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Mahariel
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A MATTER OF HONOR
EVEN WITH THE DEFEATED ONES
El rey Aegon, primero de su nombre, fundador de la dinastía Targaryen que gobernaría los Siete Reinos en Poniente y a quien los maestres darían el sobrenombre de El Conquistador por sus hazañas, ha enviado a su único y mejor amigo, Orys Baratheon, hacia Bastión de Tormentas. Será el más fiero de sus generales quien dirija a su ejército para hacerse con las tierras del todavía rey Argillac Durrandon el Arrogante, que se ha negado por sistema a hincar la rodilla ante la superioridad Targaryen.
Aquel día el cielo se había oscurecido. Las nubes llegaban hasta donde alcanzaba la vista. Estalló una tormenta que convirtió en lodazales las colinas. El rey arrogante insistió en presentar batalla. Esas eran sus tierras e iba a defenderlas. Al fin y al cabo, tenía ventaja sobre los invasores. Su ejército era más numeroso y estaba de sobra acostumbrado a las inclemencias del clima. La batalla se prolongó durante horas hasta alcanzar la madrugada. Orys encontró al rey luchando contra una docena de caballeros. Impresionado por su fiereza, le propuso una rendición en buenos términos. Argillac, sin embargo, le escupió a los pies y los maldijo a él y a su propuesta. Ambos caballeros se batieron en duelo y la balanza del destino se inclinó en favor del Baratheon. El rey murió empuñando su espada y su ejército se batió rápidamente en retirada.
Ahora, su legítima heredera, la princesa Argella se ha encerrado en Bastión de Tormentas con lo que resta de sus fuerzas militares y está dispuesta a mandar a morir hasta al último de sus hombres con tal de proteger el legado de su familia.
Aquel día el cielo se había oscurecido. Las nubes llegaban hasta donde alcanzaba la vista. Estalló una tormenta que convirtió en lodazales las colinas. El rey arrogante insistió en presentar batalla. Esas eran sus tierras e iba a defenderlas. Al fin y al cabo, tenía ventaja sobre los invasores. Su ejército era más numeroso y estaba de sobra acostumbrado a las inclemencias del clima. La batalla se prolongó durante horas hasta alcanzar la madrugada. Orys encontró al rey luchando contra una docena de caballeros. Impresionado por su fiereza, le propuso una rendición en buenos términos. Argillac, sin embargo, le escupió a los pies y los maldijo a él y a su propuesta. Ambos caballeros se batieron en duelo y la balanza del destino se inclinó en favor del Baratheon. El rey murió empuñando su espada y su ejército se batió rápidamente en retirada.
Ahora, su legítima heredera, la princesa Argella se ha encerrado en Bastión de Tormentas con lo que resta de sus fuerzas militares y está dispuesta a mandar a morir hasta al último de sus hombres con tal de proteger el legado de su familia.
ARGELLA DURRANDON | |
ANNA POPPLEWELL · TIMELADY |
ORYS BARATHEON | |
LEO SUTTER · MAHARIEL |
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Durmió más por cansancio que por otro motivo, con el cuchillo que había robado de la tienda del Baratheon en la mano. Lo escondió bajo las mantas cuando los guardias entraron a primera hora trayendo consigo algunas de sus pertenencias, tal como se les había pedido.
Les agradeció que lo hicieran, sobre todo cuando comprobó que habían entregado la carta a su dama. Porque aquel vestido era discreto y muy recatado. Tanto que ocultaría los moratones que ya se apreciaban por todo su cuerpo. Sentía dolor también, claro, pero se encargaría de tratar de ocultarlo en lo posible.
Seguía siendo la Reina de Tormentas y no podía dar signos de debilidad.
Se mantuvo sentada y a la espera. Su tienda no era ostentosa, pero tenía todo aquello que pudiera necesitar. Incluso le habían facilitado algo de agua para su aseo por la mañana. Estaba claro que intentaban tratarla bien, aún siendo una prisionera. No sabía si eran ya conscientes de que se trataba de la prometida de uno de sus generales.
Uno que apareció en su puerta, con la cortesía de pedir su permiso.- Pasad, Ser Orys. -Le invitó ella, levantándose para enfrentarle con toda la dignidad posible.- ¿Venís a hablar de las capitulaciones? -Cierto era que la noche anterior habían mencionado algunas condiciones de la entrega de su fortaleza, pero suponía que no serían las únicas y que el resto del consejo del rey dragón querría también meter baza.
Les agradeció que lo hicieran, sobre todo cuando comprobó que habían entregado la carta a su dama. Porque aquel vestido era discreto y muy recatado. Tanto que ocultaría los moratones que ya se apreciaban por todo su cuerpo. Sentía dolor también, claro, pero se encargaría de tratar de ocultarlo en lo posible.
Seguía siendo la Reina de Tormentas y no podía dar signos de debilidad.
Se mantuvo sentada y a la espera. Su tienda no era ostentosa, pero tenía todo aquello que pudiera necesitar. Incluso le habían facilitado algo de agua para su aseo por la mañana. Estaba claro que intentaban tratarla bien, aún siendo una prisionera. No sabía si eran ya conscientes de que se trataba de la prometida de uno de sus generales.
Uno que apareció en su puerta, con la cortesía de pedir su permiso.- Pasad, Ser Orys. -Le invitó ella, levantándose para enfrentarle con toda la dignidad posible.- ¿Venís a hablar de las capitulaciones? -Cierto era que la noche anterior habían mencionado algunas condiciones de la entrega de su fortaleza, pero suponía que no serían las únicas y que el resto del consejo del rey dragón querría también meter baza.
