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Recuerdo del primer mensaje :
El pájaro en el espino
Marcus & Alice | Continuación Golden Shields | Inspired - Libros (Harry Potter Universe)
Hogwarts ha terminado y la vida adulta ha comenzado. Antes de lo que esperaban que sería, Marcus y Alice han tenido que enfrentarse a los peligros de la vida adulta, a contratiempos inesperados y a algunos de sus mayores temores. Pero también han reafirmado, una vez más, como la familia y los amigos siempre luchan juntos. Y ahora comienzan una nueva etapa en la isla esmeralda: Irlanda les espera para ahondar en sus raíces.
Marcus es el primogénito adorado de la importante familia O’Donnell. Criado entre eruditos y con una familia unida, recto, prefecto durante tres cursos completos en Hogwarts, amante de las normas y con una inteligencia privilegiada. Nada haría augurar que acabaría entregando su corazón a Alice Gallia, otra mente brillante de Ravenclaw, pero proveniente de una familia con un pasado turbulento por parte de su madre en América, y mucho menos fan de las normas e inherente al caos. Pero ellos se adoran, las familias han recuperado el vínculo y se apoyan y la alianza O’Donnell-Gallia es un fuerte vínculo que va desde Irlanda a La Provenza.
Juntos fueron los mejores alumnos de Hogwarts, juntos quieren comerse el mundo y ser alquimistas. Ahora saben que se aman y que quieren estar juntos, pero no todo puede ser tan fácil. Les quedan mucho años de estudio y trabajo por delante para llegar a ser quienes quieren ser, las situaciones familiares no son las ideales y aún quedan temas sin resolver.
La historia de Marcus y Alice no podía acabarse al salir de Hogwarts, queda mucha alquimia, mundo que recorrer, momentos felices, dramas y mucha mucha alquimia y magia, que es para los que ambos nacieron. Además, aún no se han cumplido las dos profecías: queda una boda con mucho espino blanco y la creación de un nido… La última página está muy lejos de ser escrita, y esto es solo el principio.
Marcus es el primogénito adorado de la importante familia O’Donnell. Criado entre eruditos y con una familia unida, recto, prefecto durante tres cursos completos en Hogwarts, amante de las normas y con una inteligencia privilegiada. Nada haría augurar que acabaría entregando su corazón a Alice Gallia, otra mente brillante de Ravenclaw, pero proveniente de una familia con un pasado turbulento por parte de su madre en América, y mucho menos fan de las normas e inherente al caos. Pero ellos se adoran, las familias han recuperado el vínculo y se apoyan y la alianza O’Donnell-Gallia es un fuerte vínculo que va desde Irlanda a La Provenza.
Juntos fueron los mejores alumnos de Hogwarts, juntos quieren comerse el mundo y ser alquimistas. Ahora saben que se aman y que quieren estar juntos, pero no todo puede ser tan fácil. Les quedan mucho años de estudio y trabajo por delante para llegar a ser quienes quieren ser, las situaciones familiares no son las ideales y aún quedan temas sin resolver.
La historia de Marcus y Alice no podía acabarse al salir de Hogwarts, queda mucha alquimia, mundo que recorrer, momentos felices, dramas y mucha mucha alquimia y magia, que es para los que ambos nacieron. Además, aún no se han cumplido las dos profecías: queda una boda con mucho espino blanco y la creación de un nido… La última página está muy lejos de ser escrita, y esto es solo el principio.
AQUÍ COMIENZA ALQUIMIA DE VIDA: PIEDRA, PARTE 2
Índice de capítulos
1. Faílte
2. Westering home
3. We are blooming
4. En el corazón de Irlanda
5. Family and nature
6. Rinceoir
7. Interlude
8. Hijos de las estrellas
9. Eureka!
10. Bajo el muérdago
11. Welcome Mr. Lacey - O'Donnell
12. Ireland meets America
13. Bring the bells!
14. Ding, dong, merrily on high
15. An Irish carol
1. Faílte
2. Westering home
3. We are blooming
4. En el corazón de Irlanda
5. Family and nature
6. Rinceoir
7. Interlude
8. Hijos de las estrellas
9. Eureka!
10. Bajo el muérdago
11. Welcome Mr. Lacey - O'Donnell
12. Ireland meets America
13. Bring the bells!
14. Ding, dong, merrily on high
15. An Irish carol
Marcus O'Donnell Alquimista | Timotheé Chalamet | Freyja |
Alice Gallia Alquimista y enfermera | Kaya Scodelario | Ivanka |
- Post de rol:
- Código:
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Family and nature Con Alice | En Irlanda | 17 de noviembre de 2002 |
Fue bien orgulloso (casi más que los niños) a enseñarle su cesta a Alice, pero la pregunta de Pod le hizo tener que contenerse muy fuertemente una risa por respeto. Escuchaba la explicación que Alice le daba con tanta adoración que ya estaba oyendo la risita maliciosa de Nancy a su lado, lo que le hizo mirarla con los ojos entornados. - No dirás que no es lista. - Sí, sí. Si lista es... - Pues eso es lo que estoy admirando. - Se defendió muy digno. No le dio tiempo a abrir la boca para aportar nada más, porque de repente cayó un aguacero tan tremendo que ni a sus brazos les dio tiempo a tapar su cabeza para refugiarse de la lluvia, y rápidamente fue arrastrado por alguien hacia un refugio.
- Claro, estás tan embobado con la intelectualidad de tu novia... - Dijo Nancy con burlita. La miró con inquina. - La lluvia ha caído de repente. Y qué lástima que nadie hubiera avisado de que esto iba a ocurrir. - Eso último iba con tonito y lleno de sarcasmo, por supuesto. La perspectiva del granizo le puso los ojos como platos. - ¡Eh! Que no es como que en Inglaterra el tiempo sea mucho mejor. - Pero no nos vamos al campo cuando llueve. - Entonces pisaréis poco el campo. - Marcus dio un resoplido como única respuesta a Nancy, pero esta rio. Pero Cerys tenía una preocupación mayor, y él sabía lo que era cuestionarse a uno mismo, pensar que no estás haciendo las cosas todo lo bien que podrías. Escuchó comprensivo, y la aportación de Nancy le hizo reír levemente... y tener una idea.
- Hace un poquito de frío aquí ¿no? Estaría bien secarse. - Y ya vio cómo Cerys, rutinariamente, sacaba la varita para lanzarles un hechizo secador, pero Marcus hizo un gesto de la mano, provocando que le mirara con una ceja arqueada y extrañeza. - Se me acusa con mucha frecuencia de pomposo, teatral e incluso retorcido en mis prácticas por tal de darme autobombo... y es verdad. PERO. - Sus interlocutoras rieron, en lo que él continuaba. - A veces, pensar esas formas más complejas de llegar a un mismo camino no solo te abre nuevas puertas, sino que te hace darle un mayor valor a las cosas simples, y saber cuándo es más pertinente usar unas u otras. Ser práctico, o ser imaginativo. ¿Podríamos secarnos con un hechizo secador? Sí. Es la opción fácil, puede que la más rápida, aunque también es más laboriosa: tenemos que hacer el hechizo uno a uno y lanzarlo uno por uno. ¿Y por qué no buscar algo que nos dé calor a todos por igual? - Alzó las manos. - Y ahora diréis: Claaaaaro Marcus, qué fácil lo ves todo, ¿pero y de dónde sacamos eso? - Sí que te pierdes un poco en el teatro. - Comentó Cerys con una sonrisa de lado, haciendo a Nancy reír entre dientes otra vez. Pero Marcus puso mirada interesante y alzó un índice. - Tú observa. -
A punta de varita y aprovechando la tierra del suelo, dibujó un preciso círculo alquímico, uno sencillo, de calor. Se acuclilló ante él y juntó sus manos, e inmediatamente después, una agradable sensación de calor empezó a manar del suelo, como si hubiera una lumbre. Cerys abrió los ojos sorprendida, se agachó y puso ambas manos. - Es... es como si hubiera una hoguera encendida. - Marcus la miró con chulería. - Alquimia, prima. - La mujer y Nancy le miraron súbitamente. Se aclaró mudamente la garganta. - Cerys. - Corrigió. Nadie había dado allí oficialidad alguna a lo de que esa mujer y Martha tuvieran algo más que una bonita amistad y un negocio en la granja. Volvió a lo suyo. - Es un círculo de calor, y muy sencillo. Como estoy seguro de que mi novia ha tenido que comentarte, porque ella también es una gran alquimista y con ideas mucho más buenas para la herbología que yo... - Le dedicó una miradita interesante. - ...Se pueden generar microclimas para las plantas. Te digo más, se pueden fabricar materiales que favorezcan diferentes climas para las plantas. Mi abuelo tiene círculos de calor y de frío permanentes en el taller, en apenas un apartado reducido. Qué no podríamos hacer en un invernadero entero. - Se sentó en el suelo con seguridad (total, ya tenía el pantalón manchado de todas formas...) y miró a Cerys con una sonrisa. - Solo tienes que pedirlo y se hará. Y pensar a lo grande. A veces, hace falta. -
- Claro, estás tan embobado con la intelectualidad de tu novia... - Dijo Nancy con burlita. La miró con inquina. - La lluvia ha caído de repente. Y qué lástima que nadie hubiera avisado de que esto iba a ocurrir. - Eso último iba con tonito y lleno de sarcasmo, por supuesto. La perspectiva del granizo le puso los ojos como platos. - ¡Eh! Que no es como que en Inglaterra el tiempo sea mucho mejor. - Pero no nos vamos al campo cuando llueve. - Entonces pisaréis poco el campo. - Marcus dio un resoplido como única respuesta a Nancy, pero esta rio. Pero Cerys tenía una preocupación mayor, y él sabía lo que era cuestionarse a uno mismo, pensar que no estás haciendo las cosas todo lo bien que podrías. Escuchó comprensivo, y la aportación de Nancy le hizo reír levemente... y tener una idea.
- Hace un poquito de frío aquí ¿no? Estaría bien secarse. - Y ya vio cómo Cerys, rutinariamente, sacaba la varita para lanzarles un hechizo secador, pero Marcus hizo un gesto de la mano, provocando que le mirara con una ceja arqueada y extrañeza. - Se me acusa con mucha frecuencia de pomposo, teatral e incluso retorcido en mis prácticas por tal de darme autobombo... y es verdad. PERO. - Sus interlocutoras rieron, en lo que él continuaba. - A veces, pensar esas formas más complejas de llegar a un mismo camino no solo te abre nuevas puertas, sino que te hace darle un mayor valor a las cosas simples, y saber cuándo es más pertinente usar unas u otras. Ser práctico, o ser imaginativo. ¿Podríamos secarnos con un hechizo secador? Sí. Es la opción fácil, puede que la más rápida, aunque también es más laboriosa: tenemos que hacer el hechizo uno a uno y lanzarlo uno por uno. ¿Y por qué no buscar algo que nos dé calor a todos por igual? - Alzó las manos. - Y ahora diréis: Claaaaaro Marcus, qué fácil lo ves todo, ¿pero y de dónde sacamos eso? - Sí que te pierdes un poco en el teatro. - Comentó Cerys con una sonrisa de lado, haciendo a Nancy reír entre dientes otra vez. Pero Marcus puso mirada interesante y alzó un índice. - Tú observa. -
A punta de varita y aprovechando la tierra del suelo, dibujó un preciso círculo alquímico, uno sencillo, de calor. Se acuclilló ante él y juntó sus manos, e inmediatamente después, una agradable sensación de calor empezó a manar del suelo, como si hubiera una lumbre. Cerys abrió los ojos sorprendida, se agachó y puso ambas manos. - Es... es como si hubiera una hoguera encendida. - Marcus la miró con chulería. - Alquimia, prima. - La mujer y Nancy le miraron súbitamente. Se aclaró mudamente la garganta. - Cerys. - Corrigió. Nadie había dado allí oficialidad alguna a lo de que esa mujer y Martha tuvieran algo más que una bonita amistad y un negocio en la granja. Volvió a lo suyo. - Es un círculo de calor, y muy sencillo. Como estoy seguro de que mi novia ha tenido que comentarte, porque ella también es una gran alquimista y con ideas mucho más buenas para la herbología que yo... - Le dedicó una miradita interesante. - ...Se pueden generar microclimas para las plantas. Te digo más, se pueden fabricar materiales que favorezcan diferentes climas para las plantas. Mi abuelo tiene círculos de calor y de frío permanentes en el taller, en apenas un apartado reducido. Qué no podríamos hacer en un invernadero entero. - Se sentó en el suelo con seguridad (total, ya tenía el pantalón manchado de todas formas...) y miró a Cerys con una sonrisa. - Solo tienes que pedirlo y se hará. Y pensar a lo grande. A veces, hace falta. -
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Family and nature Con Marcus | En Irlanda | 7 de noviembre de 2002 |
Por supuesto, su novio no iba a dejar pasar que él no hubiera salido ese día, así que simplemente se limitó a mirarle embobada, con sus rizos mojados y su sonrisita traviesa, la que ponía cuando estaba a punto de actuar como un Ravenclaw intelectual y pomposo. La tenía desde que lo conoció, y siempre había tenido el mismo efecto en ella, el de quedarse embobada mirándole, esperando a ver con qué discurso saldría, callando a todos, o al menos generando airados comentarios que solo eran envidiosos de esa dicción. — No, que aquí la amiga también… — Comentó Nancy señalándola. — Qué cruz de tortolitos. — Pero ella solo podía observar a Marcus dibujando el círculo de calor y admirar. Realmente, a esas alturas, ya le daba hasta igual no llegar a ser tan buena como él, solo quería observarle para siempre, aprender de él, recrearse en aquella habilidad tan complicada que él con su habilidad hacía fácil. Apretó los labios para no reírse cuando Marcus dijo lo de “prima”. No, su novio y las no oficialidades no se llevaban nada bien, pero al menos nadie se ofendió y siguieron como si nada.
Imitando a su novio se sentó y se abrazó las piernas, cerca del calor. — Así ganó una de las pruebas que hay que pasar en La Provenza para ganarse a una novia. Yo estaba detrás de unos aros de fuego y él transmutó el calor de las llamas para poder pasar. — Miró a Cerys. — Hay pocas cosas que no sepa hacer. — Y asintió a lo de los microclimas, pero la mujer suspiró. — Si el problema es que no tenemos los recursos para mantener todo eso. No solo monetarios, diría que más bien los que nos faltan son mágicos y humanos. — Nancy asintió y le imitó la postura. — A ver, qué te voy a contar yo. Nadie quiere ser antropólogo, y luego van a haciendo gala de Irlanda, de las canciones, de las tradiciones y el pueblo, pero no se dan cuenta de que todo eso hay que conservarlo, estudiarlo y entenderlo… Pasa lo mismo con las granjas y los herbolarios… — La chica negó con la cabeza. — Pero luego Nancy está loca porque siempre anda buscando cosas que no existen. — Alice se apoyó con los codos en las rodillas. — Lo bueno de que Marcus y yo siempre vayamos en pack es que podemos decir lo mismo con enfoques distinto que ayuden a comprender la magnitud de nuestras ideas. Por eso somos como el sol y la luna. Contrarios, pero tenemos que coexistir. — Acercó las manos al círculo de calor para calentárselas un poco. — Lo que Marcus no ha recalcado es que, para generar esas ideas más complejas e intrincadas hay que encontrar la base, y de ahí partir, no por el camino más recto necesariamente, sino aprendiendo a ramificar y retorcer. Pero no se puede uno saltar el paso de hallar la base. ¿Sabéis cuál es el primer estado de la alquimia, que, por cierto, tenemos que practicar bastante? — Cerys parpadeó y Nancy frunció el ceño, con esa mirada Ravenclaw de “esa pregunta es demasiado evidente” — La calcinación, ¿no? — Alice asintió. — ¿Y sabes por qué? — La chica rio. — La verdad es que siempre me he preguntado por qué es ni siquiera un estado. — Porque la calcinación lo reduce todo a las mismísima esencia, al más voladizo e insignificante polvo de ceniza. Y de ahí, de lo más básico, es de cuando puedes empezar a crear todas las demás combinaciones de la materia. — Qué gusto daba poder hablar de esas cosas con gente que no te lo reducía todo a “puf, yo ahí es que ya me pierdo”.
Suspiró y se apoyó contra la pared. — Con esto, lo que quiero decir, es que todos pecamos de querer arreglar o encontrar las cosas y las soluciones desde el punto en el que ya estamos, pero si no lo logramos, la solución suele ser recurrir a la base, desprenderte de todo y buscar la raíz del problema. En el caso de Marcus estaba tirado: el problema es que estamos mojados, de ahí solo había que deducir que hay que secarnos, y todos los problemas derivados de los hechizos secadores etcétera. — Señaló a Cerys a su lado. — El problema de Cerys requería mucha más investigación de la base, pero ya ves que una vez localizado tiene arreglo y se nos han ocurrido unas cuantas soluciones. — Y no será por veces que he pensado en qué podría estar pasando, pero, como dice Alice, quería partir de donde ya estaba, no dar pasos atrás. — La mujer señaló a su prima. — ¿Quieres buscar las reliquias? Vuelve a la base, lo más básico de tus investigaciones. — Nancy parpadeó, mirando el agua, pensando. — Es que la base son las leyendas… — No, pero piensa en la base de tus estudios, algo físico, un sitio por donde empezar a mirar… — La chica rio, ausente. — Es que cuando empecé, lo que más hacía era… Estudiar runas en cuevas como esta… — ¿Cuáles fueron las primeras que recuerdas haber estudiado? — Preguntó Cerys. — Las primeras eran de tumbas celtas, normales y corrientes, tan solo textos lapidarios… Pero… — Y entonces Nancy abrió mucho los ojos. — ¡YA SÉ! ¡AQUí EN BALLYKNOW! ¡SÉ DÓNDE VI POR PRIMERA VEZ EL NOMBRE DE NUADA Y EIRE! —
Imitando a su novio se sentó y se abrazó las piernas, cerca del calor. — Así ganó una de las pruebas que hay que pasar en La Provenza para ganarse a una novia. Yo estaba detrás de unos aros de fuego y él transmutó el calor de las llamas para poder pasar. — Miró a Cerys. — Hay pocas cosas que no sepa hacer. — Y asintió a lo de los microclimas, pero la mujer suspiró. — Si el problema es que no tenemos los recursos para mantener todo eso. No solo monetarios, diría que más bien los que nos faltan son mágicos y humanos. — Nancy asintió y le imitó la postura. — A ver, qué te voy a contar yo. Nadie quiere ser antropólogo, y luego van a haciendo gala de Irlanda, de las canciones, de las tradiciones y el pueblo, pero no se dan cuenta de que todo eso hay que conservarlo, estudiarlo y entenderlo… Pasa lo mismo con las granjas y los herbolarios… — La chica negó con la cabeza. — Pero luego Nancy está loca porque siempre anda buscando cosas que no existen. — Alice se apoyó con los codos en las rodillas. — Lo bueno de que Marcus y yo siempre vayamos en pack es que podemos decir lo mismo con enfoques distinto que ayuden a comprender la magnitud de nuestras ideas. Por eso somos como el sol y la luna. Contrarios, pero tenemos que coexistir. — Acercó las manos al círculo de calor para calentárselas un poco. — Lo que Marcus no ha recalcado es que, para generar esas ideas más complejas e intrincadas hay que encontrar la base, y de ahí partir, no por el camino más recto necesariamente, sino aprendiendo a ramificar y retorcer. Pero no se puede uno saltar el paso de hallar la base. ¿Sabéis cuál es el primer estado de la alquimia, que, por cierto, tenemos que practicar bastante? — Cerys parpadeó y Nancy frunció el ceño, con esa mirada Ravenclaw de “esa pregunta es demasiado evidente” — La calcinación, ¿no? — Alice asintió. — ¿Y sabes por qué? — La chica rio. — La verdad es que siempre me he preguntado por qué es ni siquiera un estado. — Porque la calcinación lo reduce todo a las mismísima esencia, al más voladizo e insignificante polvo de ceniza. Y de ahí, de lo más básico, es de cuando puedes empezar a crear todas las demás combinaciones de la materia. — Qué gusto daba poder hablar de esas cosas con gente que no te lo reducía todo a “puf, yo ahí es que ya me pierdo”.
Suspiró y se apoyó contra la pared. — Con esto, lo que quiero decir, es que todos pecamos de querer arreglar o encontrar las cosas y las soluciones desde el punto en el que ya estamos, pero si no lo logramos, la solución suele ser recurrir a la base, desprenderte de todo y buscar la raíz del problema. En el caso de Marcus estaba tirado: el problema es que estamos mojados, de ahí solo había que deducir que hay que secarnos, y todos los problemas derivados de los hechizos secadores etcétera. — Señaló a Cerys a su lado. — El problema de Cerys requería mucha más investigación de la base, pero ya ves que una vez localizado tiene arreglo y se nos han ocurrido unas cuantas soluciones. — Y no será por veces que he pensado en qué podría estar pasando, pero, como dice Alice, quería partir de donde ya estaba, no dar pasos atrás. — La mujer señaló a su prima. — ¿Quieres buscar las reliquias? Vuelve a la base, lo más básico de tus investigaciones. — Nancy parpadeó, mirando el agua, pensando. — Es que la base son las leyendas… — No, pero piensa en la base de tus estudios, algo físico, un sitio por donde empezar a mirar… — La chica rio, ausente. — Es que cuando empecé, lo que más hacía era… Estudiar runas en cuevas como esta… — ¿Cuáles fueron las primeras que recuerdas haber estudiado? — Preguntó Cerys. — Las primeras eran de tumbas celtas, normales y corrientes, tan solo textos lapidarios… Pero… — Y entonces Nancy abrió mucho los ojos. — ¡YA SÉ! ¡AQUí EN BALLYKNOW! ¡SÉ DÓNDE VI POR PRIMERA VEZ EL NOMBRE DE NUADA Y EIRE! —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
[/center]
- Juntos, somos el Todo:
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Family and nature Con Alice | En Irlanda | 17 de noviembre de 2002 |
Alzó la barbilla con una sonrisa orgullosa ante la referencia a las pruebas de Saint-Tropez. - Que no escuche Siobhán esa historia. - Murmuró Nancy entre risas. Las dos mujeres narraron las dificultades en recursos que tenían en sus respectivos trabajos, y Marcus escuchó, con la mirada agachada y en silencio. Él no era rico, pero la familia de su madre sí lo era, y afortunadamente, sus padres siempre habían tenido un sueldo lo suficientemente bueno como para que no les faltara de nada. Por no hablar del sueldo que tiene un alquimista Carmesí como Lawrence. Sus abuelos eran personas sencillas y que no habían hecho nunca ostentación, pero Lawrence tenía que tener un muy buen fondo económico. Cosas que a Marcus le habían venido dadas sin buscárselas. Eso hacía que, en muchas ocasiones, se le olvidara que no todo el mundo lo tenía tan fácil de entrada. Siempre se acababa sorprendiendo a sí mismo dándose cuenta de estas cosas. Y dicha sorpresa por algo tan obvio le avergonzaba, así que optaba por callar y escuchar.
Miró a Alice y sonrió. Luego giró la mirada a Nancy. - Y nosotros no pensamos que estés loca. Es verdad que... los recursos que tiene la alquimia son mucho mayores, pero también es una ciencia que se muere, que cada vez quiere ejercer menos gente, pero luego todo el mundo quiere sus beneficios. Y algo para lo que hay que tener una visión muy... amplia, por decirlo así. Ver más allá, ver cosas por las que podrían decirte que si estás loco, que son imposibles. Podemos entenderte. - Alice hablando de alquimia se ganaba su corazón entero, por lo que volvió a mirarla con enamoramiento y orgullo, y a asentir a sus palabras. - Tiene mucha razón. Es una mujer muy sabia. - Dijo con ternura y distendido, pero también con muchísimo convencimiento. - La base es primordial. Y sé lo que cuesta tener que dar pasos para atrás, a mí me cuesta muchísimo. Pero el avance va a ser muchísimo mejor después, merece la pena. - Dicho eso, picó las costillas de su novia con una sonrisita. - Pero, eh, eso de que lo mío estaba tirado no me ha gustado. No me quites méritos. - Todos rieron.
Entonces llegó la reflexión de Nancy, y el clima generado era tan pausado y reflexivo, tan acogedor en torno a su círculo de calor y con el sonido de la lluvia de fondo, que el grito le hizo sobresaltarse. Cerys asintió, con una sonrisa tenue. - Fíjate, te ha costado menos que a mí hallarlo. - Nancy señaló a la contraria. - Aquí donde la veis, esta mujer de aquí es la casa Ravenclaw con patas. Todo sabiduría, sosiego, visión e inteligencia. - Cerys chistó y rodó los ojos. - Para. No exageres. He tenido que recurrir a... - Y también se fustiga muchísimo. - Interrumpió Nancy. Marcus rio y miró a la mayor. - Lo puedo entender. De verdad que sí. - No era habitual que una persona de su casa se dedicara a la vida del campo, solían preferir otros ámbitos, pero Cerys, efectivamente, le transmitía todo lo que Nancy había dicho. Lo cierto era que se sentía muy a gusto allí, en aquel ambiente.
Eso sí, lo de mantener la búsqueda de reliquias en secreto iba a estar complicado. - ¿Desde cuando tienes a estos chicos liados en tu proyecto? - Marcus miró a Cerys, y luego a Nancy con culpabilidad. Esta se cruzó de brazos. - ¿A que no te vas a chivar? - La mujer alzó una ceja, con expresión impertérrita. Nancy suspiró. - Gracias. Pues se lo comenté hace unas semanas y les pareció buena idea. ¡Así que no he liado a nadie! Solo lo he comentado y a ellos les ha parecido bien. - Marcus miró a Alice, conteniendo una risa. Eso no había sido exactamente así y todos lo sabían, pero bueno, no iban a quejarse tampoco, a ellos les había gustado la idea ciertamente. - Y no les estoy presionando para nada. ¿A que no? - En absoluto. - Respondió él, pero seguía aguantándose la risa. Presionar no era la palabra, pero el tema salía a menudo. Nancy era una versión muy joven de su abuela Molly, con más dosis de Ravenclaw, pero con proceder parecido.
- ¿Y está por aquí la cueva de las runas que viste? - La verdad es que no está muy lejos. Creo que podría ser un buen sitio para empezar nuestro recorrido. Además... - La conversación de Nancy se vio interrumpida. Entre la lluvia, una luz se coló por la cueva, y no tardaron en ver que se trataba de un patronus. Tenía la forma de un perro muy bonito, alto y de aspecto juguetón, que llegó trotando y con la lengua fuera. Cerys por algún motivo estaba ya suspirando, pero el animal se sentó contento ante ellos, haciendo que Marcus y Alice sonrieran mirándolo (aunque se preguntaron qué urgencia debía acontecer para enviar un patronus). Pero, de repente, la voz que manaba de él salió en forma de chillidos a coro. - ¡¡PRIMO MARCUS PRIMA ALICE ESTAMOS EN LA CUEVA DE LA IZQUIERDA!! - ¡¿¿OS HABÉIS MOJADO??! - SEAMUS QUIERE SALIR A COMER BAJO LA LLUVIA. - Y un montón de griterío incomprensible y a un volumen que, en el interior de la cueva, sonaba tan atronador que les hizo taparse los oídos. - Mira que le tengo dicho que no use el patronus para tonterías. Pues nada. - Se quejó Nancy. - Lo usa como un elemento más de clase para los niños. Como si fuera una pizarra, vamos. - Terminados los gritos, el sonriente perro soltó un ladrido y se desvaneció. Marcus se destapó los oídos. - ¿De quién era ese patronus? - ¡De Andrew! ¡De quién va a ser! - Bufó Nancy, alzando los brazos. Cerys tenía el rostro inexpresivo de quien está pensando que había pocas torturas peores que aquella y que qué habría hecho ella para merecer eso.
- La verdad es que parece que esta lloviendo menos. - Aventuró Nancy, mirando por el agujero de la cueva. Cerys sacó la varita y desplegó el hechizo de paraguas más enorme y con apariencia resistente que Marcus hubiera visto nunca. La miró con los ojos muy abiertos. - Guau. Si podías hacer eso, ¿qué hacíamos en la cueva? - La mujer le miró con una sonrisa enigmática y dijo. - Charla de Ravenclaw. ¿O es que echas de menos los gritos? - Eso le dejó con una sonrisa entre impresionada y boba, y desde luego que le gustó la respuesta, y le hizo reír. La mujer señaló al exterior con un gesto y dijo. - Vamos. Que todo el "tiempo en familia" que perdamos, luego hay que recuperarlo, y hasta que pueda dedicarme a mis cosas me dan las tantas. -
Miró a Alice y sonrió. Luego giró la mirada a Nancy. - Y nosotros no pensamos que estés loca. Es verdad que... los recursos que tiene la alquimia son mucho mayores, pero también es una ciencia que se muere, que cada vez quiere ejercer menos gente, pero luego todo el mundo quiere sus beneficios. Y algo para lo que hay que tener una visión muy... amplia, por decirlo así. Ver más allá, ver cosas por las que podrían decirte que si estás loco, que son imposibles. Podemos entenderte. - Alice hablando de alquimia se ganaba su corazón entero, por lo que volvió a mirarla con enamoramiento y orgullo, y a asentir a sus palabras. - Tiene mucha razón. Es una mujer muy sabia. - Dijo con ternura y distendido, pero también con muchísimo convencimiento. - La base es primordial. Y sé lo que cuesta tener que dar pasos para atrás, a mí me cuesta muchísimo. Pero el avance va a ser muchísimo mejor después, merece la pena. - Dicho eso, picó las costillas de su novia con una sonrisita. - Pero, eh, eso de que lo mío estaba tirado no me ha gustado. No me quites méritos. - Todos rieron.
Entonces llegó la reflexión de Nancy, y el clima generado era tan pausado y reflexivo, tan acogedor en torno a su círculo de calor y con el sonido de la lluvia de fondo, que el grito le hizo sobresaltarse. Cerys asintió, con una sonrisa tenue. - Fíjate, te ha costado menos que a mí hallarlo. - Nancy señaló a la contraria. - Aquí donde la veis, esta mujer de aquí es la casa Ravenclaw con patas. Todo sabiduría, sosiego, visión e inteligencia. - Cerys chistó y rodó los ojos. - Para. No exageres. He tenido que recurrir a... - Y también se fustiga muchísimo. - Interrumpió Nancy. Marcus rio y miró a la mayor. - Lo puedo entender. De verdad que sí. - No era habitual que una persona de su casa se dedicara a la vida del campo, solían preferir otros ámbitos, pero Cerys, efectivamente, le transmitía todo lo que Nancy había dicho. Lo cierto era que se sentía muy a gusto allí, en aquel ambiente.
Eso sí, lo de mantener la búsqueda de reliquias en secreto iba a estar complicado. - ¿Desde cuando tienes a estos chicos liados en tu proyecto? - Marcus miró a Cerys, y luego a Nancy con culpabilidad. Esta se cruzó de brazos. - ¿A que no te vas a chivar? - La mujer alzó una ceja, con expresión impertérrita. Nancy suspiró. - Gracias. Pues se lo comenté hace unas semanas y les pareció buena idea. ¡Así que no he liado a nadie! Solo lo he comentado y a ellos les ha parecido bien. - Marcus miró a Alice, conteniendo una risa. Eso no había sido exactamente así y todos lo sabían, pero bueno, no iban a quejarse tampoco, a ellos les había gustado la idea ciertamente. - Y no les estoy presionando para nada. ¿A que no? - En absoluto. - Respondió él, pero seguía aguantándose la risa. Presionar no era la palabra, pero el tema salía a menudo. Nancy era una versión muy joven de su abuela Molly, con más dosis de Ravenclaw, pero con proceder parecido.
- ¿Y está por aquí la cueva de las runas que viste? - La verdad es que no está muy lejos. Creo que podría ser un buen sitio para empezar nuestro recorrido. Además... - La conversación de Nancy se vio interrumpida. Entre la lluvia, una luz se coló por la cueva, y no tardaron en ver que se trataba de un patronus. Tenía la forma de un perro muy bonito, alto y de aspecto juguetón, que llegó trotando y con la lengua fuera. Cerys por algún motivo estaba ya suspirando, pero el animal se sentó contento ante ellos, haciendo que Marcus y Alice sonrieran mirándolo (aunque se preguntaron qué urgencia debía acontecer para enviar un patronus). Pero, de repente, la voz que manaba de él salió en forma de chillidos a coro. - ¡¡PRIMO MARCUS PRIMA ALICE ESTAMOS EN LA CUEVA DE LA IZQUIERDA!! - ¡¿¿OS HABÉIS MOJADO??! - SEAMUS QUIERE SALIR A COMER BAJO LA LLUVIA. - Y un montón de griterío incomprensible y a un volumen que, en el interior de la cueva, sonaba tan atronador que les hizo taparse los oídos. - Mira que le tengo dicho que no use el patronus para tonterías. Pues nada. - Se quejó Nancy. - Lo usa como un elemento más de clase para los niños. Como si fuera una pizarra, vamos. - Terminados los gritos, el sonriente perro soltó un ladrido y se desvaneció. Marcus se destapó los oídos. - ¿De quién era ese patronus? - ¡De Andrew! ¡De quién va a ser! - Bufó Nancy, alzando los brazos. Cerys tenía el rostro inexpresivo de quien está pensando que había pocas torturas peores que aquella y que qué habría hecho ella para merecer eso.
- La verdad es que parece que esta lloviendo menos. - Aventuró Nancy, mirando por el agujero de la cueva. Cerys sacó la varita y desplegó el hechizo de paraguas más enorme y con apariencia resistente que Marcus hubiera visto nunca. La miró con los ojos muy abiertos. - Guau. Si podías hacer eso, ¿qué hacíamos en la cueva? - La mujer le miró con una sonrisa enigmática y dijo. - Charla de Ravenclaw. ¿O es que echas de menos los gritos? - Eso le dejó con una sonrisa entre impresionada y boba, y desde luego que le gustó la respuesta, y le hizo reír. La mujer señaló al exterior con un gesto y dijo. - Vamos. Que todo el "tiempo en familia" que perdamos, luego hay que recuperarlo, y hasta que pueda dedicarme a mis cosas me dan las tantas. -
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Family and nature Con Marcus | En Irlanda | 7 de noviembre de 2002 |
Miró con ternura a Marcus. Efectivamente, la alquimia se parecía mucho a la amada antropología de Nancy y su novio tenía una sensibilidad especial para los eruditos y para la familia, así que cuando ambos factores se juntaban podía llegar a ser más brillante que nadie. Y le gustaba, le hacía feliz hacer esas cosas, estar en familia, paseando por el campo, pero también poder tener conversaciones así y eso se lo concedía Irlanda. Nunca pensó que le debería tantas cosas a ese sitio. Le tiró un beso a Marcus con su alusión orgullosita y le guiñó un ojo. Se sentía como cuando se sentaban todos en la sala común de Hogwarts y aún se picaban.
Miró a Cerys y dijo. — A mí también me lo pareces. Es muy loable conseguir todo lo que consigues con los recursos que tienes aquí. La vida no es como el invernadero de Hogwarts, tú no tienes el sueldo y las facilidades de una profesora, y mucho menos las condiciones climáticas y protectoras del colegio, y no hablemos ya de un invernadero mágico de los de las ciudades o los protegidos por el ministerio. — Nancy rio y negó. — Aquí en Irlanda no menciones mucho el ministerio. Somos los olvidados, siempre lo hemos sido. — Había cierta desazón en, a pesar de ser consciente de los problemas de la vida, encontrárselos de cara y ver a gente que era tan buena contigo, y tan buena en general, sufrirlos. Pero la conversación volvió a virar hacia el tema de las runas y tuvo que reír ante la expresión de Cerys. — No es presión. Pero sabe cómo tentar a dos Ravenclaws y recordarles que hay un campo entero por investigar. Algo de la ambición Slytherin del abuelo sí tiene. — Y le guiñó un ojo a Nancy.
