Dentro de la línea de evolución de la humanidad como la conocemos, existen teorías que indican que en tiempos pasados la conexión entre los humanos era bastante más profunda de lo que es ahora, estableciendo una empatía difícil de definir o comprender en nuestros tiempos modernos.

Hay quienes creen que esta conexión es algo del pasado, sin embargo, va mucho más allá de lo que muchos teóricos podrían llegar a pensar. Sin embargo, estos individuos han decidido ocultarse debido al riesgo que corren si cargos importantes obtienen información acerca de ellos.

Para estos grupos de personas no hay normas, no hay un manual, ni un punto real de partida. Por eso en el momento en el que un nuevo cluster nace, ninguno de ellos está preparado para lo que les espera en realidad.

Apenas son unos niños, sus padres están convencidos de que han decidido inventar amigos imaginarios en el momento en el que les encuentran hablando solos en su habitación... Pero ¿qué pasa cuando descubres que las personas que viven en tu cabeza no son producto de tu imaginación?

Es así como ellas se encuentran, en puntos diferentes del mundo, pero teniendo una conexión más allá de lo pronosticado.

Cuando su padre le pidió que fuera una buena niña y lo esperase sentada en el sillón de la sala de espera de la entrada Astrid asintió con cierta mueca enfurruñada. No le gustaba estar allí a decir verdad, el despacho de abogados de su padre era de los sitios más aburridos del mundo. Su violín descansaba a sus pies, dentro de su estuche negro, dentro del mismo también guardaba una bolsita de gominolas a medio empezar y creyó que ese era un momento tan bueno como cualquier otro para continuarlas. Así, arrebullida en el sillón de cuero negro con su gordo chaquetón de invierno y su bolsa de golosinas esperó a que su padre volviera mientras la recepcionista le sonreía de vez en cuando y ella le devolvía el gesto.

Aburrida empezó a contemplar la sala que había visto ya cien veces, los muebles en tonos oscuros, la moqueta gris, los cuadros en las paredes... Astrid estaba segura que podía recitar de memoria las cosas que había en aquella sala sin equivocarse. Sin embargo, aquel día se habría equivocado pues apareció algo, o más bien alguien, que nunca antes había estado allí.

Era una niña de cabello rubio que probablemente debía tener su misma edad. Era la primera vez que veía a otro niño allí, así que no pudo resistir la curiosidad de acercarse a ella. Cualquier cosa sería más divertida que quedarse allí sentada sin hacer nada.

- ¡Hola! -saludó sonriendo a la par que agitaba la mano en señal de saludo.- ¿Qué haces aquí? ¿A tú padre también se le han olvidado algunos papeles importantes? -eso era lo que su padre le había dicho que necesitaba volver a buscar antes de llevarla a su clase de violín, pero Astrid empezaba a pensar que llegaría tarde... otra vez.

No le gustaban los días en los que su madre la llevaba al trabajo. Sabía que sus turnos eran complicados, y que a veces no conseguía que su abuela cuidara de ella porque el camino hasta su casa fuera de la ciudad era un poco largo. Sin embargo, a Meredith no le gustaba nada el hecho de esperar en la zona de descanso de las enfermeras que trabajaban en el hospital.

Si bien algunas de ellas pasaban por su lado y le daban caramelos, después de un par de horas se hacía tedioso. Ya había terminado su tarea, y su madre le había dejado su ordenador para que pudiera imprimir algunos dibujos para colorear mientras esperaba.

Pero, en esa vez en específico, se encontraba chocando sus pies entre ellos mientras giraba en la silla reclinable de su madre... Hasta que de repente ya no estaba ahí en realidad. Se quedó quieta, mirando a sus alrededores e intentando identificar el lugar en el que se encontraba.

Cada superficie parecía estar hecha de la más pulcra y brillante madera, y en aquella sala de espera, lo único que vio fue a una chica morena que parecía estar caminando hacia ella con una bolsa de chuches.

—No... Mi madre está trabajando. ¿Dónde estamos?— Preguntó, confundida de repente. Sentía la silla bajo ella, la misma silla mullida de su padre, pero por algún motivo, no se encontraba en el mismo lugar que reconocía.

Astrid observó con el ceño algo fruncido a la niña venida aparentemente de la nada, ¿cómo no podía saber dónde estaba? Miró hacia la recepcionista, enfrascada en lo que fuera que ponía en la pantalla de su ordenador a la vez que marcaba números en el teléfono sin mirar las teclas. Ni si quiera parecía haberse percatado de que había otra niña allí que, además, estaba perdida.