Argella - Bastión de Tormentas - con Orys
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La joven Durrandon dejó pasar al general y él agradeció no haber tenido que esperar. Al encontrarse con la princesa, reparó en lo mucho que había cambiado su aspecto desde la primera vez que la había visto. Aún debía de tener algunas señales allá donde la habían golpeado, pero su vestido las cubría en su práctica totalidad; pese a que se encontraba en un territorio relativamente hostil, se la veía más descansada; se había aseado y el cabello limpio y cepillado le caía sobre los hombros brillante como una corriente de agua.
Argella Durrandon era a todas luces una mujer bellísima, mas no fue aquello lo que agradó a Orys Baratheon, sino el hecho de que en su mirada ya no encontrase la hostilidad de la prisionera en la que la habían convertido.
— Así es — carraspeó y descubrió que tenía la garganta seca como la arena del desierto.
No habría podido definir qué era lo que le estaba ocurriendo. Por un lado, aunque había logrado conquistar Bastión de Tormentas, arrastraba consigo la fatiga de los días de campaña; por otro, lo incomodaba no saber cómo abordar aquella conversación con su prometida; y, por último, lo preocupaba una regresión en los términos de su acuerdo provocada por su negativa a posponer su casamiento por un tiempo indefinido. Lo más cómodo habría sido dejar que alguien se hubiese encargado de trasladar a Argella Durrandon la decisión del consejo, pero a Orys le habría parecido una falta de respeto a su futura esposa, así que se obligó a buscar las palabras para iniciar aquella conversación, aunque lo disgustara.
— El consejo de guerra ha rechazado vuestra propuesta de posponer nuestra unión. Nuestra posición en Bastión de Tormentas no está asentada y no podemos permitirnos ese lujo. Tendréis que honrar a vuestro padre en los próximos días — le explicó cauto, pero firme. No le estaba pidiendo su opinión al respecto, le estaba contando lo que había ocurrido para que se organizase como creyera conveniente —. Ya sabéis que lamento vuestra pérdida. Vuestro padre era un guerrero excepcional. Es una lástima que no se rindiera, pero prestó una buena batalla y lo respeto por ello. Podréis honrar su memoria todo el tiempo que queráis, aunque fuese enemigo mío.
Argella Durrandon era a todas luces una mujer bellísima, mas no fue aquello lo que agradó a Orys Baratheon, sino el hecho de que en su mirada ya no encontrase la hostilidad de la prisionera en la que la habían convertido.
— Así es — carraspeó y descubrió que tenía la garganta seca como la arena del desierto.
No habría podido definir qué era lo que le estaba ocurriendo. Por un lado, aunque había logrado conquistar Bastión de Tormentas, arrastraba consigo la fatiga de los días de campaña; por otro, lo incomodaba no saber cómo abordar aquella conversación con su prometida; y, por último, lo preocupaba una regresión en los términos de su acuerdo provocada por su negativa a posponer su casamiento por un tiempo indefinido. Lo más cómodo habría sido dejar que alguien se hubiese encargado de trasladar a Argella Durrandon la decisión del consejo, pero a Orys le habría parecido una falta de respeto a su futura esposa, así que se obligó a buscar las palabras para iniciar aquella conversación, aunque lo disgustara.
— El consejo de guerra ha rechazado vuestra propuesta de posponer nuestra unión. Nuestra posición en Bastión de Tormentas no está asentada y no podemos permitirnos ese lujo. Tendréis que honrar a vuestro padre en los próximos días — le explicó cauto, pero firme. No le estaba pidiendo su opinión al respecto, le estaba contando lo que había ocurrido para que se organizase como creyera conveniente —. Ya sabéis que lamento vuestra pérdida. Vuestro padre era un guerrero excepcional. Es una lástima que no se rindiera, pero prestó una buena batalla y lo respeto por ello. Podréis honrar su memoria todo el tiempo que queráis, aunque fuese enemigo mío.
Orys - Bastión de Tormentas - con Argella
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Argella apretaba sus manos de forma casi inconsciente, espectante ante las noticias que fuera a entregarle Ser Orys. En otras circunstancias, ya le habría ofrecido asiento y quizá una copa de vino al escuchar su carraspeo, pero no estaba en condiciones de mostrarse hospitalaria. No cuando había tanto en juego.
Por lo que entendía, los pares del reino aceptaban que se casaran para llevar la paz a Tormentas, pero no hacían lo mismo con sus peticiones al respecto. Apartó la mirada de él cuando mencionó que tendría que honrar a su padre más tarde, dado que el enlace no podía esperar el tiempo necesario.- Comprendo.
Tomó asiento y no contuvo su suspiro de cansancio y resignación, mientras el hombre relataba cómo se sentía al respecto, hablando con respeto y honor de su padre y la forma en que había luchado en aquellos tiempos.- Os agradezco vuestras palabras. -Pronunció, porque lo cierto es que creía en ellas. Su enemigo debía dejar de serlo y parecía querer ponerle las cosas más sencillas.- Creo que sería bien visto si honráis vuestras palabras acompañándome en sus funerales, si han de esperar. -Para entonces sería su esposo, le ofrecía un lugar a su lado en esos momentos, ser visto y que todos pudieran apreciar que rendía homenaje a quien fuera su enemigo y anterior señor de las tierras conquistadas.
Se forzó a mirarle de nuevo.- En ese caso, ¿cuándo tendrán lugar las nupcias? -Inquirió, con algo de aprehensión oprimiendo su pecho.
