Half of me

Los hijos de Zeus tienen un modo de ganarse la fama y la admiración de Grecia, cada uno a su manera y por sus propios dones.
Dos de ellos compiten desde los inicios por el título de Dios Guerrero.
Por un lado Ares, el más temido, odiado y violento de los dioses.
Por el otro, Atenea, la sabiduría que solo toma la lanza como último recurso.

Hermanos y rivales desde que el mundo es mundo, se conocen mejor que nadie.
Y eso quizá pueda ser su mayor debilidad.

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Los dioses hallan divertimiento en observar a los mortales. Eran criaturas conscientes de su propia vulnerabilidad. Era eso lo que las hacía tan volubles, tan absurdas. Pasaban sus vidas sabiendo que el siguiente podría ser el último de sus días. Algunos hombres se enfrentaban a lo inevitable con miedo. Otros, con diversión. Y eran muchas las tonterías que se hacían en nombre de su fragilidad.

Aunque el orgullo de los dioses les impedía reconocerse en los peores atributos de la humanidad, Ares sabía que su particular prole estaba hecha a su imagen y semejanza. Las envidias, las traiciones, los murmullos y las manías también en el olimpo se veían. Hasta el más perfecto de los hijos de Zeus tenía algo que esconder. Él, por su parte, se había entregado largo tiempo atrás a sus impulsos, sabía inútil luchar contra su naturaleza. Otros, como Atenea, se resistían a admitir los fallos en su carácter, y si había algo de lo que Ares disfrutaba era de quebrar la perfecta fachada de su hermana.

Por el olimpo habían comenzado a correr los rumores sobre la lucha de poder entre Afrodita, Atenea y Hera por el favor del más bello de los mortales. Paris era su nombre. Troya, su principado. Las tres diosas habían tratado de convencerlo de a cuál debía escoger como la más bella de todas ellas. No había sido de Atenea la victoria.

— Así que el mortal ya ha elegido a su diosa — chasqueó la lengua cuando se mostró en su presencia —. ¿Qué era lo que le habías ofrecido? ¿Sabiduría? — entonces, se echó a reír —. Parece mentira que todavía no sepas cómo funciona la mente de un hombre cuando hay una mujer hermosa de por medio.

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Cualquiera de los habitantes del Olimpo podía sentir la ira de Hera llenar el espacio. La diosa ya había jurado que la humillación sería castigada y pronto empezarían los planes de venganza contra toda Troya, con su príncipe a la cabeza.
Pero había una tercera parte en aquel entuerto, una que había permanecido silenciosa desde su regreso. Y es que Atenea se había retirado a sus estancias de inmediato.

En su soledad trataba de razonar con su naturaleza, con las emociones que se reunían en su interior y que resultaban nuevas para ella. Después de todo, la hija predilecta de Zeus no había experimentado hasta aquel momento rechazo alguno. No había tenido que lidiar hasta el momento con nada que se le pareciera.
En su naturaleza, lógica y racional, trataba de hallar sentido y descubrir la forma de responder a aquello.

Y en ese estado meditativo la encontró Ares cuando apareció. Sentada junto a los grandes ventanales y con un rollo de pergamino que se había resbalado de sus manos y resbalaba por sus faldas y el suelo como un río de conocimiento.
Fueron las palabras de su hermano las que la sacaron de su ensimismamiento, aunque no lograron que su gesto mudara en demasía.

- Le ofrecí algo capaz de hacerle inmortal. Prefirió deleitarse con el pasajero placer que Afrodita le ofreció. -Justificó su elección a la hora de ofrecer un poderoso regalo al príncipe Paris. La sabiduría podía haberle convertido en un erudito cuyas palabras permanecieran durante la eternidad.

Fue la risa lo que la hizo fruncir los labios antes de levantarse, dejando que el pergamino que no había leído cayese al suelo con un sonido seco.- Instrúyeme pues, hermano, ya que parece que además de no ser la más hermosa, también soy la más estúpida. -Sentía deseos de apartar la mirada, de echarle y seguir ocultándose, pero se trataba de Ares y ninguno de ellos parecía capaz de rechazar jamás un desafío lanzado por el otro.

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Lo cierto es que para ser la diosa de la sabiduría, su hermana era bastante estúpida. Quizá no sería esa la palabra más adecuada para describirla, quizá sería más apropiado hablar de una ingenuidad absurda que frente a la malicia de otras deidades la hacía parecer idiota.

— ¿Para qué iba a querer tu inmortalidad? — arqueó una ceja. — Los mortales disfrutan de sus patéticas vidas porque saben que un día morirán. No pudiste entregarle a Paris el don de la vida eterna y él decidió dedicar su corta vida a disfrutar del regalo de Afrodita. Pocos hombres habrían escogido otra cosa. ¿Qué clase de cretino rechazaría compartir las mieles del amor con la mujer más bonita de su tiempo?

Atenea no estaba poniéndose en el lugar del príncipe, no estaba entendiendo cómo funcionaba la mente de los mortales. Ares lo sabía, los había visto luchar durante tantos años que comprendía el escaso y a la vez inmenso valor de sus frágiles vidas.