-¿Es que te has perdido? -preguntó, todavía sin responder a la pregunta de la niña, pero acabó encogiéndose de hombros y abriendo los brazos como intentando abarcar la sala.- Este es el bufete de abogados de mi padre.-bufete todavía era una palabra que no acababa de entender, pero sus padres se referían así a aquel lugar entre adultos y, por algún motivo, quería causarle buena impresión a la niña. Quería tranquilizarla y que pensara que era inteligente y que podría ayudarla a encontrar a sus padres.

- ¿Quieres una gominola? -ofreció tendiéndole la bolsa.- Creo que mi padre tardará un poco, mientras tanto puedo ayudarte a encontrar a los tuyos. ¡Conozco este lugar como la palma de mi mano! -para bien o para mal había pasado un montón de horas allí, seguro que no le costaría encontrar a los padres de aquella niña, no podían estar lejos, ¿verdad?

- Si no podemos pedirle ayuda a mi padre, él conoce a un montón de gente aquí en Copenhague. -haber dicho que para Astrid su padre era como un superhéroe no habría sido en absoluto erróneo.

Sus manos estaban apoyadas contra lo que sentía eran los apoya brazos de la silla reclinable del consultorio de su madre, donde siempre daba vueltas y vueltas hasta que esta entraba y le decía que iba a marearse si seguía jugando de esa forma. Sin embargo, en ese momento tan solo se encontraba desorientada. De cierta forma, podía afirmar que seguía sintiendo la misma silla mullida de su madre bajo su cuerpo, pero el entorno era desconocido para ella, y no tenía idea de como volver.

—¿Estoy en un restaurante para abogados?— Preguntó, porque para ella un bufete era el lugar al que su madre le llevaba cuando le apetecía un menú enorme de comida china. Pero Meredith no veía ningún abogado, y no sabía si tal vez estos habían preferido comer en alguna otra parte, y habían dejado a esa chica morena atrás.

Su madre siempre le repetía que no debía irse con desconocidos, pero su madre no estaba cerca, y la única persona cerca era aquella morena que le prometía conocer aquel bufete como la palma de su mano. Además, no parecía que quisiera hacerle daño. Por lo que, Meredith se levantó y aceptó la gominola que le estaba siendo ofrecida.

—Pero no podemos alejarnos demasiado, solo por si mi madre viene a buscarme.— Estaba preocupada, porque no sabía como su madre podría encontrarla en aquel lugar, pero valía la pena decirlo para que la chica supiera que estaban buscando a su madre. Sin embargo, Meredith detuvo sus cortos pasos al escucharla. —Aquí en Copen... ¿que?— No sabía a que se refería con eso.

Tras la nueva pregunta de la niña Astrid la miró unos largos segundos sin saber muy bien qué responder. ¿Por qué iba su padre a comer allí? A la vuelta de la esquina estaba la hamburguesería a la que la había llevado, a ella y a su madre, más de un domingo en el que le había tocado trabajar. No tuvo tiempo, no obstante, de pensar en una buena respuesta cuando la niña volvió a hacer otra pregunta, tal vez todavía más extraña si cabía.

— En Copenhague. — señaló de nuevo. — ¿Tampoco sabes dónde estás tú? Estamos en Dinamarca, que está en Europa, y Copenhague es la capital. De Dinamarca, no de Europa. — Astrid estaba muy orgullosa de poder decir esos datos, en clase estaban estudiando su ciudad y el país y estaba segura de que en el examen sacaría muy buena nota. — ¿Es que has venido de vacaciones con tu familia? — teniendo en cuanta lo perdida que estaba, ni si quiera conociendo el nombre de la ciudad, Astrid dio por hecho que debía ser eso, siempre había muchos turistas. Pero acababa de decir que su madre estaba trabajando, lo cual no tenía sentido.

— Oye, ¿cómo te llamas? Todavía no me lo has dicho. — cayó entonces en la cuenta de que ella tampoco le había dicho el suyo, si quería ayudarla eso era, tal vez, lo mínimo.— Yo soy Astrid. ¿Buscamos a tu madre? — le tendió la mano con la que sostenía la bolsa de caramelos y esperó a que se acercase a ella. Su padre todavía tardaría un poco. — Si no está aquí, podemos salir fuera, quizás podamos pedirle ayuda a algún policía. En la escuela es lo que nos han explicado que hay que hacer si algún día nos perdemos. — aunque también le habían dicho que no debía hablar con extraños, lo cual era algo contradictorio.

