hablando de escándalos... Eso era justamente lo que Maddock debería haber pensado en el instante en el que Sigmund acarició su barbilla, pero no lo hizo. Tan solo lo observó, una sonrisa jugueteando con la comisura de sus labios.

—Considérame interesado— respondió, manteniendo la compostura y dándole un sorbo a su bebida antes de apoyar la espalda en la parte de atrás de la silla. No sabía qué estaba esperando al acercarse a él esa tarde, pero sin duda había encontrado diamantes buscando oro.

—Teniendo eso en cuenta, tengo una invitación que hacerte— comentó, abriendo el pequeño maletín que llevaba siempre encima para sacar una invitación con una caligrafía perfecta. Tal vez debería haberle dado más contexto, pero teniendo en cuenta al chico, le parecía que incluso Cynthia se llevaría una sorpresa si este decidía acceder a la fiesta después de la fiesta.
 

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El brillo de los ojos de Sigmund fue obvio al escuchar la respuesta del hombre. No parecía haberse equivocado en sus asunciones y eso le gustaba. La forma en la que pasaba sus noches no era interés de nadie, excepto suya. Eso era lo que debería valer más que nada y a lo que Sigmund le daría el mayor valor. Su compromiso no quedaba lejos y tendría que ver como lidiar con la señorita refinada que pondrían de su brazo, con suerte tendría a alguien a su lado queriendo lo mismo que él.

— Bien, no olvidemos mantener el contacto, entonces — dejo caer el comentario como otro cualquiera, llegando a su varita para de un simple movimiento de varita pronunciar el hechizo adecuado y que la dirección de su hogar se escribiera para Maddock —. Me sentiré ofendido si no recibo ningún tipo de correspondencia — aseguró el joven.

Había encontrado a una persona interesante y le gustaría seguir presionando. Su padre le había dicho que hiciera amigos, pero eso no era lo único importante. Ese cambio de colegio le iba a costar todo lo que había trabajado años por tener y lo peor era entrar en terreno desconocido contra alguien que conocía bien. Ninguno de los dos estaba en su castillo, pero tener contactos al alcance de su mano era lo más importante.

— No creo que me pueda negar a una propuesta que suena interesante desde el primer segundo — respondió, ladeando la cabeza y esperando a que soltase la idea. Si era que se marcharan a su casa habría cogido la snitch en los primeros treinta segundos desde su lanzamiento.  

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Recibió la dirección del contrario y la guardó en su bolsa, sin llegar a mirar exactamente en qué parte del Londres Mágico residía. Tendría tiempo para averiguar eso en el futuro, en ese instante estaba demasiado concentrado en seguir sus movimientos con la mirada como para perder el foco.

—La recibirás, de eso no tengas duda... Además, te veré en el colegio, no encontrarás a un mejor guía que yo— afirmó, dejado entrever ese ego que en ocasiones poseía. Estaba intentando llamar su atención, y por la forma en la que el rubio lo miraba de vuelta, podía asumir que lo estaba consiguiendo.

—Haremos una fiesta después de la cena de los compromisos, para celebrar y conmemorar el año— dijo, metiendo la mano en su bolsa para sacar una de las invitaciones que Cynthia había guardado para él —. Es en mi casa, no hay adultos invitados, así que si te interesa... Estoy seguro de que podemos pasar un buen rato— comentó, esperando que el chico no fuera solo palabras. Si su novia tenía derecho a jugar, estaba claro que él también.
 

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¿Podría haber sido suerte que las pociones hubiesen terminado derramadas? Aquel encuentro le parecía predestinado, pero sobre todo le abría puertas que tendrían que haber estado cerradas hasta su entrada en Hogwarts. Tenía sus formas de hacer amigos y aquella le parecía una de las mejores, fascinado por el resultado, pero sobre todo por el coqueteo.

— Gracias por la invitación — respondió, tomando esta y asegurándose de que sus dedos rozaban los contrarios como una promesa silenciosa. Sutilmente habían dejado una fecha para hacer lo que le gustaría hacer en ese instante. Una pena que la línea se hubiese puesto ahí, le hubiese encantado empujarlo hacia el baño y hacerle ver lo divertido que podía ser cruzar los limites que le había explicado. De eso se trataba el mundo, de divertirse sin ser un escandaloso.

Se levantaron del lugar al terminar el té y no pudo evitar sentir un poco de picazón al dejarlo marchar. Llevaba la bolsa de las pociones en la mano y salió del callejón para poder aparecer en la puerta de la mansión. Había sido un día productivo, pero lo más importante, sus lazos se iban expandiendo casi sin darse cuenta.

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