La tertulia se vio interrumpida por un perrito monísimo, y le dio la risa fuerte por el uso del patronus. Lo cierto es que Alice tenía los patronus mensajeros asociados a las peores tragedias, y ver que la familia lo usaba así era hasta de agradecer para quitarse el trauma. — Andrew es de lo que no hay. — Comentó mientras se levantaban. Y volvió a darle la risa cuando vio que Cerys les podía haber hecho el paraguas gigante antes y había pasado, y entonces dijeron lo de recuperar el tiempo y… Es que estaba tan contenta, riéndose, recordando Hogwarts, que recordó algo que hacía mucho en el colegio y que siempre le había encantado. Dejó que Nancy y Cerys se adelantaran, lideradas por la primera que ya estaba gritándole a Andrew que así no se educaba a los niñós, y agarró fuertemente la mano de Marcus, tirando de él hacia la lluvia. En cuanto empezaron a mojarse, le puso un dedo en los labios. — Ni una queja quiero. — Le susurró, y tiró de él detrás de un gran roble, dejando que el agua les cayera.
— Cuando estábamos en Hogwarts teníamos que escondernos por la esquinas. Durante años estuvimos escapándonos cuando nadie nos veía… — Se acercó a él. — Pero nunca me has besado debajo de la lluvia. — Y le lanzó los brazos alrededor del cuello y se echó sobre él, besándole con pasión, como cuando se escondían detrás de las estanterías, porque, a fin de cuentas así estaban ahora, todo el día juntos pero sin poder darse todos los mimos y arrumacos que querían, así que lo disfrutó, disfrutó el beso, el momento tan especial, el ruido del bosque y el saberse escondidos otra vez. Cuando se separó, acarició su nariz con la suya. — Me encanta meterte en líos, prefecto O’Donnell. — Dejó un piquito en sus labios y le miró a los ojos. — Quiero que sepas que así soy feliz. Que vuelvo a tener ganas de hacer travesuras, de besarte siempre que pueda, de probar cosas como ir al monte bajo la lluvia… — Acarició sus mejillas mojadas, mirándole entre las gotas que les caían a ambos. — Por fin puedo cumplir sueños contigo. Aunque sea algo tan tonto como esto. — ¡PRIMO MARCUS! ¡ALICE! ¿OS HABÉIS PERDIDO? — Gritaba Andrew con tonito. — ¿Y SI SE LOS HA COMIDO UN BICORNIO? — Temió la voz de Pod. Alice se rio mientras juntaba su frente con la de Marcus. — Oh, sí, esto es como en los viejos tiempos tal cual. —
Miró a Cerys y dijo. — A mí también me lo pareces. Es muy loable conseguir todo lo que consigues con los recursos que tienes aquí. La vida no es como el invernadero de Hogwarts, tú no tienes el sueldo y las facilidades de una profesora, y mucho menos las condiciones climáticas y protectoras del colegio, y no hablemos ya de un invernadero mágico de los de las ciudades o los protegidos por el ministerio. — Nancy rio y negó. — Aquí en Irlanda no menciones mucho el ministerio. Somos los olvidados, siempre lo hemos sido. — Había cierta desazón en, a pesar de ser consciente de los problemas de la vida, encontrárselos de cara y ver a gente que era tan buena contigo, y tan buena en general, sufrirlos. Pero la conversación volvió a virar hacia el tema de las runas y tuvo que reír ante la expresión de Cerys. — No es presión. Pero sabe cómo tentar a dos Ravenclaws y recordarles que hay un campo entero por investigar. Algo de la ambición Slytherin del abuelo sí tiene. — Y le guiñó un ojo a Nancy.
La tertulia se vio interrumpida por un perrito monísimo, y le dio la risa fuerte por el uso del patronus. Lo cierto es que Alice tenía los patronus mensajeros asociados a las peores tragedias, y ver que la familia lo usaba así era hasta de agradecer para quitarse el trauma. — Andrew es de lo que no hay. — Comentó mientras se levantaban. Y volvió a darle la risa cuando vio que Cerys les podía haber hecho el paraguas gigante antes y había pasado, y entonces dijeron lo de recuperar el tiempo y… Es que estaba tan contenta, riéndose, recordando Hogwarts, que recordó algo que hacía mucho en el colegio y que siempre le había encantado. Dejó que Nancy y Cerys se adelantaran, lideradas por la primera que ya estaba gritándole a Andrew que así no se educaba a los niñós, y agarró fuertemente la mano de Marcus, tirando de él hacia la lluvia. En cuanto empezaron a mojarse, le puso un dedo en los labios. — Ni una queja quiero. — Le susurró, y tiró de él detrás de un gran roble, dejando que el agua les cayera.
— Cuando estábamos en Hogwarts teníamos que escondernos por la esquinas. Durante años estuvimos escapándonos cuando nadie nos veía… — Se acercó a él. — Pero nunca me has besado debajo de la lluvia. — Y le lanzó los brazos alrededor del cuello y se echó sobre él, besándole con pasión, como cuando se escondían detrás de las estanterías, porque, a fin de cuentas así estaban ahora, todo el día juntos pero sin poder darse todos los mimos y arrumacos que querían, así que lo disfrutó, disfrutó el beso, el momento tan especial, el ruido del bosque y el saberse escondidos otra vez. Cuando se separó, acarició su nariz con la suya. — Me encanta meterte en líos, prefecto O’Donnell. — Dejó un piquito en sus labios y le miró a los ojos. — Quiero que sepas que así soy feliz. Que vuelvo a tener ganas de hacer travesuras, de besarte siempre que pueda, de probar cosas como ir al monte bajo la lluvia… — Acarició sus mejillas mojadas, mirándole entre las gotas que les caían a ambos. — Por fin puedo cumplir sueños contigo. Aunque sea algo tan tonto como esto. — ¡PRIMO MARCUS! ¡ALICE! ¿OS HABÉIS PERDIDO? — Gritaba Andrew con tonito. — ¿Y SI SE LOS HA COMIDO UN BICORNIO? — Temió la voz de Pod. Alice se rio mientras juntaba su frente con la de Marcus. — Oh, sí, esto es como en los viejos tiempos tal cual. —
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Family and nature Con Alice | En Irlanda | 17 de noviembre de 2002 |
Algún día aprendería que lo de estar tranquilo y relajado y sin bajar la guardia, con Alice en su vida, era inviable. Iba bien tranquilo y contento bajo el enorme paraguas, ya intentando divisar a los demás en la lejanía, cuando se vio arrastrado por su novia y, por supuesto, empapado de nuevo. Solo veía agua y cómo se alejaban del paraguas. - ¡Al...! - Y ni tiempo le dio a quejarse, porque ella ya le detuvo. Echó aire entre los labios. - Pero... - Empezó, aunque fue decirlo y le dio por reír. Echó la mirada hacia atrás, pero nadie parecía haberles visto, la cantidad de agua tampoco lo favorecía. Y allá que fue, a saber a dónde, arrastrado por la mano de su novia.
La miró a los ojos mientras le hablaba, con la respiración agitada, hasta que se lanzó a sus brazos, y sintió un fortísimo cosquilleo en el pecho. Se aferró a su cintura para devolver el beso, rebosante de emoción, y se quedó mirándola atontado cuando se separaron de nuevo. - He vuelto a esos momentos. Te lo garantizo. - Dijo de corazón. Soltó una risa un tanto jadeada. - ¿Cómo puedes hacer que cada vez que te bese parezca la primera vez? - Así se sentía, como si cada beso fuera nuevo, una experiencia distinta. Como si cada vez que ella quisiera besarle, mirarle, escaparse con él o rozar así su mejilla, él fuera el chico más afortunado del mundo. Como si todos los astros se hubieran alineado en su favor y aún no se lo pudiera creer.
Lo de los líos le hizo reír, pero lo demás directamente le agarró el corazón. - Alice... - Empezó, en un suspiro, pero los gritos ya le interrumpieron. Rio de nuevo. - Sí, definitivamente hemos vuelto a Hogwarts. - Señaló con un gesto de la cabeza como si Pod estuviera detrás del árbol. - Creo que ese era Colin. - Bromeó. Acarició su mejilla. - Alice... Es todo lo que quiero en esta vida. Que seas feliz. - Su deseo a las estrellas. Era un milagro que Alice no lo hubiera adivinado ya, con lo mucho que lo repetía, pero no dejaría de decirlo porque no había verdad más grande para él. - Te quiero. - Susurró, besando sus labios de nuevo, con ternura pero mayor brevedad, porque iban a ser descubiertos en cuestión de segundos. - Este ha sido un gesto muy romántico, señorita Gallia, me ha encantado. Aunque no ha sido marca O'Donnell porque hubiera preferido, de poder elegir, hacerlo en seco. - Bromeó, mientras tomaba su mano y, con un guiño, salía de detrás del roble y se dirigía en un trote hacia la otra cueva, como si quisiera fingir que efectivamente se habían extraviado por el camino y huían de la lluvia.
Cerys les esperaba con las manos entrelazadas y cara de aburrimiento, como si quisiera decirles "para esto habré hecho yo un paraguas". Nancy, sin embargo, les miraba con una sonrisita traviesa. Andrew y sus burlas no se hicieron esperar. - Pobres, lo que es no conocerse el monte. - ¿No conocerlo? - Preguntó él, y acto seguido señaló a Alice con el pulgar. - Aquí la experta en plantitas, que de repente había visto una superútil y necesitaba imperiosamente pararse a mirarla. Y me arrastra a mí, claro, como si fuera yo el verificador. Y al final no era nada. - La miró y se encogió de hombros. Lo siento, Gallia, yo me dejo embaucar en tus travesuras, pero no esperes que manche mi imagen. Igualmente, Andrew le miraba con los ojos entrecerrados y una sonrisilla. Era altamente probable que casi ninguno se hubiera creído nada.
Arthur, que revisaba a los presentes, preguntó. - ¿Falta alguien? - ¡¡El alma de la fiesta!! - Gritó Ginny, apareciendo por allí con los brazos abiertos y una destartalada Wendy detrás. La pelirroja entró con una radiante sonrisa por la cueva y pasando olímpicamente del hecho de estar mojada, de hecho hasta le favorecía la lluvia. Pero Wendy venía cargada con algo en un brazo y la bolsa no colaboraba (literalmente, Marcus agudizó la vista y juraría que tenía vida propia, no paraba de moverse), por lo que estaba escorada hacia un lado, con el pelo empapado cayéndole por la cara y el abrigo caído, y las botas chapoteaban a su paso. Desde luego, parecían venir ambas de entornos diferentes. - Vaya, la diosa del agua. - Ironizó Nancy, a lo que Ginny respondió con un gestito adorable de la cara y un movimiento de melena, como si fingiera creer que era un halago lo que sabía de sobra que era burla. Andrew señaló con la cabeza a Wendy. - Y el perro ovejero. - Eso desató las crueles risas de un sector de la familia. La chica bufó con fastidio y dejó la bolsa en el suelo. - Aquí la señora no ayuda. - Se quejó, pero Marcus estaba más pendiente de comprobar que su hipótesis de la bolsa con vida propia era real, porque esta se fue arrastrando en dirección a Niahm. La mujer no pareció ni mucho menos asustada. - ¡Ay! Mis gusarajos. - Dijo mientras se agachaba y abría los brazos hacia la bolsa, aunque la dejó en el suelo. Alzó la cabeza y miró a Wendy con reproche. - ¿No había una bolsa más grande? - Ya te dije que te iba a cuestionar el ecosistema por centímetro cuadrado adecuado para esa cantidad de gusarajos. - Dejó Ginny caer. Wendy resopló y cerró los puños como una niña enfadada. - ¡Encima que los traigo! ¿Sabes la de tiempo que me paso metiéndolos en bolsas para que los clientes no los vean? Son asquerosos. - ¿Tenéis gusarajos en el local? - Se espantó Nora, y ya estaba mirando a su hija Ginny en demanda de respuestas, pero Niahm y Wendy tenían una contienda particular. - Y si tienes tantos, ¿por qué no me los das más a menudo, en vez de guardar tantos en un saco? - ¡Sí, para eso estoy yo, para estar cogiendo babosas del suelo todo el día! - ¡Las coges igualmente! - ¡Tengo muchas cosas que hacer! - ¡Mamá! ¿Y si le damos uno de comer a los augurey, a ver qué pasa? - Propuso Horacius, en una táctica de distracción a su madre de la ofensa que Marcus no consideró muy inteligente... O sí, porque al final dejó a Wendy y le miró a él. - ¿Qué te tengo dicho de bromear con alimentar a animales vivos con otros animales vivos? - Es el ciclo de la vida, mamá. - Son pájaros, no dragones. No hay necesidad. - ¡Bueno! - Interrumpió Arthur. - Veo que ya estamos todos, así que bien agrupados en los paraguas y para casa, que se enfría la comida. -
La miró a los ojos mientras le hablaba, con la respiración agitada, hasta que se lanzó a sus brazos, y sintió un fortísimo cosquilleo en el pecho. Se aferró a su cintura para devolver el beso, rebosante de emoción, y se quedó mirándola atontado cuando se separaron de nuevo. - He vuelto a esos momentos. Te lo garantizo. - Dijo de corazón. Soltó una risa un tanto jadeada. - ¿Cómo puedes hacer que cada vez que te bese parezca la primera vez? - Así se sentía, como si cada beso fuera nuevo, una experiencia distinta. Como si cada vez que ella quisiera besarle, mirarle, escaparse con él o rozar así su mejilla, él fuera el chico más afortunado del mundo. Como si todos los astros se hubieran alineado en su favor y aún no se lo pudiera creer.
Lo de los líos le hizo reír, pero lo demás directamente le agarró el corazón. - Alice... - Empezó, en un suspiro, pero los gritos ya le interrumpieron. Rio de nuevo. - Sí, definitivamente hemos vuelto a Hogwarts. - Señaló con un gesto de la cabeza como si Pod estuviera detrás del árbol. - Creo que ese era Colin. - Bromeó. Acarició su mejilla. - Alice... Es todo lo que quiero en esta vida. Que seas feliz. - Su deseo a las estrellas. Era un milagro que Alice no lo hubiera adivinado ya, con lo mucho que lo repetía, pero no dejaría de decirlo porque no había verdad más grande para él. - Te quiero. - Susurró, besando sus labios de nuevo, con ternura pero mayor brevedad, porque iban a ser descubiertos en cuestión de segundos. - Este ha sido un gesto muy romántico, señorita Gallia, me ha encantado. Aunque no ha sido marca O'Donnell porque hubiera preferido, de poder elegir, hacerlo en seco. - Bromeó, mientras tomaba su mano y, con un guiño, salía de detrás del roble y se dirigía en un trote hacia la otra cueva, como si quisiera fingir que efectivamente se habían extraviado por el camino y huían de la lluvia.
Cerys les esperaba con las manos entrelazadas y cara de aburrimiento, como si quisiera decirles "para esto habré hecho yo un paraguas". Nancy, sin embargo, les miraba con una sonrisita traviesa. Andrew y sus burlas no se hicieron esperar. - Pobres, lo que es no conocerse el monte. - ¿No conocerlo? - Preguntó él, y acto seguido señaló a Alice con el pulgar. - Aquí la experta en plantitas, que de repente había visto una superútil y necesitaba imperiosamente pararse a mirarla. Y me arrastra a mí, claro, como si fuera yo el verificador. Y al final no era nada. - La miró y se encogió de hombros. Lo siento, Gallia, yo me dejo embaucar en tus travesuras, pero no esperes que manche mi imagen. Igualmente, Andrew le miraba con los ojos entrecerrados y una sonrisilla. Era altamente probable que casi ninguno se hubiera creído nada.
Arthur, que revisaba a los presentes, preguntó. - ¿Falta alguien? - ¡¡El alma de la fiesta!! - Gritó Ginny, apareciendo por allí con los brazos abiertos y una destartalada Wendy detrás. La pelirroja entró con una radiante sonrisa por la cueva y pasando olímpicamente del hecho de estar mojada, de hecho hasta le favorecía la lluvia. Pero Wendy venía cargada con algo en un brazo y la bolsa no colaboraba (literalmente, Marcus agudizó la vista y juraría que tenía vida propia, no paraba de moverse), por lo que estaba escorada hacia un lado, con el pelo empapado cayéndole por la cara y el abrigo caído, y las botas chapoteaban a su paso. Desde luego, parecían venir ambas de entornos diferentes. - Vaya, la diosa del agua. - Ironizó Nancy, a lo que Ginny respondió con un gestito adorable de la cara y un movimiento de melena, como si fingiera creer que era un halago lo que sabía de sobra que era burla. Andrew señaló con la cabeza a Wendy. - Y el perro ovejero. - Eso desató las crueles risas de un sector de la familia. La chica bufó con fastidio y dejó la bolsa en el suelo. - Aquí la señora no ayuda. - Se quejó, pero Marcus estaba más pendiente de comprobar que su hipótesis de la bolsa con vida propia era real, porque esta se fue arrastrando en dirección a Niahm. La mujer no pareció ni mucho menos asustada. - ¡Ay! Mis gusarajos. - Dijo mientras se agachaba y abría los brazos hacia la bolsa, aunque la dejó en el suelo. Alzó la cabeza y miró a Wendy con reproche. - ¿No había una bolsa más grande? - Ya te dije que te iba a cuestionar el ecosistema por centímetro cuadrado adecuado para esa cantidad de gusarajos. - Dejó Ginny caer. Wendy resopló y cerró los puños como una niña enfadada. - ¡Encima que los traigo! ¿Sabes la de tiempo que me paso metiéndolos en bolsas para que los clientes no los vean? Son asquerosos. - ¿Tenéis gusarajos en el local? - Se espantó Nora, y ya estaba mirando a su hija Ginny en demanda de respuestas, pero Niahm y Wendy tenían una contienda particular. - Y si tienes tantos, ¿por qué no me los das más a menudo, en vez de guardar tantos en un saco? - ¡Sí, para eso estoy yo, para estar cogiendo babosas del suelo todo el día! - ¡Las coges igualmente! - ¡Tengo muchas cosas que hacer! - ¡Mamá! ¿Y si le damos uno de comer a los augurey, a ver qué pasa? - Propuso Horacius, en una táctica de distracción a su madre de la ofensa que Marcus no consideró muy inteligente... O sí, porque al final dejó a Wendy y le miró a él. - ¿Qué te tengo dicho de bromear con alimentar a animales vivos con otros animales vivos? - Es el ciclo de la vida, mamá. - Son pájaros, no dragones. No hay necesidad. - ¡Bueno! - Interrumpió Arthur. - Veo que ya estamos todos, así que bien agrupados en los paraguas y para casa, que se enfría la comida. -
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Family and nature Con Marcus | En Irlanda | 7 de noviembre de 2002 |
Si alguna vez le hicieran elegir su sonido favorito en el mundo, sería a Marcus diciendo “Alice” así, de esa forma, soltando el aire mientras lo decía, desde el fondo de su pecho, cuando prácticamente le suplicaba que no le tentara más, pero a la vez la estaba incitando, porque en el fondo sabía que quería más, igual que ella. Y eso a Alice le volvía loca, solo le incitaba a seguir más, a besar y acariciar a Marcus bajo aquella lluvia… Y sabía que no podía ser, igual que en Hogwarts, pero eso era también parte de ellos, qué otra cosa le iba a hacer. Sonrió y volvió a acariciarle. — Pues claro que lo soy, amor mío. Contigo siempre. — Se encogió de un hombro satisfecha y puso cara de niña buena. — Es que soy Gallia. Románticamente Gallia. — Y se unieron a los demás.
Cogió a Pod por detrás y se puso a hacerle cosquillas y hacer ruidos de animal. — ¡SOY EL BICORNIO CARNÍVORO! — ¡Los bicornios solo comen hierba! — Argumentó Rosie desde el grupo, mientras Pod gritaba y se reía a la vez. — ¿Ah sí? ¿Tú estás segura? — Y se lanzó también a hacerle cosquillas y a hacer como que se la comía, provocando también las carcajadas de la niña. Y entonces su novio, con una habilidad mucho más habitual en ella que en él, salió del paso con una perfecta excusa para su ausencia. Vaya, vaya, ¿dónde habría quedado el asustadizo Marcus del desván de La Provenza que casi confiesa todas y cada una de las cosas que habían hecho? Ella se limitó a encogerse de hombros y sacar el labio inferior. — Una nunca sabe cuándo va a poder encontrar material utilizable en pociones o en el próximo examen de alquimia. — Señaló. Pero luego se inclinó al oído de su novio. — Hola, Marcus Gallia. — Se mordió el labio y puso una miradilla traviesa. — Me ha gustado… Mucho eso. — Y se habían dejado un tema aquella mañana, no se le olvidaba.
Estaba entretenida en eso cuando vio llegar a Ginny y Wendy. Ay, si mi tata te hubiera conocido hace cinco años y sin ser la prima de Erin… Parecía que veía a su tía apareciendo en el cumpleaños de Marcus tarde y recién llegada de Kenia con el vestido tribal. Le dio la risa con lo del perro ovejero y fue a dirigirse a la chica para darle un abracito de apoyo, pero reculó ante lo de los gusarajos. — Ugh. — Los gusarajos son muy importantes para los ecosistemas, incluidos los vegetales. — Le dijo Niamh con todo el tono de ofensa que podía poner una Hufflepuff que, a decir verdad, no daba a basto de tantos frentes por los que ofenderse con la intervención de su hijo intentando asesinar a uno de los gusarajos. Lo peor es que ni mal le vendría al augurey. Ella puso las manos en los hombros de Horacius, conduciéndole al interior, y se inclinó para decirle. — Tú no tienes idea buena, ¿eh? — El niño rio y la miró. — Mis ideas son geniales, prima. Solo que no pueden contentar a todos. — Ella entornó los ojos y dijo. — Me recuerdas a alguien de Hogwarts, que estaba en Ravenclaw, pero bien podría haber estado en Slytherin, y que era demasiado listo para su propio beneficio. — Y entonces pensó en que Horacius y Creevey se diferenciaban en todo aquel amor comunal, en toda esa gente dispuesta a enseñarle lo que estaba bien y mal, a ayudarle a entender lo que le rodeaba pero también a jugar con él y prepararle para la vida. Cómo podía cambiar la vida siendo tan parecidos.
La llegada a la comida había sido accidentadilla por llamarlo de alguna forma. Ruairi tenía un momento crisis severa porque los augureys se habían mojado y temía que se resfriaran, así que prácticamente se abalanzó sobre Alice para que le preparara una poción antiresfriado, y pronto, la pobre Rosaline, que estaba toda acalorada de cocinar, pidió una para sus chicos, y Saoirse quiso probarla por no dejarse nada sin probar, las criaturas andaban alteradas por dentro de la casa y Eillish y Nancy se dedicaban a chillar tanto intentando poner orden que despertaron al pequeñín y Amelia se ofendió porque es que no se podía hacer nada con esta familia que al final siempre acababan liándola. Pero una vez los pájaros estuvieron atendidos y guardados, Brando incorporado a la reunión en brazos de unos y otros como una pelota, y la comida servida, todo volvieron a ser risas y anécdotas, como les tenían acostumbrados. Fue en los cafés cuando Alice se lanzó y dijo. — La verdad es que me encanta esta familia. Todos colaboráis con todos y eso es precioso. — Amelia rio, removiendo su café. — Eso es solo si no te importa el caos. — Alice rio de vuelta. — En absoluto. Y no sois tan caóticos. Solo gritáis mucho, pero vamos, nada que yo no conozca. — Y casi todos rieron, acusándose unos a otros, lanzándose miguitas de pan y algún que otro hechizo distraído. — Es por eso que creo que vais a entender lo que os voy a decir ahora. — Molly la miró de reojo, pero en sus ojos no vio advertencia, sabía reconocerla perfectamente, sino el brillo de la anticipación, ya se iban conociendo. — Sé reconocer a la gente que, a pesar del caos, quiere ayudar a la gente que quiere, y Cerys no os lo va a pedir nunca, porque así somos los Ravenclaws, creemos que podemos con todo, y no. El invernadero necesita muchísimo trabajo, así que ahora que ha dejado de llover y hemos comido magníficamente gracias a Rosaline y las abuelas, ¿quién se viene al invernadero a ayudar? — En seguida se montó un revuelo entusiasta, pero ella levantó un dedo. — Pero la norma es que hay que hacer caso a Cerys y lo que ella os encargue hacer y no armar jaleo, ¿estamos? — Wendy estaba dormida sobre sus propios brazos en la mesa y Alice la señaló. — A Wen mejor la dejamos tranquilita. — Si cuando volvamos no se ha despertado tengo un hechizo matasuegras que… — Definitivamente, Ginny era su tata. Mientras salían, Molly se enganchó de su brazo y dejó un beso en su sien. — Yo sabía que mi niña tenía corazón irlandés. —
Como Alice había predicho, todos quisieron ayudar de una otra forma, y ella aprovechó para llevarse a Marcus y al abuelo hacía una de las paredes del invernadero. — Ahora sé lo que quiero hacer de transmutación libre. — Señaló la pared. — Mi primer examen versó en un cristal, pero el cristal no solo sirve para decorar. Quiero crear un cristal inteligente. No sé cómo aún, pero algo parecido a lo que hizo Marcus con la piedra-musgo… — Se giró a ellos. — Y voy a empezar por aquí, por intentar arreglar de alguna manera el invernadero de Cerys. Pero necesitaré ayuda, es complicado, quizá demasiado. — Alzó la ceja mirándoles a los dos. — Pero nada como dos genios para echarme una mano. —
Cogió a Pod por detrás y se puso a hacerle cosquillas y hacer ruidos de animal. — ¡SOY EL BICORNIO CARNÍVORO! — ¡Los bicornios solo comen hierba! — Argumentó Rosie desde el grupo, mientras Pod gritaba y se reía a la vez. — ¿Ah sí? ¿Tú estás segura? — Y se lanzó también a hacerle cosquillas y a hacer como que se la comía, provocando también las carcajadas de la niña. Y entonces su novio, con una habilidad mucho más habitual en ella que en él, salió del paso con una perfecta excusa para su ausencia. Vaya, vaya, ¿dónde habría quedado el asustadizo Marcus del desván de La Provenza que casi confiesa todas y cada una de las cosas que habían hecho? Ella se limitó a encogerse de hombros y sacar el labio inferior. — Una nunca sabe cuándo va a poder encontrar material utilizable en pociones o en el próximo examen de alquimia. — Señaló. Pero luego se inclinó al oído de su novio. — Hola, Marcus Gallia. — Se mordió el labio y puso una miradilla traviesa. — Me ha gustado… Mucho eso. — Y se habían dejado un tema aquella mañana, no se le olvidaba.
Estaba entretenida en eso cuando vio llegar a Ginny y Wendy. Ay, si mi tata te hubiera conocido hace cinco años y sin ser la prima de Erin… Parecía que veía a su tía apareciendo en el cumpleaños de Marcus tarde y recién llegada de Kenia con el vestido tribal. Le dio la risa con lo del perro ovejero y fue a dirigirse a la chica para darle un abracito de apoyo, pero reculó ante lo de los gusarajos. — Ugh. — Los gusarajos son muy importantes para los ecosistemas, incluidos los vegetales. — Le dijo Niamh con todo el tono de ofensa que podía poner una Hufflepuff que, a decir verdad, no daba a basto de tantos frentes por los que ofenderse con la intervención de su hijo intentando asesinar a uno de los gusarajos. Lo peor es que ni mal le vendría al augurey. Ella puso las manos en los hombros de Horacius, conduciéndole al interior, y se inclinó para decirle. — Tú no tienes idea buena, ¿eh? — El niño rio y la miró. — Mis ideas son geniales, prima. Solo que no pueden contentar a todos. — Ella entornó los ojos y dijo. — Me recuerdas a alguien de Hogwarts, que estaba en Ravenclaw, pero bien podría haber estado en Slytherin, y que era demasiado listo para su propio beneficio. — Y entonces pensó en que Horacius y Creevey se diferenciaban en todo aquel amor comunal, en toda esa gente dispuesta a enseñarle lo que estaba bien y mal, a ayudarle a entender lo que le rodeaba pero también a jugar con él y prepararle para la vida. Cómo podía cambiar la vida siendo tan parecidos.
La llegada a la comida había sido accidentadilla por llamarlo de alguna forma. Ruairi tenía un momento crisis severa porque los augureys se habían mojado y temía que se resfriaran, así que prácticamente se abalanzó sobre Alice para que le preparara una poción antiresfriado, y pronto, la pobre Rosaline, que estaba toda acalorada de cocinar, pidió una para sus chicos, y Saoirse quiso probarla por no dejarse nada sin probar, las criaturas andaban alteradas por dentro de la casa y Eillish y Nancy se dedicaban a chillar tanto intentando poner orden que despertaron al pequeñín y Amelia se ofendió porque es que no se podía hacer nada con esta familia que al final siempre acababan liándola. Pero una vez los pájaros estuvieron atendidos y guardados, Brando incorporado a la reunión en brazos de unos y otros como una pelota, y la comida servida, todo volvieron a ser risas y anécdotas, como les tenían acostumbrados. Fue en los cafés cuando Alice se lanzó y dijo. — La verdad es que me encanta esta familia. Todos colaboráis con todos y eso es precioso. — Amelia rio, removiendo su café. — Eso es solo si no te importa el caos. — Alice rio de vuelta. — En absoluto. Y no sois tan caóticos. Solo gritáis mucho, pero vamos, nada que yo no conozca. — Y casi todos rieron, acusándose unos a otros, lanzándose miguitas de pan y algún que otro hechizo distraído. — Es por eso que creo que vais a entender lo que os voy a decir ahora. — Molly la miró de reojo, pero en sus ojos no vio advertencia, sabía reconocerla perfectamente, sino el brillo de la anticipación, ya se iban conociendo. — Sé reconocer a la gente que, a pesar del caos, quiere ayudar a la gente que quiere, y Cerys no os lo va a pedir nunca, porque así somos los Ravenclaws, creemos que podemos con todo, y no. El invernadero necesita muchísimo trabajo, así que ahora que ha dejado de llover y hemos comido magníficamente gracias a Rosaline y las abuelas, ¿quién se viene al invernadero a ayudar? — En seguida se montó un revuelo entusiasta, pero ella levantó un dedo. — Pero la norma es que hay que hacer caso a Cerys y lo que ella os encargue hacer y no armar jaleo, ¿estamos? — Wendy estaba dormida sobre sus propios brazos en la mesa y Alice la señaló. — A Wen mejor la dejamos tranquilita. — Si cuando volvamos no se ha despertado tengo un hechizo matasuegras que… — Definitivamente, Ginny era su tata. Mientras salían, Molly se enganchó de su brazo y dejó un beso en su sien. — Yo sabía que mi niña tenía corazón irlandés. —
Como Alice había predicho, todos quisieron ayudar de una otra forma, y ella aprovechó para llevarse a Marcus y al abuelo hacía una de las paredes del invernadero. — Ahora sé lo que quiero hacer de transmutación libre. — Señaló la pared. — Mi primer examen versó en un cristal, pero el cristal no solo sirve para decorar. Quiero crear un cristal inteligente. No sé cómo aún, pero algo parecido a lo que hizo Marcus con la piedra-musgo… — Se giró a ellos. — Y voy a empezar por aquí, por intentar arreglar de alguna manera el invernadero de Cerys. Pero necesitaré ayuda, es complicado, quizá demasiado. — Alzó la ceja mirándoles a los dos. — Pero nada como dos genios para echarme una mano. —
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Family and nature Con Alice | En Irlanda | 17 de noviembre de 2002 |
Cuando se dirigió a la zona donde iban a comer, recordó las palabras de Arthur preguntándole por qué consideraba que aquel entorno era más tranquilo que su casa. En la vida había visto semejante caos, ni en las fiestas de Hogwarts con los alumnos de primero y Creevey molestando, o con los Lacey en las barbacoas americanas. Entre los chillidos de los pájaros, los de los niños y los de los adultos amantes de los animales, por no hablar de Ginny animando la fiesta, los que querían comer aleccionando y Wendy quejándose, no sabía a qué foco atender. Alice estaba encantada, menos mal... ¡Que él también! Adoraba a su familia. Él era muy como Arnold, no ponía caras de disgusto y hastío como Emma ni nada... pero sí puede que echara de menos el sosiego y protocolo que su madre aportaba a cualquier ambiente.
Se sentó a comer con una taquicardia y tres niños encima, y más le valía no quejarse si no quería poner en riesgo una paternidad futura, porque Alice iba a agarrarse al discurso de "ves cómo no era tan fácil ser padre" y no lo iba a soltar. Él estaba allí de mero invitado y ya estaba sobrepasado, y de hecho uno de los niños que tenía a cargo era el bebé, que en algún momento le había caído en los brazos no sabía ni cómo, y segundos después se había echado a llorar, y como estaba intentando mediar entre una discusión entre Pod y Seamus, se lo habían acabado quitando, y él se había sentido poco menos que un inútil que no sabía consolar a un bebé así que mejor se lo quitaban. Para que no estuviera atendiendo ni a la comida, ya debería estar estresado.
En algún momento se calmó el ambiente y pudo respirar y comer, y para cuando llegaron los cafés él ya estaba perfectamente aclimatado de nuevo y con seguridad de poder volver a defender un discurso sobre la paternidad, porque de corazón que lo había perdido por completo por unos instantes. La intervención de Alice le hizo mirarla con adoración y reír, porque sí, desde luego ella en el caos se desenvolvía mucho mejor que él, por no hablar de lo mucho que la alegraba verla feliz. Y entonces, partió una lanza por Cerys. La mujer (y Martha, que pasaba MUY desapercibida, casi más que Erin, que ya era decir, pero que allí estaba también) la miraron con una mezcla entre agradecimiento, miedo y reproche por ponerlas en la palestra sin pedírselo, y Marcus se tuvo que aguantar la risa. Bienvenidos a mi vida, los Gallia son impredecibles, y suerte que la Gallia presente era Alice, que a pesar de sus travesuras, era por mucho la más sensata y comedida de su núcleo.
La petición de ayuda causó furor, todo el mundo quería apuntarse, lo que le hizo reír a carcajadas. - Qué poder de convocatoria, mi amor. ¿Ves como tenías que haber sido prefecta? - Bromeó. Dejaron a Wendy durmiendo, efectivamente (aunque tuvo que frenar a Horacius de dejarle un gusarajo en el pelo a modo de "bromita inofensiva") y se dirigieron al invernadero. De camino, el tío Cletus se puso a su lado. - Corazón Hufflepuff en una mente privilegiada, sobre todo para ayudar a los demás. Yo también me enamoré de una mujer así. - Marcus le miró y sonrió. - Así es. Su padre es un genio y su madre era la mujer más buena que he conocido jamás, no podría salir de otra forma. - La sonrisa de Cletus se volvió un tanto más triste. - Está muy necesitada de una familia. - Marcus miró hacia delante y suspiró para sí. - Lo ha pasado muy mal desde lo de su madre... Y sobre todo últimamente. - El hombre frunció los labios y puso una mano en su hombro. - Tiempo, muchacho. Las mentes lúcidas y los corazones tiernos tardan en recuperarse. Una mente lógica y un corazón dolorido no son una buena combinación para el perdón rápido. - Le miró. - Pero sí para el duradero. Algo que los corazones orgullosos como nosotros tenemos más complicado. - El hombre la miró en la lejanía y amplió la sonrisa. - Y esa chica tiene mucho amor que dar. -
En el invernadero había mucho trabajo, y como los niños parecían haberse abonado a ir con Marcus a todas partes, su mayor colaboración estaba siendo guiar el trabajo de ellos e impedir que hicieran demasiadas trastadas, y él hacer su parte pero con mucha floritura (lo que a él le gustaba, por otro lado). En un momento determinado, Alice le reclamó junto al abuelo, y lo que le hizo le abrió mucho los ojos, ilusionado. - ¿Ya la tienes? - Preguntó con entusiasmo. - Me parece brillante, Alice. Y me parece tu esencia. Va a ser una transmutación espectacular. - Sacudió la cabeza, moviendo los rizos y con una sonrisa radiante. - Tendrás toda la ayuda del mundo. ¿Verdad, abuelo? - Faltaría más. Que no le falte de nada a mi aprendiz. - Dijo el hombre, lleno de orgullo y acariciando el pelo de Alice con cariño. Entonces él reflexionó, hizo una mueca con los labios y soltó un poco de aire por la nariz. - Yo... aún no he dado con la mía. - Lawrence hizo un gesto con la mano. - Queda un año aún, muchacho, y mucho por estudiar y preparar. Además, te lo dije el otro día: tu mente es un universo, y concretar así es complicado. Date tiempo, llegarás a algo brillante. Siempre llegas. - Sonrió y asintió, y luego tomó la mano de Alice. - Y si tengo esta compañía, desde luego que lo haré. - Y, al girarse a los demás, vio a Martha mirándoles, y les dedicó una sonrisa tenue, mientras volvió a la maceta que tenía entre manos en soledad. Se acercó a Alice y le susurró. - Esto también es lo tuyo. Ayudar a los demás, a todos. - La miró y sonrió. - Tu verdadera esencia. -
Se sentó a comer con una taquicardia y tres niños encima, y más le valía no quejarse si no quería poner en riesgo una paternidad futura, porque Alice iba a agarrarse al discurso de "ves cómo no era tan fácil ser padre" y no lo iba a soltar. Él estaba allí de mero invitado y ya estaba sobrepasado, y de hecho uno de los niños que tenía a cargo era el bebé, que en algún momento le había caído en los brazos no sabía ni cómo, y segundos después se había echado a llorar, y como estaba intentando mediar entre una discusión entre Pod y Seamus, se lo habían acabado quitando, y él se había sentido poco menos que un inútil que no sabía consolar a un bebé así que mejor se lo quitaban. Para que no estuviera atendiendo ni a la comida, ya debería estar estresado.