Por lo que entendía, los pares del reino aceptaban que se casaran para llevar la paz a Tormentas, pero no hacían lo mismo con sus peticiones al respecto. Apartó la mirada de él cuando mencionó que tendría que honrar a su padre más tarde, dado que el enlace no podía esperar el tiempo necesario.- Comprendo.
Tomó asiento y no contuvo su suspiro de cansancio y resignación, mientras el hombre relataba cómo se sentía al respecto, hablando con respeto y honor de su padre y la forma en que había luchado en aquellos tiempos.- Os agradezco vuestras palabras. -Pronunció, porque lo cierto es que creía en ellas. Su enemigo debía dejar de serlo y parecía querer ponerle las cosas más sencillas.- Creo que sería bien visto si honráis vuestras palabras acompañándome en sus funerales, si han de esperar. -Para entonces sería su esposo, le ofrecía un lugar a su lado en esos momentos, ser visto y que todos pudieran apreciar que rendía homenaje a quien fuera su enemigo y anterior señor de las tierras conquistadas.
Se forzó a mirarle de nuevo.- En ese caso, ¿cuándo tendrán lugar las nupcias? -Inquirió, con algo de aprehensión oprimiendo su pecho.
Argella - Bastión de Tormentas - con Orys
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La noticia no pareció sorprender demasiado a la princesa. Lo más probable era que ya se le hubiera ocurrido aquella eventualidad. Al fin y al cabo, ahora dependía de los designios de sus captores, y como prisionera había perdido todos los privilegios que había tenido como señora de Bastión de Tormentas. Aun así, a Orys le sorprendió la entereza con la que encajó la negativa a su petición. A pesar de las circunstancias, conservaba la dignidad de su linaje.
Asistir al funeral del rey Dundarron no era del todo descabellado. Como había dicho Argella, serviría para honrar a su predecesor. Orys no tenía problema alguno en admitir su valor, aunque en última instancia le hubiera costado la vida. Su presencia en el entierro no solo serviría para mostrar su respeto a la familia de su futura esposa, sino también para despejar dudas. El Rey Arrogante no volvería a levantarse.
— Está bien — asintió —. Dispondremos de lo necesario para el rito funerario. Os acompañaré, aunque os dejaré encargada de decir unas palabras para despedirlo, si es que no tenéis inconveniente con ello.
Hasta el momento, había mostrado una templanza admirable lidiando con la derrota de su ejército y la traición de sus hombres, por lo que Orys confiaba en las capacidades de su prometida para dominar sus emociones.
Él preferiría mantenerse al margen cuando llegase el momento. Nunca se le habían dado especialmente las palabras si no era para arengar a sus soldados. Él era un guerrero, no un diplomático, y de las relaciones públicas podría ocuparse su señora a su debido tiempo. Por lo pronto, debían empezar a mostrarse unidos, por sumisión o por elección.
— Mañana, antes del funeral. Entonces, podréis enterrar a vuestro padre como la señora de Bastión de Tormentas. De otra manera, no podría garantizaros una ceremonia adecuada a su cargo, puesto que sería celebrar a un traidor a nuestro rey. Si nos casamos, estaremos honrando al padre de mi esposa — le explicó —. Espero que lo comprendáis.
Asistir al funeral del rey Dundarron no era del todo descabellado. Como había dicho Argella, serviría para honrar a su predecesor. Orys no tenía problema alguno en admitir su valor, aunque en última instancia le hubiera costado la vida. Su presencia en el entierro no solo serviría para mostrar su respeto a la familia de su futura esposa, sino también para despejar dudas. El Rey Arrogante no volvería a levantarse.
— Está bien — asintió —. Dispondremos de lo necesario para el rito funerario. Os acompañaré, aunque os dejaré encargada de decir unas palabras para despedirlo, si es que no tenéis inconveniente con ello.
Hasta el momento, había mostrado una templanza admirable lidiando con la derrota de su ejército y la traición de sus hombres, por lo que Orys confiaba en las capacidades de su prometida para dominar sus emociones.
Él preferiría mantenerse al margen cuando llegase el momento. Nunca se le habían dado especialmente las palabras si no era para arengar a sus soldados. Él era un guerrero, no un diplomático, y de las relaciones públicas podría ocuparse su señora a su debido tiempo. Por lo pronto, debían empezar a mostrarse unidos, por sumisión o por elección.
— Mañana, antes del funeral. Entonces, podréis enterrar a vuestro padre como la señora de Bastión de Tormentas. De otra manera, no podría garantizaros una ceremonia adecuada a su cargo, puesto que sería celebrar a un traidor a nuestro rey. Si nos casamos, estaremos honrando al padre de mi esposa — le explicó —. Espero que lo comprendáis.
Orys - Bastión de Tormentas - con Argella
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Se sentía cansada y vencida, sabía que aquello no era otra cosa mas que el sentimietno de una derrota acuciante como la que había soportado. Todo se sentía incorrecto y aún así no podía luchar, porque su única opción era la muerte... y por muy honroso que pareciera ese final, la responsabilidad de tantas vidas como había en Bastión de Tormentas descansaba sobre sus hombros.
Solo podía aceptar y actuar del modo en que se esperaba de ella. Estar a la altura de su sangre y posición.
Ser Orys parecía un caballero considerado, al menos así se mostraba. Otro en su lugar no habría mostrado su misma gentileza.- Os agradezco que permitáis que sea yo quien despida a mi padre. -Pronunció al escuchar que le permitiría decir unas palabras en los ritos funerarios.