Ninguna de las palabras de la chica le sonaba medianamente familiar. Ella sabía donde estaba Europa ubicado en el mapa del mundo, su familia había crecido en Alemania antes de ir al Reino Unido, donde ella nació. Sin embargo, se sintió un poco tonta al escuchar la palabras de la morena, que parecía saber perfectamente lo que decía.

—No hemos venido de vacaciones. Yo... Creo que estoy perdida. Estaba en la oficina de mi madre, y ahora...— Estaba segura de que podía escuchar el murmullo suave de los pasillos del hospital, pero a la misma vez, su entorno no era para nada el que conocía de toda la vida. —No sé lo que es Copenhague.— Agregó, casi en un tono de disculpa.

No le gustaba esa sensación de no saber en dónde se encontraba. Ella no se había movido de la oficina de su madre, y no quería contemplar la posibilidad de haber desarrollado superpdoeres de un momento para otro. Además, tampoco quería hacer enojar a su madre... Porque ella le había prometido que saldrían a comer helado después de que terminara su turno.

—Mi nombre es Meredith, mi madre se llama Caroline y ella me llama Dee.— Quería confiar en aquella desconocida, y en realidad, estaba hablando con ella de forma completamente inocente, aun en medio de lo confusa que pudiera sentirse. Tomó la mano de la chica que sostenía la bolsa de caramelos, y la siguió, mirando sus alrededores para ver si conseguía reconocer algo. Pero todo era nuevo para ella... Y antes de poder salir a la calle, un hombre alto se puso delante de ellas.

—¿A dónde vas pequeña Astrid?— Le preguntó a la morena. —Sabes que a tu padre no le gusta que salgas sin el.— Comentó el hombre, que parecía un guardia de seguridad, pero Meredith no podía estar segura.

Cuando Joren se paró frente a ella tan de repente Astrid se llevó un pequeño susto, dando un respingo y un pequeño salto hacia atrás. Los caramelos cayeron de su mano y, apresurada, se agachó a recogerlos. El guardia de seguridad volvió a hacerle la misma pregunta y Astrid, reconociendo que había sido pillada no le quedó más remedio que tomar aire para responder.

— Ya lo sé, pero estaba intentando ayudar a Dee. Ha perdido a su madre y he pensado que igual podíamos buscar a un policía. ¿Verdad? — volteó a mirar a su amiga esperando que esta corroborase su historia pero a su lado no encontró a nadie. El tacto de Meredith e incluso algo de calor permanecía en la mano con la que la había agarrado, pero ella ya no estaba allí. — ¿Dónde... dónde ha ido? — farfulló, confusa, pero Joren le devolvió la misma mirada llena de confusión. — Ella estaba aquí, ahora mismo estaba aquí a mi lado. ¿Ha salido corriendo? — entre las piernas de Joren podía ver la calle al otro lado de las puertas de cristal, pero no reconocía a Meredith entre las personas que paseaban por la calle. ¿Cómo podía ser posible?

— ¡Astrid! — la voz de su padre sonó a sus espaldas, claramente en tono enfadado. En otras circunstancias se habría encogido, arrepentida, pero en aquel momento, mientras su padre la regañaba por haber salido sola, lo único en lo que podía pensar Astrid era en lo que podía haber pasado con Meredith. Un segundo estaba a su lado y al siguiente ya no estaba. Era imposible y, además, Joren había asegurado que no había nadie más con ella pero Astrid estaba segura de que Meredith había estado allí. ¡Habían hablado e incluso le dio uno de sus caramelos!

Al final llegaron tarde a la clase de violín y la profesora también la regañó, más por lo desafinadas que sonaban sus notas que por llegar tarde. Pero aquel día Astrid no pudo pensar en otra cosa si no en lo que había pasado en la oficina de su padre. ¿Quizás había visto a un fantasma?

Meredith se había esforzado durante los últimos días a no pensar en lo que había ocurrido el fin de semana. De un momento para otro, se encontraba de regreso en el consultorio de su madre y estaba sola. Ninguna chica de su edad hablando de ciudades que no conocía.

Una vez salieron de allí, la rubia le preguntó a su madre dónde quedaba exactamente Copenhague. La respuesta le sorprendió, pero no dio muchos detalles acerca del por qué de su pregunta... Y durante varios días, no volvió a ver a la morena.

