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Timelady
Dornish Sun
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Recuerdo del primer mensaje :
Rosa de los caminos
Campos de flores junto al camino con Lilibet Fairbanks
Campos de flores junto al camino con Lilibet Fairbanks
Christopher estaba sinceramente agradecido de tener que llevar a cabo algunos recados fuera del hogar Sinclair. Desde el baile de los Denham su madre no había cesado de traerlo a colación y con ello la magnífica pareja que formaban Edwin y la señorita Brydges. Y, como no, cuando se dirigía a él solía preguntar su opinión sobre lo encantadora que era la señorita Fairbanks, lo bien que bailaba o la dulce coincidencia de que hubieran sido emparejados.
Por supuesto, el mayor de sus hijos respondía a todo con cierta desgana, aún cuando era cierto que pensaba que Lilibet era una joven encantadora y dulce, una gran bailarina y agradecía a dios que hubiera sido su pareja aquella noche. Pero no iba a reconocerlo delante de su madre y hacer pensar que había un interés más allá de la bella amistad que compartían.
Mas no podía negar, no a sí mismo, que desde que existía la ocasión de encontrarse en una velada con la señorita Fairbanks, le pesaba un poco menos la idea de asistir. Ya que al menos estaba seguro de que contaría con alguien agradable de quien acompañarse.
Así que mientras emprendía el camino de regreso, no podía evitar pensar que había escuchado a esas mujeres hablar del siguiente evento y que resultaba extraño que su madre no lo hubiera mencionado. Pero no encontraba una forma de sacar él el tema, dado que jamás hablaría de esos asuntos sin más.
El caballo iba al paso cuando notó una figura entre el campo de flores que se extendía a la diestra del camino que debía recorrer. Lo detuvo un momento y se sorprendió al reconocer el rostro siempre amable de Lilibet, aunque ella parecía no haber notado su presencia, concentrada quizá en otra cosa.
- Señorita Fairbanks, buenas tardes. -La saludó, al llegar a su altura, deteniendo su montura a tal efecto.
Por supuesto, el mayor de sus hijos respondía a todo con cierta desgana, aún cuando era cierto que pensaba que Lilibet era una joven encantadora y dulce, una gran bailarina y agradecía a dios que hubiera sido su pareja aquella noche. Pero no iba a reconocerlo delante de su madre y hacer pensar que había un interés más allá de la bella amistad que compartían.
Mas no podía negar, no a sí mismo, que desde que existía la ocasión de encontrarse en una velada con la señorita Fairbanks, le pesaba un poco menos la idea de asistir. Ya que al menos estaba seguro de que contaría con alguien agradable de quien acompañarse.
Así que mientras emprendía el camino de regreso, no podía evitar pensar que había escuchado a esas mujeres hablar del siguiente evento y que resultaba extraño que su madre no lo hubiera mencionado. Pero no encontraba una forma de sacar él el tema, dado que jamás hablaría de esos asuntos sin más.
El caballo iba al paso cuando notó una figura entre el campo de flores que se extendía a la diestra del camino que debía recorrer. Lo detuvo un momento y se sorprendió al reconocer el rostro siempre amable de Lilibet, aunque ella parecía no haber notado su presencia, concentrada quizá en otra cosa.
- Señorita Fairbanks, buenas tardes. -La saludó, al llegar a su altura, deteniendo su montura a tal efecto.
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Mahariel
Phoenix
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Rosa de los caminos
Campos de flores junto al camino con Christopher Sinclair
Campos de flores junto al camino con Christopher Sinclair
A Lilibet ni siquiera se le había pasado por la cabeza la idea de que su acompañante pudiera adueñarse de su idea para sacar rédito de ella. Quizá, como le solían recordar sus padres y Edwin en alguna que otra ocasión, era demasiado ingenua, ¿pero cómo iba a concebir tan mezquino artificio de un hombre al que había conocido cuando no era más que un niño?
— Nunca pensaría tal cosa de vos, señor Sinclair — replicó, aturdida por la dureza de la realidad expuesta —. Aunque estáis en lo cierto. Debería tener más cuidado con estos asuntos. La economía siempre es un tema delicado — suspiró y, tras un momento de reflexión, añadió —, pero lo pensaré. Os agradezco vuestro apoyo. Si algún día necesito ayuda para presentar mi proyecto, os lo haré saber.
En el silencio descubrió lo ajenas que le sonaban esas palabras cuando era ella quien las pronunciaba. Nunca se había planteado poseer un proyecto, ni exponerlo ante una junta de accionistas, ni hacerse cargo de otra economía que no fuese la doméstica una vez la hubieran casado y, sin embargo, allí estaba, atreviéndose a imaginar la reacción de los caballeros con los que su padre hacía negocios con frecuencia. Aquello plantó en ella la semilla de la curiosidad, y el señor Sinclair hizo que floreciera una sonrisa en sus labios.