— Siento que estés disgustada, hermana, y aunque me parezca absurdo que un simple mortal te haya hecho sentir así… te consolaré diciendo que Hera ya está preparando su venganza —. La ira de la reina del Olimpo era conocida a lo largo y ancho del planeta —. Paris se arrepentirá de su decisión, eso te lo aseguro.

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Casi podía adivinar la diversión en los ojos de Ares. Debía estar disfrutando de verla hundida y derrotada, incapaz de anticiparse a los deseos carnales de un despreciable mortal. Y aún así, no le dio la razón directamente, no aprovechó la ocasión de insultarla, o al menos no con las mismas palabras.
Dado que sí quería hacerla creer que todos los humanos eran tan irremediablemente simples.

- Quizá uno que disfrute de las mieles de la conquista. -Esgrimió como respuesta a su pregunta, sabiendo que él no estaba lejos de ser ese tipo de hombre, uno que sabe que el esfuerzo hace la presa más suculenta.- Alguien que quiera gozar de su propia habilidad y conocimiento para lograr a esa mujer o lo que sea que desee. -Sinceramente, para ella la inmortalidad de las palabras era mucho más importante que alimentar los bajos instintos, pero dado que era el lenguaje que entendía, podía rebajar su discurso.- Afrodita le ofrecía la facilidad, pero ambos sabemos que algo así no dura demasiado.

Sus ojos se alzaron a él de nuevo al escucharle decir que lo sentía por ella, la sorprendió ver sinceridad y recordó que pese a todo, Ares era alguien que la respetaba como diosa, igual que ella admiraba sus habilidades en lo militar. Aunque no tenía pensado reconocer que todo eso la había afectado de más, lo cierto es que su gesto mutó y mostró la tristeza que guardaba en su ser, bajando sus defensas ante él.

- Sé lo que planea Hera. Está furiosa y es capaz de cualquier cosa. -Ambos lo sabían, no sería la primera vez que destrozaba la vida de algún mortal.- Y Paris ha cometido un error rechazando aquello que más defiende. -Que era la fidelidad conyugal, teniendo en cuenta que la mujer más bella de la Hélade estaba ya desposada.- Poseidón la apoya para cobrarse una afrenta pasada. -Sin embargo, su tono y sus palabras implicaban que también estaría de su lado.- Pero ¿y tú? Viendo tus argumentos te imaginaba en el lado contrario, con quienes piensan como tú. -No se detuvo y tomó su mano esgrimiendo una sonrisa ladeada.- Mas me gustará la novedad de compartir bando. -Siempre enfrentados como habían estado, incapaces de comprenderse, la novedad de compartir algo era estimulante.

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Atenea no estaba dispuesta a admitir su equivocación. Claro, ¿cómo iba a hacerlo? Era la diosa de la inteligencia, de la justicia. Ella jamás erraba. Salvo cuando sí lo hacía, por supuesto, y Ares era de sobra conocedor de ello.

— Dura lo suficiente para un hombre como él — repuso con sencillez.

El problema que tenía su hermana era que se fijaba más en los árboles que en el bosque, se perdía en elucubraciones y era incapaz de comprender simplezas que su extraordinaria inteligencia pasaba por alto de vez en cuando.

Ares no podía contener lo divertida que le parecía la ira de Hera. Casi era capaz de sentir lástima por ese mortal. Desconocía los motivos que lo habían llevado a ser el juez de la belleza de las tres diosas, pero cualesquiera que fueran se habían convertido en su perdición.

— ¡Ja! — Si Poseidón se había posicionado, el resto de deidades lo harían más tarde o más temprano. ¿De qué lado se pondrían Zeus, Apolo o Artemisa? ¿Hasta dónde estaban dispuestos a llegar por el honor de su reina? Cuando su hermana se acercó a él le contagió su sonrisa. Tomó su mano y le dejó un beso en los nudillos. — Soy el dios de la guerra, querida. Estaré donde me plazca.

Tampoco habría quien pudiera impedírselo.

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De no ser porque nunca tuvo infancia y no se permitía ahora tener ese tipo de gestos, seguramente habría resoplado de una forma grotesca a la apreciación de Ares sobre lo que iba a durar o no el premio que Afrodita había concedido a Paris.

Sobre todo, teniendo en cuenta que con su decisión había despertado la ira de Hera y la suya propia, y eso no era algo que ningún mortal pudiera desear. Las múltiples amantes de su padre bien podrían dar testimonio del precio de enfadar a la esposa de Zeus.
Habría una guerra y todo indicaba que Troya sería destruida a pesar incluso de sus infranqueables murallas.

Especialmente si el mismísimo dios de la guerra decidía apoyarlas, tal como decía. La sonrisa de Atenea se volvió más tierna al recibir aquel beso en sus nudillos, un gesto que Ares nunca había tenido con ella hasta el momento y que debía reconocer que le había gustado. Como le gustaba tener su apoyo en aquello, estar en el mismo bando.