Pero aquel día era diferente. Sentía que le había visto ya varias veces desde que llegó al instituto, como si desde el rabillo del ojo hubiera identificado a la chica. No estaba esperando que esta fuera a aparecer justo delante de ella en medio de la cafetería. Meredith dio un respingo al verla, pero luego sonrió. No se daba cuenta de lo extraño que era estar hablando para sí misma cuando decidió saludarle.

—¿Volvemos a estar en Copen... Copenhague?— Preguntó, aunque ella seguía viendo la cafetería de su instituto. Tal vez no estaban ahí, y tal vez Astrid había decidido que esta vez era su turno de visitarle.

Pese a los días transcurridos Astrid no había dejado de pensar en la misteriosa niña rubia, todavía debatiéndose entre si había visto a un fantasma o no. Su padre no había querido escucharla cuando había intentado contarle la historia, estaba demasiado enfadado y eso la enfadó a ella también. Su madre, en cambio, siempre comprensiva, había escuchado su historia mientras la arropaba, pero había sonreído con condescendencia y le había dado a entender que era una niña muy imaginativa. Astrid se había enfadado entonces el doble.

En clase había intentado contárselo a su mejor amiga, pero esta había pensado que se trataba de una broma y, frustrada, ya no había intentado contárselo a nadie más. Pero eso no había hecho que dejase de pensar en Dee. Pensaba en ella a menudo cuando caminaba por los pasillos en el cambio de clase o mientras se comía el almuerzo en la cafetería, incluso había intentado buscarla en Internet, sin ningún éxito, por supuesto. No obstante aquel día le tenía preparada una sorpresa y, así, mientras sorbía lo que quedaba de su zumo de naranja, al levantar la vista para leer lo que el buscador pudiese haber encontrado de Meredith se encontró cara a cara con ella.

Debería haberse asustado, pero en vez de eso sonrió.

— No lo sé, creo que no. — confesó con un encogimiento de hombros. Estaba en una cafetería, pero no era la de su colegio ni las personas que la rodeaban eran conocidas. — Yo estaba en mi casa. ¿Es de día? — preguntó al fijarse en la luz natural que entraba por las ventanas. En Copenhague ya eran las seis pasadas, pero allí no parecían más de las once. — ¿Dónde estamos, Dee? — Astrid solo tenía clara una cosa, ya no estaban en Copenhague.

¿La gente se daba cuenta de que estaba hablando con alguien? Dee no solía sentarse sola en la cafetería, pero su mejor amiga se encontraba enferma desde hace un par de días y las demás personas no solían prestarle demasiada atención. Por eso, al ver que no iba a pasar aquella hora sola, no pudo hacer algo diferente a sonreír. Tomó su bandeja y con un movimiento de cabeza le pidió a Astrid que le siguiera al patio, donde había otras mesas al aire libre donde podían sentir el calor del sol abrazar su piel.

—Estamos en mi instituto.— Comentó, mientras se sentaba en el césped y dejaba su bandeja frente a ella. —¿Tienes hambre?— Preguntó, ofreciendo parte de su comida a la morena que se encontraba a su lado para luego apoyar su espalda contra uno de los árboles. Sabía que podría hacer uso de las mesas, pero le daba igual, no era como si estuviera apoyando su comida sobre la tierra directamente.

—Pero yo no vivo donde tú vives... Estoy en Chicago. ¿Sabes dónde es Chicago?— Su familia se había mudado hacia poco a Estados Unidos, y a Dee no se le había hecho del todo sencilla la transición. No tenía muchos amigos, y por eso pasaba demasiado tiempo en el hospital con su madre cuando esta trabajaba. Tal vez por eso su madre pensaba que Dee había estado hablando con una amiga imaginaria el día del hospital, cuando la rubia había ido a contarle todo lo ocurrido.

Siguió a Dee hasta el patio, observando cada tramo del lugar maravillada. Se parecía a las series de la televisión que veía de tanto en tanto, era el típico instituto americano, casi le parecía que en cualquier momento aparecería el equipo de animadoras con los pompones en las manos.

Se sentó junto a Dee sobre el césped, apoyando la espalda contra el enclenque tronco de un arbolillo. Era increíble, pero podía sentir la rugosidad de la corteza a través de la fina ropa de su camiseta y, a la vez, sentía el mullido respaldo de su silla de escritorio. ¿Cómo podía ser posible el sentir dos sensaciones tan dispares a al vez?