— No querría que os supusiera un problema, el retrato — comentó —. Es una hoja pequeña, podríais guardarla en cualquier parte. No me importa si tenéis que doblarla para mantenerla a salvo — le dijo, manteniendo el humor —. Ah, sí. Será un placer, señor Sinclair.
Lilibet le dedicó una sonrisa antes de recoger sus útiles de dibujo, que había esparcido por el suelo, para subir con él a la montura que los llevaría de regreso a casa.
— Nunca pensaría tal cosa de vos, señor Sinclair — replicó, aturdida por la dureza de la realidad expuesta —. Aunque estáis en lo cierto. Debería tener más cuidado con estos asuntos. La economía siempre es un tema delicado — suspiró y, tras un momento de reflexión, añadió —, pero lo pensaré. Os agradezco vuestro apoyo. Si algún día necesito ayuda para presentar mi proyecto, os lo haré saber.
En el silencio descubrió lo ajenas que le sonaban esas palabras cuando era ella quien las pronunciaba. Nunca se había planteado poseer un proyecto, ni exponerlo ante una junta de accionistas, ni hacerse cargo de otra economía que no fuese la doméstica una vez la hubieran casado y, sin embargo, allí estaba, atreviéndose a imaginar la reacción de los caballeros con los que su padre hacía negocios con frecuencia. Aquello plantó en ella la semilla de la curiosidad, y el señor Sinclair hizo que floreciera una sonrisa en sus labios.
— No querría que os supusiera un problema, el retrato — comentó —. Es una hoja pequeña, podríais guardarla en cualquier parte. No me importa si tenéis que doblarla para mantenerla a salvo — le dijo, manteniendo el humor —. Ah, sí. Será un placer, señor Sinclair.
Lilibet le dedicó una sonrisa antes de recoger sus útiles de dibujo, que había esparcido por el suelo, para subir con él a la montura que los llevaría de regreso a casa.
₊˚⊹ 27·03·2023 ⊹˚₊
can i go where you go? · Ⅵ · can we always be this close?
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(ɪꜰ ʟᴏꜱᴛ, ʀᴇᴛᴜʀɴ ᴛᴏ ᴡɪꜰᴇ)
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Rosa de los caminos
Campos de flores junto al camino con Lilibet Fairbanks
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Christopher inclinó la cabeza con una sonrisa cuando Lilibet dijo que consideraría lo que le había dicho y le informaría si precisaba de su ayuda en el futuro. Era lo único que deseaba, ser tenido en consideración por ella y socorrerla si era necesario.
Era cierto que si descubrían aquel dibujo en sus aposentos habría demasiadas preguntas, pero no dudó en negar con la cabeza.- Es a mi a quien le molestaría tener que doblarlo y estropear el bello regalo que me habéis hecho. -Respondió con la seriedad que requería. Pues aquel trozo de papel, aún en su humilde apariencia, le parecía una de las cosas más valiosas que le habían entregado, solo por las manos que lo habían trazado y lo que se adivinaba de sus facciones en él.
Se levantó cuando ella consintió en que la acompañara y le tendió la mano para que pudiera hacer lo propio una vez hubo recogido. Tomando las riendas de su caballo subió para ayudarla a ella a hacer lo propio y encaminarse juntos hacia el hogar de los Fairbanks. Tuvieron la suerte de no encontrarse con nadie de camino (que Christopher viera) ya que podían dispararse las historias sobre ambos al compartir un caballo y un paseo.
Ya en la puerta, permitió que descendiera del caballo con la elegancia que la caracterizaba, tomó su mano y besó sus nudillos a modo de despedida.- Hasta más ver, señorita Fairbanks.
Era cierto que si descubrían aquel dibujo en sus aposentos habría demasiadas preguntas, pero no dudó en negar con la cabeza.- Es a mi a quien le molestaría tener que doblarlo y estropear el bello regalo que me habéis hecho. -Respondió con la seriedad que requería. Pues aquel trozo de papel, aún en su humilde apariencia, le parecía una de las cosas más valiosas que le habían entregado, solo por las manos que lo habían trazado y lo que se adivinaba de sus facciones en él.
Se levantó cuando ella consintió en que la acompañara y le tendió la mano para que pudiera hacer lo propio una vez hubo recogido. Tomando las riendas de su caballo subió para ayudarla a ella a hacer lo propio y encaminarse juntos hacia el hogar de los Fairbanks. Tuvieron la suerte de no encontrarse con nadie de camino (que Christopher viera) ya que podían dispararse las historias sobre ambos al compartir un caballo y un paseo.
Ya en la puerta, permitió que descendiera del caballo con la elegancia que la caracterizaba, tomó su mano y besó sus nudillos a modo de despedida.- Hasta más ver, señorita Fairbanks.
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