En algún momento se calmó el ambiente y pudo respirar y comer, y para cuando llegaron los cafés él ya estaba perfectamente aclimatado de nuevo y con seguridad de poder volver a defender un discurso sobre la paternidad, porque de corazón que lo había perdido por completo por unos instantes. La intervención de Alice le hizo mirarla con adoración y reír, porque sí, desde luego ella en el caos se desenvolvía mucho mejor que él, por no hablar de lo mucho que la alegraba verla feliz. Y entonces, partió una lanza por Cerys. La mujer (y Martha, que pasaba MUY desapercibida, casi más que Erin, que ya era decir, pero que allí estaba también) la miraron con una mezcla entre agradecimiento, miedo y reproche por ponerlas en la palestra sin pedírselo, y Marcus se tuvo que aguantar la risa. Bienvenidos a mi vida, los Gallia son impredecibles, y suerte que la Gallia presente era Alice, que a pesar de sus travesuras, era por mucho la más sensata y comedida de su núcleo.
La petición de ayuda causó furor, todo el mundo quería apuntarse, lo que le hizo reír a carcajadas. - Qué poder de convocatoria, mi amor. ¿Ves como tenías que haber sido prefecta? - Bromeó. Dejaron a Wendy durmiendo, efectivamente (aunque tuvo que frenar a Horacius de dejarle un gusarajo en el pelo a modo de "bromita inofensiva") y se dirigieron al invernadero. De camino, el tío Cletus se puso a su lado. - Corazón Hufflepuff en una mente privilegiada, sobre todo para ayudar a los demás. Yo también me enamoré de una mujer así. - Marcus le miró y sonrió. - Así es. Su padre es un genio y su madre era la mujer más buena que he conocido jamás, no podría salir de otra forma. - La sonrisa de Cletus se volvió un tanto más triste. - Está muy necesitada de una familia. - Marcus miró hacia delante y suspiró para sí. - Lo ha pasado muy mal desde lo de su madre... Y sobre todo últimamente. - El hombre frunció los labios y puso una mano en su hombro. - Tiempo, muchacho. Las mentes lúcidas y los corazones tiernos tardan en recuperarse. Una mente lógica y un corazón dolorido no son una buena combinación para el perdón rápido. - Le miró. - Pero sí para el duradero. Algo que los corazones orgullosos como nosotros tenemos más complicado. - El hombre la miró en la lejanía y amplió la sonrisa. - Y esa chica tiene mucho amor que dar. -
En el invernadero había mucho trabajo, y como los niños parecían haberse abonado a ir con Marcus a todas partes, su mayor colaboración estaba siendo guiar el trabajo de ellos e impedir que hicieran demasiadas trastadas, y él hacer su parte pero con mucha floritura (lo que a él le gustaba, por otro lado). En un momento determinado, Alice le reclamó junto al abuelo, y lo que le hizo le abrió mucho los ojos, ilusionado. - ¿Ya la tienes? - Preguntó con entusiasmo. - Me parece brillante, Alice. Y me parece tu esencia. Va a ser una transmutación espectacular. - Sacudió la cabeza, moviendo los rizos y con una sonrisa radiante. - Tendrás toda la ayuda del mundo. ¿Verdad, abuelo? - Faltaría más. Que no le falte de nada a mi aprendiz. - Dijo el hombre, lleno de orgullo y acariciando el pelo de Alice con cariño. Entonces él reflexionó, hizo una mueca con los labios y soltó un poco de aire por la nariz. - Yo... aún no he dado con la mía. - Lawrence hizo un gesto con la mano. - Queda un año aún, muchacho, y mucho por estudiar y preparar. Además, te lo dije el otro día: tu mente es un universo, y concretar así es complicado. Date tiempo, llegarás a algo brillante. Siempre llegas. - Sonrió y asintió, y luego tomó la mano de Alice. - Y si tengo esta compañía, desde luego que lo haré. - Y, al girarse a los demás, vio a Martha mirándoles, y les dedicó una sonrisa tenue, mientras volvió a la maceta que tenía entre manos en soledad. Se acercó a Alice y le susurró. - Esto también es lo tuyo. Ayudar a los demás, a todos. - La miró y sonrió. - Tu verdadera esencia. -
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Rinceoir Con Marcus | En Irlanda | 13 de noviembre de 2002 |
— ¿Y si se alimentan con sol… cómo sobreviven en Irlanda? — Preguntó la niña pecosa, sentada entre los gemelos, que era tremendamente inquieta, pero no paraba de hacer preguntas así que suponía que eso debía haber sido aguantar a Gallias desde pequeños. — ¿A que aunque cuando está nublado sabes cuándo es de día y cuando es de noche? — Los seis niños asintieron seriamente. — Pues eso es porque, aunque el cielo esté encapotado, la luz del sol se filtra. Hace más calor durante el día, y los rayos del sol alcanzan a las plantas. — ¿Y así hacen la fotosientases? — Fotosíntesis. — Es que la palabra es complicada. — Se quejó otro niño. — Es que hay que prestar atención a mi prima Alice, es fotosíntesis, ¿a que sí? — Intervino Pod. Ella sonrió y ladeó la cabeza, acariciando las hojas de la árnica que había llevado a la clase de la escuela de Ballyknow. Vio las caras de Nancy desde la puerta y se puso a recoger las cosas que había traído para enseñar nociones básicas sobre plantas a los niños. Obviamente, aquella era la excusa para que el abuelo no sospechara. Aun así, había puesto mala cara, que a ver por qué tenían que perder una mañana en eso, pero Alice sabía que a Molly le iba a encantar la idea y que Lawrence no iba a ser capaz de negarse. Obviamente, la de su Marcus era distinta, le encantaba verle con niños, pero ciertamente no habían dejado de estudiar aquel día para eso.
— ¿Vas a volver, Alice? — ¡Sí! Yo quiero saber cómo comen el resto de las plantas. — Más o menos todas comen así. Pero sí, intentaré volver. Me ha encantado contaros cosas de plantitas. Así el año que viene iréis mejor preparados a Hogwarts. — ¡Bueno, chicos! ¡Dadle las gracias a Alice que se tiene que ir! Y a Marcus por los hechizos tan bonitos que os ha hecho. — Pidió Eillish con una gran sonrisa. — Y a Nancyyyyyy… — Dijo mirándola significativamente. — Recordadle que os debe una clase de gaélico. — Alice rio, terminando de recoger y acercándose a Marcus y a la mencionada, que hizo una pedorreta. — Portaos bien, pequeños monstruos. Beidh mé ar ais. — Alice rio y miró a la chica mientras salían. — ¿Cómo has maldecido a esos pobres niños? — Solo les he dicho que volveré, y vaya telita, profesora Gallia, no veas cómo te enrollas. Como tardemos demasiado el tío Lawrence ya va a empezar a poner el grito en el cielo. — Alice entornó los ojos mientras se ponía el abrigo y salían a buen paso. Realmente tenía prisa Nancy por llevarles al bosque.
— ¿No te da miedo que se chiven de que vamos al bosque? A estas alturas ya he entendido que aquí todo el mundo sabe todo. — Nancy apretó el paso y miró a ambos lados. — Ahora mismo estamos despejados, y una vez lleguemos al bosque estamos a salvo. Venga. — Alice se agarró al brazo de Marcus y se estrechó con él. — ¿No te sientes como cuando te llevaba a una travesurilla? — Y se rio de forma muy pilla, antes de darle un beso en la mejilla. Realmente, estaban de risas, pero Nancy les estaba metiendo con muchísima seguridad por una parte del bosque que parecía mucho más profunda y solitaria que nada de lo que hubieran visto hasta entonces. Y Alice estaba encantada, más fuerte se abrazaba a su brazo, mirando las plantas y diciendo. — Me encanta andar por aquí. ¿No notas toda esta vida? Es como si estuviéramos rodeados de quintaesencia, es pura vida. Los alquimistas se vuelven locos buscando eso, esa esencia, y aquí nos rodean… — Inspiró el olor de las plantas mojadas, a pesar de que esa mañana no había llovido, a la tierra… Vida, pura vida. — Nancy también lo piensa. Va como loca. — Arrimó la cabeza al hombro de su novio y dijo. — Ahora sé lo que se siente cuando a uno lo llevan a un lugar muy mágico y no sabe lo que se va a encontrar. —
— ¿Vas a volver, Alice? — ¡Sí! Yo quiero saber cómo comen el resto de las plantas. — Más o menos todas comen así. Pero sí, intentaré volver. Me ha encantado contaros cosas de plantitas. Así el año que viene iréis mejor preparados a Hogwarts. — ¡Bueno, chicos! ¡Dadle las gracias a Alice que se tiene que ir! Y a Marcus por los hechizos tan bonitos que os ha hecho. — Pidió Eillish con una gran sonrisa. — Y a Nancyyyyyy… — Dijo mirándola significativamente. — Recordadle que os debe una clase de gaélico. — Alice rio, terminando de recoger y acercándose a Marcus y a la mencionada, que hizo una pedorreta. — Portaos bien, pequeños monstruos. Beidh mé ar ais. — Alice rio y miró a la chica mientras salían. — ¿Cómo has maldecido a esos pobres niños? — Solo les he dicho que volveré, y vaya telita, profesora Gallia, no veas cómo te enrollas. Como tardemos demasiado el tío Lawrence ya va a empezar a poner el grito en el cielo. — Alice entornó los ojos mientras se ponía el abrigo y salían a buen paso. Realmente tenía prisa Nancy por llevarles al bosque.
— ¿No te da miedo que se chiven de que vamos al bosque? A estas alturas ya he entendido que aquí todo el mundo sabe todo. — Nancy apretó el paso y miró a ambos lados. — Ahora mismo estamos despejados, y una vez lleguemos al bosque estamos a salvo. Venga. — Alice se agarró al brazo de Marcus y se estrechó con él. — ¿No te sientes como cuando te llevaba a una travesurilla? — Y se rio de forma muy pilla, antes de darle un beso en la mejilla. Realmente, estaban de risas, pero Nancy les estaba metiendo con muchísima seguridad por una parte del bosque que parecía mucho más profunda y solitaria que nada de lo que hubieran visto hasta entonces. Y Alice estaba encantada, más fuerte se abrazaba a su brazo, mirando las plantas y diciendo. — Me encanta andar por aquí. ¿No notas toda esta vida? Es como si estuviéramos rodeados de quintaesencia, es pura vida. Los alquimistas se vuelven locos buscando eso, esa esencia, y aquí nos rodean… — Inspiró el olor de las plantas mojadas, a pesar de que esa mañana no había llovido, a la tierra… Vida, pura vida. — Nancy también lo piensa. Va como loca. — Arrimó la cabeza al hombro de su novio y dijo. — Ahora sé lo que se siente cuando a uno lo llevan a un lugar muy mágico y no sabe lo que se va a encontrar. —
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Rinceoir Con Alice | En Irlanda | 23 de noviembre de 2002 |
Cuando entró por esa escuela tan bonita y llena de historia familiar y vio a prácticamente todos los niños del pueblo allí, casi cancela la quedada con su prima. — Esto lo tenemos que repetir. — Le aseguró a Alice, entusiasmado, porque sentía exponenciada su experiencia de prefecto en aquel lugar. Un grupito se fue a aprender de plantas con Alice, y el otro se fue a que él les enseñara hechizos, con Eillish cerca, a quien Marcus no dejó de alabar (en parte para que les permitiera alborotarle la clase más veces). Estaba encantado. Pero también estaba viendo la cara de impaciencia de Nancy esperándoles, así que mejor se iban ya.
Nancy tiró de ellos y les sacó de allí como si estuvieran cometiendo un crimen. — Pero a ver. — Empezó. — ¿La familia no está siempre diciendo que hay que conectar con la naturaleza y conocer el pueblo? No debería parecerles mal que vayamos al bosque. — Tú di eso en el juicio. — Comentó Nancy, irónica, mientras continuaba comprobando que nadie les seguía. — Venís conmigo, y sois dos prestigiosísimos alquimistas mentes Ravenclaw impecables. Nadie se va a creer que vamos a coger setas. — Marcus se encogió de hombros, y a la frase de Alice rio entre dientes. — Travesura en pos del conocimiento es siempre bienvenida. — Eso hubiera estado bien decírselo a su yo de quince años con el puesto de prefecto recién estrenado, a ver qué opinaba.
Alice iba encantada, y él también. Quintaesencia pura, sí, él también podía sentirlo. De su mano, se adentró en el bosque, pero al final la concentración O'Donnell y el entusiasmo Gallia le hicieron soltarse, admirando el entorno cada uno en su mundo particular. — Y es pura magia. — Continuaba Nancy, con los ojos brillantes, paseando entre los inmensos árboles. Ambos la seguían también entusiasmados, Marcus con el cerebro a toda velocidad, y estaba seguro de que Alice también. Veía la emoción en la expresión de su novia, y él debía tener una muy similar… aunque… — Vale, aquí he venido MILLONES DE VECES. — Continuó su prima. — Y lo veréis y diréis: “¿y qué tiene de interesante?” Yo os lo digo: runas cambiantes. Y me diréis lo que me dice toda la familia: “tú estás loca, eso es que no has mirado bien”. ¡A ver! La cueva no es tan grande, ya la veréis. He explorado cada centímetro de la roca, ¿de verdad no iba a darme cuenta de que hay un texto que antes no he visto? Esas runas cambian, estoy segura. El tipo de magia que lleva, ni idea, pero si os fijáis en… — Nancy hablaba y hablaba sin parar mientras les dirigía a la cueva, con los ojos abiertísimos de que por fin alguien estuviera tan interesado en sus historias, con Alice siguiéndola como una niña escuchando el mejor cuento del mundo, y Marcus tras ambas. Porque él también estaba interesado… pero había algo que le escamaba desde hacía unos minutos. En concreto desde que traspasaron… Miró hacia atrás. Sí, había sido al pasar por aquellos dos enormes robles. Quizás era una tontería, pero desde que pasaron por ahí, sentía… — ¡Primo! ¡Di que sí! — ¿Eh? — La referencia le trajo de vuelta a la realidad. — ¡Que los celtas tenían textos cambiantes! Mi familia dice que son solo leyendas, pero veréis, cuando estuve en Killarney, había un risco en el que… — Y siguió narrando. Mejor no hacía mucho caso. Si probablemente no fuera nada…
— Y esta es. — Anunció contenta, pasando en primera instancia a la cueva e invitándoles a entrar, como quien les da paso a su nueva mansión. Sí que era una cueva bastante pequeña, iluminada apenas por la tenue luz del cielo nuboso que se filtraba por la entrada, pero mayormente por la varita de su prima. Hacía una humedad mucho más intensa que fuera, y Marcus había tenido que agacharse para pasar. Era más amplia en el interior, pero no demasiado profunda. — Mirad. Estos textos siempre están aquí, ¿veis? No dicen nada interesante, historias sobre caza y poco más. Y sobre vegetación. Aquí, sin embargo… — Escudriñó. Marcus miraba a su alrededor, ceñudo. Las sensaciones extrañas se le estaban intensificando. Pero empezaban a ser cada vez menos extrañas. Iba teniendo claro qué pasaba ahí… y no era buena señal. — Vaya, ahora no están. ¡La última vez que vine había cosas escritas aquí! — Los cátaros tienen runas cambiantes. — Comentó automático y monocorde, mientras miraba a la esquina superior de la entrada. Quería que ambas no notaran su suspicacia y podía tener el cerebro en doble funcionamiento: en su sospecha y en la conversación. Nancy dio una fuerte palmada. — ¿¿Ves?? Yo lo sabía, ¡eso lo sabe todo el mundo! Pero claro, LOS CÁÁÁÁÁTAROS, pero los celtas no, ¿verdad? Yo no entiendo este pueblo que no valora su propio… — ¡Revelio! — Lanzó Marcus, interrumpiendo el discurso, pero no esperaba ni un segundo más. Estaba sintiendo los hechizos, eran muchos. Y uno era de camuflaje. Alguien o algo les estaba espiando, y ni siquiera era muy bueno ocultando hechizos, porque él le había pillado.
Tan poco hábil que, en la última sílaba del hechizo, el andrajoso mago apareció con las manos en alto, cayó del techo de la cueva al suelo hecho un amasijo de ropas e interrumpió. — ¡¡No me mates!! ¡No me hagas daño, solo soy un druida inofensivo! — ¡¡Albus!! — Exclamó Nancy. Marcus, aún con la varita levantada e intentando procesar no solo el shock de haber revelado a alguien oculto, sino de que ese alguien se mostrara tan asustadizo, miró confuso a su prima. — ¿¿Le conoces?? — ¡Soy un buen druida! ¡No me haga daño, señor hechicero! — Siguió lloriqueando. Nancy soltó un sonoro suspiro, rodando los ojos, y avanzó hacia él. En su paso, bajó el brazo de la varita de Marcus con resignación. — Albus, soy yo. — El hombre levantó la vista. Era un hombrecillo tan mayor que Marcus se sintió mal, porque o estaba muy desmejorado (que no le extrañaría viviendo en aquellas condiciones) o podría ser como su abuelo. Parecía un bosque andante, lleno de hojas y harapos, y juraría que tenía un trozo de corteza de árbol haciendo las veces de manga derecha. — ¡Oh, la hija del bosque, la niña de los cuentos! ¡Nancy, mi ninfa bella! — Albus. — La chica volvió a suspirar con una mezcla entre pena y resignación. — ¿Qué haces aquí, hombre? Esta humedad te va a matar. — Estoy vigilando a las runas danzantes. — Nancy echó la cabeza hacia atrás y les miró casi con disculpa. — Matizo: sí que hay alguien que me cree. — Le señaló con un gesto de la mano. — Os presento a Albus… no sé si tiene apellido. Es, efectivamente, un druida. — ¡¡Y de los mejores!! — Exclamó contento. Se rebuscó torpemente en los bolsillos y sacó un manojo de flores mustias, tendiéndoselo tan tímidamente a Alice que le temblaban las manos. — Para la señorita. — Deja, deja. — Interrumpió Nancy. — Que eso tiene que tener todo tipo de bichos dentro. — No son para un jarrón, ninfa Nancy, son para pociones. Los bichitos de Merlín siempre le dan un toque especial. — Nancy se frotó la frente. — Como veis, es inofensivo. — Señor hechicero, siento si le ofendí. — Vale, ahora se dirigía a él. Marcus negó. — No pretendía atacarle, y no me ha ofendido, no se preocupe. Solo me he asustado. — Es que te tengo dicho, Albus, que no puedes ir camuflándote por el bosque. Asustas a la gente. — ¡Pero es que vivo aquí! Si no me camuflo, la gente me llama loco. — Les miró y juntó las manos, poniendo una afable sonrisa. — Yo ayudo a la señorita Nancy con sus historias. — Y no me beneficia en nada que solo me crea él. — Oyó a su prima murmurar. — Si necesitan algo del bosque, soy vuestro druida de confianza. — Les hizo una reverencia tan marcada que casi se golpea la frente con el suelo. — Al servicio de vuestras mercedes. —
Nancy tiró de ellos y les sacó de allí como si estuvieran cometiendo un crimen. — Pero a ver. — Empezó. — ¿La familia no está siempre diciendo que hay que conectar con la naturaleza y conocer el pueblo? No debería parecerles mal que vayamos al bosque. — Tú di eso en el juicio. — Comentó Nancy, irónica, mientras continuaba comprobando que nadie les seguía. — Venís conmigo, y sois dos prestigiosísimos alquimistas mentes Ravenclaw impecables. Nadie se va a creer que vamos a coger setas. — Marcus se encogió de hombros, y a la frase de Alice rio entre dientes. — Travesura en pos del conocimiento es siempre bienvenida. — Eso hubiera estado bien decírselo a su yo de quince años con el puesto de prefecto recién estrenado, a ver qué opinaba.
Alice iba encantada, y él también. Quintaesencia pura, sí, él también podía sentirlo. De su mano, se adentró en el bosque, pero al final la concentración O'Donnell y el entusiasmo Gallia le hicieron soltarse, admirando el entorno cada uno en su mundo particular. — Y es pura magia. — Continuaba Nancy, con los ojos brillantes, paseando entre los inmensos árboles. Ambos la seguían también entusiasmados, Marcus con el cerebro a toda velocidad, y estaba seguro de que Alice también. Veía la emoción en la expresión de su novia, y él debía tener una muy similar… aunque… — Vale, aquí he venido MILLONES DE VECES. — Continuó su prima. — Y lo veréis y diréis: “¿y qué tiene de interesante?” Yo os lo digo: runas cambiantes. Y me diréis lo que me dice toda la familia: “tú estás loca, eso es que no has mirado bien”. ¡A ver! La cueva no es tan grande, ya la veréis. He explorado cada centímetro de la roca, ¿de verdad no iba a darme cuenta de que hay un texto que antes no he visto? Esas runas cambian, estoy segura. El tipo de magia que lleva, ni idea, pero si os fijáis en… — Nancy hablaba y hablaba sin parar mientras les dirigía a la cueva, con los ojos abiertísimos de que por fin alguien estuviera tan interesado en sus historias, con Alice siguiéndola como una niña escuchando el mejor cuento del mundo, y Marcus tras ambas. Porque él también estaba interesado… pero había algo que le escamaba desde hacía unos minutos. En concreto desde que traspasaron… Miró hacia atrás. Sí, había sido al pasar por aquellos dos enormes robles. Quizás era una tontería, pero desde que pasaron por ahí, sentía… — ¡Primo! ¡Di que sí! — ¿Eh? — La referencia le trajo de vuelta a la realidad. — ¡Que los celtas tenían textos cambiantes! Mi familia dice que son solo leyendas, pero veréis, cuando estuve en Killarney, había un risco en el que… — Y siguió narrando. Mejor no hacía mucho caso. Si probablemente no fuera nada…
— Y esta es. — Anunció contenta, pasando en primera instancia a la cueva e invitándoles a entrar, como quien les da paso a su nueva mansión. Sí que era una cueva bastante pequeña, iluminada apenas por la tenue luz del cielo nuboso que se filtraba por la entrada, pero mayormente por la varita de su prima. Hacía una humedad mucho más intensa que fuera, y Marcus había tenido que agacharse para pasar. Era más amplia en el interior, pero no demasiado profunda. — Mirad. Estos textos siempre están aquí, ¿veis? No dicen nada interesante, historias sobre caza y poco más. Y sobre vegetación. Aquí, sin embargo… — Escudriñó. Marcus miraba a su alrededor, ceñudo. Las sensaciones extrañas se le estaban intensificando. Pero empezaban a ser cada vez menos extrañas. Iba teniendo claro qué pasaba ahí… y no era buena señal. — Vaya, ahora no están. ¡La última vez que vine había cosas escritas aquí! — Los cátaros tienen runas cambiantes. — Comentó automático y monocorde, mientras miraba a la esquina superior de la entrada. Quería que ambas no notaran su suspicacia y podía tener el cerebro en doble funcionamiento: en su sospecha y en la conversación. Nancy dio una fuerte palmada. — ¿¿Ves?? Yo lo sabía, ¡eso lo sabe todo el mundo! Pero claro, LOS CÁÁÁÁÁTAROS, pero los celtas no, ¿verdad? Yo no entiendo este pueblo que no valora su propio… — ¡Revelio! — Lanzó Marcus, interrumpiendo el discurso, pero no esperaba ni un segundo más. Estaba sintiendo los hechizos, eran muchos. Y uno era de camuflaje. Alguien o algo les estaba espiando, y ni siquiera era muy bueno ocultando hechizos, porque él le había pillado.
Tan poco hábil que, en la última sílaba del hechizo, el andrajoso mago apareció con las manos en alto, cayó del techo de la cueva al suelo hecho un amasijo de ropas e interrumpió. — ¡¡No me mates!! ¡No me hagas daño, solo soy un druida inofensivo! — ¡¡Albus!! — Exclamó Nancy. Marcus, aún con la varita levantada e intentando procesar no solo el shock de haber revelado a alguien oculto, sino de que ese alguien se mostrara tan asustadizo, miró confuso a su prima. — ¿¿Le conoces?? — ¡Soy un buen druida! ¡No me haga daño, señor hechicero! — Siguió lloriqueando. Nancy soltó un sonoro suspiro, rodando los ojos, y avanzó hacia él. En su paso, bajó el brazo de la varita de Marcus con resignación. — Albus, soy yo. — El hombre levantó la vista. Era un hombrecillo tan mayor que Marcus se sintió mal, porque o estaba muy desmejorado (que no le extrañaría viviendo en aquellas condiciones) o podría ser como su abuelo. Parecía un bosque andante, lleno de hojas y harapos, y juraría que tenía un trozo de corteza de árbol haciendo las veces de manga derecha. — ¡Oh, la hija del bosque, la niña de los cuentos! ¡Nancy, mi ninfa bella! — Albus. — La chica volvió a suspirar con una mezcla entre pena y resignación. — ¿Qué haces aquí, hombre? Esta humedad te va a matar. — Estoy vigilando a las runas danzantes. — Nancy echó la cabeza hacia atrás y les miró casi con disculpa. — Matizo: sí que hay alguien que me cree. — Le señaló con un gesto de la mano. — Os presento a Albus… no sé si tiene apellido. Es, efectivamente, un druida. — ¡¡Y de los mejores!! — Exclamó contento. Se rebuscó torpemente en los bolsillos y sacó un manojo de flores mustias, tendiéndoselo tan tímidamente a Alice que le temblaban las manos. — Para la señorita. — Deja, deja. — Interrumpió Nancy. — Que eso tiene que tener todo tipo de bichos dentro. — No son para un jarrón, ninfa Nancy, son para pociones. Los bichitos de Merlín siempre le dan un toque especial. — Nancy se frotó la frente. — Como veis, es inofensivo. — Señor hechicero, siento si le ofendí. — Vale, ahora se dirigía a él. Marcus negó. — No pretendía atacarle, y no me ha ofendido, no se preocupe. Solo me he asustado. — Es que te tengo dicho, Albus, que no puedes ir camuflándote por el bosque. Asustas a la gente. — ¡Pero es que vivo aquí! Si no me camuflo, la gente me llama loco. — Les miró y juntó las manos, poniendo una afable sonrisa. — Yo ayudo a la señorita Nancy con sus historias. — Y no me beneficia en nada que solo me crea él. — Oyó a su prima murmurar. — Si necesitan algo del bosque, soy vuestro druida de confianza. — Les hizo una reverencia tan marcada que casi se golpea la frente con el suelo. — Al servicio de vuestras mercedes. —
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Rinceoir Con Marcus | En Irlanda | 13 de noviembre de 2002 |
Desde luego, Nancy estaba a tope con la historia, y Alice era de entusiasmo sencillo, en seguida estaba metida literal y metafóricamente en el discurso. — Lo que no sé es cómo no se le ha ocurrido a otro antropólogo o hechicero antes. — Estaba tomando notas mentales de todo, diría que nunca le podían haber interesado tantísimo las runas, y eso que el ambiente de la cueva era… En fin, cargado, demasiada humedad para su gusto. Pero en seguida volvió a lo que contaba Nancy. — ¿Has establecido un patrón? Porque, si algo aprendí en Montsegur, nunca van “solo” de caza o de… — Preguntó, intentando localizar las runas (qué mal se le habían dado siempre, de verdad) cuando de repente, sin venir a cuento, su novio tiró un Revelio y ella pegó un salto, llevándose la mano al pecho del susto. — ¡MARCUS, POR MERLÍN! — Pero el hecho es que sí, algo apareció allí. No, algo no, alguien, y Nancy parecía conocerle.
Al darse cuenta de que estaba ante un druida, abrió mucho los ojos. En las leyendas, los druidas eran poco menos que seres estilizados, como hadas conectadas con todos los elementos de un lugar, esparciendo su magia tan solo a través de sus manos, conectando con la tierra… Y lo que tenía delante era… Ciertamente cuqui. Pobre hombre, se le veía mayor y tan… Cubierto de plantas. Claro, conectado estaba con la tierra, eso desde luego, solo que Alice, cuando leía sobre druidas… Bueno, que lo había romantizado, claramente. Pero allí estaba el tal Albus, siendo cuqui con ella, dándole aquel… ¿Ramo? — Oh… Gracias, Albus. — Le hablaba un poco como a un niño, y eso probablemente era infantilizarle injustamente, pero es que era las vibraciones que le emitía. Hechizó el ramo con la varita, echándole un Atabraquim para que se ataran. — Me van a venir muy bien para las pociones, eres muy amable. — Le miró con ternura cuando dijo que ayudaba a Nancy, y luego la miró a ella. — Pero bueno, en verdad es la mejor persona para ayudarte. En sus propias palabras, vive aquí… Y los druidas están más conectados con la magia ancestral, es normal. — Y tampoco parece que tenga mucho más que hacer, pensó, pero no quería ofenderle, que era muy cuqui. De hecho, ahí estaba, asintiendo fuertemente. Ay el pobre, como se inclinaba, le causaba mucha ternura, y compartió una mirada con Marcus como si acabaran de ver a un cachorrito hacer una monería.
Con unos pasitos muy graciosos, se dirigió al interior de la cueva y, al estar dentro, agitó un farol que llevaba, entre otras cosas y capas de vegetación, atado a la cintura, en el que se iluminaron unos puntitos, aumentando la luz disponible. — ¿Eso son luciérnagas? — ¡Lo son! — Pobrecillas… — Nooo, ellas me ayudan, son mis amigas, como todas las criaturas. — Ah… Mira qué bien. — Y… — Se fue acercando a él, que iba buscando el patrón de las runas. — Oye, Albus y… ¿No conoces a otros druidas? ¿No quieres estar en el pueblo o algo? — El hombre negó, levantando su farol por toda la pared. — Los druidas no me quieren en su comunidad. Soy caótico y ruidoso, e incumplía demasiado las leyes de proximidad de las aldeas y eso… Pero soy feliz en Ballyknow. Hay runas, animales, y está la señorita Nancy. ¡Señorita! ¡Aquí está! ¡La runa del eclipse! Esa siempre es la que lee primero. — ¿Tú sabes leerlas? — El hombrecillo asintió. — Es todo lo que sé leer, de hecho. Yo esas cosas de ustedes… Tan redondas, así todas seguidas. — Chasqueó la lengua y Alice rio. Lo que no le enseñara Irlanda…
Al darse cuenta de que estaba ante un druida, abrió mucho los ojos. En las leyendas, los druidas eran poco menos que seres estilizados, como hadas conectadas con todos los elementos de un lugar, esparciendo su magia tan solo a través de sus manos, conectando con la tierra… Y lo que tenía delante era… Ciertamente cuqui. Pobre hombre, se le veía mayor y tan… Cubierto de plantas. Claro, conectado estaba con la tierra, eso desde luego, solo que Alice, cuando leía sobre druidas… Bueno, que lo había romantizado, claramente. Pero allí estaba el tal Albus, siendo cuqui con ella, dándole aquel… ¿Ramo? — Oh… Gracias, Albus. — Le hablaba un poco como a un niño, y eso probablemente era infantilizarle injustamente, pero es que era las vibraciones que le emitía. Hechizó el ramo con la varita, echándole un Atabraquim para que se ataran. — Me van a venir muy bien para las pociones, eres muy amable. — Le miró con ternura cuando dijo que ayudaba a Nancy, y luego la miró a ella. — Pero bueno, en verdad es la mejor persona para ayudarte. En sus propias palabras, vive aquí… Y los druidas están más conectados con la magia ancestral, es normal. — Y tampoco parece que tenga mucho más que hacer, pensó, pero no quería ofenderle, que era muy cuqui. De hecho, ahí estaba, asintiendo fuertemente. Ay el pobre, como se inclinaba, le causaba mucha ternura, y compartió una mirada con Marcus como si acabaran de ver a un cachorrito hacer una monería.
Con unos pasitos muy graciosos, se dirigió al interior de la cueva y, al estar dentro, agitó un farol que llevaba, entre otras cosas y capas de vegetación, atado a la cintura, en el que se iluminaron unos puntitos, aumentando la luz disponible. — ¿Eso son luciérnagas? — ¡Lo son! — Pobrecillas… — Nooo, ellas me ayudan, son mis amigas, como todas las criaturas. — Ah… Mira qué bien. — Y… — Se fue acercando a él, que iba buscando el patrón de las runas. — Oye, Albus y… ¿No conoces a otros druidas? ¿No quieres estar en el pueblo o algo? — El hombre negó, levantando su farol por toda la pared. — Los druidas no me quieren en su comunidad. Soy caótico y ruidoso, e incumplía demasiado las leyes de proximidad de las aldeas y eso… Pero soy feliz en Ballyknow. Hay runas, animales, y está la señorita Nancy. ¡Señorita! ¡Aquí está! ¡La runa del eclipse! Esa siempre es la que lee primero. — ¿Tú sabes leerlas? — El hombrecillo asintió. — Es todo lo que sé leer, de hecho. Yo esas cosas de ustedes… Tan redondas, así todas seguidas. — Chasqueó la lengua y Alice rio. Lo que no le enseñara Irlanda…
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Ay, los retitos
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Rinceoir Con Alice | En Irlanda | 19 de noviembre de 2002 |
Alice parecía haber caído conquistada por el hombrecillo, pero Marcus aún se estaba recuperando del susto. La verdad es que cuando le miraba le veía indudablemente inofensivo, pero no dejaba de extrañarle... en fin, él en su conjunto. Había oído de magos un tanto... "excéntricos", por decirlo así, sobre todo provenientes de su casa, de Ravenclaw: daba una mayor cantidad de personalidades extravagantes que otras casas, probablemente exceso de genialidad mal gestionado. Había llegado a oír de un mago que vivía en un agujero en el tronco de un árbol. Ese tal Albus, desde luego, cumplía con dicho perfil.
Trató de sonreír a la mirada tierna de Alice, pero él seguía sin estar muy convencido de la presencia. - Aunque no te lo creas, hubo un día en que fue Ravenclaw. Me lo dijo el abuelo. - Le susurró su prima en confidencia, y Marcus hizo un gesto de ahorrarse un rodar de ojos y un suspiro para sí muy a lo Emma. Si es que no podía ni sorprenderse por desgracia. Le siguió con la mirada mientras se adentraba en la cueva y sacaba un farol lleno de luciérnagas. Ni en las comunidades de druidas encajaba. Marcus se aclaró la garganta y preguntó, respetuoso. - ¿Y con quién comparte sus conocimientos? Parece que sabe usted mucho del bosque, de runas y de pociones. - El hombre le miró ilusionado y asintió muchas veces. - Sí. - Respondió... y volvió a girarse a las runas. Marcus miró de reojo a las dos chicas. Vale, no le había contestado a la pregunta. Fue a reformularla, pero Albus dio con las runas, y ahí se fue directamente la atención de Marcus.
