La orden 66 acabó con la Orden Jedi. Palpatine acabó con al República, y aunque tan solo han pasado cinco años, todo aquello parecen historias pasadas, cuentos para ellos, algo que nunca podremos recuperar.Pero hay quien aún confía en una galaxia más justa, y lugares, puede que fuera de la galaxia, donde la garra del imperio aún no ha llegado.

Hera Syndulla es una joven de dieciocho años, extremadamente talentosa piloto, e hija del líder rebelde twi’lek Cham Syndulla, cualidades que la hacen idónea para formar parte de las pequeñas células rebeldes que empiezan a poblar la galaxia. De momento, lo máximo que pueden hacer es recolectar, por medio del espionaje, información valiosa para la resistencia sobre el Imperio y sus operaciones y hacer pequeños sabotajes. Pero Hera, en la soledad de su nave y acompañada solo de su pequeño droide de fuerte personalidad, descubre un plan del Imperio que, en vez de comunicar al Alto Mando, va a ir a intentar resolver ella sola.


En las afueras de la galaxia, en un terreno desconocido, hay un planeta plagado de animales fantásticos, que bien usados, pueden conformar un ejército formidable, y por lo visto, el planeta está plagado de humanos capaces de entrenarles, y, entre ellos, Hera distingue claramente usuarios de la Fuerza.Le llama especialmente la atención una chica llamada Debora que destaca por, según dicen los datos imperiales, controlar dragones.

Mientras tanto, en ese planeta, ni Debora ni nadie se espera la que les viene encima. Ellos habían derrotado a la principal amenaza, que era el Team Rockett, y ahora pueden limitarse a entrenar a sus pokemon y llevar a cabo sus competiciones en paz. Pero ahora viene alguien de un lugar que no conocen a advertirles de un conflicto que nada tiene que ver con ellos y que el Team Rockett podría no estar tan muerto como esperaban.

Debora no sabe que es usuaria de la Fuerza, Hera no sabe el temible aliado imperial que ha liberado al líder del Team Rockett, y ambas son jóvenes fuertes y cabezotas muy centradas en su causa, pero que tendrán que aunar fuerzas para evitar una debacle en el planeta de los pokemon y que el Imperio consiga un aliado aún más poderoso.

Se dijo a sí misma de darse tiempo, de pensarlo, de asumirlo. De valorar las mejores decisiones que podía tomar. Pero la sangre de dragón le quemaba por dentro cuando se veía demasiado tiempo parada, y Debora tenía las cosas tan claras que, ni con un cambio de vida tan drástico como al que se enfrentaba, necesitaba tantísimo tiempo para pensarse las cosas.

El día anterior había sido confuso y la había dejado con una angustia en el pecho que no tenía apenas veinticuatro horas antes cuando decidió (por algo, maldita sea) NO abrir su gimnasio para entrenar a solas. Si llega a saber quién se le iba a colar dentro y para qué, pone a Charizard de centinela en la puerta. Ya estaba hecho de todas formas, y ahora, en el fondo, se alegraba de saberlo: no soportaba vivir en una mentira. Lo que no le gustaba era esa nueva realidad. La tenía enfadada todo este hecho en sí, más que el haberse enterado, hubiera preferido saberlo desde el principio siendo como era. Una parte de ella seguía queriendo pensar que aquella no era su guerra y que veinticuatro horas antes vivía en un mundo tranquilo y pacífico en el que controlaba bastante. Asumir lo contrario la tenía molesta, pero no es como que pudiera decidir hacer algo diferente, así que cuanto antes se pusiera a ello, mejor.

Ahora sí que puso a Charizard de centinela en la puerta. - Nada de quemaduras mortales. Sigue siendo nuestra regla básica. - Aleccionó. El pokemon ya estaba ceñudo y listo. - La primera opción siempre es el cerco de fuego: un humano por sí solo no lo puede quitar. Si el problema es grave, sabes cómo hacer que se enteren los agentes del orden, ¿correcto? - El pokemon asintió. - Buen chico. - Dijo, tan seria y no demasiado cariñosa como siempre, dándole un par de palmaditas en el hocico. Hizo un gesto firme a Dragonair y, serpenteando a su lado, fue con ella hacia el destino marcado.

Había salido poco después de amanecer, cuando por la ciudad aún había pocos transeúntes y casi ningún negocio abierto. Para nadie era extraño verla tan temprano por allí, ni acompañada de Dragonair. Pensó dónde podía encontrarse esa nave: Hera le había dicho que "en las afueras", y salvo que la tuviera en mitad del agua o dentro de la Cueva Helada, y dudaba profundamente de ambas cosas, debía encontrarse en la ruta 45, y allí se dirigió. Se trataba de una zona montañosa y escarpada, con zonas de césped alto y de arboledas, que dirigía por un largo camino a Pueblo Primavera y Ciudad Cerezo, si bien había tantos kilómetros de camino que la ruta estaba dividida en tres partes. Esperaba no tener que llegar a buscarla hasta la ruta 46, quería pensar que no se habría ido tan lejos, sobre todo teniendo en cuenta que el terreno de la 45, si bien complejo, era lo suficientemente extenso. Por no hablar de que, si vienes volando, la morfología del lugar te beneficia a la hora de esconderte. Más te vale no haberte metido en la Cueva Oscura, me parecería impropio de una persona que se quiere hacer ver como inteligente. Y desde luego que no iba a gastar las energías de su pokemon en pelear con zubats. Tendría que sacar Hera la nave de allí si quería que la visitase.

Después de mucho ser gruñona mentalmente con la chica en base a figurarse sus decisiones, se topó con la nave. Efectivamente, estaba en la ruta 45. Efectivamente, no se había metido en una cueva. Efectivamente, no era tan tonta... pero tampoco listísima. - Escondidísima. - Murmuró con hastiado desdén, y tras un suspiro, se encaminó hacia ese monstruoso artefacto que no tenía nada de discreto. De un grácil salto, llegó al terreno haciendo esquina donde se encontraba la nave, supuestamente protegida entre los bancos rocosos y la hierba alta. Se acercó con prudencia, ya más rebajada: tampoco quería entrar cual antipática por las instalaciones de Hera, suficiente habían tenido con lo del día anterior. Se asomó lentamente. La chica parecía inmersa en algo, así que dio un par de toques en lo que, suponía, era la puerta, provocando un sonido enlatado desproporcionadamente estruendoso para la fuerza que le había imprimido. - Perdón... No sé si estás ocupada. - Se recompuso en una postura más natural. - Me dijiste que... estabas por las afueras. He intuido que estarías por aquí. - Hizo una pausa que Dragonair aprovechó para asomar la cabecilla por allí con curiosidad. - ¿Podemos pasar? -