- Los dos dioses de la guerra juntos. -Añadió ella animada a sus palabras, apretando algo más la unión de sus manos.- Y yo que pensaba que solo habías aparecido para burlarte de mi. Seremos imparables. -Mentiría si no dijera que alguna vez había fantaseado con la posibilidad de pelear junto a Ares. Su arrojo unido a su intelecto los convertiría en una fuerza de la naturaleza.

Con un gesto un poco más afectivo aún, enlazó sus brazos.- ¿Me acompañas a visitar a Hera y anunciarle nuestro apoyo? Alguien tendrá que plantear una estrategia militar a la altura.

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El dios de la guerra jamás había visto una campaña de escala semejante. El rey de Esparta había cumplido con su promesa de aunar al mayor ejército que hubiese visto jamás la humanidad. Miles de hombres acudirían a las costas de Troya. Todos ellos estaban dispuestos a dejarse la vida en las playas de la ciudad en busca de la gloria. Su sangre y sus espadas recuperarían por la fuerza el honor de Menelao.

Allá donde uno mirase encontraba partes de la campaña. Reyes, generales y señores charlando sobre el futuro de sus soldados. Hombres despidiéndose de sus familias, adolescentes mirando hacia el horizonte con el corazón encogido, niños escondiéndose en las colinas para observar el entrenamiento de los ejércitos. Ares observaba cómo la ambición se iba apoderando de los griegos al tiempo que los troyanos se preparaban para el inminente asedio.

— Parece que los aqueos están dispuestos a quemar Troya hasta los cimientos — le comentó a Atenea con el amago de una sonrisa en los labios —. Pero les está costando ponerse en marcha — los barcos aún no habían zarpado —. No todo el mundo quiere ir a la guerra. Han perdido al hijo de Tetis, a Aquiles. Hay todo un ejército buscándolo, pero… creo que Tetis no tiene interés ninguno en que sea encontrado.

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Hera y Poseidón seguían enfrascados en sus ideas cuando les dejó, reducir a cenizas la ciudad o inundarla, parecía la discusión entre ambos. Aunque los dos solo deseaban destruir aquel lugar de muros infranqueables.
Atenea estaba más calmada, analizaba la situación en silencio, sabiendo que los humanos no disponían de armas con las que poder atravesar esos muros.
Solo les quedaba arrasar al ejército troyano en el campo de batalla.

Los barcos cargados de hombres dispuestos para la lucha no dejaban de llegar a las costas, para gloria de los dioses a los que iban a servir en la venganza.
Allí, se reunió con ella Ares, arrancando una sonrisa con sus palabras. Hera lo había hecho notar, pese a sus continuas disputas, sonreía más cuando le tenía cerca.

- Suena a que sabes algo que yo no. -Respondió a su insinuación sobre el paradero de Aquiles y la voluntad de Tetis.- ¿Qué teme? ¿Acaso no aseguró la inmortalidad de su hijo? -El más fuerte y bravo de los guerreros griegos, invencible en todo lo que hacía...- Dudo que alguien que busca la gloria como él quiera ignorar un conflicto como este. -Era el tipo de guerra que forjaba leyendas, de la que se oían historias por toda Grecia.

Antes de que pudiera decir más, su mochuelo llegó, rozando con una de sus alas la cabeza de Ares antes de posarse en su dedo.- Un mensaje. -Comentó antes de desvelarlo, acariciando con suavidad las plumas del ave.- Odiseo se ha unido a la campaña. -Era algo que esperaba, pero ciertamente se había resistido.- Al parecer él tampoco estaba seguro de luchar, ha fingido demencia arando las playas de Ítaca. Una argucia bastante divertida, aunque me alegro de que la haya dejado atrás. -No podía evitar tener sus preferencias entre aquellos hombres, cierta inclinación a proteger y tolerar a quienes mostraban astucia e inteligencia. Y Odiseo siempre había tenido su favor.

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La nereida era de sobra conocida en el Olimpo. La había educado Hera y en ella había imprimido parte de su personalidad. Ambas diosas lucharían con una determinación insólita por mantener a salvo a sus familias. En el caso de Tetis, que despreciaba al hombre con el que había engendrado a su hijo, Aquiles era lo único que le importaba lo suficiente como para poner a todo un ejército en su contra.

— ¿Yo? — replicó Ares con una sonrisa. — No me atrevería —. ¿Era posible, acaso, saber más que Atenea? En ciertos aspectos, sí, de sobra había quedado demostrado, pero en lo relativo a la guerra quizás no tanto. — Teme lo que temen todos los mortales, querida. Aquiles no es ningún dios. La sangre de Peleo lo contamina. Morirá algún día, igual que su padre, y Tetis está tratando de retrasar lo inevitable — le explicó —. No me digas que no has oído la profecía de las moiras, Atenea —. Ante su silencio, añadió —. Los griegos ganarán la guerra de Troya — comenzó a decir —, siempre y cuando Aquiles se una a la campaña, pero… — con las moiras siempre hay un “pero”. — No regresará de Troya. Morirá allí, a cambio de la gloria. Supongo que a Tetis no le hará demasiada ilusión.

