Desde luego. No hacía falta que lo jurara.

Rodrigo sabía que Mirabel estaba convencida de que nadie la miraba. No en ese sentido.

Y, por triste e injusto que resultara reconocerlo, la verdad es que había sido así. Incluso para él.
Durante toda la vida de la señora Alma, y hasta el casi ocaso de la casa Madrigal, Mirabel había sido al única habitante de casita que no despertaba la admiración de nadie Más al contrario, lo que inspiraba era compasión.

Pobrecita, justo ella va y no se le otorga don. ¿Qué tendrá esa niña, que el Milagro la aparta?

Ahora, desde la prespectiva que dan los acontecimientos pasados, resultaba irónicamente estúpido no haber ido a caer en la cuenta de que en las ropas de la muchacha se repetía el mismi emblema que ceñía el manto de doña Alma: la mariposa.

¿Cómo no fueron a caer antes en la cuenta, de que quien custodiara la llama no precisaba otro don?

Y él, Rodrigo...bueno. Rodrigo no había prestado atención, voluntariamente, a uno solo de los Madrigal.
Por motivos obvios; la pesadez constante de su família.

Y ahora estaba allí, sentado en la cafetería, escuchándola, y preguntándose de verdad cómo no se le había ocurrido antes invitarla a merendar.

Claro que no podía responderle eso.

Carraspeó.

-Bueno, no sabría decirte- se excusó, estirando del cuello de su camisa- sí te habría invitado a merendar antes- medio mintió- pero hay que reconocer que tu família impone. Que imponía- se corrigió- mucho, con tu abuela al frente.

Sonrió, cual galán, alargando la mano sobre la mesa para alcanzar la de Mirabel.

-Lo importante, a fin de cuentas, es que estamos aquí. No importa si fue antes o es ahora, ¿no te parece?

De haberse percatado de ese detalle, las mariposas, su madre le habría enviado a cortejarla mucho antes, eso era cierto.

Ahora...la sonrisa de galán se fue deshaciendo, hasta que el semblante de Rodrigó tornó serio.
Reflexionó, un momento.

Y volvió a sonreír, pero con la melancolía a flor de piel

Menos mal que no había sido así. Menos mal que...estaba tomando conciencia de lo que le alejaba de su família, lo que le acercaba a ella, y lo que no estaba dispuesto a consentir.

-No vale la pena perder el tiempo pensando en cosas que no se han hecho-sentenció-hablemos de...no se, de tí. Cuéntame a qué dedicas tu tiempo, cuando no estás tras las tareas de tu familia. O de quien es tu primo o prima favorito. O de tus sueños. De lo que quieras. Me encantaría oírte hablar de cualquier cosa, que sea importante para tí. Prometo contarte lo que quieras, a cambio.

Mirabel se sentía abrumada.
Nunca había pensado que alguien pudiera verla de ese modo, interesarse en su compañía, querer pasar tiempo con ella, merendar... Y luego estaba que esa persona fuera alguien como Rodrigo con esa increíble sonrisa.

Se recolocó las gafas con algo de nerviosismo- Era como tenía que ser. -Respondió en referencia a su abuela y la seriedad que portaba para imponerse. No había que olvidar lo mucho que había sufrido, la responsabilidad enorme que llevaba sobre sus hombros, la que ahora tenía ella sobre los suyos. Proteger a toda una comunidad y que pudieran seguir viviendo en paz.
Pero Mirabel sabía que ella jamás tendría ese porte, nadie la iba a mirar con ese respetuoso miedo con el que miraban a su abuela. Y tampoco estaba segura de que fuera algo que quisiera.

- Oh. -Fue lo que salió de sus labios al escuchar la pregunta más personal. Que ella le contase cualquier cosa que quisiera, sus secretos, sus sueños... No eran preguntas que nadie le hiciera a menudo, o nunca.
Se sintió nerviosa y apretó un poco la tela de la falda entre sus manos. ¿Y si decía alguna tontería? ¿Algo que a Rodrigo no le gustase? Eran tantas las opciones que no era capaz de enlazar mucho.
Entonces sus dedos toparon con uno de los bordados de su falda. Puede que sirviera, aunque no era nada que no se pudiera imaginar.- Pues cuando no tengo ninguna tarea, lo que suelo hacer es bordar. Lo encuentro muy relajante y siento que puedo crear cualquier cosa. -Quizá su madre la había enseñado precisamente para que pudiera hacer algo por sí misma, algo que creara belleza como las flores de Isabella, sabiendo que siempre había estado un poco celosa de ella.- Claro que ahora... ya no tengo tanto tiempo. -Todos la ayudaban, por supuesto, pero tenían sus propias tareas y trabajos y era su responsabilidad. No podía dejarles cargar con ello para protegerla.

Bordar.
Le gustaba bordar.

Rodrigo alzó las cejas, un tanto sorprendido.
No por nada; recordaba a su abuela - antes de llegar a vivir al pueblo, procedentes de otra aldea cuyo nombre exacto no habían llegado a decirle nunca a nadie, en el Encanto - sentada en el porche de su casa de la infancia, con el costurero a los pies, los hilos entorno y el bastidor sobre la falda.

Le gustaba entonces sentarse frente a ella, en el suelo. Y, mientras la mujer bordaba, le contaba cuentos. Cuentos de toda índole. La mayoría más cercanos al costumbrismo que a la fantasía.

Sin embargo, la madre de Rodrigo no gustaba de esa afición.
Si tomaba el bastidor, en ocasiones putuales y siempre a la vista de todos, era más bien porque le parecía a ella que era propio de una mujer de bien.
Por aparentar, vamos.
Como la mayor parte de las cosas que hacía, en su día a día.