Pero aún le quedaba por saber el mometno en que sus vidas quedarían unidas ante los dioses. Su respuesta impactó contra ella como lo haría el proyectil de una catapulta. Sus ojos se abrieron y aunque oía que seguía hablando, no podía decir que estuviera escuchando realmente lo que decía.- Es... muy pronto. -Pronunció, su voz algo más baja. Apretó sus brazos sin estar segura de cuándo había tomado aquella posición. Poco a poco entendió lo que quería decirle. Era necesario si deseaba que su padre no fuera tratado como un traidor. Asintió.- Lo entiendo.
Estaba mirando el suelo con fijeza, pero se dijo a sí misma que debía dejar de hacerlo. Ella no estaba hecha para actuar como una víctima, era una princesa, era una reina. Aunque su corona dejara de existir y tuviera que rendir pleitesía al rey dragón.
Levantó la vista hacia Ser Orys.- ¿Iremos hoy pues a Bastión? Ha de prepararse todo. -Expuso, aunque no estaba segura de si también sería tratada como una prisionera estando en su hogar y encerrada en sus aposentos hasta que la boda tuviera lugar.
Solo podía aceptar y actuar del modo en que se esperaba de ella. Estar a la altura de su sangre y posición.
Ser Orys parecía un caballero considerado, al menos así se mostraba. Otro en su lugar no habría mostrado su misma gentileza.- Os agradezco que permitáis que sea yo quien despida a mi padre. -Pronunció al escuchar que le permitiría decir unas palabras en los ritos funerarios.
Pero aún le quedaba por saber el mometno en que sus vidas quedarían unidas ante los dioses. Su respuesta impactó contra ella como lo haría el proyectil de una catapulta. Sus ojos se abrieron y aunque oía que seguía hablando, no podía decir que estuviera escuchando realmente lo que decía.- Es... muy pronto. -Pronunció, su voz algo más baja. Apretó sus brazos sin estar segura de cuándo había tomado aquella posición. Poco a poco entendió lo que quería decirle. Era necesario si deseaba que su padre no fuera tratado como un traidor. Asintió.- Lo entiendo.
Estaba mirando el suelo con fijeza, pero se dijo a sí misma que debía dejar de hacerlo. Ella no estaba hecha para actuar como una víctima, era una princesa, era una reina. Aunque su corona dejara de existir y tuviera que rendir pleitesía al rey dragón.
Levantó la vista hacia Ser Orys.- ¿Iremos hoy pues a Bastión? Ha de prepararse todo. -Expuso, aunque no estaba segura de si también sería tratada como una prisionera estando en su hogar y encerrada en sus aposentos hasta que la boda tuviera lugar.
Argella - Bastión de Tormentas - con Orys
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Si algo había de reconocérsele a Argella Durrandon, era su extraordinaria capacidad para encajar los golpes. En los últimos días había sufrido un asedio, la pérdida de su padre y la más baja de las traiciones por parte de sus propios hombres. A pesar de ello, se erguía con la dignidad que había mostrado el rey durante una batalla que debía de haber sabido que estaba de antemano perdida, y hasta el momento no se había dejado amedrentar por lo complicado de sus circunstancias. Cualquier otra doncella habría perdido los estribos en su lugar, no sin razón, o tratado de levantarse contra su nuevo señor, pero Argella parecía resuelta a no dejarse arrastrar por la derrota de su padre. Aun así, la mención de los servicios funerarios del rey abrió una grieta en su perfecta fachada, que se resquebrajó con la idea de contraer matrimonio con su sucesor al día siguiente.
— Es pronto, sí — coincidió Orys con cautela. Era la primera vez que veía a la princesa así de perdida. Ni siquiera durante su primer encuentro en la tienda, con ella vejada por sus hombres y humillada por la traición, había tenido tan frágil aspecto. Orys no avanzó hacia ella, mas tampoco se retiró: esperó hasta que volvió a hablar. «Lo entiendo», le había dicho, y parecía sincera. Él asintió —. De acuerdo.
Cuando Argella alzó la vista, ya había vuelto en sí. Aunque los dos sabían que no tenía sentido que se resistiera a lo inevitable, Orys lo agradeció de todas maneras. Estaba intentando ponerle las cosas fáciles a su prometida, esperaba que ella hiciera lo mismo en la medida en que pudiera.
— Así es — carraspeó —. La organización de la boda y el funeral correrá a cargo de mis asesores. Como os imaginaréis, no soy muy diestro en estos temas, pero supongo que ambas ceremonias serán igual de sencillas, dado que seguimos en guerra. Ambos intervendremos en las decisiones de la boda, aunque no os puedo prometer nada. Mis consejeros valorarán vuestra predisposición, pero… digamos que tienen claras sus prioridades, y en ocasiones es difícil hacerlos cambiar de idea. En cualquier caso, si tenéis algo que decir, podéis consultarlo conmigo y haré lo posible por complaceros si considero legítimas vuestras peticiones.
Orys ya sabía que su prometida era una mujer sensata, pero le pareció oportuno mencionar la posibilidad de que sus ideas fuesen rechazadas para que no se hiciera ilusiones vanas.
— Vamos, pues — le ofreció su brazo —. Nos estarán esperando.
— Es pronto, sí — coincidió Orys con cautela. Era la primera vez que veía a la princesa así de perdida. Ni siquiera durante su primer encuentro en la tienda, con ella vejada por sus hombres y humillada por la traición, había tenido tan frágil aspecto. Orys no avanzó hacia ella, mas tampoco se retiró: esperó hasta que volvió a hablar. «Lo entiendo», le había dicho, y parecía sincera. Él asintió —. De acuerdo.