Ares comprendía las motivaciones de la ninfa. Era el dios de la guerra, sí, pero también era padre. Ni siquiera él mismo sabía hasta dónde estaría dispuesto a llegar con tal de proteger a su prole. De hecho, confiaba en no tener que averiguarlo nunca.

El aleteo de la lechuza de su hermana lo distrajo de sus pensamientos. Esperó las nuevas con cierta curiosidad.

— ¿Odiseo? — arqueó las cejas. — ¿El rey de Ítaca? — Una tierra baldía, sin nada de interés para invasores o locales. — Es tu mortal favorito, ¿no es cierto? ¿Por qué te gusta tanto? No es más que el rey de una tierra tan vacía que no hay quien malgaste sus tropas en conquistarla.

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Devolvió la sonrisa a Ares con cierta diversión cuando dijo que no se atrevería a saber algo que ella no, pese a que sabía que guardaba secretos a los que ella no tenía permitido el acceso.
Pero el comportamiento de Tetis, ese intentar evitar el destino de su hijo, era egoísta y casi infantil, estúpido... nadie puede evitar las profecías de las Moiras, solo los dioses pueden tratar de hacerlo y los resultados nunca son perfectos.

- Por supuesto que la conozco. -Dijo en referencia a la profecía.- Ganaremos. -En cierto modo era algo que ya sabía que pasaría, pues no podía dudar de la combinación de ambos en el combate, pero estaba bien tener esa confirmación. Aunque de todos modos, debían permitir que los mortales cumplieran su destino y su sangre se derramara en el campo de batalla.
Que Aquiles fuera uno de ellos, sinceramente, le traía sin cuidado, aunque como guerrero podía admirarse su valor, seguía siendo un instrumento que Tetis no debería tratar de negarles.- Habrá que recordar a Tetis que no puede eludir el destino. -Después de todo, sin Aquiles, podrían perder y no era una posibilidad que ella deseara soportar. Ya había perdido en aquella disputa por la manzana, no pasaría de nuevo.

Atenea, sin duda, era demasiado racional como para pararse a pensar en las emociones que suscitaba la idea de perder a un hijo. Como mucho podía pensar en cómo Hera entraría en cólera si Tetis no cedía. Pero la empatía nunca fue uno de sus fuertes. Quizá por su falta de experiencia o por el poco interés que mostraba en el campo emocional.

Pero sí había cosas que la alegraban, la complicidad con Ares y su cercanía en aquellos momentos eran una, y las noticias que trajo su mochuelo otra.
Sonrió ante las preguntas y comentarios del dios a su lado.

- ¿Desde cuándo me preocupo yo por el valor de las tierras? -Preguntó divertida.- ¿Acaso tú no preferirías al más valiente y aguerrido de los mortales sobre los demás? ¿No hay toda una ciudad de hombres que entrenan a sus hijos en la guerra solo para complacerte? -Preguntas retóricas que no precisaban que asintiera.- Odiseo posee una de las mentes más despiertas y brillantes que se hayan visto, y es un experimentado guerrero. -Las dos cualidades que ella más podía valorar.- Su astucia será de gran valor en esta guerra, te lo aseguro.

Una idea se fue formando en su mente mientras acariciaba las suaves plumas de su mascota.- Con sus ardides sería capaz de convencer a cualquiera para que luche en nuestra guerra. -Hizo un movimiento y el mochuelo emprendió el vuelo.- Con la inspiración adecuada, claro. -Cierto es que Zeus había advertido que no debían intervenir directamente  en el destino y las decisiones de los mortales, pero un pequeño empujón en la dirección correcta no se le podía echar en cara.

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A Ares no le sorprendió en absoluto la convicción de Atenea al respecto del resultado de la guerra de Troya. Siempre había tenido la suerte de su lado, estaba claro que en esa ocasión las cosas no iban a ser distintas. Contaban con el favor de los dioses y el destino ya había quedado escrito en aquella profecía. El dios procuraría disfrutar de la campaña. El asedio de Troya se prometía más interesante que cualquiera de las batallas que hubiera observado hasta el momento.

— Lo único que digo — comenzó — es que podrías aspirar a un rey con tierras que sobrepasaran sus horizontes, con los hombres y los recursos suficientes para erigir decenas de templos en tu honor — le explicó. Sostuvo su mirada unos instantes —. Pero supongo que no te interesan ninguna de esas cosas, ¿no es cierto? — Atenea ya era lo suficientemente venerada a lo largo y ancho del mapa. — Me aseguraré de vigilar a tu protegido. No negaré que tengo curiosidad.

Al fin y al cabo, gran parte de la guerra se fundamentaba en la estrategia. Ares había visto a guerreros más que capaces sucumbir ante ingenios que iban de lo brillante a lo absurdo. A él le impresionaba la fuerza en la más simple de sus expresiones. El enfrentamiento de dos hombres dejándose la piel sobre la arena de un coliseo. Los ejércitos estallando uno contra otro. Los pensamientos de unos y otros le importaban más bien poco.