- Es verdad. - Susurró, concentrado y asombrado. - Son... runas. - Rozó la roca con las manos. El relieve era diferente al de las runas normales. - La runa del eclipse... - Musitó. Miró a Albus. - ¿Por qué la ha llamado así? Aquí no dice nada de ningún eclipse. - El hombre, con una sonrisa infantil, alzó ambos dedos, haciendo peligrar la linterna aún en su mano. - Porque se mueven con la luna. Y cuando hay eclipse... toda la cueva desaparece. - Marcus parpadeó. Miró a Nancy. Esta suspiró. - Bueno, eso último... - ¡La ninfa Nancy no lo ha visto! Porque siempre anda ocupada con sus lecturas. ¡Pero el pasado veinticuatro de junio, en pleno solsticio, hubo eclipse de luna! Y la cueva hizo ¡BLUUUUUUUMMM! - Junto con su onomatopeya se oyó una especie de chirrido a coro y Marcus juraría que el hombre debía tener una corte de insectos rodándole por la ropa que se habían removido con el estrépito. - Y desapareció. Y al separarse el sol y la luna... ¡Volvió! Y las runas cambiaron. Y estas, estas son las culpables. Leed, leed. - Marcus miró. - "Cambia la posición... cambia el mundo, vive la naturaleza..." - ¡Vive! - Exclamó el hombre, feliz de tener tanto público. Nancy se giró a él de nuevo. - Hoy hay eclipse. - Marcus parpadeó y la miró. - ¡Es cierto! ¿No es esta noche? - Así es. - Siguió ella, pero no miraba a su primo, sino al druida. - ¿Qué hacías aquí escondido si crees que la cueva puede desaparecer? - El hombre juntó las palmas y se le acercó, emocionado. - ¡¡Pues eso, mi niña de los bosques!! ¡Quién sabe dónde me llevaría el eclipse! Esperaba que el sol y la luna vinieran a buscarme. - Marcus miró a Alice súbitamente. O Albus le estaba pegando su locura, o eso de... el sol y la luna yendo a buscarle... justo el día que ellos, que así se llamaban románticamente, pisaban por primera vez esa cueva... Era demasiada coincidencia, pero no tenía una explicación lógica que darle.
- El sol... - Empezó el hombre a narrar, moviendo las manos. Y, al hacerlo, un haz de luz redondeada iba emergiendo de estas con sus palabras. El corazón de Marcus se desbocó: eso era magia antigua. Magia ancestral. Llevaba toda la vida deseando presenciar algo así. - El sol... El rey y emperador, el astro grande... Vendrá y nos llenará a toooodos con su sabiduría, y regará su luz, por toooodo el mundo... Y la luna calmará su calor, impedirá que nos abrase. - La esfera de magia en sus manos se tiñó blanquecina. - La luna brillará con luz propia, la luna le guía. La luna le lleva donde el sol jamás pensó llegar. Y cuando se juntan... ¡El eclipse! Y todo desaparece, y a la vez, ¡todo es más visible que nunca! - Marcus estaba mirando al hombre. - Esta noche... antes de la media noche... la magia... - Albus. - Suspiró Nancy, y la interrupción de la chica hizo a Marcus también reaccionar, sacudir la cabeza y volver a tierra. La esfera luminosa en manos del hombre se apagó tenuemente al ella tocarle con cariño. - ¿Cuánto llevas sin dormir? - ¿Dormir? ¿Antes de un eclipse? - Ella le puso una sonrisa compasiva. - Me quedo a esta noche para acompañarte, si quieres. Igual hasta presencio el danzar de las runas, me interesa. - Nosotros también nos quedamos. - Dijo Marcus, y luego miró a Alice con intensidad. - Nos quedamos. - Nancy le miraba con reservas. - Pero... tu abuelo... - No te preocupes. Yo me encargo. - Ya se le ocurriría algo. Pero aquello no se lo podía perder.
Trató de sonreír a la mirada tierna de Alice, pero él seguía sin estar muy convencido de la presencia. - Aunque no te lo creas, hubo un día en que fue Ravenclaw. Me lo dijo el abuelo. - Le susurró su prima en confidencia, y Marcus hizo un gesto de ahorrarse un rodar de ojos y un suspiro para sí muy a lo Emma. Si es que no podía ni sorprenderse por desgracia. Le siguió con la mirada mientras se adentraba en la cueva y sacaba un farol lleno de luciérnagas. Ni en las comunidades de druidas encajaba. Marcus se aclaró la garganta y preguntó, respetuoso. - ¿Y con quién comparte sus conocimientos? Parece que sabe usted mucho del bosque, de runas y de pociones. - El hombre le miró ilusionado y asintió muchas veces. - Sí. - Respondió... y volvió a girarse a las runas. Marcus miró de reojo a las dos chicas. Vale, no le había contestado a la pregunta. Fue a reformularla, pero Albus dio con las runas, y ahí se fue directamente la atención de Marcus.
- Es verdad. - Susurró, concentrado y asombrado. - Son... runas. - Rozó la roca con las manos. El relieve era diferente al de las runas normales. - La runa del eclipse... - Musitó. Miró a Albus. - ¿Por qué la ha llamado así? Aquí no dice nada de ningún eclipse. - El hombre, con una sonrisa infantil, alzó ambos dedos, haciendo peligrar la linterna aún en su mano. - Porque se mueven con la luna. Y cuando hay eclipse... toda la cueva desaparece. - Marcus parpadeó. Miró a Nancy. Esta suspiró. - Bueno, eso último... - ¡La ninfa Nancy no lo ha visto! Porque siempre anda ocupada con sus lecturas. ¡Pero el pasado veinticuatro de junio, en pleno solsticio, hubo eclipse de luna! Y la cueva hizo ¡BLUUUUUUUMMM! - Junto con su onomatopeya se oyó una especie de chirrido a coro y Marcus juraría que el hombre debía tener una corte de insectos rodándole por la ropa que se habían removido con el estrépito. - Y desapareció. Y al separarse el sol y la luna... ¡Volvió! Y las runas cambiaron. Y estas, estas son las culpables. Leed, leed. - Marcus miró. - "Cambia la posición... cambia el mundo, vive la naturaleza..." - ¡Vive! - Exclamó el hombre, feliz de tener tanto público. Nancy se giró a él de nuevo. - Hoy hay eclipse. - Marcus parpadeó y la miró. - ¡Es cierto! ¿No es esta noche? - Así es. - Siguió ella, pero no miraba a su primo, sino al druida. - ¿Qué hacías aquí escondido si crees que la cueva puede desaparecer? - El hombre juntó las palmas y se le acercó, emocionado. - ¡¡Pues eso, mi niña de los bosques!! ¡Quién sabe dónde me llevaría el eclipse! Esperaba que el sol y la luna vinieran a buscarme. - Marcus miró a Alice súbitamente. O Albus le estaba pegando su locura, o eso de... el sol y la luna yendo a buscarle... justo el día que ellos, que así se llamaban románticamente, pisaban por primera vez esa cueva... Era demasiada coincidencia, pero no tenía una explicación lógica que darle.
- El sol... - Empezó el hombre a narrar, moviendo las manos. Y, al hacerlo, un haz de luz redondeada iba emergiendo de estas con sus palabras. El corazón de Marcus se desbocó: eso era magia antigua. Magia ancestral. Llevaba toda la vida deseando presenciar algo así. - El sol... El rey y emperador, el astro grande... Vendrá y nos llenará a toooodos con su sabiduría, y regará su luz, por toooodo el mundo... Y la luna calmará su calor, impedirá que nos abrase. - La esfera de magia en sus manos se tiñó blanquecina. - La luna brillará con luz propia, la luna le guía. La luna le lleva donde el sol jamás pensó llegar. Y cuando se juntan... ¡El eclipse! Y todo desaparece, y a la vez, ¡todo es más visible que nunca! - Marcus estaba mirando al hombre. - Esta noche... antes de la media noche... la magia... - Albus. - Suspiró Nancy, y la interrupción de la chica hizo a Marcus también reaccionar, sacudir la cabeza y volver a tierra. La esfera luminosa en manos del hombre se apagó tenuemente al ella tocarle con cariño. - ¿Cuánto llevas sin dormir? - ¿Dormir? ¿Antes de un eclipse? - Ella le puso una sonrisa compasiva. - Me quedo a esta noche para acompañarte, si quieres. Igual hasta presencio el danzar de las runas, me interesa. - Nosotros también nos quedamos. - Dijo Marcus, y luego miró a Alice con intensidad. - Nos quedamos. - Nancy le miraba con reservas. - Pero... tu abuelo... - No te preocupes. Yo me encargo. - Ya se le ocurriría algo. Pero aquello no se lo podía perder.
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Rinceoir Con Marcus | En Irlanda | 13 de noviembre de 2002 |
Alice tuvo que parpadear un par de veces para asegurarse que estaba entendiendo lo que Albus aseguraba. — ¿Cómo que desaparece? — Sintió que tragaba saliva con dificultad. Nancy no lo veía muy claro, pero ella empezó a mirar a los lados como si pidiera socorro, deseando salir de allí, fuera a ser que aparecieran en otro sitio. Parpadeó ante las afirmaciones del druida. Sí que estaba un poco chalado, pero le seguía dando penilla, probablemente era otro genio incomprendido… Y no tenía nadie que le pusiera los pies en la tierra (bueno, eso era una mala expresión tratándose de Albus) solo por cariño, sin considerarlo una carga.
Aún estaba intentando entender la famosa runa del eclipse, que ella no era capaz de decir si ponía “eclipse” o no, cuando, ante sus ojos, las manos de Albus generaron un haz de luz y tuvo que contener un grito ahogado, antes de cruzar una mirada con Marcus. Y encima… ¿Estaba hablando del sol y la luna? De aquella forma tan… Mordiéndose los labios por dentro, recordó cuántas veces Marcus y ella habían usado al sol y la luna para hablar de ellos mismos, cuántas veces habían comparado momentos de su vida y su relación con eclipses, luna nueva… Era como si Albus hablara un idioma que solo ellos dos podían entender. Miró a Marcus intensamente y dijo con la voz tomada. — ¿Crees que…? — ¿Tiene sentido? ¿Es una casualidad? ¿Se nos está pegando un poquillo el toquecito de Albus? Pero no llegó a expresar nada de eso, y solo podía seguir mirando aquella magia que el hombre había hecho sin darle mayor importancia. — Todo es más visible que nunca… — Nancy llevaba años en aquella búsqueda, y quién sabía cuántos más antes que ella, y no habían logrado, que ellos supieran, encontrado el paradero de las reliquias y ellos nunca habían estado en Irlanda, y ahora estaban allí. Es que parecía una locura pero…
Pero nada, Marcus también lo veía claro, si no no habría asegurado algo así. Alice asintió rápidamente. — No podemos perdernos algo así… — Quería hacer demasiadas preguntas, y no sabía cómo hacerlas sin parecer que era una niña fabulando. Pero antes quería intentar algo. — Pero igual una siestecita antes de que anochezca… — Sugirió ella con dulzura mirando a Albus. Si por desgracia estaba acostumbrada a tratar con esa clase de talento. — ¿Te despertamos en un par de horas? La señorita Nancy sabe leerlo todo y no va a permitir que te pierdas nada. — El hombre les miró a todos de uno a uno. — Venga, Albus, haz caso a Alice. Y así trabajamos más tranquilos. — ¿No les ha gustado mi magia? ¿Es porque no uso palitos como los hechiceros? — Alice sonrió tiernamente. — Me ha encantado tu magia. Estoy deseando ver otra vez cómo la haces. Pero para eso tienes que descansar ¿sí? — Albus se retiró un poquillo a una esquina de la cueva, pero, de momento, seguía mirando.
Alice se acercó a Nancy y dijo. — A ver, vamos a ponernos serios. ¡Lumos máxima! — Y mantuvo el hechizo con toda la fuerza que pudo, como si tuvieran un foco en la cueva. — ¿Qué es lo que pone en la runa del eclipse? — Se la llama así porque habla de algo que está oculto y se descubre, pero no porque salga a la luz… O sea… — Nancy se frotó la cara. — Cómo te explico… Viene a referirse a encontrar algo así como una llave para abrir algo que está cerrado. — Alice asintió, pero por dentro pensó por eso odio las runas, no dicen nada tal y como es. — La cosa es que usa al sol y la luna para hablar de esto, pero todo lo demás que puedes encontrar aquí es de una persecución… Caza… Hay una runa que incluso habla de hacer las propias runas. Es como del día a día… Solo hay una aquí… Está por aquí. — Siguió un par de runas y señaló otra, que parecía más corta y estaba sola. — Rinceoir. Bailarín. Esta es la que más se mueve, y siempre está acompañando a otras. — Señaló el espacio de donde venían. — Ha estado con “cazador” con “lumbre”... — Alice frunció el ceño. — ¿Y en esta qué pone? — Trono. Ya ves que la historia que narran tampoco tiene muchísimo sentido… — Alice les miró a los dos, confusa. — Decidme que lo habéis pensado vosotros también. — Nancy negó con la cabeza y frunció el ceño. — ¿El qué? — El trono… La silla de Ogmios. ¿No dijiste que es la única reliquia que todo el mundo sabe donde está? — La chica se quedó como confusa. — Pero… Es demasiado obvio ¿no? — Alice alzó las manos. — ¿Lo es? No se te había ocurrido hasta ahora. Y el… Rinceoir puede ser que baile porque te está indicando a qué reliquia deberías mirar en base a… Algo como los eclipses u otros fenómenos astronómicos, los druidas confían muchísimo en eso. — Nancy dejó caer las manos. — Pues estamos en las mismas, porque la de Ogmios ya sabemos dónde está, y de las otras ni idea. — Bueno, pues vamos a la silla de Ogmios. Aún quedan horas para el eclipse, nos da tiempo a aparecernos, echar aunque sea un vistazo y volver antes del eclipse, y luego volver y ver si algo ha cambiado. — Miró a Marcus y se acercó a él. — Yo también… Siento que esto es algo. Es superpoco Ravenclaw, superpoco científico-alquímico, y yo no creo en que haya cosas “destinadas” a pasar. — Dijo haciendo las comillas con los dedos. Tomó las manos de Marcus. — Si me dices que estoy loca, nos quedamos, vemos el eclipse y ya está, pero si no… Vámonos a ver la Silla de Ogmios. —
Aún estaba intentando entender la famosa runa del eclipse, que ella no era capaz de decir si ponía “eclipse” o no, cuando, ante sus ojos, las manos de Albus generaron un haz de luz y tuvo que contener un grito ahogado, antes de cruzar una mirada con Marcus. Y encima… ¿Estaba hablando del sol y la luna? De aquella forma tan… Mordiéndose los labios por dentro, recordó cuántas veces Marcus y ella habían usado al sol y la luna para hablar de ellos mismos, cuántas veces habían comparado momentos de su vida y su relación con eclipses, luna nueva… Era como si Albus hablara un idioma que solo ellos dos podían entender. Miró a Marcus intensamente y dijo con la voz tomada. — ¿Crees que…? — ¿Tiene sentido? ¿Es una casualidad? ¿Se nos está pegando un poquillo el toquecito de Albus? Pero no llegó a expresar nada de eso, y solo podía seguir mirando aquella magia que el hombre había hecho sin darle mayor importancia. — Todo es más visible que nunca… — Nancy llevaba años en aquella búsqueda, y quién sabía cuántos más antes que ella, y no habían logrado, que ellos supieran, encontrado el paradero de las reliquias y ellos nunca habían estado en Irlanda, y ahora estaban allí. Es que parecía una locura pero…
Pero nada, Marcus también lo veía claro, si no no habría asegurado algo así. Alice asintió rápidamente. — No podemos perdernos algo así… — Quería hacer demasiadas preguntas, y no sabía cómo hacerlas sin parecer que era una niña fabulando. Pero antes quería intentar algo. — Pero igual una siestecita antes de que anochezca… — Sugirió ella con dulzura mirando a Albus. Si por desgracia estaba acostumbrada a tratar con esa clase de talento. — ¿Te despertamos en un par de horas? La señorita Nancy sabe leerlo todo y no va a permitir que te pierdas nada. — El hombre les miró a todos de uno a uno. — Venga, Albus, haz caso a Alice. Y así trabajamos más tranquilos. — ¿No les ha gustado mi magia? ¿Es porque no uso palitos como los hechiceros? — Alice sonrió tiernamente. — Me ha encantado tu magia. Estoy deseando ver otra vez cómo la haces. Pero para eso tienes que descansar ¿sí? — Albus se retiró un poquillo a una esquina de la cueva, pero, de momento, seguía mirando.
Alice se acercó a Nancy y dijo. — A ver, vamos a ponernos serios. ¡Lumos máxima! — Y mantuvo el hechizo con toda la fuerza que pudo, como si tuvieran un foco en la cueva. — ¿Qué es lo que pone en la runa del eclipse? — Se la llama así porque habla de algo que está oculto y se descubre, pero no porque salga a la luz… O sea… — Nancy se frotó la cara. — Cómo te explico… Viene a referirse a encontrar algo así como una llave para abrir algo que está cerrado. — Alice asintió, pero por dentro pensó por eso odio las runas, no dicen nada tal y como es. — La cosa es que usa al sol y la luna para hablar de esto, pero todo lo demás que puedes encontrar aquí es de una persecución… Caza… Hay una runa que incluso habla de hacer las propias runas. Es como del día a día… Solo hay una aquí… Está por aquí. — Siguió un par de runas y señaló otra, que parecía más corta y estaba sola. — Rinceoir. Bailarín. Esta es la que más se mueve, y siempre está acompañando a otras. — Señaló el espacio de donde venían. — Ha estado con “cazador” con “lumbre”... — Alice frunció el ceño. — ¿Y en esta qué pone? — Trono. Ya ves que la historia que narran tampoco tiene muchísimo sentido… — Alice les miró a los dos, confusa. — Decidme que lo habéis pensado vosotros también. — Nancy negó con la cabeza y frunció el ceño. — ¿El qué? — El trono… La silla de Ogmios. ¿No dijiste que es la única reliquia que todo el mundo sabe donde está? — La chica se quedó como confusa. — Pero… Es demasiado obvio ¿no? — Alice alzó las manos. — ¿Lo es? No se te había ocurrido hasta ahora. Y el… Rinceoir puede ser que baile porque te está indicando a qué reliquia deberías mirar en base a… Algo como los eclipses u otros fenómenos astronómicos, los druidas confían muchísimo en eso. — Nancy dejó caer las manos. — Pues estamos en las mismas, porque la de Ogmios ya sabemos dónde está, y de las otras ni idea. — Bueno, pues vamos a la silla de Ogmios. Aún quedan horas para el eclipse, nos da tiempo a aparecernos, echar aunque sea un vistazo y volver antes del eclipse, y luego volver y ver si algo ha cambiado. — Miró a Marcus y se acercó a él. — Yo también… Siento que esto es algo. Es superpoco Ravenclaw, superpoco científico-alquímico, y yo no creo en que haya cosas “destinadas” a pasar. — Dijo haciendo las comillas con los dedos. Tomó las manos de Marcus. — Si me dices que estoy loca, nos quedamos, vemos el eclipse y ya está, pero si no… Vámonos a ver la Silla de Ogmios. —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Cause' Alice does belong with Marcus
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Rinceoir Con Alice | En Irlanda | 19 de noviembre de 2002 |
Quizás estaban pecando de... dejarse demasiado llevar por la locura de ese hombre, que claramente un estudioso no era, y tenía un montón de señales de alarma encima de que no estaba bien. Pero habían ido allí a investigar ¿no? ¿Qué era lo peor que podía pasar? ¿Que fuera una fabulación y no pasara absolutamente nada? Perderían un día, y lo echaría junto con Alice y Nancy, hipotetizando, mirando, investigando. Descartarían una hipótesis fallida, que nunca estaba de más, y al día siguiente volverían a sus vidas, a su investigación verdadera sobre alquimia, y punto. No era un gran gasto, y si resultaba ser algo relacionado con la magia antigua (porque, de ser algo, debía estar relacionado seguro con la magia antigua) a Marcus le interesaba. Y mucho.
Alice estaba reconduciendo al hombre a echarse a dormir, en una estrategia, estaba convencido, de poder quitárselo de en medio un par de horas que les vendrían muy bien para poner ellos sus cosas en orden. Se sumó a ese barco. - Un cerebro no retiene información si no descansa debidamente. Y querrá usted estar muy receptivo si vamos a presenciar un hito mágico. - Con reservas, pero se retiró. Él se hubiera negado a retirarse de estar en su lugar, así que podían darse con un canto en los dientes. Y si realmente ese hombre llevaba días sin dormir, no tardaría en hacerlo.
Mejor se centraban en la runa, a ver si realmente hablaba de lo que querían que hablara. Escuchó atentamente y, reflexivo, hipotetizó también. - He leído runas que definen los movimientos del sol y la luna como una persecución, como si se cazaran mutuamente. Está la teoría de los amantes, pero también la de los antagonistas. Todo esto en el lenguaje poético de las runas, claro. - Precisó, porque ya le estaba viendo a Alice la cara de "eso no es nada científico". Luego decían de él. - Quizás esa sea la caza a la que se refieren, el momento en el que hay un eclipse podría considerarse cuando uno ha logrado cazar al otro... O eso o... - Nos hemos dejado contagiar demasiado por las locas teorías del druida, que era bastante posible, de hecho. En la lectura de runas, como alguien te condicionara a que vieras lo que quisieran que vieras, estabas perdido.
Siguió a su prima y asintió con evidencia. Tenía sentido que la palabra "bailarín" fuera la que más se moviera, pero parecía una broma del creador, más que algo que tuviera sentido. Pero la que señaló Alice hizo que le devolviera la mirada, y luego mirara a su prima. ¡Trono! Dudaba mucho que Nancy no hubiera caído en algo tan obvio, sería que ya lo había investigado, o que tenía trampa. Resultó que lo había descartado por obvio. Típico de los Ravenclaw, descartar lo que consideraban "demasiado fácil", como si la vida fuera un reto permanente. - Ahora se sabe dónde está, pero quizás no se sabía en el momento en el que se escribieron estas runas. - Expuso. - Yo no descartaría nada. Si desentrañamos el acertijo de estas runas que te indican la localización del trono, podremos establecer algo así como un patrón, imaginar qué lógica siguieron quienes las pusieron donde las pusieron, para ayudarnos a encontrar las demás. - Dejó que Alice siguiera explicándose, pero su prima parecía bastante resignada. - Chicos, sé que parece fácil, pero llevo años con esto. ¿Creéis que si fuera así no lo habría descubierto ya? - Marcus tragó saliva. No quería que se sintiera herida en su orgullo o cuestionada, sabía lo que era eso.
Pero Alice tenía razón, y sus palabras le generaron un cosquilleo de emoción en el pecho. Apretó sus manos y no dijo nada, simplemente llenó los pulmones de aire y se giró hacia Nancy. - ¿Recuerdas... lo que Alice le dijo a Cerys el otro día? - Sonrió levemente. - A veces nos pasa eso. Avanzamos y creemos que todo avance es hacia delante, y de repente, llegamos a un callejón sin salida. Y nos obsesionamos con encontrarla, con ver de qué manera podemos tirar ese muro... y nos cuesta reconocer que, quizás, es que no era el camino correcto y hay que volverse. O quizás sí, pero nos dejamos una pista importante por el camino. Empezar desde la base te puede hacer ver el camino con ojos diferentes... No perdemos nada por intentarlo. Sabemos dónde está la silla de Ogmios, solo iríamos hoy. El resto del tiempo, prometemos ceñirnos a lo que tú mandes. - Yo creo que el hechicero tiene razón. - Contestó alegremente Albus. Todos miraron hacia atrás. Pues no, no se había dormido, estaba bien sonriente escuchando. - Y como voy a estar echando una siestecita y no me necesitáis, podéis ir y volver. No os preocupéis, me despierto con una mosca, si algo pasa en la cueva, os lo cuento. - Marcus miró a las chicas con una sonrisa tierna, y pensó bromista. Podemos irnos tranquilos entonces. Pero antes de salir, dejó un beso en la mejilla de Alice y le susurró. - Ninguna locura con la que yo no pueda lidiar, Gallia. -
Alice estaba reconduciendo al hombre a echarse a dormir, en una estrategia, estaba convencido, de poder quitárselo de en medio un par de horas que les vendrían muy bien para poner ellos sus cosas en orden. Se sumó a ese barco. - Un cerebro no retiene información si no descansa debidamente. Y querrá usted estar muy receptivo si vamos a presenciar un hito mágico. - Con reservas, pero se retiró. Él se hubiera negado a retirarse de estar en su lugar, así que podían darse con un canto en los dientes. Y si realmente ese hombre llevaba días sin dormir, no tardaría en hacerlo.
Mejor se centraban en la runa, a ver si realmente hablaba de lo que querían que hablara. Escuchó atentamente y, reflexivo, hipotetizó también. - He leído runas que definen los movimientos del sol y la luna como una persecución, como si se cazaran mutuamente. Está la teoría de los amantes, pero también la de los antagonistas. Todo esto en el lenguaje poético de las runas, claro. - Precisó, porque ya le estaba viendo a Alice la cara de "eso no es nada científico". Luego decían de él. - Quizás esa sea la caza a la que se refieren, el momento en el que hay un eclipse podría considerarse cuando uno ha logrado cazar al otro... O eso o... - Nos hemos dejado contagiar demasiado por las locas teorías del druida, que era bastante posible, de hecho. En la lectura de runas, como alguien te condicionara a que vieras lo que quisieran que vieras, estabas perdido.
Siguió a su prima y asintió con evidencia. Tenía sentido que la palabra "bailarín" fuera la que más se moviera, pero parecía una broma del creador, más que algo que tuviera sentido. Pero la que señaló Alice hizo que le devolviera la mirada, y luego mirara a su prima. ¡Trono! Dudaba mucho que Nancy no hubiera caído en algo tan obvio, sería que ya lo había investigado, o que tenía trampa. Resultó que lo había descartado por obvio. Típico de los Ravenclaw, descartar lo que consideraban "demasiado fácil", como si la vida fuera un reto permanente. - Ahora se sabe dónde está, pero quizás no se sabía en el momento en el que se escribieron estas runas. - Expuso. - Yo no descartaría nada. Si desentrañamos el acertijo de estas runas que te indican la localización del trono, podremos establecer algo así como un patrón, imaginar qué lógica siguieron quienes las pusieron donde las pusieron, para ayudarnos a encontrar las demás. - Dejó que Alice siguiera explicándose, pero su prima parecía bastante resignada. - Chicos, sé que parece fácil, pero llevo años con esto. ¿Creéis que si fuera así no lo habría descubierto ya? - Marcus tragó saliva. No quería que se sintiera herida en su orgullo o cuestionada, sabía lo que era eso.
Pero Alice tenía razón, y sus palabras le generaron un cosquilleo de emoción en el pecho. Apretó sus manos y no dijo nada, simplemente llenó los pulmones de aire y se giró hacia Nancy. - ¿Recuerdas... lo que Alice le dijo a Cerys el otro día? - Sonrió levemente. - A veces nos pasa eso. Avanzamos y creemos que todo avance es hacia delante, y de repente, llegamos a un callejón sin salida. Y nos obsesionamos con encontrarla, con ver de qué manera podemos tirar ese muro... y nos cuesta reconocer que, quizás, es que no era el camino correcto y hay que volverse. O quizás sí, pero nos dejamos una pista importante por el camino. Empezar desde la base te puede hacer ver el camino con ojos diferentes... No perdemos nada por intentarlo. Sabemos dónde está la silla de Ogmios, solo iríamos hoy. El resto del tiempo, prometemos ceñirnos a lo que tú mandes. - Yo creo que el hechicero tiene razón. - Contestó alegremente Albus. Todos miraron hacia atrás. Pues no, no se había dormido, estaba bien sonriente escuchando. - Y como voy a estar echando una siestecita y no me necesitáis, podéis ir y volver. No os preocupéis, me despierto con una mosca, si algo pasa en la cueva, os lo cuento. - Marcus miró a las chicas con una sonrisa tierna, y pensó bromista. Podemos irnos tranquilos entonces. Pero antes de salir, dejó un beso en la mejilla de Alice y le susurró. - Ninguna locura con la que yo no pueda lidiar, Gallia. -
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Rinceoir Con Marcus | En Irlanda | 13 de noviembre de 2002 |
¿Antagonistas? Bueno, ella siempre había entendido que la luna no era nada sin el sol, y viceversa, ¿pero que sentido tenía un antagonista sin nadie a quien oponerse? ¿O el protagonista más anodino de la historia sin un antagonista que le diera su estatus de persona con la que empatizar? Definitivamente, aquello podía tener más sentido de lo que en un inicio parecía, por mucho que a Nancy le resultara demasiado simple, y claramente estuviera un poco reticente, cada vez tenía más sentido. Pero claro, ese sentido solo podría hacerse real si llegaban a la silla de Ogmios y encontraban algo. Nancy se encogió de hombros y suspiró. Sabía lo que era un Ravenclaw no queriendo admitir que había ido por las ramas, o que se había equivocado de camino.
Suerte que, para eso, su Marcus era ideal y se puso, con esa labia concedida por ese mismo Ogmios cuya reliquia querían visitar, a convencerla de una manera a la que era imposible contestar nada negativo. Encima, Albus se subió a su barco, momento que Alice aprovechó para mirarle. — ¿Tú no quieres aparecerte, Albus? — ¿Yo? Los druidas no se aparecen, señorita hechicera, solo usamos la magia que la tierra nos brinda a través de las manos. — Ella frunció el ceño. — Bueno, supongo que puedes aparecerte usando la magia de la tierra. — Albus negó tranquilamente, como si fuera lo más lógico del mundo. — Eso solo lo hacen los hechiceros. Los druidas no salen de sus comunidades casi nunca, y mucho menos usan esos cacharros alargados suyos para volar. — Soltó una risita y se cruzó de brazos. Alice replicó su risa y se agarró a la mano de Marcus, alzando los ojos hacia él. — Nunca, O’Donnell. Emoción controlada, lo aprendí por ahí. — Nancy suspiró y salió tras ellos de la cueva. — Vigílame el fuerte, Albus. Estos dos hacen lo que quieren conmigo. — Salieron juntos al camino del bosque y Alice estaba segura de que los ojos y la sonrisa le brillaban, cuando se agarró de uno de los brazos de Nancy. — Pues tú mandas, antropóloga. No puedo esperar a llegar. —
Llegaron a una campiña de un verde tan intenso que, si llega a hacer sol, les hubiera hecho hasta daño en los ojos. — Bienvenidos a la Colina de Tara. Aquí los dioses celtas ganaron la batalla contra los gigantes y las fuerzas oscuras y… — Señaló una roca cilíndrica. — Esa es la silla que Ogmios concedió a los humanos, donde canalizó la magia de la tierra y se la transmitió a los humanos, dando origen a los magos. — Alice la miró. — Como dijo Albus. Eso es magia ancestral. — Nancy asintió con la cabeza. — Pero no veo la silla. — Señaló Alice. — Supuestamente era una silla de luz, que estaba encima de esa columna y en ella se sentaban los candidatos a reyes de Irlanda. Cuando Ogmios sentía que se había sentado el adecuado, le imbuía su poder. — Alice asintió. — ¿Crees que eran druidas? Los dioses digo. — Nancy rio, acercándose a una valla hechizándola. — No todas las leyendas tienen explicación, Alice. — Ella se encogió de hombros. — Pues yo creo que hay que intentar buscársela. ¿Qué le has hecho a la valla? — Un encantamiento disfrazador. Siempre que hay un mago dentro, puedes echárselo, y así investigar o hacer hechizos sin preocuparte del secreto mágico. — Se acercaron a la piedra y, nada más empezar a andar, Alice sintió una sensación tan… Extraña. — ¿Has notado eso? Madre mía, es como… Una oleada por todo el cuerpo. — Le dijo a Marcus. Nancy sonrió. — El poder de los dioses es mucho más fuerte que cualquier magia que conozca. Por algo es magia ancestral, y es tan poderosa que nosotros los magos actuales hemos tenido que diseñar las varitas para canalizarla.— Se acercó a la piedra y echó un Lumos sobre ella para que las runas se iluminaran. — A ver qué esperáis encontrar aquí… —
Suerte que, para eso, su Marcus era ideal y se puso, con esa labia concedida por ese mismo Ogmios cuya reliquia querían visitar, a convencerla de una manera a la que era imposible contestar nada negativo. Encima, Albus se subió a su barco, momento que Alice aprovechó para mirarle. — ¿Tú no quieres aparecerte, Albus? — ¿Yo? Los druidas no se aparecen, señorita hechicera, solo usamos la magia que la tierra nos brinda a través de las manos. — Ella frunció el ceño. — Bueno, supongo que puedes aparecerte usando la magia de la tierra. — Albus negó tranquilamente, como si fuera lo más lógico del mundo. — Eso solo lo hacen los hechiceros. Los druidas no salen de sus comunidades casi nunca, y mucho menos usan esos cacharros alargados suyos para volar. — Soltó una risita y se cruzó de brazos. Alice replicó su risa y se agarró a la mano de Marcus, alzando los ojos hacia él. — Nunca, O’Donnell. Emoción controlada, lo aprendí por ahí. — Nancy suspiró y salió tras ellos de la cueva. — Vigílame el fuerte, Albus. Estos dos hacen lo que quieren conmigo. — Salieron juntos al camino del bosque y Alice estaba segura de que los ojos y la sonrisa le brillaban, cuando se agarró de uno de los brazos de Nancy. — Pues tú mandas, antropóloga. No puedo esperar a llegar. —
Llegaron a una campiña de un verde tan intenso que, si llega a hacer sol, les hubiera hecho hasta daño en los ojos. — Bienvenidos a la Colina de Tara. Aquí los dioses celtas ganaron la batalla contra los gigantes y las fuerzas oscuras y… — Señaló una roca cilíndrica. — Esa es la silla que Ogmios concedió a los humanos, donde canalizó la magia de la tierra y se la transmitió a los humanos, dando origen a los magos. — Alice la miró. — Como dijo Albus. Eso es magia ancestral. — Nancy asintió con la cabeza. — Pero no veo la silla. — Señaló Alice. — Supuestamente era una silla de luz, que estaba encima de esa columna y en ella se sentaban los candidatos a reyes de Irlanda. Cuando Ogmios sentía que se había sentado el adecuado, le imbuía su poder. — Alice asintió. — ¿Crees que eran druidas? Los dioses digo. — Nancy rio, acercándose a una valla hechizándola. — No todas las leyendas tienen explicación, Alice. — Ella se encogió de hombros. — Pues yo creo que hay que intentar buscársela. ¿Qué le has hecho a la valla? — Un encantamiento disfrazador. Siempre que hay un mago dentro, puedes echárselo, y así investigar o hacer hechizos sin preocuparte del secreto mágico. — Se acercaron a la piedra y, nada más empezar a andar, Alice sintió una sensación tan… Extraña. — ¿Has notado eso? Madre mía, es como… Una oleada por todo el cuerpo. — Le dijo a Marcus. Nancy sonrió. — El poder de los dioses es mucho más fuerte que cualquier magia que conozca. Por algo es magia ancestral, y es tan poderosa que nosotros los magos actuales hemos tenido que diseñar las varitas para canalizarla.— Se acercó a la piedra y echó un Lumos sobre ella para que las runas se iluminaran. — A ver qué esperáis encontrar aquí… —
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Rinceoir Con Alice | En Irlanda | 19 de noviembre de 2002 |
El motivo por el cual el verde era el color de Irlanda era innegable. La hierba que les rodeaba y se extendía a kilómetros nada más aterrizaron en su aparición era de un verde que no había visto en ninguna otra parte. Estar allí, mirar donde Nancy señalaba y la historia que narraba, le llenaba de emoción. - Lo es. - Dijo casi en un suspiro, mirando el lugar, y antes de que Nancy respondiera a la duda de Alice, él ya se la había imaginado: esa silla estaba oculta. Solo se haría visible para aquel que fuera digno. Aquel lugar estaba haciendo que la sangre Slytherin que corría por sus venas bullera. Entendía por qué esas cosas cegaban de ambición a la gente, porque él era ambicioso, pero también sensato, mucho más comedido que los Slytherin. Y, aun así, no podía esperar a ver qué poder oculto se hallaba en ese lugar... y qué tenía que hacer para conseguirlo. No porque quisiera ser el más poderoso del mundo. Es que era un conocimiento que sentía que necesitaba tener... Y por eso acabó en Ravenclaw.