— Claro que sé donde está Chicago. — respondió mientras rehusaba la comida, no estaba muy segura de qué pasaría si comía. — Está en... Estados unidos. — Como si los estados unidos no fueran simplemente enormes. Astrid pecaba de ser un poco marisabidilla, le gustaba aparentar que lo sabía todo. Siendo más pequeña a los adultos de su alrededor les había parecido encantador pero, conforme se fue haciendo mayor, dicho rasgo fue haciéndose menos adorable y más molesto.

— ¿Por qué desapareciste tan de repente el otro día? — fue su turno de preguntar, sin medias tintas ni delicadeza alguna fue al tema que la había estado agitando por días. — Estuve buscándote por todas partes, pero no te encontré. Además mis padres no me creyeron cuando les expliqué lo que había pasado. Esa cegata de recepcionista dijo que estaba yo sola, ¿te lo puedes creer? — No era tan descabellado, de hecho, si lo pensaba bien. ¿No estaba ahora en estados unidos en un intitulo que no había pisado en su vida? Nadie parecía fijarse en ella, como si fuera una estudiante más del enorme instituto. ¿Qué estaba sucediendo?

Como si fuese de lo más natural ofrecerle su comida a alguien que acababa de aparecer, la rubia puso su bandeja en medio de las dos para que la morena pudiera también picar a gusto. Sabía que tenía que volver pronto a clase, pero, le gustaba estar allí, al aire libre y sin tener que pensar en la odiosa profesora de matemáticas con la que le costaba mogollón aprender.

—Si, me he mudado aquí hace poco.— Dijo, mientras asentía con la cabeza como si fuera de lo más normal. A decir verdad, ella no se encontraba muy feliz por tener que estar ahí, pero, lo aceptaba porque sabía que era su nuevo hogar, como los otros hogares que había tenido debido al trabajo investigativo de su madre.

—Yo... no quería desaparecer. Pero, mi madre había llegado y yo...— La situación era confusa, su madre le había puesto nerviosa, y al intentar explicarle lo ocurrido, esta le explicó que era imposible que se hubiera trasladado de repente a esa ciudad de nombre confuso que Astrid le había dicho. —¿Sigues estando en Copen... Copenhague?— Su pregunta sonaba todavía más dudosa de lo normal, al estar insegura de saber pronunciarlo. La geografía tampoco se le daba bien.

Asintió ante la pregunta, pero pronto frunció ligeramente el ceño al pensarlo con más detenimiento.— Bueno, al menos eso creo. —Se cruzó entonces de brazos, sintiéndose confusa.

—La verdad es que he estado pensando en esto. —las señaló a ambas para dar más énfasis a sus palabras.— Ya sabes, cómo puede ser posible que solo nos veamos entre nosotras. Cómo puede ser posible que esté en Chicago y a la vez en mi casa. —Calló un momento y miró fijamente a Meredith para, al final, encogerse de hombros. —¡Creo que igual somos brujas! —esa era, realmente la explicación más razonable, ¿verdad?

— Tal vez acabamos por recibir una carta como en Harry Potter. ¿Has leído los libros? —Ella era toda una fanática del niño mago y si Meredith compartía su gusto todavía le caería mejor. — ¡Aunque si acabo en una casa como Slytherin me niego! —alzó la voz más de lo necesario pero, obviamente, nadie más la escuchó. — O quizás es cosa de aliens, quizás han hecho pruebas raras con nosotras sin que lo sepamos. —A su padre le encantaba Expediente X y alguna que otra vez Astrid había visto con él capítulos sueltos, siempre antes de que su madre los pillara, por supuesto.

No se imaginaba que la idea de ser bruja le fuese a hacer tanta ilusión, pero, al escuchar las teorías de la morena no pudo evitar el brillo en sus ojos y la sonrisa que se pintó automáticamente en su rostro. Si era bruja, ¿eso significaba que podía atraer cosas con la mente como la niña de la película? Sin embargo, otro tipo de magia cruzó por su cabeza cuando Astrid mencionó la posibilidad de que les llegara una carta de Hogwarts.

—¿Que si he leído los libros? ¡Claro que los he leído!— Dijo, mientras se llevaba la mano al pecho en un gesto de pura inocencia y decía: —Creo que yo quedaría en Hufflepuff, ¿y tú?— Preguntó, pensando en los años que le quedaban hasta la edad en la que debería recibir su carta. Parecía que todavía le quedaban muchos meses, pero, podía ser paciente con tal de estar en la casa de los hurones.