— Ah — arrugó la frente. Vio a través de Atenea, supo de sus intenciones, y lo cierto es que no necesitó que lo convenciera de absolutamente nada —. No me meteré en tus asuntos, hermana. Si tu Odiseo nos trae a Aquiles, Aquiles nos traerá la guerra. Y estaré más que satisfecho.

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Atenea escuchó con atención a Ares y su idea de lo que podía interesarle más. Reyes que edificaran en su honor había muchos, pero pocos de ellos merecían realmente su atención. Quizá aquellos que se esforzaban por crear lugares donde la cultura se valorase por encima de otras cuestiones más mundanas.
Torció los labios en una sonrisa divertida cuando él afirmó que eso no era lo que más le interesaba, le gustaba el modo en que empezaba a reconocerla.- No soy tan elitista y ególatra como dicen. -Afirmó, inclinándose hacia él ligeramente, como si aquello fuera un secreto entre ambos. Le gustaba que Ares pudiera conocer esa parte de ella, que pudiera leer más allá de la fachada que mantenía. No podía negar que había empezado a traspasar sus barreras en los últimos tiempos y no era algo que la molestara especialmente.

Como también había sabido comprender las intenciones que ocultaban sus palabras. Odiseo era lo bastante inteligente y conocía a Aquiles. Solo necesitaba encontrarle y no podía haber tantos lugares en los que Tetis fuera capaz de ocultarle, sobre todo de Hera.

- En tal caso, querido hermano, espero que puedas guardar el secreto. -Le guiñó un ojo, pensando ya en cómo hacer para que no la descubrieran, porque tendría que inspirar a Odiseo en la búsqueda. O ayudarle a dar con él. Ya que también Menelao estaría interesado en contar con el mejor guerrero de Grecia.

- Nuestro siguiente problema serán esas murallas. Poseidón y Apolo hicieron un trabajo demasiado bueno, ¿no crees? -No era dada a alabar al dios de los océanos, pero tenía que reconocer que era infranqueables. Y eso ahora hacía que aquella guerra pudiera convertirse en un asedio largo.

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La confidencia que Atenea compartió con él lo hizo arquear una ceja. Se fingió sorprendido, hizo como que reflexionaba unos instantes sobre aquella afirmación, aunque él ya la conocía cierta. La diosa de la sabiduría era tan imperfecta como cualquier otro de los habitantes del Olimpo, pero aunque Ares había podido ver a través de su tan bien construida fachada, algo sí admiraba el hecho de haber estado equivocado al pensar que la propia Atenea se creía su mentira.

— Vaya — resopló.

Ante la petición de la diosa, Ares le respondió con un asentimiento y una mirada cargada de significado.

— Nunca he sido conocido por mi buen hacer, así que… No tienes que preocuparte por mí — le explicó. Observó que un mechón se había descolgado de su recogido. Se lo colocó tras la oreja con delicadeza —. Podrás seguir siendo la hija perfecta.

Lo cierto es que Ares no se había molestado en empezar una estrategia. Le parecía absurdo, dado que la campaña ni siquiera había empezado, pero se hizo evidente la divergencia de criterios que tenía con su hermana cuando ella mencionó la resistencia de la fortaleza en la que se alojaban los troyanos. Ares chasqueó la lengua, molesto. Le disgustaba Poseidón, y todo lo que hacía.

— No importa — desechó las preocupaciones de Atenea con un ademán —. Bajaré yo mismo a destrozar esos muros si es necesario. La ciudad de Troya no podrá resistir eternamente al embiste de los aqueos. Me aseguraré de ello.

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A pesar de que hasta aquella campaña ambos habían mantenido una rivalidad que no les permitía compartir demasiados momentos. Atenea sentía que podía confiar en Ares con sus secretas intenciones. Se convencía de que él no la traicionaría, pues siempre había reconocido honor en su actuar.

Se quedó con la boca abierta, ahogando el leve agradecimiento que se formaba en su garganta, al ver su mano acercarse a su rostro. Sus ojos se desviaron para seguir el movimiento de sus dedos y su piel se erizó ante tan delicado gesto viniendo de él cuando colocó aquel mechón tras su oreja. Nadie nunca había hecho nada así.
Con el corazón acelerado, notó el calor subir a sus mejillas y decidió darse la vuelta para invocar una capa con la que disfrazarse para bajar a visitar a Odiseo y que Ares no viera lo que un gesto tan simple podía provocar en ella.- Espero que me indiques cómo puedo agradecértelo en el futuro. -Pronunció, buscando parecer tan seria como de costumbre, aún a riesgo de ofenderle por mencionar una recompensa a su complicidad.

Para centrarse en otra cosa también centró su atención en la estrategia, en adelantarse a los posibles contratiempos y aquella muralla iba a ser una de ellos, lo sabía. Sonrió al escuchar la seguridad de Ares, la forma en que hablaba de destruir él mismo esos muros... ¿serían acaso rivales para un dios?- Me gustaría acompañarte en la destrucción de los muros, Ares. No puedo desperdiciar la ocasión de destruir algo hecho por Poseidón, incluso cuando lucha de nuestro lado. -Había cierto aire divertido en su tono. No podía evitarlo, desde la victoria en Atenas cualquier excusa era buena para molestar a su tío.- ¿Qué otras cosas crees que debemos tener en cuenta?