El encantamiento disfrazador le tranquilizó, así podría obrar con naturalidad sin preocuparse de si un muggle les veía. Pero fue poner un pie cerca de la piedra y... Ni siquiera habló. Lo dicho, tenía demasiada sangre Slytherin dentro y cerebro de necesidad de conocimiento infinito Ravenclaw como para corromperse muy pronto en un sitio así. Porque él sabía perfectamente lo que estaba sintiendo: era un canto de sirena destinado a querer el poder que esa silla otorgaba. Cuantos hombres se habrían vuelto locos por él. Eso era magia ancestral, una muy fuerte, una que jamás habían tenido cerca ni por asomo. Y podría ser peligrosa. Habría que ir con cautela.
Se acercó a las runas y escudriñó en silencio. - ¿Has probado a leerlas en voz alta? - Preguntó, concentrado. Nancy cambió el peso a la otra pierna, cruzada de brazos. - ¿Me vais a preguntar muchas más obviedades? - Marcus la miró con una ceja arqueada y ella soltó aire por la boca. - Perdón, perdón, es... Estoy muy estresada con esta investigación. Tengo la sensación de haber intentado mil cosas, y encima todos me llaman loca por perseguir "un imposible" o "una leyenda que claramente no es real". Solo de pensar que... tenga que volver a empezar... - Marcus negó, mirando de nuevo a las runas. - No es eso. Es... Cuando se investiga solo, se pierde mucha información sin querer. Trabajas muy duro y, encima, te faltan cosas. No me he visto en tu lugar, pero lo imagino, debe ser muy frustrante. - La miró de nuevo con una mezcla entre evidencia y ternura. - Mi abuelo es alquimista. Entendemos algo de investigaciones infinitas, imposibles y trabajo en solitario. - Nancy sonrió, y estaba convencido de que era una sonrisa agradecida. No debía estar muy acostumbrada a sentirse comprendida.
- Voy a intentarlo yo. - Se recolocó y comenzó a leer. - "Lo que no digan los ojos. Lo que no hagan las manos. Lo que puedas obtener con ambos, y persigas hacer aun siendo ciego y manco". - Miró a su alrededor. Hizo una mueca con los labios. - Pues no. No ocurría nada por leerlas en voz alta. - Se levantó. - Pero claramente lo que quiere es una demostración de poder. Los inteligentes usan mucho la observación: lo que ven los ojos. Los valientes y los buenos, las manos: empuñan espadas o curan a la gente. Pero Ogmios era el poder. No quiere a alguien listo, bueno o valiente: quiere a alguien poderoso. - Torció los labios, pensativo, mirando las runas. - Y ambicioso. Reconoce que necesita los ojos y las manos para... obtener la magia que quiere obtener, que no sabemos cuál es, pero tiene que ser magia ancestral con casi total seguridad. Y alguien que sea lo suficientemente ambicioso como para, aun siendo ciego y manco, querer seguir intentándolo, alcanzar el poder, demostrar que es algo más que sus manos y sus ojos. - Miró a Nancy. - ¿Tiene sentido? - Todo el sentido que pueda tener una leyenda. El que tú quieras darle. - Se puso a su lado, mirando también la runa. - Yo había llegado a una conclusión parecida. La cuestión es que ya sabemos que Ogmios era poderoso y ambicioso, y que era lo que más valoraba. Y esto es un acertijo muy bonito para decirnos lo que ya sabíamos. Por desgracia, esto y nada es lo mismo. Le he dado ya mil vueltas. - Se quedaron los tres en silencio unos instantes.
- ¿Y has hecho magia ancestral? - Nancy le miró. - No sé hacer magia ancestral, Marcus. Casi nadie sabe. - Yo sé. - Dijo con mucha seguridad. Nancy se debió quedar tan impactada con la afirmación que ni reaccionó, solo le miraba temiendo que hubiera perdido la cabeza. Notaba que Alice también le estaba mirando. Puso una sonrisa ladina. - ¿Usar los ojos y las manos para hacer magia con ellas? - Llenó el pecho de aire y empezó a mirar a su alrededor. - Veamos... para qué puedo usar mis ojos por aquí. - Paseó por su alrededor. Tomó un canto del suelo y lo lanzó y recogió en su mano, chulesco, pero sin dejar de pensar a toda velocidad. - Ojos y manos usadas. Mira qué fácil. - Ladeó la cabeza. - Ya en serio. Nancy, la alquimia es lo más parecido a magia ancestral que sabemos hacer. Canaliza la energía mágica desde las manos. - Y por eso estáis aquí. - Dijo con una sonrisilla obvia. - Estoy convencida de que la alquimia puede acercarnos... quiero pensar. Como no, ya sí que me veo sin salida. - Pues vamos a intentarlo. - Respondió, resuelto.
Las vibraciones en aquel lugar eran muy intensas, por lo que paseó varias veces alrededor de la roca hasta decidir el lugar que sintió más idóneo. Le daba un poco de abismo hacer una transmutación, por básica que fuera, en un lugar tan poderoso. Pero tenía que intentarlo. - Vale, eemm... Con alquimia se pueden hacer muchas cosas. Quizás habría que hacer varias pruebas, porque puede que esto que voy a hacer no tenga efecto ninguno, pero otra cosa sí. - Volvió a poner una mueca en los labios, pensando, acuclillado sobre el lugar en el que dibujaría el círculo. - Voy a hacer una calcinación. Es el estado más primigenio de la alquimia, el primero, el inicial. Es... lo que hemos hablado. Calcinarlo todo para empezar desde el principio. Volver a la base, al polvo mismo. Y es... - Hizo una pausa. - La demostración del poder de los alquimistas. Reducir cualquier materia... a cenizas, en apenas un segundo. Es poder en estado puro. - Notaba la tensión de Nancy junto a él, y lo callada que estaba, solo escuchando y mirándole. Respiró hondo. - Vamos a ello. -
Dibujó el círculo de calcinación y colocó la piedra en medio. Se concentró, cerrando los ojos, y tomó aire profundamente. Juntó sus manos y la piedra quedó calcinada en un instante. - Venga... ya... - Oyó el susurro de Nancy, y sus pasos acelerados pasando por al lado de él. Abrió los ojos: había aparecido una runa nueva. Con el aliento contenido, miró a Alice. No era la silla, pero era algo. Sí, la alquimia se acercaba a la magia ancestral. Y claramente, era lo que ese lugar quería.
El encantamiento disfrazador le tranquilizó, así podría obrar con naturalidad sin preocuparse de si un muggle les veía. Pero fue poner un pie cerca de la piedra y... Ni siquiera habló. Lo dicho, tenía demasiada sangre Slytherin dentro y cerebro de necesidad de conocimiento infinito Ravenclaw como para corromperse muy pronto en un sitio así. Porque él sabía perfectamente lo que estaba sintiendo: era un canto de sirena destinado a querer el poder que esa silla otorgaba. Cuantos hombres se habrían vuelto locos por él. Eso era magia ancestral, una muy fuerte, una que jamás habían tenido cerca ni por asomo. Y podría ser peligrosa. Habría que ir con cautela.
Se acercó a las runas y escudriñó en silencio. - ¿Has probado a leerlas en voz alta? - Preguntó, concentrado. Nancy cambió el peso a la otra pierna, cruzada de brazos. - ¿Me vais a preguntar muchas más obviedades? - Marcus la miró con una ceja arqueada y ella soltó aire por la boca. - Perdón, perdón, es... Estoy muy estresada con esta investigación. Tengo la sensación de haber intentado mil cosas, y encima todos me llaman loca por perseguir "un imposible" o "una leyenda que claramente no es real". Solo de pensar que... tenga que volver a empezar... - Marcus negó, mirando de nuevo a las runas. - No es eso. Es... Cuando se investiga solo, se pierde mucha información sin querer. Trabajas muy duro y, encima, te faltan cosas. No me he visto en tu lugar, pero lo imagino, debe ser muy frustrante. - La miró de nuevo con una mezcla entre evidencia y ternura. - Mi abuelo es alquimista. Entendemos algo de investigaciones infinitas, imposibles y trabajo en solitario. - Nancy sonrió, y estaba convencido de que era una sonrisa agradecida. No debía estar muy acostumbrada a sentirse comprendida.
- Voy a intentarlo yo. - Se recolocó y comenzó a leer. - "Lo que no digan los ojos. Lo que no hagan las manos. Lo que puedas obtener con ambos, y persigas hacer aun siendo ciego y manco". - Miró a su alrededor. Hizo una mueca con los labios. - Pues no. No ocurría nada por leerlas en voz alta. - Se levantó. - Pero claramente lo que quiere es una demostración de poder. Los inteligentes usan mucho la observación: lo que ven los ojos. Los valientes y los buenos, las manos: empuñan espadas o curan a la gente. Pero Ogmios era el poder. No quiere a alguien listo, bueno o valiente: quiere a alguien poderoso. - Torció los labios, pensativo, mirando las runas. - Y ambicioso. Reconoce que necesita los ojos y las manos para... obtener la magia que quiere obtener, que no sabemos cuál es, pero tiene que ser magia ancestral con casi total seguridad. Y alguien que sea lo suficientemente ambicioso como para, aun siendo ciego y manco, querer seguir intentándolo, alcanzar el poder, demostrar que es algo más que sus manos y sus ojos. - Miró a Nancy. - ¿Tiene sentido? - Todo el sentido que pueda tener una leyenda. El que tú quieras darle. - Se puso a su lado, mirando también la runa. - Yo había llegado a una conclusión parecida. La cuestión es que ya sabemos que Ogmios era poderoso y ambicioso, y que era lo que más valoraba. Y esto es un acertijo muy bonito para decirnos lo que ya sabíamos. Por desgracia, esto y nada es lo mismo. Le he dado ya mil vueltas. - Se quedaron los tres en silencio unos instantes.
- ¿Y has hecho magia ancestral? - Nancy le miró. - No sé hacer magia ancestral, Marcus. Casi nadie sabe. - Yo sé. - Dijo con mucha seguridad. Nancy se debió quedar tan impactada con la afirmación que ni reaccionó, solo le miraba temiendo que hubiera perdido la cabeza. Notaba que Alice también le estaba mirando. Puso una sonrisa ladina. - ¿Usar los ojos y las manos para hacer magia con ellas? - Llenó el pecho de aire y empezó a mirar a su alrededor. - Veamos... para qué puedo usar mis ojos por aquí. - Paseó por su alrededor. Tomó un canto del suelo y lo lanzó y recogió en su mano, chulesco, pero sin dejar de pensar a toda velocidad. - Ojos y manos usadas. Mira qué fácil. - Ladeó la cabeza. - Ya en serio. Nancy, la alquimia es lo más parecido a magia ancestral que sabemos hacer. Canaliza la energía mágica desde las manos. - Y por eso estáis aquí. - Dijo con una sonrisilla obvia. - Estoy convencida de que la alquimia puede acercarnos... quiero pensar. Como no, ya sí que me veo sin salida. - Pues vamos a intentarlo. - Respondió, resuelto.
Las vibraciones en aquel lugar eran muy intensas, por lo que paseó varias veces alrededor de la roca hasta decidir el lugar que sintió más idóneo. Le daba un poco de abismo hacer una transmutación, por básica que fuera, en un lugar tan poderoso. Pero tenía que intentarlo. - Vale, eemm... Con alquimia se pueden hacer muchas cosas. Quizás habría que hacer varias pruebas, porque puede que esto que voy a hacer no tenga efecto ninguno, pero otra cosa sí. - Volvió a poner una mueca en los labios, pensando, acuclillado sobre el lugar en el que dibujaría el círculo. - Voy a hacer una calcinación. Es el estado más primigenio de la alquimia, el primero, el inicial. Es... lo que hemos hablado. Calcinarlo todo para empezar desde el principio. Volver a la base, al polvo mismo. Y es... - Hizo una pausa. - La demostración del poder de los alquimistas. Reducir cualquier materia... a cenizas, en apenas un segundo. Es poder en estado puro. - Notaba la tensión de Nancy junto a él, y lo callada que estaba, solo escuchando y mirándole. Respiró hondo. - Vamos a ello. -
Dibujó el círculo de calcinación y colocó la piedra en medio. Se concentró, cerrando los ojos, y tomó aire profundamente. Juntó sus manos y la piedra quedó calcinada en un instante. - Venga... ya... - Oyó el susurro de Nancy, y sus pasos acelerados pasando por al lado de él. Abrió los ojos: había aparecido una runa nueva. Con el aliento contenido, miró a Alice. No era la silla, pero era algo. Sí, la alquimia se acercaba a la magia ancestral. Y claramente, era lo que ese lugar quería.
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Ivanka
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Rinceoir Con Marcus | En Irlanda | 13 de noviembre de 2002 |
Alice agitó una mano en el aire, quitándole importancia a los comentarios. — Puedo empatizar perfectamente con imaginarme que una investigación se estanque y venga gente a opinar sobre ella. Aunque tú misma hayas llamado a esa gente. Es frustrante y es normal. Ninguno de los dos se lo va a tomar a mal. — Y además, cuando viera nuevos resultados, que Alice estaba segura de que conseguirían, todos aquellos sinsabores ni siquiera se recordarían.
De nuevo, las runas, tan claras como siempre. Pero su novio sacó esa vena que mezclaba Ravenclaw y Slytherin, y ella se limitó a observar con media sonrisilla y alzó la ceja cuando dijo lo de alguien poderoso. — Qué suerte la nuestra entonces, ¿no? — Preguntó con tonito retador. Aquel era el terreno de Marcus de sobra y largo. Nancy, de todas formas, como buena investigadora terca que era, no se dejó impresionar por todo aquello y no se comprometía con nada. Ya, como tus runas, pero pretendemos resolverlas, se encontró pensando. Es que la ambigüedad le ponía muy nerviosa.
Levantó la cabeza cuando dijo lo de la magia ancestral, pero ahí su respuesta hubiera sido la de Nancy. Ninguno sabía, y menos después de haber visto cómo la manejaba Albus. Pero entonces Marcus dijo lo de la alquimia y le dieron ganas hasta de pegarse en la frente. Miró a Nancy. — Mira, qué rabia, eh. Con lo mal que se me dan las runas, ya se me podía haber ocurrido a mí lo de la alquimia. — Dirigió los ojos, estrechos, hacia Marcus. — Si es que esto es lo suyo. — Dijo con tono picajoso, pero él sabía lo muchísimo que ella le gustaba ver ese despliegue de inteligencia. Ahora lo que sentía era más bien una bandada de mariposas en el estómago más relacionadas con la incertidumbre y la curiosidad que otra cosa. Se acercó a Marcus por detrás y observó su círculo. Desde luego, ya que tenía que empezar de cero y sin la más mínima idea, mejor empezar por lo primero, una calcinación. — Esto para que el abuelo diga que no practicamos. De aquí al examen de cabeza. — Le animó, porque le veía dubitativo. Y no era para menos, intentaban tomárselo a la ligera, pero lo cierto es que tampoco tenían ni idea de qué hacer si activaban… Algo.
Y vaya si se activó. Fue hacer la calcinación y apareció una nueva runa. Alice se tiró de rodillas delante, parpadeando. — ¿La habías visto antes? — Preguntó a la chica. — Shhh. — La mandó callar ella. Tenía razón. Lo más útil que podía hacer era coger papel y pluma y apuntar lo que ellos leyeran. Pero hasta ella lo había reconocido. Era la palabra para “siete” que en runa celta era, literalmente, “cuatro más tres”. — Como los dioses… — Murmuró. — ¡Eso es! — Dijo Nancy levantándose de golpe y señalándola. — Es una referencia a que ellos son un todo. Es más, nada está completo si no están todos y cada uno de ellos, con sus virtudes y sus enseñanzas. — Miró a las runas de alrededor que ya estaban de antes. — ¿Veis algo más? — Alice se levantó y paseó la roca. No veía ninguna otra runa iluminada, pero quizá es que había salido alguna y no se había iluminado. La magia era tan poderosa que casi podría tocarse en el aire, que se había vuelto casi espeso, como una atmósfera paralela. Pero en lo que estaba andando, por algún motivo, miró al suelo. — ¡NANCY! ¡MARCUS! — Se dedicó a apartar la hierba y la tierra para descubrir una piedra que, incrustada en el suelo, brillaba con otra runa. — ¿Qué pone? No entiendo la palabra. — Falias. Ahora mismo no sé… — Nancy estaba demasiado emocionada. — Hay que seguir mirando por el suelo. ¡Por si se apagan! — Corrieron por los alrededores y encontraron cinco piedras más también semienterradas, pero en ninguna brillaba una runa. Estaban tan acelerados y excitados por lo que acababan de ver que estaba segura que ninguno de los tres podía pensar con claridad. Volvieron a la roca, volvieron a revisar todas las runas, pero ya estaban aturullados. — Igual hay que hacer otra transmutación para que se enciendan las demás. — No, no, no nos arriesguemos. — Dijo Nancy, levantando una mano, sin dejar de mirar fijamente la roca. Y entonces se acercó. — Rinceoir… — Puso el dedo la runa que habían visto también en la cueva, que aquí aparecía en un guirigay entre otras. — Nunca me había fijado en si este rinceoir era danzante… No conozco tan bien esta roca, y siempre había interpretado esta runa en contexto con las demás, y ahora… Es muy posible que… También se moviera. — Se mordió el labio inferior y susurró. — ¿Y ahora qué quieres decirnos…? — La chica achicó los ojos y finalmente dijo. — Una batalla… Una batalla de espadas. Los druidas distinguían siempre las armas. Batalla de espadas entre el bien y el mal… Y ahora aquí hogar… ¿Qué infiernos? — Dejó salir el aire entre los labios y dijo. — ¿Qué dijiste tú, Marcus? Que el sol y la luna también son entendidos como antagonistas, ¿no? La luz y la oscuridad, y un eclipse podría ser esa misma batalla… — Les miró a ambos. — Todo nos lleva de vuelta al eclipse, es el único sentido que le veo. Y si rinceoir ha aparecido aquí y en la cueva, lo único que se me ocurre es volver a ella y esperar a verlo. Y si no, pues volveremos aquí y lo intentaremos otra vez. — Mientras Nancy hablaba, Alice terminó de registrarlo todo por escrito: el aspecto de la roca, las runas, incluso había hecho un dibujo de la posición de las mismas y de las misteriosas piedras del suelo. Cuando terminó, miró a Marcus. — Podemos aprovechar para ir a casa, cenar con los abuelos y que invent… Elabores — rectificó ella sola —, una excusa creíble para el abuelo para que salgamos a ver el eclipse esta noche. — Se encogió de hombros. — O podemos escaparnos estilo Gallia, pero supongo que prefieres lo primero. —
De nuevo, las runas, tan claras como siempre. Pero su novio sacó esa vena que mezclaba Ravenclaw y Slytherin, y ella se limitó a observar con media sonrisilla y alzó la ceja cuando dijo lo de alguien poderoso. — Qué suerte la nuestra entonces, ¿no? — Preguntó con tonito retador. Aquel era el terreno de Marcus de sobra y largo. Nancy, de todas formas, como buena investigadora terca que era, no se dejó impresionar por todo aquello y no se comprometía con nada. Ya, como tus runas, pero pretendemos resolverlas, se encontró pensando. Es que la ambigüedad le ponía muy nerviosa.
Levantó la cabeza cuando dijo lo de la magia ancestral, pero ahí su respuesta hubiera sido la de Nancy. Ninguno sabía, y menos después de haber visto cómo la manejaba Albus. Pero entonces Marcus dijo lo de la alquimia y le dieron ganas hasta de pegarse en la frente. Miró a Nancy. — Mira, qué rabia, eh. Con lo mal que se me dan las runas, ya se me podía haber ocurrido a mí lo de la alquimia. — Dirigió los ojos, estrechos, hacia Marcus. — Si es que esto es lo suyo. — Dijo con tono picajoso, pero él sabía lo muchísimo que ella le gustaba ver ese despliegue de inteligencia. Ahora lo que sentía era más bien una bandada de mariposas en el estómago más relacionadas con la incertidumbre y la curiosidad que otra cosa. Se acercó a Marcus por detrás y observó su círculo. Desde luego, ya que tenía que empezar de cero y sin la más mínima idea, mejor empezar por lo primero, una calcinación. — Esto para que el abuelo diga que no practicamos. De aquí al examen de cabeza. — Le animó, porque le veía dubitativo. Y no era para menos, intentaban tomárselo a la ligera, pero lo cierto es que tampoco tenían ni idea de qué hacer si activaban… Algo.
Y vaya si se activó. Fue hacer la calcinación y apareció una nueva runa. Alice se tiró de rodillas delante, parpadeando. — ¿La habías visto antes? — Preguntó a la chica. — Shhh. — La mandó callar ella. Tenía razón. Lo más útil que podía hacer era coger papel y pluma y apuntar lo que ellos leyeran. Pero hasta ella lo había reconocido. Era la palabra para “siete” que en runa celta era, literalmente, “cuatro más tres”. — Como los dioses… — Murmuró. — ¡Eso es! — Dijo Nancy levantándose de golpe y señalándola. — Es una referencia a que ellos son un todo. Es más, nada está completo si no están todos y cada uno de ellos, con sus virtudes y sus enseñanzas. — Miró a las runas de alrededor que ya estaban de antes. — ¿Veis algo más? — Alice se levantó y paseó la roca. No veía ninguna otra runa iluminada, pero quizá es que había salido alguna y no se había iluminado. La magia era tan poderosa que casi podría tocarse en el aire, que se había vuelto casi espeso, como una atmósfera paralela. Pero en lo que estaba andando, por algún motivo, miró al suelo. — ¡NANCY! ¡MARCUS! — Se dedicó a apartar la hierba y la tierra para descubrir una piedra que, incrustada en el suelo, brillaba con otra runa. — ¿Qué pone? No entiendo la palabra. — Falias. Ahora mismo no sé… — Nancy estaba demasiado emocionada. — Hay que seguir mirando por el suelo. ¡Por si se apagan! — Corrieron por los alrededores y encontraron cinco piedras más también semienterradas, pero en ninguna brillaba una runa. Estaban tan acelerados y excitados por lo que acababan de ver que estaba segura que ninguno de los tres podía pensar con claridad. Volvieron a la roca, volvieron a revisar todas las runas, pero ya estaban aturullados. — Igual hay que hacer otra transmutación para que se enciendan las demás. — No, no, no nos arriesguemos. — Dijo Nancy, levantando una mano, sin dejar de mirar fijamente la roca. Y entonces se acercó. — Rinceoir… — Puso el dedo la runa que habían visto también en la cueva, que aquí aparecía en un guirigay entre otras. — Nunca me había fijado en si este rinceoir era danzante… No conozco tan bien esta roca, y siempre había interpretado esta runa en contexto con las demás, y ahora… Es muy posible que… También se moviera. — Se mordió el labio inferior y susurró. — ¿Y ahora qué quieres decirnos…? — La chica achicó los ojos y finalmente dijo. — Una batalla… Una batalla de espadas. Los druidas distinguían siempre las armas. Batalla de espadas entre el bien y el mal… Y ahora aquí hogar… ¿Qué infiernos? — Dejó salir el aire entre los labios y dijo. — ¿Qué dijiste tú, Marcus? Que el sol y la luna también son entendidos como antagonistas, ¿no? La luz y la oscuridad, y un eclipse podría ser esa misma batalla… — Les miró a ambos. — Todo nos lleva de vuelta al eclipse, es el único sentido que le veo. Y si rinceoir ha aparecido aquí y en la cueva, lo único que se me ocurre es volver a ella y esperar a verlo. Y si no, pues volveremos aquí y lo intentaremos otra vez. — Mientras Nancy hablaba, Alice terminó de registrarlo todo por escrito: el aspecto de la roca, las runas, incluso había hecho un dibujo de la posición de las mismas y de las misteriosas piedras del suelo. Cuando terminó, miró a Marcus. — Podemos aprovechar para ir a casa, cenar con los abuelos y que invent… Elabores — rectificó ella sola —, una excusa creíble para el abuelo para que salgamos a ver el eclipse esta noche. — Se encogió de hombros. — O podemos escaparnos estilo Gallia, pero supongo que prefieres lo primero. —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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Freyja
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Rinceoir Con Alice | En Irlanda | 19 de noviembre de 2002 |
Los siete dioses, claro. Tenía todo el sentido del mundo. De nuevo, estaban ante una runa que sí, tenía sentido si se lo querían dar, la cuestión era si la estaban interpretando bien, si eso les llevaría alguna parte. En esos momentos, tenían las mismas posibilidades de estar a dos minutos de resolverlo, que de estar solo en uno de los miles afluentes posibles y no dar nunca con la clave. Siguió mirando con atención, buscando, hasta que Alice dio con la clave. Corrió hacia donde ella señalaba y observó boquiabierto.
¿Podían volver a desaparecer? Tenía sentido, porque dudaba que fueran los primeros en haberlas activado y estaban ocultas cuando llegaron. La cuestión era cuánto tardaban en desaparecer... y cuántas más habría que no se habían activado con su transmutación, sino que lo harían con otra. Intentaba leer a toda velocidad, traducir, conectar. - Mira esta, Nancy. - Señaló, con la respiración agitada. - No tiene sentido. - Esa palabra tiene como cinco significados distintos. - ¿¿Cinco?? ¿¿Y a cuál se refiere?? - ¡No lo sé! Tiene que estar descontextualizada. O a saber si es un término tan antiguo que no estamos contando con el significado que le puso quien lo escribió. - Se frotó la frente y el pelo. Aquello era una locura interminable. De hecho... - No vamos a aclarar esto hoy... - Susurró para sí. Era imposible. Ahora entendía los años de investigación de Nancy. Y lo que le quedaba.
Y entonces, Nancy encontró la runa del bailarín que dejaron en la cueva, repetida. Se colocó junto a ella, mirando con atención. - ¿Puede ser que sea una runa que se traslada al resto de reliquias? - Hipotetizó. - Aunque si eso es así, querría decir que en aquella cueva, hay una reliquia. Aunque si es solo una runa danzante... debería haber solo una, y hay al menos dos. - Pero conforme Nancy traducía, menos sentido tenía aquello, y ahora se sentía como cuando olías muchos perfumes diferentes y llegaba un punto en que no eras capaz de discriminar ninguno: todo estaba mezclado en su cabeza y sentía que ya no veía nada. Era demasiada información nueva y compleja para una sola tarde, y eso que Marcus podía presumir de cerebro privilegiado. Pero aquello era un enigma demasiado complejo para un solo día. Y aún les quedaba el eclipse.
Y hablando del eclipse. Nancy hipotetizaba sobre ello, Alice escribía sin parar, y Marcus pensaba. Pensaba en silencio, ceñudo, mirando a la runa. Hasta que su novia propuso lo de la cena. - No. - Dijo monocorde, sin mover la mirada de donde la tenía. Era consciente de que las dos chicas le habían mirado extrañadas. - No. Tú no vienes, Alice. - Ya sí, la miró. - Tenemos que ver ese eclipse. Sí o sí. - Se puso de pie, porque hasta el momento estaba acuclillado ante la roca. - Si vamos los dos, en la cena nos van a entretener, a convencer de por qué no es buena idea, y no es que nos vayan a impedir venir por la fuerza, pero tratarán de darnos la vuelta, incluso apelarán a nuestros sentimientos o responsabilidad. Y los dos estaremos allí, no tenemos nada que nos ate a volver. No quiero dudas. Quédate aquí. Si voy yo solo, como mínimo tendré que volver a por ti. Si se lo vendo bien, que pienso hacerlo, será absurdo oponérseme y, encima, hacerme venir a buscarte para decirte "Alice, tenemos que irnos a casa". - Negó. - Así que déjalo de mi cuenta. Puedo convencer a mi abuelo solo. - Miró a Nancy. - Voy directamente a casa, para no perder más tiempo. ¿Nos vemos en la cueva entonces? - ¿Sabrás llegar solo? - Descuida. - Dijo sin dar mayor importancia. Tras eso, miró a Alice, sonrió de medio lado y, tras guiñarle un ojo, desapareció de allí.
Nada más abrir la puerta de casa, su abuela, que junto al hombre estaba tranquilamente sentada en la sala de estar, se puso de pie de un saltito. - ¡Ay! ¡Ya podemos cenar! ¿Cómo les ha ido a mis niños la...? - Pero entonces se topó con Marcus en el pasillo, y el verle solo le descuadró la cara. - ¿Y Alice? - Preguntó, mientras trataba de mirar tras él, como si esperara verla entrar. Lawrence se asomó también, y en lo que él se levantaba y acercaba, Marcus empezó su actuación. - Con Nancy. Es que no os lo vais a creer. - Dijo, sonriente. - Le voy a dar una sorpresa. Estábamos ya en una zona tranquila del bosque, charlando, pero me he aparecido aquí con la excusa de que necesitaba ir al baño, porque EVIDENTEMENTE yo en el campo no... - Dijo entre risas. Las miradas de sus abuelos eran escépticas, pero confiaba. Aún no había terminado. - Resulta que esta noche hay un eclipse de luna. - Molly arqueó las cejas y puso una sonrisilla. Vale, primera convencida. Solo quedaba su abuelo, que se mostraba más suspicaz. - Y bueno, ya sabéis... en fin, nos lo habréis oído... que a nosotros nos gusta llamarnos sol y luna y eso. No habíamos caído en lo del eclipse. - Miró a su abuelo. - Es decir, lo sabíamos. Lo de las transmutaciones de poder astrológico, lo comentamos el otro día ¿no? Sí, recuerdo haberlo comentado. - Molly ya había perdido el escepticismo y estaba metida en la historia, pero Lawrence estaba muy callado y serio. - Y hemos pasado por una zona del bosque bonita y... he pensado, podríamos tener un momento más... romántico, distendido. Irlanda en la piel, como diría la abuela. - La mujer soltó un sonidito de adorabilidad, mirando a su marido con ternura, pero no fue correspondida. - Así que he pensado, voy a casa, me llevo unas cosas de cena, y monto un picnic bajo las estrellas. Vemos el eclipse y, cuando acabe, nos venimos. Total, ya no íbamos a estudiar esta noche. Se nos va a hacer un poco tarde, pero no tanto. Puede que... mañana nos levantemos un poco más tarde, pero hay tiempo de sobra, abuelo, ya he pensado hasta cómo podemos reajustar el horario. ¿Qué te parece? Yo creo que le va a encantar. - Y hasta ahí su exposición.
Molly juntó las manos. - Oy, Larry, no podemos decirles que no, con lo enamorados que están mis niños, viviendo Irlanda. ¿A que es precioso? - Y también es mentira. - Respondió Lawrence, automáticamente, muy serio. Le miraba con ojos afilados. Su mujer le miró súbitamente, pero el anciano no quitó la mirada inquisitiva de su nieto. - ¿Ahora me mientes, Marcus? - Tragó saliva. Su abuelo no solía hablarle con tanta severidad, y desde luego, nadie como él para hacerle venirse abajo. Pero ya le había pillado. Negarlo siempre es peor, pensó. Si es que al final era más Gallia de lo que parecía. Soltó aire por la boca y bajó los hombros, hablando con tono resignado. - No es una mentira. No al cien por cien, al menos. - Le miraba con disculpa. - Hay un eclipse, y voy a llevarme la cena para un picnic con Alice, y va a ser romántico, ya nos conoces. La diferencia es que... también está Nancy. Y que vamos a aprovechar para investigar qué ocurre en una cueva que ella tiene en su ruta. - Su abuelo ni parpadeaba ni cambiaba la expresión. Empezaba a darle mal rollo. Intensificó la expresión arrepentida. - Abuelo... - ¿Por qué no me lo has dicho directamente? - ¡Porque pensé que te iba a sentar mal! - Hizo un gesto de obviedad con las manos. - Y a la vista está que te ha sentado mal. - No peor que el hecho de que me mientas. - Fue a hablar, pero su abuela intervino, con tono tranquilo. - Marcus, no mientas más a tu abuelo. Aparte de ser tu abuelo, es tu maestro ahora, y acabas de empezar en esta andadura. Empiézala con buen pie. Ni de niño ha hecho falta decirte esto, no creo que haga falta ahora. Y lo que estás pidiendo, independientemente de que tu abuelo esté más o menos de acuerdo, es en pos del conocimiento, no un crimen. Lo puedes decir sin problema. Y si a tu abuelo no le parece bien, lo hablas con él, y si pone una norma, la acatas, porque insisto: es tu autoridad por partida doble. ¿Estamos? - Marcus asintió, pero miró a Lawrence como un perrillo apaleado. El hombre suspiró. - ¿Prometes que a partir de ahora vas a ir con la verdad por delante? - Asintió rápida y enérgicamente. Sí que parecía un niño pequeño. Molly le dio una palmadita en el hombro y dijo. - Anda, tunante. Te preparo la comida. - Pero, al pasar por su lado, añadió en un susurro. - Dale cariño. Se le va a pasar. - Y se fue.
Lawrence había soltado un resignado suspiro y se iba, a paso lento, de vuelta a la salita. Marcus se quedó mirándole marchar, y cuando el hombre se sentó en el sillón, avanzó él también y se sentó a su lado. - Abuelo... - No vayas a preguntarme si estoy decepcionado contigo, Marcus. No voy a decepcionarme contigo cada vez que hagas algo que no me guste. - Le miró. - Pero nunca, que yo sepa, me habías mentido. - No me voy a justificar, pero abuelo, reconoce que tampoco es una grandísima mentira. Lo de la cena, el eclipse y el estar con Alice es cierto. - Lawrence le miró con los ojos entornados. - ¿Y lo hubieras hecho de no estar la investigación de Nancy, y a saber lo que habéis visto hoy, de por medio? - Agachó la cabeza. Pillado otra vez. - No. - Hubo unos leves instantes de silencio. - Es muy interesante, abuelo. Estamos... viendo cosas que nos conectan con Irlanda, que ayudan a Nancy. ¡Y que pueden aplicarse a la alquimia! He hecho una calcinación en la silla de Ogmios y... - ¿Has estado en la silla de Ogmios? - Marcus parpadeó. - Sí. - Respondió casi temeroso, tras unos segundos. Ahora su abuelo le miraba con cautela. - Marcus... he visto muchos hombres volverse locos por ese sitio. - Fue a hablar, pero el hombre le interrumpió con un gesto de la mano. - No me digas que si no confío en ti. Amo a mi mujer, y a mis hijos, y a mi nieto Alexander, y a toda mi familia. Pero no hay nadie para mí en el mundo tan importante como tú. - Tragó saliva. Ahora tenía ganas de llorar, genial. - Esto no es chantaje emocional, es que tú sabes perfectamente como procesa un Ravenclaw: cuando algo o alguien es importante para él, lo sabe todo sobre ello. Absolutamente todo. Y ni tus padres, ni tu abuela, ni tu novia, te conocen como te conozco yo. Ni tú mismo. - Se acercó a él y le miró a los ojos. - Marcus, prométeme que no vas a perderte en esto. Es peligroso. Es infinito. Nunca lo vas a acabar, no porque no confíe en ti, sino porque no tiene fin. La alquimia es un juego de niños comparada con la magia ancestral para quienes realmente creen en ella, para los que tienen tan solo nociones básicas de ella. No te dejes contaminar. El poder es un caramelo envenenado, Marcus. - Le mantuvo la mirada, conmovido, como siempre que escuchaba la sabiduría de su abuelo. Tras unos instantes, asintió. - Lo tendré en cuenta, abuelo. Te lo prometo. - Se acercó a él y le abrazó, y notó cómo el hombre se desinflaba, devolviéndole el abrazo.