Cuando Argella alzó la vista, ya había vuelto en sí. Aunque los dos sabían que no tenía sentido que se resistiera a lo inevitable, Orys lo agradeció de todas maneras. Estaba intentando ponerle las cosas fáciles a su prometida, esperaba que ella hiciera lo mismo en la medida en que pudiera.
— Así es — carraspeó —. La organización de la boda y el funeral correrá a cargo de mis asesores. Como os imaginaréis, no soy muy diestro en estos temas, pero supongo que ambas ceremonias serán igual de sencillas, dado que seguimos en guerra. Ambos intervendremos en las decisiones de la boda, aunque no os puedo prometer nada. Mis consejeros valorarán vuestra predisposición, pero… digamos que tienen claras sus prioridades, y en ocasiones es difícil hacerlos cambiar de idea. En cualquier caso, si tenéis algo que decir, podéis consultarlo conmigo y haré lo posible por complaceros si considero legítimas vuestras peticiones.
Orys ya sabía que su prometida era una mujer sensata, pero le pareció oportuno mencionar la posibilidad de que sus ideas fuesen rechazadas para que no se hiciera ilusiones vanas.
— Vamos, pues — le ofreció su brazo —. Nos estarán esperando.
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La idea de volver a Bastión consiguió que se repusiera un poco. Quería pensar que sería más sencillo para ella estar allí. Estar en su hogar, con sus pertenencias y sus gentes rodeándola. Necesitaba saber que todos ellos se encontraban bien. Era una incertidumbre que aún le pesaba.
Y con su ayuda, soportaría mejor la idea del matrimonio tan temprano y el funeral para su padre.
Orys le contó que todo estaría en manos de sus consejeros, confesando que él no era diestro para ese tipo de cosas. La avisó también de que serían ceremonias sencillas y ella asintió.- No estamos en disposición de ofrecer grandes fastos. -Concordó ella, que sabía que el asedio a Basión de Tormentas había causado estragos en sus reservas de comida y en un día no podían hacerse con muchas más provisiones a no ser que su ejército quisiera ponerlas en manos de sus cocinas. Tampoco le apetecía, si era sincera, celebrar nada. Mucho menos su matrimonio forzado.- Creo que mis únicas disposiciones serán sobre el lugar de la celebración y cómo puede hacerse para que sea lo más digno posible. -Explicó ella, después de todo, conocía su hogar, sabía que el gran salón era el lugar más indicado por lo que simbolizaría, pero también que al no poder reunir demasiados invitados sería frío, por lo que las chimeneas debían estar bien provistas y los muros de piedra cubiertos por los tapices y pendones que pudieran reunir.- Gracias. -Añadió, cuando se ofreció a mediar entre ella y sus consejeros si había algo que necesitara disponer. Pero dudaba que fuera el caso.
Tomó su brazo y salió de la tienda que le habían asignado de camino a una mayor y mejor preparada y guardada. Donde tras una gran mesa se encontraban algunas personas discutiendo. Orys la guió hasta un asiento y pronto estuvieron todos sentados.
Los consejeros se presentaron y comenzaron a disponer todo lo que habían decidido sin contar con ella. Tal como había imaginado, Argella no tenía nada que añadir.- Si debemos pedir que se decoren los muros del gran salón con tapices y pendones, quizá sería propio tener algunos de los vuestros, Ser Orys. -Mencionó ella. Había una pregunta entre sus palabras, que no había pronunciado por prudencia. No conocía cuáles eran sus colores, su emblema o sus palabras. A no ser que los rumores de que el anterior Rey le había engendrado fueran ciertos y debieran llenar todo de dragones rojos y negros.
Y con su ayuda, soportaría mejor la idea del matrimonio tan temprano y el funeral para su padre.
Orys le contó que todo estaría en manos de sus consejeros, confesando que él no era diestro para ese tipo de cosas. La avisó también de que serían ceremonias sencillas y ella asintió.- No estamos en disposición de ofrecer grandes fastos. -Concordó ella, que sabía que el asedio a Basión de Tormentas había causado estragos en sus reservas de comida y en un día no podían hacerse con muchas más provisiones a no ser que su ejército quisiera ponerlas en manos de sus cocinas. Tampoco le apetecía, si era sincera, celebrar nada. Mucho menos su matrimonio forzado.- Creo que mis únicas disposiciones serán sobre el lugar de la celebración y cómo puede hacerse para que sea lo más digno posible. -Explicó ella, después de todo, conocía su hogar, sabía que el gran salón era el lugar más indicado por lo que simbolizaría, pero también que al no poder reunir demasiados invitados sería frío, por lo que las chimeneas debían estar bien provistas y los muros de piedra cubiertos por los tapices y pendones que pudieran reunir.- Gracias. -Añadió, cuando se ofreció a mediar entre ella y sus consejeros si había algo que necesitara disponer. Pero dudaba que fuera el caso.
Tomó su brazo y salió de la tienda que le habían asignado de camino a una mayor y mejor preparada y guardada. Donde tras una gran mesa se encontraban algunas personas discutiendo. Orys la guió hasta un asiento y pronto estuvieron todos sentados.
Los consejeros se presentaron y comenzaron a disponer todo lo que habían decidido sin contar con ella. Tal como había imaginado, Argella no tenía nada que añadir.- Si debemos pedir que se decoren los muros del gran salón con tapices y pendones, quizá sería propio tener algunos de los vuestros, Ser Orys. -Mencionó ella. Había una pregunta entre sus palabras, que no había pronunciado por prudencia. No conocía cuáles eran sus colores, su emblema o sus palabras. A no ser que los rumores de que el anterior Rey le había engendrado fueran ciertos y debieran llenar todo de dragones rojos y negros.