- Vaya - acertó a decir, antes de recolocarse un poco el mechón de pelo que daba a su frente y volver a sonreír - pues tampoco me parece justo que casi no tengas tiempo, ni siquiera para eso. ¿Estás segura, Mirabel, de que no has cargado trabajo de más?

Lo señalaba con genuino interés; pero tan pronto lo dijo, se dio cuenta de que ese era precisamente uno de los argumentos que su madre le hubiera sugerido, para acercarse a ella.

Y se le revolvieron las tripas.

- A lo mejor debería preguntar, más bien, quien de tu família podría echarte una mano, para que tú recuperaras algo de tiempo libre. ¿Dolores, quizá?

Sí, le había puesto mala cara a él. Y daba miedo, la prima. Pero era muy eficiente, de eso tampoco cabía duda.

-¿Qué ocurre conmigo?- sonó la voz de la invocada, a su espalda.

Rodrigo dio un respingo, y se volvió de golpe.

Dolores, plantada con los brazos en jarras, fruncía el ceño y seguía mirándole con cara de malas pulgas.

- Los Madrigal nos organizamos muy bien solitos, Vargas. No hace falta que vengas tú, ni nadie de tu casa, a decirnos cómo encargarnos de nuestras tareas.

-Dolores, por Dios...- se quejó el hombre, aturdido - si es que no se puede cortejar a tu prima, si no se la puede uno llevar ni a merendar...

Lo de cortejar él lo decía con total naturalidad; pero la vena de la frente de Dolores estaba por hincharse y explotar, por lo menos.

- Tú no tienes que cortejar a nadie - le soltó - Mirabel, nos vamos.

Iba, la prima, a decirle algo; a Mirabel.

Sólo que entonces se lo pensó mejor.

Mentón en alto, apoyó la mano en el hombro de la custodia del encanto.

- Ay no, no has acabado. Merienda tranquila. Tengo un par de cosas que decirle aquí, a Rodrigo Vargas. Él se viene conmigo ahora.

-¿Qué?¿Dónde?¿Porqué? A ver, si es importante, y sólo un momento, está bien - protestó, y cedió, Rodrigo. Cualquiera le llevaba la contraria...

Rodrigo no pareció ver mal su gusto por el bordado, aunque sí que le sorprendió. O eso le pareció ver en su expresión.
Pero no dijo nada al respecto, se centró en lo último que había dicho, que apenas tenía tiempo para dedicarse a aquella afición suya.

Negó con la cabeza.- No, no es eso. -Estaba segura de que no estaba haciendo más que el resto, más que nadie.- En realidad es que ahora mismo... aún nos estamos organizando bien. -La pérdida de la abuela Alma les había sacudido y tenían que acostumbrarse a su falta y las nuevas funciones de cada uno. Todos estaban ayudando.

Aún así, Rodrigo empezó a decir que quizá su familia podría ayudarla un poco más. Pero ella se había distraído un poco al ver llegar a Dolores, que había tenido que escuchar por fuerza esa última parte de la conversación.
- Dolores, ¿qué haces aquí? -Preguntó, pero ella parecía más interesada en hablar con Rodrigo. ¿Había dicho que la estaba cortejando? El color se le subió a las mejillas.- ¿Ha ocurrido algo? -Se preocupó cuando su prima dijo que se tenía que ir con ella.

Pero el semblante de Dolores cambió un poco y dijo que podía terminar de merendar, mientras ella hablaba con el joven. ¿Qué estaba pasando? Mirabel no entendía nada, solo pudo verlos alejarse un poco, envidiando el don de su prima por no poder saber qué estaban diciendo. Y empezó a comer deprisa para terminar rápido con la esperanza de escuchar al menos una parte de esa conversación.

Dolores había cogido del brazo, a tirones sin mucho miramiento, a Rodrigo.

Se lo llevó a la callecita estrecha que separaba una casa - la de la cafetería- de la contínua. Pasaje suficientemente estrecho como para que hubieran de plantarse el uno frente al otro, porque dos personas a la vez no cabían, tenía la virtud de que no había ventanas en los dos edificios que dieran a él.

Cruzó los brazos, nariz arrugada y repiqueteo de pie en el suelo, y le soltó:

-Se lo que pretende tu família, y no lo voy a permitir. Ni yo ni ningún Madrigal. Así que puedes escoger entre dejar a mi prima tranquila, o que le explique lo que andáis cuchicheando por tu casa a mis padres y mis tíos. Y al pueblo entero.

Claro que esa opción supondría todo un desengaño para Mirabel, por no hablar de la vergüenza pública.

Pero, a grandes males, grandes remedios.

Y, en cierto modo, Dolores esperaba que él fuera suficientemente caballero como para entenderlo en el momento preciso.

Rodrigo fue a replicar, por supuesto. Pero inmediatamente pensó en lo bocazas que podía ser en ocasiones más su hermana que su siempre taimada madre.

Intentó razonar por ahí.

-Yo no se que has oído tú, Dolores. Ni cuando. Pero...¿me has oído a mí, acaso, decir algo que te lleve a pensar que tengo malas intenciones con tu prima?

Dolores bajó los brazos. Se lo pensó un momento.

-No, no a ti. ¡No me distraigas! Se lo que he oído.

-¿Y qué has oído?- insistió él- Y sobre todo, ¿de quien?

Dolores alzó la voz.

-¡ A tu hermana, preguntar porqué tardabas tanto en engatusar a Mirabel!

Tanto había subido el tono que, desde la cafetería, se la oyó.