- Tu abuela tiene razón. Tunante. - ¡Au! - Sí, muy bonito pero al final se había llevado la colleja igualmente. Se estaba frotando la nuca cuando llegó la mujer con la comida. - Mira, así me ahorro dártela yo. - La bolsa era tan grande que, cuando le vio la cara a Marcus, se vio obligada a especificar, con un suspiro lleno de reproche. - En el bosque hace frío, señoritos, que no estáis en nada, nada más que estrellas y alquimia y runas y leyendas. Ahí lleváis tres mantitas con un hechizo calefactor, y una cuarta para sentaros encima. Como os sentéis en la hierba... - Soltó una carcajada de superioridad. - Mañana va a estudiar quien yo me sé. Desde la cama y con un resfriado, vais a estudiar. - Gracias. A los dos, sois los mejores. - Repitió el abrazo a su abuelo y le dio otro a su abuela, y un fuerte beso a cada uno, y con la bolsa al hombro salió corriendo de allí, rumbo a la cueva de nuevo.
¿Podían volver a desaparecer? Tenía sentido, porque dudaba que fueran los primeros en haberlas activado y estaban ocultas cuando llegaron. La cuestión era cuánto tardaban en desaparecer... y cuántas más habría que no se habían activado con su transmutación, sino que lo harían con otra. Intentaba leer a toda velocidad, traducir, conectar. - Mira esta, Nancy. - Señaló, con la respiración agitada. - No tiene sentido. - Esa palabra tiene como cinco significados distintos. - ¿¿Cinco?? ¿¿Y a cuál se refiere?? - ¡No lo sé! Tiene que estar descontextualizada. O a saber si es un término tan antiguo que no estamos contando con el significado que le puso quien lo escribió. - Se frotó la frente y el pelo. Aquello era una locura interminable. De hecho... - No vamos a aclarar esto hoy... - Susurró para sí. Era imposible. Ahora entendía los años de investigación de Nancy. Y lo que le quedaba.
Y entonces, Nancy encontró la runa del bailarín que dejaron en la cueva, repetida. Se colocó junto a ella, mirando con atención. - ¿Puede ser que sea una runa que se traslada al resto de reliquias? - Hipotetizó. - Aunque si eso es así, querría decir que en aquella cueva, hay una reliquia. Aunque si es solo una runa danzante... debería haber solo una, y hay al menos dos. - Pero conforme Nancy traducía, menos sentido tenía aquello, y ahora se sentía como cuando olías muchos perfumes diferentes y llegaba un punto en que no eras capaz de discriminar ninguno: todo estaba mezclado en su cabeza y sentía que ya no veía nada. Era demasiada información nueva y compleja para una sola tarde, y eso que Marcus podía presumir de cerebro privilegiado. Pero aquello era un enigma demasiado complejo para un solo día. Y aún les quedaba el eclipse.
Y hablando del eclipse. Nancy hipotetizaba sobre ello, Alice escribía sin parar, y Marcus pensaba. Pensaba en silencio, ceñudo, mirando a la runa. Hasta que su novia propuso lo de la cena. - No. - Dijo monocorde, sin mover la mirada de donde la tenía. Era consciente de que las dos chicas le habían mirado extrañadas. - No. Tú no vienes, Alice. - Ya sí, la miró. - Tenemos que ver ese eclipse. Sí o sí. - Se puso de pie, porque hasta el momento estaba acuclillado ante la roca. - Si vamos los dos, en la cena nos van a entretener, a convencer de por qué no es buena idea, y no es que nos vayan a impedir venir por la fuerza, pero tratarán de darnos la vuelta, incluso apelarán a nuestros sentimientos o responsabilidad. Y los dos estaremos allí, no tenemos nada que nos ate a volver. No quiero dudas. Quédate aquí. Si voy yo solo, como mínimo tendré que volver a por ti. Si se lo vendo bien, que pienso hacerlo, será absurdo oponérseme y, encima, hacerme venir a buscarte para decirte "Alice, tenemos que irnos a casa". - Negó. - Así que déjalo de mi cuenta. Puedo convencer a mi abuelo solo. - Miró a Nancy. - Voy directamente a casa, para no perder más tiempo. ¿Nos vemos en la cueva entonces? - ¿Sabrás llegar solo? - Descuida. - Dijo sin dar mayor importancia. Tras eso, miró a Alice, sonrió de medio lado y, tras guiñarle un ojo, desapareció de allí.
Nada más abrir la puerta de casa, su abuela, que junto al hombre estaba tranquilamente sentada en la sala de estar, se puso de pie de un saltito. - ¡Ay! ¡Ya podemos cenar! ¿Cómo les ha ido a mis niños la...? - Pero entonces se topó con Marcus en el pasillo, y el verle solo le descuadró la cara. - ¿Y Alice? - Preguntó, mientras trataba de mirar tras él, como si esperara verla entrar. Lawrence se asomó también, y en lo que él se levantaba y acercaba, Marcus empezó su actuación. - Con Nancy. Es que no os lo vais a creer. - Dijo, sonriente. - Le voy a dar una sorpresa. Estábamos ya en una zona tranquila del bosque, charlando, pero me he aparecido aquí con la excusa de que necesitaba ir al baño, porque EVIDENTEMENTE yo en el campo no... - Dijo entre risas. Las miradas de sus abuelos eran escépticas, pero confiaba. Aún no había terminado. - Resulta que esta noche hay un eclipse de luna. - Molly arqueó las cejas y puso una sonrisilla. Vale, primera convencida. Solo quedaba su abuelo, que se mostraba más suspicaz. - Y bueno, ya sabéis... en fin, nos lo habréis oído... que a nosotros nos gusta llamarnos sol y luna y eso. No habíamos caído en lo del eclipse. - Miró a su abuelo. - Es decir, lo sabíamos. Lo de las transmutaciones de poder astrológico, lo comentamos el otro día ¿no? Sí, recuerdo haberlo comentado. - Molly ya había perdido el escepticismo y estaba metida en la historia, pero Lawrence estaba muy callado y serio. - Y hemos pasado por una zona del bosque bonita y... he pensado, podríamos tener un momento más... romántico, distendido. Irlanda en la piel, como diría la abuela. - La mujer soltó un sonidito de adorabilidad, mirando a su marido con ternura, pero no fue correspondida. - Así que he pensado, voy a casa, me llevo unas cosas de cena, y monto un picnic bajo las estrellas. Vemos el eclipse y, cuando acabe, nos venimos. Total, ya no íbamos a estudiar esta noche. Se nos va a hacer un poco tarde, pero no tanto. Puede que... mañana nos levantemos un poco más tarde, pero hay tiempo de sobra, abuelo, ya he pensado hasta cómo podemos reajustar el horario. ¿Qué te parece? Yo creo que le va a encantar. - Y hasta ahí su exposición.
Molly juntó las manos. - Oy, Larry, no podemos decirles que no, con lo enamorados que están mis niños, viviendo Irlanda. ¿A que es precioso? - Y también es mentira. - Respondió Lawrence, automáticamente, muy serio. Le miraba con ojos afilados. Su mujer le miró súbitamente, pero el anciano no quitó la mirada inquisitiva de su nieto. - ¿Ahora me mientes, Marcus? - Tragó saliva. Su abuelo no solía hablarle con tanta severidad, y desde luego, nadie como él para hacerle venirse abajo. Pero ya le había pillado. Negarlo siempre es peor, pensó. Si es que al final era más Gallia de lo que parecía. Soltó aire por la boca y bajó los hombros, hablando con tono resignado. - No es una mentira. No al cien por cien, al menos. - Le miraba con disculpa. - Hay un eclipse, y voy a llevarme la cena para un picnic con Alice, y va a ser romántico, ya nos conoces. La diferencia es que... también está Nancy. Y que vamos a aprovechar para investigar qué ocurre en una cueva que ella tiene en su ruta. - Su abuelo ni parpadeaba ni cambiaba la expresión. Empezaba a darle mal rollo. Intensificó la expresión arrepentida. - Abuelo... - ¿Por qué no me lo has dicho directamente? - ¡Porque pensé que te iba a sentar mal! - Hizo un gesto de obviedad con las manos. - Y a la vista está que te ha sentado mal. - No peor que el hecho de que me mientas. - Fue a hablar, pero su abuela intervino, con tono tranquilo. - Marcus, no mientas más a tu abuelo. Aparte de ser tu abuelo, es tu maestro ahora, y acabas de empezar en esta andadura. Empiézala con buen pie. Ni de niño ha hecho falta decirte esto, no creo que haga falta ahora. Y lo que estás pidiendo, independientemente de que tu abuelo esté más o menos de acuerdo, es en pos del conocimiento, no un crimen. Lo puedes decir sin problema. Y si a tu abuelo no le parece bien, lo hablas con él, y si pone una norma, la acatas, porque insisto: es tu autoridad por partida doble. ¿Estamos? - Marcus asintió, pero miró a Lawrence como un perrillo apaleado. El hombre suspiró. - ¿Prometes que a partir de ahora vas a ir con la verdad por delante? - Asintió rápida y enérgicamente. Sí que parecía un niño pequeño. Molly le dio una palmadita en el hombro y dijo. - Anda, tunante. Te preparo la comida. - Pero, al pasar por su lado, añadió en un susurro. - Dale cariño. Se le va a pasar. - Y se fue.
Lawrence había soltado un resignado suspiro y se iba, a paso lento, de vuelta a la salita. Marcus se quedó mirándole marchar, y cuando el hombre se sentó en el sillón, avanzó él también y se sentó a su lado. - Abuelo... - No vayas a preguntarme si estoy decepcionado contigo, Marcus. No voy a decepcionarme contigo cada vez que hagas algo que no me guste. - Le miró. - Pero nunca, que yo sepa, me habías mentido. - No me voy a justificar, pero abuelo, reconoce que tampoco es una grandísima mentira. Lo de la cena, el eclipse y el estar con Alice es cierto. - Lawrence le miró con los ojos entornados. - ¿Y lo hubieras hecho de no estar la investigación de Nancy, y a saber lo que habéis visto hoy, de por medio? - Agachó la cabeza. Pillado otra vez. - No. - Hubo unos leves instantes de silencio. - Es muy interesante, abuelo. Estamos... viendo cosas que nos conectan con Irlanda, que ayudan a Nancy. ¡Y que pueden aplicarse a la alquimia! He hecho una calcinación en la silla de Ogmios y... - ¿Has estado en la silla de Ogmios? - Marcus parpadeó. - Sí. - Respondió casi temeroso, tras unos segundos. Ahora su abuelo le miraba con cautela. - Marcus... he visto muchos hombres volverse locos por ese sitio. - Fue a hablar, pero el hombre le interrumpió con un gesto de la mano. - No me digas que si no confío en ti. Amo a mi mujer, y a mis hijos, y a mi nieto Alexander, y a toda mi familia. Pero no hay nadie para mí en el mundo tan importante como tú. - Tragó saliva. Ahora tenía ganas de llorar, genial. - Esto no es chantaje emocional, es que tú sabes perfectamente como procesa un Ravenclaw: cuando algo o alguien es importante para él, lo sabe todo sobre ello. Absolutamente todo. Y ni tus padres, ni tu abuela, ni tu novia, te conocen como te conozco yo. Ni tú mismo. - Se acercó a él y le miró a los ojos. - Marcus, prométeme que no vas a perderte en esto. Es peligroso. Es infinito. Nunca lo vas a acabar, no porque no confíe en ti, sino porque no tiene fin. La alquimia es un juego de niños comparada con la magia ancestral para quienes realmente creen en ella, para los que tienen tan solo nociones básicas de ella. No te dejes contaminar. El poder es un caramelo envenenado, Marcus. - Le mantuvo la mirada, conmovido, como siempre que escuchaba la sabiduría de su abuelo. Tras unos instantes, asintió. - Lo tendré en cuenta, abuelo. Te lo prometo. - Se acercó a él y le abrazó, y notó cómo el hombre se desinflaba, devolviéndole el abrazo.
- Tu abuela tiene razón. Tunante. - ¡Au! - Sí, muy bonito pero al final se había llevado la colleja igualmente. Se estaba frotando la nuca cuando llegó la mujer con la comida. - Mira, así me ahorro dártela yo. - La bolsa era tan grande que, cuando le vio la cara a Marcus, se vio obligada a especificar, con un suspiro lleno de reproche. - En el bosque hace frío, señoritos, que no estáis en nada, nada más que estrellas y alquimia y runas y leyendas. Ahí lleváis tres mantitas con un hechizo calefactor, y una cuarta para sentaros encima. Como os sentéis en la hierba... - Soltó una carcajada de superioridad. - Mañana va a estudiar quien yo me sé. Desde la cama y con un resfriado, vais a estudiar. - Gracias. A los dos, sois los mejores. - Repitió el abrazo a su abuelo y le dio otro a su abuela, y un fuerte beso a cada uno, y con la bolsa al hombro salió corriendo de allí, rumbo a la cueva de nuevo.
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Ivanka
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Rinceoir Con Marcus | En Irlanda | 13 de noviembre de 2002 |
Las opciones de interpretación no le estaban entusiasmando, y no había contado con la posibilidad de que algo fuera tan antiguo que ni Nancy ni Marcus fueran capaces de dilucidarlo. Bueno, es que no había contado con nada de lo que había pasado allí hoy, la verdad, así que más le valía cambiar el chip. Se quedó pensando en si era posible que la runa les hubiera seguido hasta la roca de Fáil, pero entonces Marcus se puso… En fin, ESE Marcus. Dando órdenes, con un plan, saltándose sus férreos preceptos respecto a la familia. Alzó la mirada y se mordió el labio para evitar la sonrisa más que traviesa que se le acababa de salir. — Estoy de acuerdo, mi amor. — Con todas y cada una de sus palabras, además. — Me sorprende tanta disposición a romper ciertas normas, pero supongo que los pasadizos de Hogwarts o la sección prohibida no eran el estímulo adecuado… — Suerte que Nancy ni estaba en el mismo plano que ellos, claramente pensando en las runas y el eclipse. Se acercó a Marcus y susurró. — Lo dejo de tu cuenta, prefecto. Estoy deseando que llegue la hora del eclipse. — Dijo traviesa. Si es que se volvía loca cuando su novio se ponía así.
Cuando consiguió arrancar a una muy obcecada Nancy de la roca, se aparecieron de nuevo en la cueva y pusieron al día a Albus. — La runa sigue aquí, señorita, no se ha ido a ninguna parte. Si rinceoir sale también en la silla de Ogmios son dos runas, no una que se mueva. — Y ni siquiera sabemos si esa rinceoir se mueve como esta. — Alice suspiró y se cruzó de brazos, dando vueltas por allí. — En dos horas empezará el eclipse y quizá salgamos de dudas. — Pero Nancy estaba dando vueltas sobre sí misma y llevándose las manos a la cabeza. — Es que no tiene sentido. ¿Cómo que Falias? ¿Y si no es nada? Se parece demasiado a Fáil, y estábamos en la silla de Fáil, quizá solo lo hemos leído mal y ya estamos otra vez en un callejón sin salida. — Paró y la miró. — ¿Cuánto más tengo que retroceder para encontrar ese principio? Esto es frustrante. —
Alice dejó unos minutos de silencio, en los que se preguntó dónde estaba Marcus con su labia cuando una Ravenclaw obcecada lo necesitaba, porque ella solo sabía mirar a Nancy con pena y comprensión. Dejó salir el aire por la nariz y trató de pensar. — Pues… A ver… ¿Cuál es el origen de las runas de esta cueva? — Nancy se quedó mirando al suelo. — Una comunidad de druidas que se llamaba Tir Ná nOg. Son los que construyeron la cuna de los gigantes. — Noooo, señorita, eso lo construyeron los gigantes mismos. — Corrigió Albus, pero ante la mirada que le lanzó la mujer volvió a quedarse quiero como un tocón del bosque. — Se abandonó allá por la Edad Media, cuando el mundo mágico empezó a ordenarse, con el Ministerio, la escuela, las varitas… Es lo que pasó con la mayor parte de las aldeas druidas. Se separaron de los magos y quisieron alejarse, agrupando varias pequeñas aldeas en otras más grandes y escondidas. — Alice frunció el ceño. — ¿Por qué? — Porque los druidas creemos que solo debemos usar el poder que la tierra nos ofrece, el que canaliza nuestro cuerpo, no estirar la magia y desconectarnos de lo que está vivo. — Contestó Albus. Alice rio y frunció el ceño. — Nosotros no estamos desconectados de la tierra. — ¿No? ¿Y por qué se suben en las escobas y vuelan? ¿Por qué usan un instrumento y las palabras para manejar la fuerza de la tierra? — Alice balbuceó. — Bueno, en verdad pasa por nuestro cuerpo igualmente. Es… Menos caótico si lo dirige una varita y la escoba solo nos sirve para levitar de forma segura, bueno y eso quien quiere volar y… — No lo intentes. Es la ideología druida. Esa y no acercarse a nosotros, lo cual Albus incumplía mucho. — Alice alzó las manos. — Es que es eso lo que no entiendo. ¿Por qué no trabajar juntos? — Los magos tenemos unas normas que ellos no quieren cumplir. Se les permite vivir así, recluidos en sus aldeas y hacer magia por respeto a ser la gente mágica primigenia, pero les exigen que al menos un tercio de su población asista a Hogwarts. Pero da igual, porque la mayoría prefiere volver a su aldea y no vuelven a tocar una varita. — Bueno, ¿y no sabrán ellos más de las runas? — Nancy asintió lentamente con la mirada perdida y los brazos en las caderas. — Pero son muy reticentes a hablar con nosotros, y menos de runas. Lo consideran una intromisión. Ya ves, a Albus le acabaron echando, entre otras cosas, por eso. — Yo creo que el conocimiento es conocimiento, y me gusta mucho hablar con hechiceros, aunque usen palitos. — Lo que yo te diga, que no ha vuelto a tocar una varita. — Tengo ciento veinte años y en cien de ellos no la he necesitado. — ¿Que tienes ciento veinte años? — Preguntó alucinada. — Sí, los druidas estamos tan conectados a la tierra que vivimos mucho, ella nos cuida y nos sana. — ¿Que os sana la tierra? — No hagas mucho caso a esas cosas… — Aconsejó Nancy, que seguía dando vueltas, así que Alice se guardó la duda para otro momento.
En cuanto Marcus llegó se acercó a él dando saltitos. — ¡Wow! ¡Qué de cosas! Veo que no ha ido muy mal. ¿Se ha tragado el abuelo todo? — Se acercó un poco más. — Nancy está un poquito alterada, creo deberíamos darle un momentito. — Se volvió hacia ella y alzó la voz. — ¡Nance! Vamos a montar las mantas y el picnic que nos han mandado. Puedes volver a la cueva y echar otro vistazo con Albus. Toma los apuntes, se lo puedes explicar. — Dijo tendiéndole todo lo que había escrito. — ¡Vamos, señorita! Podemos comparar las runas de las hojas muertas de la señorita Alice con las de la cueva… — Y no se lo tuvieron que decir dos veces porque allá que se fueron los dos. — Me he llevado una clase de sociología druida que incluye el entender que a Albus no le gusta el papel porque significa matar plantas para hacerlo. — Rio y se puso a montar las mantas y la comida, y, una vez colocado todo, tiró de su novio y dijo. — ¿Imaginaste que esto iba a ser Irlanda? ¿Encontrar algo como… La Silla de Ogmios? No sabía ni quién eran los siete dioses antes de venir aquí y ahora… — Miró a la luna, que ya iba asomando, aunque de momento estaba normal. — Ahora siento que formamos parte de esto… De alguna manera que no sé explicar. — Se inclinó para besar a su novio y susurró. — Y me encanta cuando te metes tanto de lleno en algo y tomas las riendas. — A ver, si les dejaban, Albus y Nancy podían quedarse ahí dentro horas. No era el plan, pero podría aprovechar para tener un momentito con su novio, ¿no?
Cuando consiguió arrancar a una muy obcecada Nancy de la roca, se aparecieron de nuevo en la cueva y pusieron al día a Albus. — La runa sigue aquí, señorita, no se ha ido a ninguna parte. Si rinceoir sale también en la silla de Ogmios son dos runas, no una que se mueva. — Y ni siquiera sabemos si esa rinceoir se mueve como esta. — Alice suspiró y se cruzó de brazos, dando vueltas por allí. — En dos horas empezará el eclipse y quizá salgamos de dudas. — Pero Nancy estaba dando vueltas sobre sí misma y llevándose las manos a la cabeza. — Es que no tiene sentido. ¿Cómo que Falias? ¿Y si no es nada? Se parece demasiado a Fáil, y estábamos en la silla de Fáil, quizá solo lo hemos leído mal y ya estamos otra vez en un callejón sin salida. — Paró y la miró. — ¿Cuánto más tengo que retroceder para encontrar ese principio? Esto es frustrante. —
Alice dejó unos minutos de silencio, en los que se preguntó dónde estaba Marcus con su labia cuando una Ravenclaw obcecada lo necesitaba, porque ella solo sabía mirar a Nancy con pena y comprensión. Dejó salir el aire por la nariz y trató de pensar. — Pues… A ver… ¿Cuál es el origen de las runas de esta cueva? — Nancy se quedó mirando al suelo. — Una comunidad de druidas que se llamaba Tir Ná nOg. Son los que construyeron la cuna de los gigantes. — Noooo, señorita, eso lo construyeron los gigantes mismos. — Corrigió Albus, pero ante la mirada que le lanzó la mujer volvió a quedarse quiero como un tocón del bosque. — Se abandonó allá por la Edad Media, cuando el mundo mágico empezó a ordenarse, con el Ministerio, la escuela, las varitas… Es lo que pasó con la mayor parte de las aldeas druidas. Se separaron de los magos y quisieron alejarse, agrupando varias pequeñas aldeas en otras más grandes y escondidas. — Alice frunció el ceño. — ¿Por qué? — Porque los druidas creemos que solo debemos usar el poder que la tierra nos ofrece, el que canaliza nuestro cuerpo, no estirar la magia y desconectarnos de lo que está vivo. — Contestó Albus. Alice rio y frunció el ceño. — Nosotros no estamos desconectados de la tierra. — ¿No? ¿Y por qué se suben en las escobas y vuelan? ¿Por qué usan un instrumento y las palabras para manejar la fuerza de la tierra? — Alice balbuceó. — Bueno, en verdad pasa por nuestro cuerpo igualmente. Es… Menos caótico si lo dirige una varita y la escoba solo nos sirve para levitar de forma segura, bueno y eso quien quiere volar y… — No lo intentes. Es la ideología druida. Esa y no acercarse a nosotros, lo cual Albus incumplía mucho. — Alice alzó las manos. — Es que es eso lo que no entiendo. ¿Por qué no trabajar juntos? — Los magos tenemos unas normas que ellos no quieren cumplir. Se les permite vivir así, recluidos en sus aldeas y hacer magia por respeto a ser la gente mágica primigenia, pero les exigen que al menos un tercio de su población asista a Hogwarts. Pero da igual, porque la mayoría prefiere volver a su aldea y no vuelven a tocar una varita. — Bueno, ¿y no sabrán ellos más de las runas? — Nancy asintió lentamente con la mirada perdida y los brazos en las caderas. — Pero son muy reticentes a hablar con nosotros, y menos de runas. Lo consideran una intromisión. Ya ves, a Albus le acabaron echando, entre otras cosas, por eso. — Yo creo que el conocimiento es conocimiento, y me gusta mucho hablar con hechiceros, aunque usen palitos. — Lo que yo te diga, que no ha vuelto a tocar una varita. — Tengo ciento veinte años y en cien de ellos no la he necesitado. — ¿Que tienes ciento veinte años? — Preguntó alucinada. — Sí, los druidas estamos tan conectados a la tierra que vivimos mucho, ella nos cuida y nos sana. — ¿Que os sana la tierra? — No hagas mucho caso a esas cosas… — Aconsejó Nancy, que seguía dando vueltas, así que Alice se guardó la duda para otro momento.
En cuanto Marcus llegó se acercó a él dando saltitos. — ¡Wow! ¡Qué de cosas! Veo que no ha ido muy mal. ¿Se ha tragado el abuelo todo? — Se acercó un poco más. — Nancy está un poquito alterada, creo deberíamos darle un momentito. — Se volvió hacia ella y alzó la voz. — ¡Nance! Vamos a montar las mantas y el picnic que nos han mandado. Puedes volver a la cueva y echar otro vistazo con Albus. Toma los apuntes, se lo puedes explicar. — Dijo tendiéndole todo lo que había escrito. — ¡Vamos, señorita! Podemos comparar las runas de las hojas muertas de la señorita Alice con las de la cueva… — Y no se lo tuvieron que decir dos veces porque allá que se fueron los dos. — Me he llevado una clase de sociología druida que incluye el entender que a Albus no le gusta el papel porque significa matar plantas para hacerlo. — Rio y se puso a montar las mantas y la comida, y, una vez colocado todo, tiró de su novio y dijo. — ¿Imaginaste que esto iba a ser Irlanda? ¿Encontrar algo como… La Silla de Ogmios? No sabía ni quién eran los siete dioses antes de venir aquí y ahora… — Miró a la luna, que ya iba asomando, aunque de momento estaba normal. — Ahora siento que formamos parte de esto… De alguna manera que no sé explicar. — Se inclinó para besar a su novio y susurró. — Y me encanta cuando te metes tanto de lleno en algo y tomas las riendas. — A ver, si les dejaban, Albus y Nancy podían quedarse ahí dentro horas. No era el plan, pero podría aprovechar para tener un momentito con su novio, ¿no?
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
- Golden Shields:
Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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- 16 de enero de 2002:
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Freyja
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Rinceoir Con Alice | En Irlanda | 19 de noviembre de 2002 |
Sonrió a Alice con alivio cuando la vio acercarse a él con esos botecitos tan alegres, que le recordaban a su Alice de siempre. - Mantitas calentitas para pasar la noche y comida más que de sobra para los tres... así que también tendremos para Albus. - Comentó, porque por supuesto se había ahorrado convenientemente el dato de que el druida estaba con ellos. Demasiados datos había dado ya y no habían caído del todo bien, así que mejor dosificar la información. A la pregunta puso una mueca en los labios y ladeó varias veces la cabeza. - Pues... no. Me ha pillado de lleno. - Se rascó la nuca, avergonzado. - Me he llevado una buena reprimenda... - La miró de nuevo y se encogió de hombros. - Pero ha accedido, que es lo importante. Si le das a elegir, preferiría tenernos allí acostados para madrugar mañana a tope para el taller, pero bueno. Me ha hecho prometerle que no se nos iba a ir mucho la cabeza con esto y que íbamos a estar centrados en el estudio y con eso, bien. - Puede que no hubiera sido textualmente así, pero no quería verbalizar una posible locura por poderes y la consecuente preocupación de su abuelo con ello. Le parecía un tanto exagerado. Lo dicho, información debidamente dosificada.
Miró desde su lugar a Nancy. Sí que se la veía tensa. Puso expresión comprensiva. - La entiendo. Esto es... Esto es enorme, Alice. Es de una envergadura... Cuesta procesarlo. No sé cómo estás tú, pero yo... hay cosas que... Casi no me lo creo. Podemos estar ante algo muy grande. Y ella lleva desde que salió del colegio dedicada a investigar esto, y... - Suspiró. ¿Y si al final no era nada, y había tirado esos años y esfuerzos a la basura? O quizás, él así lo creía, sí que era algo, pero a lo mejor estaba muy lejos, o incluso caminando en otra dirección. La investigación en algo tan desconocido podía llegar a ser muy frustrante.
Sonrió desde su postura mientras Alice le proponía montar ellos la cena. Lo de las hojas muertas le hizo poner cara de no comprender, hasta que Alice lo explicó. Se tuvo que reír. - A ver, no es mentira. - Comentó, negando y preparando el entorno. - En el fondo... me da ternura ese hombre. ¿Qué edad tendrá? Mínimo la de mi abuelo. Quizás hasta iban juntos al colegio. - Ya con todo colocado, se dejó sentar por Alice, mirándola con una sonrisa enamorada. Al igual que ella, miró hacia la luna, pensativo, y negó con la cabeza. - Siempre supe que Irlanda irradiaba magia. Conocía la mitología por mi abuela, no tan en profundidad, pero la conocía. Pero lo de las reliquias... Solo eran leyendas. Así lo entendí yo. Pensar que puedan ser halladas de forma física... Que esto es tan... grandioso. - Era sobrecogedor, ciertamente, pero le emocionaba. Recibió el beso de Alice y sonrió, reclinándose un poco en la manta. - Te he visto muy obediente a mis directrices, Gallia. Y no dirás que es la primera vez que me pongo serio o erudito. En Hogwarts no me hacías ni caso. Creo que la insignia, contigo, me quitaba autoridad en vez de dármela. - Bromeó.
Después se dejó caer en la manta, mirando a la luna. - Esto es bonito... Me gusta. - La miró, acercando su mano a la de ella para acariciarla con cariño. - Me gusta estar aquí contigo. Me gusta no dejar de descubrir cosas contigo. Y mira... - Se encogió de hombros. - Quizás lo del eclipse no es nada, solo una... ilusión de ese señor tan raro que parece un árbol con patas. - Se acercó un poco a ella. - Pero le he dicho a mis abuelos que mi plan era montar un picnic romántico sorpresa para ti por el eclipse. Y mi abuela me ha creído y ha dicho que éramos monísimos y todo eso, que lo somos. - Siguió bromeando. - Mi abuelo me ha dicho en mi cara que le estaba mintiendo. Vamos, que no ha colado. Pero... ciertamente, no era cien por cien mentira. - Sonrió. - Puede que en... ¿diez minutos? Tengamos aquí a una antropóloga hiperalterada y a un druida excéntrico rompiendo todo posible romanticismo, pero... nos queda mucho que investigar, descubrir y estudiar. ¿Qué te parece, Gallia, diez minutos de picnic romántico bajo las estrellas? - Arqueó las cejas. - No te pensarás que estas cosas solo se hacían en La Provenza ¿no? Yo también sé escaparme contigo con una mantita y estrellitas. - Puso la cabeza en un ángulo muy gracioso y esbozó una sonrisa infantil. - Ya solo me falta el beso. -
Miró desde su lugar a Nancy. Sí que se la veía tensa. Puso expresión comprensiva. - La entiendo. Esto es... Esto es enorme, Alice. Es de una envergadura... Cuesta procesarlo. No sé cómo estás tú, pero yo... hay cosas que... Casi no me lo creo. Podemos estar ante algo muy grande. Y ella lleva desde que salió del colegio dedicada a investigar esto, y... - Suspiró. ¿Y si al final no era nada, y había tirado esos años y esfuerzos a la basura? O quizás, él así lo creía, sí que era algo, pero a lo mejor estaba muy lejos, o incluso caminando en otra dirección. La investigación en algo tan desconocido podía llegar a ser muy frustrante.
Sonrió desde su postura mientras Alice le proponía montar ellos la cena. Lo de las hojas muertas le hizo poner cara de no comprender, hasta que Alice lo explicó. Se tuvo que reír. - A ver, no es mentira. - Comentó, negando y preparando el entorno. - En el fondo... me da ternura ese hombre. ¿Qué edad tendrá? Mínimo la de mi abuelo. Quizás hasta iban juntos al colegio. - Ya con todo colocado, se dejó sentar por Alice, mirándola con una sonrisa enamorada. Al igual que ella, miró hacia la luna, pensativo, y negó con la cabeza. - Siempre supe que Irlanda irradiaba magia. Conocía la mitología por mi abuela, no tan en profundidad, pero la conocía. Pero lo de las reliquias... Solo eran leyendas. Así lo entendí yo. Pensar que puedan ser halladas de forma física... Que esto es tan... grandioso. - Era sobrecogedor, ciertamente, pero le emocionaba. Recibió el beso de Alice y sonrió, reclinándose un poco en la manta. - Te he visto muy obediente a mis directrices, Gallia. Y no dirás que es la primera vez que me pongo serio o erudito. En Hogwarts no me hacías ni caso. Creo que la insignia, contigo, me quitaba autoridad en vez de dármela. - Bromeó.
Después se dejó caer en la manta, mirando a la luna. - Esto es bonito... Me gusta. - La miró, acercando su mano a la de ella para acariciarla con cariño. - Me gusta estar aquí contigo. Me gusta no dejar de descubrir cosas contigo. Y mira... - Se encogió de hombros. - Quizás lo del eclipse no es nada, solo una... ilusión de ese señor tan raro que parece un árbol con patas. - Se acercó un poco a ella. - Pero le he dicho a mis abuelos que mi plan era montar un picnic romántico sorpresa para ti por el eclipse. Y mi abuela me ha creído y ha dicho que éramos monísimos y todo eso, que lo somos. - Siguió bromeando. - Mi abuelo me ha dicho en mi cara que le estaba mintiendo. Vamos, que no ha colado. Pero... ciertamente, no era cien por cien mentira. - Sonrió. - Puede que en... ¿diez minutos? Tengamos aquí a una antropóloga hiperalterada y a un druida excéntrico rompiendo todo posible romanticismo, pero... nos queda mucho que investigar, descubrir y estudiar. ¿Qué te parece, Gallia, diez minutos de picnic romántico bajo las estrellas? - Arqueó las cejas. - No te pensarás que estas cosas solo se hacían en La Provenza ¿no? Yo también sé escaparme contigo con una mantita y estrellitas. - Puso la cabeza en un ángulo muy gracioso y esbozó una sonrisa infantil. - Ya solo me falta el beso. -
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Ivanka
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Rinceoir Con Marcus | En Irlanda | 13 de noviembre de 2002 |
No le vendría mal la comida a Albus, aunque habría que ver su postura respecto a qué era aceptable comer y qué no para un druida. Respecto a lo de que le habían pillado, Alice no pudo evitar reírse y rodear a su novio con el brazo. — Puede pasar. Especialmente la primera vez que lo intentas. Poco a poco te enseñaré a ser más Gallia, mi amor. — Entornó los ojos a lo de que preferiría tenerlos allí. — ¿Qué podemos esperar? Tiene la edad que tiene, ya no está para abrir la mente. Pero nosotros acabamos de empezar el camino, y yo necesito profundizar en todo esto de la magia ancestral aprovechando que estamos aquí y que aún no nos importa montar picnics en pleno noviembre. —
Cuando empezó a hablar de la grandeza de todo ello, Alice se dedicó simplemente a mirarle con adoración y asentir a cada una de sus palabras. — ¿Que cómo estoy? Marcus, hace un año ni siquiera creía que pudiera ser alquimista, y esto puede ser más incluso que alquimia, puede ser algo que nadie más haya descubierto en… Cientos de años. — Miró también hacia la cueva. — Si al final resulta no ser nada… Al menos sabrá que tiene que dirigir sus estudios en otra dirección, y aún no es demasiado tarde para ella. Tiene una mente Ravenclaw magnífica, solamente está estancada, y si esto nos sirve para descartar algo que no existe pues… También será beneficioso. — Aunque sabía que eso se veía más fácil desde su orilla que desde la de Nancy, que llevaba ocho años trabajando en todo aquello. Cuando se refirió a Albus se tuvo que reír, porque el dato le iba a dejar muerto. — ¿Y si te dijera que podría ser el abuelo de tu abuelo? — Volvió a reír y señaló en su dirección. — Según él mismo, tiene ciento veinte años, ni más ni menos. Y, también en sus propias palabras, lleva cien sin tocar una varita. No sé hasta qué punto será verdad, pero en fin… Es para plantearse qué es lo que hacen los druidas para mantenerse así. También ha dicho algo de que la tierra les sana, y eso me puede inspirar, la verdad. — No, si es que no llevaban ni veinte días en Irlanda y eso estaba siendo la mayor aventura intelectual de sus vidas. — Reliquias de dioses… Quién nos hubiera dicho que tendríamos que plantearnos algo así… — Susurró, soñadora.