Argella - Bastión de Tormentas - con Orys
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Orys no era un hombre particularmente devoto. Los Targaryen estaban doblegando a Poniente montados a lomos de las criaturas de las leyendas, que podían reducir a cenizas las más sólidas fortalezas y aplastar ejércitos enteros en cuestión de minutos, y por ello se habían ganado la pavorosa adoración del pueblo, pero Orys sabía que no eran dioses. La familia de Aegon el Conquistador había tenido la suerte de sobrevivir a la ruina de la Antigua Valyria, nada más. Aegon era tan humano como Orys, aunque solo uno de los dos podía dominar a un dragón, y por más que Orys había buscado pruebas de la existencia de los dioses de los que tanto hablaban los maestres, nunca había encontrado nada concluyente.
Sin embargo, cuando su prometida aceptó sus condiciones, le dio las gracias a los dioses por haberle entregado una esposa así de razonable, porque era un verdadero milagro que la hija del rey arrogante estuviera poniéndole las cosas tan fáciles.
— Mi señora — la saludó antes de salir de la tienda hacia el lugar donde se reunía el consejo de guerra. Por el camino se encontraron con las miradas indiscretas de soldados y civiles que parecían haber olvidado que la mujer que caminaba al lado de su nuevo general iba a ser la dueña de Bastión de Tormentas. Orys devolvió las indiscreciones con vistazos furibundos que disuadieron a los curiosos.
El consejo de guerra se presentó y comenzó la sesión sobre los pormenores de la conquista de Bastión. Como era de esperar, ya habían hecho acopio de los recursos de los que disponía la fortaleza y comenzado a organizar las nupcias entre la joven princesa y el comandante del ejército del Conquistador. No esperaban intervenciones de ninguno de los contrayentes: de él, por falta de interés; de ella, por falta de poder. La propuesta de Argella fue recibida con un silencio. Orys ignoró deliberadamente la tensión que se respiraba en el ambiente.
— No tengo ningún blasón, señora mía — le explicó con paciencia —. No tengo un lema, ni un escudo. Lo único que tengo es mi nombre y mi apellido.
— Quizá sea hora de que tengas algo más — propuso Rhaenys, dándole golpecitos a la superficie de la mesa con la yema de los dedos.
— Sabes que nunca me han importado esas cosas.
— Lo sé, pero ahora eres un señor de la guerra. Y los señores de la guerra no solo tienen nombres, también tienen fortalezas, escudos y lemas.
Los consejeros debatieron hasta que a Orys se le ocurrió una solución más simple a toda aquella burocracia.
— La casa Durrandon, ¿qué honores tiene? Aparte de Bastión de Tormentas — le preguntó a Argella —. ¿Cuál es vuestro lema? ¿Qué símbolo os representa?
Sin embargo, cuando su prometida aceptó sus condiciones, le dio las gracias a los dioses por haberle entregado una esposa así de razonable, porque era un verdadero milagro que la hija del rey arrogante estuviera poniéndole las cosas tan fáciles.
— Mi señora — la saludó antes de salir de la tienda hacia el lugar donde se reunía el consejo de guerra. Por el camino se encontraron con las miradas indiscretas de soldados y civiles que parecían haber olvidado que la mujer que caminaba al lado de su nuevo general iba a ser la dueña de Bastión de Tormentas. Orys devolvió las indiscreciones con vistazos furibundos que disuadieron a los curiosos.
El consejo de guerra se presentó y comenzó la sesión sobre los pormenores de la conquista de Bastión. Como era de esperar, ya habían hecho acopio de los recursos de los que disponía la fortaleza y comenzado a organizar las nupcias entre la joven princesa y el comandante del ejército del Conquistador. No esperaban intervenciones de ninguno de los contrayentes: de él, por falta de interés; de ella, por falta de poder. La propuesta de Argella fue recibida con un silencio. Orys ignoró deliberadamente la tensión que se respiraba en el ambiente.
— No tengo ningún blasón, señora mía — le explicó con paciencia —. No tengo un lema, ni un escudo. Lo único que tengo es mi nombre y mi apellido.
— Quizá sea hora de que tengas algo más — propuso Rhaenys, dándole golpecitos a la superficie de la mesa con la yema de los dedos.
— Sabes que nunca me han importado esas cosas.
— Lo sé, pero ahora eres un señor de la guerra. Y los señores de la guerra no solo tienen nombres, también tienen fortalezas, escudos y lemas.
Los consejeros debatieron hasta que a Orys se le ocurrió una solución más simple a toda aquella burocracia.
— La casa Durrandon, ¿qué honores tiene? Aparte de Bastión de Tormentas — le preguntó a Argella —. ¿Cuál es vuestro lema? ¿Qué símbolo os representa?
Orys - Bastión de Tormentas - con Argella
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Argella era demasiado consciente de su posición delicada. Y de la forma en que había pisado aquel campamento en un primer momento. Sabía que los hombres que la observaban cuando estaba caminando junto a Orys para encontrarse con el consejo no veían más que un trozo de carne, quizá la hubieran visto desnuda la noche anterior. Quizá hubieran imaginado que sería un premio a repartir entre todos.
Se forzó a recordad la dignidad de su nacimiento y familia y mantenerse erguida y con la cabeza alta. Sería la esposa de quien había conquistado sus tierras, perdería la corona de su familia, pero mantendría su hogar y a su gente. Eso era lo que iba a hacer.
Por eso cooperaba y mostraba paciencia a pesar de que no tenía poder alguno sobre su inminente futuro. Cuando preguntó por los blasones se dio cuenta de la extraña tensión que la rodeó. Frunció el ceño al escucharle decir que no poseía símbolos que le identificaran. Siguió la conversación tratando de decidir qué significaba algo como eso.