Ya que estaban contemplando posibilidades, tuvo que añadir: —Mi madre no cree que los aliens existan.— Su padre siempre había estado inclinado a aquella teoría, y tenía muchos libros raros en casa. Sin embargo, llevaba varios meses sin saber nada de él. —Tu... ¿se lo has contado a alguien?— Preguntó, porque ella no se sentía capaz de explicarle a nadie exactamente lo que sentía.

Astrid sonrió verdaderamente feliz cuando Dee afirmó que también había leído los susodichos libros y, no solo eso, también era la clase de friki que había fantaseado con la casa en la que quedaría. Era fantástico que tuvieran tantas cosas en común.

— Yo seguro que quedaría en Gryffindor, ¡la casa de los valientes!—hizo un gesto con la mano como si empuñase una espada y rió al momento por su tonta ocurrencia. El resto de sus amigas no se habían leído los libros, solo habían visto las películas y no estaban, ni de lejos tan interesadas como ella en el tema. Era agradable encontrar alguien como ella.

— Mis padres tampoco creen en extraterrestres, la verdad. —su padre disfrutaba con películas del tema, pero no creía que pudiesen pasar de verdad y Astrid, ciertamente, tampoco. El ambiente relajado, se volvió más serie de pronto con la última pregunta de Dee y Astrid, antes de responder, lo pensó durante un momento.

— Se lo conté a mi madre, pero estoy segura de que cree que lo he soñado. —no pudo evitar dejar ir un suspiro al recordar la sonrisa condescendiente de su madre mientras le acariciaba el pelo y le dejaba caer que tenía mucha imaginación. —La oí hablar con mi padre, dijo que igual me estaban exigiendo mucho en las clases de violín. ¡Pero tengo que practicar, pronto tendré un recital! —refunfuñó. —E igualmente no sé qué tendría eso que ver con poder verte. No tiene sentido, ¿verdad?

Una risa se le escapó al ver sus acciones, porque se daba cuenta de que la morena sabía de lo que hablaba y le gustaba poder compartir sus aficiones con alguien. A su madre también le gustaba Harry Potter, y le había leído los libros desde que ella era pequeña, así que tenían cierta conexión debido a ello. Sin embargo, hablar de su pasión por los libros no era lo más importante en ese momento, aquella era magia de otro tipo.

—Mi madre también piensa que me he confundido, porque le pregunté por ti... Pero, no le he dicho exactamente lo que pasó.— Le había preguntado si una niña había estado en su consultorio, pero, ella aseguraba que no y no se sentía en la capacidad de explicarle eso a su madre. No quería que le hablara de amigos imaginarios.

—¿Tocas el violín? ¡Que guay!— Comentó, distrayendo su atención por un momento de la realidad antes de decir: —No tiene sentido porque... Tu estás allí, en un lugar que yo no conozco. Y yo estoy aquí, en un lugar en el que nunca has estado.— Y no tenía sentido que pudieran verse y luego dejar de verse, como por arte de magia. Ninguna de las dos sabía que no encontrarían explicación a ello hasta años después.

Astrid compuso una pequeña mueca ante las palabras de Dee. La rubia tenía toda la razón, nada de aquello tenía sentido pero Astrid estaba segura de que no se lo estaba imaginando. Dos personas no podían imaginarse lo mismo y Dee era real, era una persona de carne y hueso, pudo sentirlo cuando la agarró de la mano y podía sentirlo también ahora.

— Tal vez es algún tipo de magia, magia de la de verdad. —No del tipo con la que alguien conseguía hacer aparecer un conejo en su sombrero. — Pero, aunque no lo entiendo, me gusta. Me parece que es una pasada, ¿no piensas tú lo mismo? — Y para dar más énfasis a sus palabras elevó la vista hacia las ramas del árbol a su espalda. Las hojas verdes se movían tenuemente a causa del viento y parecían bailar al son de las voces del resto de adolescentes repartidos por la zona.

— Ojalá pudiéramos controlarlo. — se lamentó. — No sé cómo lo he hecho para aparecer aquí. Estaba en mi habitación, pensé en ti y de repente… — Pero no podía ser solo por eso. Había pensado en Dee muchas veces durante aquellos días y no se había aparecido, transportado o como se llamase lo que hacían, hasta aquel momento. Tenía que haber algo más. — Pero me alegra poder volver a verte después de cómo desapareciste la última vez estaba un poco preocupada.