Sonrió a lo de las aventuras y se dejó acariciar y besar, sin dejar de mirarle y apartando los rizos de su frente como hacía siempre. — Nada es más bonito que esto. — Rio a lo del eclipse. — Puede ser. Pero, sea como sea, no vamos a olvidar esta noche. — Soltó una carcajada a la gran pillada que había hecho el abuelo. — Y creo que a la abuela no se la has dado tampoco, pero hay muchas veces que prefiere simplemente creerse las cosas. — Acarició su mejilla y se pegó más a él por la manta. — Pues claro que no era mentira. Diez minutos en este sitio es algo así como diez meses en la vida real. — Le encantaba estar así, riéndose, juntos, aunque fuera en la fría noche irlandesa de aquel bosque. — Es la versión O’Donnell de aquel momentazo en La Provenza. En vez de pedir deseos a las perseidas en la playa, venimos a destapar una antigua leyenda en el bosque bajo un eclipse. — Y ya sí se dejó caer en brazos de su novio, besándose y acariciando su mejilla. — ¿No es esto un eclipse al fin y al cabo? — Dijo entre risas y besos, atrayéndole contra sí, como si pudiera deshacer el lío de ropa y mantas y simplemente sentirse piel con piel. — Olvídate de la chapita de prefecto y sigue dándome todas la directrices que quieras. Me encanta. — Dijo en jadeo agitado, antes de seguir besándole y acariciándole.
Efectivamente, el momento no duró mucho más, y menos mal que Nancy y Albus anunciaron su llegada a base de una discusión a gritos sobre lo que podía significar “Falias”, así que su actividad se redujo a darles mantas a ambos, mientras Marcus y ella compartían una y a repartir la comida, hablando de lo que unos y otros podían comer. — ¡Uh! A los druidas nos encantan los guisos. — ¿Aunque lleven carne o pescado? — ¡Pues claro! La naturaleza alimenta y sana a todos los seres vivos, aunque sea a base de otros. Lo que no vemos tan bien es matar plantitas para escribir algo que se puede grabar en las rocas. Además como os empeñáis en escribirlo todo en vez de dejar entender las cosas… — Sí, así nos va luego a los demás. — Dijo Nancy con amargura, mientras miraba y masticaba la empanada. Alice volvió mirar los papeles por encima mientras se comía un trozo de bizcocho y bebía café de una botella alquímica que había hecho Lawrence de joven para mantener el calor. — Rinceoir aquí está en la caza… ¿Sabes por casualidad cuánto tiempo lleva en la escena de caza? — Le preguntó a Albus. — La señorita Nancy siempre la llama escena de caza, pero a Albus le parece más una batalla… — Batalla, con espadas se escribe diferente. — Ya, señorita, pero las runas no siempre dicen lo que está estrictamente escrito, pero Albus siempre ha pensado que eso es una batalla, es más, los druidas no tenemos runa para valentía, porque se implica en el honor, y cuando cazamos, lo hacemos con honor, por lo que implica valentía… — Alice se quedó mirando la luna, intentando unir los puntos en su cabeza. Todo eso del honor y la valentía. — Qué Gryffindor suena… — Pero Ogmios no parecía muy Gryffindor, desde luego, y rinceoir también había aparecido en su piedra… Cogió los papeles y revisó. Lumbre. Lumbre… ¿Cómo podía relacionarse eso? — Nancy… El dios asociado a algo como la valentía y todo eso es Nuada ¿no? — Sí. — ¿Y qué puede tener que ver eso con una lumbre? — La chica la miró extrañada. — Pues nada, a priori, la verdad. Nuada es un dios guerrero, además guerrero bruto, pura fuerza. La llama siempre se asocia al conocimiento… — Pero no es “llama” es “lumbre” tú misma lo dijiste. — Nancy se encogió de hombros. — Ya te lo ha dicho Albus, las runas no son literales casi nunca. — Pero una llama es una cosa y una lumbre es otra en cuanto a significado. O sea, rinceoir parece que puede estar refiriéndose aquí a Nuada por la lucha, y en la roca de Faíl aparece con la lumbre… Una lumbres es algo más como de… Un hogar, ¿no? — Y entonces Nancy dio un saltito en su sitio. — Espera, espera… Hogar. Eire es la diosa del hogar, la esposa de Nuada… — Se apoyó el puño cerrado delante de la boca. — ¿Puede ser que rinceoir nos esté señalando en la dirección de Nuada y Eire… ¿Creéis que puede ser que intenta darnos pistas de dónde están las reliquias? — Albus asintió lentamente. — Eso se lo he dicho yo siempre, señorita… que los druidas no saben dónde están. Bueno no lo saben ahora, lo supieron, y dejaron pistas en las runas… — Señaló al cielo. — Cuando empiece el eclipse… Tendremos más respuestas. —
Cuando empezó a hablar de la grandeza de todo ello, Alice se dedicó simplemente a mirarle con adoración y asentir a cada una de sus palabras. — ¿Que cómo estoy? Marcus, hace un año ni siquiera creía que pudiera ser alquimista, y esto puede ser más incluso que alquimia, puede ser algo que nadie más haya descubierto en… Cientos de años. — Miró también hacia la cueva. — Si al final resulta no ser nada… Al menos sabrá que tiene que dirigir sus estudios en otra dirección, y aún no es demasiado tarde para ella. Tiene una mente Ravenclaw magnífica, solamente está estancada, y si esto nos sirve para descartar algo que no existe pues… También será beneficioso. — Aunque sabía que eso se veía más fácil desde su orilla que desde la de Nancy, que llevaba ocho años trabajando en todo aquello. Cuando se refirió a Albus se tuvo que reír, porque el dato le iba a dejar muerto. — ¿Y si te dijera que podría ser el abuelo de tu abuelo? — Volvió a reír y señaló en su dirección. — Según él mismo, tiene ciento veinte años, ni más ni menos. Y, también en sus propias palabras, lleva cien sin tocar una varita. No sé hasta qué punto será verdad, pero en fin… Es para plantearse qué es lo que hacen los druidas para mantenerse así. También ha dicho algo de que la tierra les sana, y eso me puede inspirar, la verdad. — No, si es que no llevaban ni veinte días en Irlanda y eso estaba siendo la mayor aventura intelectual de sus vidas. — Reliquias de dioses… Quién nos hubiera dicho que tendríamos que plantearnos algo así… — Susurró, soñadora.
Sonrió a lo de las aventuras y se dejó acariciar y besar, sin dejar de mirarle y apartando los rizos de su frente como hacía siempre. — Nada es más bonito que esto. — Rio a lo del eclipse. — Puede ser. Pero, sea como sea, no vamos a olvidar esta noche. — Soltó una carcajada a la gran pillada que había hecho el abuelo. — Y creo que a la abuela no se la has dado tampoco, pero hay muchas veces que prefiere simplemente creerse las cosas. — Acarició su mejilla y se pegó más a él por la manta. — Pues claro que no era mentira. Diez minutos en este sitio es algo así como diez meses en la vida real. — Le encantaba estar así, riéndose, juntos, aunque fuera en la fría noche irlandesa de aquel bosque. — Es la versión O’Donnell de aquel momentazo en La Provenza. En vez de pedir deseos a las perseidas en la playa, venimos a destapar una antigua leyenda en el bosque bajo un eclipse. — Y ya sí se dejó caer en brazos de su novio, besándose y acariciando su mejilla. — ¿No es esto un eclipse al fin y al cabo? — Dijo entre risas y besos, atrayéndole contra sí, como si pudiera deshacer el lío de ropa y mantas y simplemente sentirse piel con piel. — Olvídate de la chapita de prefecto y sigue dándome todas la directrices que quieras. Me encanta. — Dijo en jadeo agitado, antes de seguir besándole y acariciándole.
Efectivamente, el momento no duró mucho más, y menos mal que Nancy y Albus anunciaron su llegada a base de una discusión a gritos sobre lo que podía significar “Falias”, así que su actividad se redujo a darles mantas a ambos, mientras Marcus y ella compartían una y a repartir la comida, hablando de lo que unos y otros podían comer. — ¡Uh! A los druidas nos encantan los guisos. — ¿Aunque lleven carne o pescado? — ¡Pues claro! La naturaleza alimenta y sana a todos los seres vivos, aunque sea a base de otros. Lo que no vemos tan bien es matar plantitas para escribir algo que se puede grabar en las rocas. Además como os empeñáis en escribirlo todo en vez de dejar entender las cosas… — Sí, así nos va luego a los demás. — Dijo Nancy con amargura, mientras miraba y masticaba la empanada. Alice volvió mirar los papeles por encima mientras se comía un trozo de bizcocho y bebía café de una botella alquímica que había hecho Lawrence de joven para mantener el calor. — Rinceoir aquí está en la caza… ¿Sabes por casualidad cuánto tiempo lleva en la escena de caza? — Le preguntó a Albus. — La señorita Nancy siempre la llama escena de caza, pero a Albus le parece más una batalla… — Batalla, con espadas se escribe diferente. — Ya, señorita, pero las runas no siempre dicen lo que está estrictamente escrito, pero Albus siempre ha pensado que eso es una batalla, es más, los druidas no tenemos runa para valentía, porque se implica en el honor, y cuando cazamos, lo hacemos con honor, por lo que implica valentía… — Alice se quedó mirando la luna, intentando unir los puntos en su cabeza. Todo eso del honor y la valentía. — Qué Gryffindor suena… — Pero Ogmios no parecía muy Gryffindor, desde luego, y rinceoir también había aparecido en su piedra… Cogió los papeles y revisó. Lumbre. Lumbre… ¿Cómo podía relacionarse eso? — Nancy… El dios asociado a algo como la valentía y todo eso es Nuada ¿no? — Sí. — ¿Y qué puede tener que ver eso con una lumbre? — La chica la miró extrañada. — Pues nada, a priori, la verdad. Nuada es un dios guerrero, además guerrero bruto, pura fuerza. La llama siempre se asocia al conocimiento… — Pero no es “llama” es “lumbre” tú misma lo dijiste. — Nancy se encogió de hombros. — Ya te lo ha dicho Albus, las runas no son literales casi nunca. — Pero una llama es una cosa y una lumbre es otra en cuanto a significado. O sea, rinceoir parece que puede estar refiriéndose aquí a Nuada por la lucha, y en la roca de Faíl aparece con la lumbre… Una lumbres es algo más como de… Un hogar, ¿no? — Y entonces Nancy dio un saltito en su sitio. — Espera, espera… Hogar. Eire es la diosa del hogar, la esposa de Nuada… — Se apoyó el puño cerrado delante de la boca. — ¿Puede ser que rinceoir nos esté señalando en la dirección de Nuada y Eire… ¿Creéis que puede ser que intenta darnos pistas de dónde están las reliquias? — Albus asintió lentamente. — Eso se lo he dicho yo siempre, señorita… que los druidas no saben dónde están. Bueno no lo saben ahora, lo supieron, y dejaron pistas en las runas… — Señaló al cielo. — Cuando empiece el eclipse… Tendremos más respuestas. —
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Rinceoir Con Alice | En Irlanda | 19 de noviembre de 2002 |
Cientos de años. Le recorrían escalofríos por todo el cuerpo de pensar que, en solo meses después de dejar el colegio, ya podían estar ante un descubrimiento así, y en una tierra tan llena de magia como Irlanda que, para más señas, era la originaria de su padre y sus abuelos. Estaba en sus ensoñaciones, escuchando a Alice, cuando el dato de la edad de Albus le hizo mirarla con la boca abierta hasta el suelo. - No. - Fue lo primero que se le ocurrió decir. - ¿¿En serio?? ¿Ciento veinte años? - Soltó una carcajada. - A ver, que siempre se ha dicho que los magos duramos más que los muggles, y precisamente entre los alquimistas los hay bastante longevos... ¿¿Pero ciento veinte años... viviendo...así?? - Él no duraría ni dos días. Miró a Alice con los ojos entornados. - ¿Será que la magia ancestral es... sanadora? Porque dudo que sea un elixir, pero... Es cierto que hay leyendas llenas de personas con cientos de años. Pero siempre las tomé como leyendas. Quizás no cientos, pero sí más de lo normal, y que eso lo haga la magia de la tierra. - Mirando a la nada, pensativo, arqueó las cejas y ladeó varias veces la cabeza. - O eso o a Albus se le han ido los números de las manos con tanto tiempo en el bosque. Aunque al menos el calendario de eclipses parece que lo tiene bastante controlado. - Bromeó.
La miró, sonriendo con adoración. No iban a olvidar esa noche, para nada, ocurriera lo que ocurriera en el eclipse. - ¿Diez meses? Hmm, ¿eso es que se te hace largo porque tienes frío? - Volvió a tontear, riendo. - A mí diez minutos contigo siempre se me hacen como diez segundos. Sea como sea. - Alzó la barbilla con una infantil expresión orgullosa. - Los O'Donnell todo lo hacemos así de mágico, especial y didáctico. - Rio. - ¿Qué te parece? El día de mañana... - Hizo un cartel con las manos. - "La noche en que el matrimonio O'Donnell, a la tierna edad de dieciocho años, descubrió uno de los mayores misterios de la humanidad mientras hacía un inocente picnic. Historia de una genialidad." - Y volvió a reír con ella, tumbado a su lado, porque nadie como Alice para oír sus tontas grandilocuencias. Y tras esa tontería, se enredó con ella. - Tú y yo hacemos el mejor eclipse del mundo... Que no se entere Albus. - Rio de nuevo y se dedicaron a besarse y abrazarse, como si estuvieran solos. Lo estaban, pero no por mucho tiempo.
- Chapita... Qué ofensiva... - Murmuró entre besos y sonrisas. - Para qué querrás las directrices, si te las saltas. Eso es lo que te encanta, volverme loco... - Pero mejor iba cortando el rollo que ya se acercaban por ahí su prima y el druida. No pudo evitar rodar los ojos. - Oh, Rowena, no me das descanso. - Suspiró para que Alice le oyera, sabiendo que sus quejidos lastimeros de erudito la harían reír. Se arrebujó en la manta con Alice y el olor de la comida hizo que le rugiera el estómago, así que empezó a cenar junto a sus acompañantes, oyendo sus disertaciones. Con la boca llena se aguantaba la risa oyendo al druida hablar sobre comida y lo que era pertinente matar y no. Pues yo llevo plantitas muertas en el bolsillo continuamente, pensó, irónico, como tú, por otra parte, porque desde luego que el ramo que le hubiera dado a Alice al conocerse muy vivo no estaba.
Marcus asintió. - No me ha parecido ver ninguna runa referente a una espada. Recuerdo muchos textos en runas referentes a batallas, es muy típico. Y no tenían nada que ver con los de caza. - Está interpretando, señor hechicero, la caza como algo primitivo. Lo que hacían los hombres de las cavernas persiguiendo bisontes. Hay que abrir la mente a lo que ofrece la tierra. - Soltó aire por la nariz, y en lo que él pensaba y Albus narraba, Alice dijo algo. Asintió. - Mucho. Siempre lo pensaba cuando traduc... - Y él cayó también. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Además, lo pensaba permanentemente mientras traducía las runas épicas, y lo pensaba mientras leía los textos que Nancy le dejó sobre Nuada: "qué Gryffindor es esto". Solo tenía que haberlo relacionado. ¡Lo tenía en las narices y no lo había visto!
- Claro, pero... - Pensó en voz alta, reflexivo. - Sigue sin estar presente la runa de la espada. Y la lumbre... - No, eso no pegaba con Nuada... pero sí con Eire. Atendía a las chicas, asintiendo. - Eso tiene mucho más sentido. - Miró al cielo, soltando el aire. - Eso espero... - Porque si no, se iban a quedar con una gran duda, y no iba a ser tan fácil concentrarse en otra cosa que no fuera resolver el misterio... Un misterio que llevaban cientos de años tratando de resolver otras personas. Su abuelo tenía razón: entre el poder que otorgaba y la ancestralidad de su intriga, era como para volverse loco.
El viento sopló más fuerte y removió todas las hojas de los árboles, haciendo que solo se oyera el rugir mientras pensaban. La oscuridad era cada vez mayor. - Ahí viene... el sol sale a saludar a la luna una vez más. - Dijo Albus con ilusión. Marcus se arropó con Alice en la manta y sonrió. Era bonito, iban a ver un eclipse juntos... pero a quién querían engañar. Estaban los dos dándoles mil vueltas a las runas y las reliquias. Pero también era romántico desde el punto de vista de un Ravenclaw... Bueno, le llegaban las vibraciones de Nancy pensando a su lado y Albus no paraba de decir excentricidades, pero tendría que valer. Cuatro Ravenclaws bajo el eclipse. Y ellos parecían, por mucho, los más normales.
- ¡Ahí está! - Clamó Albus, y sí, el eclipse empezaba a visualizarse. - ¡Y veréis la cueva! ¡Bueno, no la veréis, porque BLLUUUUUUUM! - Albus. - Susurró Nancy, concentrada, papel y pluma en mano y mirando a todas partes. - Guarda silencio, por favor. - La ninfa Nancy debería estar cantando y bailando. - Shhh. - Pidió de nuevo. La concentración era tan grande mientras todos miraban, que el silencio se notaba pesado y expectante. Marcus intentaba alternar la mirada entre el eclipse y el derredor (entre otras cosas porque podría dañarse la vista si miraba el eclipse fijamente), pero cuando miraba a los alrededores tenía que parpadear fuertemente: la oscuridad era intensa, incluso sobrecogedora, en mitad del bosque, donde nada les iluminaba, y teniendo en cuenta que no había nada de luz del sol siquiera para iluminarles... hasta que vio algo. Se removió un poco y agudizó la mirada. Y Albus le detectó. - ¡Desapareció! ¡No está, no está la cueva! - Hay una luz... - ¡¡Campanillas que celebran que la cueva voló!! ¡Se fue a buscar a los dioses! - Los datos de Albus no le decían nada, así que directamente se levantó y se dirigió al lugar, y las dos chicas iban con él. Les encantaría ir más rápidos, pero los escasos centímetros que les separaban de la entrada de la cueva estaban tan oscuros que era un riesgo caminar, la probabilidad de tropezar era alta. Pero llegaron. Y no, la cueva no estaba desaparecida, solo muy oscura, cubierta de las hojas que el viento había movido: no era de extrañar que una persona de ciento veinte años deseando ver obrarse un milagro en el bosque la creyera desaparecida. Eso sí, si le hubieran dejado quedarse dentro, sí que hubiera visto el milagro. Solo que no el que él creía.
- Brillan. - Susurró Nancy, impactada. - Las runas brillan. - Marcus y Alice habían llegado a la puerta de la cueva también, y observaban boquiabiertos. Su prima se giró y ordenó. - ¡Albus! Vigila el eclipse, avísanos cuando esté por desaparecer. - ¡Qué bella canción! - Bueno, lo tomarían como un sí. - Vamos. - Nancy entró con ellos siguiéndola, raudos y obedientes. Y la primera que vieron era justo la que esperaban. - No me lo puedo creer. - Susurró la chica, cayendo de rodillas frente a la runa, tan impactada como emocionada. - "Espada". Pone "espada". - Aquí sí. - Se apresuró a indicar Marcus. - Aquí sí pone espada. ¡Esta era la runa que faltaba! - Miró a Alice, sin poder evitar la sonrisa. - Ya solo falta... - ¡Esa! - Clamó Nancy, señalando a otra. - "Manta"... Y "Falias". Otra vez. - Bajó los brazos y les miró, con un brillo en los ojos que incluso en la oscuridad podían ver, más con el reflejo de las runas brillantes. - "Espada", "manta" y "Falias". Han salido a relucir con el eclipse. Tenemos algo. -
La miró, sonriendo con adoración. No iban a olvidar esa noche, para nada, ocurriera lo que ocurriera en el eclipse. - ¿Diez meses? Hmm, ¿eso es que se te hace largo porque tienes frío? - Volvió a tontear, riendo. - A mí diez minutos contigo siempre se me hacen como diez segundos. Sea como sea. - Alzó la barbilla con una infantil expresión orgullosa. - Los O'Donnell todo lo hacemos así de mágico, especial y didáctico. - Rio. - ¿Qué te parece? El día de mañana... - Hizo un cartel con las manos. - "La noche en que el matrimonio O'Donnell, a la tierna edad de dieciocho años, descubrió uno de los mayores misterios de la humanidad mientras hacía un inocente picnic. Historia de una genialidad." - Y volvió a reír con ella, tumbado a su lado, porque nadie como Alice para oír sus tontas grandilocuencias. Y tras esa tontería, se enredó con ella. - Tú y yo hacemos el mejor eclipse del mundo... Que no se entere Albus. - Rio de nuevo y se dedicaron a besarse y abrazarse, como si estuvieran solos. Lo estaban, pero no por mucho tiempo.
- Chapita... Qué ofensiva... - Murmuró entre besos y sonrisas. - Para qué querrás las directrices, si te las saltas. Eso es lo que te encanta, volverme loco... - Pero mejor iba cortando el rollo que ya se acercaban por ahí su prima y el druida. No pudo evitar rodar los ojos. - Oh, Rowena, no me das descanso. - Suspiró para que Alice le oyera, sabiendo que sus quejidos lastimeros de erudito la harían reír. Se arrebujó en la manta con Alice y el olor de la comida hizo que le rugiera el estómago, así que empezó a cenar junto a sus acompañantes, oyendo sus disertaciones. Con la boca llena se aguantaba la risa oyendo al druida hablar sobre comida y lo que era pertinente matar y no. Pues yo llevo plantitas muertas en el bolsillo continuamente, pensó, irónico, como tú, por otra parte, porque desde luego que el ramo que le hubiera dado a Alice al conocerse muy vivo no estaba.
Marcus asintió. - No me ha parecido ver ninguna runa referente a una espada. Recuerdo muchos textos en runas referentes a batallas, es muy típico. Y no tenían nada que ver con los de caza. - Está interpretando, señor hechicero, la caza como algo primitivo. Lo que hacían los hombres de las cavernas persiguiendo bisontes. Hay que abrir la mente a lo que ofrece la tierra. - Soltó aire por la nariz, y en lo que él pensaba y Albus narraba, Alice dijo algo. Asintió. - Mucho. Siempre lo pensaba cuando traduc... - Y él cayó también. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Además, lo pensaba permanentemente mientras traducía las runas épicas, y lo pensaba mientras leía los textos que Nancy le dejó sobre Nuada: "qué Gryffindor es esto". Solo tenía que haberlo relacionado. ¡Lo tenía en las narices y no lo había visto!
- Claro, pero... - Pensó en voz alta, reflexivo. - Sigue sin estar presente la runa de la espada. Y la lumbre... - No, eso no pegaba con Nuada... pero sí con Eire. Atendía a las chicas, asintiendo. - Eso tiene mucho más sentido. - Miró al cielo, soltando el aire. - Eso espero... - Porque si no, se iban a quedar con una gran duda, y no iba a ser tan fácil concentrarse en otra cosa que no fuera resolver el misterio... Un misterio que llevaban cientos de años tratando de resolver otras personas. Su abuelo tenía razón: entre el poder que otorgaba y la ancestralidad de su intriga, era como para volverse loco.
El viento sopló más fuerte y removió todas las hojas de los árboles, haciendo que solo se oyera el rugir mientras pensaban. La oscuridad era cada vez mayor. - Ahí viene... el sol sale a saludar a la luna una vez más. - Dijo Albus con ilusión. Marcus se arropó con Alice en la manta y sonrió. Era bonito, iban a ver un eclipse juntos... pero a quién querían engañar. Estaban los dos dándoles mil vueltas a las runas y las reliquias. Pero también era romántico desde el punto de vista de un Ravenclaw... Bueno, le llegaban las vibraciones de Nancy pensando a su lado y Albus no paraba de decir excentricidades, pero tendría que valer. Cuatro Ravenclaws bajo el eclipse. Y ellos parecían, por mucho, los más normales.
- ¡Ahí está! - Clamó Albus, y sí, el eclipse empezaba a visualizarse. - ¡Y veréis la cueva! ¡Bueno, no la veréis, porque BLLUUUUUUUM! - Albus. - Susurró Nancy, concentrada, papel y pluma en mano y mirando a todas partes. - Guarda silencio, por favor. - La ninfa Nancy debería estar cantando y bailando. - Shhh. - Pidió de nuevo. La concentración era tan grande mientras todos miraban, que el silencio se notaba pesado y expectante. Marcus intentaba alternar la mirada entre el eclipse y el derredor (entre otras cosas porque podría dañarse la vista si miraba el eclipse fijamente), pero cuando miraba a los alrededores tenía que parpadear fuertemente: la oscuridad era intensa, incluso sobrecogedora, en mitad del bosque, donde nada les iluminaba, y teniendo en cuenta que no había nada de luz del sol siquiera para iluminarles... hasta que vio algo. Se removió un poco y agudizó la mirada. Y Albus le detectó. - ¡Desapareció! ¡No está, no está la cueva! - Hay una luz... - ¡¡Campanillas que celebran que la cueva voló!! ¡Se fue a buscar a los dioses! - Los datos de Albus no le decían nada, así que directamente se levantó y se dirigió al lugar, y las dos chicas iban con él. Les encantaría ir más rápidos, pero los escasos centímetros que les separaban de la entrada de la cueva estaban tan oscuros que era un riesgo caminar, la probabilidad de tropezar era alta. Pero llegaron. Y no, la cueva no estaba desaparecida, solo muy oscura, cubierta de las hojas que el viento había movido: no era de extrañar que una persona de ciento veinte años deseando ver obrarse un milagro en el bosque la creyera desaparecida. Eso sí, si le hubieran dejado quedarse dentro, sí que hubiera visto el milagro. Solo que no el que él creía.
- Brillan. - Susurró Nancy, impactada. - Las runas brillan. - Marcus y Alice habían llegado a la puerta de la cueva también, y observaban boquiabiertos. Su prima se giró y ordenó. - ¡Albus! Vigila el eclipse, avísanos cuando esté por desaparecer. - ¡Qué bella canción! - Bueno, lo tomarían como un sí. - Vamos. - Nancy entró con ellos siguiéndola, raudos y obedientes. Y la primera que vieron era justo la que esperaban. - No me lo puedo creer. - Susurró la chica, cayendo de rodillas frente a la runa, tan impactada como emocionada. - "Espada". Pone "espada". - Aquí sí. - Se apresuró a indicar Marcus. - Aquí sí pone espada. ¡Esta era la runa que faltaba! - Miró a Alice, sin poder evitar la sonrisa. - Ya solo falta... - ¡Esa! - Clamó Nancy, señalando a otra. - "Manta"... Y "Falias". Otra vez. - Bajó los brazos y les miró, con un brillo en los ojos que incluso en la oscuridad podían ver, más con el reflejo de las runas brillantes. - "Espada", "manta" y "Falias". Han salido a relucir con el eclipse. Tenemos algo. -
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Rinceoir Con Marcus | En Irlanda | 13 de noviembre de 2002 |
Albus seguía en sus trece con las batallas, y lo cierto es que a Alice le preocupaba más la lumbre y si realmente estaban en una pista, desde luego la reacción de los primos había sido de que significaba algo, pero todo eso quedó opacado por el eclipse, nunca mejor dicho. Era emocionante verlo, desde luego, cómo la luna poco a poco se iba ocultando, sin luz ninguna en los alrededores. — Lo que hacen a veces la luna y el sol para tener un poco de intimidad, eh. — Susurró a Marcus cuando se acurrucó contra ella. Claro, que la calma no iba a durar mucho.
Habían pasado tantas cosas esa tarde que no recordaba lo de la cueva, y, desde luego, era preocupante. Bueno, para todos menos para Albus, que consideraba que era interesantísimo que aquello fuera a desaparecer. Pero no desaparecía. A ver, no sabía de qué se sorprendía, si lo lógico es que las cuevas de la Tierra no desaparecieran por un eclipse, pero… Según Marcus lo dijo, se fijó y corrió hacia allá. — ¡Claro! ¡Por eso creías que había desaparecido, Albus! ¡Tiene todo el sentido! — La noche se había quedado oscurísima y solo las runas brillaban. Y vaya que si brillaban, parecía que les estaban llamando. Se dejó meter dentro de la cueva arrollada por los O’Donnell, que obviamente iban febriles a ver qué se había encendido.
No le dio tiempo a celebrar con Marcus la aparición de “espada” porque le emocionó demasiado lo de “manta”. — Esa era la reliquia de Eire, ¿no? — Preguntó encantada. — ¡Lo he resuelto! ¡Lo hemos resuelto! ¡Se trataba de Nuada y Eire todo el tiempo! — Agarró las manos de Marcus en la oscuridad, sin dejar de mirar aquellas runas con emoción. — ¿Falias puede ser un nombre propio? ¿Un hijo o hija de Nuada y Eire? — Se llevó una sacudida en el brazo que no se vio, literalmente, venir y pegó un salto en su sitio. — ¡ESO ES! ¡MARCUS! ¡TIENES QUE VERLO TAMBIÉN!— Gritó Nancy apuntando a una pequeña muesca al lado de la palabra "Falias". ah, claro, esa cosita que marcaba que era un nombre propio. Dichosas runas, qué complicadas eran. — ¿Cómo no lo hemos pensado antes? — Volvió a tirar de ellos hacia fuera, en dirección de Albus, que estaba absolutamente sonriente y feliz mirando al eclipse completo. — ¡ALBUS! ¡ALBUS! ¡FALIAS ES UN NOMBRE PROPIO! — El hombre se giró hacia ella, con expresión confusa. — Pues claro, señorita hechicera. La ciudad fundada por Nuada y Eire, pero eso no podía ser. — ¿Por qué no? — El hombre se sacudió y sonaron cortezas moviéndose. — Por es tan obvio que la señorita ya lo habría considerado, partía de la base de que ella lo había descartado y buscábamos otro significado. — La reacción de llevarse las manos a la cabeza fue común a los tres y Alice les miró y dijo muy seriamente. — Hay que empezar a dejar de decir eso… — Nancy se acercó a Albus lentamente, claramente conteniendo la emoción. — Albus… ¿Dónde estaba Falias? — ¿Estaba, señorita? Falias sigue existiendo. — No conozco ninguna ciudad así llamada. — El hombre se encogió de hombros, sin dejar de mirar el eclipse. — Es la ciudad que la colina Tara oculta al atardecer, han estado ahí al lado hoy. — ¡Déjate de adivinanzas, Albus, por los siete! — El hombre abrió mucho los ojos y se apartó un poco. — No me chille, señorita, que solo intento darle pistas, porque no sé cómo se llama la ciudad. — A ver, a ver, un momento. — Dijo Alice alzando las manos. — La ciudad que Tara oculta al atardecer… Quiere decir que la colina le da sombra a la ciudad al atardecer, ¿no? — Albus asintió. — ¿Qué hay al este de Tara? — Nancy parpadeó y sacudió la cabeza, tratando de hallarse. — Eh… Connacht. La ciudad de Connacht… ¿Connacht es Falias, Albus? — El hombre se encogió de hombros. — Supongo, señorita. Falias es la ciudad de las colinas, que los druidas decían que eran la fortaleza que Nuada le construyó a Eire. — Es Connacht. — Dijo Nancy emocionada, antes de levantarse y acercarse a ellos. — ¡Es Connacht! Podemos ir a Connacht a buscar las reliquias… — Se llevó las manos a la cabeza. — Tengo que investigar, sacar toda la información que pueda sobre santuarios y aldeas druidas en ese sitio… ¡PERO TENEMOS ALGO! — Nancy abrazó primero a Marcus y luego a ella. — ¡Lo habéis conseguido! ¡Teníais razón todo el tiempo! Solo había que volver atrás… Tan atrás que ni conocía el nombre. — La chica juntó las manos y sonrió, mirando al eclipse. — No me lo puedo creer… — Y Alice miró a Marcus, abrazándole por la cintura, con el corazón a mil. Podría no ser nada. Las reliquias podían no ser lo que ellos esperaban. O podría ser que hubieran encontrado el primer paso de lo que tantos magos habían buscado, a base de usar la alquimia y… — Sabíamos que este viaje iba de volver al principio. — Apoyó la cabeza en su pecho sin dejar de mirar la luna. — Quizá esa siempre ha sido la clave. — Volvió a mirarle, porque la luz empezaba a salir otra vez. — ¿Estaremos preparados para lo que puede ser esto? — Preguntó en un susurro. Pero conocía la respuesta. Si estaban juntos, por supuesto.
Habían pasado tantas cosas esa tarde que no recordaba lo de la cueva, y, desde luego, era preocupante. Bueno, para todos menos para Albus, que consideraba que era interesantísimo que aquello fuera a desaparecer. Pero no desaparecía. A ver, no sabía de qué se sorprendía, si lo lógico es que las cuevas de la Tierra no desaparecieran por un eclipse, pero… Según Marcus lo dijo, se fijó y corrió hacia allá. — ¡Claro! ¡Por eso creías que había desaparecido, Albus! ¡Tiene todo el sentido! — La noche se había quedado oscurísima y solo las runas brillaban. Y vaya que si brillaban, parecía que les estaban llamando. Se dejó meter dentro de la cueva arrollada por los O’Donnell, que obviamente iban febriles a ver qué se había encendido.
No le dio tiempo a celebrar con Marcus la aparición de “espada” porque le emocionó demasiado lo de “manta”. — Esa era la reliquia de Eire, ¿no? — Preguntó encantada. — ¡Lo he resuelto! ¡Lo hemos resuelto! ¡Se trataba de Nuada y Eire todo el tiempo! — Agarró las manos de Marcus en la oscuridad, sin dejar de mirar aquellas runas con emoción. — ¿Falias puede ser un nombre propio? ¿Un hijo o hija de Nuada y Eire? — Se llevó una sacudida en el brazo que no se vio, literalmente, venir y pegó un salto en su sitio. — ¡ESO ES! ¡MARCUS! ¡TIENES QUE VERLO TAMBIÉN!— Gritó Nancy apuntando a una pequeña muesca al lado de la palabra "Falias". ah, claro, esa cosita que marcaba que era un nombre propio. Dichosas runas, qué complicadas eran. — ¿Cómo no lo hemos pensado antes? — Volvió a tirar de ellos hacia fuera, en dirección de Albus, que estaba absolutamente sonriente y feliz mirando al eclipse completo. — ¡ALBUS! ¡ALBUS! ¡FALIAS ES UN NOMBRE PROPIO! — El hombre se giró hacia ella, con expresión confusa. — Pues claro, señorita hechicera. La ciudad fundada por Nuada y Eire, pero eso no podía ser. — ¿Por qué no? — El hombre se sacudió y sonaron cortezas moviéndose. — Por es tan obvio que la señorita ya lo habría considerado, partía de la base de que ella lo había descartado y buscábamos otro significado. — La reacción de llevarse las manos a la cabeza fue común a los tres y Alice les miró y dijo muy seriamente. — Hay que empezar a dejar de decir eso… — Nancy se acercó a Albus lentamente, claramente conteniendo la emoción. — Albus… ¿Dónde estaba Falias? — ¿Estaba, señorita? Falias sigue existiendo. — No conozco ninguna ciudad así llamada. — El hombre se encogió de hombros, sin dejar de mirar el eclipse. — Es la ciudad que la colina Tara oculta al atardecer, han estado ahí al lado hoy. — ¡Déjate de adivinanzas, Albus, por los siete! — El hombre abrió mucho los ojos y se apartó un poco. — No me chille, señorita, que solo intento darle pistas, porque no sé cómo se llama la ciudad. — A ver, a ver, un momento. — Dijo Alice alzando las manos. — La ciudad que Tara oculta al atardecer… Quiere decir que la colina le da sombra a la ciudad al atardecer, ¿no? — Albus asintió. — ¿Qué hay al este de Tara? — Nancy parpadeó y sacudió la cabeza, tratando de hallarse. — Eh… Connacht. La ciudad de Connacht… ¿Connacht es Falias, Albus? — El hombre se encogió de hombros. — Supongo, señorita. Falias es la ciudad de las colinas, que los druidas decían que eran la fortaleza que Nuada le construyó a Eire. — Es Connacht. — Dijo Nancy emocionada, antes de levantarse y acercarse a ellos. — ¡Es Connacht! Podemos ir a Connacht a buscar las reliquias… — Se llevó las manos a la cabeza. — Tengo que investigar, sacar toda la información que pueda sobre santuarios y aldeas druidas en ese sitio… ¡PERO TENEMOS ALGO! — Nancy abrazó primero a Marcus y luego a ella. — ¡Lo habéis conseguido! ¡Teníais razón todo el tiempo! Solo había que volver atrás… Tan atrás que ni conocía el nombre. — La chica juntó las manos y sonrió, mirando al eclipse. — No me lo puedo creer… — Y Alice miró a Marcus, abrazándole por la cintura, con el corazón a mil. Podría no ser nada. Las reliquias podían no ser lo que ellos esperaban. O podría ser que hubieran encontrado el primer paso de lo que tantos magos habían buscado, a base de usar la alquimia y… — Sabíamos que este viaje iba de volver al principio. — Apoyó la cabeza en su pecho sin dejar de mirar la luna. — Quizá esa siempre ha sido la clave. — Volvió a mirarle, porque la luz empezaba a salir otra vez. — ¿Estaremos preparados para lo que puede ser esto? — Preguntó en un susurro. Pero conocía la respuesta. Si estaban juntos, por supuesto.