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Ares ni siquiera se molestó en formular una réplica. El respeto de otros dioses ya le tenía sin cuidado, ¿qué le importaba si lo creían un tramposo?

— El problema no será Poseidón — chasqueó la lengua, regresando a la conversación —, sino Apolo. Él ya ha elegido bando.

Apolo, el dios del Sol, había decidido arrojar su luz sobre los troyanos. El dueño de las profecías había escogido ignorar aquella que se cernía sobre sus protegidos. La guerra ya estaba perdida antes incluso de empezar.

— Tal vez sepa algo que nosotros ignoremos.

Ares frunció los labios, observando las particularidades del campo de batalla. ¿Por qué tantas deidades luchaban por una causa vencida?

— Averigua de qué lado está Zeus. Está tratando de mantenerse a un lado, pero no podrá ignorar una batalla como esta durante mucho tiempo. Lo que ocurra aquí determinará el curso de la historia — volvió la vista a Atenea —. Se lo preguntaría yo, pero ya sabes cómo están las cosas entre nosotros. Confío en que tus dotes de persuasión sean mejores que las mías.

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La mención de Apolo hizo que su mandíbula se tensara, porque sabía que tenía razón, que él y Artemisa estuvieran del bando troyano sería desesperanzador en cualquier otra batalla. En una que no se hubiera predestinado como victoriosa para ellos.

- ¿Qué puede saber? La profecía ya ha sido dictada y sabemos que el Destino es inevitable. -No había forma de huir de él.- Claro que aún no tenemos a nuestro elemento principal. -Todavía faltaba Aquiles, pero no dudaba que podrían atraerlo a la lucha.

Miró de reojo a Ares, cuando mencionó a su padre. ¿Acaso sería posible que estuviera pensando en tomar un bando y cambiar el curso de los acontecimientos? No lo creía, ni siquiera Zeus se atrevería a intervenir de ese modo. Y no tendría motivos, que ella pudiera imaginar.
Sonrió con cierta pena al escuchar cómo hablaba de su relación. En otros tiempos lo habría hecho con soberbia, sabiendo que ella era la preferida y él el más odiado, era una de esas cosas que marcaban una gran distancia entre ambos.

Apoyó su mano sobre la ajena.- Hablaré con él y trataré de saber cuál quiere que sea su posición en el tablero. -Aseguró, asintiendo.- Claro que, ¿te imaginas qué haría tu madre si Zeus se atreviese a ponerse del lado de sus enemigos? -Ambos sabían bien que si Zeus era un dios al que no había que enfadar, Hera resultaba aún más terrible y vengativa.

Con todas las cartas sobre la mesa, sabiendo que de momento tenían que solucionar un par de problemas, no podían hacer mucho más. Ambos dioses se despidieron y Atenea no tardó en cumplir con su parte. Fue fácil buscar a Odiseo y plantar en su mente la idea que necesitaba.
No sería tan fácil sonsacarle la verdad a su padre.

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Las cosas habían cambiado desde su última conversación con Atenea. Ulises, el más querido de los mortales por la diosa de la sabiduría, había descubierto el escondite de Aquiles. El guerrero se había ocultado en la corte de Licómedes, disfrazado de mujer para evadir la batalla, pero su destino, impasible, lo había encontrado.

El joven príncipe se plegó ante los designios de los dioses y se unió al ejército aqueo para el asedio a Troya. Pasaron varios días, con sus largas noches, esperando a que los vientos les fueran favorables para zarpar. Las jornadas se transformaron en semanas, y las semanas comenzaron a acumularse sobre el calendario para contarse por quincenas.

Ares observó a los griegos desde las alturas. La determinación que los había llevado a abandonar sus hogares en favor de una gloriosa batalla de la que obtendrían inmensas riquezas se marchitaba con cada día que permanecían en tierra. Las revueltas se hicieron cada vez más frecuentes. El dios de la guerra miraba con displicencia el desperdicio de sus fuerzas. Acudió al encuentro de Atenea durante una jornada en la que el sol brillaba de especial manera.

— ¿Sabes? Cuando hablábamos de la guerra más grande de todos los tiempos, no me imaginaba que empezaría así.

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La felicidad era escasa en aquellos tiempos y había que atesorarla. Atenea estaba más contenta en los últimos tiempos, sí, era algo notable. Pero no tanto como lo estuvo cuando Ulises consiguió dar con Aquiles y le convenció para entrar en batalla. Había contemplado sus entrenamientos aquellos primeros días con un orgullo creciente en la mirada, él y el joven Patroclo formaban una pareja singular, digna de ser apreciada.

Pero aquella alegría se fue diluyendo conforme pasaban los días. Poseidón no podía hacer nada en aquella circunstancia, a pesar de haber acudido a Eolo, no estaba en sus manos. Hera empezaba a ponerse aún más furiosa e insoportable si cabía. Y Atenea comenzaba a hastiarse esperando un cambio, sabiendo cuál era la única alternativa posible.