Astrid calló durante unos segundos, volvió a disfrutar del ambiente, tan diferente al propio. — ¿Y qué hacemos ahora? — Era una pregunta pertinente, es decir, qué se suponía que tenían que hacer con todo aquello que no podían comprender. Astrid no era la clase de persona que pudiera dejarlo estar, ¿Dee lo sería?

Magia. Aquella era la única explicación realista que Meredith podía aceptar, porque de otra manera ¿cómo podía estar en dos lugares al mismo tiempo, hablando con alguien que solo había visto porque deseaba hacerlo? La primera vez fue casualidad, pero, en aquella ocasión realmente estaba pensando en ella y en las probabilidades que tenía de volverla a encontrar y allí estaba. Tal vez tenían una conexión mágica especial, y podían hacerse compañía desde la distancia.

Aceptó la explicación como verdad, como hacen los niños, sin tener muchas más dudas porque nadie podía darles respuesta. No podía contárselo a su madre, porque no le había creído la primera vez y Meredith no quería hacerla enfadar teniendo en cuenta que trabajaba muchas horas con muchas personas que en ocasiones la molestaban.

—Tal vez… Solo debamos pensar en que queremos estar con la otra para poder vernos. — Podían intentarlo en otro momento, ver si funcionaba. —Podemos poner una cita. Cuando regrese del colegio. ¿Qué hora es donde tu estás? — Preguntó, sin saber que podía consultarlo haciendo una búsqueda sencilla.

—Creo que podemos ser amigas. Tenemos una conexión mágica. — Afirmó, convencida de que habían llegado a la respuesta correcta, sin tener idea de que aquello iba más lejos que una simple conexión.

— Pues… —Lo pensó un momento, haciendo cálculos. Había mirado la hora al llegar a casa, pero tras meterse en su habitación no había vuelto a mirar el reloj. ¿Para qué? — Creo que deben ser sobre las siete. Casi las ocho quizás. Mi madre no tardará en llamarme para cenar. —lo pensó entonces un momento más. Dándose cuenta de pronto lo distintos que eran sus horarios.— ¿Por qué no lo intentamos cuando salgas de clase? —para ella sería de noche, su hora de estar metida en la cama y durmiendo para recuperar fuerzas para el próximo día de colegio. Sus padres no interrumpirían.

— Me gusta cómo suena lo de ser amigas. —confesó con una sonrisa.— Adoro a las amigas que tengo pero, con diferencia, tú eres la más interesante. —en parte porque todavía no la conocía, en parte porque Dee y su conexión con ella resultaba un misterio. ¿Por qué, de entre todas las personas en el mundo, aquella magia solo funcionaba con Dee?

— ¿Crees que llegaremos a conocer a más personas? —preguntó de pronto. Pero dándose cuenta de que tal vez no había acabado de explicarse bien intentó rehacer la pregunta.— Como nosotras quiero decir, ¿crees que es posible que algún día aparezcamos, yo que sé, en China y conozcamos a otra niña capaz de vernos? —sonaba emocionante a sus oídos, desde luego.

Para Meredith nunca había sido particularmente fácil hacer amigos, por lo que el simple hecho de que el destino pareciera haberle puesto una amiga delante hacía que todo fuera considerablemente más sencillo. Pensar que tenían esa conexión mágica inexplicable lo hacía todo incluso más interesante de ser posible.

—Perfecto, pues entonces te veré cuando llegue del colegio. — Dijo, porque pronto sonaría la campana que indicaba que tenía que regresar a clase, y dudaba mucho poder llevarla consigo hasta el aula. ¿Si ella la veía otros también podían verla mientras estuviera ahí? Porque le daba la impresión de que no era precisamente el caso.

—Espero que si. — Dijo ante la pregunta de la morena. —Sería genial tener muchos amigos. — Ninguna de las dos se imaginaba lo complicada que era esa red de la que hacían parte. Unas niñas pequeñas, que habían nacido por segunda vez mucho antes de lo que deberían, y no comprendían las implicaciones de ser diferentes.

Los días pasaron y las semanas con ellos hasta que, de repente, llegó diciembre y los exámenes de fin de trimestre junto con su representación de violín en nochebuena. Astrid estaba tan nerviosa estudiando y practicando al violín que apenas había tenido tiempo de ver a Dee.

Habían descubierto que si pensaban en la otra era más fácil conectarse, aunque a veces Astrid había acabado con dolor de cabeza de tanto concentrarse pensando en Dee y no había obtenido ningún resultado. En otras ocasiones lograban verse sin pretenderlo. Lo cierto es que todavía no habían acabado de entender cómo funcionaba su vínculo.