La reina hizo vero que era el momento de que tuviera algunos, aunque a Orys parecía no importarle en exceso. Argella estaba de acuerdo en que eran necesarios, una demostración de poder y fortaleza.
Se sorprendió cuando le preguntó a ella por los honores de su Casa, intentando comprender si quería decir lo que le parecía.
- ¿Acaso pretendéis adoptar los símbolos de una Casa derrotada, Baratheon? -Preguntó, incrédulo, uno de los presentes, a quien Argella dirigió una mirada furibunda por la forma despectiva en que había hablado de lo suyos.
Y eso la incitó a hablar.- Nuestro emblema es el venado coronado de sabel sobre un campo de oro. Siendo el dorado y el negro los colores que nos representan -Expuso, sin dejar de mirar a aquel hombre que ya se había ganado su enemistad.- Y nuestras palabras son: Nuestra es la furia. A las que hacemos honor, como bien sabéis. -Añadió, ahora sí, en dirección a Orys, que había mostrado apreciar el caracter indomable de su padre en batalla.
Y, si no se habían equivocado ni ella ni ese hombre odioso, quizá pudiera convencerlo para mantener sus símbolos con ella a pesar de todo. Y los Durrandon seguirían estando presentes aunque su nombre desapareciera.
Se forzó a recordad la dignidad de su nacimiento y familia y mantenerse erguida y con la cabeza alta. Sería la esposa de quien había conquistado sus tierras, perdería la corona de su familia, pero mantendría su hogar y a su gente. Eso era lo que iba a hacer.
Por eso cooperaba y mostraba paciencia a pesar de que no tenía poder alguno sobre su inminente futuro. Cuando preguntó por los blasones se dio cuenta de la extraña tensión que la rodeó. Frunció el ceño al escucharle decir que no poseía símbolos que le identificaran. Siguió la conversación tratando de decidir qué significaba algo como eso.
La reina hizo vero que era el momento de que tuviera algunos, aunque a Orys parecía no importarle en exceso. Argella estaba de acuerdo en que eran necesarios, una demostración de poder y fortaleza.
Se sorprendió cuando le preguntó a ella por los honores de su Casa, intentando comprender si quería decir lo que le parecía.
- ¿Acaso pretendéis adoptar los símbolos de una Casa derrotada, Baratheon? -Preguntó, incrédulo, uno de los presentes, a quien Argella dirigió una mirada furibunda por la forma despectiva en que había hablado de lo suyos.
Y eso la incitó a hablar.- Nuestro emblema es el venado coronado de sabel sobre un campo de oro. Siendo el dorado y el negro los colores que nos representan -Expuso, sin dejar de mirar a aquel hombre que ya se había ganado su enemistad.- Y nuestras palabras son: Nuestra es la furia. A las que hacemos honor, como bien sabéis. -Añadió, ahora sí, en dirección a Orys, que había mostrado apreciar el caracter indomable de su padre en batalla.
Y, si no se habían equivocado ni ella ni ese hombre odioso, quizá pudiera convencerlo para mantener sus símbolos con ella a pesar de todo. Y los Durrandon seguirían estando presentes aunque su nombre desapareciera.
Argella - Bastión de Tormentas - con Orys
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La casa Celtigar tenía orígenes humildes. No disponían de grandes extensiones de terreno, ni de extraordinarias riquezas, pero le habían entregado su lealtad a los Targaryen al inicio de su conquista y se habían probado aliados fieles. Garvy Celtigar tenía una mente prodigiosa para las finanzas y, dado que ninguno de los Targaryen tenía el más mínimo interés en pasar un minuto de su valiosísimo tiempo pensando en cómo gestionar los recursos de su campaña para doblegar Poniente a sus deseos, Garvy se ganó un puesto en el consejo de guerra para supervisar los gastos de las batallas. En términos generales, era un hombre prudente. Si protestó cuando Orys preguntó por los honores de los Durrandon fue porque todavía no comprendía la deferencia que Orys estaba mostrándole a la heredera de un linaje derrotado. Él no le prestó atención, pero su prometida, sí.
— Sí que lo sé, sí — asintió Orys, tratando de disimular una sonrisa —. No sabía que había venados en esta tierra.
— ¿Acaso importa? — le preguntó Garvy con el ceño fruncido. — No podéis asumir el honor de una casa extinta.
— Los Durrandon no están extintos, Garvy. La princesa Durrandon sigue vivita y coleando. Voy a tomarla como esposa — le recordó —, y no pretendo que sea ella la última de los suyos. Olvidáis que soy el fundador de mi casa y que, por tanto, tengo el derecho de escoger los elementos que la representarán — cruzó las manos sobre la mesa y se inclinó hacia delante —. Podemos perder el tiempo tratando de encontrar un animal que estampar en mis escudos y un lema que haga justicia a mi posición como mano del rey, pero estamos tratando de conquistar Poniente y creo que tenemos mejores cosas que hacer que discutir sobre esto. Ahora soy yo el señor de Tormentas. Haré míos el blasón de los Durrandon y también su lema, y cualquiera que se levante contra ellos, se levantará contra la estirpe del rey Arrogante, que ha gobernado estas tierras durante generaciones.
Garvy frunció los labios, pero no dijo nada. Apareció sobre su ceja izquierda el surco que indicaba que estaba pensando en alguna cosa. Al cabo de un momento, se retiró del debate recostándose en su sillón.
— ¿Estás seguro de esto, Orys? — le preguntó Rhaenys.