Por hacer algo más que lamentarse, se encontraba jugando con un ostomachion en su mesa, creando figuras como una lanza, un casco, un escudo... cuando Ares fue a su encuentro. Levantó la vista con cara de pocos amigos.
- Si es un intento de broma, lamento decirte que no tiene gracia. -Respondió, cortante, movida por todo lo que había en su cabeza y porque ella también esperaba estar ya saboreando las mieles de la gloria.

- Lo siento. -Se disculpó poco después, invocando unas copas de vino en la mesa. No era habitual que ella se arrepintiese de nada que saliera de sus labios, pero reconocía que Ares no era el causante de su enfado, por una vez.- Sabes que, aunque no lo parezca, la paciencia no se cuenta entre mis virtudes. -Al menos tenía más que Hera, pero tampoco era eso un gran consuelo.- Tu madre pretende que hable con Artemisa y la convenza para que ceda... y ambos sabemos que eso es prácticamente imposible después de la ofensa de Agamenón.

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Atenea recibió su observación con un gesto de exasperación que Ares halló de lo más divertido. Su hermana era diestra en muchas artes, desde luego, pero en lo que respectaba a gestionar su propia frustración no parecía una deidad milenaria, sino una cría. Ares no era un santo, ni mucho menos, pero la diferencia entre él y Atenea era que nadie esperaba nada diferente del dios de la guerra.

— Oh, ¿no me digas? — inquirió con la cantidad justa de ironía para que pudiese pasar desapercibida. Se sentó a la diestra de su hermana y tomó la copa que le ofrecía. — ¡Ja! ¿Hablar? ¿Con Artemisa? — resopló, divertido. — ¿Y por qué no te pide que le enseñes a Cerbero cómo dar la patita? — Se mojó los labios con vino, rememorando las acciones de Agamenón. — Ah, ¿no te encanta la estupidez de los mortales? ¿A quién se le ocurre asesinar a un animal sagrado y presumir de ello frente a sus ejércitos? — Sacudió la cabeza. — No, nadie se atreverá a interferir en la voluntad de Artemisa.

La diosa de la caza era una de las más respetadas entre el resto de deidades, y su temperamento era solo comparable a su destreza con las armas, por lo que no habría mucho que hacer si había decidido que su orgullo valía más que Troya.

— Bien, tendremos que pensar algo, ¿no? Para eso somos los dioses de la guerra. Hablaré con Artemisa. Ya me odia, así que no tengo nada que perder. La convenceré de que la sangre se paga con sangre. Es lo más justo y lo más sencillo —. Todos los dioses compartían el gusto de Ares por los sacrificios, aunque él era el único que se molestaba en no fingir lo contrario —. Creo que será lo único que la convenza. Como tú has dicho, no va a dejar pasar esta afrenta.

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A pesar de que debía estar tan impaciente como ella por empezar de una vez por todas la guerra que se les había prometido, Ares se lo estaba tomando todo con buen humor. A diferencia de ella, claro estaba.

Pero era cierto que parecía broma que Hera pidiera que hiciera aquello. Artemisa siempre había sido una de sus mejores aliadas, era cierto, pero en aquella ocasión no estaba en disposición de convencerla. Quizá porque censuraba la estupidez de Agamenon y, en el fondo de su ser, supiera que necesitaba un castigo ejemplar.

Apoyó el codo en la mesa, mentón sobre los nudillos, escuchándole. Ya que quería pensar algo con lo que poder continuar. Atenea solía preferir hacerlo sola, pero desde que trabajaban juntos había descubierto que Ares tenía sus momentos de brillantez y estrategia.
Y ofrecerse como sacrificio para hacer la tarea encomendada, no era mala idea.

- Un sacrificio. -Resumió. Atenea no los apreciaba demasiado, y podía imaginar que el necesario para calmar a Artemisa no sería poca cosa. Pero era una solución rápida y, posiblemente, efectiva.- Solo tengo dos preguntas, ¿cómo piensas convencer a Agamenón de que acepte hacer un sacrificio a la altura de la ofensa? y segunda... -Añadió bebiendo un poco de su copa y mirándole a los ojos.- ¿Cuál es el precio por realizar esta gesta en mi lugar?

it runs on our blood

Eran raras las ocasiones en las que Ares y Atenea conversaban como iguales, sin reproches o desafíos. Los dioses de la guerra se habían unido para amparar la mayor batalla que la humanidad había vivido en siglos de poblar sus tierras. A Ares no le molestaba compartir estrategias con su hermana. Al fin y al cabo, era una mujer brillante. Era una pena que usase su inteligencia para molestarlo, pero cuando no lo hacía disfrutaba de ver en su mirada los cálculos que precedían a la victoria.