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Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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Interlude Con Alice | En Irlanda | 1 de diciembre de 2002 |
- Y este es Nuada, y tiene una espada. Y esta es Eire, que es su mujer. - El niño pasó la página. - Y este es Lugh. Y esta es Folda. - ¡Esa es la que a mí me gusta! - Señaló Marcus, poniendo el dedo sobre la imagen de la diosa. Seamus le miró con cara de obviedad, y volvió a su libro infantil sobre mitología de Irlanda, contando con interés apoyado en el costado de Marcus. Cuando hubo terminado, le miró analítico. - Si quieres saberte los dioses, ¿por qué no le preguntas a la prima Nancy? Está toooooodo el día hablando de ellos. - Marcus le dijo en confidencia. - Es que no sabía si me estaba contando mentirijillas, así que prefería preguntarte a ti. - El niño rio con expresión traviesa.
El uno de diciembre, al parecer, era una fecha señalada en el calendario de la familia O'Donnell y motivo para juntarse. Algo le decía que lo de buscar excusas aleatorias para celebraciones inventadas pero justificadas con mucha labia le venía de la rama irlandesa de la familia. Habían tenido una comilona inmensa (otra vez) a la que Lawrence había cedido de mejor grado por ser domingo, pero empezaban a venirle largas tantas comidas y visitas inesperadas que interrumpían su meticuloso plan de estudio para sus alumnos. Tenía que reconocer que, más las visitas que las comidas, desconcentraban más de lo deseable, pero estaba tan contento en aquel lugar, había deseado tanto tener una familia grande y acogedora y se sentía tan confiado tanto en sus posibilidades y en las de Alice en aquel examen (por no hablar de la cantidad de tiempo que tenían aún por delante) que no le importaba demasiado... Bueno, puede que Alice tuviera que contenerle bastante las aguas, a lo Molly con Lawrence, para que no tuviera el primer enfrentamiento directo con un familiar irlandés cuando el escarabato que Ruairi, por algún motivo que desconocía, se había llevado a casa de visita, se le escapó a Horacius y Lucios y se metió en el taller y por poco genera un caos irreparable. Pero, por lo pronto, se llevó un rubí transmutado de su abuelo. Habían perdido la esperanza de recuperarlo.
Como Lawrence había perdido la esperanza de que no siguieran investigando sobre magia ancestral. Habían llegado, no obstante, a una buena negociación al respecto: cumplían con el horario de estudio estipulado y con las normas básicas del taller (como estar mentalmente en el taller, la más importante), y con respecto a seguir las investigaciones de Nancy, mientras no interfiriera en esto, podían hacer lo que quisieran. Era cosa suya si perdían horas de sueño o de descanso por esta causa. Marcus y Alice estaban tan entusiasmados y motivados que habían aceptado gustosos el pacto y, en las menos de tres semanas desde que hicieran el hallazgo en la cueva, habían trabajando en la alquimia e investigado sobre mitología de una forma perfectamente compensada. Y estaban muy felices.
Tanto como intrigados, por lo que acosaron bastante a Nancy en la comida, y ella no se quejó lo más mínimo. Tres Ravenclaw hablando por los codos e hipotetizando sin parar, apenas comiendo porque parecían pelear por ver quién hablaba con más entusiasmo, era algo que atraía las miradas de una agradable y tranquila familia irlandesa en plena comida de domingo. Pasada la comida y la sobremesa, se fueron yendo poco a poco hasta quedar sus abuelos, Cletus y Amelia, Nora y Eillish con sus respectivos maridos y Rosaline y el pequeño Seamus, que había insistido en quedarse en el jaleo, mientras Patrick volvía a casa con Pod y Rosie para... gestiones infantiles que a Marcus se le habían perdido en lo que se despedía de Nancy y esquivaba a otro de los bichos invasivos de Ruairi. Alice se había enfrascado en una conversación sobre enfermería con Nora y Amelia y Marcus, por supuesto, se fue a entretener y ser entretenido por el pequeño.
- ¿Cenamos? - Propuso Rosaline, acercándose a ellos toda dulzura. Seamus dio un saltito, pero Marcus se derritió en el sofá. - Prima Rosaline, Irlanda me está cambiando. Yo antes era así. Ahora, ante tu propuesta, lo primero que he pensado ha sido, "¿¿más comer??" - La mujer rio con una carcajada alegre. - ¡Anda, anda! Que ya he visto que eres de buen comer. - Tomó a su hijo de la mano. - Yo por lo pronto, me llevo a este muchachote a la cocina, que tiene que crecer fuerrrrrte fuerte como Nuada. ¿A que sí? - ¡Sí! - Y madre e hijo se fueron, y él aprovechó para acercarse a los demás. Alice también estaba ya con todo el grupo. - ¿Qué, hijo? - Preguntó Cletus, con ese tono guasón que tenía siempre. - ¿Algún dato que no te hubiera aportado ya mi nieta que hayas visto en ese libro? - Iba a reír, tomándolo a broma, pero vio que Amelia le daba en el brazo y chistaba, y el ambiente de repente se tornaba un tanto más tenso. Igualmente, contestó con normalidad. - Bueno, a mí siempre me han encantado los libros infantiles. Son la base de todo conocimiento. - Así habla un buen Ravenclaw. - Dijo Eillish con una sonrisa cálida. Pero Nora suspiró. - Sí, sí... Así se empieza. - Se encogió de hombros, con la mirada en otra parte, y añadió más bajo, como si temiera que Rosaline se enterara. - Pero yo no digo nada... ellos son sus padres. - Marcus empezaba a extrañarse. Se estaba perdiendo algo.
El uno de diciembre, al parecer, era una fecha señalada en el calendario de la familia O'Donnell y motivo para juntarse. Algo le decía que lo de buscar excusas aleatorias para celebraciones inventadas pero justificadas con mucha labia le venía de la rama irlandesa de la familia. Habían tenido una comilona inmensa (otra vez) a la que Lawrence había cedido de mejor grado por ser domingo, pero empezaban a venirle largas tantas comidas y visitas inesperadas que interrumpían su meticuloso plan de estudio para sus alumnos. Tenía que reconocer que, más las visitas que las comidas, desconcentraban más de lo deseable, pero estaba tan contento en aquel lugar, había deseado tanto tener una familia grande y acogedora y se sentía tan confiado tanto en sus posibilidades y en las de Alice en aquel examen (por no hablar de la cantidad de tiempo que tenían aún por delante) que no le importaba demasiado... Bueno, puede que Alice tuviera que contenerle bastante las aguas, a lo Molly con Lawrence, para que no tuviera el primer enfrentamiento directo con un familiar irlandés cuando el escarabato que Ruairi, por algún motivo que desconocía, se había llevado a casa de visita, se le escapó a Horacius y Lucios y se metió en el taller y por poco genera un caos irreparable. Pero, por lo pronto, se llevó un rubí transmutado de su abuelo. Habían perdido la esperanza de recuperarlo.
Como Lawrence había perdido la esperanza de que no siguieran investigando sobre magia ancestral. Habían llegado, no obstante, a una buena negociación al respecto: cumplían con el horario de estudio estipulado y con las normas básicas del taller (como estar mentalmente en el taller, la más importante), y con respecto a seguir las investigaciones de Nancy, mientras no interfiriera en esto, podían hacer lo que quisieran. Era cosa suya si perdían horas de sueño o de descanso por esta causa. Marcus y Alice estaban tan entusiasmados y motivados que habían aceptado gustosos el pacto y, en las menos de tres semanas desde que hicieran el hallazgo en la cueva, habían trabajando en la alquimia e investigado sobre mitología de una forma perfectamente compensada. Y estaban muy felices.
Tanto como intrigados, por lo que acosaron bastante a Nancy en la comida, y ella no se quejó lo más mínimo. Tres Ravenclaw hablando por los codos e hipotetizando sin parar, apenas comiendo porque parecían pelear por ver quién hablaba con más entusiasmo, era algo que atraía las miradas de una agradable y tranquila familia irlandesa en plena comida de domingo. Pasada la comida y la sobremesa, se fueron yendo poco a poco hasta quedar sus abuelos, Cletus y Amelia, Nora y Eillish con sus respectivos maridos y Rosaline y el pequeño Seamus, que había insistido en quedarse en el jaleo, mientras Patrick volvía a casa con Pod y Rosie para... gestiones infantiles que a Marcus se le habían perdido en lo que se despedía de Nancy y esquivaba a otro de los bichos invasivos de Ruairi. Alice se había enfrascado en una conversación sobre enfermería con Nora y Amelia y Marcus, por supuesto, se fue a entretener y ser entretenido por el pequeño.
- ¿Cenamos? - Propuso Rosaline, acercándose a ellos toda dulzura. Seamus dio un saltito, pero Marcus se derritió en el sofá. - Prima Rosaline, Irlanda me está cambiando. Yo antes era así. Ahora, ante tu propuesta, lo primero que he pensado ha sido, "¿¿más comer??" - La mujer rio con una carcajada alegre. - ¡Anda, anda! Que ya he visto que eres de buen comer. - Tomó a su hijo de la mano. - Yo por lo pronto, me llevo a este muchachote a la cocina, que tiene que crecer fuerrrrrte fuerte como Nuada. ¿A que sí? - ¡Sí! - Y madre e hijo se fueron, y él aprovechó para acercarse a los demás. Alice también estaba ya con todo el grupo. - ¿Qué, hijo? - Preguntó Cletus, con ese tono guasón que tenía siempre. - ¿Algún dato que no te hubiera aportado ya mi nieta que hayas visto en ese libro? - Iba a reír, tomándolo a broma, pero vio que Amelia le daba en el brazo y chistaba, y el ambiente de repente se tornaba un tanto más tenso. Igualmente, contestó con normalidad. - Bueno, a mí siempre me han encantado los libros infantiles. Son la base de todo conocimiento. - Así habla un buen Ravenclaw. - Dijo Eillish con una sonrisa cálida. Pero Nora suspiró. - Sí, sí... Así se empieza. - Se encogió de hombros, con la mirada en otra parte, y añadió más bajo, como si temiera que Rosaline se enterara. - Pero yo no digo nada... ellos son sus padres. - Marcus empezaba a extrañarse. Se estaba perdiendo algo.
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Interlude Con Marcus | En Irlanda | 1 de diciembre de 2002 |
— Pero el cristal está en muchos aspectos de la enfermería, hija, yo estoy segura de que lo puedes tirar por ahí si así lo quisieras. — Le decía Amelia, completamente entregada a su conversación. Nora tenía una cara que conocía muy bien de cuando Theo y ella se venían arriba en Herbología y sus compañeros de Hufflepuff no sabían cómo meter baza. Estaban sentadas aún a la mesa del comedor, cerca del fuego, y estaba tan a gusto que no tenía ninguna gana de moverse, podría pasar horas con aquella familia. Y era tan grande que si en un sector te empezabas a dormir o a no estar en tu salsa, te movías a otro. — Tú no sabes lo mucho que eché yo de menos a los alquimistas cuando empezó la guerra. Se los llevaron a todos a los laboratorios nacionales, y nos prometieron que enviarían cargamentos enteros de lo que hiciera falta, pero eso era mucho prometer en la guerra, y desde luego no era como tenerlos en la planta del hospital. — Yo nunca he conocido eso. Ni siquiera he tenido alquimistas licenciados en plantilla. Vino uno a darles clases a los de suministros para que pudieran transmutar lo básico y… Poco más. Desde luego, nadie que cure con alquimia. — Dijo Nora con cierta tristeza. Alice suspiró y se acarició los brazos, recreándose en el calorcito. — Es que es tan complicado… De verdad, yo siempre reproducía el discurso del abuelo de que la alquimia se está perdiendo y que hay que ver… Pero después de pasar el primer examen, ante aquel tribunal, y una vez planteado el examen de Hielo… Cada vez entiendo más por qué. Es abrumadora. Por eso no me he planteado hacer nada de medicina aún. Para Plata probablemente no pueda escaparme, si luego quiero sacar Acero. — Amelia alargó el brazo por la mesa llamando su atención, completamente entregada. — Pero escúchame, Alice, tienes tiempo, y por ejemplo, las jeringuillas… — Mamá. — Le llamó Nora la atención echándola para atrás. — Relájate y no la atosigues. — La mujer la miró sorprendida. — ¿Te estoy atosigando, hija? — No, no, de verdad, si además tienes razón, es solo que no me veo tan hábil en alquimia como para empezar desde ya con la medicina. — Sí, pero esta exenfermera es que no es capaz de parar, así que nos vamos a ir al sofá un poquito. — Ordenó Nora, con la risa oculta de Eillish de fondo, que estaba corrigiendo lo que parecían exámenes o fichas de trabajo. — Si es que le ha salido una igual que ella y claro… — Dijo por lo bajo.
Marcus se unió a ellos y ella se pegó a él con una sonrisa. Podía acostumbrarse y mucho a vivir así. Eran veladas siempre entretenidas pero relajadas, en casas tan acogedoras y auténticas, con comida deliciosa (aunque siempre excesiva) y donde se aprendía muchísimo de muchísimas cosas. De verdad que se vería así por tiempo indefinido si no fuera porque no veía a Marcus recluido allí de por vida y el abuelo acabaría sufriendo un infarto, una apoplejía o todo junto. Llegó justo cuando Cletus bromeaba, y ella aportó. — Es que alguno nos estamos iniciando en la cultura irlandesa ahora, los libros infantiles no nos vienen nada mal. — Pero el ambiente se había quedado… Raro. Ella frunció el ceño y vio que Marcus estaba parecido. — Pues a mí me parece parte fundamental de la educación conocer bien la cultura de uno. — A mí también. — Respondió Eillish mientras se sentaba tranquilamente al lado de su marido. Celtus entornó los ojos. — Las leyendas están muy bien para los niños, pero Irlanda es enfermiza con ello. Y así nos va, porque la vida real no es eso. — Para discutir tanto con tu hermano, suenas igual que él, tío Cletus. — Contestó ella con un poquito de recochineo, lo cual hizo reír a todos. — Puede, hija, pero es que yo no he visto a nadie comer a base de runas. — Eso es reduccionista. Y en contra del conocimiento y solo buscando el beneficio económico. — Replicó Eillish, ya en un tono no tan amable. Ahí se estaban debatiendo otras cosas claramente. — Bueno, es que es con el beneficio económico con lo que vives. — Devolvió Cletus, también en otro tono. — Bueno, ya está… Que estamos en familia, por favor. Hija, solo decimos que tampoco conviene llenarles la cabeza a los niños de leyendas. Y a Marcus y Alice tampoco. Porque no son los primeros en perderse en esas historias y no dar con nada. —
Miró a Marcus extrañada. La abuela Molly y Nancy creían firmemente en todo lo que contaban, teniendo en cuenta el trasfondo, claro. — Bueno, el folklore siempre se exagera y se adorna, pero al final del día su origen es cierto. Ahí están las runas y las comunidades druidas. — Oyó una especie de risa generalizada, como cuando un niño decía una ocurrencia. — Cariño, los druidas son magos, ni más ni menos. Como tú y yo. — Dijo Amelia con ternura. — Solo es que han escogido un modo de vida más… — Primitivo. — Dijo Cletus. — Papá no hables así. — Reprendió Eillish. — Hija, se libran de todo con la tontería de la tierra. Si tus nietos se enfermaran, ¿preferirías que los sanara tu madre o que los druidas esperaran a que “la tierra los sanara”? — Ella se removió incómoda y dijo. — Bueno, yo no comulgo con esa forma de vida, pero es una elección, ¿no? Como dice tía Amelia, son magos, sabrán usar la magia igual — No, Alice, tú no conoces druidas, son muy despreciativos con lo nuestro, y siempre allí apartados… — Insistió Cletus. — La comunidad mágica ya es bastante pequeña, y en Irlanda lo hemos pasado muy mal… Quizá si no estuviéramos tan apartados… — Trató de salvar Eddie, pero la lengua de Alice fue más rápida. — Pues el que yo conozco tiene ciento veinte años y no tiene problema en hablar con magos. — Y, al sentir las miradas de todos, se mordió la lengua, menuda liada. — ¿Os ha presentado Nancy al loco ese? — Preguntó Arthur. — Bueno, no está loco… — Y no iba a entrar en el conflicto con la palabra “loco” que tenía. — Loco para vosotros es todo aquel que no siga vuestros estándares. — Dijo Siobhán apareciendo de repente. — Llego a casa y lo primero que oigo es discriminación al diferente. — Siobhán… — Aleccionó su madre. — Solo estamos intentando darles a Marcus y Alice un punto de vista realista sobre las leyendas y los druidas. Es muy fácil dejarse llevar. A Nancy le pasa… Y bueno, ya está, pero no queremos que les pase a ellos también. — Como si fuera una enfermedad. Ahora Alice estaba hasta ofendida por la parte que le tocaba a Nancy, comprendiendo aquellos momentos de derrotismo que tenía, mirando a Marcus y a Siobhán de hito en hito.
Marcus se unió a ellos y ella se pegó a él con una sonrisa. Podía acostumbrarse y mucho a vivir así. Eran veladas siempre entretenidas pero relajadas, en casas tan acogedoras y auténticas, con comida deliciosa (aunque siempre excesiva) y donde se aprendía muchísimo de muchísimas cosas. De verdad que se vería así por tiempo indefinido si no fuera porque no veía a Marcus recluido allí de por vida y el abuelo acabaría sufriendo un infarto, una apoplejía o todo junto. Llegó justo cuando Cletus bromeaba, y ella aportó. — Es que alguno nos estamos iniciando en la cultura irlandesa ahora, los libros infantiles no nos vienen nada mal. — Pero el ambiente se había quedado… Raro. Ella frunció el ceño y vio que Marcus estaba parecido. — Pues a mí me parece parte fundamental de la educación conocer bien la cultura de uno. — A mí también. — Respondió Eillish mientras se sentaba tranquilamente al lado de su marido. Celtus entornó los ojos. — Las leyendas están muy bien para los niños, pero Irlanda es enfermiza con ello. Y así nos va, porque la vida real no es eso. — Para discutir tanto con tu hermano, suenas igual que él, tío Cletus. — Contestó ella con un poquito de recochineo, lo cual hizo reír a todos. — Puede, hija, pero es que yo no he visto a nadie comer a base de runas. — Eso es reduccionista. Y en contra del conocimiento y solo buscando el beneficio económico. — Replicó Eillish, ya en un tono no tan amable. Ahí se estaban debatiendo otras cosas claramente. — Bueno, es que es con el beneficio económico con lo que vives. — Devolvió Cletus, también en otro tono. — Bueno, ya está… Que estamos en familia, por favor. Hija, solo decimos que tampoco conviene llenarles la cabeza a los niños de leyendas. Y a Marcus y Alice tampoco. Porque no son los primeros en perderse en esas historias y no dar con nada. —
Miró a Marcus extrañada. La abuela Molly y Nancy creían firmemente en todo lo que contaban, teniendo en cuenta el trasfondo, claro. — Bueno, el folklore siempre se exagera y se adorna, pero al final del día su origen es cierto. Ahí están las runas y las comunidades druidas. — Oyó una especie de risa generalizada, como cuando un niño decía una ocurrencia. — Cariño, los druidas son magos, ni más ni menos. Como tú y yo. — Dijo Amelia con ternura. — Solo es que han escogido un modo de vida más… — Primitivo. — Dijo Cletus. — Papá no hables así. — Reprendió Eillish. — Hija, se libran de todo con la tontería de la tierra. Si tus nietos se enfermaran, ¿preferirías que los sanara tu madre o que los druidas esperaran a que “la tierra los sanara”? — Ella se removió incómoda y dijo. — Bueno, yo no comulgo con esa forma de vida, pero es una elección, ¿no? Como dice tía Amelia, son magos, sabrán usar la magia igual — No, Alice, tú no conoces druidas, son muy despreciativos con lo nuestro, y siempre allí apartados… — Insistió Cletus. — La comunidad mágica ya es bastante pequeña, y en Irlanda lo hemos pasado muy mal… Quizá si no estuviéramos tan apartados… — Trató de salvar Eddie, pero la lengua de Alice fue más rápida. — Pues el que yo conozco tiene ciento veinte años y no tiene problema en hablar con magos. — Y, al sentir las miradas de todos, se mordió la lengua, menuda liada. — ¿Os ha presentado Nancy al loco ese? — Preguntó Arthur. — Bueno, no está loco… — Y no iba a entrar en el conflicto con la palabra “loco” que tenía. — Loco para vosotros es todo aquel que no siga vuestros estándares. — Dijo Siobhán apareciendo de repente. — Llego a casa y lo primero que oigo es discriminación al diferente. — Siobhán… — Aleccionó su madre. — Solo estamos intentando darles a Marcus y Alice un punto de vista realista sobre las leyendas y los druidas. Es muy fácil dejarse llevar. A Nancy le pasa… Y bueno, ya está, pero no queremos que les pase a ellos también. — Como si fuera una enfermedad. Ahora Alice estaba hasta ofendida por la parte que le tocaba a Nancy, comprendiendo aquellos momentos de derrotismo que tenía, mirando a Marcus y a Siobhán de hito en hito.
- El Pájaro en el espino, el comienzo:
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Alice Gallia
Cause' Alice does belong with Marcus
Ante todo, amigos
Ay, los retitos
Un jour viendra tu me dira je t'aime
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- 16 de enero de 2002:
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Freyja
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Interlude Con Alice | En Irlanda | 1 de diciembre de 2002 |
Marcus se estaba perdiendo algo, definitivamente. Se sentó con la nube de la confusión rodeando su cabeza, se le notaba en la mirada y en la sonrisa, y atendió a los comentarios de unos y otros como quien mira la quaffle pasarse en un partido de quidditch. De reojo miraba a Alice, como si quisiera preguntarle si ella estaba entendiendo el punto de aquella conversación. Porque Marcus esperaba el momento en que alguno de los presentes asegurara que solo estaban bromeando.
Nancy era listísima, y ya no lo decía en su modo "como se nota que es Ravenclaw" habitual. Hacía un trabajo muy duro, muy complicado, que requería una paciencia y dedicación que no todo el mundo estaría dispuesto a tener y, por si fuera poco, podría estar ante un hallazgo histórico e importantísimo para la magia en general e Irlanda en particular. ¿Por qué parecía, según los comentarios de los familiares, que estaba poco menos que perdiendo el tiempo? Ahí era donde Marcus se perdía: de una persona así, esperaba que estuviera venerada en su familia. Más bien la trataban con la condescendencia de quien sabe que se va a convertir en la sucesora de Albus.
Se aclaró la garganta discretamente, porque sentía la imperiosa necesidad de intervenir. Entre otras cosas, por alusiones. - A nosotros nos está viniendo genial, tía Amelia. - Dijo, amable, y compartió una mirada con Alice, que para su tranquilidad (aunque no consuelo) estaba igual de confusa que él. - La alquimia también es una ciencia antigua... - Pero su discurso se vio interrumpido por una fuerte tos de Lawrence, como si se hubiera atragantado. Marcus le miró y se detuvo, porque si conocía de algo a su abuelo, esa tos no había sido fortuita. No se equivocó. - Bueno, hijo, creo que no hace falta que a ti precisamente te hable de la utilidad práctica de la alquimia. - Cletus reía con un punto de soberbia, como quien disfruta de no haber necesitado ni intervenir porque ya sabía que otro lo iba a hacer por él y con más datos. Marcus seguía con una sonrisa confusa que trataba de ser amable por el ambiente familiar, pero su ceño estaba cada vez más fruncido. - Lo dices como si lo que hace Nancy no lo fuera. - Y su comentario provocó una oleada de suspiros. Se removió en su asiento. - También hay muchos sectores que opinan que la alquimia está desfasada. - Los hay. - Comentó Cletus, tratando de adquirir un tono más ligero pero que a Marcus le sonó a condescendiente. Añadió. - Y luego son los primeros que tiran de ella, ¿a que sí, hermano? - Lawrence asintió.
Los intentos de defensa de Alice tampoco provocaron el efecto deseado en ninguno de los dos. ¿Pero qué estaba pasando? ¿Por qué se tomaban todo aquello a risa? El siguiente ataque le tocó a los druidas, y algo le decía a Marcus que sacar la baza de Albus a relucir iba a ser contraproducente. Ni a sus abuelos le había hablado de él... Alice no pensó lo mismo. Hizo un disimuladísimo gesto de tragarse un suspiro interno y mirar levemente hacia arriba. De ser rubio, sería Emma en esos momentos, aunque aún se le notaban los gestos más que a ella. Menos mal que siempre podía contarse con una Gryffindor justiciera cuando la necesitabas. - Gracias. - Dijo, mirándola y señalándola. - Estamos de acuerdo en que es un hombre... particular. Pero tiene mucha visión y un gran poder mágico. Albus solo... - ¿¿Albus?? - Saltó Molly, que hasta el momento se había mantenido sin participar, mirándole con los ojos muy abiertos. Marcus le devolvió la mirada y, para su disgusto, vio como su abuela se desinflaba. - Hijo... Albus lleva toda la vida siendo el loco del pueblo. - Boqueó, y en un acto de auxilio, miró a Siobhán. La chica había puesto una mueca en la cara. Le miró... no le gustó nada esa expresión. - Lo cierto es... que un poco sí. Yo siempre apoyo al diferente, pero es que Albus no se deja integrar. Es un caso... digamos... demasiado particular. - Vaya, pues sus dos Gryffindors justicieras acababan de dejarle vendido. Genial para revivir todo el trauma de Maggie, parecía que no había aprendido nada en Hogwarts.
- Cariño. - Dijo Nora con ternura, poniéndole una mano en la rodilla. - Si es precioso que estéis tan integrados. Si nosotros lo valoramos muchísimo, sabemos que amáis nuestra tierra... - Mi hermana intenta deciros a su manera Hufflepuff que no perdáis el tiempo haciéndole caso a mi hija. - Respondió Eillish sarcástica, y Nora suspiró suavemente y se retiró, pero no perdió el tono agradable y cálido. - Mi querida hermana, no te enfades conmigo... - No me enfado. - Dijo la otra, alzando las manos en señal de desarme. - Solo digo que no le estáis dando a Nancy una oportunidad de demostrar que su investigación va bien dirigida. ¿Que mi hija sueña muy alto? Sí. ¿Que a veces divaga de más? Sí. Pero es joven, tiene que reconducir la investigación, y algún día, será de esas eruditas de las que tanto se enorgullece el pueblo. - Ellish señaló a Lawrence. - Tío Larry, dilo tú. Que yo me acuerdo perfectamente de cuando éramos pequeños y todo el pueblo se metía contigo por ser un intelectual y no estar nunca aquí, y mira ahora. No hay nadie a quien no se le llene la boca hablando de Lawrence O'Donnell. - Sobrina, mi caso es distinto. - Dijo su abuelo, comprensivo. - El pueblo me tenía manía porque yo nunca estaba aquí, y porque, lo reconozco, pecaba de soberbio. Siempre estaba diciendo que no tenía recursos y se me quedaba pequeño. - Que nos sentíamos todos intimidados por lo listo que era el señorito, vaya. - Completó Cletus. Ante la mirada de su hermano, alzó las manos. - ¡No lo digo a mal! Es verdad, es un pueblo, y como todo pueblo, tiene muchos paletos. - ¡Cletus! - Cariño, por favor, no digas que no. - Cletus se dirigió entonces a su hija. - Eillish, por una vez en la vida, le voy a dar a tu tío la razón. Es totalmente distinto. En Nancy lo que temenos es que esté tirando ese intelecto y esa juventud que tiene por la borda. - Bufó. - Y encima perdiendo el tiempo con el loco de Albus, lo que nos faltaba. Lo que debería es darte miedo, a ver si un día le va a hacer algo... -Yo creo. - Intentó Marcus aportar una vez más. - Que la investigación de Nancy va... bien. - Todos le miraron, con más condescendencia que intriga. Tragó saliva. No quería desvelar de más, pero tampoco permitir que se hablara mal de ella. - Si la encamina debidamente, podría estar ante el descubrimiento del siglo. - Cletus rio de garganta y Amelia le miró mal. Se defendió. - No, no, si creo que el chico tiene razón. Teniendo en cuenta que solo llevamos dos años de siglo... - Cletus, estás siendo muy duro con tu nieta. - Reprendió su mujer, y luego les miró a ellos. - ¿Vosotros confiáis en ella? - Ay, mamá... - Suspiró Nora, como quien tiene la batalla perdida. Los que parecían tenerla perdida eran ellos.
Nancy era listísima, y ya no lo decía en su modo "como se nota que es Ravenclaw" habitual. Hacía un trabajo muy duro, muy complicado, que requería una paciencia y dedicación que no todo el mundo estaría dispuesto a tener y, por si fuera poco, podría estar ante un hallazgo histórico e importantísimo para la magia en general e Irlanda en particular. ¿Por qué parecía, según los comentarios de los familiares, que estaba poco menos que perdiendo el tiempo? Ahí era donde Marcus se perdía: de una persona así, esperaba que estuviera venerada en su familia. Más bien la trataban con la condescendencia de quien sabe que se va a convertir en la sucesora de Albus.
Se aclaró la garganta discretamente, porque sentía la imperiosa necesidad de intervenir. Entre otras cosas, por alusiones. - A nosotros nos está viniendo genial, tía Amelia. - Dijo, amable, y compartió una mirada con Alice, que para su tranquilidad (aunque no consuelo) estaba igual de confusa que él. - La alquimia también es una ciencia antigua... - Pero su discurso se vio interrumpido por una fuerte tos de Lawrence, como si se hubiera atragantado. Marcus le miró y se detuvo, porque si conocía de algo a su abuelo, esa tos no había sido fortuita. No se equivocó. - Bueno, hijo, creo que no hace falta que a ti precisamente te hable de la utilidad práctica de la alquimia. - Cletus reía con un punto de soberbia, como quien disfruta de no haber necesitado ni intervenir porque ya sabía que otro lo iba a hacer por él y con más datos. Marcus seguía con una sonrisa confusa que trataba de ser amable por el ambiente familiar, pero su ceño estaba cada vez más fruncido. - Lo dices como si lo que hace Nancy no lo fuera. - Y su comentario provocó una oleada de suspiros. Se removió en su asiento. - También hay muchos sectores que opinan que la alquimia está desfasada. - Los hay. - Comentó Cletus, tratando de adquirir un tono más ligero pero que a Marcus le sonó a condescendiente. Añadió. - Y luego son los primeros que tiran de ella, ¿a que sí, hermano? - Lawrence asintió.
Los intentos de defensa de Alice tampoco provocaron el efecto deseado en ninguno de los dos. ¿Pero qué estaba pasando? ¿Por qué se tomaban todo aquello a risa? El siguiente ataque le tocó a los druidas, y algo le decía a Marcus que sacar la baza de Albus a relucir iba a ser contraproducente. Ni a sus abuelos le había hablado de él... Alice no pensó lo mismo. Hizo un disimuladísimo gesto de tragarse un suspiro interno y mirar levemente hacia arriba. De ser rubio, sería Emma en esos momentos, aunque aún se le notaban los gestos más que a ella. Menos mal que siempre podía contarse con una Gryffindor justiciera cuando la necesitabas. - Gracias. - Dijo, mirándola y señalándola. - Estamos de acuerdo en que es un hombre... particular. Pero tiene mucha visión y un gran poder mágico. Albus solo... - ¿¿Albus?? - Saltó Molly, que hasta el momento se había mantenido sin participar, mirándole con los ojos muy abiertos. Marcus le devolvió la mirada y, para su disgusto, vio como su abuela se desinflaba. - Hijo... Albus lleva toda la vida siendo el loco del pueblo. - Boqueó, y en un acto de auxilio, miró a Siobhán. La chica había puesto una mueca en la cara. Le miró... no le gustó nada esa expresión. - Lo cierto es... que un poco sí. Yo siempre apoyo al diferente, pero es que Albus no se deja integrar. Es un caso... digamos... demasiado particular. - Vaya, pues sus dos Gryffindors justicieras acababan de dejarle vendido. Genial para revivir todo el trauma de Maggie, parecía que no había aprendido nada en Hogwarts.
- Cariño. - Dijo Nora con ternura, poniéndole una mano en la rodilla. - Si es precioso que estéis tan integrados. Si nosotros lo valoramos muchísimo, sabemos que amáis nuestra tierra... - Mi hermana intenta deciros a su manera Hufflepuff que no perdáis el tiempo haciéndole caso a mi hija. - Respondió Eillish sarcástica, y Nora suspiró suavemente y se retiró, pero no perdió el tono agradable y cálido. - Mi querida hermana, no te enfades conmigo... - No me enfado. - Dijo la otra, alzando las manos en señal de desarme. - Solo digo que no le estáis dando a Nancy una oportunidad de demostrar que su investigación va bien dirigida. ¿Que mi hija sueña muy alto? Sí. ¿Que a veces divaga de más? Sí. Pero es joven, tiene que reconducir la investigación, y algún día, será de esas eruditas de las que tanto se enorgullece el pueblo. - Ellish señaló a Lawrence. - Tío Larry, dilo tú. Que yo me acuerdo perfectamente de cuando éramos pequeños y todo el pueblo se metía contigo por ser un intelectual y no estar nunca aquí, y mira ahora. No hay nadie a quien no se le llene la boca hablando de Lawrence O'Donnell. - Sobrina, mi caso es distinto. - Dijo su abuelo, comprensivo. - El pueblo me tenía manía porque yo nunca estaba aquí, y porque, lo reconozco, pecaba de soberbio. Siempre estaba diciendo que no tenía recursos y se me quedaba pequeño. - Que nos sentíamos todos intimidados por lo listo que era el señorito, vaya. - Completó Cletus. Ante la mirada de su hermano, alzó las manos. - ¡No lo digo a mal! Es verdad, es un pueblo, y como todo pueblo, tiene muchos paletos. - ¡Cletus! - Cariño, por favor, no digas que no. - Cletus se dirigió entonces a su hija. - Eillish, por una vez en la vida, le voy a dar a tu tío la razón. Es totalmente distinto. En Nancy lo que temenos es que esté tirando ese intelecto y esa juventud que tiene por la borda. - Bufó. - Y encima perdiendo el tiempo con el loco de Albus, lo que nos faltaba. Lo que debería es darte miedo, a ver si un día le va a hacer algo... -Yo creo. - Intentó Marcus aportar una vez más. - Que la investigación de Nancy va... bien. - Todos le miraron, con más condescendencia que intriga. Tragó saliva. No quería desvelar de más, pero tampoco permitir que se hablara mal de ella. - Si la encamina debidamente, podría estar ante el descubrimiento del siglo. - Cletus rio de garganta y Amelia le miró mal. Se defendió. - No, no, si creo que el chico tiene razón. Teniendo en cuenta que solo llevamos dos años de siglo... - Cletus, estás siendo muy duro con tu nieta. - Reprendió su mujer, y luego les miró a ellos. - ¿Vosotros confiáis en ella? - Ay, mamá... - Suspiró Nora, como quien tiene la batalla perdida. Los que parecían tenerla perdida eran ellos.
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