— Lo estoy — respondió él —. A tu hermano le encantará mi nuevo aspecto. “Nuestra es la furia”. No me digas que no me pega.
Ella sonrió.
— De acuerdo, pues. ¿Algo más que debamos tener en cuenta?
— Sí que lo sé, sí — asintió Orys, tratando de disimular una sonrisa —. No sabía que había venados en esta tierra.
— ¿Acaso importa? — le preguntó Garvy con el ceño fruncido. — No podéis asumir el honor de una casa extinta.
— Los Durrandon no están extintos, Garvy. La princesa Durrandon sigue vivita y coleando. Voy a tomarla como esposa — le recordó —, y no pretendo que sea ella la última de los suyos. Olvidáis que soy el fundador de mi casa y que, por tanto, tengo el derecho de escoger los elementos que la representarán — cruzó las manos sobre la mesa y se inclinó hacia delante —. Podemos perder el tiempo tratando de encontrar un animal que estampar en mis escudos y un lema que haga justicia a mi posición como mano del rey, pero estamos tratando de conquistar Poniente y creo que tenemos mejores cosas que hacer que discutir sobre esto. Ahora soy yo el señor de Tormentas. Haré míos el blasón de los Durrandon y también su lema, y cualquiera que se levante contra ellos, se levantará contra la estirpe del rey Arrogante, que ha gobernado estas tierras durante generaciones.
Garvy frunció los labios, pero no dijo nada. Apareció sobre su ceja izquierda el surco que indicaba que estaba pensando en alguna cosa. Al cabo de un momento, se retiró del debate recostándose en su sillón.
— ¿Estás seguro de esto, Orys? — le preguntó Rhaenys.
— Lo estoy — respondió él —. A tu hermano le encantará mi nuevo aspecto. “Nuestra es la furia”. No me digas que no me pega.
Ella sonrió.
— De acuerdo, pues. ¿Algo más que debamos tener en cuenta?
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No podía negar que le gustaba que hubiera un amago de sonrisa en los labios del Baratheon cuando reconoció que las palabras de su Casa se ajustaban al carácter de sus miembos. Y a punto estaba de responder a sus preguntas sobre los venados cuando Lord Celtigar volvió a interrumpir sus conversaciones con su impertinencia.
Realmente desearía tener el poder de sus antepasados legendarios y fulminar a ese hombre.
Antes de que pudiera corregir eso de que estaban extintos, fue Orys quien habló.
Los ojos claros de Argella se posaron en él, contemplando esa fuerza que desprendía, a pesar de la calma con la que parecía hablar. Hablaba de prioridades y también de llevar con orgullo y defender los emblemas de su familia, de su linaje.
Nunca había esperado tanto honor en quien les estaba conquistando.
La reina preguntó si, solucionado ese obstáculo, había algo más que quisiera decir.
Argella quería morderse la lengua, ocultar aquello y hacerlo en secreto y sin permiso. Pero era consciente de que podría suponer un problema para el Baratheon después y... ahora mismo se sentía en deuda con él.
Suspiró.- No me habéis exigido la entrega y destrucción de la corona de mi padre. -Pronunció ella, su voz algo más débil de lo que había sido antes, denotando que no quería hacer aquello.- Me gustaría poder enterrarla junto a él en el funeral. Pero entiendo que el rey desee un trofeo visible de su conquista del Reino de Tormentas. -No era tonta, sabía de la importancia de los símbolos y trofeos. El Rey podía querer exhibir la cabeza de su padre y ella no podía hacer nada por evitarlo. Si le pedía la corona, tendría que entregarla.- Por eso me atrevo a pedir que permitáis que mi padre yazca en la cripta junto a su espada, si la corona no fuera una posibilidad. -La espada debía estar en posesión de Orys, por haber sido él quien había acabado con su vida. Pero también se podría considerar un trofeo de guerra valioso, por eso no sabía si le concederían alguno de aquellos favores.
Realmente desearía tener el poder de sus antepasados legendarios y fulminar a ese hombre.
Antes de que pudiera corregir eso de que estaban extintos, fue Orys quien habló.
Los ojos claros de Argella se posaron en él, contemplando esa fuerza que desprendía, a pesar de la calma con la que parecía hablar. Hablaba de prioridades y también de llevar con orgullo y defender los emblemas de su familia, de su linaje.
Nunca había esperado tanto honor en quien les estaba conquistando.
La reina preguntó si, solucionado ese obstáculo, había algo más que quisiera decir.
Argella quería morderse la lengua, ocultar aquello y hacerlo en secreto y sin permiso. Pero era consciente de que podría suponer un problema para el Baratheon después y... ahora mismo se sentía en deuda con él.
Suspiró.- No me habéis exigido la entrega y destrucción de la corona de mi padre. -Pronunció ella, su voz algo más débil de lo que había sido antes, denotando que no quería hacer aquello.- Me gustaría poder enterrarla junto a él en el funeral. Pero entiendo que el rey desee un trofeo visible de su conquista del Reino de Tormentas. -No era tonta, sabía de la importancia de los símbolos y trofeos. El Rey podía querer exhibir la cabeza de su padre y ella no podía hacer nada por evitarlo. Si le pedía la corona, tendría que entregarla.- Por eso me atrevo a pedir que permitáis que mi padre yazca en la cripta junto a su espada, si la corona no fuera una posibilidad. -La espada debía estar en posesión de Orys, por haber sido él quien había acabado con su vida. Pero también se podría considerar un trofeo de guerra valioso, por eso no sabía si le concederían alguno de aquellos favores.
Argella - Bastión de Tormentas - con Orys
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