— Un sacrificio — asintió, satisfecho por ver cómo su propuesta había calado en Atenea. Como era de esperar, no la aceptaría de buenas a primeras, así que no le sorprendió que tuviese algunas preguntas al respecto. Lo que sí lo asombró fue la segunda  cuestión. Levantó las cejas y se echó a reír, paseando la mirada por la estancia, negando con la cabeza —. Agamenón no está en posición de rechazar nuestra ayuda. Sus hombres llevan semanas esperando ir a la guerra. Miles de soldados varados en una playa, sin ningún entretenimiento, viendo cómo se les escapan las riquezas prometidas por culpa de Agamenón… — chasqueó la lengua. — Se lo van a comer vivo. Tendrá que ceder. No le queda más remedio.

Volvió a darle un sorbo a su copa, deleitándose esta vez más en la expectación de su hermana ante su siguiente respuesta que del sabor del vino, y aún se permitió permanecer callado al dejar la pieza en la mesa, dejando que el silencio llenase la sala mientras sostenía su mirada.

— Podría ofenderme por esto — comenzó al fin, divertido —. ¿No puede un hermano ayudar a su hermana en una noble gesta sin esperar más recompensa que la satisfacción del deber cumplido? — le preguntó con un aire teatral. — No quiero nada. No de momento — se apresuró a agregar —. Un favor a cobrar cuando yo quiera, y nada más. ¿Qué te parece?

it runs on our blood

Se acomodó contra el respaldo del asiento que ocupaba mientras escuchaba las respuestas que había demandado.
Que se riera de la primera la hizo fruncir los labios, no le gustaba provocar la risa cuando no pretendía ser graciosa, pero se lo consintió a fin de satisfacer su curiosidad sobre la cuestión que tenía por delante.

- Así que estás confiando tu éxito en el instinto de supervivencia del hombre que ha ofendido a Artemisa por su propia vanidad. -Resumió su plan de un modo un poco menos optimista. Aunque no le faltase razón, quizá era jugársela demasiado con un mortal carente de la inteligencia necesaria como para no jugar con los dioses.- Supongo que puede funcionar. -Admitió finalmente.

Pero aceptarlo la dejaba en la desventaja de que Ares pudiera poner un precio a su favor.
Alzó las cejas ante su pregunta y aparente ofensa. No, él no era el tipo de hermano que ofrece su ayuda a cambio de nada. Ninguno de los hijos de Zeus lo era en realidad. Por lo que terminó mostrando una sonrisa al escucharle decir aquel "de momento".

- Un favor. -Repitió levantándose para acercarse a él- Un favor que no suponga una humillación para mí. -Añadió como condición ofreciéndole su mano para estrecharla.- Me parece justo. -Y quizá debiera haberlo pensado mejor, pero en aquel momento necesitaba que Ares hiciera aquel trabajo.

it runs on our blood

Pocas cosas satisfacían más al dios de la guerra que tener la razón, y que fuese la diosa de la sabiduría quien lo reconociera era una de ellas. Era una pena, pensaba él, que tuvieran que llevarse tan mal siendo en tantos aspectos tan parecidos, pero quizá era justo ese el motivo de sus frecuentes desacuerdos. La cuestión era que en aquella ocasión estaban en el mismo barco, y Atenea fue lo bastante inteligente para reconocer la ventaja que le ofrecía Ares sobre las piezas que tenía desplegadas en el terreno.

— Funcionará — la corrigió, tan convencido de ello como lo estaría un mortal de que hay dioses en el cielo.

Siguió a su hermana con la mirada cuando se levantó e hizo lo propio cuando alcanzó su asiento. Era más alto que ella, casi un palmo, pero la presencia de Atenea la engrandecía. Ares ladeó una sonrisa e hizo una breve pausa en la que fingió pensar en las condiciones de su trato mientras sostenía su mirada.

—Me debes una, hermanita — estrechó su mano para sellar el pacto —. Y me la voy a cobrar.

una batalla no es la guerra

Finalmente llegó el momento de la batalla. Los ejercitos griegos se encontraban ante las puertas de Troya y frente a sus murallas estaban aquellos guerreros. Los dioses habían repartido sus bendiciones. Y pronto comenzaría el combate.
Agamenón, junto a su hermano encabezaban a sus hombres.
Héctor, acompañado de Paris, avanzó para ofrecer parlamento.

Atenea los observaba.
Le parecía una noble iniciativa, pero aquella guerra no aceptaría pactos.
- Ese crío apenas puede levantar la espada. ¿Cómo pretende acabar la guerra que no ha empezado con un duelo? -Habló Poseidón, haciendo que ella dejara de mirar hacia otro lado y entendiera que Paris estaba intentando evitar la masacre de los suyos ofreciéndose como sacrificio. Ofreciendo a Menelao una forma de restituir el daño causado.

- No se da cuenta de que es Agamenón quien desea la guerra. -Pronunció ella. Paris estaba muy lejos de entender las verdaderas ambiciones que se cruzaban en aquel campo de batalla. De saber que estaban aprovechándose de él y de su estupidez al elegir el amor de Helena por encima de la seguridad de los suyos.
Pagaría un alto precio por ello.
- Hagan lo que hagan los troyanos, hoy habrá batalla. -El viento lo anunciaba. Sus ojos se posaron en Ares, sabía que él también podía sentirlo.