— Astrid, cielo, ¿estás segura de que lo llevas todo? Recuerda que esta tarde pasará el abuelo a buscarte para llevarte a la academia. —la voz de su madre la sacó de sus cavilaciones, encontrándose ya en la entrada del instituto. Un coche pitó a sus espaldas pretendiendo meterles prisa. Su madre lo ignoró.

— Me acuerdo, el abuelo prometió que me llevaría a comer gofres. —su madre dejó ir una risa y le hizo prometer que solo comería uno antes de que la niña bajara del coche. Con la mochila acuestas entró en el recinto escolar, saludando a algunos compañeros y reuniéndose con sus amigas a la puerta del aula de la primera clase.

— ¿Habéis estudiado mucho? —preguntó Ebba y Janne asintió pero comentó que los verbos irregulares le parecían muy difíciles. Entonces Astrid se dio cuenta de dos cosas, que el examen de inglés era en cinco minutos en vez de en dos días y que no había estudiado absolutamente nada.

Era el momento de entrar en pánico.

Había encontrado una nueva amiga sin estarla buscando y eso a Meredith la hacía muy feliz. Sentía que tenía un apoyo en alguien que aparecía cuando la necesitaba, y eso era mucho más importante que otras amistades que tenía que no comprendían lo sola que se sentía en ocasiones cuando su madre tenía turnos muy largos en el hospital. Estaban aprendiendo a controlar su conexión, pero, también aprendían mucho la una de la otra y descubrían poco a poco lo que estar conectadas significaba.

Ese día sería otra de esas pruebas.

Era tarde por la noche, pero Meredith no podía dormir, estaba ansiosa y no conseguía conciliar el sueño. Su niñera se había marchado ya de su habitación, seguramente estaría durmiendo en el sofá a la espera de que su madre llegara del turno de la noche en el hospital. Fingió que se quedaba dormida para poder estar sola por un rato, y cuando pensaba que se estaba durmiendo de verdad, abrió los ojos en el instituto de Astrid.

La vio allí, sentada y asustada, mirando la pizarra desesperada. —¿Estás bien? ¿Qué pasa? — Preguntó, mientras miraba a su alrededor por si acaso hubiera algo que pudiera indicarle que se encontraba en peligro.
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La aparición de Dee no la sorprendió. Si fue porque ya se estaba acostumbrando a ello o porque la preocupación ante el examen no la dejaba pensar en otra cosa, Astrid no podía saberlo.

Disimuladamente le lanzó una mirada de reojo, entreabrió los labios pero no dijo nada, recordando en el último momento lo que había pasado la última vez que habló con Dee no estando sola. No quería que volvieran a tomarla por loca o que la enviaran al despacho del psicólogo, así que se aseguró de que no había nadie mirándola, todos estaban concentrados en su propio examen.

— Había olvidado que el examen de inglés era hoy. —susurró a Dee mientras agarraba su bolígrafo.— Voy a suspender y mi madre me prohibirá tocar en el recital. —añadió con tono lastimero. La música era lo que realmente la apasionaba, era lo que quería hacer toda su vida, pero sus padres le habían hecho prometer que también atendería en clase y aprobaría sus asignaturas, como cualquier par de padres haría. Castigarla con no poder tocar el violín era el punto débil de la niña, una amenaza que los adultos no siempre estaban dispuestos a cumplir, pero Astrid no podía saberlo.

A Meredith, por lo general, se le daban bastante ben algunas clases y aunque no siempre sacaba notas perfectas, solía tener una media bastante decente. Sin embargo, sabía que no todo el mundo tenía sus facilidades para estudiar, en especial si a Astrid el examen la tomó por sorpresa. Desde su posición, la rubia miró a su alrededor y le dijo: —Yo sé Inglés, tal vez pueda ayudarte. — Comentó mientras la profesora de la morena empezaba a repartir los exámenes, poniendo el papel en el escritorio de todos los alumnos.

Les dio varias instrucciones, recordando por supuesto que cualquier intento de copia implicaba un suspenso automático, y señaló el reloj para indicarles el tiempo que tenían para hacer el examen. El aula se quedó en silencio de repente, y Meredith susurró: —¿Crees que se den cuenta si me dejas el boli? — Preguntó, aunque viendo la hoja, la mayoría de preguntas eran de selección múltiple y todo lo que tenía que hacer era señalar la respuesta correcta.
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